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La naturaleza humana1

El libro comienza con un ataque a la idea tan difundida en la actualidad de


la inexistencia de una naturaleza humana, el autor señala como gestor de esta
perspectiva, al humanista Pico della Mirandola quien reza: “Por eso Dios escogió
al hombre como obra de naturaleza indefinida, y una vez que lo hubo colocado en
el centro del mundo le habló así: -No te he dado, oh Adán, ningún lugar
determinado, ni un aspecto propio ni ninguna prerrogativa exclusiva tuya; sino que
aquel lugar, aquel aspecto, aquellas prerrogativas que tú desees, las obtendrás y
conservarás según tus deseos. La naturaleza limitada de las demás criaturas está
constreñida por las leyes que les he prescrito, pero tú determinarás tu propia
naturaleza sin ninguna barrera, según tu arbitrio, y al parecer de tu arbitrio la
entrego”2. Mosterín sitúa en esta línea de pensamiento a: Condillac, Helvétius,
Locke, Fichte y Marx.

Hume por el contrario en su famosa obra A treatise on human nature,


defenderá “a brazo partido” la existencia de una naturaleza humana. Así también
los filósofos chinos Mengzi y Xunzi quienes identificaron respectivamente la
naturaleza humana con la bondad y la maldad.

No obstante Sartre, Ortega y Gasset, además de los conductistas liderados


por Watson, siguieron defendiendo la inexistencia de una naturaleza humana.

A juicio del autor, el panorama ha cambiado bastante merced del desarrollo


científico, y todas las explicaciones mencionadas anteriormente adolecen de una
raigambre místico-filosófica que las hace incompatibles con la ciencia actual y las
investigaciones sobre el genoma humano. Mosterín hace un llamado a abordar el
problema de la naturaleza humana desde una perspectiva, valga la redundancia,
más naturalista situándose en la perspectiva darwinista, pues en palabras del
propio autor: “En nuestro tiempo, la única forma intelectualmente honesta de
abordar el tema [de la naturaleza humana] pasa por el enfoque evolucionista”. 3
Desde luego no al modo como fue planteado por Darwin en 18594, pues a lo largo
de la historia este enfoque ha sido bastamente enriquecido, sobre todo en el
último tiempo mediante la investigación del genoma humano, que según Mosterín,
es una empresa arqueológica hacia nuestra naturaleza.

1
Ed. Epasa, España, 2009.
2
Pico della Mirandola, Oratio de hominis dignitate. Fol.131r, págs.. 4 y 5 de la edición de August Buck, Felix
Meiner Verlag, Hamburgo, 1990.
3
Prólogo, pág. 11.
4
The origins of species by means of Natural Selection.
La teoría de la selección natural y la biología evolutiva muestran cómo el
código genético ha ido modificándose a lo largo de la historia a fin de adaptar a un
organismo determinado a su medio ambiente. Mosterín señala que no hay
intencionalidad o decreto divino en la selección natural, merced de lo cual se
presentan en la naturaleza lo que él denomina “chapuzas de la evolución de los
mamíferos”5 como la peligrosa conjunción del tracto digestivo con los canales de
respiración en el ser humano. Humildemente el autor afirma que “La selección
natural selecciona lo menos malo de entre lo que hay” 6 y si bien nunca podrá
predecir el curso de la evolución, es una postura afable a las leyes de la física que
no cae en la superstición y el animismo.

A continuación abordará el concepto de especie desde una perspectiva


biológica tal como lo define Ernst Mayr : “Una especie es, pues, una población o
conjunto de poblaciones de organismos sexuales que se reproducen entre sí y
están reproductivamente aislados de otras poblaciones”7 . La naturaleza de una
especie ha sido comprendida históricamente desde una perspectiva esencialista
(platónica) o poblacional como Mayr y los evolucionistas; Mosterín se pliega a la
noción de que “las bioespecies tienen una naturaleza meramente poblacional, no
esencial.”8

Desde su punto de vista evolucionista, Mosterín echa por tierra la


pretensión de algunos hombres de postular a nuestra especia como superior o
máximo exponente de la evolución. Dado que cada bioespecie es singular y única,
solo podríamos hablar de cierta superioridad evolutiva si la evolución de todas las
especies fueran por el mismo camino y la misma dirección, pero ciertamente cada
una de las especies se ha decantado por la vía que hace más llevadera su
inserción en el medio, la cual desde luego varía en función de cada especie.

