Sie sind auf Seite 1von 11

ALEGRÍA - FELICIDAD

TEXTOS

http://www.mercaba.org/FICHAS/VALORES/alegría_felicidad.htm

1.¿Dónde se encuentra la dicha?

«Os extrañará que los hombres que se pasan la vida divirtiéndose y cuyo único
fin es distraerse sean hombres devorados por el hastío, perseguidos por el hastío
hasta en su lecho de muerte. ¿Qué es el hastío? Es el vacío que el distraído
encuentra cuando por desdicha o descuido echa una ojeada sobre sí mismo.
Todo se ha vaciado en sus actividades útiles o fútiles (pues la mayoría de las
actividades consideradas útiles son distracciones disfrazadas)...

Pero aún más molesto que el alborozo para la vida interior es la tristeza. No hay
frase más profunda y justa que ésta: «no hay santos tristes». Más molesto aún
que el alborozo y la tristeza es el hastío, pues el hastío es la muerte, la nada de
la vida interior. Hemos visto además que cada uno de ellos está íntimamente
vinculado con el otro, ya que cuanto más alborozo buscamos, más tristeza
encontramos; cuanto más buscamos la diversión, más encontramos el hastío;
cuanto más placer buscamos, más caemos en el dolor...

¿Cuál es entonces la actitud justa? Ni tristeza ni alborozo: serenidad. Buscad la


densidad interior. Haced lo contrario a distraeros, a divertiros. Convertíos.
Convertirse es volverse hacia el interior. Arrepentíos, deteneos en la pendiente
que conduce a la dispersión y a la muerte...

El hombre que se ejercita en llevar sus sentidos hacia el interior, que busca su
presencia en lugar de huir, ese hombre no se hastía nunca; ese hombre nunca
está triste; ese hombre nunca es desdichado. Aunque lo encierren en un
calabozo profundo y lo carguen de cadenas, permanece dichoso y libre en la luz.
Cuando se alcanza esa densidad, nace una tercera cosa que no es alborozo ni
tristeza; esa tercera cosa se llama gozo. Y el gozo, debéis saberlo, nunca se
expresa con risas. Ni siquiera los grandes gozos naturales.

Recuerdo que cuando estaba enamorado, mi único placer era el subirme a la


rama más alta de un árbol y pasarme allí todo el día, completamente solo,
soñando en mis amores. Y volvía tan pálido y con los ojos hundidos, que mis
amigos se acercaban y me decian: Querido, ¿qué te pasa?; ¿estás enfermo? -No.
Era feliz...

El hombre espiritual se reconoce en eso: en que está constantemente relajado,


libre y sencillo. Es sereno, y la serenidad es siempre sonriente, afable, amante y
amable; o bien grave y majestuosa, sin nada de arrogante y de soberbia...
Puede conmoverse, pero no disturbarse... Los chinos dicen: El sabio tiene tres
aspectos: de lejos parece grave, de cerca parece amable, a quien lo escucha le
parece inflexible.

LANZA DEL VASTO Umbral de la vida interior, 133-34

........................................................................

2. Padre Narciso Irala, S.l., «Misionero de la Felicidad»

Lo admirable de este hombre fue que logró vivir lo que enseñaba: vivir el
presente con plenitud, paz y alegría. Se llamaba a sí mismo "Misionero de la
Felicidad". Ofrecemos unos pensamientos del padre Narciso Irala, que él llamaba
«semillas de felicidad y salud».

1. Si yo tengo, razonablemente, pensamientos alegres y positivos, mi vida de


hoy será feliz.

2. Si veo el lado bueno de los acontecimientos y de las personas, estaré alegre y


tranquilo.

3. Si acepto a cada uno como es y excuso sus defectos, dominaré la ira y sufriré
menos.

4. Si descubro en el antipático a Cristo disfrazado con defectos, le sonreiré y


trataré con amor.

5. Si le trato «como si» me fuese muy simpático, en un mes convertiré la


aversión en simpatía.

