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¡Ese O, Baba!

Geobanys Valle Rojas

1
Índice

Página
Prólogo…………………………………………………………………………… 3
Mo Juba Oluwa Mo Juba Eggún……………………………………………… 4
Mo Ku Iba…………………………………………………………………………. 7
Ni Ojo Kan, Omodé Kan………………………………………………………… 8
Mo Ri Ara Birin Ayodele Lano………………………………………………… 10
Ígb á otútú………………………………………………………………………… 14
Iberu Olorun ni Iberu Eggún…………………………………………………… 17
Oluwa Sanu……………………………………………………………………….. 20
Baba wa timbe Lorun…………………………………………………………… 22
Glosario……………………………………………………………………………. 25

2
Prólogo

En “Ese O, Baba” se presentan diferentes historias que narran la


experiencia vivida por un espiritista que desde los cinco años de edad
ve espíritus, según lo recuerda. Nacido en medio de un ambiente
donde se practica la santería, una religión cubana de origen africano
en la que se adoran los orishas y se practican importantes ceremonias
mágico-religiosas; vinculada con el espiritismo, doctrina religiosa que
tuvo su origen en Francia y que tiene como principal exponente a Allan
Kardec, donde se sostiene la posibilidad de entablar comunicación con
el espíritu de un muerto a través de un médium o un vidente.
Esta obra es un espejo que revela la implicación de este vidente con la
experiencia vivida a partir de sus reiteradas visiones de espíritus,
donde se expresan ideas sustanciales que tienen estrecha relación
con las prácticas religiosas, algo menos difundido en otras creaciones
literarias que abordan o se acercan al tema en cuestión.
Aquí se revelan datos interesantes sobre estas creencias populares
del pueblo cubano, donde el espiritismo siempre ha sido una de las
religiones más populares y casi siempre presente en el resto de las
religiones cubanas de origen africano, como la Regla de Palo Monte,
la Regla de Osha o la Sociedad Abakuá, en lo que se ha denominado
espiritismo cruzado.
Se acude a lo fantástico, lo inverosímil, lo sentimental, lo místico, pero
sin alejarse de la realidad, para buscar respuestas que evacuen todo
escepticismo posible.
Estos relatos son una muestra de fe, de creencia religiosa y de la
espiritualidad propiamente dicha, teniendo como esencia la búsqueda
de la verdad o de lo cierto en medio de un campo inexplicable para
muchos o increíbles para otros como lo es el espiritismo.

Nota del Autor

3
Mo Juba Oluwa Mo Juba Eggún

La noche se asienta al fin taciturna y disoluta. Quedo íngrimo en la habitación,


donde una tenue lumbre impedía el gobierno de la completa oscuridad. Me recreo
observando mi serie televisiva predilecta, abrigado por una colcha azul que me
acomoda en el sillón, sin romper la usanza. De repente, no tengo que continuar
persiguiendo con la vista los subtítulos televisivos. Entonces me acerco para
escudriñar la programación en busca de algo interesante.
Empero, la búsqueda resulta inútil.
A pesar del deplorable resultado, algo me detuvo inmóvil. La noche había estado
serena. Solo que algo irrumpe con esa modesta tranquilidad en la sala donde
estoy. Ya el sillón no me acompaña, en su lugar he elegido una butaca. Me aferro
a contemplar las imágenes televisivas, cuando percibía otra presencia hasta el
momento insólita. Un helado y fragmentado viento fue recibido, mientras a mis
espaldas se acercaba una mano avejentada y descuidada, de dedos largos y
delgados. Reacciono, y todo presentimiento resulta efímero.
No sé por qué, continúo donde mismo. Convencido de una vez de que la
programación se torna desinteresada, desmotivante. Y vuelvo a sentir nuevamente
a aquel escalofriante viento, que impertérrito me acercaba aquella mano anhélita
por el contacto carnal, sin antes consultármelo. El viento chifla en mis oídos;
intercambiando un mensaje que no logro decodificar.
Aquella mano escueta persigue su afán, haciéndose sentir como si faltara el
resto del cuerpo, e incluso sin definir un sexo. Busca tocarme, y mi hombro
derecho se presenta como el puerto oportuno para que un buque desembarque.
Me sacudo, miro hacia los alrededores, y no logro ver nada. Entonces me dejo
asaltar por el temor.
Abandono la sala por un instante. Salgo a la calle aislada y desolada, sobre la
que se eleva un bruno cielo -quizá nebuloso; ante la ausencia de las alhajas que
otrora engalanaron a Selene. Una rauda micción me deja alivio en el cuerpo;
consuelo ante la resistencia que muestro para no atisbar hacia el patio pérfido que
emulaba a la residencia de Urano, el cónyuge de Gea, la gran Madre Tierra
griega; o a lo que entre los antiguos yoruba nombraron “orun”¨ . Eso lo sé porque
he descubierto que la frase ”Olópa Orun” al traducirse al español significa “Policía
del Cielo”.
Miro hacia arriba, y me pongo a pensar en la existencia de policías en el cielo,
controlando a los delincuentes que junto al buen hombre ha de morar en ese
recinto, pues siempre he conservado una postura incrédula ante la posibilidad de
la existencia del edén y del tártaro. En mi concepción idealista solo existe el “Aiyé”,
que es el mundo de los vivos; y el “Orún”, que es el lugar para los difuntos.
Harto de divagar, regreso al pensamiento de los oficiales obrando para hacer
frente a la delincuencia, y supongo que el rol de delincuente esta vez es asumido
por los “eggún” que aún no han recibido Luz, a los que nosotros llamamos
“muertos oscuros”; que quieren venir a la Tierra para hacer daño, y los olópa orún
trabajan para evitar que se salgan con la suya, advirtiendo a los
“babalawos” o a los “babalochas” o a algún seguidor de las prácticas de Allan
Kardec.

