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ferrocarriles). En muchos casos, esta penetración extranjera se dio corruptamente, con la
connivencia de las elites locales, que aceptaban esa distribución de tareas. Las clases
propietarias locales se veían muy beneficiadas con las inversiones de capitales extranjeras, ya
que aumentaban sus rentas (pues las inversiones aumentaban la demanda de tierras para
producir) y la valorización de sus tierras.
En suma, esta etapa, comenzada a mediados del siglo XIX, se caracteriza por la
realización de un nuevo pacto colonial que, desde la independencia, ya había sido deseado
por algunos grupos locales. Este nuevo pacto transforma a Latinoamérica en productora de
materias primas para los centro de la nueva economía industrial, a la vez que de artículos
de consumo alimenticio en las áreas metropolitanas. Este pacto también la hace
consumidora de la producción industrial metropolitana e insinúa, de a poco, una
transformación, vinculada en parte con la de la estructura productiva metropolitana: muy
lentamente, dejarán de ser tan importantes, en proporción, los artículos de consumo
perecedero, a la vez que comenzarán a tener cada vez mayor relevancia la importación de
bienes de capital.
Las nuevas funciones de América latina en la economía mundial son facilitadas por la
adopción, por parte de las clases dominantes locales, de políticas librecambistas, que si bien
ya existía antes en muchos lugares, ahora se consolida en casi todas partes. La principal causa
de la popularidad local del librecambio es que éste es el factor de aceleración del proceso
que comi enza para Latinoamérica. El librecambio genera nuevos hábitos de consumo en los
sectores urbanos en expansión (altos, medios y bajos), y los vuelve dependientes de la
importación de manufacturas. Por ahora, los sectores urbanos coincidirán –más allá de
algunas disidencias- con las oligarquías exportadoras en apoyar las líneas fundamentales
de este pacto neocolonial. Esto permite, junto a la disminución del conflicto entre
distintos caudillos o facciones locales, una continuidad política mucho mayor que en el
período anterior. De esta manera, América latina parece haber encontrado, finalmente, su
camino, y las disidencias se hacen cada vez menos importantes.
Más allá de esta coincidencia entre los crecientes sectores urbanos y las oligarquías,
los beneficios derivados del nuevo orden se distribuyeron muy desigualmente dentro de
las sociedades latinoamericanas. Los terratenientes, como se dijo, se benefician de las rentas
y de la valorización de sus tierras, pero también de sus influencias políticas. Así, en muchas
circunstancias, los sectores dominantes pedían créditos a bancos extranjeros, y los
financiaban mediante la emisión monetaria, que generaba una inflación perjudicial para el
resto de la sociedad. Los sectores medios y populares urbanos serán los que más sufrirán
las crisis económicas, pero sin embargo su apoyo a la esencia del nuevo orden se entiende
si se tiene en cuenta la posición anterior de estos grupos. El aumento de la capacidad de
consumo urbano permitió una expansión del pequeño y mediano comercio, así como de
algunas actividades industriales dirigidas al mercado local.
Las víctimas del nuevo orden se encuentran sobre todo en los sectores rurales. La
expropiación de las comunidades indias, que favorece la gran propiedad terrateniente,
obliga a los indígenas a trabajar dentro de ésta, generalmente de modo semiservil.
Generalmente, la mano de obra rural no se proletariza, sobre todo porque no le es rentable al
propietario y porque además la vuelve más indisciplinada. Esta matriz de explotación se
expresa más claramente en la hacienda. Los terratenientes, en muchos casos, permiten que
los peones trabajen para su autosubsistencia, pero los obligan a producir bienes que luego
aquéllos exportarán. Esto modifica el ritmo de trabajo, que ahora debe cambiar radicalmente
para aumentar la productividad de una mano de obra tradicionalmente adaptada al
autoconsumo. De este modo, los terratenientes procuran convertir al campesino en una
suerte de híbrido que reúna las ventajas del proletario moderno (rapidez, eficacia) y las del
tradicional trabajador rural (sumisión, mansedumbre). Obviamente, los Estados legalizaban
esta situación.
