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CRÍTICA SOBRE LA GADIUM ET SPES

Creo que la palabra de Dios es una sola, y que es Lámpara en la oscuridad y


lumbrera en el camino del hombre. Gadium et Spes, ha sido para mí como colocar el
punto sobre la “I”, dado que si antes creía que la iglesia sólo estaba llamada a amar el
cielo y sus tesoros espirituales y despreciar el mundo y todo lo terrenal; ahora creo más
que nunca que La Iglesia de Cristo está llamada también a velar y dirigir el andar de los
santos, en este mundo terrenal. Creo que el Espíritu Santo, dotó sapientísimamente al
Santo Padre para que pueda ser aquella lumbrera que guía a la iglesia en este mundo.

El hombre ha dado pasos gigantes hacia el progreso. En virtud de ello la imagen del
mundo se ha visto trastornada. El primero en sufrir los contragolpes de esta mutación
acelerada ha sido el mismo hombre. Y la constitución enumera en forma de antítesis los
principales de estos cambios, con su contrapartida:
1) crecimiento prodigioso de las riquezas y de la economía por un lado, hambre y
miseria de una gran parte de la humanidad por otro.
2) sentimiento agudo de libertad y de autonomía, junto con la presencia multiforme
de la esclavitud social y psíquica (dominación, opresión, tiranía de la publicidad).
3) conciencia de la interdependencia de todos, de la solidaridad universal, y por otra
parte rupturas sociales, raciales, política, ideológica y amenaza de una guerra total.
4) difusión universal de las ideas a través de los medios de comunicación social,
mientras que los mismos vocablos encierran sentidos muy distintos según las ideologías
que los manipulan (libertad, trabajo, progreso).
5) organización temporal avanzada junto con un impulso espiritual en declive.

Ante un cambio tan rápido y profundo, ¿qué pasa con el hombre? El hombre se ve
dividido entre la esperanza y la angustia. Le cuesta disipar las ambigüedades, discernir
los valores permanentes. ¿A qué tantos esfuerzos terrenos? ¿Para qué la técnica? ¿Para
qué el progreso? ¿Para qué la elevación de la masa humana hacia la cultura, si todo ese
impulso no desemboca en un estado en el que el hombre y los valores humanos queden a
salvo? Esta evolución del mundo es un desafío que hay que recoger.

La Iglesia tiene que tomar conciencia ante todo de la dimensión de esta evolución y
de su impacto en la colectividad. Debe ser más humana para ser más cristiana. El hombre
es el lugar de encuentro de los hombres, de las políticas, de las religiones. Por eso
la Gaudium et spes adopta expresamente como punto de partida la condición del hombre
de hoy: tal es el dato básico del documento. Si la Iglesia intenta comprender "el mundo en
que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones, es para poder responder de una forma
adaptada a cada generación, a las cuestiones eternas de los hombres sobre el sentido de
la vida presente y futura y sobre sus mutuas relaciones".

Si la Iglesia escudriña los signos de los tiempos, es porque se interesa por el


hombre más que el hombre mismo; es porque no existe más que para la salvación del
hombre. Su fenomenología tiende a establecer una antropología, y su misma antropología
está inspirada en una visión del hombre en Jesucristo, el hombre nuevo.

Gaudium et Spes, es la doctrina social de la iglesia, creada para promover y


defender la dignidad humana. Con esta idea, se destaca por una parte, el núcleo esencial
del texto conciliar, la dignidad de todo ser humano según es revelada por el misterio de
Cristo, y por otra, la actualidad de esta Constitución para el presente y el futuro de la
evangelización de la sociedad.

Han sido muchas las voces que han calificado a Gaudium et spes como un texto
demasiado optimista frente a la cultura y las relaciones sociales de la época en que fue
escrito, optimismo que se habría visto prontamente desmentido en las tres décadas
transcurridas desde su publicación. El Santo Padre, en cambio, calificó la actitud básica
frente al mundo y a los problemas de la época que manifiesta Gaudium et spes con la
expresión “realismo de la esperanza”, porque, por una parte, reconoce y hace suyos todos
los problemas y miserias humanas, pero, por otra, no se deja arrastrar por
el cinismo propio de la actitud derrotista que abandona finalmente su responsabilidad por
los hechos sociales. Lo que la gracia necesita, agregó el Papa, son testigos
laboriosos que sean el rostro de la esperanza en medio del mundo y ésa es la tarea de la
Nueva Evangelización.

