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El 12 de enero del 2018 se cumplirán 20 años de la muerte de Ramón Sampedro, el marino


gallego aquejado de tetraplejia que puso voz y rostro en este país al debate de la eutanasia. A
lo largo de estas dos décadas, el derecho a morir dignamente ha seguido siendo un asunto de
discusión tan incómodo e inevitable –al fin y al cabo, todos vamos a fallecer algún día, y nadie
puede garantizar en qué condiciones lo hará– como difícil de resolver. Una patata caliente que
los políticos se han ido pasando de mano en mano, legislatura tras legislatura, sin atreverse a
afrontar. Un objeto de controversia en el que los grandes discursos y las charlas de salón
enmudecen ante el testimonio de alguien que afronta la etapa final de una enfermedad mortal
o padece una dolencia incurable con dolores insoportables y afirma que no quiere seguir
viviendo.

En estos 20 años, la sociedad se ha ido acordando del debate de la eutanasia al calor de los
nuevos Ramón Sampedro que saltaban a los medios para olvidarse del asunto tan pronto se
deshacía el impacto que estas historias causaban en la población. No fueron noticia, en
cambio, los incontables casos de ciudadanos anónimos, desahuciados por la medicina, que
quisieron elegir entre la incertidumbre de una agonía larga y llena de sufrimiento y la
seguridad de una muerte rápida e indolora, y no pudieron.

Los conceptos

Eutanasia. Consiste en la administración –por parte de un médico o con la supervisión de un


facultativo– de uno o varios fármacos de efecto letal a una persona que de manera consciente,
voluntaria y autónoma haya declarado su deseo de morir y que así lo haya solicitado. En
España, su aplicación está penada por el artículo 143 del Código Penal.

Suicidio asistido. Se diferencia de la eutanasia en que el asistente solo presta una ayuda
'necesaria' para morir a la persona que se lo ha pedido –por ejemplo, conseguirle el fármaco
letal–, pero es el propio paciente quien se administra la sustancia que acabará con su vida.

Sedación terminal. También se la conoce como sedación paliativa. Consiste en administrar a un


enfermo terminal una serie de fármacos para paliarle los síntomas de la agonía, aun a riesgo
de que estas sustancias le acorten la vida. Es legal y está considerada una buena práctica
médica.

Cesación del esfuerzo terapéutico.

La Ley de Autonomía del Paciente del 2002 concede a los pacientes sin posibilidad de curación,
o a sus representantes, el derecho a renunciar a cualquier tratamiento que suponga un
alargamiento de su vida mediante recursos artificiales, como la ventilación mecánica, la
reanimación cardiopulmonar o la nutrición artificial. Catalunya inauguró en el 2000 el primer
registro de este tipo de toda España. Hasta 2015 se habían inscrito en él 68.685 catalanes.

CASCADA DE INICIATIVAS

A esta demanda social pendiente de ser atendida puede haberle llegado su hora. O no: va a
depender de la voluntad de los políticos. La última noticia en el debate público de la eutanasia
no tiene que ver con el testimonio de ningún enfermo terminal que haya pedido ayuda para
quitarse la vida, sino con una cascada de iniciativas parlamentarias que han puesto de nuevo
sobre la mesa esta cuestión, ahora con un especial brío. El 18 de enero, Unidos Podemos
presentó en el Congreso una proposición de Ley para legalizar la eutanasia. Diez días más
tarde, el Parlament de Catalunya aprobaba por mayoría –con el único voto en contra del PP y
la abstención de Ciutadans– una propuesta para instar al Congreso a despenalizar esta
práctica.

SUFRIMIENTO SEVERO

Estas dos iniciativas han coincidido en el tiempo con la presentación por parte de Ciudadanos –
en diciembre del año pasado– y el PSOE –el pasado 7 de febrero– de sendos proyectos de ley
para regular el derecho a la muerte digna y universalizar los cuidados paliativos. Aunque estas
dos proposiciones no hablan en ningún momento de eutanasia ni de suicidio asistido, se
suman al debate público que intenta resolver la difícil cuestión del tránsito de la vida a la
muerte cuando este se da en una situación de sufrimiento severo y evitable. ¿Le ha llegado la
hora a la eutanasia en este país? ¿Estamos preparados para ella?