La sociobiología, caprichosamente resistida por ciertos sectores, aporta


elementos altruistas a la teoría de la evolución que en principio solo comprende
actos individualistas, a este respecto el autor destaca la obra de Wilson y
Hamilton; sin embargo Mosterín no considera el trabajo del anarquista ruso
Kropotkin en “El apoyo mutuo, un factor de la evolución.”

El autor señala que es fundamental en la investigación acerca de nuestra


naturaleza, “separar lo heredado de lo adquirido, trazar la frontera entre nature y
nurture (naturaleza y crianza)”.9

5
Pág. 37.
6
Pág 36.
7
Pág. 40.
8
Pág 42.
9
Pág. 56.
Un ser vivo, a juicio de Mosterín, engloba los siguientes aspectos:
desequilibrio termodinámico (consumimos y gastamos energías), metabolismo,
reproducción y evolución por selección natural. Es fundamental para la
reproducción de un ser vivo un sistema de almacenamiento y transmisión de la
información genética, los seres vivos de la tierra poseen para estos efectos el
DNA, código genético de cuatro letras que mediante una arqueología del genoma
humano podría remitirnos hasta el último ancestro en común de todos los seres
vivos de la tierra. El ser humano en específico es un ser vivo multicelular que
posee un gran número de células eucariotas (poseen núcleo), surgidas hace
aproximadamente 2.000 millones de años, así también se reproduce sexualmente
lo que asegura la creación y preservación de variedad genética, que se traduce en
diversidad.

A continuación se tratan los rasgos que presentan en común los distintos


animales. 1) Ser organismos multicelulares “repúblicas de células eucariotas”10 o
“cooperativas de células”11 , 2) todos los animales (salvo los machos de los
hemonópteros) somos organismos diploides, vale decir tenemos dos juegos de
cromosomas en el núcleo de nuestras células, 3) Todos los animales y sólo
nosotros nos desarrollamos a partir de una blástula, 4) Nuestra individualidad: en
cada animal los diferentes células tienen un rol determinado que le permiten al
animal en cuestión gozar de cierta autonomía, 5) Nuestro sistema inmunológico
que incluso en algunos animales es adaptativo. 6) Somos heterótrofos, vale decir,
nuestro organismo carece de medios para producir su propio alimento (como las
plantas a partir de sus cloroplastos y la fotosíntesis) por tanto como dice Mosterín:
“Los animales somos, pues, totalmente dependientes del resto de la biósfera, de la
cual formamos parte inextricable.

El autor se aventura ahora en una clasificación12 histórica de los diversos


estratos por los que pasó el ser humano para llegar a ser lo que es. Ello, a partir
de la filogenia, único método para seguir el curso de la evolución biológica que dio
forma a un animal determinado.

En el reino de los animales (Animalia) el hombre se ubica en el bando de


los animales en sentido estricto (Eumetazoa), que poseen órganos y tejidos
debidamente diferenciados. Luego, según su simetría, el hombre es un animal
bilateral (dos ojos, orejas, etc.). El embrión de todo animal bilateral posee tres
capas de células (endodermo, mesodermo y ectodermo), por tanto el ser humano
es triploblasto. Los animales bilaterales se dividen a su vez en acelomados y
celomados, el ser humano se encuadra en estos últimos, que poseen una cavidad
10
Pág. 78
11
Pág 79.
12
Véase cladograma pág. 84.
interna donde alojan sus órganos. Se arriba a un hecho importantísimo para la
evolución del hombre, a saber, la distinción entre protostomos y deuterostomos.
Estos últimos, donde se encuadra el ser humano, desarrollaron el ano que les
permitió acercar su sistema digestivo al respiratorio. A juicio de Mosterín, el
metabolismo dice mucho acerca de los animales, respecto al hombre dice: “Los
humanes13 tenemos una dentadura y un sistema digestivo poco especializados,
que determina nuestra condición de omnívoros oportunistas, (…) Nuestra
naturaleza no determina unívocamente lo que tengamos que comer; como en
tantas otras cosas, también aquí contamos con un margen de maniobra o libertad
para elegir.”14 Retomando la clasificación, de entre los deuterostomos nos
cuadramos en los craniados (vertebrados, condición que habríamos heredado de
los peces), que a la vez poseen cerebro y columna vertebral, luego dentro de
estos somos gnatostomos (mandíbulas articuladas) y tetrápodos (animales
terrestres de cuatro extremidades).

