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Pensamiento Argentino y Latinoamericano, Cátedra Palti, 2015

Apuntes para leer a Ramos Mejía

Martina Garategaray

José María Ramos Mejía (1849-1914) se doctoró en Medicina en 1879 y se

especializó en estudios psiquiátricos. Proveniente de una familia patricia de Buenos Aires,

en 1893 fue presidente del departamento Nacional de Higiene y a partir de 1908 presidió el

Consejo Nacional de Educación desde dónde puso en práctica sus ideas concernientes al rol

de la educación en la construcción de la identidad nacional. Sus vínculos con la elite

gobernante quedaron testificados en su paso por la política al ocupar una diputación

primero y después al frente del Consejo Nacional de Educación.

Durante esos años escribió varios libros a partir de claves psicológicas: Las neurosis

de los hombres celebres, La locura en la historia, Las multitudes argentinas. Ramos Mejía

comienza a escribir Las Multitudes como prólogo a Rosas y su tiempo (1907), porque

considera que antes de explicar a Rosas es necesario explicar el tipo de formación de las

muchedumbres de las cuales surgió su liderazgo: “para conocer a fondo la tiranía, es

menester estudiar a las muchedumbres de dónde salió”. No obstante, ciertas inquietudes de

su época lo llevaron a reflexionar en profundidad sobre las multitudes haciendo que este

prólogo se convirtiera en un libro en sí mismo publicándose en 1899.

Las masas que le preocupaban a Ramos Mejía eran las multitudes urbanas que se

hallaban vinculadas con el mundo de los trabajadores y por ende con la inmigración. Su

gran pregunta era entonces cómo evitar que su presencia afectara la gobernabilidad y el rol

de las elites dirigentes. Es así que poniendo en juego un presupuesto positivista que cree

haber descubierto leyes científicas sobre los hechos sociales, afirma que para poder
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dominar a las masas hay que conocerlas. Quién encuentre ese clave podrá no sólo

comprender, sino prever y encauzar a las masas ya que las peculiaridades de las multitudes

no son obra de la casualidad o producto de accidentes fortuitos (aunque por momentos

pareciera que el relato de Ramos Mejía apela a ellos) sino al cumplimiento de leyes morales

o leyes biológicas que gobiernan el mundo y se cumplen indefectiblemente.

De este modo Ramos Mejía comienza esta obra afirmando que la plebe tiene una

función, pero que hasta entonces fue desoída. Y es necesario prestarle atención ya que en su

estudio está la clave de la nacionalidad. Aquí aparece un componente que resulta

importante señalar que es el de considerar que en la historia argentina las multitudes

cumplen una función clave y una función que en muchos casos, aunque no siempre, es

positiva.

La disciplina médica será el prisma a través del cual piensa a la sociedad como un

organismo y a la multitud como un virus. Un virus que debe ser conocido ya que el mismo

puede ser favorable o nocivo, veneno o medicamento, según la dosis. En este sentido

Ramos Mejía se propone un estudio fisiológico de la multitud que consiste en estudiar 1) su

organización, composición y papel en los diversos acontecimientos, 2) los hombres que

proceden de ella y son en toda su psicología, su expresión genuina, una proyección

individual de su alma y su genio, 3) y, por último, los dominadores que surgidos o no de la

multitud pueden dominarla.

Para responder a lo primero Ramos Mejía diferencia a la multitud del individuo al

afirmar que “el proceso de multitud hace que los hombres reunidos posean caracteres

nuevos y distintos de los que poseen individualmente”. Es así que la multitud es “el

conjunto de individuos en quienes la sensibilidad refleja supera a la inteligencia y en virtud

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de esa disposición especial se atraen recíprocamente con mayor fuerza de asociación que

los que con mayor control cerebral resisten a ella por su control del razonamiento”.

De esa unión, en el proceso de multitud, surge el alma colectiva. El alma es la

fuerza psíquica que les da homogeneidad. En palabras de Ramos Mejía: “El nombre

colectivo de muchedumbre indica que las personalidades particulares de los individuos que

forman parte de ella se encuentran e identifican en una sola, por lo que forzosamente hay

que reconocer que existe algo que nos escapa y que sirve provisionalmente de pensamiento

común, y ese algo es el alma.”

En estas definiciones es importante remarcar la influencia que el psicólogo social

Gustav Le Bon (1841-1931) y su Psicología de las multitudes (1895) tuvieron en Ramos

Mejía. No sólo por el desarrollo de ciertos conceptos sino por el tipo de preguntas que

ambos se hicieron. Si el advenimiento de las masas era inevitable, ¿cómo evitar ser

gobernado por ellas?, ¿cómo se construye el vínculo entre el líder y las masas?

Sorprendido por el terror que generó en Francia la irrupción de las masas, primero

en torno a la Revolución Francesa y después por los sucesos de la Comuna de Paris

(irrupción que parece cuestionar los límites del progreso y de la razón), Le Bon afirma que

la acción inconsciente de las muchedumbres sustituye la actividad consciente de los

individuos. Y esta inconciencia es uno de los secretos de su fuerza: poco aptas para el

razonamiento las multitudes son muy aptas para la acción.

