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¡Queridos hermanos!

Hoy celebramos el final del año litúrgico con esta fiesta de Cristo Rey. A lo largo
del este año hemos participado en la espera, en la llegada según la carne del Hijo
de Dios, y le hemos seguido en su misión, al mismo tiempo que le hemos dado un
impulso a la nuestra.

¡Jesucristo es rey! No sólo de nuestras vidas sino de toda la realidad, y esto exige
una explicación que los textos de la Sagrada Escritura que escuchamos hoy nos
ofrecen.

En la mentalidad de la Biblia, el verdadero rey de Israel es Yahvé, Dios; los demás


reyes sólo lo son porque le representan. Sin embargo, el anhelo de justicia y de paz
por parte del pueblo de Dios muchas veces resultó ser una quimera, algo
irrealizable precisamente por el mal corazón de sus gobernantes. De ahí nace el
deseo de un nuevo rey, y la promesa de Dios que escuchamos hoy del Libro del
profeta Daniel, en la primera lectura, en forma de visión: el hijo de hombre que
viene entre nubes ha sido introducido en la presencia de Dios (el anciano), y se le
dado el poder, el reinado y la gloria para siempre, sobre Israel y sobre todas las
naciones.

En el trozo del evangelio de Juan que escuchamos hoy, Jesús le aclara a Pilato que
es rey, pero su reino no es de este mundo. No pensemos que el reinado de Jesús
es como el poder humano que tiene un regente o un presidente o un emperador,
como el emperador romano de su tiempo. No se trata de un poder limitado y
temporal, sino de un poder que tiene que ver con el fundamento de la realidad y
su desenlace, y por lo tanto, un poder eterno. Al final del texto Jesús le dice a Pilato
que Él es rey y ha entrado en este mundo para ser “testigo de la verdad”. El reinado
de Jesús proviene de la fuerza de la verdad sobre la que está construida este
mundo, incluida la vida del hombre y de la mujer.

En el comienzo del mismo evangelio de Juan, Jesús aparece como “la palabra
eterna de Dios” que estaba con Él desde el origen de todo, y que decidió entrar en
el mundo. Recordemos la riqueza de lenguaje que tiene este evangelio para
decirlo:

1) Jesús viene como “luz” a un mundo donde reina la tiniebla, y la tiniebla se


resistió, no le recibió.
2) La luz y la tiniebla son imágenes que enseguida el evangelista traduce como
“buenas obras” o “malas obras”, pero en tanto que son reflejo del ser, del
corazón de la persona.
3) La palabra eterna “se hizo carne”, y puso su morada entre nosotros.
4) Finalmente, Jesús dice que “Él es el camino, la verdad y la vida”. La verdad
está asociada a la vida, especialmente a la vida que en el corazón humano
reclama plenitud. Por eso, el deseo de plenitud en el hombre no puede
realizarse si no es en la senda de la verdad.

Vivimos en una cultura posmoderna que ha fracasado en dos aspectos, quizá no


seamos muy conscientes de ello, pero logramos intuirlo y, lo peor, padecerlo.
Primero, el Estado moderno, garante de la democracia, ha fracasado, porque no es
capaz de garantizarla. El Estado está dominado por una fuerza mayor que le
impone sus criterios y su ritmo, el sistema neoliberal, el mercado que nos mira a
todos como consumidores, sea cual sea su publicidad, como aquella que dice que:
“tú eres lo importante para él”. Segundo, el individualismo ha defendido uno de los
dos polos de la realidad (el polo subjetivo, que cuando habla defiende su parecer y
sus deseos como único importante) y no ha sabido resolver los conflictos que de
ello derivan, dejando que la sociedad se degrade cada vez más. Porque cuando la
persona sólo habla de sus deseos, si es atenta, se da cuenta de las contradicciones
que estos generan, como por ejemplo, el deseo de querer comer lo que nos plazca,
entra en conflicto con el deseo de estar delgados, atléticos y por lo tanto
atractivos. En medio de este choque, se tiene que aceptar en nuestra cultura de la
comodidad y del menor esfuerzo, aunque no lo queramos, la necesidad de un gran
esfuerzo; o de lo contrario nos sumimos más en el mesianismo del mercado,
esperando a que se produzca la cápsula que nos haga bajar de peso como por arte
de magia.

En una cultura así, el mensaje y el significado de la persona de Cristo aparece


sumamente actual. Él es la verdad, aquello que le hace falta a los deseos para volar
hacia su meta definitiva. Y si Cristo es la verdad de lo humano, entonces, ni el
mercado que nos ve como ser puramente materiales nos sirve del todo, ni
cualquier sistema de gobierno puede pasarse por alto esta verdad.

El evangelio de Juan nos dice que la verdad ha encontrado resistencia en el mundo,


que el mundo no la recibió, y lo vemos en el texto de hoy, la verdad es
cuestionada, juzgada y sentenciada a muerte. Pero, ¿se puede matar la verdad?,
¿algo que está en el fundamento de todas las cosas?, ¿y si se mata algo que nos
constituye, qué nos pasaría? En la segunda lectura, sacada del Libro del apocalipsis,
Jesús aparece como el Alfa y el Omega, la raíz y la meta de toda la realidad. Sacarlo
a Él de nuestras vidas, sería como condenarnos a terminar nuestras vidas en la
nada, a quedar atorados eternamente en una situación irresoluble. La muerte, la
muerte de todos nuestros deseos. Sería una especie de vida, pero de vida
deformada, seríamos un racimo de deseos en conflicto que no llegarán nunca a su
meta, porque hemos rechazado la verdad que los conduce a su plenitud y los hace
entrelazarse en la más perfecta armonía del amor.

Ahora hermanos, nosotros somos testigos de este rey, por lo tanto, testigos de ese
poder que sirve, y de esa verdad que ilumina y hace avanzar hacia la eternidad.
También en el compromiso estamos de lado de la verdad rechazada, quizá estemos
viviendo ya estos tiempos de rechazo a nuestra fe.

Pidamos a Jesucristo rey que nos ayude a perseverar en nuestro compromiso ahí
en nuestras casas, por donde todo comienza. Amén.

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