Las plantas y los hongos carecen de conducta, pues son capaces de


generar su propio alimento, por tanto no necesitan sistemas nerviosos. Los
animales, en virtud de que nos movemos sí, y el modo en que transmitimos la
información para estos efectos es a través de las neuronas que a partir de los
cnidarios fueron desarrollándose hasta conformar sistemas nerviosos complejos
como el nuestro. El sistema nervioso sirve al animal para: 1) almacenar
información sobre su estado interno y entorno, 2) le confiere cierta libertad de
decisión sobre si ignorar o responder a un estímulo pues los craniados no
tenemos nuestra conducta unívocamente determinada por el entorno, 3) Además
permite almacenar información sobre eventos relacionados a estímulos que hacen
posible evaluar en el futuro un estímulo similar o igual. El sistema nervioso en los
craniados es una estructura complejísima que nunca es igual entre organismos de
la misma especie, pues sin duda las experiencias de cada organismo particular
labran conexiones sinápticas a partir de sus experiencias que determinan su
personalidad.

Mosterín señala que el origen de la vida en la tierra se suscitó en el agua y


que fueron los artrópodos los primeros animales en abandonarla hace 410
millones de años, luego estos pasaron a ser anfibios tetrápodos, que a su vez se
dividieron en amniotas y anamniotas. Los amniotas son los animales que
desarrollaron el líquido amniótico para que sus crías sobrevivieran fuera del agua.
Tal es el caso del hombre, animal vivíparo, mamífero y placentario.

13
El autor utiliza esta expresión para referirse al hombre en sentido genérico.
14
Pág. 91
Al final del 4° el autor regala este párrafo para la posteridad: “Todos los
animales navegamos por el espacio en la nave Tierra, compañeros todos de viaje,
de fatigas y emociones, linaje bendecido y abrumado por nuestra capacidad
compartida de sentir, gozar y sufrir. No hay otros compañeros. No hay otros seres
a los que mirar a los ojos. No hay otros ojos. En cualquier caso, la animalidad
constituye el estrato central de nuestra naturaleza. La asunción serena y sin
complejos de nuestra propia animalidad es la primera condición de una
autoconciencia esclarecida de lo que somos”.15

La clasificación de los mamíferos de Carl von Linné establece arbitraria y


antropocéntricamente la primacía de un tipo en específico de mamíferos, los
primates aparecidos aproximadamente hace 65 millones de años por sobre el
resto de ellos secundates y tertiates. Lo cierto es que el hombre es un simio
(Simiiforme) cual gorila y orangután aunque el último ancestro común entre estos
habría vivido hace 40 millones de años. De entre los simios somos catarrinos
(originarios de Asia y África) y merced de ello hemos heredado la vista. “El origen
de los simios está marcado por el tránsito de la noche al día, del modo de vida
nocturno al diurno, y por el auge de la visión y decadencia del olfato”. 16

La vista es fundamental para el hombre, no olvidemos que Aristóteles dijo


sobre ella “La vista es el sentido por excelencia”, o las frases que le dedica al
inicio de la metafísica.

En 1995 Walter Gehring determinó que el gen responsable de la formación


de los ojos es el Pax6, ello mediante el estudio de diversas especies bilaterales,
corroborando el origen monofilético del reino animal.

Los hominoides nos diferenciamos claramente de los cercopitecoides por el


hecho de no tener cola. Dentro de los hominoides pertenecemos junto a gorilas,
orangutanes y chimpancés, a los homínidos. No obstante hace 6 millones de años
nuestros destinos evolutivos se separaron, merced de que nuestros ancestros de
erguieron y comenzaron la marcha bípeda. Mosterín afirma que en el paso del
Mioceno al Plioceno la sabana comenzó a secarse y nuestros ancestros debieron
adaptarse al suelo para captar más fuentes alimenticias el primer género de
primates bípedos llamados australopihtecus combinaba a la perfección la vida
terrestre y árborea. Es destacable además el rol de la mano prensil en la
constitución del género humano pues una vez que el hombre se erguió esta pudo

15
Pág 103.
16
Pág 111
desarrollarse hasta convertirse en el instrumento de precisión que hoy en día
poseemos17.

El género Homo, -clasificado por von Linné incluye a los sapiens (humanes)
y sylvestris (orangutanes). No está muy claro el motivo por el cual se separaron
estas dos especies pero en 2004 Hansell Stedman plantea que una mutación en el
gen de la miosina MYH16 habría dado paso al human. Este gen es el responsable
del desarrollo muscular de la mandíbula que en los seres humanos es más bien
precario, permitiendo un mayor desarrollo de la masa encefálica. Esta mutación
habría tenido lugar hace 2,4 millones de años.