El mensaje de la Gaudium et spes, es Cristo mismo. Él es el Señor de la historia, su


centro y su fin. Él es el “hombre perfecto” que le revela al ser humano la dignidad de su
vocación, Él es el gozo del corazón y la plenitud de sus aspiraciones, Él es la luz del
mundo que ilumina el misterio del hombre. Su gracia, por la acción del Espíritu Santo,
trabaja activamente en el corazón de todo hombre de buena voluntad.
La Iglesia no puede mirar los asuntos humanos con ojos puramente humanos, por
cuanto la naturaleza humana, asumida por la misericordia del Hijo de Dios presente en
medio de los hombres, sólo puede esclarecer su dignidad y vocación en cuanto ha sido
transformada con su presencia. El mundo, la sociedad y el hombre que vemos no es el
mismo si lo hacemos desde el misterio o desde fuera de él, desde la sola razón o desde la
síntesis de la razón y la fe; y el entendimiento cristiano busca interrogar a ambas para
establecer la medida adecuada a una naturaleza creada y redimida por el Amor.

Sobre “¿Qué es el hombre? ¿Cuál el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a
pesar de tan grandes progresos, subsisten todavía? ¿Para qué aquellas victorias,
obtenidas a tan caro precio? ¿Qué puede el hombre dar a la sociedad? ¿Qué puede
esperar de ella? ¿Qué vendrá detrás de esta vida terrestre?”; La Gaudium et Spes, no lo
hace con un espíritu especulativo, por curiosidad o por competencia en relación a la
reflexión científica y filosófica, tampoco como una forma de esclarecer su propia posición
para diferenciarse del mundo y de los que no comparten la fe en Cristo, es decir, para
tomar partido en el debate; sino por solidaridad con todos los hombres, por la conciencia
de su misión universal de salvación, por amor al destino de cada uno y de la humanidad
en su conjunto. Por ello se esfuerza en descubrir lo que ocurre al interior del corazón
humano, sus anhelos y debilidades. Así, tras enunciar algunos de los bienes sociales que
busca el hombre actual, señala que tras todas estas exigencias se oculta una aspiración
más profunda y universal: el individuo y el grupo tienen hambre de una vida plena y libre,
digna del hombre, dispuestos a someter a su propio servicio todo lo que el mundo de hoy
les puede ofrecer en tan gran abundancia.

La plenitud de vida está ligada indisolublemente a la libertad humana y a su


capacidad de discernir entre aquello que corresponde a su naturaleza y aquello que lo
desvía de su destino y finalidad. Por ello, la tradición antropológica de la Iglesia ha
planteado de forma reiterada y constante que la pregunta acerca de qué se es libre no
puede contestarse sin plantearse al mismo tiempo el para qué se es libre, es decir, la
finalidad o sentido de la dignidad del hombre. El conocer y comprender la finalidad de la
existencia es, ciertamente, una capacidad que debe presuponerse en la condición
humana en cuanto constituye una realidad única y distinta en relación a todos los otros
seres existentes. Pero no es sólo una precondición, sino también el dinamismo que
permite el desarrollo de esa misma capacidad y que corresponde a la realización propia
de ella. Puede interpretarse el conflicto interior del hombre precisamente como la
conciencia de tener una libertad a su disposición que no sabe, sin embargo, para qué
usarla ni qué sentido tiene, o bien, como la certeza de haber extraviado la libertad en un
objetivo indigno de la dignidad del hombre, que lejos de incrementar esta capacidad de
elegir, se vuelve contra ella sometiéndolo a la esclavitud.

Gaudium et spes afirma, recogiendo la enseñanza de la Sagrada Escritura, que el


hombre fue creado a “imagen de Dios”, capaz de conocer y amar a su Creador. Esta
afirmación tan fundamental plantea ya que la dignidad del hombre no sólo debe referirse a
la calidad de su origen, al hecho de ser obra del mismo Dios, sino a la vocación inscrita en
su capacidad de conocer y amar a Dios. Como la palabra capacidad lo indica, no se trata
de una fatalidad o de una determinación frente a la cual el ser humano podría sentirse
esclavizado, sino de una vocación a llevar la vida hasta la plenitud de la libertad que es el
amor. Por una parte, la libertad humana procede de Dios y el desconocimiento de este
hecho lleva al hombre a querer ponerse en el lugar de Dios y a pensar que su capacidad
de desarrollo procede de sí mismo, de su propia imaginación y creatividad. Pero el
corazón humano no sólo se turba al desconocer la procedencia de la vida, sino también al
pretender determinar por sí mismo su finalidad, como si conocer y amar a su Creador
fuese una opción entre otras muchas que se le ofrecen a su libertad y de un valor
equivalente o comparable con otras opciones.

Después de leer la Doctrina Social de la Iglesia, estoy convencido que a pesar que
nuestro destino final es el Cielo para nosotros los cristianos; Dios nos ha llamado a servir
de su amor, bondad y gracia también en este mundo; y que es el camino de perfección
para poder llegar a ser sus santos, aun desde nuestras propias profesiones y quehacer
cotidiano.

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