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INSTITUTO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA

COORDINACIÓN NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA

DIPLOMADO EN ANÁLISIS DE LA CULTURA

Reflexiones en torno a género, identidad y lenguaje

Mtro. Alejandro Ávila Huerta


Índice

Introducción 3

Desarrollo 3

Conclusiones 8
Reflexiones en torno a género, identidad y lenguaje

Introducción

“Lo que no se nombra, no existe” dice una frase que, aunque de origen académico (atribuida a George Steiner),
se ha vuelto una consigna común entre activistas de varias áreas. ¿Pero cuál es la explicación profunda de este
nexo que Steiner establece entre nombrar y existir (de forma un tanto simple, no sé si debido al propio autor o
es que se ha descontextualizado de su obra)?

Prefiero explicarlo a partir de otra frase, ésta más compleja, de Ludwig Wittgenstein, que dice: “Los límites de
mi lenguaje significan los límites de mi mundo”. Sé que, por lo regular, suele ser traducida como “Los límites
de mi lenguaje son los límites de mi mundo” o incluso “Allí donde están las fronteras de mi lengua están los
límites de mi mundo”, pero el problema wittgensteiniano no es ontológico (¡y mucho menos geográfico!) sino
significativo (bedeuten es el verbo original en alemán). Y el lenguaje puede llegar a ser más amplio que la
lengua (es posible comunicarme con alguien que no habla mi idioma, a través de señas, gestos o dibujos, por
ejemplo). Podrá parecer ociosa la aclaración, pero hay una diferencia grande entre situar la importancia del
asunto en el hecho de que los límites “sean” algo o “estén” en algún lugar y situarla en el hecho de que éstos
producen un sentido o dicen algo acerca de algo.

La cadena que la frase de Steiner establece entre nombrar y existir se completa con el pensamiento. Lenguaje,
pensamiento y conocimiento son partes de un mismo fenómeno, imposibles de separar más que analíticamente.
No existe el pensamiento previo a la adquisición del lenguaje; un niño no tiene un pensamiento que después
empieza a expresar con palabras, sino que empieza a conformar su pensamiento a partir de esas palabras. Si no
contamos con palabras determinadas para definir ciertas cosas, no importa cuán materialmente comprobable
sea su existencia, en una dimensión simbólica nos resultará imposible pensarlas y, por lo tanto, hablar de ellas
y, por lo tanto, conocerlas y comprenderlas. En este marco, ¿cuál puede ser el impacto que tengan en la
comprensión social de la diversidad sexual enfoques como lo queer o lo post-gay, que en general niegan las
nominaciones por considerarlas reduccionistas (en un plano tanto identitario como significativo) e impositivas?

Desarrollo

Hablar de diversidad sexual, sobre todo si se hace en términos de las ciencias sociales, implica entrar en
complicadas discusiones conceptuales derivadas de la compleja realidad que se ha ido construyendo alrededor
de este fenómeno, principalmente a partir de los años setenta del siglo pasado, cuando las manifestaciones de
varias décadas atrás a favor de la homosexualidad comenzaron a constituirse como un verdadero movimiento.
A la par, se ha tratado de comprender esta realidad desde variados enfoques teóricos de las ciencias sociales y
humanidades a través de su organización en términos, definiciones y categorías, e incluso la supuesta ausencia
de ellas.

El significado que daré aquí a la diversidad sexual es: el conjunto de sexos, identidades de género, expresiones
de género y orientaciones sexuales deslegitimado por la visión ideológica de la sexualidad. Esto es, 1) la
intersexualidad: una gama de caracteres sexuales que no corresponde a las asignadas tradicionalmente a machos
y hembras ; 2) el transgénero, 3) la transexualidad y 4) el travestismo: condiciones en las que el sexo de
nacimiento y la identidad de género (reconocerse hombre o mujer) o la expresión de género (presentarse de
forma masculina, femenina o andrógina) no concuerdan entre sí según lo tradicionalmente aceptado ; 5) la
homosexualidad: atracción por personas del mismo sexo o género , y 6) la bisexualidad: atracción por hombres
y mujeres (o, en su caso, machos y hembras) . De la unión en un mismo grupo de estas identidades y prácticas
surge el acrónimo LGBTI (lésbico-gay-bisexual-trans-intersexual).