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La micción concluye, y los pensamientos le siguen. Hallo el alivio, y todo me
conduce a volver hacia dentro de la casa; donde me encierro tras verificar que es
segura la entrada evitable de algún obstinado sujeto.
Pero, como he de respetar la cronología de los hechos, debo confesar que en el
momento en que me disponía para albergarme en la vivienda, un felino como el
ébano flexible célere se cruzó entre mis pies, para internarse en el oscuro patio
que lo oculta. Yo, que no creo mucho en las supersticiones al considerar que solo
originan subdesarrollo, me dejo intimidar un poco con eso de que los gatos negros
traen mala suerte. Mas, prefiero conciliarme con la tranquilidad, al recordar que
aquel animal me resultaba familiar.
Así, de regreso en la sala penumbrosa decidí apagar el televisor. Recogí mi
colcha azul, y me dirigí hacia mi recámara, sin querer mirar hacia el espejo. Es
algo irónico. A mi “iyá”, Oshún Yeyé Cari, le fascina contemplar su divina beldad
en el espejo, objeto que también se le atribuye. Dicen que pasa horas y horas
sentada en la ribera de su “ilé”, el río, peinando su profusa cabellera tan negra
como la misma noche, mientras se contempla en el espejo; donde se reafirma a sí
misma, porque ella sabe que de las bellas, es la más bella. Si la mujer también
pudiera ser narcisista, esta Afrodita mestiza lo sería.
Sin embargo, no soy de los que se mira muy a menudo en el espejo, aunque, lo
confieso, es algo que me gusta.
Quizá se debe a la percepción de que el espejo constituye una ventana entre el
aiyé y el orún, el más acá y el más allá. Por eso es que ignoro la presencia del que
está colgado en una pared, cerca de la cual astricto debo pasar para acceder a mi
cuarto. Es que no quiero ver allí lo que no deseo encontrar.
El reloj me revela el horario cuando le pregunto con la mirada. Son las doce
menos cuarto. Casi de medianoche. Por el temor que me inspira esa hora me
apresuro en organizar mi cama. Siempre he creído que durante la medianoche,
entre las doce y las tres de la mañana, transcurre el horario perfecto para que los
eggún aparezcan, ya sea en sueño o despierto el vidente, aunque se anuncien o
se hagan sentir.
Esta vez el universo parece aferrado a retrasarme. La piel henchida y trepidante
se manifiesta advirtiendo una posible posesión; a lo que me rehúso por ignorar las
consecuencias de la misma. Ya casi estoy al apagar la luz, cuando mi olfato no me
traiciona. Huelo. Entonces acude a mí la reminiscencia del Taita, el espíritu de un
santero familiar, que en una consulta me confirmó que el hedor desapacible que
en ocasiones sentía por mi alrededor correspondía a la de un ser de origen lucumí
que funge como protector, y al cual alguna vez podría servirle de “caballo”.
Apago la luz, pero el fétido del eggún, indescriptible para deletrearlo, aún
persiste.
Me apresuro en acostarme, donde las sábanas y la colcha azul me cubren con el
ansia de ocultarme de lo que se quiere revelar. Pienso en el ser de origen lucumí y
su pestilencia; pienso en Tá Sé, el espíritu del anciano que en otras ocasiones he
“bajado” para consultas y despojos; ato cabos; y recuerdo la última vez que Tá Sé
bajó a la tierra, cuando aquello acabó como la fiesta del guatabo, por la bajada de
un eggún oscuro, al que los presentes por desconocimiento no supieron cómo
retirar de la manera correspondiente. Pienso q ue Tá Sé pretende dar un cierre
esta vez, dejar algunas indicaciones, la orientación de los “ebbó” necesarios…
5
Pero, lo neutralizo sosteniendo que no es el momento congruente. Cierro los ojos
anhelando la captura del sueño; invoco a Dios:

