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De Certeau - “Envió”, en La invención de lo cotidiano 2.

Una ciencia practica de lo singular

Al considerar la cultura como la practicamos, en lo que la sostiene y organiza, se imponen tres prioridades:
- Lo oral
- Lo operativo
- Lo ordinario
Las tres nos llegan por la desviación de un escenario extraño, la cultura popular.
Al asegurar progresivamente su autonomía, la industria y la tecnología de la cultura se separaron de estos tres sectores
para hacerlos objeto mismo de sus conquistas.
La cultura oral se convirtió en el blanco de una escritura que debía educar o informar [oralidad].
Los practicantes se transformaron en consumidores supuestamente pasivos [operatividad].
La vida ordinaria se constituyo en un territorio ofrecido a la colonización de los medios de comunicación [lo ordinario].
Sin embargo, los elementos que creíamos eliminados surgieron determinando los intercambios sociales y organizando la
manera de “recibir” los mensajes culturales, es decir, de transformarlos mediante el uso que se hace de ellos.

La oralidad

Lo oral tiene un papel fundador en la relación con el otro. La voz codifica y hace posible la interpretación de las
relaciones. La oralidad constituye el espacio esencial de la comunidad. En una sociedad, no hay comunicación sin
oralidad, aun cuando esta sociedad conceda un amplio espacio a lo escrito para memorizar la tradición o la circulación
del conocimiento. El intercambio social exige un correlato de gestos y cuerpos, un presencia de voces y acentos; toda
una jerarquía de informaciones complementarias, necesarias para interpretar un mensaje más allá del simple enunciado.
El teléfono, que ha vencido al telégrafo y disminuido el uso privado de la carta, protagoniza una intensidad acrecentada la
voz como una voz singular. Amplifica sus particularidades como lo hace la radio. Cada uno de nosotros se vuelve así una
memoria de voces. Este concierto de voces se refiere también a la televisión.
De este modo, la oralidad conserva el papel principal en nuestras sociedades de escritura y cifras, más auxiliada que
contrarrestada por los medios de comunicación masiva. En todas partes, la voz se impone en su misterio de seducción
física, en su tratamiento policultural.
La oralidad está en todas partes, por que la conversación se insinúa en todas partes; organiza tanto la familia como la
calle. La conversación adquiere probablemente su condición teórica inferior por se natural y necesaria en todo lugar. Sin
embargo, el estudio de los procesos cognoscitivos así lo muestra; una información sólo se recibe y asimila cuando un
nuevo adquiriente llega a ponerla en forma a su manera, a retomarla por su cuenta insertándola en la conversación, en
su lengua habitual. Por no haber superado esta etapa la información nueva seguirá siendo frágil. Su adquisición depende
también de la configuración de las situaciones de interlocución en las que entra en juego: cada locutor ocupa una
posición social; lo que se dice se escucha y se interpreta en función de esta posición.

La operatividad

La cultura se juzga por sus operaciones, no por la posesión de sus productos. El arte de la cocinera es todo de
producción, a partir de la elección de ingredientes. Igualmente, la comunicación es una cocina de acciones y palabras
con sus recetas y sus sutilezas. Del tocadiscos de alta fidelidad a la videograbadora, la fusión de estos aparatos
multiplica y estimula la inventiva de los usuarios. Se graban fragmentos de transmisiones, se hacen montajes. A su vez,
este caudal se convierte en objeto de trueque en la red familiar. De esta forma se organiza una nueva forma de
convivencia en el círculo familiar, donde se afina la percepción y la critica.
En sí misma, la cultura no es la información, sino su tratamiento mediante una serie de operaciones en función de
objetivos y relaciones sociales.
Un primer aspecto de estas operaciones es estético: una práctica cotidiana abre un espacio propio en un orden impuesto.
Un segundo momento es polémico: la práctica cotidiana es relativa a las relaciones de fuerza que estructuran el campo
social como el campo del conocimiento. Apropiarse de informaciones, ponerlas en seria, editarlas a gusto, es cobrar
poder sobre un conocimiento y dar vuelta a la fuerza de imposición de lo ya organizado. Equivale a trazar con estas
operaciones un camino propio en la resistencia del sistema social.
Un último aspecto es el ético: la práctica cotidiana restaura con paciencia y tenacidad un espacio de juego, una
resistencia a la imposición, se defiende la autonomía de algo propio.
Lo ordinario

Cultura ordinaria y cultura de masas no son equivalentes, dependen de problemáticas diferentes.


La cultura de masas remite a una producción masiva que simplifica los modos propuestos para extender la difusión.
La cultura ordinaria se refiere a un “consumo” que trata el léxico de los productores en función de códigos particulares, a
menudo obra de practicantes, y en razón de sus propios intereses.
La cultura de masas tiende a la homogeneización. La cultura ordinaria esconde una diversidad fundamental de
situaciones, intereses y contextos. La pluralización nace del uso ordinario de la inmensa reserva que de diferencias.
La cultura ordinara es para empezar una ciencia practica de lo singular, que toma de revés nuestras costumbres de
pensamiento en las que la racionalidad científica es el conocimiento de lo general, no cesa de articular el conocimiento
con lo singular. Nuestras categorías de conocimiento son todavía rusticas y nuestros modelos de análisis muy poco
elaborados para permitirnos pensar en la abundancia inventiva de las practicas cotidianas.

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