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Una biografía es la historia sin sus

problemas. Entrevista con Tulio


Halperin Donghi [2008]
por Teoría de la historia

¿Qué es una biografía? “Es la historia sin sus problemas”, define Halperin
Donghi. El gran historiador y maestro de historiadores escribió sus propias memorias, que se
publicarán este año. Agudo, con una mirada lúcida, muchas veces hilarante, Halperin habla de su
infancia, sus padres inmigrantes, el choque con el peronismo y las polémicas intelectuales que lo
tuvieron por protagonista. En la valiosa antología Discutir Halperin (El cielo por asalto, 1997), en
la que un grupo de historiadores e intelectuales analizaron las contribuciones de Tulio Halperin
Donghi a la historia argentina, Ignacio Lewckowicz buscaba definir el común objeto de estudio.
“¿Quién es Halperin? […] El agudo historiador que supo penetrar en habitaciones secretas del
archivo. El emigrado que en la distancia alcanza una lucidez triste y serena. El elegante animador de
veladas selectas. El tenaz antihéroe moderno, convertido por ello en héroe posmoderno. El oráculo
que –en irónico enigma– enuncia la verdad para quien sepa la cifra […] El delicado equilibrio entre
dandismo y nihilismo. El viejo gorila”. Hoy es Halperin quien toma la palabra, con dos proyectos
editoriales que acercan su imagen de modo más completo, más vivo. Hace dos años inició la tarea de
relatar su biografía en forma dialogada, pero las dificultades de esa empresa lo llevaron también,
inesperadamente, a escribir sus propias memorias, que Siglo XXI publicará este año bajo el título de
Son Memorias. Desde el pequeño despacho que ha instalado temporariamente en la Universidad Di
Tella, con voz amable e ideas siempre filosas, cuenta Halperin: “A Luis Alberto Romero se le había
ocurrido que hiciera unos diálogos con Jorge Lafforgue, al estilo de los que su padre había hecho
con Félix Luna. Pero pronto nos dimos cuenta de que no iban a ninguna parte: creíamos que uno sólo
se sienta y dialoga, y al terminar, los manda a imprenta. El editor me había sugerido tomar como
modelo los diálogos de Roland Barthes; pero es claro que ese diálogo nunca existió: son largas frases
todas bien armadas; en cambio, uno veía lo nuestro y decía: “Esto va directo a la basura”. Entonces
me pidieron como un texto de apertura y descubrí que podía escribir de otra manera: empecé a
escribir realmente mis memorias de infancia, que salían con gran fluidez; después las del Colegio
Nacional… Eso se transformó en dos cosas: una historia de una infancia en Buenos Aires en los años
1930, en una familia inmigrante por ambos lados (judía y católica) y un relato de la experiencia del
primer peronismo. Pero a medida que me acercaba al presente, me di cuenta de que no podía seguir
así: cuando llega la madurez uno empieza: “Y entonces di una conferencia en tal lado; un curso en
tal otro…”. Les pasa a las biografías: empiezan muy interesantes y se ponen muy aburridas, y a mí
me resultaba cada vez más difícil mantener el tono; si seguía así iba a terminar totalmente afectado.
Así que termina con la Revolución Libertadora, en 1955.
-¿Lee autobiografías?
-Algunas. Biografías, sobre todo, que es una cosa de la vejez. Las biografías, en cierta medida, son
la historia sin sus problemas; y hay algunas lindas realmente. En el mundo anglosajón existe una
vieja tradición de biografía política que aquí no tenemos: nuestras biografías políticas suelen ser
hagiografías. Por otra parte, tengo entre manos –otra de las cosas que espero tener tiempo de
terminar– algo que comenzó en los años 1980, en un curso que di en México, como un proyecto de
estudio de autobiografías de intelectuales del siglo XIX, en la América española. Quería ver cómo, a
través de la autobiografía, se va perfilando un intelectual. Empezaba con Fray Servando Teresa de
Mier (1765-1827); estaban el Deán Funes, Sarmiento, Alberdi, y José María Samper Agudelo (1828-
1889), un colombiano increíble, que escribió un libro deliciosamente cursi, Historia de un alma.
Termino con Rubén Darío, en cuya autobiografía es evidente que le interesa más la poesía desde el
punto de vista técnico, como un artesano, aunque él cree que lo importante son, diríamos, las
obligaciones del poeta.
-En el medio estaba su plan de escribir una historia argentina que llegara hasta el gobierno de De
la Rúa.
-Ese es otro proyecto con el que no sé qué va a pasar. En realidad ya la escribí, pero tiene mil
cuatrocientas páginas. Me la había encargado Oxford University Press, que ya no es una editorial