Padre nuestro, que estás en el cielo,


Santificado sea tu Nombre.
Venga a nosotros tu reino.
Hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo.
Dadnos hoy nuestro pan de cada día.
Perdona nuestras ofensas,
como nosotros también perdonamos a quienes nos ofenden.
No nos dejes caer en la tentación y líbranos de todo mal. Amén.

“Líbranos, Señor, de todo mal, de toda perturbación, de todo espíritu malévolo


que busque dañarnos. Y concédenos, Señor, de tu gracia bendita, un sueño
apacible, relajado, nítido, con la dulcedumbre necesaria para mañana realizar con
devoción lo que me encomiendes”.
Dios escucha mi plegaria, y sabe cómo complacerme.

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Mo Ku Iba

La mañana siguiente la recibo con más calma. Mentiría al decir que he tenido
una noche perfecta, pero al menos pude descansar. Lo primero que realizo al
despertar es escribir un poco. Estoy de vacaciones, y aprovecho para dedicarle
tiempo a una de mis mayores pasiones, donde me dedico a asumir por unos
instantes el rol de un B. Caignet. Una vez satisfecho, la cama me expulsa, y ya
levantado acudo a asearme.
Otra vez vuelvo a detenerme frente a mi modesto y humilde altar, consagrado a
mis principales “orishas”, aunque en él no estén todos los que deben estar. Es
miércoles, el día de Babalú Ayé, el Padre del mundo; a quien equiparamos con
San Lázaro. Pero no con el Lázaro canonizado por la Iglesia Católica, apostólica y
romana; sino el Lázaro mendigo y paupérrimo, representado como un anciano que
se apoya en dos muletas, con las piernas llenas de llagas y acompañado por los
perros, que se venera con gran popularidad y se le reconoce como el patrón de
las epidemias y enfermedades; ese de quien se habla en la Biblia que fue
hermano de Martha y María de Betania, ambas santificadas; y resucitado por
Jesucristo.
Arrodillado frente a mi Elegguá, el guardián del camino, niño orisha designado
por el propio Olofin como la primera deidad en todo y para todo, por el hecho de
ser el principio y el fin; tomo uno de sus tabacos colocados ante él, lo enciendo y
eximo relajado varias bocanadas de humo. Permito que el humo se comunique
con el santo africano, como la sábana que cubre al bebé desprotegido para
brindarle calor y protección, porque el tabaco tiene ashé. Luego me alzo un poco y
llego a soplar algo de humo a mis tres vírgenes veneradas en mi sencillo altar: la
Virgen de la Caridad, la Virgen de Regla y la Virgen de las Mercedes; equiparadas
estas en el panteón yoruba, respectivamente, con Oshún, Yemayá y Obatalá.
Mi atención la centro nuevamente en mi Elegguá, a quien dedico un rezo, cuya
letra pretendo grabar en mi mente, en mi piel, como se aprende el Padre Nuestro
o el Ave María en el catecismo:
“Elegguá laroye asu comaché ichá fofá guara omi tuto, ana tuto, tú tu babami cosi
ikú, cosi ano, cosi ofó, arayé, cosi achelú, cosi éun afonfó molei delo omodei”.

