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Cuando hablamos en la historiografía sobre el siglo XVII, por regla general el balance que
se ha dictaminado sobre la misma es una visión de crisis general en relación a la evolución
de la demografía y la economía, siempre teniendo como punto de comparación los siglos
XV y XVIII entre los que se encuentra el periodo. Esta percepción general sobre una crisis
general en comparación con el siglo precedente y posterior viene a raíz de las
investigaciones llevadas a cabo por los historiadores, principalmente a inicios del siglo XX
en los campos demográfico y económico durante la presente centuria.
Cuando hablamos en la historiografía sobre el siglo XVII, por regla general el balance que
se ha dictaminado sobre la misma es una visión de crisis general en relación a la
evolución de la demografía y la economía, siempre teniendo como punto de comparación
los siglos XV y XVIII entre los que se encuentra el periodo. Esta percepción general sobre
una crisis general en comparación con el siglo precedente y posterior viene a raíz de las
investigaciones llevadas a cabo por los historiadores, principalmente a inicios del siglo XX
en los campos demográfico y económico durante la presente centuria.
Las bases sobre las que se basan estas rotundas afirmaciones son más conceptuales que
empírica, debida tanto a la dificultad de análisis de las fuentes así como a la disparidad de
las mismas como a la amplitud temporal y de territorio por estudiar. Es por ello, que
afirmar rotundamente que el siglo XVII se conformó como un periodo de crisis acentuada
es simplificar en exceso tanto el periodo como la información concerniente al mismo.
Cierto es, que durante este siglo, encontramos toda una serie de desordenes sociales
tales como guerras, rebeliones así como una crisis de las economías que tradicionalmente
durante las centurias anteriores habían monopolizado el comercio y le mercado y que se
puede identificar con una crisis en el sentido más simple del significado de la palabra
“crisis”. No obstante, la disparidad de fuentes tanto primarias como secundarias y el
análisis de los datos conservados nos llevan a un complejo dialogo sobre la cuestión
principal;
Con referencia a la industria, tal y como expone Jan de Vries, nos encontramos ante una
reestructuración de la industria tradicional, con una basculación del peso en la producción
de ciudades tales como Venecia, Amberes, hacia los entornos campesinos principalmente
circundantes a ciudades como Gante o Brujas en un proceso de delegación de las fases de
elaboración industrial, donde este campesinado empobrecido, tal y como ya hemos
apuntado anteriormente jugaría un papel crucial. Así pues, asistimos a un periodo de
especialización en la manufacturación de productos en los que los campesinos necesitados
de ingresos supletorios realizarían las tareas más simples, produciéndose una
especialización en las ciudades donde se realizarían los procesos más técnicos, abaratando
los costes y produciéndose una complementariedad en el proceso productivo. Esta forma
de producción revolucionaria seria la que primaria en el Atlántico norte frente a opciones
como la emigración a América o a las ciudades en busca de fortuna que predominaría en
el sur de Europa.
Investigadores y la historiografía económica en particular han analizado el periodo para
tener una visión más general de las diferentes teorías y la evolución del paradigma de la
crisis del siglo XVII en la investigación historiográfica. Seria a partir de 1945 cuando la
historiografía comenzaría a interesarse de manera particular en la interpretación respecto
a los siglos precedentes. Los éxitos dentro de estudios sobre la historia y la consolidación
de reconocidas y pujantes escuelas y tendencias interpretativas como la escuela de los
Annales o los marxistas ingleses hicieron de esta época un momento transcendental en el
estudio de la disciplina histórica y la interpretación de los hechos.