6. Si el volcán de la ira iba a explotar por tu boca, respira hondo dos veces,
muerde tu lengua y lo apagarás.

7. Si yo me acepto tal cual soy y procuro corregir mis faltas, ¡cuánto mejorarían
mi carácter y mi hogar! 8. Si con los filósofos de Grecia, me convenzo de que el
sufrimiento da comprensión, fortaleza y paciencia, me enojaré menos.

9. Si yo creo -con San Pablo- que «la tribulación leve y transitoria de aquí me
produce un peso de gloria eterna», la aceptaré de corazón y me producirá
felicidad, salud y virtud.

10. Si yo dejo mi pasado a la misericordia de Dios, estaré más tranquilo.

11. Si yo confío mi futuro a la providencia divina, se acabará mi angustia.

12. La abeja saca miel de las flores; el alma puede sacar miel de las espinas.
Pero esta fabricación está patentada en el Cristianismo.

NARCISO IRALA Jesuitas de Extremo Oriente

........................................................................
3. Dios es un gozo inefable

El Maestro estaba de un talante comunicativo, y por eso sus discípulos trataron


de que les hiciera saber las fases por las que había pasado en su búsqueda de la
divinidad.

«Primero», les dijo, «Dios me condujo de la mano al País de la Acción, donde


permanecí una serie de años. Luego volvió y me condujo al País de la Aflicción, y
allí viví hasta que mi corazón quedó purificado de toda afección desordenada.
Entonces fue cuando me vi en el País del Amor, cuyas ardientes llamas
consumieron cuanto quedaba en mí de egoísmo. Tras de lo cual, accedí al País
del Silencio, donde se desvelaron ante mis asombrados ojos los misterios de la
vida y de la muerte».

-"¿Y fue ésta la fase final de tu búsqueda?", le preguntaron.

«No», respondió el Maestro. «Un día dijo Dios: "Hoy voy a llevarte al santuario
más escondido del Templo, al corazón del propio Dios". Y fui conducido al país de
la Risa».

ANTHONY DE MELLO

........................................................................

4. Para encontrar la alegría del reino

Si quieres saber lo que significa ser feliz, observa una flor, un pájaro, un niño...:
ellos son imágenes perfectas del reino, porque viven el eterno ahora, sin pasado
ni futuro. Por eso, no conocen la culpa y la inquietud que tanto atormentan a los
seres humanos; están llenos de la pura alegría de vivir y se deleitan, no tanto en
las personas o cosas, cuanto en la vida misma. Mientras tu felicidad esté
originada o sostenida por algo o por alguien exterior a ti, seguirás en la región de
los muertos. El día en que seas feliz sin razón alguna, el día en que goces con
todo y con nada, ese día sabrás que has descubierto ese país de la alegría
interminable que llamamos «el reino».

Encontrar el reino es lo más fácil del mundo, pero también lo más difícil. Es fácil,
porque el reino está a tu alrededor y aun dentro mismo de ti, y lo único que
tienes que hacer es extender tu mano y tomar posesión de él. Y es difícil,
porque, si deseas poseer el reino, no puedes poseer nada más. Es decir, debes
acceder a lo más hondo de ti mismo sin apoyarte en nada ni en nadie,
arrebatando a todos y a todo, para siempre, el poder de estremecerte, de
emocionarte o de darte una sensación de seguridad o de bienestar. Para lo cual,
lo primero que necesitas es ver con absoluta claridad esta contundente verdad:
contrariamente a lo que tu cultura y tu religión te han enseñado, nada,
absolutamente nada, puede hacerte feliz. En el momento en que consigas ver
esto, dejarás de ir de una ocupación a otra, de un amigo a otro, de un lugar a
otro, de una técnica espiritual a otra, de un guru a otro...

Ninguna de esas cosas puede proporcionarte ni un minuto de felicidad. Lo más


que pueden ofrecerte es un estremecimiento pasajero, un placer que al principio
crece en intensidad pero que se convierte automáticamente en dolor en cuanto
los pierdes y en hastío si se prolongan indefinidamente.