académica, se ha comercializado totalmente; de hecho han eliminado la colección de historias
latinoamericanas y no van a publicar mi libro. Bueno, tienen razón, en el fondo. Es una historia muy
complicada porque, además, hay que decir que somos todos totalmente informales. Hay libros que
tienen una gestación de veinte años, entonces es comprensible la actitud de OUP. Se hartan un poco.
Yo había firmado un contrato para escribirla en tres años, han pasado doce años y de pronto recibo
una carta en la que me dicen que no he cumplido con el contrato, que por favor devuelva los mil
quinientos dólares de anticipo que me habían dado, y que le escriba yo al director de la colección (un
profesor de Brasil) para que devuelva los setecientos cincuenta que había recibido él. Ese tipo de
grosería ahora funciona. No me agrada que me traten así, pero debo decir que nunca me pareció mal
eso de que una editorial quiera ganar plata.
-Entonces hay 1.400 páginas.
-Hay que cortarlas y actualizarlas: en estos doce años se ha trabajado muchísimo en historia
argentina, sobre todo aquí, más que afuera, donde se acaba de difundir el libro de una señora o
señorita Julia Rodríguez quien, para mostrar la profunda intimidad entre autoridad científica y poder
político en la Argentina habla de “las dos presidencias de Eduardo Wilde”. ¿Pero cómo es posible
ser tan burra? Y hay que decirlo: afuera la historia de América latina es una especie de arrabal
académico. Estados Unidos es un país bastante cursi, entonces la cosa –diríamos– elegante es la
historia de Inglaterra o de Europa occidental. Además son tan afrancesados como Telerman: siempre
están con la última novedad que llega de esta villa, y no se dan cuenta de que es la misma novedad
del año anterior con otro vocabulario.
-Usted se fue del país en 1966 pero siguió trabajando sobre la historia argentina y latinoamericana.
Pero desde los años 1980, tras la vuelta de la democracia, comenzó a intervenir públicamente, a
través de entrevistas, artículos, notas. ¿Cómo evalúa hoy esa doble intervención?
-Creo que tiene razón, a partir de los años 1980 yo tenía cierta composición de lugar: hasta ese
momento no tenía muy claro que no iba a volver a la Argentina. En el fondo, lo sabía, aunque no lo
asumía. Recuerdo que en la “primavera” de Cámpora, cuando las nuevas autoridades universitarias
invitaron a los que habían perdido sus puestos, yo me presenté, aunque pensé “¿Qué hago si me
reponen?”. Afortunadamente –no sé si fue un acto de caridad– las autoridades de la Facultad de
Filosofía nunca me contestaron. Yo no tenía nada que hacer en una universidad montonera. Recuerdo
que antes, cuando nombraron interventor a Angel Castellán, que era un ángel de Dios, él me mandó
una carta muy conmovedora: me decía que si yo volvía me prometía que nunca llamaría a la policía
a la facultad. Realmente vivía en las nubes totales. No le contesté porque la única respuesta era que,
por el contrario, sólo aceptaba si me garantizaba que la iba a llamar todas las veces que fuera
necesario.
-Pero usted se formó en la universidad peronista…
-Bueno, yo empecé en Química. Había tenido un muy buen profesor de química, y mis padres eran
partidarios de que yo no terminara empleado del Estado. Pero me di cuenta bastante rápido de que
ahí no tenía nada que hacer. Ciencias Exactas no era precisamente la universidad peronista. Un poco
como ahora: Exactas tenía una fuerza institucional enorme, que nunca perdió. Aún ahora sigue siendo
una facultad, cosa que en otras esto es más dudoso. Después, fui un estudiante lumpen en Derecho.
-¿Por qué lumpen?
-Cuando les di a mis padres la noticia de que quería ser historiador –y se portaron con una
generosidad extraordinaria, porque no era gente rica: yo ya había pasado dos años y medio en
Química, y pedía empezar de nuevo– me dijeron que, como historiador, nunca iba a poder
mantenerme, que estudiara Derecho. Y fui a Derecho para tener una patente que me permitiera no sé
qué. Así me uní a toda una multitud que estaba haciendo lo mismo. Allí buena parte del aprendizaje
consistía en pasar exámenes. Porque además, las autoridades, que trataban de hacerse tolerar (ellas
sabían que los estudiantes eran todos antiperonistas –es decir, podía haber nazis, pero peronistas no–
) permitían rendir examen final todos los meses; habían eliminado las correlativas; no había listas de
estudiantes para dar examen… Y algunos profesores estaban totalmente gagá… Recuerdo que tenían