Hacia 1850, comienza a dispararse la inmigración, muy variable según las regiones.
En todas partes se acentuó la integración de extranjeros en las clases altas urbanas,
favorecida por la nueva dinámica de la economía mundial. La inmigración masiva sólo se dio
en Argentina, Uruguay, el sur y centro de Brasil (sobre todo a partir de 1880), a diferencia
del resto de Latinoamérica, donde la expansión demográfica no se centró en ella. En suma, a
nivel global, el crecimiento demográfico siguió siendo muy fuerte.
En este período también crece muy rápidamente el comercio internacional, sobre
todo en las zonas más marginales del antiguo imperio. En Argentina y Chile, el crecimiento es
el más vertiginoso de América Latina; en Brasil, Colombia, Venezuela y Perú es un poco más
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moderado; Ecuador, Bolivia y México también crecen, pero sus exportaciones no son
demasiado superiores a las de la época colonial, en parte porque la tradicional minería de oro
y plata es menos demandada.
La expansión es el fruto de un conjunto de booms productivos, variable según las
regiones:en Chile, éxito del cobre y el trigo; en Argentina y Uruguay, la lana; en Brasil,
Venezuela, Colombia y Centroamérica, el café; en Cuba, México, el azúcar; en Perú, el
guano y el azúcar. Este crecimiento es facilitado por el ferrocarril y el telégrafo, que se
instala muy desigualmente según las regiones. La construcción de ferrocarriles es financiada
no sólo por el capital extranjero –generalmente el británico- sino también por el Estado,
aunque en diferentes proporciones según las regiones. El ferrocarril muchas veces es una
inversión de bajo rendimiento, que se compensa con las grandes garantías que le dan los
Estados al capital extranjero, o porque el tendido de la red obliga a que los países
latinoamericanos importen bienes de capitales a los países inversores (sobre todo a
Inglaterra).
La expansión latinoamericana se acompaña de la ampliación del comercio, ya no
sólo con Inglaterra, sino también con otros países (Francia y, hacia 1870, Estados Unidos).
Inglaterra, no obstante, sigue siendo la potencia hegemónica y conserva el monopolio
bancario y financiero. Inglaterra seguirá con la línea prudente del período anterior, a saber:
mejor custodiar (con presiones discretas) sus intereses privados apoyados por las dirigencias
locales que aspirar a ambiciosos objetivos políticos (a diferencia de Francia).
Por su parte, la Iglesia católica será la enemiga incondicional de la modernización,
que no sólo le expropiaba muchos de sus terrenos, sino que también la excluía de muchos
poderes que tradicionalmente había tenido, como el registro civil o el matrimonio. El
contacto creciente con la nueva cultura metropolitana, por parte de las elites criollas,
también fue un factor que explica el debilitamiento eclesiástico. La sociedad seguía siendo
mayormente cristiana, pero las elites gobernantes e intelectuales, que en definitiva aplicaban
las medidas políticas, ya no tanto. En el orden colonial, la Iglesia había tenido una situación
privilegiada, ya que al contener a los sectores desfavorecidos, éstos le daban, al menos, un
apoyo pasivo. En el nuevo contexto, esto era más difícil.
Si00n embargo, la resistencia eclesiástica no durará demasiado y, al cabo de algunas
décadas, se irá adaptando al nuevo orden. Para reconquistar el apoyo de las elites deberá
reconocer los cambios ocurridos y buscar cómo desempeñar, dentro del orden nuevo, un
papel análogo al que tuvo en el viejo.
Hay algo que no cambió en Hispanoamérica: la participación política sigue siendo
muy limitada. En casi todas partes los que dominan la economía conservan, hacia 1880, el
monopolio del poder político. A lo sumo, lo comparten con fuerzas que han entrado a
gravitar desde antes de 1850 (como el ejército). De esta manera, la renovación política se
limita a un proceso interno a los sectores dirigentes. Esto motiva un cierto descontento
social, sobre todo en las clases medias urbanas, que de todos modos será, por el momento,
inofensivo.
