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SYLVIANE AGACINSKI
POLÍTICA DE SEXOS
Traducción de Héctor Subirats
y Maite Baiges Artís
TAU RUS
PENSAMIENTO
Título original: Politique de sexes
INDICE
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
DIFERENCIAS
FILIACIONES
Identidad y homosexualidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 89
El doble origen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .. . . . . . . . . . . . . . . 105
.
POLÍTICAS
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sabe, las críticas más importantes fueron hechas por las femi
nistas, encontrando como aliados en este tema a los conser-
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DIFERENCIAS
EL HOMBRE DIVIDIDO
jEAN-CHRISTOPHE BAILLY 1
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3Vid. Catherine MILLOT, Horsexe, Essai sur le transexualisme, cap. XI, "Ga
briel ou le sexe des anges'', París, Point Hors Ligne, 1 983, p. 1 28.
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8"De l a différence des sexes ", e n Des lieux pour l'histoire, París, É ditions du
Seuil, 1 997, p. 133.
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9Le séminaire, libro 11, París, É ditions du Seuil, 1 978, p. 303 (subrayado
mío) .
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10 Parece que algunos especialistas tienen hoy en día dudas sobre la iden
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Los seres unicelulares que se reproducen por división, y no sexualmen
te, no son mortales (al menos en principio) .
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VERSIONES DE 1A DIFERENCIA
S
e ha dicho de Cézan ne que era "imaginativo" /re nte a las
cosas 1. Supongo que esto es así, en general, para la imagina
ción humana: se imagina lo real. Como mínimo es una forma
posible de concebir estos pliegues culturales de los que he ha
blado antes.
Así, la diferencia natural de los sexos tan sólo es el "punto
de partida" enigmático del despliegue infinito de sentidos
que toma la diferencia de géneros en todos los aspectos de la
vida social. La naturaleza produce de los dos: las culturas in
ventan una multiplicidad de declinaciones posibles de esta
dualidad. Los humanos son muy imaginativos frente a los se
xos. La multiplicidad misma de estas versiones de la diferencia
indica que son frutos de creaciones originales.
No debemos confundir, en consecuencia, la referencia a la
realidad natural de los sexos con la su misión a un orden natu
ral. La naturaleza nos inspira, pero la abundancia de formas
simbólicas y las estructuraciones sociales de la dualidad de
los géneros nos ofrece una diversidad de traducciones que
debemos definir como libres porque no son más fidedignas
las unas que las otras. Solamen te existen versiones de la dife
rencia, no existe la versión original. Versiones, traducciones,
interpretaciones: todas estas palabras materializan el gesto
que da sentido y valor, y sin el cual la diferencia de sexos sería
insignificante.
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las leyes de los hombres, no es justo que ella hable para defi
nir la ley. Al poner la mujer y los hijos como primeros desti
natarios de la ley, Aristóteles parece fundar la jerarquía fami
liar sobre una jerarquía natural. Pero, como la mujer tiene la
capacidad de hablar, y además, Aristóteles afirma que el
hombre y la mujer son libres los dos, se sospecha que el silen
cio de la mujer es mucho menos natural que político.
8 /bidem, I, 1 , 1 252, a.
9 Ibidem, I, 1 3, 1 259, b.
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10 ".
animal.es y en su tratado De la generación de los animal.es
Igualmente, esta jerarquía se aplica analógicamente a los
conceptos fundamentales de la metafísica cuando el filósofo
enuncia que "la materia aspira a la forma como la hembra
desea al macho . . . "
La diferencia sexual nunca parece presentarse directa
mente, en una especie de estado bruto, sino que se presenta
siempre a través de una interpretación que da por inscrita la
pareja masculino/femenino dentro de una jerarquía. Esto
parece todavía más claro en la confrontación entre la versión
aristotélica de la diferencia sexual y una versión teórica tan
alejada de ella como la de Freud -alejada en el tiempo tanto
como en la diferencia de punto de vista, ya que en un caso se
trata de historia natural y en el otro de psicología.
JO Histoire des animaux, París, Les Belles Lettres, 1 968; De la génération des
Mythe et Pensée chez les Crees, París, Maspero, 1 980, tomo 1, p. 1 33.
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deseo de que exista el uno antes que el dos, lo simple antes del
doble. Pensar en la dualidad sexual exige permanecer en la
diferencia, es decir, estar entre los dos, pensar en la alteridad
sin querer volver a lo mismo ni a una identidad simple. En
consecuencia: renunciar a la lógica del centro y a la metafisi
ca de la presencia para osar enfrentarse a esta diferencia irre
ducible que nos sugiere la mixitud 20•
La mixitud designa, en efecto, una estructura puramente
diferencial en la cual cada uno de los términos no deriva del
otro. Nunca es el dos el que deriva del uno sino siempre es el
uno del "individuo" que deriva del dos de quienes lo engen
draron. Sin embargo, este individuo no puede cumplir por sí
mismo ninguna superación, ningún "relevo" de la diferencia
sexual originaria, sólo puede reconducirla siendo él mismo
nada más que el uno de los dos -o la una de las dos- y no la
unificación de los dos. É l es el mismo a través de la diferen
cia, conjurando siempre la aspiración a la unidad simple.