por ahí un policía que estaba tratando de batir el récord Guinness de permanencia en agua: estaba
en remojo en la pileta, y la gente iba y miraba… Era de picaresca.
-Al final optó por la historia y no por el título en Derecho.
-¡Tengo el título en Derecho! Por eso les digo que era lumpen. En la única materia que había
preparado bien me bocharon: Derecho Penal. Di el examen dos meses después, ya con el método
clásico, que era ir a clases para que el profesor lo identificara a uno.
-Y empezó Historia.
-Había pensado hacer las dos a la vez, pero después me di cuenta de que en Derecho más valía que
tomara un trote y siguiera. Y la facultad de Filosofía era distinta… Conocía a todos ahí, o porque los
había tenido de profesores en el Buenos Aires, o porque mis padres eran de ahí…
-¿A qué se dedicaban sus padres?
-Papá era profesor de latín y mamá era profesora de castellano, y en la sección de Italiano del
profesorado enseñaba Literatura italiana y una serie de cosas. Ella era de la Lombardía, y la familia
de mi padre era inmigrante de primera inmigración. Mis problemas con la facultad eran en parte los
del peronismo y en parte todavía anteriores: Emilio Ravignani y demás eran enemigos políticos de
mis padres.
-¿Militó alguna vez, Tulio?
-No, nunca. Recuerdo cuando, durante el peronismo, me citaron a la Sección Especial –se refie- re a
la sección de Orden Político de la policía, nacida de la Sección Especial con la que Uriburu reprimía
al comunismo. Cuento en las memorias que allí me decían: “¿Y usted por qué no quiere decir que
estuvo en la Fede, si todo el mundo estuvo en la Fede?”
-¿Sus padres militaban?
-Se afiliaron al socialismo en algún momento. Por eso caí en la Sección Especial: Giusti había sido
candidato independiente en la lista comunista y como mis padres no podían firmar en las adhesiones
me pidieron que firmara yo. Ahí quedé registrado. Toda vez que necesitaba un certificado de
conducta, me llamaban. Era desagradable. Naturalmente, no pasaba nada. Me acuerdo una vez que
fui a La Nación y estaba Eduardo Mallea hundido en un sillón porque lo habían citado a la Especial.
El despacho de Mallea tenía un aire como de secretaría de juzgado, con un sofá de cuero muy gastado;
y el secretario de Mallea le decía: “Pero doctor… –lo llamaban todos doctor, no sé por qué. Doctor,
usted comprende que si lo quisiera torturar, lo irían a buscar”. El peronismo conservaba actitudes
de la vieja República, porque –con toda hipocresía– cuando Cipriano Lombilla, el torturador máximo,
que había sido torturador en tiempos de Uriburu, dejó sus impresiones digitales, lo pusieron preso.
Lo soltaron enseguida pero lo echaron. Recuerdo que dos policías hablaban de Lombilla como en la
universidad se hablaba de Houssay; uno le decía al otro: “¡Qué dignidad! Se fue, y lo único que dijo
fue: Ya me van a llamar cuando me necesiten”.
-¿Cómo piensa la propia intervención en política?
-A mí la política siempre me interesó pero más bien me interesa mirarla, de alguna manera, eludiendo
el tema. Toda mi vida fue afectada por la política. Digamos que fui antiperonista casi como un destino;
no es que lo eligiera, ahí caí y afronté las consecuencias. Nunca se me ocurrió hacer otra cosa. Pero
en algún momento eso empezó a aburrirme, y afuera se hacía incomprensible que todos, peronistas y
antiperonistas, se calentaran tanto por cosas que desde el exterior no se veía por qué eran tan
importantes. Uno iba a España y entendía muy bien por qué el país estaba dividido. En cambio, ¿en
la Argentina qué había pasado? E incluso ¿qué estaba pasando con el peronismo?
-¿Su participación en medios periodísticos es quizá su modo de intervención pública?
-Diría que no tengo ninguna razón para callarme la boca. Cuando me preguntan, contesto. Y creo
que cuando decidí que no iba a volver… –es decir, no decidí que no iba a volver, eso es absurdo: yo
ya tenía una edad en la que no se vuelve– decidí, sin embargo, que iba a hacer todo lo que pudiera
para que la Argentina tuviera una historiografía decente. Traté de hacerlo y de eso estoy bastante
contento. Nunca estuve de acuerdo con Luis Alberto Romero, quien sí cree en la historia militante. Yo
no.
-¿De cuándo son sus primeros artículos en la prensa cultural?
-Empecé a fines de los años 1940. Durante el peronismo, el sector antiperonista por un lado era
marginado pero a la vez privilegiado: tenía todos los bastiones culturales. Cuando defendí mi tesis,
Castellán, que estaba en el jurado, me decía que le había gustado mucho –lo decía muy cordialmente–
; pero recuerdo que agregó, en un tono mucho más seco: “Y desde luego, usted no va a tener ningún