A. de Mello Una llamada al amor, SAL TERRAE, 1991

........................................................................

5. La alegría de vivir Para convertir la alegría en hábito.

Sugerencias:

-Elevar el nivel de autoestima del individuo, haciendo que se sienta importante y


necesario en la familia, en la escuela, en el grupo de trabajo, y, en definitiva,
que sea apreciado y tenido en cuenta por los demás.

-Llevar una vida ordenada y sencilla, disfrutando de las cosas pequeñas y


cotidianas que están al alcance de cualquiera: el descanso, el diálogo familiar, el
contacto con la naturaleza, la diversión sana, el vivir intensamente el presente...,
pero moderando las exigencias y deseos, ya que la búsqueda ansiosa y
descontrolada de mayores satisfacciones conduce a la pérdida del propio
equilibrio interno y, por tanto, de la verdadera alegría.

-Pensar siempre en positivo, no permitiendo la entrada a nuestra mente de


derrotismos y actitudes deprimentes o desesperanzadoras. Que el pasado
negativo o la inquietud y el desasosiego por el futuro no nos impidan vivir el
presente en paz y armonía con nosotros mismos.

-Conseguir que nuestra ocupación o trabajo sea fuente de alegría. Comprobar


que el trabajo no sólo es la expresión clara de nuestra vitalidad, inteligencia y
capacidad, sino que con él hacemos nuestra aportación a la sociedad,
contribuyendo de forma directa al bienestar físico, intelectual, moral o espiritual
de los demás.

-Fomentar cada día, a cada instante, los sentimientos de aceptación, de


conformidad y hasta de complacencia y alegría de la realidad cotidiana, sea cual
fuere. Tras cada sombra siempre se oculta un destello de luz. La alegría será
siempre nuestra fiel compañera cuando convirtamos en hábito el descubrir
siempre el lado bueno de las cosas.

-No te conformes con sentir la alegría dentro de ti, haz que aflore al exterior y
contágiala a quienes te rodean, con palabras, actitudes y gestos que les
arrastren a compartir tu propia alegría.

-Aprende a no perder ni un instante en lamentaciones y quejas inútiles sobre


algo que es irremediable, como el jarrón que se ha roto, un día lluvioso, el robo
del coche, una enfermedad incurable... Acepta lo irremediable, ya que una
actitud de protesta y disgusto por algo que no tiene solución te privará de la
alegría de vivir.

-Convierte la alegría en fiel compañera de tu vida, ya que es, sin duda, el


ingrediente principal en el compuesto de la salud física, mental y psíquica.
Bernabé Tierno Los valores humanos

........................................................................

6. La alegría, patrimonio de la experiencia religiosa Nuevos intereses

Desde la revolución francesa y desde los comienzos de la industrialización la


dimensión festiva y lúdica del hombre se ha resentido, ya que otros intereses y
tendencias la han ido desplazando y sustituyendo. Si en el siglo XVIII se acentúa
en la sociedad occidental la tendencia de la utilidad y del bienestar burgués, en
el siglo XIX, con su tecnicismo y mecanicismo, se potenció esa misma orientación
haciendo del trabajo, de la producción y de la eficacia los nuevos puntos
referenciales y esenciales para el progreso material de la sociedad. Ni el
liberalismo ni el socialismo ofrecen alimento a la alegría. Si alguna vez un siglo
se ha tomado a sí mismo y a toda la existencia en serio, éste ha sido el siglo XIX
-dice ·Huizinga.Homo ludens, pp. 226-27-.

Estos efectos heredados del siglo pasado no se han corregido en el siglo XX y


seguimos padeciendo la enfermedad de la seriedad, la ausencia de la alegría, la
falta de imaginación y una permanente insatisfacción.