Todo nos lleva a pensar que una nostalgia del uno nos ron
da, y, sin decidir si esta nostalgia es de orden biológico o me
tafisico, yo diría que se expresa a través de una angustia de la
división y consecuentemente una angustia de la mixitud. Por
que si la humanidad es mixta, y no simple, cada uno está en
frentado a su propia insuficiencia y no puede pretender ser
plenamente el ser humano.
En consecuencia, cualquier sexo está "mutilado ", todo
sexo conoce la castración de no ser el otro. Existe una carencia
esencial a todo ser humano que no es ni la carencia de pene ni la
de ningún atributo del hombre, o de la mujer, sino que es el
ser solamente un hombre o solamente una mujer. La conse
cuencia de esta privación originaria no tiene nada que ver con
el mito de una plenitud perdida -cada uno sería la mitad de
un ser inicial, total y pleno-, porque este mito nos devuelve
20
Por esta razón las investigaciones más fructuosas sobre la diferencia de
los sexos se han realzado a partir de "deconstrucción" filosófica de la
"metafísica de la presencia'', tal como lo ha hecho Jacques DERRIDA en sus
obras desde De la Grammatologi,e (París, É ditions de Minuit, 1 967) y L 'Écri
ture et la Différence ( París, É ditions du Seuil, 1 967) hasta Glas (París, Gali
lée, 1 974) sobre todo.
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6 Ibidem, p. 8 1 .
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7 lbidem, p. 8 3.
8 Vid. más adelante el texto de Simone de BEAUVOIR a propósito de la rela
ción de la madre con su hijo. "La suprema verdad de este ser que se for
ma en su vientre le escapa. . . .
"
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El segu ndo sexo, ojJ. cit., tomo 1, p. 285.
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/bidem, tomo 1 1 , pp. 1 57-1 58.
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Angelus SILESIUS es un místico del siglo XVII. Escribe en Le Pél,erin chéru
binique. "La rosa es sin porqué,/ florece porque florece./ No se preocupa
de sí,/ ni ansía que la miren ". HEIDEGGER hace un comentario de estos
versos en Le Principe de raison, cap. V, París, Gallimard, 1 962.
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un valor del todo ralizado". El segu ndo sexo, op. cit., tomo 11, pp. 1 57- 1 58.
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EL UNIVERSAL MASCULINO
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Jemmes. Les enjeux de l 'identité et de l'égalité au regard des sciences sociales, París,
La Découverte, 1 995, p. 63.
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3Congreso del Derecho civil y del Sufragio de las Mujeres (junio de 1 908) .
Vid. Histoire du féminisme fran�ais (op. cit.) y de Mme. ZYLBERBERG-Ho
QUART, Féminisme et Syndicalisme en France avant 1 91 4 (tesis del 3º ciclo,
Tours, 1 973) .
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febrero de 1 980.
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IDENTIDAD Y HOMOSEXUALIDAD
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1 "La famille '', en Claude Lévi-Strauss, textos reunidos por Raymond BE
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tre el sexo y el amor: por una parte, el placer del sexo puro, es
decir, el erotismo, y, por otra parte, el placer puro de la ausen
cia de sexo. Todo ocurre entonces como si el cuerpo y el alma,
o la carne y el espíritu, no tuvieran que mezclarse sino coexis
tir separadamente.
Estas formas son quizá dos aspectos de un mismo deseo de
pureza: por un lado, nada más que el sexo y solamente un sexo,
placer sin mezcla, sin mixitud; por el otro, nada sexual, nada
de sexo completo, el amor del alma solamente, sin la impure
za de la mezcla con el cuerpo.
Se podría citar en este tema autores como André Gide, Co
lette, Julien Green o Mishima, que han resaltado este doble
deseo de pureza; a la vez el placer del sexo, sin mezcla, deseo
homosexual ardientemente apasionado de los cuerpos, y el
gusto, metafisico y místico, de la pureza sin cuerpo. Citando a
Gide, Genet y Mishima, Catherine Millot escribió: "La mezcla,
la impureza son las que lo convierten en su horror común . . . ,
son los cátaros, que quieren el bien y el mal a la vez, en toda su
pureza: el espíritu desencarnado, la carne muda, el amor sin
deseo, el deseo sin amor, cada término elevado a la perfección
del ser sin mezcla. Lo que ellos repudian es la encarnación el
verbo que se hizo carne 3". La complicidad de la metafisica con
la angustia homosexual del mixto se expresa de esta manera
en Confesión de una máscara: "Existía en mí una escisión pura y
simple entre el espíritu y la carne". Parece que existiera en el
deseo homosexual, al menos en este tipo masculino frecuen
te, un culto fetichista del órgano masculino separado de su
función engendradora. Genet lo confirma cuando reconoce
que el rechazo de la mixitud, de la mezcla de los sexos, no tie
ne nada que ver con el rechazo de la procreación.