Una de las primeras interpretaciones sobre la crisis del siglo XVII sería la dada por el
historiador económico británico de corte marxista, Eric Hobsbawm. Este autor, analizó el
siglo XVII a partir de la perspectiva marxista identificando por primera vez el periodo con
una “crisis general” del modelo capitalista naciente en la sociedad europea. A partir del
análisis de la tipología de las revoluciones y procesos sociales que se dieron lugar durante
el periodo, como respuesta a una estructura anacrónica de corte feudal ante las nuevas
necesidades impositivas del naciente capitalismo, Hobsbawm entiende este periodo de
tensiones sociales como un precedente revolucionario a las posteriores contestaciones
sociales del siglo XVIII. Este historiador valoró por tanto, esta crisis como un fenómenos
social en el cual se enfrentaban, por vez primera, las fuerzas transformadoras populares
contra los estados por contenerlas. Siendo por tanto Eric Hobsbawm un precedente en el
análisis de la crisis del siglo XVII, siempre desde el prisma socioeconómico que primaba
en el constructo marxista, se presentó por tanto este periodo como un momento de
dificultad en el sector económico, con un claro descenso de las tasas de crecimiento a
nivel productivo. No obstante, se puede observar en esta óptica que la atención que
muestra Hobsbawm, es eminentemente hacia unos principios cuantitativistas en sus
términos más básicos sin incluir en ellas referencias a los conflictos bélicos o al trasfondo
social o político del momento. Este planteamiento, a pesar de ser un precursor en el
estudio del periodo, muestra fundamentales carencias al intentar solo cuantificar la crisis
desde la óptica puramente económica, lo que llevaría en muchos casos a equívocos y
malinterpretaciones no correspondientes con la compleja realidad del momento. Es por
ello, que la interpretación de Hobsbawm, será puesta en duda a posteriori por diferentes
historiadores tanto desde el punto de vista económico como Robert Brenner atendiendo a
otras claves igual de importantes como los conflictos políticos o en clave de reordenación
del constructo sociopolítico y económico como Alberto Guenzi. Así encontramos autores
que han ido matizando este concepto de crisis en relación a la seria de dificultades en
todos los campos analizados y tratándolos desde una nueva óptica en relación a una
transformación de carácter estructural hasta un cambio brusco de los ordenes
establecidos tal y como postula Wallerstein.
La primera confrontación vendría dada por Hugh Trevor Roper, quien en contraposición a
la premisa dada por Hobsbawm, analizaría el proceso de crisis desde un punto de vista
del rechazo social hacia los cambios de gobierno dados en Europa por parte de las
monarquías hacia un proceso de concentración de poder, y la creación de todo un
entramado burocrático y estatal que comienza a partir de este momento y que, dada las
dificultades coyunturales del momento a nivel socioeconómico, se identifica como
inasumible por la gran parte de la población contribuidora y desemboca en el conflicto
hacia las clases dirigentes viéndolas como opresoras y parasitarias.
Desde un punto de vista más social viene la interpretación de Alberto Guenzi, quien da
una perspectiva más de reordenación social así como territorial del periodo
correspondiente al siglo XVII, quitándole más peso a la concepción de crisis que venía
dándosele anteriormente. Guenzi, por lo contrario focaliza mas su atención en un cambio
de tipo social de las formas de producción típicamente feudales fundamentadas en los
privilegios gremiales y la irrupción de nuevas formas de innovación en la producción
manufacturera principalmente en los países atlánticos frente al inmovilismo Mediterráneo,
lo que provocaría un cambio en los flujos económicos y en la importancia de los mercados
a partir de este momento, matizando así la cuestión de la crisis, al no extrapolarla a todo
el continente europeo sino acotándola a aquellas zonas donde no se produjo este cambio
de paradigma en contraposición a la franja del atlántico norte donde si se dio dicho
cambio.
Lejos de las iniciales propuestas monocausales de la conocida crisis del siglo XVII
(malthusiana, cuantitativista o belicista),se han ido abriendo una serie de debates en torno
a explicaciones más complejas e integradoras, así como se ha producido una
relativización del concepto de “crisis general” en el continente europeo durante todo el
siglo XVII, focalizándose este en según qué zonas y periodos relativos principalmente a la
formas de dar respuesta a un periodo que a priori se discernía como recesión general.
