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Pese a que el estómago moderno se ve condenado a aceptar toda clase de comida basura, no por eso a la hora de

digerirla deja de ser muy delicado, exigente y reactivo, cosa que no se puede decir del cerebro humano, un órgano
increíblemente sofisticado, pero incapaz de rechazar la basura intelectual que recibe cada día. El estómago tiene en
el olfato y en el gusto dos controles de entrada de los alimentos. Todo va bien si le gustan; en caso contrario el
estómago te lo hace saber enseguida. La acidez y la indigestión constituyen sus primeras formas de rechazo, que
pueden llegar al vómito o a la gastroenteritis cuando detecta un grave peligro de intoxicación. A su manera el cerebro
humano también recibe gran cantidad de alimento intelectual deteriorado todos los días, pero carece de un
mecanismo de autodefensa que le proteja del veneno que conllevan algunas ideas. Los múltiples e infames rebuznos
de las redes sociales, las noticias tóxicas y manipuladas de los telediarios, la grumosa sociedad ambiental de la
corrupción política que uno se ve obligado a respirar, los insoportables gallineros de algunas tertulias que llenan el
espacio de opiniones estúpidas, si toda esa bazofia fuera comida, el estómago la vomitaría de forma violenta
enseguida, pero he aquí que el cerebro la acepta de buen grado, la amasa con las neuronas, la hace suya y pese a
ser tan letal ni siquiera reacciona con una ligera neuralgia o con un leve dolor de cabeza. El estómago podría servirle
de ejemplo al cerebro. Comer poco, bueno y sano se ha convertido en una moda culinaria, casi en una forma de
espiritualidad. También se puede aplicar al cerebro la dieta mediterránea para desintoxicarlo. He aquí la carta: una
mínima dosis de noticias imprescindibles, un buen libro en la mesilla de noche, alguna serie de TV, música clásica y el
móvil siempre apagado.

El canibalismo era una antigua práctica gastronómica que consistía en comerse los humanos unos a otros mediante
sacrificios rituales o simplemente por hambre. Aunque está asociado a algunas tribus de cazadores de cabezas que
devoraban el cerebro del enemigo para adquirir su fuerza, el canibalismo hoy sigue vigente bajo la especie
informática a través de las cuatro o cinco empresas que dominan el mundo de la comunicación. De la misma forma
con que se ceba a las ocas por sonda para obtener un exquisito paté de su hígado hipertrofiado, así convierte el
sistema nuestro cerebro, a través de las redes sociales, en una de esas sopas, que tanto le gustan a Drácula. Hubo
un tiempo en que unos gigantes de la filosofía y de la ciencia, Pitágoras, Sócrates, Copérnico, Galileo, Newton,
Einstein y Hawking, nos hicieron creer que el conocimiento sin límites depararía progreso, libertad e independencia a
la humanidad. Ese sueño se ha desvanecido. Puede que usted aún se crea libre e independiente, pero no es más que
un producto nutritivo, atiborrado de publicidad e información tóxica, dispuesto para el festín de los nuevos
antropófagos del sistema quienes por medio de los dispositivos móviles, de los big data, de los blockchains,de las
múltiples aplicaciones de la inteligencia artificial controlan todos los movimientos, hábitos y tendencias de nuestra
vida. Somos como nos quiere el poder: consumidores autómatas, controlados, alegres y desarmados. El conde
Drácula ha adquirido una forma digital. Hoy todo el mundo va con el móvil en la oreja, pegado a la yugular, sin saber
que es el lugar más propicio para que el vampiro ponga a trabajar sus colmillos. Pero al final del banquete, ¿dónde
depositará los cráneos y carcasas vacías cuando el conde Drácula nos haya chupado toda la sangre? En el móvil
tiene que haber una aplicación. Pulse infierno.

