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La riqueza de las naciones describe cómo la división del trabajo y la expansión

del comercio generan mayor producción, riqueza y bienestar social, lo cual es


irrefutable: hoy nadie, ni siquiera el político más populista, discute las
bondades de la división del trabajo, que permite que cada quien se especialice
en las actividades que realiza con más eficiencia.

La mayor productividad permite que una persona genere bienes que exceden
sus necesidades inmediatas, lo que resulta en un intercambio de estos
artículos por otros excedentes distintos que generó alguien más, lo que
impulsa el comercio y nos permite gozar de satisfactores que no tendríamos
en autarquía (un término económico que significa autosuficiencia económica).

Curiosamente algunos políticos nos hablan de las bondades de distintos


grados y formas de autarquía, como cuando nos hablan de la autosuficiencia
alimentaria, sin embargo, la evidencia económica sugiere que la autarquía no
es una condición deseable, todo lo contrario.

Continuando con el argumento de Smith, la mayor producción reduce el precio


de los artículos en el mercado. Mientras tanto, la expansión del comercio
amplía la demanda, lo que finalmente se traduce en incrementos en la
producción para satisfacerla, haciendo necesario contratar más trabajadores,
con lo que aumentan los salarios y con ello el nivel de vida en una nación.

De acuerdo con Smith, otro factor que incrementa sustancialmente la


productividad de la mano de obra es la inversión en capital fijo, es decir en
infraestructura y maquinaria. Esta inversión en principio se realiza en beneficio
de los accionistas pero a largo plazo beneficia también al trabajador, al
incrementar su productividad. Por otra parte, si se genera ahorro nacional se
garantizan los recursos para aumentar dicho capital y se crea un círculo
virtuoso que acelera el crecimiento económico.
En cuanto al papel del gobierno, Adam Smith piensa que debe dedicarse
sólo a la defensa nacional y a impartir justicia, así como a crear
organismos benéficos para la comunidad e infraestructura, siempre y
cuando estas actividades no sean rentables para los inversionistas
privados. Añade que los gobiernos que gastan más allá de sus ingresos
generarán deudas con fuertes cargas para las futuras generaciones, y con
una gran visión indicó que, “las enormes deudas oprimen y posiblemente
arruinarán a las grandes naciones de Europa”.

El libro tiene imprecisiones propias de su época y argumentos que hoy parecen


simples, pero nadie puede rebatir que el ahorro, la inversión y la expansión del
comercio, así como las finanzas públicas sanas, favorecen la riqueza de las
naciones.

Si todo esto lo sabemos desde hace 236 años, ¿por qué algunos políticos
pretenden olvidar estos principios básicos de economía y prosperidad?

La riqueza de las naciones de Smith, plantean como ideas principales a la división de trabajo, aquel que
con un buen incentivo y con una recompensa de su esfuerzo, la producción aumentará.
Así mismo, el precio debe estar evaluado de acuerdo a la demanda del mercado y a su economía. Como
la responsabilidad del estado de proteger a dicha división de monopolios, y de invertir y realizar un
trabajo productivo de manera eficiente.

Y por último, una nación debe encargarse de ser sostenible a través de las exportaciones, sin atreverse a
usar la deuda pública como medio de financiación. Y a su vez, los trabajadores deben aportar al estado
de acuerdo a los ingresos que genera, el pago de impuestos, ya que una nación no puede sostenerse sola.

Adam Smith nació en Kirkaldy (Fileshire, Escocia) en 1723. Joven


inteligente, dio sus primeros pasos como profesional en las universidades
de Oxford (cuya educación no despertó gran entusiasmo en él) y
Edimburgo, antes de acceder a un puesto de profesor titular en la
Universidad de Glasgow, dentro de la especialidad de lógica. Las nociones
de lógica no eran el único campo en que destacaba, por lo que, años más
tarde, pasaría a ostentar la cátedra de filosofía moral, que englobaba
materias teológicas, de derecho, economía política y ética. Es en estas dos
últimas en las que Smith escribiría su nombre para la historia gracias a sus
revolucionarias tesis.

En la universidad, Smith, que tenía fama de inteligente pero


también de despistado y agradable, entró en contacto con
representantes de la cultura y las ciencias de Escocia. Entre muchos
otros, trabó amistad con el filósofo escocés por antonomasia: David
Hume, uno de los más grandes empiristas que han existido. La amistad con
Hume fue especialmente fructífera y cercana, influyéndose ambos
mutuamente en sus escritos posteriores. La primera de esas obras, en el
caso de Smith, fue su Teoría de los sentimientos morales, libro de
extraordinaria calidad que, no obstante, ha quedado relativamente
ignorado frente al éxito histórico de La riqueza de las naciones.

