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Las Instrucciones de Dios para Ofrendar

En la lección pasada aprendimos tres grandes principios respecto al dinero


y a las posesiones:
1. Dios es el dueño de todas las cosas.
2. Todas las cosas vienen de Dios.
3. Nosotros y todo lo que tenemos pertenecemos a Dios.
La Biblia dice que somos los “administradores” de Dios. Un administrador es uno
que maneja el dinero o las propiedades que pertenecen a otra persona. Como
administradores de Dios somos responsables ante Él por la forma en que manejamos lo
que Él nos ha encomendado. En esta lección aprenderemos cómo podemos ser buenos
administradores, especialmente en el asunto de ofrendar. Aprenderemos como
podemos usar el dinero para hacer “amistades eternas”.
La Enseñanza del Antiguo Testamento Respecto a Ofrendar
Cuando Dios sacó a Su pueblo de la esclavitud de Egipto y lo trajo a Canaán, les dio
una tierra rica y fértil. De todo lo que cosechaban en esta buena tierra, Dios pedía que
le dieran la primera décima parte. Esto se llamaba “el diezmo”. La palabra diezmo
significa “la décima parte”.

El propósito del diezmo era recordar a la gente que todas las cosas son propiedad de
Dios y enseñarles a poner a Dios primero en sus vidas. Dios es sumamente generoso.
Les permitió quedarse con nueve décimos de todo lo que cosechaban, pero el diezmo,
la primera décima parte, pertenecía a Él. La Biblia dice:
Y el diezmo de la tierra, así de la simiente de la tierra como del fruto de los árboles, de
Jehová es; es cosa dedicada a Jehová (Levítico 27:30).
Además de sus diezmos, el pueblo de Dios daba ofrendas voluntarias. Los diezmos
y las ofrendas se entregaban a los sacerdotes de Dios. Este fue su modo de ganar la vida,
ya que no tenían tierra propia. Dios dijo a Su pueblo que trajeran sus diezmos y ofrendas
cuando vinieran a adorarle. Dios dijo:
Y ninguno se presentará delante de Jehová con las manos vacías; cada uno con la ofrenda
de su mano, conforme a la bendición que Jehová tu Dios te hubiere dado
(Deuteronomio 16:16–17).
Dios estaba enseñando a Su pueblo a ofrendar. Cuando ellos daban libremente a Dios,
Dios les daba cosechas abundantes. La Biblia dice:
Honra a Jehová con tus bienes, Y con las primicias de todos tus frutos; Y serán llenos tus
graneros con abundancia (Proverbios 3:9–10).
¿Fue el pueblo de Dios en el Antiguo Testamento siempre fiel para entregar sus diezmos
y ofrendas a Él? No, no lo fue. Dios dijo:
¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos
robado? En vuestros diezmos y ofrendas (Malaquías 3:8).
¿Qué sucedió cuando robaron a Dios? Quedaron bajo la mano castigadora de Él. Dios
dijo:
Malditos sois con maldición, porque vosotros, la nación toda, me habéis robado
(Malaquías 3:9).

Cuando el pueblo de Dios se arrepintió de su desobediencia y empezó una vez más a


obedecerle respecto a los diezmos y a las ofrendas, Dios derramó Sus bendiciones sobre
ellos. Dios dijo:
Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa; y probadme ahora en esto,
dice Jehová de los ejércitos, si no os abriré las ventanas de los cielos, y derramaré sobre
vosotros bendición hasta que sobreabunde (Malaquías 3:10).
La Enseñanza del Nuevo Testamento Respecto a Ofrendar
Un gran principio en la Biblia respecto a ofrendar, es éste: cuando nosotros damos
a Dios, Dios nos da a nosotros. El Señor Jesucristo dijo:
Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro
regazo (Lucas 6:38).

