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Ideas principales del feminismo radical

El feminismo radical ve como la raíz de la desigualdad entre hembras y


machos (biológicamente hablando) es el patriarcado.

El patriarcado es una forma de organización política, económica,


religiosa y social basada en la idea de autoridad y liderazgo del varón, en
la que se da el predominio de los hombres sobre las mujeres; del marido
sobre la esposa; del padre sobre la madre, los hijos y las hijas; de los viejos
sobre los jóvenes y de la línea de descendencia paterna sobre la materna.
El patriarcado ha surgido de una toma de poder histórico por parte de los
hombres, quienes se apropiaron de la sexualidad y reproducción de las
mujeres y de su producto, los hijos, creando al mismo tiempo un orden
simbólico a través de los mitos y la religión que lo perpetúan como única
estructura posible.

Analizar el patriarcado como un sistema político supuso ver hasta dónde se


extendía el control y dominio sobre las mujeres. Al darse cuenta de que ese
control patriarcal se extendía también a las familias, se organizan los
grupos de autoconciencia y, con ellos, un nuevo descubrimiento: las
mujeres se dieron cuenta de que aquello que cada una pensaba que sólo le
ocurría a ella, que tenía mala suerte, que había hecho una mala elección de
pareja o cualquier otra razón, no era, sin embargo, nada personal. Eran
experiencias comunes a todas las mujeres, fruto de un sistema opresor.

El patriarcado es un sistema político. Su existencia no quiere decir que las


mujeres no tengan ningún tipo de poder o ningún derecho. Una de las
características del patriarcado es su adaptación en el tiempo. Son las
victorias paradójicas. Es decir, el patriarcado deja un pequeño espacio a
las mujeres pero nunca el que les pertenece totalmente para, seguidamente,
intentar negárselo de nuevo.

El patriarcado se basa en el género, constructo social que une la


personalidad y el comportamiento con el sexo biológico.

Por género se entiende, como decía Simone de Beauvoir, «lo que la


humanidad ha hecho con la hembra humana». Es decir, todas las normas,
obligaciones, comportamientos, pensamientos, capacidades y hasta
carácter que se han exigido que tuvieran las mujeres por ser
biológicamente mujeres. Género no es sinónimo de sexo. Cuando
hablamos de sexo nos referimos a la biología —a las diferencias físicas
entre los cuerpos de las mujeres y de los hombres—, y al hablar de género,
a las normas y conductas asignadas a hombres y mujeres en función de su
sexo.

Los géneros están jerarquizados. El masculino es el dominante y el


femenino el subordinado. Es el masculino el que debe diferenciarse del
femenino para que se mantenga la relación de poder. Por eso a los
muchachos, históricamente, se les ha pedido pruebas de virilidad. Y los
peores insultos que pueden recibir los varones son todos los que sugieren
en ellos «feminidad»: gallina, nenaza...

El feminismo radical pretende abolir el género para así acabar con las
desigualdades. Así, cada persona podría elegir lo que quiere ser sin
imposiciones.
Los hombres que encuentran la masculinidad dolorosa e intolerable, y que
deciden rebelarse contra ella se enfrentan a prejuicios y discriminación, y
deberíamos querer acabar con esto. Pero merece la pena recordar que el
género castiga a las mujeres, quieran cumplir con sus condiciones o no. La
no-conformidad (no amoldarse al papel esperado) se castiga y se sanciona
socialmente para ambos sexos, pero para las mujeres la conformidad es
también una forma de castigo, dado que cumplir con la feminidad es en sí
mismo sumisión y subordinación.
El grado de angustia y malestar que los individuos experimentan al
intentar amoldarse a las normas de género apropiadas varía entre las
diferentes personas. Hay muy pocas personas, si es que acaso existe
alguna, que se adhieran perfectamente a los ideales de género prescritos a
su sexo. Todas hacemos concesiones para sobrevivir y para florecer lo
mejor que podamos bajo las restricciones que el género nos impone. Todas
reforzamos activamente algunas partes, aceptamos pasivamente otras y nos
rebelamos ciertamente contra otras, y el equilibrio que finalmente
alcanzamos es una cuestión personal e individual. Aunque deberíamos
estar preparadas para examinar críticamente y reflexionar acerca de
nuestras opciones, y para inspeccionar nuestra complicidad en la
perpetuación del género, no se puede culpar a ningún individuo por las
decisiones que toma de cara a poder sobrevivir bajo un sistema opresor.
Querer abolir los efectos opresivos y limitadores del género no significa
que las feministas radicales quieran evitar que la gente exprese su
personalidad de la forma que más le guste. Las feministas no quieren
abolir el maquillaje o los tacones, o prohibir a las niñas jugar con muñecas
y vestirse de princesas. Todo lo que las feministas radicales quieren es
separar todo esto de la capacidad reproductora aparente, para que las niñas
y los niños, mujeres y hombres, se puedan vestir como gusten, jugar con
los juguetes que quieran, realizar los trabajos que deseen. Las mujeres y
los hombres serían libres de desarrollar sus capacidades y alcanzar todo su
potencial, libres de las imposiciones restrictivas de las poderosas normas
sociales que prescriben sumisión y pasividad a las hembras y dominancia y
agresividad a los machos. El mundo ideal sería uno en el que la capacidad
reproductiva aparente de cada persona tuviese tan poco que ver con el trato
social que se le da y los logros que se esperan de ella como tienen a día de
hoy el grupo sanguíneo o si es zurda o diestra.

El feminismo radical es anticapitalista pues se posiciona en contra de


todas las opresiones, incluida la de la clase obrera. Además, el capitalismo
alimenta los roles y se aprovecha de ellos.

El feminismo radical pretende abolir el trabajo sexual por creer que es la


expresión de la alianza entre patriarcado y capitalismo.

La totalidad de la industria del "sexo" (violaciones, abusos y traumas más bien),


esta basada en la manipulación y la explotación. Es una industria construida
sobre una cultura que objetifica, sexualiza, infantiliza y convierte en fetiche el
cuerpo de las mujeres y el de las niñas. Es una industria edificada sobre la idea
de que el consentimiento puede ser comprado, es una industria donde el
consentimiento se puede negociar. Esto es manipulación y coacción; el
consentimiento no puede ser comprado ni negociado. El consentimiento nunca
se puede dar de manera libre mientras haya dinero de por medio. La industria
del sexo no es "feminista", no es "empoderante" y arrastra serias consecuencias
para todas las mujeres y en especial, para las mujeres de color, las mujeres de la
clase trabajadora y otras mujeres que están en una posición increíblemente
vulnerable respecto a la cultura de la violación perpetuada y soportada por la
prostitución, la trata y la pornografía.

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