problema en publicarla”. Y era así. Incluso al final del peronismo. Cuando volví de Francia, mamá
me dijo: “Ahora estás en lo tuyo, pero de ahí no vas a sacar ni cinco”. Yo no quería por nada practicar
la abogacía. Entonces, me dijo mamá: “Andá a verlo a Fatone”. Vicente Fatone estaba instalado en
la editorial Quillet, traduciendo un diccionario enciclopédico francés. –Participaron, entre otros,
Manuel Sadosky, Mario Bunge, Gerardo Pagés, Gregorio Klimovsky, Jorge Romero Brest, José Luis
Romero–. Me pagaban tres mil pesos por mes por hacer artículos para ellos. Como abogado me
habría llevado diez años ganar esa suma.
-¿Qué escribía para Quillet?
-Lo que viniera: historia latinoamericana, literatura latinoamericana, artículos básicos de historia
universal. Evidentemente eran empresas que habían terminado en la Argentina porque eran de
colaboracionistas franceses. Y los de Quillet debían estar metidos hasta el cuello, porque recién se
fueron del país cuando la Libertadora, con la segunda amnistía en Francia. Creo que si no era por la
Libertadora, Fatone iba a impedir que la enciclopedia terminara jamás. Nos dieron la cena de
despedida en un restaurante alemán, en la plaza de Belgrano. El hijo del dueño, quien quedaba a
cargo de la empresa en la Argentina, nos decía: “Ahora estamos mucho mejor”. Nos había
reemplazado con los nuevos cesantes. Decía: “Son mucho mejores que ustedes y cobran mucho
menos. Y hacen exactamente lo que uno les dice”. En cambio, Fatone había armado una parafernalia
de figuras ilustres. Había allí una solidaridad increíble con gente con la que no había nada en común
salvo estar en esa vereda.
-¿Su actividad en La Nación implicaba una vocación periodística?
-No. Tampoco se podía tener una gran actividad en La Nación: tenían el papel racionado y a todas
las señoritas Mitre que venían escribiendo sonetos. Yo publicaba tres artículos al año, muy eruditos,
debo decir; sin ningún criterio periodístico.
-¿Cómo era ser historiador en los 40?
-De alguna manera yo buscaba una continuidad con el modo de trabajar de José Luis Romero, que
estaba en guerra con lo que era la historia oficial (no la llamaban así pero lo era). Una historia muy
erudita, sin ningún compromiso político. De hecho, en el caso de Ricardo Levene, ese no compromiso
era un compromiso con el gobierno de turno.
-¿Y qué le gustaba de ser historiador?
-Es una buena pregunta de la que no sé la respuesta. Me salía naturalmente. Creo que podría haber
tomado otra dirección, pero, en el fondo, el que me encarriló a lo que hice primero fue Fernand
Braudel, de la escuela de Annales; una cosa un poco marxista vulgar.
-La tensión con el peronismo cruza su vida académica.
-Nunca tuve una reacción visceral frente a los peronistas, incluso algunos llegaron a considerar que
yo había sido peronista.
-Resulta difícil de creer.
-Simplemente porque hay cosas que nunca hice. Por ejemplo, en el Consejo Superior de la
Universidad del Litoral jamás usé giros como “la lóbrega noche de la tiranía”. Mi sincera opinión
del peronismo –creo que no tengo ningún motivo para cambiarla– es que es un mamarracho. Pero no
es mía la definición. Es de Lily O’Connell, la hermana de Arturo, que estaba en la Embajada de
Washington. Cuando vino Cámpora y con él volvieron los peronistas, ella de pronto se preguntó por
qué tanto problema con los peronistas: “Dicen que son comunistas. Eso es un disparate. Otros dicen
que son fascistas, pero media Argentina es fascista, incluso los no peronistas”. Y agregaba: “Hasta
que llegaron y los vi, con sus bigotes de escobillón…” ¡Son los mismos mamarrachos de siempre!
-¿Cuáles fueron las condiciones que permitieron la renovación historiográfica en la Argentina?
-En el fondo, la renovación fue posible por el peronismo: el peronismo había disgregado las viejas
estructuras y ahí se abrió un resquicio; muy limitado, por otra parte, porque en el período de la
renovación no teníamos ninguna influencia en el Departamento de Historia. Su director, Antonio
Pérez Amuchástegui, me decía que la materia que yo dictaba, Historia Social Argentina, no existía:
“Dígame en el plan de estudios dónde está”; yo le marcaba que en el plan de estudios de Sociología
figuraban “dos materias optativas de la facultad”.
-¿Era consciente de protagoniza una renovación?
-Sin ninguna duda. Además nos lo hacían sentir. Y estábamos demasiado convencidos de que nosotros
éramos los buenos y todos los demás, catástrofes. Por otra parte, esa convicción era necesaria: José