Esta concepción de la diversidad sexual se enfrenta con la principal perspectiva académica bajo la cual se
aborda este tema en la actualidad: los estudios queer, que con una orientación fundamentalmente estructuralista,
se centran en una crítica más bien política a la delimitación rígida de identidades LGBTI (sobre todo en un
momento en el que los estudios se concentraban casi por completo en lo lésbico-gay) que pudieran llevar a la
diversidad sexual al estancamiento y a la asimilación al sistema dominante, por lo que –en un intento de
resignificación- se prefiere suplirlas por el vocablo inglés queer, que quiere decir extraño, enfermo o anormal,
con lo que pretenden la visibilización de otros aspectos que se entrecruzan con la sexualidad, como la etnia, la
raza, la nacionalidad o la clase .

En principio, este planteamiento no difiere sustancialmente de la postura que adoptaré en este texto; sin
embargo, por la manera en que las y los estudiosos de lo queer han ido desarrollando esta área, son varias las
críticas que pueden hacerse. Entre otras: sus inciertas bases teóricas e históricas, que los han llevado a retomar
-creyéndolas o haciéndolas pasar por originales- discusiones y conceptos introducidos en las ciencias sociales
y humanidades mucho tiempo antes; su deficiente coherencia argumentativa, que hasta la fecha provoca
cuestionamientos tan elementales como qué es lo queer; su desmedida y contradictoria amplitud conceptual,
en la que virtualmente cualquier práctica sexual o de género de cualquier persona podría considerarse queer,
causando una disolución simbólica tanto de los problemas particulares que vive la población LGBTI como de
lo propiamente queer (no son pocos quienes ya hablan de lo LGBTIQ), o su inadecuada abstracción de la
realidad objetiva de personas lesbianas, gays, bisexuales, trans e intersexuales, al grado de ignorar o descalificar
sus experiencias cotidianas, esperando que sean éstas las que se adapten a sus hipótesis y propuestas, y no al
contrario.
Pero la más importante, para efectos del presente ensayo, es la reducción que hacen de los agentes sociales a
meros sujetos o actores. Es decir, reconocen a los integrantes de una sociedad más como seres sometidos por
reglas y que ejecutan un papel prescrito en un libreto para la reproducción de un sistema que como personas
capaces de negociar sus posiciones y trayectorias, interpretar (no sólo actuar) papeles, internalizar
convenciones, reconstruir las propiedades estructurales del sistema y configurarse como individuos.

Si bien es posible encontrar en el discurso queer cierta concesión a la libertad de elección que un sujeto puede
llegar a tener (en este caso, con respecto a su sexualidad y su género), por una parte se condiciona esta toma de
consciencia sobre la supuesta imposición de una identidad a la revelación que alguien más hace de ella, como
si la propia persona estuviera imposibilitada para descubrirla y asumiendo que nadie, deliberadamente, podría
haber decidido identificarse con los roles sociales dominantes (por lo que, en realidad, no es reconocida ninguna
libertad), y por otra, aspiran a que, una vez ‘liberada’, cualquier persona acceda a un universo vacío de
identidades, conceptos, categorías y representaciones, que los estudiosos de lo queer confunden con simples
etiquetas. ¿Pero asumirse queer no es asumir una identidad tanto como puede serlo lo LGBTI, con todas sus
implicaciones?

Partiendo de esta crítica y alejamiento de los estudios queer, pero sin ignorar, a su vez, las críticas hechas por
éstos a los modelos de la diversidad sexual, trataré de aproximarme a una respuesta a cuestiones que
actualmente se plantean como centrarles en el estudio de este fenómeno. ¿Los sexos, géneros, orientaciones y
expresiones pueden considerarse identidades o son únicamente actos? ¿Deben o no, por lo tanto, ser
nombrados?