Esta primera etapa en la afirmación del orden neocolonial, que va aproximadamente
de 1850 hasta 1880 (variable según las regiones), se diferencia de la segunda etapa (1880-
1930) principalmente por: a) una disminución en la resistencia hacia los avances del nuevo
orden; b) la identificación con ese orden, por parte de los sectores socioeconómicamente
dominantes. Hacia 1850, la ideología que se convertía en dominante era el liberalismo; para
1880, este liberalismo devendría, con diferentes matices, en progresismo autoritario.
Los primeros tres países a analizar, México, Argentina y Uruguay presentan algunos
rasgos comunes: en éstos la disidencia armada había sido un rasgo constante, y a mediados
del siglo ascendía el liberalismo constitucional. Hacia 1880, este liberalismo devendría
progresismo autoritario y militar. En Chile y Colombia, el progresismo será el nuevo credo de
oligarquías políticas que se consolidan en el poder; en Perú, las oligarquías lo utilizan como
defensa ante las amenazas de un autoritarismo militar caudillesco; en Brasil, hay una fuerte
concesión a los poderes locales; en Venezuela, Guatemala y Ecuador, el progresismo es
fuertemente autoritario.
México
En 1854, hay una revolución liberal, entre cuyos líderes estaba Benito Juárez, quien
proclamará la “Reforma”: ésta golpea directamente a la Iglesia y sus propiedades y también,
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más a largo plazo, a las comunidades indígenas. Los conservadores resisten y se desata una
guerra civil que dura varios años. En 1857, los liberales dictan una constitución liberal, que
contempla las disposiciones de las leyes de la Reforma; los sectores populares, si bien en su
mayoría son católicos, la apoyan. En este mismo año, Juárez es presidente de México, aunque
los conflictos aún persisten.
La guerra civil asume una dinámica nueva porque intervienen las potencias europeas
(Francia, Inglaterra, España), bajo la excusa de que el Estado mexicano se rehusaba a pagar
las deudas que tenían con ellas. Pero la Francia de Luis Bonaparte quiere ir más allá, al
pretender afirmar su hegemonía imperial sobre México, para lo cual conquista los apoyos
conservadores locales. En 1863 los franceses conquistan la capital, con la satisfacción del
clero, y Juárez se retira hacia el Norte. Se instala un imperio conservador, cuyo emperador,
Maximiliano de Habsburgo, es aceptado como tal mediante un plebiscito.
El imperio había sido creado por los conservadores para deshacer la obra de la
Reforma. Ésta había creado ya sus propios beneficiarios: hacendados y comerciantes urbanos,
que se habían hecho propietarios de bienes antes eclesiásticos. Entre ellos, abundaban los
franceses. Por ello, no debe extrañar que el imperio no hiciera demasiado para anular la
Reforma.
El imperio no había logrado pacificar el país. En 1866, los franceses se retiran de
México y el emperador Maximiliano intenta, por la suya, resistir. Fracasa y es fusilado por
Juárez. La Reforma había triunfado, pero heredaba, una vez más, un México arruinado y con
un ejército libertador, que amenazaba ser muy gravoso para el fisco. Juárez, consciente de
ello, redujo las fuerzas armadas, lo que le valió ciertas resistencias, que pudo doblegar.
También, Juárez redujo los gastos del Estado, excepto en educación, donde procuró extender
la primaria a la población. Esta política austera no fue recibida con demasiado beneplácito,
pero más que nada porque los resultados eran lentos en manifestarse: México seguía
estancado económicamente. Esto no sería suficiente, sin embargo, para que en las elecciones
de 1871 fuera reelecto un Juárez prestigioso por sus victorias sobre los franceses. Juárez
muere en 1872 y lo sucede Lerdo de Tejada. El general Porfirio Díaz, que había sido derrotado
en las elecciones de 1871, lo derroca –bajo la consigna de “sufragio efectivo y no reelección”-
en 1875 y se convierte en el presidente de México hasta 1910.
