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La cuestión de “quién es el ser humano” y, por lo tanto, de cuáles y cómo son los
niveles que lo componen, constituye un problema clásico en la antropología filosófica. El
pensamiento filosófico y antropológico ha tendido a englobarse dentro de diferentes rangos
conceptuales, clasificados en función de los diferentes niveles que componen al ser humano
y su realidad, así como de la relación y formas de comunicación que se establecen entre los
diferentes niveles definidos en cada modelo.
Para seguir reflexionando sobre lo que se ha dicho del hombre, debemos considerar
ahora sobre el concepto de persona. Con el término de persona se ha querido designar al
hombre en su totalidad e indicar lo que lo distingue de la naturaleza. Al hablar del término
persona tiene suma importancia para el pensamiento moderno, pero mucho antes la lengua
romana tenía el término de personare que a su vez era la traducción del griego prosopon
(máscara) con el que se quería expresar la idea del sonido de que alguien daba respuesta y a
su vez, a otro sonido recibido.
Para que un ser humano pueda escuchar algo exterior a sí e interpretarlo y a su vez
dar respuesta acorde, debe estar capacitado para ello. Está claro que la persona humana posee
en su entidad alguna característica que le permite dejar su mundo solipsista y acercarse hasta
otra persona para darle una respuesta. Fernando Rielo nos da a conocer con esta idea en su
pensamiento: el espíritu humano posee la ley de transcendencia, es decir de “salir de” para
“llegar a”, dando a su vida y actos una dirección y sentido.