Dimensión festiva del hombre Por haber perdido la jovialidad, que es gracia
divina, ya que deriva de Jovis o Júpiter, no sólo la ciencia y la política, sino
también gran parte de nuestra cultura, se han vuelto incapaces de festejar y de
mantener el sentido del buen humor, que es uno de los signos de equilibrio
humano y de salud mental. En una sociedad en la que priva el éxito, la eficacia y
el lucro, necesitamos descubrir la dimensión festiva y lúcida del hombre para
recuperar parte de la alegría perdida y del buen humor cotidiano.

En la actividad festiva y en el espíritu alegre el hombre desdramatiza más


fácilmente, se libera de la opresión del sistema de vida imperante, relativizando
ese orden vigente y los principios que sostienen que la vida tiene que ser asi y
nada más que así.

Es en la alegría en donde percibimos el sentimiento llamado felicidad, que


supone un gran enriquecimiento de nuestra intimidad y se manifiesta
exteriormente en el gesto del darse, del cantar, del abrirse y del abrazar.

-El hombre alegre El espíritu alegre está abierto hacia el mundo en el que vive
inmerso y con gran disposición de acogida, de comprensión y de intercambio. El
hombre alegre sabe complacerse y se complace en los hombres, en las cosas, en
los valores y en los acontecimientos. La alegría es uno de los medios más
eficaces para mantener la salud mental, el equilibrio emocional y la buena
relación interpersonal...

El saber reirse de uno mismo; el tener fina ironía, sin malicia ni rencor, de los
otros, de las adversidades, de los fracasos e incluso de los éxitos, es una
muestra del comportamiento inteligente del franciscano en la vida"

Antonio Merino Humanismo franciscano, extractado por "Jesús-


Cáritas, 1-1-1983, págs. 42-43
........................................................................

7. "La Buena Nueva, el Eu-angelion, no es primariamente un objeto de fe o de


ciencia y, mucho menos, un programa de acción, sino una "gran alegría"
(/Lc/02/10), una alegría que no cabe en ningún corazón humano" (Urs von
·Balthasar-V) En el N.T. la dicha es el fruto de haber renunciado a tener,
mientras que la tristeza es el estado de ánimo del que se aferra a las
posesiones... Ver Mt. 13, 44;19, 22... " (E. ·Fromm-E) "La alegria cristiana no es
una actitud psicológica, no es un entusiasmo fácil..., es un tesoro que hay que
saber descubrir..., pasa siempre por la cruz, es fruto de la cruz vivida con amor".

J.A. Pagola

........................................................................

8. DIOS DA LA ALEGRÍA

Entre otras muchas cosas de mayor calado, en su breve y tan sugerente libro
Creer que se cree (Ed. Paidós), en el que el filósofo italiano de la postmodernidad
Gianni Vattimo explica su reencuentro con la fe cristiana, propone este decisivo
interrogante: "¿Por qué la costumbre de decir que sea lo que Dios quiera sólo
cuando algo va verdaderamente mal y no, por ejemplo, cuando se gana la
lotería?".

Dicho de otro modo: ¿no seguimos identificando mucho la voluntad de Dios con
aquello del "valle de lágrimas"? Como si el Padre nos tolerara la felicidad, la
alegría, pero lo suyo fuera lo otro: sangre, dolor y lágrimas.

Aquel genio cristiano que fue Dostoievski hace decir al stárets (monje) Zosima:
"los hombres son creados para la felicidad, y quien es plenamente feliz tiene en
verdad el derecho de decirse: He cumplido la voluntad de Dios en esta tierra.
Todos los justos, todos los santos, todos los santos mártires, todos han sido
felices". Y en la misma novela Los hermanos Karamázov, cuando el mayor,
Dimitri, pecador apasionado, es condenado injustamente, entonces redescubre la
felicidad, "la alegría, sin la cual el ser humano no puede vivir, ni puede Dios
existir, pues Dios da la alegría, es su gran privilegio".

........................................