Díaz asumió defendiendo los preceptos jurídico-liberales de la Reforma, y bajo su
gobierno los llevó bien a la práctica: Díaz se convertiría en un dictador progresista (clara
expresión del “orden y progreso” positivista), que modernizará la economía mexicana,
estabilizará el orden, organizará un sistema de comunicaciones y disciplinará rigurosamente a
la fuerza de trabajo. Materializará esa Reforma que, ya antes de Díaz, había enriquecido aún
más a los que ya eran ricos y a sólo unos pocos que no lo eran, al entregarles las tierras
eclesiásticas y facilitando la expropiación de las indígenas.
Argentina
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es presidente. Avellaneda intenta, sin éxito, conciliar entre la mitrista Buenos Aires y las
provincias. En 1880, el general Roca, que acababa de conquistar los territorios indios del Sur,
logra la federalización de Buenos Aires y el fin del conflicto entre ésta y las provincias. Roca
triunfaba en nombre del lema “paz y administración”, es decir, “orden y progreso”. El
régimen roquista, si bien se legitimaba mediante elecciones fraudulentas e irregulares, al
menos respetó, a diferencia de Díaz en México, ciertos principios y garantías constitucionales
(como la no reelección y la libertad de prensa).
El tránsito de Rosas a Roca fue mucho más que una transformación política: la
Argentina de 1880 era muy distinta a la de 1850. Económicamente, ha prosperado y se ha
modernizado mucho con la introducción del ferrocarril; en Santa Fe y Córdoba, surge la
pampa cerealera, de pequeños productores capitalista; las ciudades crecían y recibían
extranjeros. Sin duda, los principales beneficiarios de esa prosperidad eran las clases
terratenientes y los grandes comerciantes. Pero esa prosperidad era tal que permitía el
surgimiento de una clase media urbana y, en el litoral, de una rural. En cambio, el Interior
era mucho más crítico que Buenos Aires y el Litoral, ya que consumía, pero no tenía qué
exportar.
La prosperidad es el clima que se cree permanente de Argentina. Mientras ésta dura,
el orden político permanece estable; sus altibajos provocan tensiones que, sin embargo, la
coyuntura acalla luego de haberlas provocado. En torno a los rasgos esenciales del nuevo
orden existe un ampliado consenso que garantiza su estabilidad. El Estado, por su parte, gasta
en empresas de fomento, a veces en ferrocarriles, y sobre todo en instrucción pública.
Uruguay
Uruguay vive un proceso similar al argentino. Desde 1811 que vive en una crisis
política permanente, que ha desolado la campaña: hay despoblación ganadera, abundancia de
ocupantes ilegales de tierras e inseguridad permanente del orden rural.
Hacia 1850, los blancos, tradicionalmente rosistas, van triunfando paulatinamente.
Tanto los blancos como en los colorados comienzan a oponerse al caudillismo, y coinciden en
darle el poder a la oligarquía urbana montevideana. Brasil y, más particularmente, Rio
Grande Do Sul, tiene una influencia muy fuerte sobre el Uruguay de esta época. En este
contexto, hacia 1864, un Uruguay blanco asediado por Brasil y también por Argentina, acudirá
en su apoyo a Paraguay, disparando la Guerra de la Triple Alianza (ver adelante). En 1865, los
blancos pierden el poder a manos de los colorados, y no lo recuperarán hasta casi cien años
más tarde. Mientras tanto, la pacificación rural no llega. El orden uruguayo comenzará a
estabilizarse hacia 1870, pero los conflictos persistirán hasta 1904.