El rey de Roma Tarquinio Prisco mandó construir la Cloaca Máxima en el siglo VI antes de Cristo para canalizar y
verter en el Tíber las infectas marismas junto con todos los desechos de la ciudad. Esa obra monumental ejecutada
por etruscos está todavía en servicio. Con el tiempo sobre ella se levantaron templos, palacios, arcos de triunfo, el
foro imperial, el Coliseo, el Vaticano y las basílicas cristianas. Por la raíz de estos mármoles sagrados discurría una
corriente putrefacta y en ella navegaba toda clase de despojos. El derecho, el arte y la cultura clásica, que nos han
nutrido, se elaboraron sobre esta inmundicia. La cloaca máxima, que en su origen fue una gran obra de ingeniería, a
lo largo de la historia ha tomado otras formas invisibles e igualmente nauseabundas. El Estado moderno, y todos los
crímenes que llevan su nombre, se asientan sobre una ciénaga semejante a la de Roma. Los bajos fondos del poder
están llenos de reptiles que se pasean con un pistolón colgado de la axila y sobre este pozo ciego gritan y gesticulan
los políticos, dictan sentencias los jueces, desfilan los ejércitos. En la actualidad, la cloaca máxima discurre a través
de las redes sociales. El albañal que soportaba los mármoles de la ciudad eterna y la caja de Pandora, que contiene
un nudo de serpientes, fundamento del Estado moderno, se han transformado en esa corriente de odio y frustración
que aflora desde el anonimato en millones de tuits llenos de rebuznos, insultos, calumnias, mentiras y venganzas.
Sobre la cloaca de las redes se eleva hoy el trono de un invisible rey Tarquinio con todo su poder digital, capaz de
alterar el curso de la historia solo con los dedos sobre un teclado. ¿Pero, qué templos, qué palacios, qué arcos de
triunfo, qué clase de cultura se puede levantar sobre este basurero?

Viajo a menudo a México, una tierra que amo. Es un pedazo de país, con un poderío
intelectual y creativo tremendo. Cuadruplica la extensión de España, posee más de 120
millones de habitantes y su PIB es el decimoquinto del ranking mundial, pero esa gran
locomotora corre el peligro de descarrilar por el acoso del crimen organizado. En 2017
padecieron 29.168 muertes violentas, la cifra más alta en veinte años.
Desde Europa, desde España, contemplamos toda esa violencia con algo que yo diría que es
una mezcla de pena, miedo y fascinación.
Hace apenas un mes, en La Línea de la Concepción (Cádiz), la policía persiguió a un
hombre fichado por tráfico de drogas. El tipo iba en moto y tuvo un accidente, tras
detenerlo, lo llevaron directamente al hospital. Acababan de llegar a urgencias cuando varios
todoterrenos frenaron aparatosamente ante la puerta y una veintena de encapuchados
irrumpieron en el hospital, forcejearon con los dos policías que custodiaban al preso y se
llevaron al herido. Al parecer el narco rescatado era el lugarteniente de una banda dirigida
por dos hermanos, los Castañitas. ¿No les suena esta escena? ¿No parece sacada de una de
esas películas de Pablo Escobar que tanto nos entretienen?
En La Línea de la Concepción operan más de 30 mafias organizadas con ganancias que
exceden los 325 millones de euros al año. Pero lo temible es que no es sólo La Línea. Ni
siquiera es sólo España. En mayo de 2017, la Europol, la agencia policial de la UE, sacó su
segundo estudio sobre el crimen organizado. Hay más de 5.000 grupos criminales
compuestos por ciudadanos de 180 nacionalidades, aunque el 60% procede de la UE. Javier
Rivas dice en EL PAÍS que el narcotráfico es su principal negocio (mueven 24.000 millones
de euros anuales), seguido por el tráfico de migrantes irregulares (unos 5.000 millones de
euros), trata de seres humanos, cibercrimen y bandas de delincuentes contra la propiedad.
Sí, el infierno empieza así, poquito a poco, alimentado por el flujo incesante del dinero
sucio. Un Estado comienza su camino hacia el colapso cuando sus bases se pudren. Las
nuestras están bastante carcomidas y nadie parece tomárselo muy en serio.

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