Al Señor del destino le ruego para que me libre de lo malo, alejándome de las
enfermedades, de la tragedia, de las revoluciones, de la muerte; para que me
convierta en un usuario beneficiario de su protección, al igual que a los míos: a mi
familia, a mis amistades.
Con Elegbara se debe contar siempre para todo; pues él abre y cierra los
caminos a su antojo. Por eso, cada vez que abandono un lugar me digo: “Elegguá,
usted delante y yo detrás”. Entonces yo lo sigo, porque él va ahí: abriéndome los
caminos, librándome de cualquier óbice que se interponga. Y a mis enemigos o
amistades falsas, se los dejo a él, que tanto le gusta jugar bromas pesadas, la
lipidia y la travesura, que lo mismo construye un imperio o desbarata un castillo
como si se tratase de un juego de naipes. Porque mi Eleggúa es muy poderoso. A
él lo atiendo los lunes, que es su día; pero, cada vez que puedo, enciendo su
tabaco, porque si él simboliza el inicio y el final, todos han de ser sus días
también, aunque no lo sea así sustantivamente.
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Ni Ojo Kan, Omodé Kan

Esta vez me remonto a mi puericia. Tengo unos nueve años, que es la edad
cuando empecé a ver con mayor frecuencia a los eggún. ¡Qué casualidad! Son
nueve oruns, el nueve es el número cabalístico de Oyá, la reina del cementerio,
“iyá mesan orun”, la orisha más ligada al proceso de la muerte, cuyo séquito está
conformado por un ejército de “eggúnes”; el señor y rey de los muertos y su
mundo es Orun, cuyo número mágico también coincide con el de la “ayaba” antes
mencionada; e igual sucede con Obbá, otra de las orishas muerteras; nací un día
27, donde al sumar 2+7 el resultado es 9, precisamente en el mes de septiembre,
que coincide con el número 9 al contar los meses, en el año 91, y 9 por 1 es igual
a 9; y desde los nueve años comenzó a desarrollarse mi vista para ver espíritus, y
un poco más allá.
Para ese entonces vivía con mi madre biológica, en una casita de un solo cuarto.
En la cama grande dormía ella junto a su marido y su hija menor, mi media
hermana; y en una camita colocada al lado me recostaban.
Me despierto en la madrugada. No sé exactamente qué hora es. Algo me obliga
a dirigir mi vista hacia la puerta del cuarto, por donde veo entrar a una fémi na de
piel blanca, atractivo semblante, cabello negro cayendo sobre su espalda. Es
joven, como de unos treinta años quizás; está vestida de blanco; y algo que no
logro ver es a sus pies caminando sobre el suelo. A mí se me parece a una
modelo cuya faz promovía la marca del jabón Lux, y entonces la veo sensual.
Como a la otra mujer que ya he visto antes, no le tengo miedo. Al inicio pienso
que es la misma, pero luego reconozco mi equivocación. Aquella era parda y ya
entrada en la senectud. Esta joven desco nocida también me inspira calma,
confianza. Mi vista la persigue, hasta que la veo desvanecerse a la entrada del
baño. Ella solo había sido el preámbulo de lo que vería después.
La casa estaba nocturna. Empero, con la presentación de aquella mujer, esa
condición no me vedó de la oportunidad de avizorarla físicamente. Su irradiante y
a la vez serena lumbre me permite verla tal y como es, al extremo de que sería
capaz de realizar un retrato hablado de su persona.
Con su partida, la oscuridad volvió a asentarse como soberana exclusiva. Sé que
había sido un espíritu lo anteriormente manifestado, como igual reconocí al que se
me presentaría in continenti.
Retorno el atisbo hacia la misma entrada del cuarto, donde veo detenido algo
que la negrura no me permite distinguir muy bien. Estaba confuso al inicio. Mas,
cuando algo se quiere ver, se deja ver…
Pronto me percato de que se trata de un hombre esta vez, por su aspecto físico.
Es alto; y aunque no lo percibo muy bien, sé que es fuerte, como un hotentote, y
no es tan viejo. Eso sí, es muy serio. No es exactamente un muerto oscuro, pero
al venir sin Luz no lo puedo ver. No sé quién es, y eso me asusta.
Comienza a moverse siguiendo una dirección que lo acerca hacia mí. El temor
me aprehende por cada paso en el aire que da. Lo veo tambalearse. Es que no
está muy fuerte. Le falta Luz. Se acerca. Va buscándome. Una película de
Spielberg que vi después, al cabo de unos meses, me permite parearlo con el
progenitor del extraterrestre E.T.