Cuando Dios da, El da abundantemente. Es muy generoso. En la era de Cristo, la


gente compraba a bulto su grano. Muchos vendedores vaciaban el grano en una medida,
sin permitir que el comprador lo remeciera para asentarlo bien. No es así con el Señor.
Él da “medida buena, apretada, remecida y rebosando”.
Él ofrendar facilita a que Dios nos dé. Mientras más damos, más nos da Dios a nosotros;
mientras menos damos, menos nos da Dios. Jesús dijo:
Porque con la misma medida con que medís (dan), os volverán a medir (a dar) (Lucas
6:38b).
Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento establecen la misma enseñanza: Cuando
nosotros damos a Dios, Dios nos da a nosotros. Dios no es pobre; tampoco es tacaño.
Le gusta darle a Sus hijos, pero debemos cumplir Sus condiciones: “Dad y se os dará”.
Dios no pide que le ofrendemos porque Él esté en necesidad de lo que tenemos. Él dice:
Si yo tuviese hambre, no te lo diría a ti; Porque mío es el mundo y su plenitud (Salmo
50:12).
Dios quiere que le ofrendemos porque Él desea que Sus hijos sean como Él. Dios es
generoso y desea que nosotros seamos generosos. Otra razón por qué Dios nos pide
ofrendar es para que podamos “hacernos tesoros en el cielo”. No podemos enviar al
Cielo nuestro dinero, pero podemos ofrendarlo para ganar a otros para Cristo. Esto es
hacerse tesoros en el Cielo.
Principios Sobre el Ofrendar
La Palabra de Dios nos presenta varios principios respecto al ofrendar:

Primeramente, entrégate a ti mismo a Dios.

La primera ofrenda que Dios quiere de nosotros somos nosotros mismos. Él orden
es: primero, entrégate a Dios y en seguida, da una porción de lo que recibes de Dios. Los
cristianos de Macedonia hicieron justamente eso y el Apóstol Pablo los alabó por ello.
Pablo escribió:
A sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios
(2 Corintios 8:5).

Da como Dios te haya prosperado a ti.


En el Antiguo Testamento, Dios mandó a Su pueblo que le entregaran la décima
parte de todo lo que ganaban. En el Nuevo Testamento, Dios no estableció una regla
sobre cuanto debemos ofrendar. En vez de eso, la Palabra de Dios dice:
Cada uno de vosotros ponga aparte algo, según (Dios le) haya prosperado (1 Corintios
16:2).
¿Qué porcentaje de nuestras entradas debemos dar? Podemos tomar el diezmo (el diez
por ciento) como el mínimo de lo que debemos ofrendar, pero podríamos dar mucho
más que eso. Esto depende de cuán agradecidos estemos por las bendiciones de Dios y
cuán fuerte sea nuestro deseo de “hacernos tesoros en el cielo”.
El hombre de negocios cristiano, R.G. LeTourneau, acostumbraba a entregar el
noventa por ciento de sus ganacias a Dios. Un día alguien le preguntó: “Señor
LeTourneau, ¿es cierto que usted da el noventa por ciento de sus entradas al Señor?”
Él contestó: “No, yo no le doy nada a Dios. Todo le pertenece a Él. Yo sólo retengo el
diez por ciento”.
Da sistemáticamente.

El ofrendar es un acto de adoración y no debe ser un proyecto casual. Debemos


ofrendar sistemáticamente “cada primer día de la semana”, que es el día cuando vamos
a la iglesia. La Biblia dice:
Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya
prosperado… (1 Corintios 16:2).
Nadie queda excluído. Ancianos y jóvenes, pobres y ricos; todos debemos participar en
diezmar y ofrendar. La Biblia dice:
“Cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado”.
Da alegremente y con liberalidad.
Sea lo que fuere nuestra ofrenda, El Señor desea que se la demos
voluntariamente y de todo corazón. Dios no quiere que ofrendemos con tristeza.
La Biblia dice:
Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque
Dios ama al dador alegre (2 Corintios 9:7).
Da con sabiduría.
El Señor Jesús dijo que teníamos que ser “buenos y sabios administradores”.
Algunos cristianos ofrendan con liberalidad, pero no son sabios al ofrendar. El
dar a una iglesia u organización que NO esté predicando fielmente la Palabra de Dios,
no es ofrendar con sabiduría. Debemos tener tanto cuidado al invertir nuestro dinero
para Dios, como lo tenemos al invertir en un negocio. Debemos poner el dinero donde
produzca los mayores intereses espirituales.
Como Mide Dios Nuestro Ofrendar
No tienes que poseer grandes sumas de dinero para ser un gran dador a los ojos de
Dios. Dios no mide nuestro dar por el tamaño de nuestras ofrendas. Él lo mide por la
cantidad que damos en relación a lo que tenemos. Dios mira cuánto sacrificamos
cuando ofrendamos. Según este modo de medir nuestro ofrendar, una persona pobre
puede dar igual o aun más que una persona rica.