La construcción de la identidad no depende, entonces, ni de una determinación rígida de los sistemas sociales
sobre los agentes ni de la entera voluntad de éstos, independientes de sus trasfondos; es, en cambio, un proceso
social dialéctico, intersubjetivo, reflexivo e histórico de creación de categorías en las que el propio-ser (y en
última instancia, cierto número de individuos) se reconoce (y de las que se distingue); se forma, mantiene,
modifica y reforma por procesos y relaciones sociales determinadas tanto por la conciencia individual como
por la estructura social, a su vez mantenida, modificada y reformada por las identidades (González, 2017).

Desconocer en las identidades cierto grado de estabilidad es caer en un relativismo absoluto que de poco sirve
para comprender la realidad objetiva, en este caso, de la diversidad sexual. Es posible su transformación, sí,
pero no de una manera por completo arbitraria, sino después de una labor de apropiación –y desapropiación-
de estructuras que, sin estar conscientes de ello, fueron moldeando una cosmovisión que no puede rehacerse
enteramente por decisión (pensemos en la nacionalidad, la lengua o la religión). Sin embargo, es cierto que las
dinámicas sociales de la modernidad tardía –sobre todo por la complicada multiplicidad de opciones y
posibilidades existentes a veces irreconciliables- ya no permiten la definición plena de una identidad tal como
ocurría en las sociedades tradicionales; delinear una de forma estricta en estas condiciones puede llevar a su
reificación o naturalización. ¿Cómo estudiar la formación de identidades en medio de estas circunstancias?

Para resolver esta cuestión, autores como Erving Goffman, Gerd Baumann y Ralph Turner propusieron
alternativas al concepto de identidad: presentación de sí, identificación, concepción e imagen de sí, para
destacar su carácter flexible, cambiante, múltiple y experimental. Utilizaré aquí el de identificación, pero no
para suplir el de identidad, sino para complementarlo. Mientras que con identidad me referiré a los aspectos
más o menos durables y consistentes del agente social, pero sobre todo constitutivos de su propio-ser y
determinantes (tanto como productos) de sus interacciones, con identificación hablaré de esa otra parte más
bien efímera, variable, plural y exploradora de integración a grupos, causas y movimientos, que de hecho se
organiza en conjunto con la identidad. De esta manera, aludiendo a la metáfora de Eric Hobsbawm sobre las
identidades como camisa, no como piel, me parece más preciso dejar esta comparación a las identificaciones,
que pueden adoptarse y abandonarse de forma relativamente sencilla, y dar a la identidad la característica de
un tatuaje, del cual es posible deshacerse, pero no de manera fácil y sin dejar una marca, pues se ha insertado
más profundo en la piel (aunque sin llegar a fusionarse del todo con ella).

Bajo esta óptica, ¿son los sexos, los géneros y las orientaciones sexuales, identidades, identificaciones o
simplemente actos? Los estudios antropológicos más recientes al respecto revelan que tanto el género como la
orientación sexual son aspectos psíquicos (ni biológicos ni enteramente sociales) de las personas, que se
establecen en la primera infancia inconsciente y subjetivamente, y, por consiguiente, de manera involuntaria y
fija, en cierto sentido (Lamas, 2017). Además, es claro que históricamente se han establecido distinciones entre
las personas a partir de estos elementos, con base en la diferenciación sexual. Ambos fenómenos –la
estructuración psíquica y la valoración cultural- han llevado a una estructuración social que inevitablemente
influye en la formación de una identidad, incluso si la aceptamos –es decir, si nos identificamos con ella- o no.
Entonces, tener caracteres sexuales distintos a los considerados regulares, sentir atracción por personas del
mismo sexo o tener un género que se percibe como discordante con respecto al sexo, ya sea que se asuma o no,
es un componente importante de la personalidad –aún más, del propio-ser- que determinará en buena medida
comportamientos, interacciones y cosmovisiones, inclusive si es para ocultar o modificar dicho componente.
Lesbiandad, homosexualidad, bisexualidad, transexualidad, transgénero e intersexualidad (tanto como ser
macho, hembra, hombre o mujer cisgénero o heterosexual) sí serán, por tanto, identidades, mientras que el
travestismo (y la expresión de género en su más amplia acepción) será una identificación (como lo son también
grupos surgidos del interior de la diversidad sexual con intereses específicos, por ejemplo: los leathers, los
vaqueros o los bears).