Luego de la Guerra, hacia 1870, Latorre (colorado) es presidente e impone a la
campaña un orden estricto. Realiza en Uruguay las tareas que en Argentina comenzó Rosas y
coronó Roca. Apoyado en los hacendados y en los comerciantes exportadores, ofrece la fuerza
del Estado para vencer la resistencia de los campesinos al alambrado de los campos. Además,
organiza, junto con su opositor Varela, un sistema de educación primaria laica y pública. A la
vez, crecen vertiginosamente las exportaciones de cueros y lanas y Montevideo se moderniza.
Sin embargo, el régimen de Latorre, que durará hasta 1880, no es popular y además es muy
autoritario e impide la oposición política.
Paraguay
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Solano muere en 1870 y lo suceden generales que habían estado con él. A partir de
esta etapa, Paraguay queda subsumido a Brasil y Argentina (a quien más le exporta y de quien
depende para salir al mar), y comienza a liquidar las tierras fiscales. En 1871 se proclama una
constitución liberal, que admitía el derecho al voto para todos los hombres mayores de edad.
Por otra parte, la lenta reconstrucción de Paraguay se hace bajo el signo de la propiedad
privada.
Venezuela
Guatemala
Resto de Centroamérica
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al menos ellos no derivan en dictaduras militares. Se ponen así las bases de un régimen más
democrático, cuyos rasgos fundamentales perdurarían. Costa Rica reduce su ejército a la
mínima expresión y se difunde mucho la educación.
La política centroamericana comienza a ser afectada en esta etapa por la importancia
estratégica de esta región: Gran Bretaña y EE.UU aspiran ambos al dominio del Istmo (que
comunica el Atlántico con el Pacífico). Pero recién a partir del siglo XX esta influencia
comienza a ser más clara, y EE.UU le ganará a Gran Bretaña la hegemonía de la región.
Ecuador
Colombia
Perú
En Perú se da una reconquista del poder por la oligarquía costeña, capaz de dirigir y
utilizar a los sectores urbanos descontentos del predominio militar.
Entre 1845 y 1862 gobierna el general Castilla, quien descubre la importancia del
guano, disponible en la costa. El guano es un fertilizante que se exporta a Europa; existirán
casas de exportación inglesas que le pagarán al Estado por los derechos de exportación. Esto
representará importantes ingresos para un fisco endeudado que, sin embargo, serían
malversados por los gobernantes peruanos. No obstante, los recursos provenientes del guano
permitieron a Castilla abolir el tributo indígena.
A partir de 1850 comienza la modernización liberal peruana: se suprime la esclavitud,
llega el ferrocarril, se reforma el derecho, se liquidan tierras de las comunidades, a la vez
que llegan inmigrantes chinos a trabajar en las haciendas de la costa, que producen azúcar y
algodón. La agricultura costeña lograba reconstruirse sin apelara la mano de obra esclava.
A partir de 1860, la elite limeña comienza también a participar de la explotación del
guano, en sociedad con las casas comerciales europeas. Sin embargo, importantes sectores
sociales (la plebe, los ricos arruinados y que no gozan del festín del guano) comienzan a
mostrarse descontentos.
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En 1862 Castilla deja el poder a un sucesor elegido por él, pero éste muere y vuelve la
guerra civil. Entre 1864-66 hay una intentona española por recuperar Perú, pero es derrotada
con apoyo de Ecuador, Chile y Bolivia. Luego de esta guerra, que había cesado
momentáneamente la guerra civil, ésta resurge. En 1868 asume el conservador Balta, quien
concede el monopolio de la exportación del guano a una compañía francesa. Mientras tanto,
la corrupción política persiste. Perú se hace muy dependiente del crédito y el comercio
ultramarino.
