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El DHA es el sustrato más importante para la función cognitiva. Predomina en las áreas
cerebrales asociadas con el aprendizaje y la memoria; se incorpora a los
glicerofosfolípidos de la membrana neuronal y participa en la regulación de la
neurogénesis, la neuroplasticidad, el crecimiento neurítico, la sinaptogénesis y la fluidez
de membrana, con participación indirecta en la transducción de señales y la
neurotransmisión.
También mejora el tono vascular, incrementa el flujo cerebral en el curso de las tareas
cognitivas y regula el transporte y consumo de glucosa por la barrera hematoencefálica.
Su forma no esterificada es el ligando natural de diversos receptores nucleares que regulan
la expresión génica y son precursores de resolvinas y neuroprotectinas que contrarrestan
la inflamación y el estrés oxidativo y aumentan la supervivencia neuronal.
El EPA y el ácido alfa-amino linoleico (ALA) tienen un papel secundario, porque si bien
atraviesan la barrera hematoencefálica, el 99% sufre oxidación; ambos aportan
combustible al cerebro por medio de la citogénesis y participan en la síntesis de
eicosanoides, que disminuyen la inflamación y mejoran el flujo cerebral por su acción
antitrombótica y vasodilatadora.
El DHA se acumula en el cerebro y tiene una vida media muy larga, de alrededor de 2.5
años; estudios en animales demostraron que la deficiencia de DHA a largo plazo se asocia
con pérdidas significativas en la función cerebral en relación con el aprendizaje, la
memoria y las respuestas olfativa y auditiva, por lo que su restitución permitiría la
recuperación de estas funciones. Por este motivo se estima que la deficiencia dietaria
crónica de DHA en los seres humanos puede alterar la función cognitiva