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Entonces un grito asustadizo que libero me deja asentado en la cama. El alarido
es fuerte y alto, como para levantar a medio vecindario. Mi mamá y mi padrastro
se despiertan enseguida, encienden la luz eléctrica y aquel ser se disipa en ese
cuarto iluminado. Bajo la cama me colocan los zapatos en cruz y un vaso de agua.
Sin embargo, me quedo asustado.

9
Mo Ri Ara Birin Ayodele Lano

Con frecuencia suelo pensar que estoy vesánico. Las cosas que veo, que siento,
que escucho me conducen a tal consideración. Mi ánimo se comporta muy
conmutativo. Como las olas del mar, que a veces están serenas, y cuando menos
se lo espera irascible se aventa contra las rocas. El solo hecho de saber que por
alguna razón tengo este don me controla un poco, entonces me dejo llevar por la
corriente.
Ahora escucho las olas del mar. Las siento estrellarse en las rocas en su ir y
venir, que es la manera que encuentra para sonreírle al mundo. Porque el mar
también puede reír; y puede experimentar emociones. Es que el propio mar es la
misma Yemayá, la Madre de los peces, Reina del Universo, porque “okún” dio la
vida, y ese es su reino.
Ese constante ir y venir de las olas, que se mueven al compás de las sayas
agitadas de la orisha soberana de la “casa de Olokún”, me hace viajar a mi
pasado, donde tengo unos dieciséis años. Ya lo he dicho: tengo ahora 16, sin
embargo; oso ser reiterativo para enfatizar en que es el número 16 el número
cabalístico del Gran Creador, Obatalá, el Señor de la Paz que tanto necesita n los
pueblos del mundo, mientras en aiyé continúe Alláguna, el “ayogun” encargado de
suscitar rebeliones bélicas entre las naciones hasta que estas no se fortalezcan en
la unidad.
Antes de proseguir, otro atrevimiento para realizar un paréntesis donde decir que
para esa edad ya me he convertido en “caballo” para eggún y osha. Es que en eso
de las posesiones fui algo prematuro. La primera vez que monté fue en un
“bembé” celebrado en mi Guasimal querido donde se le cantaba en ese momento
a Obatalá, el orisha creador del género humano; la canción que ulteriormente
reproduciré:

Viva la Orisa e,
Viva la Orisa e.
Que vivan to´ los santos,
y que baile la Merced.

