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http://www.mercaba.org/FICHAS/VALORES/alegría_felicidad.htm
«Os extrañará que los hombres que se pasan la vida divirtiéndose y cuyo único
fin es distraerse sean hombres devorados por el hastío, perseguidos por el hastío
hasta en su lecho de muerte. ¿Qué es el hastío? Es el vacío que el distraído
encuentra cuando por desdicha o descuido echa una ojeada sobre sí mismo.
Todo se ha vaciado en sus actividades útiles o fútiles (pues la mayoría de las
actividades consideradas útiles son distracciones disfrazadas)...
Pero aún más molesto que el alborozo para la vida interior es la tristeza. No hay
frase más profunda y justa que ésta: «no hay santos tristes». Más molesto aún
que el alborozo y la tristeza es el hastío, pues el hastío es la muerte, la nada de
la vida interior. Hemos visto además que cada uno de ellos está íntimamente
vinculado con el otro, ya que cuanto más alborozo buscamos, más tristeza
encontramos; cuanto más buscamos la diversión, más encontramos el hastío;
cuanto más placer buscamos, más caemos en el dolor...
El hombre que se ejercita en llevar sus sentidos hacia el interior, que busca su
presencia en lugar de huir, ese hombre no se hastía nunca; ese hombre nunca
está triste; ese hombre nunca es desdichado. Aunque lo encierren en un
calabozo profundo y lo carguen de cadenas, permanece dichoso y libre en la luz.
Cuando se alcanza esa densidad, nace una tercera cosa que no es alborozo ni
tristeza; esa tercera cosa se llama gozo. Y el gozo, debéis saberlo, nunca se
expresa con risas. Ni siquiera los grandes gozos naturales.
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Lo admirable de este hombre fue que logró vivir lo que enseñaba: vivir el
presente con plenitud, paz y alegría. Se llamaba a sí mismo "Misionero de la
Felicidad". Ofrecemos unos pensamientos del padre Narciso Irala, que él llamaba
«semillas de felicidad y salud».
3. Si acepto a cada uno como es y excuso sus defectos, dominaré la ira y sufriré
menos.
6. Si el volcán de la ira iba a explotar por tu boca, respira hondo dos veces,
muerde tu lengua y lo apagarás.
7. Si yo me acepto tal cual soy y procuro corregir mis faltas, ¡cuánto mejorarían
mi carácter y mi hogar! 8. Si con los filósofos de Grecia, me convenzo de que el
sufrimiento da comprensión, fortaleza y paciencia, me enojaré menos.
9. Si yo creo -con San Pablo- que «la tribulación leve y transitoria de aquí me
produce un peso de gloria eterna», la aceptaré de corazón y me producirá
felicidad, salud y virtud.
12. La abeja saca miel de las flores; el alma puede sacar miel de las espinas.
Pero esta fabricación está patentada en el Cristianismo.
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3. Dios es un gozo inefable
«No», respondió el Maestro. «Un día dijo Dios: "Hoy voy a llevarte al santuario
más escondido del Templo, al corazón del propio Dios". Y fui conducido al país de
la Risa».
ANTHONY DE MELLO
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Si quieres saber lo que significa ser feliz, observa una flor, un pájaro, un niño...:
ellos son imágenes perfectas del reino, porque viven el eterno ahora, sin pasado
ni futuro. Por eso, no conocen la culpa y la inquietud que tanto atormentan a los
seres humanos; están llenos de la pura alegría de vivir y se deleitan, no tanto en
las personas o cosas, cuanto en la vida misma. Mientras tu felicidad esté
originada o sostenida por algo o por alguien exterior a ti, seguirás en la región de
los muertos. El día en que seas feliz sin razón alguna, el día en que goces con
todo y con nada, ese día sabrás que has descubierto ese país de la alegría
interminable que llamamos «el reino».
Encontrar el reino es lo más fácil del mundo, pero también lo más difícil. Es fácil,
porque el reino está a tu alrededor y aun dentro mismo de ti, y lo único que
tienes que hacer es extender tu mano y tomar posesión de él. Y es difícil,
porque, si deseas poseer el reino, no puedes poseer nada más. Es decir, debes
acceder a lo más hondo de ti mismo sin apoyarte en nada ni en nadie,
arrebatando a todos y a todo, para siempre, el poder de estremecerte, de
emocionarte o de darte una sensación de seguridad o de bienestar. Para lo cual,
lo primero que necesitas es ver con absoluta claridad esta contundente verdad:
contrariamente a lo que tu cultura y tu religión te han enseñado, nada,
absolutamente nada, puede hacerte feliz. En el momento en que consigas ver
esto, dejarás de ir de una ocupación a otra, de un amigo a otro, de un lugar a
otro, de una técnica espiritual a otra, de un guru a otro...
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Sugerencias:
-No te conformes con sentir la alegría dentro de ti, haz que aflore al exterior y
contágiala a quienes te rodean, con palabras, actitudes y gestos que les
arrastren a compartir tu propia alegría.
