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Las dinámicas del mercado peruano requieren análisis e intervención. En este sentido, los
análisis de sistemas de producción y distribución que tengan enfoques micro o macro
económico-sociales no nos permiten comprender una dimensión importante de las
dinámicas mercantiles. El consumo en el Perú, como en todas partes, tiene un impacto
significativo sobre los estándares de vida, la organización social y la cultura. Pero
también, el consumo es un factor que influye la producción y la distribución de
productos. Así, cambios en la demanda de cualquier tipo de producto pueden
desestabilizar, mantener o comprometer sistemas de producción o distribución. Para
ayudarnos a comprender estas dinámicas propongo revisar dos obras sobre el consumo
peruano. Consumo, cultura e identidad en el mundo globalizado. Estudios de caso en los
Andes, escrito por Ludwig Huber, nos habla de las dinámicas del consumo en Huamanga,
Chuschi, y en El Alto (Bolivia), y particularmente de cómo las preferencias de grupos
específicos impactan sobre su cultura y sus identidades. A continuación, El consumo
urbano de los alimentos andinos tradicionales, de Stephen Smith y Carolina Trivelli, nos
ofrece un análisis empírico de algunas diferencias en la alimentación de los peruanos. Los
autores tienen un enfoque sobre el consumo de olluco, oca, quinua, kiwicha y habas, en
diferentes regiones (Lima, Huancayo, Huaraz, Ayacucho, Cuzco y Puno). Al final,
examinan cómo el mercado de los productos tradicionales puede evolucionar a la luz de
las tendencias que revelan y discuten. Estas obras nos muestran dos lados distintos sobre
el mismo tema, ya sea el rol del consumo en el mantenimiento o cambio de la cultura y
de las identidades, o la influencia del consumo de productos tradicionales sobre las
dinámicas de mercados.
Ludwig Huber expone con claridad las grandes líneas del discurso sobre los procesos de
globalización y sus impactos sobre las culturas en general (9-20). Al principio, su
discusión consiste mayormente en clarificar la posición del consumo en las ciencias
sociales. Así, hablar del consumo es hablar de patrones y mecanismos económicos y
socioculturales a diferentes niveles geográficos y demográficos. Huber nota, por ejemplo,
que patrones de consumo representan manifestaciones culturales, subculturales o de
clases socioeconómicas que permiten a sus miembros identificarse, expresarse y
mantener un sentido de pertenencia (22-23). La posición teórica del autor sostiene que los
consumidores son agentes que, a través de sus elecciones de adoptar o rechazar
tendencias o modas de consumo, manifiestan sus identidades (personal y de grupo) (24-
27). Aunque pertinente, en su argumentación faltan consideraciones por diferencias de
género, como si las prioridades de consumo de hombres y mujeres fueran las mismas.
Añado que presenta muy bien las posiciones de autores como Douglas y Isherwood
(1979), Featherstone (1991), Miller [ed.] (1995), Howes [ed.] (1996), Lury (1996) y
muchos otros, pero falta una crítica integrada. Por lo menos, menciona que el consumo en
el Tercer Mundo no puede ser analizado de la misma manera que en el Hemisferio Norte;
que “puede parecer descabellado comparar un país donde la mitad de la población vive en
condiciones de extrema pobreza con una sociedad de consumo” (31) y que las nociones
de necesidades o consumo de base deben considerar particularidades culturales y
comunales (33).
Huber, por su lado, habla también de nichos de mercado y de aculturación, pero con un
punto de vista más antropológico. Empieza, por ejemplo, por describir el medio ambiente
sociocultural para que comprendamos el contexto local del consumo. Huamanga está
descrita como una ciudad pobre donde se puede notar una hibridización cultural: donde lo
tradicional se amalgama con lo moderno, lo regional con lo foráneo, y las culturas se
mezclan creando nuevas formas locales. Huber da el ejemplo de McDonald’s, que ofrece
anticuchos, rachi y pancitas (38). Dice también que la dinámica social en Huamanga se
particulariza porque la introducción de bienes y servicios ajenos induce cambios
importantes, especialmente en las preferencias y estilos de vida de la juventud. El autor
nos cuenta que los jóvenes de clase media han empezado a frecuentar gimnasios y por lo
tanto a utilizar “máquinas sofisticadas” para “mantener o, según el caso corregir su
apariencia”(42). Este fenómeno está asociado a la influencia del “cine de Hollywood
[que] ayudó a establecer nuevos ideales de apariencia física” (41). La moda también tiene
un lugar importante en las preocupaciones de la juventud. Así, marcas de prestigio como
Levi’s y Wrangler Jeans son criterios de selección. En realidad, hay dos industrias
distintas, la de la ropa “bamba” y la de los productos originales (43). Estos cuestan más,
lo que el acceso de las clases baja y medio-baja. Admito que Huber nos da mucha
información sobre las preferencias de la juventud, aunque su análisis es a veces
superficial e incompleto. Por mi parte, considero que falta todavía una critica integrada
sobre lo que otros han sostenido; lo que se traduce, cuando habla de vestimentas y de un
único supuesto proceso de racionalización, en una generalización sobre la elección de
vestirse de toda una generación. Lo que falta, en mi opinión, es considerar la posibilidad
de que estas opciones sean limitadas en provincias, y que la elección (de vestirse de
cualquier manera) no significa necesariamente ubicarse en el mundo de la moda. Huber
menciona que la presencia de subculturas juveniles en Huamanga se manifiesta también a
través de sus gustos por algunos tipos de música. Así, se puede observar una
hibridización interesante. La música ayacuchana tradicional habría perdido su
predominancia, mientras que se han incorporado, siguiendo las tendencias de afuera,
elementos de rock y de jazz. Lo más popular ahora es la chicha, la salsa, el merengue, la
cumbia y la tecnocumbia. También se puede notar que algunos grupos marginales y
controversiales se expresan a través de otras corrientes musicales, una de las cuales es el
movimiento Chapla Rock (45).