En el capítulo VI se leen quizás los pasajes más categóricos de la obra: “La


naturaleza humana no es una entelequia metafísica. La naturaleza humana
está inscrita en el genoma humano. En definitiva, la totalidad de nuestras
características ancladas en el genoma humano constituyen la naturaleza
humana”18. El genoma aporta información vital para su portador pues a partir de
este adquiere la información necesaria para desarrollarse, reproducirse y
perfeccionar sus capacidades. El genoma incluye tanto los rasgos estándar de los
humanes como los individuales de cada sujeto en cuestión.

Posteriormente Mosterín realiza en recuento histórico de lo que han sido los


principales hitos de la genética entre los que destacan: 1)1865 se publican las
célebres leyes de Mendel. 2) 1953 F. Crick y J. Watson publican en la revista
Nature su modelo de doble hélice para la estructura de DNA 3) En 1988 Watson
convence al Congreso estadounidense a financiar un proyecto para secuenciar el
genoma humano, 4) 1998 se forma la corporación privada Celera Genomics a
cargo del infame Craig Venter ex colaborador del proyecto, quien pretendía
patentar los trozos de DNA que iba secuenciando. El escándalo fue tal que el
propio Clinton tuvo que presionar a Venter para que hiciera públicos sus
resultados. 5) 14 de abril de 2003 se da a conocer la secuencia definitiva del
genoma humano19 con una eficacia del 99,99%. Mosterín hace incapié en el rol de
este proyecto en la resolución del enigma de la naturaleza humana.

El autor concluye el capítulo emocionado diciendo: “Hace miles de millones de


años que la célula sabe cómo leer los genes, pero nosotros no lo sabíamos. Ahora
ya hemos aprendido a deletrearlos como los niños del parvulario. Más adelante

17
A este respecto el autor destaca la obra de José Gaos: “Dos exclusivas del hombre: la mano y el tiempo”.
18
Pág. 136
19
Luego en 2005 se da a conocer la del chimpancé que coincide en un 98% con la del humano.
podremos leer el libro entero de nuestra naturaleza. Tardaremos varias
generaciones en entenderlo.”20

Luego, Mosterín caracteriza distintas “metáforas de la mente”, explicaciones que


buscan dar cuenta del funcionamiento de nuestro cerebro de manera alegórica.
Tal es el caso del conductismo, el psicoanálisis o el mecanicismo cartesiano.
Nuestro autor rescata el valor de estos postulados en cuanto “trampolines
heurísticos”, pero llama la atención sobre la necesidad de reemplazarlas por otras
basadas en un conocimiento directo de los mecanismos cerebrales que dan lugar
a los fenómenos psicológicos. El cerebro es el único órgano capaz de dar
continuidad temporal a los discontinuos21 episodios de conciencia que
experimentamos. No obstante la información acerca del cerebro aún es vaga y no
permite dar cuenta de cómo este organiza la experiencia, no en vano dijo Cajal:
“mientras el cerebro sea un misterio el Universo entero seguirá siendo un misterio.

Quizás la facultad más insigne del ser humano sea el lenguaje22. No hay duda
que en el reino animal ha existido desde hace larga data la comunicación, sea
está genética o bien a través de sonidos y señas. Dice Mosterín: “La parte más
original de nuestra capacidad comunicativa, la que caracteriza al lenguaje en
sentido estricto, es la sintaxis recursiva, que permite combinar las palabras en
frases y oraciones, que a su vez se combinan gramaticalmente con otras frases y
oraciones previamente formadas para crear una infinidad potencial de oraciones
distintas”.23 Se ha enseñado a distintos primates como chimpancés y orangutanes
códigos de signos que han sido adecuadamente asimilados por estos, sin
embargo ninguno de ellos evidencia algún atisbo de uso o comprensión de la
sintaxis del lenguaje humano.