Podemos por tanto decir que, el concepto de la crisis del siglo XVII es hoy un tema
desgastado, y agotado tal y como expresa Francesco Benigno, ya que a la luz de las
nuevas reinterpretaciones dadas por investigaciones mas transversales que han analizado
diferentes componentes del mismo, el siglo XVII no fue tan oscuro como se pretendía
ofrecer al inicio de sus interpretaciones. Si cabe destacar, sin embargo, que durante este
siglo se dio un cambio en el peso de la influencia comercial de las zonas tradicionalmente
comerciales, protagonizándose un fuerte sorpasso de las economías del atlántico con
Inglaterra y Holanda al frente, en contra del hundimiento de las tradicionales economías
mediterráneas. No obstante, este hundimiento no tiene que interpretarse por una sola
causa como ya nos hemos referido anteriormente, sino que además de las causas
meramente económicas o demográficas es destacable la respuesta particular que estos
dos países mencionados dieron a una época de rápidos cambios estructurales frente al
férreo inmovilismo mediterráneo, así mismo los cambios en los paradigmas doctrinarios
jugaron un papel fundamental en el desarrollo de movimientos como el mercantilismo o las
medidas aperturistas llevadas a cabo por estos nuevos teóricos mercantilistas permitieron
también la flexibilización del mercado y la eliminación de los obstáculos que imponían la
legislación feudal respecto al trabajo y a al comercio, contribuyendo, en palabras de Peter
Kriedte, a la “externalización de los costos de trabajo” que permitió a estos países a ser
más productivos que sus homólogos del sur al permitir una elaboración de artículos de
con una calidad y precio inferiores que eran los que gozaban de una demanda en
expansión en contraposición con el tenaz control que seguía existiendo por parte de los
gremios en el sur de Europa, lo que hizo más competitivas a estas industrias. No es por
tanto desdeñable que, este fenómeno de industrialización se produjera en estos países
atlánticos, , fruto también, de la necesidad de las comunidades campesinas por reunir
una mayor cantidad de ingresos por el estancamiento agrícola, además de los cambios en
la mentalidad de las elites, lo que motivó una mayor competitividad y un proceso de
crecimiento económico, motivase un mayor crecimiento económico en contraposición con
las tradicionales economías sureñas, las cuales junto a la mayor presión fiscal, apenas si
se adaptaron a estos cambios por lo que las dificultades coyunturales debidas al esfuerzo
bélico o la crisis agrícola les afectaran en un mayor y sostenido tiempo.
También es importante señalar el proceso de reformulación que ha tenido lugar desde los
inicios de las interpretaciones de la crisis hasta la actualidad en el cual, la historiografía ha
ido teniendo una mayor capacidad de reformulación del concepto interpretativo de crisis,
caminando hacia el termino de redistribución en el organigrama socioeconómico europeo,
tal y como defienden autores como Wallerstein o Ivo Schöffer.
Cabe señalar sin embargo, que a pesar de la cada vez mayor matización del concepto de
crisis y sus consecuencias tanto políticas como económicas, aun existe una amplia
disparidad tanto en el aspecto bibliográfico como en el interpretativo dependiendo de las
corrientes a las que el investigador tenga a bien adscribirse, debido principalmente y tal y
como puntualizamos al inicio de este ensayo, a la complejidad del tema así como a la
multitud de factores que jugaron un papel clave en el desarrollo del siglo XVII y su crisis.
Por tanto en la historiografía actual, a pesar de contar con una redefinición del siglo XVII,
no se ha conseguido establecer una unanimidad en el campo interpretativo sobre si existió
o no una crisis como tal a lo largo de este siglo, aunque si podemos consensuar que la
misma si ha conseguido, al menos ser matizada y focalizada a ciertos puntos del
continente europeo sin extrapolarla, a su totalidad debido a la disparidad de
contestaciones socioeconómicas y políticas dadas por los diferentes estados a un proceso
general de dificultad en comparación con el siglo anterior.
Con referencia a la industria, tal y como expone Jan de Vries, nos encontramos ante una
reestructuración de la industria tradicional, con una basculación del peso en la producción
de ciudades tales como Venecia, Amberes, hacia los entornos campesinos principalmente
circundantes a ciudades como Gante o Brujas en un proceso de delegación de las fases de
elaboración industrial, donde este campesinado empobrecido, tal y como ya hemos
apuntado anteriormente jugaría un papel crucial. Así pues, asistimos a un periodo de
especialización en la manufacturación de productos en los que los campesinos necesitados
de ingresos supletorios realizarían las tareas más simples, produciéndose una
especialización en las ciudades donde se realizarían los procesos más técnicos, abaratando
los costes y produciéndose una complementariedad en el proceso productivo. Esta forma
de producción revolucionaria seria la que primaria en el Atlántico norte frente a opciones
como la emigración a América o a las ciudades en busca de fortuna que predominaría en
el sur de Europa.
