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El propósito del diezmo era recordar a la gente que todas las cosas son propiedad de
Dios y enseñarles a poner a Dios primero en sus vidas. Dios es sumamente generoso.
Les permitió quedarse con nueve décimos de todo lo que cosechaban, pero el diezmo,
la primera décima parte, pertenecía a Él. La Biblia dice:
Y el diezmo de la tierra, así de la simiente de la tierra como del fruto de los árboles, de
Jehová es; es cosa dedicada a Jehová (Levítico 27:30).
Además de sus diezmos, el pueblo de Dios daba ofrendas voluntarias. Los diezmos
y las ofrendas se entregaban a los sacerdotes de Dios. Este fue su modo de ganar la vida,
ya que no tenían tierra propia. Dios dijo a Su pueblo que trajeran sus diezmos y ofrendas
cuando vinieran a adorarle. Dios dijo:
Y ninguno se presentará delante de Jehová con las manos vacías; cada uno con la ofrenda
de su mano, conforme a la bendición que Jehová tu Dios te hubiere dado
(Deuteronomio 16:16–17).
Dios estaba enseñando a Su pueblo a ofrendar. Cuando ellos daban libremente a Dios,
Dios les daba cosechas abundantes. La Biblia dice:
Honra a Jehová con tus bienes, Y con las primicias de todos tus frutos; Y serán llenos tus
graneros con abundancia (Proverbios 3:9–10).
¿Fue el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento siempre fiel para entregar sus diezmos
y ofrendas a Él? No, no lo fue. Dios dijo:
¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos
robado? En vuestros diezmos y ofrendas (Malaquías 3:8).
¿Qué sucedió cuando robaron a Dios? Quedaron bajo la mano castigadora de Él. Dios
dijo:
Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado
(Malaquías 3:9).
La primera ofrenda que Dios quiere de nosotros somos nosotros mismos. Él orden
es: primero, entrégate a Dios y en seguida, da una porción de lo que recibes de Dios. Los
cristianos de Macedonia hicieron justamente eso y el Apóstol Pablo los alabó por ello.
Pablo escribió:
A sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios
(2 Corintios 8:5).
Nuestro ofrendar debe costarnos algo. En una ocasión el Señor Jesús se sentó en el
templo mirando a la gente presentar sus dádivas. Algunos eran ricos y daban mucho.
Entonces vino una viuda pobre y echó dos pequeñas monedas de cobre. Estas monedas
tenían muy poco valor monetario; sin embargo, a los ojos de Dios, esta mujer había
dado mucho más que todos los que habían ofrendado aquel día. ¿Por qué? Porque ella
había dado todo lo que tenía, todo su sustento. Jesús dijo:
De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el
arca; porque todos han echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza, echó todo
lo que tenía, todo su sustento (Marcos 12:43–44).
¿A Quien Debemos Ofrendar?
En Su Palabra, Dios nos dice a quién debemos ofrendar:
Por lo común, la mayor parte de nuestras dádivas debemos dar a nuestra iglesia local
si es una iglesia donde se enseña fielmente la Biblia y donde Cristo es exaltado. Dios ha
ordenado que Su iglesia y Sus ministros vivan de las dádivas de Su pueblo. La Biblia
dice:
Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio (1
Corintios 9:14).
Debemos ofrendar a aquellos que nos han ayudado espiritualmente.
En San Lucas 12:16–21, el Señor Jesús cuenta de un hombre rico que tenía muchos
bienes. Sus tierras dieron una cosecha tan grande que no tenía dónde guardarla. Se
dijo: “Ya sé lo que voy a hacer. Voy a derribar mis graneros y hacer otros más grandes
y allí guardaré toda mi cosecha y todo lo que tengo".
Entonces diré a mi alma: “Alma mía, tienes muchos bienes guardados para muchos
años; descansa, come, bebe, alégrate”.
Pero Dios le dijo: “Necio, esta misma noche vas a morir; y lo que tienes guardado, ¿de
quién será?”
Jesús dijo, Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios (Lucas 12:21).
Si deseamos ser ricos para con Dios, debemos ser buenos mayordomos de todo lo que
Dios nos ha dado. Debemos siempre tener presente que:
Los parientes consultaron con la Sociedad Bíblica de Inglaterra. Un oficial allí les
dijo: “¡Ésto es asombroso! Unos misioneros en el Africa han trabajado por años
traduciendo la Biblia a un nuevo lenguaje. Acabamos de recibir el manuscrito”.
Cuando le preguntaron cuánto costaría imprimir las Biblias en este nuevo idioma, el
oficial les contestó: “Cerca de tres mil dólares”. Rápidamente los familiares hicieron
colecta nuevamente y reunieron el resto del dinero.
Dentro de poco tiempo las Biblias fueron impresas y enviadas a aquella tribu africana
que jamás había tenido la Palabra de Dios en su propia lengua. Muchos llegaron a
conocer a Cristo como Salvador a través de la lectura de la preciosa Palabra de Dios.
(Citado por L.E. Maxwell)
Imaginemos a este caballero anciano unos años más tarde cuando entró al Cielo.
Muchos de esta misma tribu africana ya se habían muerto y estaban en el Cielo. Al
entrar el anciano lo recibe un grupo de gente que le da la bienvenida y lo abrazan
diciendo, “Tú eres nuestro amigo. Te estábamos esperando”.
Él los mira con sorpresa y les dice: “Pero no los conozco, ¿quiénes son ustedes?”
“Tal vez tú no nos conozcas”, le dicen, “pero nosotros te conocemos a ti. Tú eres aquel
que hizo posible que tuviéramos la Palabra de Dios en nuestro propio idioma. Si no
hubiera sido por ti, no estaríamos en este bellísimo lugar. ¡Tú eres nuestro amigo por
toda la eternidad!”
Llegará un día en que nuestro dinero será inútil y sin significado. El día llegará en
que nuestra mayordomía habrá terminado. En el poco tiempo que nos queda, debemos
usar nuestro dinero para ganar a otros para Cristo y hacer así amistades eternas. Ésta
es la mejor y más sabia manera de usar el dinero.
Cada uno de nosotros debe preguntarse: “¿Soy un buen mayordomo de todo lo que Dios
me ha encargado? ¿Estoy usando mi dinero para hacerme de amigos eternos? ¿Habrá
alguien que me reciba dándome la bienvenida en el Cielo y diciéndome: “Si no hubiera
sido por ti, yo no estaría en este bellísimo lugar. Tú eres mi amigo por toda la
eternidad.”?