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Dimensión festiva del hombre Por haber perdido la jovialidad, que es gracia
divina, ya que deriva de Jovis o Júpiter, no sólo la ciencia y la política, sino
también gran parte de nuestra cultura, se han vuelto incapaces de festejar y de
mantener el sentido del buen humor, que es uno de los signos de equilibrio
humano y de salud mental. En una sociedad en la que priva el éxito, la eficacia y
el lucro, necesitamos descubrir la dimensión festiva y lúcida del hombre para
recuperar parte de la alegría perdida y del buen humor cotidiano.
-El hombre alegre El espíritu alegre está abierto hacia el mundo en el que vive
inmerso y con gran disposición de acogida, de comprensión y de intercambio. El
hombre alegre sabe complacerse y se complace en los hombres, en las cosas, en
los valores y en los acontecimientos. La alegría es uno de los medios más
eficaces para mantener la salud mental, el equilibrio emocional y la buena
relación interpersonal...
El saber reirse de uno mismo; el tener fina ironía, sin malicia ni rencor, de los
otros, de las adversidades, de los fracasos e incluso de los éxitos, es una
muestra del comportamiento inteligente del franciscano en la vida"
J.A. Pagola
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8. DIOS DA LA ALEGRÍA
Entre otras muchas cosas de mayor calado, en su breve y tan sugerente libro
Creer que se cree (Ed. Paidós), en el que el filósofo italiano de la postmodernidad
Gianni Vattimo explica su reencuentro con la fe cristiana, propone este decisivo
interrogante: "¿Por qué la costumbre de decir que sea lo que Dios quiera sólo
cuando algo va verdaderamente mal y no, por ejemplo, cuando se gana la
lotería?".
Dicho de otro modo: ¿no seguimos identificando mucho la voluntad de Dios con
aquello del "valle de lágrimas"? Como si el Padre nos tolerara la felicidad, la
alegría, pero lo suyo fuera lo otro: sangre, dolor y lágrimas.
Aquel genio cristiano que fue Dostoievski hace decir al stárets (monje) Zosima:
"los hombres son creados para la felicidad, y quien es plenamente feliz tiene en
verdad el derecho de decirse: He cumplido la voluntad de Dios en esta tierra.
Todos los justos, todos los santos, todos los santos mártires, todos han sido
felices". Y en la misma novela Los hermanos Karamázov, cuando el mayor,
Dimitri, pecador apasionado, es condenado injustamente, entonces redescubre la
felicidad, "la alegría, sin la cual el ser humano no puede vivir, ni puede Dios
existir, pues Dios da la alegría, es su gran privilegio".
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Vuelven a estar de acuerdo en que ser feliz exige, cuando menos, el no ser o
sentirse desgraciado. Estoy de acuerdo también. ¿Cómo se les va a pedir a los
heridos por la extrema pobreza, la soledad, la enfermedad o el desengaño, que
lleven puesta la camisa del hombre feliz? Qué duda cabe de que, acumulando
desdicha tras desdicha, no se construye, en principio, la felicidad de nadie. Y digo
en principio, porque en este extraño reino puede ocurrir de todo, como veremos
después.
¡Vaya, que si resulta complicado enriquecer a tantos de una vez, sin la resaca de
las bolsas de pobreza, las franjas de marginación, el cuarto mundo! Fíjense en
que los bienes mencionados, aunque de primera o segunda necesidad, son todos
ellos, salvo la educación, de carácter material. Nada que objetar, como he dicho,
a su esforzada consecución, a su legítimo disfrute. Ya lo advirtió el propio Jesús:
"Bien sabe vuestro Padre que tenéis necesidad de todo esto" (Mt. 6,32). Mas,
como, los bienes materiales, no llenan del todo el corazón del hombre, ¿qué
hacemos los humanos? Pues, en lugar de levantar vuelo hacia otros bienes
superiores, buscamos más de lo mismo, manejando obsesivamente la ecuación:
Dinero = a bienes materiales; y estos = a felicidad.
Nos parecemos como dos gotas de agua a aquel rico nuevo del Evangelio, que
atiborró sus graneros de cosechas abundantes y se animaba eufórico a sí mismo:
"Alma, tienes muchos bienes almacenados para años; descansa, come, bebe,
regálate" (Lc. 12, 19). Ya sabemos el final de la historia. Aquella misma noche
llegó el infarto o el derrame cerebral, y se acabó todo.
Volar más alto Un poco de filosofía, con unas gotas de teología. Hasta aquí
hemos conjugado la felicidad con el verbo tener. Tanto tienes, tanto disfrutas. A
tanto, los cien gramos de felicidad. Ocurre, sin embargo, que esa realidad tan
personal y profunda sólo se conjuga acertadamente mediante el verbo ser. "Soy
feliz". Ella forma parte de mi ser (curioso, aquí este monosílabo no es verbo, sino
nombre sustantivo), pertenece a mi persona, no a mi bolsillo, ni a mi cuenta
corriente. Sin oficiar de aguafiestas, porque los bienes materiales vienen de Dios
y nos son necesarios, ojo al aviso del Señor: No pongáis en ellos el corazón.
Dice el salmo 111: "Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus
mandatos. Su linaje será poderoso en la tierra, la descendencia del justo será
bendita".
