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Hoy celebramos el final del año litúrgico con esta fiesta de Cristo Rey. A lo largo
del este año hemos participado en la espera, en la llegada según la carne del Hijo
de Dios, y le hemos seguido en su misión, al mismo tiempo que le hemos dado un
impulso a la nuestra.
¡Jesucristo es rey! No sólo de nuestras vidas sino de toda la realidad, y esto exige
una explicación que los textos de la Sagrada Escritura que escuchamos hoy nos
ofrecen.
En el trozo del evangelio de Juan que escuchamos hoy, Jesús le aclara a Pilato que
es rey, pero su reino no es de este mundo. No pensemos que el reinado de Jesús
es como el poder humano que tiene un regente o un presidente o un emperador,
como el emperador romano de su tiempo. No se trata de un poder limitado y
temporal, sino de un poder que tiene que ver con el fundamento de la realidad y
su desenlace, y por lo tanto, un poder eterno. Al final del texto Jesús le dice a Pilato
que Él es rey y ha entrado en este mundo para ser “testigo de la verdad”. El reinado
de Jesús proviene de la fuerza de la verdad sobre la que está construida este
mundo, incluida la vida del hombre y de la mujer.
En el comienzo del mismo evangelio de Juan, Jesús aparece como “la palabra
eterna de Dios” que estaba con Él desde el origen de todo, y que decidió entrar en
el mundo. Recordemos la riqueza de lenguaje que tiene este evangelio para
decirlo:
Ahora hermanos, nosotros somos testigos de este rey, por lo tanto, testigos de ese
poder que sirve, y de esa verdad que ilumina y hace avanzar hacia la eternidad.
También en el compromiso estamos de lado de la verdad rechazada, quizá estemos
viviendo ya estos tiempos de rechazo a nuestra fe.
Pidamos a Jesucristo rey que nos ayude a perseverar en nuestro compromiso ahí
en nuestras casas, por donde todo comienza. Amén.