Este componente irracional de las masas se debe a que las masas no son la

sumatoria de individuos sino que en muchedumbre los hombres poseen caracteres nuevos

muy diferentes que los constituyen en un sujeto distinto. Al entrar en estado de multitud, el

individuo se aliena. A pesar de lo diferente que sean los individuos que la componen por el

solo hecho de transformarse en muchedumbre poseen una clase de alma colectiva que les
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hace pensar, sentir y obrar de una manera diferente a cómo lo harían individualmente. Es

así que Le Bon establece cómo aparecen nuevos caracteres en muchedumbre que los

individuos aislados no poseen: 1) por el hecho del número adquiere un poder invencible

que le permite ceder a instintos que solo hubiese refrenado. 2) por el contagio, ya que en

una multitud todo sentimiento, todo acto es contagioso y muchas veces lleva a sacrificar el

interés personal por el colectivo. 3) por la sugestión que hace que un individuo sumergido

en la muchedumbre se encuentra en un estado particular que, como el hipnotizado, no es

consciente de sus actos.

“En síntesis, desvanecimiento de la personalidad consciente, predominio de la

personalidad inconsciente, orientación por vía de sugestión y contagio de los

sentimientos y de las ideas en un mismo sentido, tendencia a transformar

inmediatamente en actos las ideas sugeridas; tales son, pues, los principales

caracteres del individuo en muchedumbre. No es el individuo mismo, es un

autómata, en quien no rige la voluntad”.

Esta preeminencia de los impulsos irracionales lo lleva a afirmar que “la

muchedumbre es siempre intelectualmente inferior al hombre aislado; pero que, desde el

punto de vista de los sentimientos y de los actos que estos sentimientos provocan, puede,

siguiendo las circunstancias, ser mejor o peor. Todo depende de la manera en que está

sugestionada la muchedumbre.” Lo que está planteando Le Bon y que será retomado por

Ramos Mejía es que la multitud es una fuerza y como tal funciona sin los propósitos que

informa la moral convencional, es decir que no es ni buenas ni mala, pero, al ser maleable,

a veces se la puede encarrilar y dirigir para convertirla en masa gobernable. Si son

plausibles de cargarse de espontaneidad y violencia, también del heroísmo de los seres

primitivos. Y este es un elemento positivo.


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En este desarrollo Ramos Mejía va a construir la imagen del hombre carbono al

afirmar que los hombres se combinan formando una multitud del mismo modo que las

moléculas forman el cuerpo. El hombre carbono, es el hombre que tiene más posibilidad de

combinarse con otros. Y lo denomina carbono porque el carbono es el átomo que tiene

mayor posibilidad combinatoria. Ahora bien, ¿quiénes son esos hombres carbono? Ramos

Mejía va a afirmar que hay ciertos individuos que tienen más capacidad combinatoria, y es

más fácil que vibren junto con otros porque tienen menos especificidades. Estos hombres

son los hombres promedio, los menos educados, los que tienen menos recursos, por lo que

podría afirmarse que hay una dimensión social que determina quiénes entran en multitud.

Si bien Ramos Mejía va a recuperar varis ideas de Le Bon, se va a diferenciar del

pensador francés en que no todos los hombres pueden ser parte de la multitud. Para serlo

deben reunir estos atributos a) ser humilde, b) de inteligencia vaga, c) sistema nervioso

rudimentario. Esta diferencia es relevante en la medida que, tal como afirma Terán,

autolegitima a los intelectuales como aquellos que pueden realizar la crítica de forma

objetiva porque no pueden convertirse en multitud. Mantener el lugar individual del crítico

le permite resguardar para sí mismo y para la elite el lugar de la razón desde el cual leer a

los otros. Y esto será fundamental para pensar una solución al problema de la multitud

moderna.

Adentrándonos en la obra, Ramos Mejía va a describir las distintas multitudes a lo

largo de la historia identificando las multitudes de la colonia o el virreinato, las multitudes

de la emancipación, las multitudes de la tiranía, y por último las multitudes de los tiempos

modernos que se identifica con los extranjeros traídos por el proceso inmigratorio. En el

caso de las multitudes de la tiranía la figura de Rosas, como el líder capaz de gobernarlas,

será central.
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Ramos Mejía recupera el término meneur del francés, que significa “aquel que

mueve a las masas”, para definir la función del líder cuya conducción no descansa en un

programa racional sino en imágenes y evocaciones sentimentales. Las imágenes más que

las ideas serán importantes puesto que, siguiendo su línea argumental y la de Le Bon, las

multitudes, al no ser capaces de reflexión ni de razonamiento, se dejan impresionar por las

imágenes. Sin embargo para el alienista, el meneur está por encima de la multitud. En este

sentido hay una diferencia sustancial tanto con el planteo de Le Bon para quien el meneur

podía provenir de la masa como con la caracterización de caudillo que aparece en el

Facundo. En este último, la relación entre el caudillo y sus seguidores era pensada bajo la

forma de la encarnación, el caudillo era como un representante. En la imagen de Ramos