9. San Agustín desarrolló este tema en el libro 13 de su De Trinitate.

a) La felicidad—dice—exige poder realizar lo que se quiere, y querer lo que


conviene: «Posse quod velit; velle quod oportet». Si no puedes lo que quieres, tu
voluntad no está satisfecha, Si quieres lo que no conviene, tu valuntad no está
ordenada. Y lo uno y lo otro impiden tu felicidad. Cuando la voluntad no está
contenta, es pobre. Cuando la voluntad no está ordenada, se encuentra enferma.
La felicidad es incompatible con la enfermedad moral y con la pobreza no
querida.
b) Por eso concluye profundamente e] santo Doctor: "Beatus igitur non est, nisi
qui et habet omnia quae vult et nihil vult male". Sólo es feliz el que posee cuanto
desea y no desea cosa mala (cI. BAC, «Obras de San Agustín» t.5 p.716).

c) Esta definición la pone San Agustín en labios de Mónica, su madre, en el


diálogo De beata vita: Si bona -dice- velit et habeat, beatus est; si autem mala
velit, quamvis habeat, miser est.

BAC, Obras de San Agustín:. t. I p.600

_________________________________________________

10. La felicidad del cristiano

No, no es tan sencillo despachar en pocas líneas el argumento de la felicidad


humana que, con sobrada razón, constituye el anhelo más común de todos los
miembros de la especie. Si les preguntamos, en cambio, qué significa para cada
cual esa felicidad, o cuáles son, a su entender, los caminos que conducen a ella,
entonces, se acabó la unanimidad y cada cual aporta su receta, ya sea
expresándola con palabras, ya dándola a entender con su propio género de vida.

Vuelven a estar de acuerdo en que ser feliz exige, cuando menos, el no ser o
sentirse desgraciado. Estoy de acuerdo también. ¿Cómo se les va a pedir a los
heridos por la extrema pobreza, la soledad, la enfermedad o el desengaño, que
lleven puesta la camisa del hombre feliz? Qué duda cabe de que, acumulando
desdicha tras desdicha, no se construye, en principio, la felicidad de nadie. Y digo
en principio, porque en este extraño reino puede ocurrir de todo, como veremos
después.

Un sí a los bienes terrenos Parece ser que un cierto grado de bienestar


proporciona al común de los mortales una dosis paralela de felicidad personal.
Por lo tanto, es perfectamente legítimo aspirar al disfrute de esos bienes para
uno mismo y para otros. Por algo los políticos de todo el arco parlamentario
suelen presentar como objetivo global de sus programas electorales conseguir, o,
cuando menos avanzar hacia él, el llamado Estado de bienestar.

Definirlo ya es otro cantar, pero, en ese paquete de ofertas figuran siempre,


hacia arriba o hacia abajo, estos componentes: trabajo bien retribuido, vivienda
adecuada, educación hasta grados superiores, cobertura sanitaria y amplia
seguridad social, pensión satisfactoria para la jubilación. La verdad es que los
diez últimos años han demostrado con crudeza que alcanzar un estado
semejante no está tan al alcance ni siquiera de los países más avanzados de la
Unión europea.

¡Vaya, que si resulta complicado enriquecer a tantos de una vez, sin la resaca de
las bolsas de pobreza, las franjas de marginación, el cuarto mundo! Fíjense en
que los bienes mencionados, aunque de primera o segunda necesidad, son todos
ellos, salvo la educación, de carácter material. Nada que objetar, como he dicho,
a su esforzada consecución, a su legítimo disfrute. Ya lo advirtió el propio Jesús:
"Bien sabe vuestro Padre que tenéis necesidad de todo esto" (Mt. 6,32). Mas,
como, los bienes materiales, no llenan del todo el corazón del hombre, ¿qué
hacemos los humanos? Pues, en lugar de levantar vuelo hacia otros bienes
superiores, buscamos más de lo mismo, manejando obsesivamente la ecuación:
Dinero = a bienes materiales; y estos = a felicidad.

Nos parecemos como dos gotas de agua a aquel rico nuevo del Evangelio, que
atiborró sus graneros de cosechas abundantes y se animaba eufórico a sí mismo:
"Alma, tienes muchos bienes almacenados para años; descansa, come, bebe,
regálate" (Lc. 12, 19). Ya sabemos el final de la historia. Aquella misma noche
llegó el infarto o el derrame cerebral, y se acabó todo.