Los antiguos consignatarios del guano, ahora despojados de su privilegio, denunciarán
la corrupción y se encarnarán en el partido civilista, quien llega al poder en 1872 de la mano
de Pardo. La crisis de 1873, sumada a la fuerte dependencia del capital extranjero de Perú,
llevaría al fin del Perú del guano y al fracaso del civilismo. Sin embargo, en el Sur, el salitre
ofrecía un nuevo recurso, también deseado por Chile. Esto explica, en parte, la guerra con
Chile por esta región, que duró entre 1879 y 1883 y terminaría con la derrota peruana (aliada
con Bolivia) y la pérdida de estos territorios. La guerra acentuó la crisis peruana; sin
embargo, Perú mostraba algunos rasgos alentadores, como el resurgimiento de la agricultura
costeña del azúcar, o la expansión de la red ferroviaria que permitiría, más adelante, el
renacimiento minero.
Bolivia
Chile
Brasil
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En suma, la organización política imperial se debilitaba desde dentro (por
marginalización de ese partido liberal que era, desde hacía decenios su sector más
importante) y a la vez perdía el apoyo seguro y decisivo del ejército, y junto con él, el menos
importante de la Iglesia. Esa deterioración creciente se daba en un clima de transformación
económica y social muy rápida, de la cual, por el momento, se advertía sobre todo la rápida
destrucción del antiguo orden. Entre 1870 y 1885, la estructura de las exportaciones
brasileñas cambió sustancialmente: pasó del predominio del azúcar y el algodón (productos
ambos del Nordeste esclavista) al del café (cultivado en el Centro, con mano de obra
asalariada o semiasalariada). O sea, el Nordeste entraba en una profunda decadencia, y el
auge del Centro apenas compensaba esta crisis de la agricultura tradicional. Estos cambios se
expresan, primero, en la abolición de la esclavitud, sin indemnización, en 1888 y, en 1889, en
el fin del Imperio y la instauración de la oligárquica República Vieja, que durará hasta 1930, y
que representará los intereses de las elites políticas del Centro y del ejército. Cabe destacar
que en realidad, la esclavitud ya era menor para 1888, pues la trata había sido suprimida, y
los hijos de esclavos eran libres desde 1871.
La República Brasileña, cuyo lema era “orden y progreso”, significó la alineación de
Brasil sobre el modelo de regímenes progresistas, en donde los sectores con más poder eran
las oligarquías terratenientes y el ejército. El Brasil republicano era el Brasil del café, que no
necesitaba de la esclavitud: la inmigración europea y la rápida expansión demográfica iba a
cubrir sus necesidades de mano de obra. Brasil entraría en la etapa de crecimiento febril y
crisis devastadores, en la cual estaba ingresando, por otra parte, toda Latinoamérica, a
medida que se consolidaba en ella el orden neocolonial.
Antillas
Cuba y Puerto Rico seguían bajo dominio español, mientras que República Dominicana
era independiente, más allá de una intentona de España por anexionarla entre 1861-65. En
Cuba, el azúcar era el producto dominante y próspero, más allá de la lenta caída de los
precios internacionales. El problema principal de la economía azucarera era el de la mano de
obra, ya que se complicaba la utilización de esclavos porque Inglaterra combatía la trata. Por
ello, hacia mediados de siglo, se intentaron algunos paliativos, como la inmigración china o
de mayas. Además, Cuba tenía que soportar el proteccionismo de EE.UU, que impedía la
entrada del azúcar en este país. Además, en Europa, el azúcar de remolacha reemplazaba al
de caña (cultivado en Cuba).
Mientras tanto, maduraba en Cuba una crisis del régimen colonial. Se daba en esta
colonia un creciente conflicto entre peninsulares –apoyados por la Corona española- y criollos
(muchos de ellos grandes azucareros). Así, en 1868 se lanza la primera guerra de
independencia en cuba, que durará hasta 1878, fecha en que la Corona triunfa. Pero, sobre
todo, a partir de este período, crece la influencia de EE.UU en la isla: económicamente, no
sólo busca comerciar, sino también invertir en la producción e industria del azúcar. De este
modo, Cuba aún no ha logrado emanciparse de la tutela española pero ya siente la posterior
tutela de EE.UU. En este sentido, Cuba, prefigura el futuro latinoamericano.