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LA CRISIS DE LA SOBERANIA
Edad del Bronce, edad de los héroes, contrasta con los tiem
pos nuevos, vaciados en hierro); el mundo de los muertos se
ha alejado, se ha separado, del mundo de los vivos (la crema
ción ha roto el nexo del cadáver con la tierra); se interpone
una distancia infranqueable entre los hombres y los dioses
(la personalidad del Rey divino ha desaparecido). Así, en mu
chos terrenos, una delimitación más rigurosa de los distintos
planos de lo real prepara la obra de Homero, de la poesía épica
que, en el seno mismo de la religión, tiende a descartar el
misterio.
En este capítulo quisiéramos destacar sobre todo el alcan
ce de las transformaciones sociales que más directamente han
repercutido sobre los esquemas del pensamiento. El primer
testimonio de tales transformaciones es el de la lengua. De
Micenas a Homero, el vocabulario de los títulos, de los gra
dos, de las funciones civiles y militares, de la tenencia del sue
lo, desaparece casi por entero. Los pocos términos que sub
sisten, como basiléus o témenos, no conservan ya, una vez
destruido el antiguo sistema, exactamente el mismo valor.
¿Quiere ello decir que no hay entre el mundo micénico y el
mundo homérico ninguna continuidad, ninguna comparación
posible? Así se ha pretendido.2 Sin embargo, el cuadro de un
pequeño reino como Itaca, con su basiléus, su asamblea, sus
nobles turbulentos, su demos silencioso en segundo plano,
prolonga y aclara, evidentemente, ciertos aspectos de la mo
narquía micénica. Cierto es que son aspectos provinciales que
quedan al margen del palacio. Pero precisamente la desapa
rición del ánax parece haber dejado subsistir en forma simul
tánea las dos fuerzas sociales con las cuales había tenido que
transigir su poder: de una parte, las comunidades aldea-
8. Las cuatro tribus jonias llevan las denerai naciones siguientes: Hó pe
les, Argades-, Geléonies, Aigikoréis, que H. J e a n m a ir e interpreta respecti
vamente, como los artesanos, los agricultores, la clase real (con función reli
giosa) y los guerreros (Couroi et courètes. Lila, 1939). Contra cf. M. P.
N il s s o n , Cults, myths, oracles and politic in ancient Greece, Lund, 1951,
App. 1: (/The Ionian Phylae»; cf. también G. D u m é z il , «Métiers et classes
fonctionnelles chez divers peuples indo-européens, en Annales. Economies,
Sociétés, civilisations, 1958, pp. 716-724.
9. E n particular, A r is t ó t e l e s , Política, II, Î261 a.
58 LOS ORÍGENES DEL PENSAMIENTO GRIEGO
mía pudo adquirir a fines del siglo vi una fuerza tan gran
de, si pudo justificar la reivindicación popular de un libre ac
ceso del démos a todas las magistraturas, fue sin duda por
que hundía sus raíces en una tradición igualitaria antiquísima,
porque respondía, incluso, a ciertas actitudes psicológicas de
la aristocracia de los hippéis. En efecto, fue aquella nobleza
militar la que estableció por primera vez, entre la calificación
guerrera y el derecho a participar en los asuntos públicos, una
equivalencia que no se discutirá ya. En la polis el estado de
soldado coincide con el de ciudadano: quien tiene su puesto
en la formación militar de la ciudad, lo tiene asimismo en
su organización política. Ahora bien, desde mediados del si
glo vil las modificaciones del armamento y una revolución
de la técnica del combate transforman el personaje del gue
rrero, cambian su puesto en el orden social y su esquema psi
cológico.6
La aparición del hoplita, pesadamente armado, que com
batiendo en fila, en formación cerrada, siguiendo el princi
pio de la falange, asesta un golpe decisivo a las prerrogativas
militares de los hippéis. Todos cuantos pueden costearse su
equipo de hoplitas —es decir, los pequeños propietarios li
bres que forman el demos, como son de Atenas los Zeugites—,
están situados en el mismo plano que los poseedores de ca
ballos. Sin embargo, la democratización de la función mili
tar —antiguo privilegio aristocrático— implica una renova
ción completa de la ética del guerrero. El héroe homérico, el
buen conductor de carros, podía sobrevivir aun en la perso
na del hippéus; ya no tiene mucho de común con el hoplita,
7. H e r ó d o to , IX, 71.
76 LOS ORÍGENES DEL PENSAMIENTO GRIEGO