Responder a esta pregunta es tan complicado como intentar tasar una demanda social que
acostumbra a vivirse en el ámbito privado y cuya sola mención provoca carraspeos y suspiros.
A nadie le gusta hablar de la muerte. La única pista que hay para saber el grado de aceptación
popular de la eutanasia es la encuesta que elaboró el CIS en 2009, según la cual el 73% de la
población estaría a favor de su legalización. Más recientemente, en 2015, un estudio europeo
de Ipsos para la revista 'The Economist' elevaba ese porcentaje al 79%.

"La gente viaja hoy a Suiza a suicidarse igual que en la década de los 60 iba a Londres a
abortar", explica Isabel Alonso, presidenta de Dret a Morir Dignament

Parece un apoyo más que significativo, pero contra quienes advierten de que los gobiernos no
pueden legislar a golpe de encuesta, los que están habituados a tratar con solicitantes de esta
práctica introducen matices con carne y hueso. "La percepción de la eutanasia cambia cuando
te toca de cerca. El día que ves a un ser querido padeciendo una agonía dolorosa y prolongada
antes de morir, entiendes que no tienes derecho a obligarle a pasar por ese sufrimiento si él
no lo desea", explica Isabel Alonso, presidenta de la asociación Dret a Morir Dignament.

Este colectivo lleva abanderando la lucha por la despenalización de la eutanasia desde hace
más de 30 años y ha sido testigo de la evolución que ha experimentado la sociedad ante a este
debate. "Las consultas no han parado de crecer. Últimamente, mucha gente nos pregunta
cómo puede ir a Suiza para quitarse la vida legalmente y con garantías. Es escandaloso que hoy
haya ciudadanos viajando a Suiza para suicidarse igual que las embarazadas iban a Londres en
los años 60 para abortar", destaca Alonso.

DERECHO, NO OBLIGACIÓN

¿Qué ha cambiado para que algo que antes era casi un tabú hoy se convierta en materia de
debate parlamentario? En opinión de la experta en bioética Núria Terribas, lo que ha cambiado
es la sociedad. "La gente ha madurado y ha entendido que las personas, en determinadas
circunstancias, tienen derecho a pedir el final de su vida, y que una ley de eutanasia no
obligaría a nadie, solo daría seguridad jurídica a quien elija ese camino", dice la presidenta de
la Fundación Grifols, miembro del comité de asesores que ha orientado a Unidos Podemos en
la elaboración de su proyecto de ley.

"La gente no sale a manifestarse pidiendo la eutanasia, pero la demanda existe", afirma Eva
García Sempere, de Unidos Podemos

La propuesta de la formación de Pablo Iglesias es definida por Terribas como "garantista y


prudente". Si se aprobara tal y como ha llegado al Congreso, solo podrían solicitar la eutanasia
los mayores de 18 años, o menores emancipados, que sufrieran una enfermedad terminal
incurable o fueran víctima de dolores físicos y psíquicos intolerables. La petición debería
hacerse en dos ocasiones, dejando por medio un margen de 15 días, y serían los médicos y
psicólogos los encargados de aprobarla o denegarla. La norma contempla la objeción de
conciencia para aquellos facultativos que no quieran participar.

"Estas garantías pretenden reflejar el amplio consenso que hay en la sociedad sobre este tema.
La gente no sale a manifestarse a la calle pidiendo la eutanasia, porque es un asunto muy
íntimo y privado, y del que cuesta hablar, pero esta demanda existe", razona Eva García
Sempere, diputada de Unidos Podemos que ha participado en la elaboración de la ley.

"La sociedad ha entendido que la ley de eutanasia es un derecho que no obligaría a nadie",
señala Núria Terribas, de la Fundació Grifols

El destino final de esta iniciativa, así como la del Parlament de Catalunya, va a depender del
acuerdo que alcancen los grupos políticos, y esa cuestión, a estas horas, no está clara. "No nos
negamos a hablar de eutanasia, pero antes hay que abrir el debate en la sociedad. Ahora
mismo, lo urgente es regular los tratamientos paliativos. Son temas diferentes", señala Pepe
Martínez Olmos, senador socialista que ha participado en la elaboración de la proposición de
ley sobre "el proceso final de la vida" presentada por el PSOE.