Se destaca además la importancia para la ética y la moral de poseer lenguaje, al


punto de que solo el hombre podría cultivarlas: “Sin lenguaje puede haber
compasión, cooperación y quizás algo así como un sentido de la justicia, pero lo
que no puede haber es moral ni ética, pues una moral es un sistema de reglas
explícitas, articuladas lingüísticamente y la ética es la reflexión argumentada sobre
la moral”.

Buscando reconstruir el camino que llevó al hombre al lenguaje, Mosterín


nuevamente acude al genoma humano. Investigaciones en pacientes con
problemas lingüísticos lograron determinar que un raro alelo dominante en el gen
FOXP2 sería el causante de estos desordenes. Este es el único gen asociado con

20
Pág. 160
21
Merced del sueño, estados de coma, borracheras, etc.
22
Aristóteles lo manifiesta de manera explícita en La Política 1253ª, citado por Mosterín en la pág. 213.
23
Pág. 210.
la capacidad lingüística hasta ahora descubierto y la primera diferencia genética
con aspecto funcional que se conoce (aunque la diferencia entre el FOXP2 del
humán difiera en solo 2 aminoácidos con respecto a los demás primates y tres del
ratón).

Se da inicio al capítulo IX estableciendo las diferencias entre naturaleza y cultura.


Esta última en un sentido científico del término comprende todas las actividades,
procedimientos, valores e ideas transmitidos por aprendizaje social y no por
herencia genética. Naturaleza, por el contrario, hace referencia a lo congénito
adquirido durante nuestro desarrollo embrionario.

La cultura es captada por “aprendizaje social”, “vicario” como diría Vigotsky, entre
individuos de una misma especie que en cuanto tal poseen ciertas necesidades
que les son comunes. La transmisión de la cultura en sociedad se realiza a través
de actos miméticos, comunicativos o pedagógicos; animales que utilizan
herramientas (chimpancés, nutrias, etc.) se valen de este modelo para instruir a
las nuevas generaciones.

El autor hace una distinción muy interesante entre rasgos culturales ponderables
e imponderables: los primeros son instrumentos para realizar una función
adecuadamente definida, por tanto es posible determinar objetivamente lo bien o
mal que cumplen tal propósito. Los segundos reflejan las convenciones sociales
del grupo o los gustos de un individuo determinado, por lo que no hay forma de
compararlos unos con otros de un modo objetivo.

Mosterín ve que en el proceso actual de globalización las culturas se unifican al


menos en los contextos ponderables de la cultura, ello lo lleva a postular que “la
ciencia actual ya no es occidental ni cristiana sino, universal.” (…) Esta ciencia
universal juega un papel creciente no solo como base de la tecnología, sino
también como fuente de nuestra cosmovisión, de nuestra idea de quiénes somos y
de dónde venimos y hacia dónde vamos y de cómo es el mundo en que vivimos” 24.

El autor comienza a relatar como diferentes medidas de “higiene social” como: la


distribución de anticonceptivos y la esterilización, lejos de producir equilibrio
demográfico, han producido un fenómeno de explosión demográfica sin
precedentes, sobre todo en los países del tercer mundo. Hoy el hombre es el
“cáncer de la biosfera” que sin embargo es susceptible de ser erradicado, o bien
reformado. Sin embargo increpa duramente a las instituciones religiosas que
según sus palabras se han convertido en verdaderos vendedores ambulantes de
irracionalidad demográfica con su política de oponerse ciegamente al control de la
natalidad. Mosterín destaca el doble estándar, por ejemplo, de los cristianos que

24
Pág 247
aceptan ciertas prácticas médicas como operaciones o vacunas pero que se
cierran a los beneficios de una natalidad programada.

Con respecto al aborto, el autor destaca el rol que tiene el azar en la formación
del embrión y expresa que “El aborto, como el divorcio o los bomberos, se inventó
para cuando las cosas fallan”25. Según él, un embrión no es un hombre, como una
larva no es una mariposa y una bellota no es un roble. Por tanto al aborto no sería
un crimen sino una decisión que la madre debe tomar según su arbitrio y una
práctica que debe ser defendida por todo aquel que esté a favor de la libertad.

Entrando derechamente en el debate sobre la eugenesia, hace las siguientes


precisiones: 1) La eugenesia puede entenderse positivamente (selección de
ejemplares más aptos) o negativamente (erradicación de enfermedades
hereditarias, 2) Dependiendo quién ejerce el control se divide en totalitaria (el
Estado) o liberal (individuo). El autor evidencia una fe ciega en la eugenesia: “La
eugenesia es una idea cuyo tiempo no ha llegado, pues aún carecemos de
premisas y datos fiables para aplicarla. Pero ese tiempo llegará y una eugenesia
esclarecida y voluntaria podría ser una bendición para el género humano,
tomando el relevo de la selección natural, que casi hemos desactivado”26.