¿Es correcto decir que, en tanto identidades, los sexos, géneros y orientaciones sexuales constriñen a los agentes
sociales? Sí, como todos los principios y propiedades estructurales de los sistemas en los que se desenvuelven
y fuera de los cuales no podrían existir como agentes. Eso no implica –ya afirmé previamente- que acepten
acríticamente esas identidades pero tampoco que tras la simple declaración de desvinculación de ellas se eluda
su influjo (o en su caso, se evite reconocerse en otras) de un modo indefectible, como postulan los estudios
queer. Los seres humanos –como dicen Max Weber y Clifford Geertz- estamos siempre insertos en tramas de
significación que nosotros mismos hemos tejido. No obstante, es verdad que parte del dinamismo de las
identidades consiste en el surgimiento de unas nuevas cuando las condiciones sociales empujan a ello.
Siguiendo a Berger y Luckmann, las identidades deben entenderse en términos de la lógica que subyace a la
realidad pues siempre suponen una cosmología, y cuando ésta varía las identidades lo hacen también.

¿Qué hay de la creación de identidades (o identificaciones) sexogenéricas en el marco de lo queer? La


incertidumbre característica del momento histórico que estamos viviendo ha llevado al cuestionamiento de
fenómenos que durante mucho tiempo se dieron por sentado, y la sexualidad no es la excepción. Así, han
proliferado y, en algunos casos, alcanzado popularidad, por igual en espacios coloquiales que en algunos
círculos académicos, nuevos discursos que dan cuenta de las inquietudes y conflictos con los que se topan
muchas personas para identificarse en categorías y roles que consideran tradicionales (incluyendo lo LGBTI),
por lo que han optado por elaborar otras acorde con sus experiencias. Sin embargo, la poca adecuación de éstas
con la realidad mexicana en estos momentos las hace difícilmente discutibles en un plano tanto teórico como
pragmático (sin negar la problemática que las originó). Una identidad no se crea únicamente a partir de una
afirmación discursiva, no todo lo enunciativo se vuelve real.

¿Cómo podría ser la asexualidad una orientación sexual si se refiere a la ausencia de excitación sexual (aunque
no necesariamente de vinculación afectiva) hacia otras personas, sin importar su sexo o género? ¿Por qué incluir
a la demisexualidad en esta misma categoría si se trata de una condición de excitación sexual (a partir de lo
emotivo) independientemente del sexo o género de la pareja, por lo que más bien sería una filia? La
pansexualidad es la propuesta más concreta y realista de una nueva orientación sexual, por la atracción no sólo
hacia hombres y mujeres cisgénero, sino trans e intersexuales, lo que no necesariamente está contemplado en
la bisexualidad. Las cuestiones relacionadas con la identificación con más de un género (bigénero o poligénero),
con el tránsito entre ellos (género fluido) o con ninguno (agénero), aunque suponen una discusión interesante,
es complicado abordarla por el momento, considerando que hasta ahora sólo se reconocen dos, no porque no
pueda haber más sino porque hace falta empezar por delimitar cuáles son.

Por lo pronto son debates de posibles identidades en construcción situados en una esfera más bien filosófica
que exceden los límites planteados para este trabajo. De cualquier manera, aspirar a una eliminación de las
identidades basadas en el sexo y el género más que a su reconstrucción puede ser imposible, pues el
reconocimiento identitario llevará siempre a una diferenciación (no forzosamente negativa) entre las personas,
en este caso a partir de sus características físicas, específicamente sexuales (si esto no tuviera importancia,
entonces el propio movimiento queer no pugnaría por el reconocimiento de la intersexualidad).