Luis Romero tuvo un problema muy serio porque en La Plata no creían que su tesis sobre la República
romana fuera un legítimo tema de estudio.
-En buena medida, esa renovación historiográfica consistía en cambiar por completo las reglas del
relato histórico. Hoy, las tensiones de la aproximación entre la academia y los medios ¿no se basan
también en una gran incomprensión de los diversos tipos de relato y en una gran tenacidad para
no admitir diferentes lenguajes?
-Yo no creo que una narrativa histórica respetable pueda hacerse en el lenguaje de opinión. De pronto
surgen problemas que están inspirados por inquietudes acerca del presente pero que tienen su propia
entidad. Y una de las cosas que caracteriza al historiador es que tiene que darse cuenta de que, a
pesar de que entra en el pasado a partir del presente, el pasado no es el presente. Eso es básico. Pero
la opinión de la gente es que si el pasado no es el presente entonces no le interesa. A la gente no le
interesa qué pasó con una montonera en Dolores en 1823. Y sobre eso no hay nada que hacer. No hay
ninguna razón para que la gente compre libros de historia. Si bien el historiador que estudió la
montonera sabe que se trata de problemas bien reales (saber que la base social del rosismo estaba
formada, en verdad, por hacendados medios).
-¿El pasado no forma parte de un proceso de transformaciones manifiestas en el presente?
-No, no diría que hay realidades en la Argentina de hoy que dependen del equilibrio social de la
campaña durante el rosismo.
-¿Y cuáles cree que son los vínculos entre pasado y presente?
-No sé, no sé. Desde luego que hay, pero vínculos lo suficientemente reveladores para incitar a la
gente a comprar un libro, probablemente no. Por otro lado, ciertos problemas tienen que ver con que
los historiadores deben llenar cada año líneas con títulos para el Conicet; y eso dificulta pensar en
horizontes amplios.
-Lastres de la especialización.
-Un ejemplo absurdo pero revelador. En Berkeley una historiadora descubrió un tema muy
interesante: ella dice que las condiciones que se imponen en los EE. UU. para poder edificar una
casa constituyen uno de los instrumentos para crear una sociedad de clases. Totalmente cierto. Un
tema interesantísimo. Pero ocurre que esta muchacha es lesbiana, y vio que, evidentemente, no hay
una perspectiva lesbiana sobre el impuesto inmobiliario, por lo tanto se dedicó a estudiar a una figura
relevante a sus intereses: Willa S. Cather, una novelista lesbiana. Y de pronto descubrió, con horror,
que Cather, aunque es la novelista de Nebraska y de los grandes espacios, era originaria de Virginia
y entonces era muy racista, cosa que le creó un problema espantoso. Así uno empieza a leer
vocabularios insólitos: es decir, no se puede analizar a una figura literaria diciendo que es
“reprehensible” (vituperable), como si escribiera una alumna de cuarto grado.
-¿No cree que además dilapidó un tema de gran interés?
-Bueno, se aseguró el interés de su propia clientela.
-En el campo historiográfico ¿no hay cierta incapacidad para ocupar espacios de intervención
públicos, incluso con la queja de que no son convocados?
-Mire, yo no sé si es cierto. Por lo menos Luis Alberto Romero está ocupando espacios todo el tiempo.
Por mi parte, debo decir que me parece que es un poco una pérdida de tiempo. Cuando me llaman,
yo digo lo que pienso. Lo que ocurre es que se entra en el increíble carrusel mediático.
Constantemente me llaman pidiéndome que hable para la radio sólo porque tienen un vacío. Y resulta
que si no hablo ahí mismo, perdí la oportunidad.
-No cree que falten habilidades para ocupar esos espacios.
-No lo creo. Además, me parece que nunca hay que invocar la autoridad académica: uno participa
como todo hijo de vecino. Es también el problema de algunos, que terminan convirtiéndose en una
especie de maestro ciruela .
-Antes hablaba de los orígenes de una “nueva historia oficial”.
-La historia oficial de los primeros años 1970 era la historia oficial de las víctimas. Pero entonces ya
no eran víctimas. Aquí hay un problema que aparece cuando es al mismo tiempo la historia de las
víctimas y la de los héroes. La misma contradicción que se manifiesta cuando Hebe de Bonafini dice
que va a donar al Museo de la Memoria la pistola ametralladora de su hijo. Kirchner y su mujer no
llegan tan lejos. Porque ellos no tienen ninguna pistola ametralladora que donar.
[Mariana CANAVESE e Ivana COSTA. “Una biografía es la historia sin sus problemas”, in Revista
Ñ (Buenos Aires), 23 de febrero de 2008]

