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El hombre ha dado pasos gigantes hacia el progreso. En virtud de ello la imagen del
mundo se ha visto trastornada. El primero en sufrir los contragolpes de esta mutación
acelerada ha sido el mismo hombre. Y la constitución enumera en forma de antítesis los
principales de estos cambios, con su contrapartida:
1) crecimiento prodigioso de las riquezas y de la economía por un lado, hambre y
miseria de una gran parte de la humanidad por otro.
2) sentimiento agudo de libertad y de autonomía, junto con la presencia multiforme
de la esclavitud social y psíquica (dominación, opresión, tiranía de la publicidad).
3) conciencia de la interdependencia de todos, de la solidaridad universal, y por otra
parte rupturas sociales, raciales, política, ideológica y amenaza de una guerra total.
4) difusión universal de las ideas a través de los medios de comunicación social,
mientras que los mismos vocablos encierran sentidos muy distintos según las ideologías
que los manipulan (libertad, trabajo, progreso).
5) organización temporal avanzada junto con un impulso espiritual en declive.
Ante un cambio tan rápido y profundo, ¿qué pasa con el hombre? El hombre se ve
dividido entre la esperanza y la angustia. Le cuesta disipar las ambigüedades, discernir
los valores permanentes. ¿A qué tantos esfuerzos terrenos? ¿Para qué la técnica? ¿Para
qué el progreso? ¿Para qué la elevación de la masa humana hacia la cultura, si todo ese
impulso no desemboca en un estado en el que el hombre y los valores humanos queden a
salvo? Esta evolución del mundo es un desafío que hay que recoger.
La Iglesia tiene que tomar conciencia ante todo de la dimensión de esta evolución y
de su impacto en la colectividad. Debe ser más humana para ser más cristiana. El hombre
es el lugar de encuentro de los hombres, de las políticas, de las religiones. Por eso
la Gaudium et spes adopta expresamente como punto de partida la condición del hombre
de hoy: tal es el dato básico del documento. Si la Iglesia intenta comprender "el mundo en
que vivimos, sus esperanzas, sus aspiraciones, es para poder responder de una forma
adaptada a cada generación, a las cuestiones eternas de los hombres sobre el sentido de
la vida presente y futura y sobre sus mutuas relaciones".
Han sido muchas las voces que han calificado a Gaudium et spes como un texto
demasiado optimista frente a la cultura y las relaciones sociales de la época en que fue
escrito, optimismo que se habría visto prontamente desmentido en las tres décadas
transcurridas desde su publicación. El Santo Padre, en cambio, calificó la actitud básica
frente al mundo y a los problemas de la época que manifiesta Gaudium et spes con la
expresión “realismo de la esperanza”, porque, por una parte, reconoce y hace suyos todos
los problemas y miserias humanas, pero, por otra, no se deja arrastrar por
el cinismo propio de la actitud derrotista que abandona finalmente su responsabilidad por
los hechos sociales. Lo que la gracia necesita, agregó el Papa, son testigos
laboriosos que sean el rostro de la esperanza en medio del mundo y ésa es la tarea de la
Nueva Evangelización.
Sobre “¿Qué es el hombre? ¿Cuál el sentido del dolor, del mal, de la muerte, que, a
pesar de tan grandes progresos, subsisten todavía? ¿Para qué aquellas victorias,
obtenidas a tan caro precio? ¿Qué puede el hombre dar a la sociedad? ¿Qué puede
esperar de ella? ¿Qué vendrá detrás de esta vida terrestre?”; La Gaudium et Spes, no lo
hace con un espíritu especulativo, por curiosidad o por competencia en relación a la
reflexión científica y filosófica, tampoco como una forma de esclarecer su propia posición
para diferenciarse del mundo y de los que no comparten la fe en Cristo, es decir, para
tomar partido en el debate; sino por solidaridad con todos los hombres, por la conciencia
de su misión universal de salvación, por amor al destino de cada uno y de la humanidad
en su conjunto. Por ello se esfuerza en descubrir lo que ocurre al interior del corazón
humano, sus anhelos y debilidades. Así, tras enunciar algunos de los bienes sociales que
busca el hombre actual, señala que tras todas estas exigencias se oculta una aspiración
más profunda y universal: el individuo y el grupo tienen hambre de una vida plena y libre,
digna del hombre, dispuestos a someter a su propio servicio todo lo que el mundo de hoy
les puede ofrecer en tan gran abundancia.
Después de leer la Doctrina Social de la Iglesia, estoy convencido que a pesar que
nuestro destino final es el Cielo para nosotros los cristianos; Dios nos ha llamado a servir
de su amor, bondad y gracia también en este mundo; y que es el camino de perfección
para poder llegar a ser sus santos, aun desde nuestras propias profesiones y quehacer
cotidiano.