Volar más alto Un poco de filosofía, con unas gotas de teología. Hasta aquí
hemos conjugado la felicidad con el verbo tener. Tanto tienes, tanto disfrutas. A
tanto, los cien gramos de felicidad. Ocurre, sin embargo, que esa realidad tan
personal y profunda sólo se conjuga acertadamente mediante el verbo ser. "Soy
feliz". Ella forma parte de mi ser (curioso, aquí este monosílabo no es verbo, sino
nombre sustantivo), pertenece a mi persona, no a mi bolsillo, ni a mi cuenta
corriente. Sin oficiar de aguafiestas, porque los bienes materiales vienen de Dios
y nos son necesarios, ojo al aviso del Señor: No pongáis en ellos el corazón.

Ahora, la gota de Teología, en el lenguaje de la fe. No quiero acumular citas,


pero fíjense en lo hermosas que son. Dice Jesús: "No sólo de pan vive el hombre,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt. 4,4; Dt, 83). Dice san
Agustín: "Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón anda inquieto hasta que
descansa en ti".

Dice el salmo 111: "Dichoso quien teme al Señor y ama de corazón sus
mandatos. Su linaje será poderoso en la tierra, la descendencia del justo será
bendita".

De tanto usar la palabra Bienaventuranzas, no caemos ya en la cuenta de que


ese término equivale en nuestro idioma a dicha, a felicidad precisamente. Por
eso José María Cabodevilla tituló así su afortunado comentario a las
Bienaventuranzas: "Las formas de felicidad son ocho". De ahí que los pobres, los
mansos, los sufridos, los pacificadores, los misericordiosos, no son adjetivados
por nuestro Señor como buenos, o como santos, sino como felices.Felices de otra
manera Estamos en el cogollo de nuestro asunto. Cuando antes, en lugar de
dichosos, decíamos bienaventurados, la palabra era justa también, y muy
hermosa en castellano. Es como decir que han sido venturosos y afortunados.
Pero nos remite también a la vida eterna, a los moradores del cielo, designados
tradicionalmente así. Pero llamándolos dichosos se entiende que lo son aquí, en
este nuestro, llamado por otra parte, valle de lágrimas. O sea, que Cristo el
Señor, que, sin asomo de dudas, nos quiere felices a ustedes y a mí en este
mundo y en el otro, nos enseña que, para serlo, hemos de buscar el gozo en la
pobreza de espíritu, en la mansedumbre, en la limpieza de corazón, en la
construcción de la paz, en la misericordia, en la búsqueda insaciable de la
justicia. ¿Hay quien dé más? Hablamos ya, en directo, de la felicidad del
cristiano. Somos hombres y mujeres como los demás; nada humano nos es
ajeno y, menos aún, la felicidad. Nuestros son la tierra, el sol y las estrellas;
nuestros los paisajes, las sinfonías, los aromas exquisitos, la buena mesa, el
goce artístico, la inspiración poética, la lucidez intelectual, el amor humano.

Nuestros, el trabajo creativo, las amistades profundas, el coraje juvenil, la


serenidad de los años maduros. Nuestra, la vida. "Todas las cosas son vuestras,
proclama san Pablo, y vosotros de Cristo y Cristo de Dios". ¿A qué todo esto?
Simplemente para recordar que los discípulos de Cristo, en tanto que seres
humanos, están llamados a sacarle a la vida como tal un jugo exquisito de
felicidad, sin someterse a los ídolos, haciendo uso de la creación con verdadero
señorío.

¿Y cómo casa todo eso con lo otro de negarse a sí mismo, llevar a cuestas
nuestra cruz, vivir como pobres, soportar persecuciones y poner la otra mejilla?
Pues, muy claro de entender y difícil de practicar. Apelo a la experiencia de
cualquier creyente para que me diga si el saberse amado por Dios y abrirle su
corazón, si el asumir la vida propia como un servicio a los demás, son caminos
de amargura o de alborozo. Pues, entonces.... No conozco a ningún santo
desgraciado. Palabra.