Bahía Blanca | Miércoles 23 de Mayo | 01:18


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La región.

A 120 AÑOS DE SU MUERTE


La figura de Sarmiento bajo la lupa de varios historiadores
11/9/2008 | 09:00 | Lejos de haber quedado en el mármol de la historia, la figura de Domingo Faustino
Sarmiento continúa aún ahora, a 120 años de su muerte, en constante debate y resignificación, tal vez por su
personalidad multifacética y por la pasión con la que plantó y desarrolló sus ideas.


BUENOS AIRES (NA) -- Lejos de haber quedado en el mármol de la historia, la figura de Domingo Faustino
Sarmiento continúa aún ahora, a 120 años de su muerte, en constante debate y resignificación, tal vez por su
personalidad multifacética y por la pasión con la que plantó y desarrolló sus ideas.
Fue un avezado político, educador, militar, periodista e intelectual, pero antes que todo diversos especialistas
consultados coincidieron en destacar su condición de "hombre de Estado", de esos que no abundaron en la
historia argentina.

De todos modos la figura de Sarmiento (1811-1888), como la de otros próceres de la historia nacional, fue y
sigue siendo objeto de análisis revisionistas, que piden contrapesar la balanza y condenan las implicancias
políticas de las famosas categorías de "civilización" y "barbarie".

Mariano Nagy --historiador e investigador de la UBA-- precisó que "Sarmiento, junto a otros, han sido elevados
a la categoría de héroes inmaculados, de vidas cargadas de sacrificios y abnegaciones, a tal punto que ningún
mortal puede siquiera soñar con alcanzar".

"Porque señalarle un error o proceder equivocado a Domingo --que cuando era chico nunca faltó a la escuela--
no cabe en la invención de estos hombres de mármol y podía ser tildado de traición a la Patria", expresó.

La educación

Por su parte, la presidenta de la Comisión de Educación de la Cámara de Diputados de la Nación, Adriana


Puiggrós, propuso que "Sarmiento debe ser recordado en las aulas contando la historia en su integridad, es
decir, humanizándolo".

En diálogo con Noticias Argentinas, la ex directora general de Educación y Cultura bonaerense puntualizó que
"Sarmiento fue quien organizó y extendió el sistema escolar que había sido fundado por caudillos como
Estanislao López y Artigas. Sarmiento, junto con Mitre, Avellaneda y Roca, extendieron el sistema educativo".
"Le dio mucha importancia a la educación y fundó muchas escuelas, sobre todo cuando la construcción de
edificios se atrasó por la guerra del Paraguay", agregó.

Para la legisladora, "Sarmiento logró darle una concepción a la educación, trajo desde Estados Unidos a
América del Sur la idea normalista, que era muy de avanzada, que hablaba de una escuela primaria organizada,
estatal, laica y gratuita".