Nuestro ofrendar debe costarnos algo. En una ocasión el Señor Jesús se sentó en el
templo mirando a la gente presentar sus dádivas. Algunos eran ricos y daban mucho.
Entonces vino una viuda pobre y echó dos pequeñas monedas de cobre. Estas monedas
tenían muy poco valor monetario; sin embargo, a los ojos de Dios, esta mujer había
dado mucho más que todos los que habían ofrendado aquel día. ¿Por qué? Porque ella
había dado todo lo que tenía, todo su sustento. Jesús dijo:
De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el
arca; porque todos han echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza, echó todo
lo que tenía, todo su sustento (Marcos 12:43–44).
¿A Quien Debemos Ofrendar?
En Su Palabra, Dios nos dice a quién debemos ofrendar:

Debemos ofrendar a nuestra iglesia local.

Por lo común, la mayor parte de nuestras dádivas debemos dar a nuestra iglesia local
si es una iglesia donde se enseña fielmente la Biblia y donde Cristo es exaltado. Dios ha
ordenado que Su iglesia y Sus ministros vivan de las dádivas de Su pueblo. La Biblia
dice:
Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio (1
Corintios 9:14).
Debemos ofrendar a aquellos que nos han ayudado espiritualmente.

En la Palabra de Dios se nos dan instrucciones de compartir nuestro dinero con


aquellos que nos han enseñado la Palabra de Dios y nos han ayudado espiritualmente.
La Biblia dice:
El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye
(Gálatas 6:6).

Debemos dar a los necesitados.


Debemos dar a los necesitados, especialmente a los que son creyentes. Ésta es una
forma con la cual podemos demostrar que tenemos el amor de Dios en nuestro corazón.
La Biblia dice:
Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra
contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? (1 Juan 3:17).
Por regla general, nuestro ofrendar para los necesitados debe ser a través de la iglesia
local. Toda ofrenda debe ser con sencillez y sin atraer ninguna atención a nosotros
mismos. La Biblia nos enseña que el que da, debe hacerlo con sencillez y sin interés
propio. (Romanos 12:8).

Debemos ofrendar a quienes están llevando el evangelio a los inconversos.


Cada cristiano tiene la responsabilidad de llevar el evangelio a los inconversos. El
mandamiento de Dios para nosotros es: Id por todo el mundo y predicad el evangelio
a toda criatura (Marcos 16:15). Si no podemos ir nosotros, debemos tomar como
privilegio el ayudar a sostener misioneros que están llevando el evangelio a quienes
nunca han aceptado a Cristo.
Ofrendar es Sembrar

Ofrendar no es tirar el dinero a la calle, es sembrar. Cuando sembramos semillas,


no las estamos tirando; sino las estamos sembrando para poder cosecharlas más tarde.
La cantidad de la cosecha depende de cuanto hayamos sembrado. Ésto es cierto también
respecto a ofrendar. Escribiendo a la iglesia de Corinto respecto a las ofrendas, Pablo
dijo:
El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra
generosamente, generosamente también segará (2 Corintios 9:6).
Dios quiere proveer dinero para el mantenimiento de Sus iglesias y para enviar a Sus
siervos a predicar a los inconversos del mundo. ¿Cómo hace Dios esto? El nos da dinero
para que podamos ofrendar para Su obra. El quiere ayudarnos a ser generosos. La Biblia
dice:
Poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo
siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra (2 Corintios
9:8).
El Señor Jesucristo mismo es nuestro ejemplo en este asunto de ofrendar. La Biblia
dice:
Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se
hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos (2
Corintios 8:9).
Haciendo Amistades Eternas
El Señor Jesús enseñó a menudo a Sus discípulos por medio de parábolas. Una
parábola es una historia corta que contiene una o más verdades espirituales.

En San Lucas 12:16–21, el Señor Jesús cuenta de un hombre rico que tenía muchos
bienes. Sus tierras dieron una cosecha tan grande que no tenía dónde guardarla. Se
dijo: “Ya sé lo que voy a hacer. Voy a derribar mis graneros y hacer otros más grandes
y allí guardaré toda mi cosecha y todo lo que tengo".
Entonces diré a mi alma: “Alma mía, tienes muchos bienes guardados para muchos
años; descansa, come, bebe, alégrate”.
Pero Dios le dijo: “Necio, esta misma noche vas a morir; y lo que tienes guardado, ¿de
quién será?”

Jesús dijo, Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios (Lucas 12:21).
Si deseamos ser ricos para con Dios, debemos ser buenos mayordomos de todo lo que
Dios nos ha dado. Debemos siempre tener presente que:

La vida es una administración, no una propiedad.