Mejía el caudillo es exterior a la multitud, a la que es heterogénea y su liderazgo unifica, y

es un rasgo fundamental que el caudillo no sea como sus seguidores. Si a veces el líder se

parece a la multitud y en lugar de conducirla se deja sugestionar por ella, entonces no es un

verdadero líder. Hay cohesión, pero que el líder no sea igual a la masa es, en el caso de

Ramos Mejía, lo que se busca. Es por ello que va a recuperar positivamente a Rosas ya que

Rosas no era gaucho más, era rubio, de ojos celestes, vestía de otra forma era el “hermoso

macho bravío que llegó a dominar el rio de la plata” y por ello era considerado una figura

con importantes virtudes. En Rosas y su tiempo escribe Ramos Mejía que es “el tipo más

original de la historia de América y el león grandioso, porque devora y mata, no es menos

grande para la admiración del artista y el filósofo que lo examinan dentro de su ubicación

natural.”

Si esta mirada sobre Rosas lo va a diferenciar de Sarmiento, no va a ser el único

punto distintivo. Otro de los puntos de comparación lo va a constituir la caracterización que

hace del inmigrante y del suelo argentino. Y aquí aparece una inversión interesante ya que
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sigue considerando a los inmigrantes como un aporte imprescindible para la construcción

de una nación moderna, pero un aporte conflictivo.

Las reflexiones de Ramos Mejía sobre la multitud de los tiempos modernos se

ubican por un lado, entre sus preocupaciones por la gobernabilidad, dónde la pregunta sería

cómo conducir a estas masas que en los tiempos modernos se muestran pasivas y débiles,

preocupadas solamente por el lucro, el comercio y el ascenso social y, por el otro lado, en el

reconocimiento de que hay una respuesta a dicho problema que descansa en la

nacionalización y la educación.

Comparte con los intelectuales de fin de siglo el diagnóstico sobre la decadencia de

la sociedad argentina que ha perdido potencia y virilidad y por ello se ve obligado a

evidenciar las desviaciones del inmigrante laborioso al identificar otros miembros, cuasi

zoológicos va a decir, que componen la multitud urbana. Es así que describe los tipos

desviados del guarango, el canalla, el huaso y el compadre para detenerse en el burgues

aureus que se enriquece con el lucro. En esta tipología resalta el hecho de que los valores

del mercado no construyen lazo social y que por ello es necesaria la nacionalización del

inmigrante para conformar una comunidad.

Ramos Mejía encuentra que en ambos polos de la sociedad hay una degradación ya

que las nuevas multitudes carecen de la energía necesaria y las clases tradicionales no

tienen la capacidad dirigente de la aristocracia de otras latitudes. En esta descripción le

confiere a las multitudes del pasado, a las de la emancipación y la independencia la

vigorosidad necesaria. Al paso que denuncia el exceso de civilización como causa de

debilitamiento, recupera el componente bárbaro de las multitudes rurales como aquella

fuerza que la ciudad no tiene y necesita. En este sentido invierte los postulados

sarmientinos al recuperar positivamente a las multitudes rurales del pasado argentino.


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Si el mundo rural había sido caracterizado por Sarmiento como el de la barbarie

ahora, sin salir de la barbarie, adopta una connotación positiva. Frente a la imagen de una

civilización afeminada, una civilización decadente, la presencia de los bárbaros aporta una

fuerza renovadora. La Pampa, que era el elemento que barbarizaba en Sarmiento, aquí es el

elemento que civiliza. Esta inversión se debe a que para Ramos Mejía hay una confianza en

la potencia integradora y pedagógica del ambiente argentino sobre la psicología social del

inmigrante. La Pampa ya no es el desierto que debía civilizarse mediante el trasplante

poblacional de extranjeros sino el medio que induce la incorporación a la modernidad a los

mismos recién llegados.

Dice Ramos Mejía: “Felizmente el medio es vigoroso y el plasma germinativo,

conservador. Bastaría ayudarlo un poco con una educación nacional atinada y estable;

limpiar el molde dónde ha de darse forma a las tendencias que deberán fijar el

temperamento nacional”. Si la “nacionalidad se va formando por el lento acarreo de

elementos políticos, sociales y económicos de todo el mundo, al molde preparado de ese

medio peculiar, en el que ya había un plasma germinativo que la irá diseñando. Lo que

conviene es favorecer esa sedimentación y no contrariarla por bruscos e inusitados

declives”. Ya que “en nuestra biología política, la multitud moderna (dinámica) no ha

comenzado su verdadera función.” Y no ha comenzado su función porque vive en un gris

achatamiento político e intelectual.

A la clase dirigente le cabe un rol importante que pueda evitar que esta situación sea

capitalizada por los socialistas. Dice Ramos Mejía “temo que el día que la plebe tenga

hambre, la multitud socialista que se organice sea implacable y los meneurs que la dirijan

representen el acabado ejemplar de esa canalla virulenta que lo contamina todo”. Es así que

frente al diagnóstico de la situación actual, su respuesta será un programa de


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homogeneización de esa población diversa que pueda frenar este peligro y que, como

afirmamos, va a constituirse en parte de su programa de gobierno desde el Consejo

Nacional de Educación.

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