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desastre... Es lo peor de todo, porque la norma divina que ahora quebranta Aquiles es
una de las más sagradas, la ley de que se debe ser piadoso con quienes suplican... En
este sentido, definitivamente Aquiles da un paso en sentido equivocado. La
recuperación y el arrepentimiento de Agamenón suprimen la excusa que tenía antes y
ahora sólo él es culpable de la calamitosa situación en que están los aqueos.
Aquiles es castigado con la muerte de Patroclo... Pero su tragedia no acaba aquí. Aún
está por llegar el capítulo más triste... Aquiles tiene la cólera en el alma y, aunque la
muerte de Patroclo le crea una gran culpabilidad, no lo cura de la cólera... Ahora su
principal idea es la venganza. La venganza era absolutamente legítima en la moralidad
heroica. Cuando Odiseo mata a los pretendientes hay que entender que está
completamente justificado a ojos del poeta y de sus oyentes. Pero cuando Aquiles
busca vengarse en Héctor, su ánimo es diferente y sus resultados menos loables... Su
furia se extiende otros que son del todo inocentes. Mata a Licaón y le niega los ritos
funerarios... No se contenta con matar a Héctor. Tiene que maltratar también su
cadáver... Pero Homero no se contenta con dejar a Aquiles y su historia aquí. Su
héroe se ha hundido en la degradación por una falta de su propio carácter y sólo
puede restituirle el honor y la simpatía cuando esta falta se haya reparado.
La reparación se produce en el último libro, con la visita de Príamo para rescatar el
cadáver de Héctor.
Aquiles no puede oponerse a la solicitud que viene de los dioses de que entregue el
cadáver de Héctor. En ese instante recobra su verdadero carácter. Su cólera ha
pasado y vuelve a ser él mismo.
Aquiles y Héctor
La épica heroica
La imagen épica del mundo se formó y transformó durante las edades oscuras
de Grecia, durante el espacio en blanco de la historia griega situado entre la
caída de las ciudadelas —Micenas, Tirinto, Pilos, Troya— y el renacimiento de
las ciudades en el siglo VIII antes de J.C. Cualesquiera detalles de la cultura
minoica o micénica que puedan persistir en los poemas, la imagen homérica de
la sociedad en general pertenece a las edades oscuras y a la primera época de
la recuperación. Homero nos muestra a la gente viviendo en pequeños grupos,
dependientes unos de otros para su común seguridad frente al mundo hostil.
Cuando las condiciones de fondo de la vida son una situación bélica —cuando
los hombres se sienten con libertad para robar a quienes no conocen y para
saquear y exterminar toda ciudad contra la que tengan algún agravio—, los
hombres deben depositar una gran confianza en sus allegados. De manera que
el combate genera una comunidad estrechamente unida. La comunidad
homérica consiste, en efecto, en aquellos que están dispuestos a morir unos
por otros; el perímetro de cada comunidad es el potencial campo de batalla.
Bajo estas condiciones sociales, la guerra se percibe como la actividad humana
más importante, puesto que la capacidad de la comunidad para librar una
guerra defensiva se percibe como el prerrequisito de todos los valores de la
comunidad.2 Dentro de la comunidad puede haber familias, mano de obra
productiva, propiedades, ceremonias religiosas y sociales, pero todo esto
depende de la existencia del valor de los guerreros.
La responsabilidad de la batalla homérica recae sobre unos pocos dirigentes.
La masa anónima puede comparecer en el campo de batalla, pero su
importancia es insignificante en el curso de la guerra; las batallas las ganan y
las pierden aquellos que se adelantan a la masa, los promachoi, los que
«luchan entre los adelantados». Existen los aristoi o príncipes, que están
adiestrados en el arte y en el trabajo de la guerra. A estos guerreros dirigentes
da el lenguaje homérico el nombre de heroes, héroes.3
De modo que, para Homero, el heroísmo es una concreta tarea social y los
héroes constituyen un determinado estrato social. Se da este nombre a quienes
son, han sido o serán guerreros. Esta es en Homero la clase gobernante, la
clase propietaria y también la clase sobre la que recae la responsabilidad de
velar por la comunidad.
Todos los hombres nacen para morir, pero sólo el guerrero debe enfrentarse a
este hecho en su vida social, puesto que sólo cumple con sus obligaciones
haciendo frente a los que buscan su muerte. La comunidad se asegura
mediante el combate, que es la negación de la comunidad; esto genera una
contradicción en el papel del guerrero. Su comunidad lo mantiene y lo envía a
su propia destrucción. En nombre de la comunidad, él debe abandonarla y
penetrar en el reino de la fuerza. El guerrero sólo protege al mundo humano
contra la fuerza gracias a que él mismo está deseando utilizar y sufrir la fuerza,
«labrar su propia gloria o someterse a la de los otros». El guerrero se sitúa en
la frontera entre la cultura y la naturaleza.
Cóleras heroicas
Esta reflexión nos devuelve a la cólera de Aquiles, de la que ahora podemos
hablar como una versión específica, o transformación, de la conciencia heroica.
El heroísmo presupone una reciprocidad entre el héroe y la comunidad. Debido
a la conducta de Agamenón en el Canto I, esta reciprocidad se rompe. Una vez
rota, la respuesta espontánea de Aquiles es el deseo de matar a Agamenón;
esto sería unacto social y constituiría de facto una reclamación a la comunidad
de su probidad frente a Agamenón. «Disolvería la asamblea y mataría a
Agamenón» (I, 191); es decir, Agamenón moriría y los demás
volverían a sus casas, aceptando con su silencio una acción de excusable
violencia.
Atenea impide la espontánea respuesta de Aquiles; Hera la ha enviado «a que
cuide y se preocupe de los dos a la vez» (I, 209). Atenea promete los triples
regalos y confía en una reconciliación entre Aquiles y Agamenón. No obstante,
para Aquiles la discusión ha llegado a un punto en que la comunidad debe
elegir: o Agamenón o él. Buscar la reconciliación es de hecho optar por
Agamenón, puesto que la reconciliación dejaría al rey en su sitio, sin castigar
su injusticia contra el mayor de los príncipes.
Nemesis y Aidos
Aidos y nemesis constituyen un par reflexivo (cf. XI, 649 y XIII, 122). La nemesis
de los demás despierta aidos en uno (XVII, 91-95). Lo mismo que Odiseo
siente aidos de llorar, también siente miedo de que el exceso de su llanto
provoque la nemesis de los otros (xix, 121). El aidos que siente Diomedes
delante de Agamenón inhibe su sentimiento de nemesis en respuesta a la
reprimenda de Agamenón (IV, 402 y 413). La irritación de Diomedes contra el
hombre Agamenón se inhibe por respeto a su condición
de rey.
El aidos inhibe la acción haciendo sentir a los héroes que, si actúan de ese
modo, quedarán fuera de lugar o se equivocarán. La nemesis impulsa a atacar
a quienes se han mostrado faltos del debido aidos.17
El aidos es, pues, una especie de anticipación hipotética de la nemesis. A
menudo se actúa con el fin de eludir la nemesis; así, Penélope dice que debe
acabar la mortaja de su madre, «no vaya a ser que alguien
del pueblo sienta nemesis contra mí» (ii, 101; xix, 146 y xxiv, 136). Uno puede
situarse en la posición de los demás y preguntarse cómo es probable que se
vean las propias acciones; así Nausícaa dice: «Yo
sentiría nemesis contra otra muchacha que actuara de este modo» (vi, 286).
Incluso se puede sentir
némesis contra uno mismo, al examinar los propios actos (como si dijéramos)
desde fuera (cf. ii, 64 y iv,
158-160).