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CONDUCTA ANTISOCIAL, ADOLESCENTES DIFÍCILES

Muchas conductas antisociales surgen de alguna manera durante el curso del desarrollo
normal. En el estudio longitudinal de MacFarlane, Allen y Honzik (1954) las madres
informaban de los problemas de sus hijos desde la infancia hasta el comienzo de la
adolescencia (desde antes de los dos años hasta los catorce). Entre los hallazgos destacados
estaba el predominio relativamente alto de conductas específicas, por ejemplo: mentir, la
desobediencia en casa y la destrucción de los objetos personales. Aunque estos índices no
han de tomarse como estimaciones precisas porque las definiciones y los métodos de
medida, varían. Asimismo, hay importantes diferencias por culturas y países de manera que
las estimaciones de un lugar no pueden generalizarse.

Es un hecho que las diferencias constitucionales son muy importantes y que algunos
adolescentes son más bien soñadores, y otros más bien impulsivos o idealistas. Pero eso no
es una razón para dejar que el adolescente se encierre cada vez más en conductas repetitivas
y caricaturescas. Cuando el adolescente se beneficia de un don particular, sea el que sea,
sus rasgos de carácter suelen ser tolerados porque se relegan a un segundo plano a favor de
ese don. Con los años, los rasgos de carácter son susceptibles de llegar a ser cada vez más
invasores, al mismo tiempo que el don, sino se cultiva intensamente puede acabar
perdiendo sus virtudes protectoras para el individuo.

Puesto que las diferencias dependen de la cultura y del lugar, es de considerar que la
definición de conducta antisocial y del adolescente difícil, carezcan de un marco conceptual
compartido. Especialmente cuando consideramos que la conducta antisocial no se refiere
exclusivamente a conductas violentas y/o de tipo agresivo. La timidez, la impulsividad y la
inestabilidad emocional también podrían representar a la imagen del adolescente actual.

El adolescente intransigente

Esta disposición es bastante frecuente durante la adolescencia y se opone a una necesidad


que la vida se encarga frecuentemente de enseñar: la necesidad de comprometerse. Como
todos sabemos, la adolescencia no es la edad de los compromisos y algunos adolescentes se
organizan alrededor, que podríamos definir como la exigencia del “todo o nada”.

El adolescente intransigente quiere obtener la totalidad de lo que exige sin ofrecer


compromiso alguno por su parte, sin limitaciones y, si no lo obtiene, prefiere estrictamente
nada. Esto no es lo mismo que la impulsividad y la inestabilidad. Para el adolescente
intransigente, la única posibilidad que él reconoce es que la realidad exterior se pliegue al
imperialismo de sus propias exigencias: si no puede conseguirlo, opta por hacer como si
esas exigencias no hubieran existido jamás.

Es de considerar que en algunas ocasiones los padres no se consideran del todo aptos para
cubrir tanto las necesidades y expectativas de los hijos, y esto es debido a circunstancias
que se encuentran más allá de las posibilidades de ellos mismos, es decir, depende del nivel
educativo adquirido, del tipo de trabajo, del tipo de familia, de los modelos educativos, del
contexto social, etcétera. El adolescente percibe esta carencia y se inicia (algunas veces sin
darse cuenta de ello) en la búsqueda de sí y para sí mismo, en la satisfacción de estas
necesidades. La ayuda no es una alternativa.

El distanciamiento

El adolescente tiene que redefinir su relación con su entorno y especialmente con sus
padres y sus iguales. La familia, que era el centro de la vida emocional del niño, se ve
relegada a un segundo plano por parte del adolescente. Ahora, el centro de atención más
importante de sus sentimientos y de sus emociones son sus iguales – sus amigos, la gente
de su edad –, pero también otros adultos.

En otra manifestación de esta necesidad de distanciamiento, los adolescentes rechazan con


frecuencia los esfuerzos de sus padres por ayudarles y tranquilizarles, y cada vez les resulta
más difícil aceptar sus muestras de afecto. Los padres tienen que aprender a lidiar con estas
situaciones, reconocerlas, identificarlas y diferenciar cuándo se trata de una tarea que le
corresponde al adolescente y cuándo corresponde al padre aportar asistencia o sugerencia,
sin que el adolescente perciba la invasión a su vida.

Controlar sin ser controlador

¿Es positivo que los padres controlen a su hijos? La respuesta es un sí con reservas. Si bien
es importante que controlen a los hijos porque necesitan protección, a medida que se hacen
mayores disminuye la cantidad de control que se tiene que ejercer sobre ellos. La labor no
es tanto dominar al adolescente como ser su profesor, entrenador y orientador.

Será inevitable, sobre todo si se trata de un adolescente difícil, que tenga que lidiarse con
conductas oposicionistas. Deben evitarse en la medida de lo posible las luchas por el poder.
Estas no podrán ser ganadas a menos que se ejerza un control total sobre el adolescente, y
casi ninguno la tiene. No se les puede obligar a hacer nada, pero se les puede dar a escoger
sin tratar de ejercer fuerza o control.

Factores de riesgo para el comienzo de la conducta intransigente

Los factores que predisponen a niños y adolescentes hacia la conducta antisocial han sido
estudiados extensamente. Las principales categorías incluyen a los relacionados con el
niño/adolescente, los padres y la familia, y aquellos relacionados con la escuela.

Estudios longitudinales han demostrado que la conducta antisocial es estable en las


generaciones familiares; un historial de conducta antisocial o agresiva en la familia pone al
niño bajo riesgo de estas conductas. Por otra parte, cuando los padres son consistentes en
sus prácticas disciplinarias, incluso siendo punitivas, los niños corren menor riesgo de
incurrir en conductas disruptivas. Los padres son a menudo los primeros en los que el hijo
adolescente descarga la agresividad que siente y que exterioriza. El papel del padre
consistirá en adaptarse lo mejor posible a esta agresividad, sin que ello haga demasiado
daño, pero es necesario dejar muy en claro, que no por ello se adoptará una actitud sumisa.
Sino por el contrario, que permita el desahogo y la experiencia emocional sana en el hijo.

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