Todos estos autores reconocen a su manera la vieja sepa
ración platónica del alma y el cuerpo. Solamente en cierto
aspecto, pues si Platón en El banquete opone el amor que los
hombres sienten por las mujeres al que tienen por los hom
bres, este último va dirigido a su alma, no a su cuerpo, eso no
impide que Afrodita la popular encarne, en este diálogo, al
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1 Política, I, 5, 1 252 b.
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2 La República, V.
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:�Vid. Totalité et lnfini. E'ssai sur l 'extériorité, La Haya, Martinus Nijhoff Pu
blishers, 1 961 .
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GUERRA O POLÍTICA
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LA FRANCIA LIBERTINA Y ARCAICA
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spécificité et débats actuels", en La Place des femmes, op. cit., p. 355, recoge
aquí por su cuenta ciertas preguntas planteadas por Lisa APPIGNANESI:
"Liberté, Égalité and Fraternité: Política! Correctness and the French",
en S. DUNANT, The War of the Words. The Political Correctness Debate, Lon
dres, Virago, 1 994.
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2Mona ÜZOUF, Les Mots des femmes. Essai sur la singularité fran{:aise, !'esprit
de la cité, París, Fayard, 1 995, p. 1 1 .
3 Imdem, p . 383.
4 Imdem.
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LA PARIDAD
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miento de las mujeres como taks como la otra parte del pueblo
soberano. Hombres y mujeres debían en consecuencia cons
tituir, juntos e igualmente, el cuerpo de electores y elegidos.
Esta visión entonces utópica de un reparto del poder entre
los sexos es la que reaparece hoy en día. No, al parecer, bajo el
punto de vista de la aritmética, sino como la exigencia de un
equilibrio entre los hombres y las mujeres en el seno de las ins
tancias dirigentes. Esta idea es la que inspiró, en 1 996, la Carta
de Roma y el Manifiesto de los diez. Es aún la que impregna la
opinión pública cuando se siente indignación unánime ante
el pequeño número de mujeres en la Asamblea Nacional y en el
Senado -¡alrededor de un 5 por ciento en 1 996!- y cuando
se declara deseable que las mujeres y los hombres participen
de forma igualitaria en las tomas de decisión. Numerosos son
deos confirman esta corriente de opinión. Mejor dicho: se de
nuncia por todos lados la distancia entre la igualdad marcada
por la ley y la realidad del hecho político, que demuestra que
el legislador es casi siempre exclusivamente masculino.
Pero nos equivocamos oponiendo, en este caso, la igual
dad de los derechos a la realidad de los hechos: la igualdad
implica solamente, como hemos recordado, que los derechos
son los mismos para las mujeres y para los hombres (derecho
de votar y de ser elegible) . Esta igualdad de hombres y muje
res ante la ky no ha significado nunca que debiera haber tan
tas mujeres como hombres electores o elegidos, es decir, una
igualdad cuantitativa entre los hombres y las mujeres. Eviden
temente, hay aproximadamente el mismo número de electoras
que electores -incluso un poco más-, en razón del reparto
aproximadamente igual de la población entre hombres y mu
jeres. Al contrario, no hay casi mujeres elegidas en Francia,
algo asombroso. ¿Se trata, como escuchamos a menudo, de
un funcionamiento "escandaloso" de nuestras instituciones,
incluso de un fracaso de la democracia? De ninguna manera:
la extensión del derecho de voto a las mujeres no ha implica
do nunca la necesidad de una proporción definida de muje
res entre los elegidos. Ni la idea de igualdad de derechos ni la
idea de democracia hacen referencia a un ideal de mixitud
efectiva en los puestos de elección, aún menos a un reparto
igual o equitativo del poder. Únicamente la idea de paridad
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4 Évelyne PISIER, "¿ É galité ou parité?", en La Place des femmes, op. cit., pp.
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La Cité divisée, París, Payot, 1 997. Nos referimos aquí al cap. IV, "Le líen
de la division ".
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Este libro
se terminó de imprimir
en los Talleres Gráficos
Anzos, S. A.
Fuenlabrada, Madrid, España,
en el mes de enero de 1 999
Otros títulos publicados
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El fin del tiempo
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S y l v i a n e Agac i n s k i
Política de sexos
S
e nace niño o niña, nos convertimos en hombres o
humano.
nueva apuesta.
ISBN 84-306-0321-2
9 788430 6 0 3 2 1 3