VOTO DE CONCIENCIA
"Votaría en contra. Los diagnósticos médicos a veces fallan, pero la eutanasia es irreversible",
dice Francisco Igea, diputado de Ciudadanos

De forma parecida piensa Francisco Igea, el diputado de Ciudadanos que presentó la propuesta
de esta formación. "El suicidio asistido no es un asunto médico, sino de derechos. Una ley de
eutanasia seguiría dejando desatendida a la gente que muere en los hospitales sin
tratamientos paliativos adecuados, sin respeto a su voluntad y sin intimidad", subraya. Su
grupo no ha decidido aún qué postura adoptará cuando se discutan en el Congreso las
propuestas de Podemos y del Parlament, pero si se permite el voto en conciencia. Igea, médico
de profesión, tiene el suyo muy claro: "Votaría en contra. Sé por experiencia que los
diagnósticos a veces fallan, y la eutanasia no puede ser nunca una solución, porque es
irreversible", opina.

EN EL CAJÓN DEL PP

En el PP tampoco quieren adelantar qué argumentos defenderán cuando se produzca el


debate. En el último congreso del partido, la cuestión de la eutanasia se guardó en el cajón de
los asuntos que necesitan una reflexión más profunda. "Que se hable de eutanasia en sede
parlamentaria ya es un logro para los que llevamos años reclamando este derecho. Ahora les
toca a los políticos exponer sus razones y retratarse", destaca el doctor Luis Montes,
presidente federal de la asociación Derecho a Morir Dignamente.

"Es urgente regular los tratamientos paliativos, no legalizar la eutanasia", opina José Martínez
Olmos, del PSOE

Frente a quienes se oponen a la legalización por temor a que tenga un 'efecto llamada' y haga
que se disparen los suicidios, Montes sostiene que su consecuencia sería la contraria: "Esta ley
serviría para regular las eutanasias que hoy se practican de forma clandestina y para que
muchos de los suicidios que cada día se cometen de mala manera, se hagan de forma
adecuada", valora el facultativo.

"Entonces hice lo correcto, pero no lo volvería a hacer. Me ha arruinado la vida", confiesa


Marcos Hourmann, médico condenado por 'asistir' a una anciana terminal

Lejos de los parlamentos y los foros políticos, en las unidades de paliativos y las consultas
médicas, la de la eutanasia no es una cuestión teórica, sino práctica y urgente. Tan urgente
como la decisión que tuvo que tomar el doctor Marcos Ariel Hourmann aquel día del 2005 en
que apareció por su consulta del hospital comarcal de Móra d’Ebre (Ribera d’Ebre) Carmen
Cortiella, una anciana de 82 años que llegó en estado terminal. Junto al tratamiento paliativo
que le aplicó el médico, también le administró cloruro potásico, lo que le provocó la muerte.

CALVARIO LABORAL Y PERSONAL

La honestidad con que el doctor Hourmann reflejó en el parte médico aquella decisión le costó
el empleo. "Hice lo correcto, lo humano, pero hoy no lo volvería a hacer, porque me ha
arruinado la vida. He pagado un precio demasiado alto", reconoce el primer médico
condenado por aplicar la eutanasia en España, quien desde ese día ha estado soportando un
verdadero calvario laboral y personal.

La ley, caso de aprobarse, llega tarde para Andrés Iniesta, un barcelonés de 95 años que, a esas
alturas de su vida y tras asistir a la muerte de su esposa, había decidido que ya lo había visto
todo y era hora de marcharse. "El año pasado, después de dos intentos frustrados de suicidio,
falleció justo como él quería evitar: en la cama, tras una agonía de tres días y sufriendo",
cuenta su nieta.

A Fernando Sánchez le queda aún mucha vida por delante. Tiene 48 años, es psicólogo y forma
parte de un grupo de danza integral de Barcelona. Al igual que Ramón Sampedro, también
padece una tetraplejia desde hace 30 años y está a favor de que se legalice la eutanasia, pero
no la reclama para él. De hecho, es un activista de la dignificación de las personas con
diversidad funcional y distingue entre su situación física y su demanda.

LA FRAGILIDAD DE LA VIDA

"Mi apoyo a la eutanasia no tiene que ver con la silla de ruedas, sino con la exigencia de un
derecho que considero fundamental", afirma Fernando Sánchez. Y añade: "Mi experiencia me
ha llevado a ser consciente de lo frágil que es la vida y eso me hace valorarla más. Por eso,
quiero ser yo, y no otros, quien disponga de ella".

Lejos de la refriega política, en la calle y los hospitales, el debate de la eutanasia lo encarnan


testimonios y reflexiones crudos como la muerte de la que nadie desea hablar.

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