ANTONIO MONTERO Semanario "Iglesia en camino" Archidiócesis de


Mérida-Badajoz No. 195 - Año V - 2 de febrero de 1997

_________________________________________________

11. Dolores y gozos

Me atrevo a volver hoy sobre un tema muy manido, tan viejo como el sol y la
luna, tan antiguo como el hombre mismo. Trabajarás con sudor, parirás con
dolor. Y, sin embargo, eres el rey de la creación, llevas dentro un manantial de
alegría, te sientes candidato a la felicidad, experimentas cada día la sorpresa y el
gozo de vivir. Y, como no eres filósofo de profesión, te abstienes de dar más
vueltas al asunto y buscas, en la sabiduría humana y en la fe cristiana, una
lámpara que guíe tus pasos, en este mundo ambivalente, agridulce, tragicómico,
contradictorio.

Tan malo es en esto rechazar sistemáticamente la condición humana, andar


hecho un lío y proclamar que la vida carece de sentido, como hacerse el
distraído, vivir al minuto y pasar por las cosas sin que las cosas pasen por ti.
Nada de atrincherarse tras el sentimiento trágico de la vida; pero, menos aún, en
el aburrimiento elegante de los posmodernos, sin otra receta que la consabida:
¡A vivir que son dos días! Lo nuestro, lo cristiano, va por otros derroteros.
Asumir, ante todo, la propia vida y el mundo que nos rodea, con los ojos abiertos
y la conciencia en pie, con plena presencia de ánimo y el rostro hacia adelante.
Sin sacar pecho, sin gestos arrogantes, más bien al revés: humildemente
confiados en el Padre, con la fuerza del Espíritu, copiando, lápiz en mano, el
ejemplo de Jesús.

Todo eso cuenta, ante todo, para los tragos amargos de la existencia, porque,
para los buenos ratos, apenas si se requiere entrenamiento. Lo atinado es saber
conducirse, sin perder la compostura de fuera ni la serenidad interior, en los
trances duros y en los lances afortunados, siempre con los apoyos que acabo de
enumerar, combinando sabiamente la ascética con la estética cristiana. A lo
mejor tampoco se nos exige tanto, bastando, en los tragos amargos, con apretar
los dientes mirando el crucifijo, y saltar como un chiquillo cuando las cosas salen
bien.
Nuestro destino es vivir No es mi intento, empero, ofrecerles aquí un recetario de
urgencia, entre sicológico y espiritual, para salir airosos de los claroscuros de la
propia existencia. No es que eso carezca de interés, ni que yo lo descarte como
beneficioso; pero, lo que intento, hasta donde yo sepa y en lo que aquí quepa, es
ahondar un poco en la teología cristiana del dolor y del gozo, hacer una lectura
creyente del misterio del dolor, de nuestra vocación a la dicha, y de la
ambigüedad de nuestra condición temporal.

Dicen las comadronas que todos lloramos al nacer y que ese llanto es una clara
señal de que el bebé ha superado sano y salvo el trance del alumbramiento.
Abundan en la Sagrada Escritura, sobre todo en el profeta Jeremías y en el libro
de Job, los trazos oscuros sobre el componente trágico de la condición humana.
¿A qué recordar el lamento universal que proferimos en la Salve? "A ti
suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas".

Nos acosan en esta vida dos dragones siniestros, a los que designamos con el
nombre latino de misterios: mysterium doloris y mysterium iniquitatis; el
misterio del dolor y el de la iniquidad. ¿Por qué sufrimos tanto? ¿Por qué somos
tan malos? Libros, bibliotecas enteras han consumido esas dos interrogantes
claves de nuestro destino. La teología cristiana cifra en el pecado libre de los
hombres, activado por la tentación del maligno, la raíz postrera de esos males;
aunque no llega a respondernos con evidencia del porqué los permite Dios. Ahora
bien; a quienes, por revelación y gracia suya, creemos en su santidad soberana,
nos consuela creer que no puede querernos mal quien nos dio a su Hijo único, el
cual, por su parte, nos redimió con su sangre, compartió nuestro dolor hasta las
heces y nos ha destinado a disfrutar con Él una eternidad gloriosa. Nuestro
destino es vivir.