En el santoral católico la Virgen de las Mercedes se equipara con Obatalá, uno


los orishas cabecera del panteón yoruba, una de las Siete Potencias Africanas, y,
amén, el santo de mi bisabuelo, heredero de las tradiciones lucumís,
recientemente fallecido.
No me detendré en cómo ocurrió el proceso del trance. Eso es algo que prefiero
reservar; aunque si puedo citar que fue algo místico, muy sobrenatural a lo que
preferí nombrar como un verosímil, porque no podía creer dónde estaba, dónde
me veía a mí mismo, lo que me estaba pasando…
Regresando a la anécdota en la cual quiero recalcar toda mi atención, es
oportuno ubicarnos nuevamente en mis dieciséis años. Estudio en un pree
internado, estoy en onceno grado.
Como no le agrado mucho a Morfeo –ni por mucho que me guste dormir-
frecuentemente me despierto en las madrugadas. La de hoy es muy oscura. No
se escucha nada. Todo el albergue está bajo las redes del desagradecido Morfeo.
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Estoy acostado en la parte superior de la litera, que está ubicada en la segunda
posición al lado derecho después de la entrada al dormitorio colectivo.
El albergue es amplio, estamos en un cuarto piso y es el primero que queda,
frente a la escalera está su entrada. Después de mi cama hay varias literas, al
igual que al frente. Solo que no recuerdo la cantidad exacta ni para qué capacidad
ha sido conformada. Somos unos cuantos.
Despierto de un sueño del que ya no conservo reminiscencia alguna. Descubro la
cabeza, antes cubierta por las sábanas. La levanto un poco apoyando los codos
sobre el colchón, y me volteo hacia el lugar que me reclama.
Yo, que estaba al inicio, veo que desde el final, como quien sale de los baños,
aparece una señora que si bien no era sexagenaria estaba cercana, de estatura
baja, algo rellenita –para eludir el término corpulenta-, mulata y vestida de un
amarillo naranja un poco opaco, con turbante de igual color, y para nada lujosa,
sino muy sencilla; que se encamina precisamente hacia mi.
Es un espíritu.
Algo que ya he percibido antes lo veo en esta mujer: no tiene pies, por lo que no
puede apoyarse en el suelo; y no es que le hayan sido amputados, pues es capaz
de caminar, y lo hacía hacia mí.
Mis pupilas dilatadas me ponen los ojos más grandes y redondos que nunca.
Hago una expresión estupefacta. Quedo sin poder exclamar ni un monosílabo. Ella
continúa hacia mi; y yo me asusto. No la conozco. No sé cuáles son sus
intenciones. Así que poseo motivos suficientes como para reaccionar asustadizo.
Cada vez está más próxima, pero no sé qué hacer para prescindirla.
Célere me cubro nuevamente la cabeza con la sábana, me volteo de espaldas,
reiteradamente recostado, y cierro los ojos con la misma fuerza con la que me
agarro a la sábana para que no se desprenda de mi cuerpo. Rezo. “Padre Nuestro
que estás en el cielo, santificado sea Su nombre. Venga a nosotros tu reino…”
“Dios te salve, María, llena eres de gracia. El Señor es contigo. Bendita tú eres
entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre Jesús… ”
No dejo de rezar. Le pido a Dios que me proteja, al igual que a mis orishas.
Tiemblo. Sudo. Sigo rezando. No dejo de estar asustado. Es toy intranquilo. Soy
un niño ignorante, todavía inadaptado para estas cosas. No es la primera vez que
veo. A estas alturas, he perdido la cuenta. Sin embargo, me comporto como si
fuese la primera vez. Mi corazón late agitado. Mis manos se hallan trepidantes.
Atropello las palabras en el rezo. Pido. No puedo dejar de pedir por mi seguridad y
protección espiritual…Hasta que no sé cómo termino dormido.
Al día ulterior me incorporo a mis actividades cotidianas. No platico con nadie del
tema. Del grupo, no pretendo ser el freaky o el crazy. Concluye la jornada
matutina. Llega la noche.
En la madrugada anterior mi comportamiento responde a la de un cobarde al
desconocer qué hacer. Pero, esta vez no me arriesgo a asumir el mismo rol. Así
que tomo mis precauciones. En esta ocasión azaroso anhelo descubrir quién es
esa señora, y lo que deseaba de mi persona.
Espero la llegada de la noche. La intriga es incapaz de ocultar el temor. No
obstante, ya estoy decidido. No hay vuelta atrás. El escepticismo debe ser
evacuado.

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Mis condiscípulos se recogen en el albergue. Las literas se alistan entre bromas
y pláticas desinteresadas. Cada uno está dividido en grupos, por zonas o por
afinidades. Llega el turno de acostarse. Después, la luz se apaga, permaneciendo
el albergue penumbroso. Quedo sin cómplice para lo que estoy a punto de hacer.
Mis labios musitan una oración que invoca al espíritu de la desconocida para un
diálogo de tú a tú, donde esclarecer varias cosas:

Mi alma va a encontrarse un instante con los otros espíritus. Que vengan los
buenos y me ayuden con sus consejos. Ángel de la guarda, haced que al
despertar conserve de ellos una impresión saludable y duradera.