¿Y cómo casa todo eso con lo otro de negarse a sí mismo, llevar a cuestas
nuestra cruz, vivir como pobres, soportar persecuciones y poner la otra mejilla?
Pues, muy claro de entender y difícil de practicar. Apelo a la experiencia de
cualquier creyente para que me diga si el saberse amado por Dios y abrirle su
corazón, si el asumir la vida propia como un servicio a los demás, son caminos
de amargura o de alborozo. Pues, entonces.... No conozco a ningún santo
desgraciado. Palabra.
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Me atrevo a volver hoy sobre un tema muy manido, tan viejo como el sol y la
luna, tan antiguo como el hombre mismo. Trabajarás con sudor, parirás con
dolor. Y, sin embargo, eres el rey de la creación, llevas dentro un manantial de
alegría, te sientes candidato a la felicidad, experimentas cada día la sorpresa y el
gozo de vivir. Y, como no eres filósofo de profesión, te abstienes de dar más
vueltas al asunto y buscas, en la sabiduría humana y en la fe cristiana, una
lámpara que guíe tus pasos, en este mundo ambivalente, agridulce, tragicómico,
contradictorio.
Todo eso cuenta, ante todo, para los tragos amargos de la existencia, porque,
para los buenos ratos, apenas si se requiere entrenamiento. Lo atinado es saber
conducirse, sin perder la compostura de fuera ni la serenidad interior, en los
trances duros y en los lances afortunados, siempre con los apoyos que acabo de
enumerar, combinando sabiamente la ascética con la estética cristiana. A lo
mejor tampoco se nos exige tanto, bastando, en los tragos amargos, con apretar
los dientes mirando el crucifijo, y saltar como un chiquillo cuando las cosas salen
bien.
Nuestro destino es vivir No es mi intento, empero, ofrecerles aquí un recetario de
urgencia, entre sicológico y espiritual, para salir airosos de los claroscuros de la
propia existencia. No es que eso carezca de interés, ni que yo lo descarte como
beneficioso; pero, lo que intento, hasta donde yo sepa y en lo que aquí quepa, es
ahondar un poco en la teología cristiana del dolor y del gozo, hacer una lectura
creyente del misterio del dolor, de nuestra vocación a la dicha, y de la
ambigüedad de nuestra condición temporal.
Dicen las comadronas que todos lloramos al nacer y que ese llanto es una clara
señal de que el bebé ha superado sano y salvo el trance del alumbramiento.
Abundan en la Sagrada Escritura, sobre todo en el profeta Jeremías y en el libro
de Job, los trazos oscuros sobre el componente trágico de la condición humana.
¿A qué recordar el lamento universal que proferimos en la Salve? "A ti
suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas".
Nos acosan en esta vida dos dragones siniestros, a los que designamos con el
nombre latino de misterios: mysterium doloris y mysterium iniquitatis; el
misterio del dolor y el de la iniquidad. ¿Por qué sufrimos tanto? ¿Por qué somos
tan malos? Libros, bibliotecas enteras han consumido esas dos interrogantes
claves de nuestro destino. La teología cristiana cifra en el pecado libre de los
hombres, activado por la tentación del maligno, la raíz postrera de esos males;
aunque no llega a respondernos con evidencia del porqué los permite Dios. Ahora
bien; a quienes, por revelación y gracia suya, creemos en su santidad soberana,
nos consuela creer que no puede querernos mal quien nos dio a su Hijo único, el
cual, por su parte, nos redimió con su sangre, compartió nuestro dolor hasta las
heces y nos ha destinado a disfrutar con Él una eternidad gloriosa. Nuestro
destino es vivir.
Y no hablemos de los goces del espíritu. Disfrutan como chinos los hombres de
ciencia en sus hallazgos asombrosos y gozamos también todos los que
aprendemos algo, con la experiencia continua de saber y conocer. Exultan los
poetas, los compositores musicales, así como también quienes leemos sus versos
o escuchamos sus partituras. ¡Oh la música, los libros hermosos, las obras de
arte, los asombrosos paisajes de la naturaleza! ¿Y el sentimiento inefable de la
conciencia limpia, de la amistad sincera, del perdón dado y recibido, de hacer
secretamente el bien, de convertirse a Dios? Subiendo un escalón más, los seres
humanos y, dentro de ellos, los que por la gracia bautismal nos sabemos hijos de
Dios, a más de experimentar las satisfacciones descritas de nuestro espíritu,
estamos llamados a los deleites superiores del Espíritu. Santo, se entiende. Entre
los frutos o efectos de su presencia en nuestro ser incluye san Pablo el del gozo,
y san Juan Evangelista les escribe a sus discípulos "para que su gozo sea pleno".
De las experiencias supremas de ese gozo inefable saben mucho los místicos, así
como de los desiertos desolados de la noche oscura. Dolores y gozos de san
José, dolores y gozos nuestros. San Pablo, otra vez san Pablo, asegura, no
obstante, que sobreabunda la gracia y afirmó de sí mismo, sin titubeos,
"sobreabundo de gozo".