Tras años como profesor universitario, requerirá de los servicios de


Smith Charles Townsend, quien fuera responsable fiscal de las colonias
inglesas. Townsend buscaba un tutor de renombre para su hijastro, el
Duque de Buccleuch, y pensó en Adam Smith como una buena opción
dados sus conocimientos y trayectoria. Smith renunció a su trabajo en
Glasgow y se trasladó a Toulouse, Francia, donde comenzaría la redacción
del libro que nos ocupa: Una investigación sobre la naturaleza y causas de
la riqueza de las naciones. No vería la luz hasta 1776.

Aunque la obra no tuvo un éxito inmediato, poco a poco fue


ganándose el interés del público, hasta que su sistema acabó
convirtiéndose la piedra angular del desarrollo y la riqueza de Occidente.
Para 1790, cuando le llegó la hora de morir a Adam Smith, su fama había
traspasado fronteras y fue colmado de honores.

Aunque cercano y bondadoso, Smith fue una persona introvertida, y aún


quedan algunas lagunas respecto a su vida y personalidad, siendo
probablemente el mayor misterio su decisión, al morir, de que fueran
quemadas todos sus borradores y manuscritos.
IMPORTANCIA DEL LIBRO

Hoy nadie duda que Adam Smith es el padre de la economía


moderna y creador del sistema económico dominante: el liberalismo
económico o capitalismo. Se ha dicho, con bastante certeza, que antes de
Adam Smith existían discusiones económicas y, tras él, se discutía de
economía.

El libro basa buena parte de sus teorías en la realidad de una


naturaleza humana innata y la máxima expresión de esta: la
libertad individual.Smith postulaba que la tendencia primaria de todo ser
humano es el amor a sí mismo y la búsqueda del bienestar y la felicidad en
la vida. Dentro del ámbito del ser humano, la propiedad más sagrada es el
trabajo, pues es el fundamento común para todas las demás propiedades:
“El pobre no posee más patrimonio que su fuerza e industria; y el no
dejarle ejercer estas facultades, cuando no perjudican a sus semejantes, es
violar esta respetable propiedad y atacar abiertamente su libertad y de
quien quiera emplearle. Porque, si uno no puede aplicarse a la tarea que
quiere, tampoco los otros pueden valerse de quien los acomoda”.

Si Marco Aurelio decía que lo que no es bueno para el grupo no puede


serlo para el individuo, Smith defiende lo contrario: lo que no es bueno
para el individuo no puede ser bueno para la sociedad

Representante de lo que se ha dado en llamar “individualismo


optimista”, Smith defiende que la persecución del interés individual
propio redunda en el interés común. ¿Cómo? Buena parte de la moral
establecida, incluso hoy, está influida por el pensamiento cristiano que
establece que es nuestro deber vivir para los demás, esperando que estos,
a su vez, vivan para nosotros. Suena bien, pero tristemente se aleja
bastante de la realidad, pues esa cadena suele romperse, surgiendo
entonces las tensiones cuando constatamos que no recibimos el producto
de nuestro esfuerzo y trabajo, que no recibimos lo que damos. Esto se
traduce, como la historia demuestra, en que la tendencia se vuelve en
sentido contrario: se tiende a dar (trabajar) menos, resultando un colapso
que afecta a todos los integrantes de la sociedad. Frente a la célebre cita
de Marco Aurelio “lo que no es bueno para la colmena no puede serlo para
la abeja”, Smith replica que es al revés: lo que no es bueno para el
individuo no puede ser bueno para la sociedad.

Smith postula que el ser humano, como cualquier otro animal, no


tiene otro motor que su propia supervivencia, su propio interés, sin
más límite para lograrlo que su propia capacidad. Por tanto, cada
individuo ha de ser responsable de sí mismo, no pudiendo culpar de sus
desgracias, ni de sus éxitos, a nadie más que a él. De esta manera, todo el
mundo trata de alcanzar sus metas dando lo mejor de sí. En esta visión de
la vida cada uno recoge el fruto de su propio esfuerzo, mentalidad que,
defiende, es mucho más productiva. Un trabajador que sabe que, a más
rendimiento, más ganancia y más “premio” para él, lo hará más motivado.
Todo esto redunda en una mayor producción de riqueza y, con ella,
mayores posibilidades para los demás de beneficiarse de la misma. La
riqueza genera riqueza, y si se permite a los hombres ser libres para
alcanzarla, finalmente se traduce en una mejora no solo para el individuo,
sino para toda la sociedad de la que forma parte.