Proceso civilizador

El presidente del Instituto Sarmiento de Sociología e Historia, Rafael Sarmiento, un sobrino biznieto segundo
del prócer, comentó que "cuando el Gobierno de Chile lo envió de viaje para conocer los procesos educativos de
distintos países, se deslumbró completamente con el progreso de los Estados Unidos".
"Y las maestras que trajo fueron la máquina inicial del proceso civilizador de la educación argentina", subrayó.

El periodista e historiador Osvaldo Bayer manifestó que "su admiración por Estados Unidos llevó a Sarmiento a
contratar maestras para enseñar en la Argentina, cuando debería haber encontrado un término medio: valorar
las culturas de los pueblos originarios y las culturas que nos traía Europa, en lugar de imponer una sobre otra".

Al respecto, Puiggrós sostuvo que "Sarmiento fue muy contradictorio porque extendió la educación común pero
al mismo tiempo descalificaba a la población argentina que se debería educar en las escuelas".

Bayer consideró que "se debería analizar la figura de Sarmiento en profundidad, para ver lo bueno y también lo
malo; y no tenerlo como un héroe en el mármol".

Aclaró que "lo que hizo por la enseñanza, gratuita y para todos, ha sido su principal obra positiva; pero lo
negativo era su idea de progreso: creía que todo lo que no se amalgamaba a lo que llevaban adelante los
grandes países era retroceso".

"Es impresionante el racismo de Sarmiento -continuó Bayer-, su forma despreciativa hacia los pueblos
originarios, hacia el gaucho, hacia el criollo. Es más, hay un capítulo del que no se habla es de su racismo
contra los judíos. Y eso hay que ponerlo porque no puede ser que un personaje inmortal haya tenido esas
bajezas".

"No fue racista"

Consultado al respecto, Rafael Sarmiento desestimó la crítica y aseguró que "Sarmiento no fue racista".

"En la historia de la civilización, el tema del racismo de Sarmiento es un tema descartable. Además, ningún
proceso civil puede realizarse sin el aporte y la inteligencia que se dan en otros países", añadió.

Para el descendiente del prócer, "él estaba en contra de la barbarie pero no era racista. Incluso estaba a favor
de la educación de las mujeres, cosa que no sostenía (Juan Bautista) Alberdi".

Por su parte, Nagy relató: "hay un aspecto grotesco pero simbólico que se le adjudica a Sarmiento y es la
adopción de los gorriones en nuestro país, especie europea que haría sucumbir a muchas aves autóctonas".
"Más allá de la veracidad o no de este acontecimiento, queda expresada una alegoría animal acerca de lo que
Sarmiento consideraba que debía hacerse para civilizar a la Argentina, es decir, desplazar a los autóctonos para
ser reemplazados por los europeos", completó el investigador.

División de las aguas en la política actual

Entre los políticos argentinos de máximo nivel la figura de Sarmiento también divide las aguas. Algunos lo
destacan como un "ideal a seguir" y otros anteponen reparos hacia su "costado negativo".

Tanto es así que la propia presidenta Cristina Kirchner hizo mención a Sarmiento en un reciente paso por San
Juan, mientras que el jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri, instauró el himno al prócer como obligatorio
para los actos escolares.

La jefa de Estado marcó diferencias con el prócer hace un mes nada menos que en San Juan, la tierra natal del
"padre de la educación".

Al inaugurar cuatro escuelas, la presidenta destacó que Sarmiento tuvo "la más clara visión de ver en la
educación la clave del crecimiento y el desarrollo".

Agregó: "por ahí difiero con Sarmiento en otras políticas; pero tiene su lugar ganado en la historia", remarcó la
presidenta.

Miércoles, 28 de septiembre de 2016 | Edición impresa

El Sarmiento “humano”:
un nuevo libro sobre su
controvertida figura
El historiador Miguel Ángel de Marco acaba de publicar una biografía
en la que escribe sobre los “desaciertos e inquietudes” del inmortal
sanjuanino.
De Marco estuvo ayer en Mendoza, donde recibió el doctorado honoris causa de la
Universidad Maza.

Por Sandra Conte - sconte@losandes.com.ar


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El título “Sarmiento. Maestro de América, constructor de la Nación” puede


hacer pensar en una solemne biografía sobre esta controvertida figura. Sin
embargo, Miguel Ángel de Marco, el autor, resalta que intentó “hacer un
Sarmiento humano; no dejar de lado su vida amorosa, que es bastante
importante, y contemplarlo en sus desaciertos e inquietudes”.