A pesar de que Huber nos habla de cambios importantes, nos quedamos con preguntas.
Por ejemplo, no sabemos si una mayoría de varones o mujeres utilizan la Internet y si hay
diferencias de género en el uso del ciberespacio; y no sabemos tampoco si las
experiencias en el ciberespacio influyen en los hábitos diarios de consumo. En otras
palabras, Huber es ciego a las diferencias de género que pueden existir y su análisis, al
contrario de sus descripciones, es a veces bastante superficial. A la luz de estas lagunas es
interesante de notar que Smith y Trivelli consideran el rol de la mujer como fundamental
en el consumo de alimentos tradicionales. Así, explican que la elección de consumir y
preparar estos productos en el contexto del hogar familiar pertenece a la mujer (Smith y
Trivelli: 23). Ellos toman en cuenta que la experiencia de la mujer, cuando trabaja fuera
de la casa o cuando se queda en casa, influye en su predisposición a consumir estos
alimentos. Evidentemente, hablamos aquí de economía de tiempo. Para la mujer de la
ciudad, o la mujer migrante, trabajar fuera y emplear “mucho tiempo en el tránsito al
lugar de trabajo... implica una reducción en el tiempo disponible para preparar las
comidas, lo que trae nuevos patrones de consumo alimenticio” (Smith y Trivelli: 23). Lo
que aprecio es que ellos mismos admiten que hay lagunas en el dato que utilizan, ya que
se apoyan en un análisis de datos secundarios y no pudieron considerar otras variables
por falta de información. “De particular importancia, es la falta de información sobre el
nivel de educación de la encuestada, su estado de empleo, su estado civil, el empleo de su
marido/cónyuge y la presencia de otras personas mayores en el hogar... que podrían
ayudarla en la preparación de la comida” (Smith y Trivelli:27). El carácter empírico de su
investigación les permite analizar de manera estructurada la importancia de diferentes
variables cuantitativas y cualitativas. En este sentido, estoy de acuerdo en que un análisis
bien estructurado nos ofrece una mejor comprensión de la dinámica entre factores
socioeconómicos y el consumo de estos cultivos. En este caso, la riqueza del hogar, el
condición migratoria de la familia, el número de hijos menores de 13 años, la edad de la
encuestada, la influencia de la urbanización/modernización y las percepciones sobre el
producto son considerados como factores que influyen la frecuencia y las cantidades de
consumo de estos mismos productos.
Lo que falta en esta perspectiva es que no considera las preferencias subjetivas de los
actores implicados en el acto de consumir, y tampoco las circunstancias particulares de
cada lugar a la luz de la dinámica comunal o regional. Eso quiere decir que en cada
comunidad existen condiciones específicas que promueven o limitan patrones de
consumo y que sin esta información subjetiva no podemos comprender por qué un
producto es preferido en comparación a otros. Para ilustrar este fenómeno volvemos al
trabajo de Huber. Chuschi es descrita como una comunidad bastante cerrada, que en los
años setenta preservaba su cultura ancestral a través de su organización comunal y de
prácticas agrícolas y religiosas (71). Era un lugar donde predominaba una economía de
subsistencia, animada por relaciones de reciprocidad entre sus miembros (71-72) Sin
embargo, la comunidad estaba dividida. De un lado estaban los que seguían las
tradiciones de vestimenta y participaban en la jerarquía de prestigio, del otro, quienes se
vestían según las tendencias occidentales y no participaban en la jerarquía comunal (72).
Lo interesante es que en este grupo nadie estaba realmente integrado. Hoy día, aunque la
gente sigue siendo pobre, hay inmuebles modernos (la municipalidad, un colegio, un
hotel), restaurantes, tiendas, servicios de agua potable, electricidad, acceso a la televisión,
música popular, servicios de microbús, etc. Y se nota que la población está interesada en
la política nacional (74). Finalmente, la incompatibilidad entre las instituciones
modernas, burocráticas y estáticas y las instituciones tradicionales, comunales (76-78),
hace que los jóvenes hayan rechazado su cultura mientras la influencia de los migrantes
(83) contribuye al proceso de aculturación de la población.
Severine Minot
Universidad de Ottawa
severineminot@hotmail.com