Una de las primeras interpretaciones sobre la crisis del siglo XVII sería la dada por el
historiador económico británico de corte marxista, Eric Hobsbawm. Este autor, analizó el
siglo XVII a partir de la perspectiva marxista identificando por primera vez el periodo con
una “crisis general” del modelo capitalista naciente en la sociedad europea. A partir del
análisis de la tipología de las revoluciones y procesos sociales que se dieron lugar durante
el periodo, como respuesta a una estructura anacrónica de corte feudal ante las nuevas
necesidades impositivas del naciente capitalismo, Hobsbawm entiende este periodo de
tensiones sociales como un precedente revolucionario a las posteriores contestaciones
sociales del siglo XVIII. Este historiador valoró por tanto, esta crisis como un fenómenos
social en el cual se enfrentaban, por vez primera, las fuerzas transformadoras populares
contra los estados por contenerlas. Siendo por tanto Eric Hobsbawm un precedente en el
análisis de la crisis del siglo XVII, siempre desde el prisma socioeconómico que primaba en
el constructo marxista, se presentó por tanto este periodo como un momento de dificultad
en el sector económico, con un claro descenso de las tasas de crecimiento a nivel
productivo. No obstante, se puede observar en esta óptica que la atención que muestra
Hobsbawm, es eminentemente hacia unos principios cuantitativistas en sus términos más
básicos sin incluir en ellas referencias a los conflictos bélicos o al trasfondo social o político
del momento. Este planteamiento, a pesar de ser un precursor en el estudio del periodo,
muestra fundamentales carencias al intentar solo cuantificar la crisis desde la óptica
puramente económica, lo que llevaría en muchos casos a equívocos y malinterpretaciones
no correspondientes con la compleja realidad del momento. Es por ello, que la interpretación
de Hobsbawm, será puesta en duda a posteriori por diferentes historiadores tanto desde el
punto de vista económico como Robert Brenner atendiendo a otras claves igual de
importantes como los conflictos políticos o en clave de reordenación del constructo
sociopolítico y económico como Alberto Guenzi. Así encontramos autores que han ido
matizando este concepto de crisis en relación a la seria de dificultades en todos los campos
analizados y tratándolos desde una nueva óptica en relación a una transformación de
carácter estructural hasta un cambio brusco de los ordenes establecidos tal y como postula
Wallerstein.
La primera confrontación vendría dada por Hugh Trevor Roper, quien en contraposición a
la premisa dada por Hobsbawm, analizaría el proceso de crisis desde un punto de vista del
rechazo social hacia los cambios de gobierno dados en Europa por parte de las monarquías
hacia un proceso de concentración de poder, y la creación de todo un entramado burocrático
y estatal que comienza a partir de este momento y que, dada las dificultades coyunturales
del momento a nivel socioeconómico, se identifica como inasumible por la gran parte de la
población contribuidora y desemboca en el conflicto hacia las clases dirigentes viéndolas
como opresoras y parasitarias.
Desde un punto de vista más social viene la interpretación de Alberto Guenzi, quien da una
perspectiva más de reordenación social así como territorial del periodo correspondiente al
siglo XVII, quitándole más peso a la concepción de crisis que venía dándosele
anteriormente. Guenzi, por lo contrario focaliza mas su atención en un cambio de tipo social
de las formas de producción típicamente feudales fundamentadas en los privilegios
gremiales y la irrupción de nuevas formas de innovación en la producción manufacturera
principalmente en los países atlánticos frente al inmovilismo Mediterráneo, lo que
provocaría un cambio en los flujos económicos y en la importancia de los mercados a partir
de este momento, matizando así la cuestión de la crisis, al no extrapolarla a todo el
continente europeo sino acotándola a aquellas zonas donde no se produjo este cambio de
paradigma en contraposición a la franja del atlántico norte donde si se dio dicho cambio.