Para el periodista e historiador, su interés apuntó a evitar que Domingo


Faustino Sarmiento quedara como uno de esos “personajes de bronce y
mármol que nos muestran y que en el fondo hacen daño”. Es que, en
comparación con esas figuras inalcanzables, la mayoría se siente un mísero
ser humano.

Por eso, buscó presentar tanto sus facetas positivas como negativas, en un
relato cronológico que avanza desde el inicio de su vida hasta el final.

“Pero sobre todo, reflejar algo que es muy importante para la Argentina en este
momento: un hombre que vivió entregado al país, a hacer cosas con el objeto
de progresar, de que la Nación avanzara. Un país con ferrocarriles, telégrafo,
ciencia. Y él, como presidente, trató de expandir esos aspectos”, resalta de
Marco. Ahí se explica el “constructor de la Nación”.

El libro también aborda, por supuesto, su faz educativa, la del “maestro de


América” que tuvo como gran objetivo alfabetizar, porque entendió que, en las
propias palabras de Sarmiento, “leer y escribir es la civilización misma”. Por
otra parte, el autor no sólo se basa en sus escritos y en los documentos
oficiales, sino también en sus cartas íntimas, que están redactadas “con la
fuerza y la confianza con la que se habla con los amigos” y aportan otra
dimensión.

De visita en la provincia, el rosarino Miguel Ángel de Marco recibió por la


mañana el título de doctor honoris causa, que le otorgó la Universidad Juan
Agustín Maza.

Y por la tarde presentó esta nueva publicación en la Enoteca, que destaca es


un sitio vinculado a la figura de quien fue gobernador de San Juan y presidente
de la República, además de periodista. Es que cuando vino a Mendoza en
1884, Sarmiento estuvo en la escuela agrotécnica -la Quinta Agronómica-
ubicada en el actual Parque Cívico.

El autor comenta que hay unos 10 mil títulos, de diversa índole, desde
pequeños artículos a libros, que abordan a este personaje, como también
varias biografías completas, que toman toda su vida. Sin embargo, la mayoría
de estas están agotadas y no se encuentran en las librerías. Por otra parte,
destaca que, al momento de empezar a escribir sobre Sarmiento, pensó en eso
que dicen los cantores gauchos: “que cada cantor tiene su cifra”. “Y yo canto
con la mía”, lanza.

De Marco considera que una ventaja de su doble oficio de periodista y profesor


de Historia es que está acostumbrado a escribir rápido, correctamente, con un
lenguaje claro y sencillo. Esto le facilita el intento de que sus libros lleguen al
público en general, que los no eruditos no se aburran en las primeras páginas.

Como profesor de Historia Argentina durante décadas -se especializó en el


siglo XIX y principios del XX-, comenta que conoce a estos personajes y, en
cierto modo, dialoga con ellos de manera constante. Así, Domingo Faustino
Sarmiento se suma a una lista de otras personalidades sobre las que escribió
biografías: Manuel Belgrano, Bartolomé Mitre, José de San Martín, Martín
Miguel de Güemes y Leandro Alem.

De Marco reconoce que Sarmiento es un personaje controvertido, que suscita


aún hoy aplausos y acalorados disensos por sus ideas. “Los argentinos somos
bastante maniqueos, tenemos buenos o malos, no llegamos a una postura de
cierto equilibrio”, aclara. Pero también destaca que en un artículo publicado
recientemente en un diario nacional, para el que lo entrevistaron, hubo más de
5 mil comentarios, lo que muestra que “sigue vivo para nosotros”.

En detalle
El libro. “Sarmiento. Maestro de América, constructor de la Nación” es la
flamante biografía sobre el ex presidente y educador sanjuanino escrita por el
historiador Miguel Ángel de Marco. En el prólogo, el autor asegura que la
escribió motivado por “la reiterativa y anacrónica execración del prócer
impulsada en los últimos tiempos y hasta hace poco desde el Estado”.

El autor. Nacido en Rosario, De Marco escribió numerosos libros y trabajos


sobre historia política, militar y naval argentina del siglo XIX. Doctor en Historia,
miembro de número y ex presidente de la Academia Nacional de la Historia, es
profesor emérito de la Universidad del Salvador en el Doctorado en Historia.

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