Rezo, para solicitar la presentación en sueños del “iwi” femenino, para que el
Ángel de la Guarda, espíritu protector, me permita recordar lo soñado una vez que
quede despierto así como para que me proteja; y para que ese buen ser sea
capaz de expresar quién es, lo que persigue, por qué la he visto…y otras
preguntas que ahora no acompañan mis remembranzas.
Pronto quedo dormido. Cuando uno sueña, el alma abandona el cuerpo para
internarse en inusitados lugares. Es como un viaje en el espacio; donde
compartimos con gente conocida o desconocidas y experimentamos cada
vivencia.
Este sueño me coloca en una calle pavimentada, como si viajara a pies rumbo a
Trinidad de Cuba, una de las primeras villas fundadas por el Adelantado, Diego
Velásquez, en 1514. Mis pies se resisten a continuar sobre el pavimento, y me
conducen hacia un cañaveral inmenso a plena luz del día; donde descubro una
guardarraya que me convida a proseguir.
Cedo ante la invitación tentadora, como si tomara un atajo. Voy sin miedo. El sol
lo ilumina todo, y sus rayos fugitivos calientan la tierra fértil. El cielo descansa con
su azul sereno, donde le faltan a Urano sus tiernas barbas. La guardarraya finaliza
en el lugar en que aparece un bohío pequeño construido de tablas –casi estoy
seguro de que es de palmas-, con el techo de guano, y en el suelo se conserva la
fecunda tierra. Aprehendido por la curiosidad entro en la vivienda del tamaño de
un cuartucho, en el que solo hay una habitación. Me gusta escudriñar, y empiezo a
observarlo todo.
El interior está decorado por sacros objetos dedicados al culto sincrético nacido
en estas tierras, traído por los yorubas africanos que al beber de los elementos del
catolicismo darían origen a la renombrada “santería“, camino de los santos.
Descubro altares enhiestos consagrados a deidades lucumís “catolizadas“, algún
que otro retrato-supongo- de familiares fenecidos, crucifijos, banderas colocadas
sobre la puerta, receptáculos representativos de los Orisha Oddé, y hacia una
esquina se destaca algo semejante a una “nganga“.
Todo atributo está repartido por los rincones de aquella sala, donde en el centro
resalta algo aún más interesante. Velas encendidas, flores. Una mesa con mantel
blanco, con unos vasos con agua fresca y límpida. Omi tutu.
Ahí estaba sentada ella, la misma señora que la noche anterior me había visitado
en la beca. La reconozco enseguida. Su vestimenta es la misma: un amarillo-
naranja cenizo. Noto algo extraño en ella. Fuma un tabaco y en sus manos

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barajea un tarot. Está frente a mi, que es igual a estar frente a la puerta que
permite la entrada al local, en aquella mesa que ocupa el centro de todo.
Un ademán esperado me convida a sentarme en el taburete vacío que le queda
al otro borde de la mesa, frente a ella. Obtempero. Entonces se prepara para la
cartomancia. Me tira las cartas para consultarme. Con la interpretación que
realiza, vaticina un buen futuro. Augura el signo de “iré“, entre otras cosas. La
escucho despejado, hasta que su voz se apaga por un instante.
Finaliza la sesión presentándose como Ma´ Florentina, una santera trinitaria que
vivió hace ya algún tiempo. Me dice también que la he recogido en el instituto
preuniversitario en el que estudio. Pero tranquilo, no me hará daño. Es un espíritu
de Luz que ha venido a protegerme y a acompañarme. Ahora está en mi comisión
espiritual. Ya no hay nada de qué temer.
Después despierto de aquel sueño, y los recuerdos permanecen. Un tiempo
después, aún en el bachillerato, empiezo a tirar las cartas. Es extraño. Nunca
antes había creído en la cartomancia. No sé bien lo que hago; ni tan siquiera sé
cómo leerlas. No conozco absolutamente nada de la cartomancia. Pero me doy al
juego. Le tiro las cartas a varios camaradas; y es increíble el acierto para alguien
que no tiene idea alguna de lo que hace. Tiraba aquellas cartas, rezaba en voz
baja, y por un ser inspirador se me atribuía la gracia de interpretarlas sin
equivocación en lo que digo.
Entonces se me corre la fama de brujo, y algunos me respetan temerosos, otros
me rechazan. Hasta que las lágrimas que provoco en varios de los consultantes
con mis aciertos, me obligan a alejarme de aquella práctica.
Hasta el día de hoy, no he vuelto a tirar las cartas. Pero, cuando lo hago, Ma´
Florentina me acompaña. Ese es el espíritu que me inspira y me guía para
interpretar, con un don especial, la tirada de las cartas; a pesar de mi ignorancia
ante este ejercicio que, lamentablemente, no está entre mis favoritos.