Todo lo que tenemos pertenece a Dios. No somos dueños de nada. Somos
sencillamente administradores de Dios, usando lo que El nos ha encargado. La
Biblia nos enseña que si no podemos ser fieles en las cosas pequeñas, no se nos darán
responsabilidades grandes. Si no somos fieles en administrar un poco de dinero, ¿cómo
podemos esperar que Dios nos entregue mucho dinero?
El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es
injusto (no tiene honradez), también en lo más es injusto (Lucas 16:10, ver también los
versículos 11–13).

Un día tendremos que dar cuenta de nuestra mayordomía.


Dios nos ha dado vida, salud, talentos, habilidades, dinero y muchas cosas
más. Un día tendremos que darle cuenta de todo lo que Él nos ha entregado. El
oír Su voz diciéndonos, “Bien hecho, buen siervo y fiel”, valdrá mucho más que
cualquier otra cosa que este mundo nos pueda ofrecer.
Ganar a otros para Cristo es el más sabio y mejor uso que se le puede dar al
dinero.

En San Lucas 16:9, el Señor Jesucristo dijo:


Ganad amigos por medio de las riquezas injustas (el dinero), para que cuando éstas (las
riquezas) falten, os reciban (los amigos que has ganado) en las moradas eternas.
Lo que el Señor está diciendo aquí, es que debemos usar nuestro dinero para hacernos
amigos eternos, para que estos amigos, los que hemos ayudado a aceptar a Cristo,
puedan estar allá para recibirnos cuando lleguemos al Cielo.
Se cuenta la historia de un anciano en Inglaterra, quien aproximaba a los ochenta
años. No sabiendo qué regalarle para su cumpleaños, sus hijos y parientes decidieron
juntar el dinero designado para comprarle regalos y entregarle toda esa cantidad para
que él comprara lo que deseara.
Entre todos juntaron una suma equivalente a E.U. $2.400, más o menos. Cuando le
contaron ésto, el anciano preguntó: “¿Quieren decir que reunieron todo este dinero y
que yo puedo hacer lo que quiera con él?”
Cuando le aseguraron que así era, él dijo: “Quiero que este dinero se use para
imprimir la Biblia en el idioma de alguna tribu que nunca la ha tenido en su propia
lengua”.

Los parientes consultaron con la Sociedad Bíblica de Inglaterra. Un oficial allí les
dijo: “¡Ésto es asombroso! Unos misioneros en el Africa han trabajado por años
traduciendo la Biblia a un nuevo lenguaje. Acabamos de recibir el manuscrito”.
Cuando le preguntaron cuánto costaría imprimir las Biblias en este nuevo idioma, el
oficial les contestó: “Cerca de tres mil dólares”. Rápidamente los familiares hicieron
colecta nuevamente y reunieron el resto del dinero.
Dentro de poco tiempo las Biblias fueron impresas y enviadas a aquella tribu africana
que jamás había tenido la Palabra de Dios en su propia lengua. Muchos llegaron a
conocer a Cristo como Salvador a través de la lectura de la preciosa Palabra de Dios.
(Citado por L.E. Maxwell)
Imaginemos a este caballero anciano unos años más tarde cuando entró al Cielo.
Muchos de esta misma tribu africana ya se habían muerto y estaban en el Cielo. Al
entrar el anciano lo recibe un grupo de gente que le da la bienvenida y lo abrazan
diciendo, “Tú eres nuestro amigo. Te estábamos esperando”.
Él los mira con sorpresa y les dice: “Pero no los conozco, ¿quiénes son ustedes?”
“Tal vez tú no nos conozcas”, le dicen, “pero nosotros te conocemos a ti. Tú eres aquel
que hizo posible que tuviéramos la Palabra de Dios en nuestro propio idioma. Si no
hubiera sido por ti, no estaríamos en este bellísimo lugar. ¡Tú eres nuestro amigo por
toda la eternidad!”
Llegará un día en que nuestro dinero será inútil y sin significado. El día llegará en
que nuestra mayordomía habrá terminado. En el poco tiempo que nos queda, debemos
usar nuestro dinero para ganar a otros para Cristo y hacer así amistades eternas. Ésta
es la mejor y más sabia manera de usar el dinero.
Cada uno de nosotros debe preguntarse: “¿Soy un buen mayordomo de todo lo que Dios
me ha encargado? ¿Estoy usando mi dinero para hacerme de amigos eternos? ¿Habrá
alguien que me reciba dándome la bienvenida en el Cielo y diciéndome: “Si no hubiera
sido por ti, yo no estaría en este bellísimo lugar. Tú eres mi amigo por toda la
eternidad.”?

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