Todos llevamos en el corazón un anhelo total de felicidad. Y a lo largo de la


historia humana los hombres han ido conquistándola paso a paso, en sus
elementos materiales y culturales, desde las cavernas hasta el Estado de
bienestar. Victorias del hombre sobre el hambre, la incultura, la enfermedad, el
salvajismo, el retraso en todos los órdenes. Vivimos en un mundo parcialmente
horrible todavía. Pero, ¡qué maravillas de la técnica, de la investigación, de la
cultura, de la conquista de las libertades, de la humanización de la convivencia!
Se han ahorrado a los niños y a los mayores infinitos sufrimientos.

Avanzamos en esto todavía. La presencia de las grandes religiones y, sobre todo,


del cristianismo en el planeta ha suavizado, con el amor y la misericordia,
infinitas penas y humillaciones de nuestros semejantes. Todos los hombres y
mujeres de la tierra saben que existe el amor, lo practican mucho ellos mismos y
disfrutan de la alegría de vivirlo. La vida, incluso de los más pobres, abre
misteriosas ventanas a la felicidad.

¿Quién, salvo en los casos de depresión profunda, dolores desesperados, o


ancianidad extrema y desvalida, no quiere seguir viviendo? Sí, con todos los
peros que se quieran, la vida es hermosa, merece la pena luchar por
hermosearla. ¿Y quién de nosotros no barrunta, en nostalgia o en lontananza,
una existencia dichosa, liberada de las trabas continuas, de los pesados lastres
de la presente? Los gozos del Espíritu Rechazo como una monstruosidad y una
avería patológica pensar que he sido creado para sufrir. Y vienen a demostrarme
que no estoy soñando los continuos relámpagos de eternidad feliz que iluminan
mi existencia: contemplo el cariño exultante de los novios, la plenitud amorosa,
espiritual y física, de los esposos fieles, la ternura de los padres y de los niños, la
dicha inefable de las familias sanas. Observo también las romerías populares, las
fiestas alegres de las gentes sencillas, abiertas a sus prójimos de toda condición,
por ejemplo, en la romería del Rocío.

Y no hablemos de los goces del espíritu. Disfrutan como chinos los hombres de
ciencia en sus hallazgos asombrosos y gozamos también todos los que
aprendemos algo, con la experiencia continua de saber y conocer. Exultan los
poetas, los compositores musicales, así como también quienes leemos sus versos
o escuchamos sus partituras. ¡Oh la música, los libros hermosos, las obras de
arte, los asombrosos paisajes de la naturaleza! ¿Y el sentimiento inefable de la
conciencia limpia, de la amistad sincera, del perdón dado y recibido, de hacer
secretamente el bien, de convertirse a Dios? Subiendo un escalón más, los seres
humanos y, dentro de ellos, los que por la gracia bautismal nos sabemos hijos de
Dios, a más de experimentar las satisfacciones descritas de nuestro espíritu,
estamos llamados a los deleites superiores del Espíritu. Santo, se entiende. Entre
los frutos o efectos de su presencia en nuestro ser incluye san Pablo el del gozo,
y san Juan Evangelista les escribe a sus discípulos "para que su gozo sea pleno".
De las experiencias supremas de ese gozo inefable saben mucho los místicos, así
como de los desiertos desolados de la noche oscura. Dolores y gozos de san
José, dolores y gozos nuestros. San Pablo, otra vez san Pablo, asegura, no
obstante, que sobreabunda la gracia y afirmó de sí mismo, sin titubeos,
"sobreabundo de gozo".

ANTONIO MONTERO Semanario "Iglesia en camino" Archidiócesis


de Mérida-Badajoz No. 213 - Año V - 15 de junio de 1997

Das könnte Ihnen auch gefallen