¿Cómo se logra esa libertad? Limitando las interferencias del estado


y su poder.“Dejad hacer, dejad pasar” (laissez faire, laissez passer) es el
lema del liberalismo. El estado no debe intervenir en el flujo dinámico de la
economía, sino que su labor ha de ser únicamente la de crear las
condiciones para que se produzca adecuadamente. Debe legislar y resolver
conflictos judiciales, garantizar el orden interno y externo, proteger a los
ciudadanos de robos y agresiones y crear las infraestructuras para que el
intercambio comercial siga fluyendo. Nada más.
Por todo esto se ha acusado a Smith de ser un egoísta. Pero
precisamente su intención es la de crear un sistema que mejore la vida de
todos, algo que la historia, desde entonces, demuestra. Smith no dice que
haya que dejar de ayudar a nuestro vecino, sino que el receptor de la
ayuda no tiene derecho a exigirnos lo que es nuestro (que es la definición
de robar, que te quiten aquello que no quieres entregar). Nada hay de malo
en proporcionar ayuda, pero esta no es tal si se ejerce bajo coerción, si no
se ejerce de manera voluntaria.

Las situaciones comerciales han de surgir del acuerdo y el beneficio


mutuo, pues la riqueza no es un juego de suma cero en el que,
necesariamente, uno gana para que otro pierda. La riqueza no es una
parcela privada al alcance del primero que llega, sino que crece en función
de la productividad. A mayor riqueza, más posibilidades de que esta
aumente y otro participen de ella.

Las tesis de Adam Smith son el pilar que sustenta a las naciones con
mejor calidad de vida del mundo

Adam Smith es el primero que aplica a la economía los principios de


la investigación científica, siendo La riqueza de las naciones el primer
libro de economía moderna. Antes de él, sus tesis no se habían planteado
tan claramente, mientras que hoy forman parte del ABC económico de
todas las naciones desarrolladas y con alta calidad de vida del mundo. Y de
todas aquellas en vías de desarrollo que mejoran su nivel de vida.

Smith explica en este libro las principales características o reglas que ha de


seguir la economía política, que no es otra cosa que el arquitecto que ha de
dirigir el camino hacia la prosperidad pública.

Sus propuestas para distribuir la riqueza

Smith realiza en este libro una teoría integral de la distribución de


la riqueza,analizando la división del trabajo, los salarios, el uso del dinero,
el precio de los bienes, los beneficios de los accionistas, las rentas de la
tierra, etc. Existen dos puntos clave que determinan el desarrollo de la
prosperidad: uno de ellos es la división del trabajo, y el otro, el valor como
consecuencia de la ley de la oferta y la demanda. Para Smith, la riqueza de
un país no procede de sus recursos, sino del trabajo que en él se
desarrolla.

La división del trabajo fue uno de los puntos decisivos de la economía, al


permitir una mayor productividad que si una misma persona hiciera todas
las labores necesarias. Por un lado, esta modalidad de trabajo aumenta la
destreza del operario en cuestión y, por otro, ahorra tiempo que perdería
en saltar de una labor a otra.

En cuanto a las finanzas públicas, Smith reinventó el principio


clásico de los impuestos, creando unas reglas que debían seguirse de
cara a la aplicación de estos:

1. Justicia: los ciudadanos deben contribuir a los gastos del gobierno


en proporción a las rentas de que disfrutan.
2. Veracidad: la contribución impuesta a cada ciudadano debe ser
cierta, no arbitraria. Debe seguir unas reglas en cuanto a la época,
el modo de pago, la cuota, etc.
3. Comodidad: toda contribución ha de ser recaudada del modo más
conveniente para el contribuyente.
4. Economía: el gobierno ha de velar por retirar de los bolsillos del
ciudadano tan poco como sea posible.

Para Smith, ninguna organización social puede ignorar las leyes


naturales y ser próspera

No son estos los únicos temas a los que hace referencia Smith, detallando,
por ejemplo, el concepto de valor, o cuáles son los aspectos que
determinan el salario (facilidad de ejecución, limpieza, continuidad,
honorabilidad o desprecio que reporta al trabajador, probabilidades de
éxito, etc.).