Conclusiones

La falta de delimitación conceptual de las nuevas alternativas de identidad o identificación no es un asunto que
preocupe a las y los estudiosos de lo queer. Recordemos que sus planteamientos centrales van en contra
precisamente de la definición de identidades, y del mismo modo, la denominación de éstas parece, en ese
enfoque, una cuestión limitante. Pero desde una perspectiva comunicológica, lo que resulta restrictivo –e
ilógico- es justo lo contrario. ¿De qué manera dar sentido a nuestra realidad si no es a través del lenguaje? No
la hay. El universo de referencia simbólico construido a partir del tejido de conceptos, nombres y designaciones
desarrolladas por los seres sociales para referirse al mundo de lo objetivo es indispensable para mediar en la
relación con nosotros mismos y con ese mundo. Al señalar que sólo aquello que está representado
simbólicamente en el lenguaje de una comunidad puede ser significado por sus integrantes. Es decir, por medio
(y sólo por medio) del lenguaje, no únicamente se desarrolla y transmite el conocimiento, sino que se lleva a
cabo una producción de sentido e interpretación acerca de lo que conocemos (Guerrero, 2017).

Esto implica, desde luego, el establecimiento de diferencias semánticas, pero no sólo entre los significantes del
mundo objetivo, también con respecto al espacio social y las posiciones que se ocupan en él; no es una
diferencia meramente semiótica sino que se acepta como parte de la realidad. De aquí se desprende que el
hecho de conocer el significado de las palabras y, por tanto, saber cómo utilizarlas en la práctica diaria tiene
una importancia mayor de la que podría pensarse y que afecta, en última instancia, la construcción de la
identidad (Millán, 2017).

Las formas resultantes de la mediación simbólica estructuran de forma relativamente estable y convencional a
las representaciones, lo que no quiere decir que éstas sean arbitrarias, pues cuentan con sus propias reglas de
procedimientos y su legalidad interna , pero tampoco que sean inmutables; los símbolos no son una copia ni un
reflejo de eso que simbolizan, por lo que su correspondencia con la realidad –y por lo tanto, su significado-
puede variar, según el nivel de conocimiento que se tenga del objeto, sujeto o fenómeno al que hacen referencia,
lo cual es posible en virtud del carácter procesual, no estacionario, de los conceptos, así como a la posibilidad
de creación de nuevos cuando hay nuevas circunstancias que lo ameritan .

No cabe duda de que asignar nombres y, más importante, significados, son muchas veces actos de dominación,
pero suprimir la designación de las orientaciones sexuales e identidades de género, sin más, las llevaría a una
aniquilación simbólica aún mayor de la que todavía ocurre en muchas sociedades, fomentando con ello el
desconocimiento y, por consiguiente, los prejuicios, los estereotipos y la discriminación en torno a ellas.
Nombrarlas no sólo da cuenta de su existencia y amplitud, también permite mostrar la variedad de realidades
presentes que gradualmente conduzca a la modificación de las significaciones inadecuadas.

En este sentido, hay que agregar que en ocasiones la nominación puede ser meramente descriptiva y no
pretender ninguna imposición estereotípica. Decir que un ‘hombre que tiene sexo con hombres’ y una ‘mujer
que tiene sexo con mujeres’ son homosexuales (aunque no se identifiquen como tales) o que ya en la
Antigüedad se observaban prácticas homosexuales (aunque entonces no se les definiera así) no es inexacto
(siempre y cuando se les contextualice adecuadamente) y obedece simplemente a la utilización de un concepto
operativo para determinar ciertos actos de algunas personas sin por ello atribuirles todas las implicaciones de
una adscripción identitaria.
Referencias

González González, Mauricio (2017). “Cultura e identidad”. Diplomado en análisis de la cultura. México:
Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Guerrero Galván, Alonso (2017). “Lengua como cultura”. Diplomado en análisis de la cultura. México:
Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Lamas Encabo, Marta (2017). “Género y análisis cultural”. Diplomado en análisis de la cultura. México:
Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Millán Valenzuela, Saúl (2017). “Análisis simbólico”. Diplomado en análisis de la cultura. México: Instituto
Nacional de Antropología e Historia.

Nieto Calleja, Raúl (2017). “Cultura del trabajo”. Diplomado en análisis de la cultura. México: Instituto
Nacional de Antropología e Historia.

Peña Sánchez, Edith Yesenia (2017). “La comida como cultura”. Diplomado en análisis de la cultura. México:
Instituto Nacional de Antropología e Historia.

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