Lejos de las iniciales propuestas monocausales de la conocida crisis del siglo XVII
(malthusiana, cuantitativista o belicista),se han ido abriendo una serie de debates en torno
a explicaciones más complejas e integradoras, así como se ha producido una relativización
del concepto de “crisis general” en el continente europeo durante todo el siglo XVII,
focalizándose este en según qué zonas y periodos relativos principalmente a la formas de
dar respuesta a un periodo que a priori se discernía como recesión general.
Podemos por tanto decir que, el concepto de la crisis del siglo XVII es hoy un tema
desgastado, y agotado tal y como expresa Francesco Benigno, ya que a la luz de las nuevas
reinterpretaciones dadas por investigaciones mas transversales que han analizado
diferentes componentes del mismo, el siglo XVII no fue tan oscuro como se pretendía
ofrecer al inicio de sus interpretaciones. Si cabe destacar, sin embargo, que durante este
siglo se dio un cambio en el peso de la influencia comercial de las zonas tradicionalmente
comerciales, protagonizándose un fuerte sorpasso de las economías del atlántico con
Inglaterra y Holanda al frente, en contra del hundimiento de las tradicionales economías
mediterráneas. No obstante, este hundimiento no tiene que interpretarse por una sola causa
como ya nos hemos referido anteriormente, sino que además de las causas meramente
económicas o demográficas es destacable la respuesta particular que estos dos países
mencionados dieron a una época de rápidos cambios estructurales frente al férreo
inmovilismo mediterráneo, así mismo los cambios en los paradigmas doctrinarios jugaron
un papel fundamental en el desarrollo de movimientos como el mercantilismo o las medidas
aperturistas llevadas a cabo por estos nuevos teóricos mercantilistas permitieron también
la flexibilización del mercado y la eliminación de los obstáculos que imponían la legislación
feudal respecto al trabajo y a al comercio, contribuyendo, en palabras de Peter Kriedte, a la
“externalización de los costos de trabajo” que permitió a estos países a ser más productivos
que sus homólogos del sur al permitir una elaboración de artículos de con una calidad y
precio inferiores que eran los que gozaban de una demanda en expansión en
contraposición con el tenaz control que seguía existiendo por parte de los gremios en el sur
de Europa, lo que hizo más competitivas a estas industrias. No es por tanto desdeñable
que, este fenómeno de industrialización se produjera en estos países atlánticos, , fruto
también, de la necesidad de las comunidades campesinas por reunir una mayor cantidad
de ingresos por el estancamiento agrícola, además de los cambios en la mentalidad de las
elites, lo que motivó una mayor competitividad y un proceso de crecimiento económico,
motivase un mayor crecimiento económico en contraposición con las tradicionales
economías sureñas, las cuales junto a la mayor presión fiscal, apenas si se adaptaron a
estos cambios por lo que las dificultades coyunturales debidas al esfuerzo bélico o la crisis
agrícola les afectaran en un mayor y sostenido tiempo.
También es importante señalar el proceso de reformulación que ha tenido lugar desde los
inicios de las interpretaciones de la crisis hasta la actualidad en el cual, la historiografía ha
ido teniendo una mayor capacidad de reformulación del concepto interpretativo de crisis,
caminando hacia el termino de redistribución en el organigrama socioeconómico europeo,
tal y como defienden autores como Wallerstein o Ivo Schöffer.
Cabe señalar sin embargo, que a pesar de la cada vez mayor matización del concepto de
crisis y sus consecuencias tanto políticas como económicas, aun existe una amplia
disparidad tanto en el aspecto bibliográfico como en el interpretativo dependiendo de las
corrientes a las que el investigador tenga a bien adscribirse, debido principalmente y tal y
como puntualizamos al inicio de este ensayo, a la complejidad del tema así como a la
multitud de factores que jugaron un papel clave en el desarrollo del siglo XVII y su crisis.
Por tanto en la historiografía actual, a pesar de contar con una redefinición del siglo XVII,
no se ha conseguido establecer una unanimidad en el campo interpretativo sobre si existió
o no una crisis como tal a lo largo de este siglo, aunque si podemos consensuar que la
misma si ha conseguido, al menos ser matizada y focalizada a ciertos puntos del continente
europeo sin extrapolarla, a su totalidad debido a la disparidad de contestaciones
socioeconómicas y políticas dadas por los diferentes estados a un proceso general de
dificultad en comparación con el siglo anterior.