Pero por encima de todo, la idea que sobresale de la obra es la


teoría de Smith de que existe un orden en los fenómenos naturales
referentes a la economía y que, para poder ser eficaz y beneficiosa, toda
la organización social debía hacerse adaptándose a dichas normas
naturales. Dentro de estas normas naturales de que habla Smith puede que
la más famosa de todas sea aquella que dice que la organización de la
economía de una manera provechosa se logra espontáneamente, dejando a
los hombres actuar bajo su impulso natural de buscar su interés personal.
Es aquí donde aparece la famosa “mano invisible de la competencia”, que
es la manera que usa el autor para denominar a la capacidad
autorreguladora que tiene el mercado.

Cuando la demanda es inferior a la oferta, el industrial cesa de


fabricar la mercancía que vende con pérdidas. La oferta, entonces,
disminuye hasta equilibrarse con el precio de mercado, de manera que este
sea mayor que el coste producción del bien en cuestión. Llegado a ello, el
interés personal incitará a quien produce a fabricar más mercancía que le
aporte mayores ganancias, por ser la oferta inferior a la demanda. Es decir,
una abundancia de materias hace que estas tengan poco valor, mientras
que la escasez de las mismas hace que su valor aumente. Es a través de
esta “ley de la oferta y la demanda de interés personal” por lo que las
sociedades pueden adaptarse y organizarse armoniosamente.

En lo referente al traslado del trabajo y el capital, funciona del


mismo modo. Las empresas tenderán a situarse en aquellos lugares
en donde la producción pueda ser más barata y la ganancia final,
mayor. Lo hemos observado en nuestra historia, especialmente en las
últimas décadas. Muchas empresas llegaron a países como España –en los
60– donde el coste productivo era menor que en sus lugares de origen.
Tras la caída del telón de acero, dicho capital se trasladó a ellas, repitiendo
el proceso. En los últimos años, ha ocurrido en Asia y ya empieza a verse el
traslado comercial a África. De este modo, el capitalismo hace que la
riqueza se mueva y se reproduzca por todas partes, pues, cuando el coste
ya no es beneficioso, se traslada a donde sí puede serlo, generalmente
países más pobres que se ven enriquecidos con la llegada de las
inversiones y lo producción. Es la llegada de riqueza y el libre comercio a
esos países que vivían en la pobreza más extrema lo que ha revertido todas
las gráficas.

Si la realidad es el juez último que verifica la falsedad o no de una teoría,


no puede menos que concluirse que esta obra ha hecho más por la mejora
de la vida y el progreso de la humanidad que la mitad de los filósofos y
pensadores de la historia juntos. Y todo ello defendiendo una idea: que el
ser humano es libre y que esa libertad es la principal característica de su
naturaleza. No vivimos para otros y no tenemos derecho a exigir que ellos
vivan para nosotros. Somos responsables de nuestra vida y, cuando todos
buscamos mejorarla en función de nuestra voluntad, el resultado es mejor
para todos.

Las críticas

Los críticos, principalmente de izquierdas (defensores del colectivismo –primacía del grupo
sobre individuo– y el estatismo económico -control de la economía por parte del estado),
fundamentan su oposición en que Smith promueve la existencia de una minoría rica frente a
una mayoría pobre.

En economía, la ganancia de unos no determina la pérdida de otros. Sí es cierto que el


liberalismo/capitalismo promueve la desigualdad, y lo hace conscientemente, pues es un reflejo
de la libre competencia: no todos trabajamos lo mismo, somos igual de brillantes o igual de
productivos. Cada persona es un mundo en sí mismo y, puesto que somos diferentes, la idea de
que debemos ser iguales en cuanto a resultados no tiene sentido. El problema a combatir no es
la desigualdad, sino la pobreza, y Smith dio las claves para vencerla. Su objetivo era crear un
sistema que beneficiara a todos al maximizar la riqueza y la productividad. Más y mejores
productos e inventos, mayor comercio, mayores posibilidades de trabajar, mayor libertad,
mayor riqueza para los estados (y con ello mayores posibilidades de ofrecer buenos servicios),
etc. Y lo logró. Si tomamos una lista de los mejores países para vivir y los comparamos con
aquellos que tienen un mayor índice de libertad económica, es decir, aquellos que siguen las
pautas de Smith, la conclusión es que son prácticamente los mismos.

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