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Demócratas SI, demócratas NO

Jorge Gómez Arismendi


¿Qué lecciones se han aprendido del 5 de octubre de 1988? Pocas la verdad. Si somos honestos, lo que
menos reina en el Chile actual es un espíritu democrático. Las generaciones más jóvenes, hijas de esa
democracia restablecida arriesgando el pellejo, poco profesan la democracia en su sentido estricto.
Según un estudio de la Asociación Internacional para la Evaluación del Logro Educativo (IEA), un
57% de los estudiantes secundarios en Chile se mostró favorable a una dictadura. Si bien hubo una
baja en comparación con 2009, la falta de cultura democrática se aprecia claramente en las universidades
y en los colegios donde ciertos alumnos juegan a revolucionarios imponiendo su intolerancia, actuando
como simples bárbaros, incluso agrediendo a sus profesores, rociándolos con bencina. Nada de raro si
el mismo estudio indica que un 61% de los estudiantes aseguró que el fin justifica los medios.
Es tan bajo el aprendizaje democrático en estos años, que los días previos a la conmemoración del
plebiscito no han estado marcados por la idea de conciliación como planteaba Patricio Aylwin en su
discurso del 2 de octubre de 1988, sino por revanchismos e intolerancias de todo tipo. Y no hablo
necesariamente de la necesaria justicia que debe aplicarse en cualquier estado de derecho cuando se han
vulnerado derechos ajenos sino, por ejemplo, de las burdas rencillas entre quienes buscan adjudicarse
el crédito de haber avivado el triunfo del NO. Aquello es una muestra de la pobre cultura democrática
que predomina hoy entre los grupos políticos. Varios parecen olvidar que en realidad fue la sociedad
civil, como siempre ocurre, la que le puso freno al abuso del poder político, del ahora tan venerado
Estado. No por adhesiones ideológicas dogmáticas ni partidarias sino por su valoración de la
democracia y la libertad.
El 5 de octubre debería servir para conmemorar el triunfo de las urnas por sobre las armas, que es el
triunfo permanente de la democracia por sobre otras formas de gobierno. Pero, además debería servir
para recordar que aquello conlleva la expresión de posturas contrapuestas dentro de un marco de respeto
mutuo, que no es sostenible bajo lógicas crecientemente intolerantes, violentas y polarizadas impulsadas
por vanidosos que pretenden darse ínfulas de sedicioso. Es decir, también podría ofrecer la oportunidad
para reflexionar acerca de la fragilidad de la democracia, tan denostada desde distintos flancos
actualmente, y de cuánto podemos contribuir a fortalecerla o destruirla con nuestras propias acciones,
ya sea como ciudadanos, dirigentes, políticos, empresarios, académicos e intelectuales. No hay que
olvidar que, en ciertos casos, las dictaduras surgen ahí donde las democracias han sido quebrantadas y
menospreciadas por sus propios actores. En Chile ocurrió eso. No hay que olvidar que muy pocos
valoraban la democracia chilena porque la consideraban un burdo ilusionismo electoral. La libertad
política, claramente imperfecta, era despreciada en favor de posturas en favor de dictaduras proletarias
o autoritarismos conservadores. Negar aquello, tan esencial para reflexionar acerca de la propia
democracia chilena, es faltar a la verdad, a los hechos y a la Memoria, tan manoseada en estos días.
Chile perdió su carácter democrático mediante una fractura que se fue incubando paulatinamente
cuando se asumió, erróneamente, que su democracia debía ser superada bajo proyectos globales
totalizantes. Cuando la separación de poderes, el estado de derecho y el pluralismo político comenzaron
a ser considerados un lastre para tales aspiraciones, como una traba del estado burgués contrario a los
propósitos que la Historia y su partera destinaban. Ahí, cualquier democracia comienza a agonizar y se
abre la caja de pandora. En medio de ese paroxismo que propicia a los sujetos más osados o resueltos
a posicionarse, aparece aquel que cruza la línea y cree necesario asestar el tiro de gracia contra cualquier
supuesto moribundo. Y entonces la democracia muere, no en un día específico de septiembre sino
mucho antes. ¿Cuán claro tenemos eso al momento de recordar nuestra democracia caída y su posterior
retorno, 17 años después, un 5 de octubre?

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