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El feminismo radical pretende abolir el género para así acabar con las
desigualdades. Así, cada persona podría elegir lo que quiere ser sin
imposiciones.
Los hombres que encuentran la masculinidad dolorosa e intolerable, y que
deciden rebelarse contra ella se enfrentan a prejuicios y discriminación, y
deberíamos querer acabar con esto. Pero merece la pena recordar que el
género castiga a las mujeres, quieran cumplir con sus condiciones o no. La
no-conformidad (no amoldarse al papel esperado) se castiga y se sanciona
socialmente para ambos sexos, pero para las mujeres la conformidad es
también una forma de castigo, dado que cumplir con la feminidad es en sí
mismo sumisión y subordinación.
El grado de angustia y malestar que los individuos experimentan al
intentar amoldarse a las normas de género apropiadas varía entre las
diferentes personas. Hay muy pocas personas, si es que acaso existe
alguna, que se adhieran perfectamente a los ideales de género prescritos a
su sexo. Todas hacemos concesiones para sobrevivir y para florecer lo
mejor que podamos bajo las restricciones que el género nos impone. Todas
reforzamos activamente algunas partes, aceptamos pasivamente otras y nos
rebelamos ciertamente contra otras, y el equilibrio que finalmente
alcanzamos es una cuestión personal e individual. Aunque deberíamos
estar preparadas para examinar críticamente y reflexionar acerca de
nuestras opciones, y para inspeccionar nuestra complicidad en la
perpetuación del género, no se puede culpar a ningún individuo por las
decisiones que toma de cara a poder sobrevivir bajo un sistema opresor.
Querer abolir los efectos opresivos y limitadores del género no significa
que las feministas radicales quieran evitar que la gente exprese su
personalidad de la forma que más le guste. Las feministas no quieren
abolir el maquillaje o los tacones, o prohibir a las niñas jugar con muñecas
y vestirse de princesas. Todo lo que las feministas radicales quieren es
separar todo esto de la capacidad reproductora aparente, para que las niñas
y los niños, mujeres y hombres, se puedan vestir como gusten, jugar con
los juguetes que quieran, realizar los trabajos que deseen. Las mujeres y
los hombres serían libres de desarrollar sus capacidades y alcanzar todo su
potencial, libres de las imposiciones restrictivas de las poderosas normas
sociales que prescriben sumisión y pasividad a las hembras y dominancia y
agresividad a los machos. El mundo ideal sería uno en el que la capacidad
reproductiva aparente de cada persona tuviese tan poco que ver con el trato
social que se le da y los logros que se esperan de ella como tienen a día de
hoy el grupo sanguíneo o si es zurda o diestra.