Más adelante introduce la discusión que han tenido Sloterdijk y Habermas sobre
la eutanasia. Sloterdijk en su conferencia Regeln für der Menschenpark se
muestra a favor de la eugenesia totalitaria dándole incluso un carácter imperativo.
Habermas reaccionó de inmediato con Die Zunkunft der menschlichen Natur
aduciendo que estas prácticas son contrarias a la dignidad humana y que atentan
contra la libertad en cuanto “la falta de disponibilidad del propio inicio” nos hace
morales, responsables e iguales. Mosterín se queja de actitud timorata de
Habermas reconociendo que la buena intención de los padres daría lugar a una
práctica responsable de la eugenesia liberal.

Nuestro autor señala que la muerte de un animal tiene lugar cuando su corazón y
pulmones dejan de funcionar, con el tiempo larvas y bacterias se alojan en el
cadáver reciclándolo, devolviéndoselo a la biosfera sustrato permanente de la
vida; todo ello producto de la finitud y temporalidad propios de los seres vivos.
Respecto al hombre el autor realiza una importantísima acotación: “Una persona
es un ser humano en el pleno uso de sus facultades mentales o corticales, tales
como la conciencia, la memoria, el lenguaje, el pensamiento, la toma de
decisiones y los sentimientos conscientes. Los embriones los fetos y los bebés no
son todavía personas. Tampoco lo son los humanos con una disminución mental
severa, los pacientes de la enfermedad de Alzheimer en estado avanzado, y los

25
Pág 293
26
Pág. 302
moribundos que sobreviven en hospitales (a veces, incluso años) en estado
vegetativo persistente o en coma, conectados a máquinas que suplen sus
funciones vitales. La vida personal es más corta que la vida organísmica, y la
muerte personal ocurre muchas veces antes que la muerte biológica”27.

Mosterín se presenta como un acérrimo defensor de la eutanasia haciendo


énfasis en que como individuos libres y soberanos que somos, estamos
facultados para decidir cuándo poner el punto final a la historia de nuestra vida. El
autor se queja de las posturas que niegan prácticas como la eutanasia y la
eugenesia, respaldándose en la tradición idealista que otorga al hombre facultades
completamente independientes de las leyes de la naturaleza, valiéndose de
términos vacíos como “dignidad”, “honor” etc. A juicio del autor, lo que debe
iluminar nuestra acción moral es el margen de acción que poseemos, nuestra
capacidad de sufrir, gozar y pensar y no entelequias metafísicas. Ninguna teoría
ética es una panacea, por lo que lo más responsable que podremos hacer será
alcanzar un compromiso práctico, que tenga en cuenta todos los aspecto
relevantes de la cuestión.”28

Para cerrar la obra el autor expone su pensamiento místico. Comienza señalando


que le es amigable la “religión cósmica” de Einstein, que buscaba la identificación
del sujeto particular con el universo. Se trata de una experiencia mística en que: 1)
todo es uno, 2) tú eres parte del todo-uno, 3) tú eres una parte consciente, una
chispa de la conciencia del todo, 4) en esa toma de conciencia tú pierdes tu
individualidad y te disuelves en el todo-uno (al menos intencionalmente) y 5) el
tiempo no pasa. Este sentimiento panteísta, similar al que planteaba Spinoza es a
juicio de Mosterín la única religión capaz de vincular racionalidad y ciencia.

Quisiera cerrar esta síntesis con la siguiente cuña del autor que caracteriza
adecuadamente su cosmovisión: “La vida es un estado excepcional de
desequilibrio termodinámico, de separación de la corriente principal de la realidad.
La muerte es la vuelta al equilibrio, a la normalidad. La individualidad del ser vivo
se construye sobre el desequilibrio con el entorno, es difícil de mantener,
improbable y frágil. La muerte es el colapso de la individualidad, el retorno a la
unidad, al equilibrio, al origen, al estado de indistinción previo a la existencia. Los
seres vivos somos espuma efímera y olas fugaces del profundo océano de la
realidad.”29

27
Pág 337
28
Pág 359
29
Pág 332.

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