13
Ígb á otútú

Este enero invernal es cada vez más frío. El céfiro se expresa vehemente e
irascible. Un rayo de sol se refleja en las hojas secas de las plantas para deletrear
su mensaje. Exclama eufórico. Iracundo. Frío como la nieve.
Este enero no es igual al de unos años atrás; cuando en los albores de la
segunda quincena del mes, enfrenté mi primera pérdida.
Antes había idealizado a la muerte. La concebía como un suceso personal
hiriente, doloroso, espeluznante, terrorífico. La Parca llegaba para llevarte en sus
helados y agrestes brazos blanquecinos cubiertos por mangas negras, sabe Dios
a qué lugar.
Como católico nunca he creído ni en el averno ni en el paraíso. Para mi el hades
es un escenario para una película de Hitchcock; y el edén un verso escapado en la
más sensual y dulce poesía. Como santero y espiritista solo he creído en “ aiyé “ y
en “orun“; lugares que visitamos todos.
Los practicantes de la Regla de Osha perciben a Orun en dos acepciones:
aparece como el lugar de las sombras y las tinieblas, adonde acuden las almas
que abandonan el cuerpo del fenecido al que recibe Oyá Funké en su reino; y a la
vez es el Rey y Señor de los muertos. Tiene Oro un mensajero, el ayogun Ikú, que
es la propia muerte personificada; por medio del cual trabaja enviándolo en
búsqueda de la persona a la que le llegó la hora, porque se le acabó su tiempo en
la tierra. Pues, después que uno nace, solo se espera una cosa: al Comandante
de los Guerreros del Mal.
Este frío soberbio había recesado para el enero de aquel entonces; cuando
experimenté mi primera vivencia con la defunción, al perder a uno de mis seres
más queridos. Él no sintió nada cuando Oro envió a Ikú a buscarle para llevarle al
“Ará Orún“. Su fenecer fue como un reposo, con calma y serenidad.
Mis remembranzas me lo traen acostado en la cama del cuarto, en donde había
estado en la mañana de ese día fatal llamando a sus predecesores, como si los
estuviese viendo con sus ojos cerrados: a su mamá, a su abuela africana, a su
familia que ya no está. Entonces tenía el ánimo agitado. Fue un momento en el
que familiares y vecinos nos conglomeramos entre la sala y el cuarto, en espera
de su partida. Mas, no fuimos los únicos ahí presentes.
Sé que también estaban entre nosotros los espíritus de sus ancestros, que
también lo esperaban. El Elemié tomó su respiración, y la Ikú entregó su alma en
los brazos de su “babá“, Obatalá, que acompañado por los eggunes sanguíneos lo
llevarían luego al lugar que Oloddumare había destinado para él.
No sé si realmente otros orishas, independientemente a los muerteros, se
involucran en la partida de los seres humanos. Prefiero imaginarlo como sucedía
con las deidades griegas en las grandes batallas épicas, en que esos dioses
acudían por sus hijos, los mortales, como así lo cuenta Homero en su Ilíada.
Es así que fantaseo con que los “omo“ de Yemayá van a parar a su seno, allá en
la profundidad del “Okún“; o los descendientes de Oshún finalizamos a su lado en
el río; y así, sucesivamente, ocurren con todos los oshas que como padres o
madres amorosos siempre recogen al bienamado hijo, mientras Olorun descide su
estancia definitiva en el Orún o su reincorporación en otra vida y en otro cuerpo en

14
este Aiyé, a través de la reencarnación. Ya sea metamorfoseado en un animal, un
objeto de poder, o reencarnado como una “obini“ o un “okuni“ propiamente.
Ese día, el día en que uno se va de la tierra, puede o no estar acompañado por
familiares vivos o fallecidos, aunque siempre estará solo. Porque la muerte es un
acto personal.
Después de su traslado de nuestro lugar terrenal aquel día 16 –que, para mayor
honor, coincide con el número cabalístico de Obatalá, s u padre-; solo he visto dos
veces, hasta ahora, a ese ser idolatrado. Su visita se ha presentado en ambas
ocasiones como augurio de sucesos trágicos. Un advenimiento para la misión
encomendada por Oro a Ikú, el Comandante de los Ajogún.
En el primer sueño me avisaba de la desaparición física de una señora, vecina
nuestra, cuya salud quebrantada para su edad avanzada, casi aseguraba el
anuncio. No obstante, al tercer día tuvo su caída uno de los hijos de aquella
anciana, para sorpresa de todos aquellos que aguardaban la ida de la mujer, y no
del descendiente más cercano.
El segundo sueño fue para anunciar la partida de un familiar nuestro, una de sus
sobrinas, que también fue “caballo de espíritus“. No llegó al tercer mes, cuando el
suceso aconteció. Y esta vez no hubo error.
Algo peculiar en ambos sueños es que no dijo ni una palabra. Solo se presentó
augurando los acontecimientos. Como si fuese un mensajero que nos avisa para
prepararnos, y así poder eludir un mayor dolor o pesar.
Desde entonces no lo he vuelto a ver.
Pero su imagen me acompaña. A veces lo siento de cerca, y me siento protegido.
Lo imagino con la forma de una mosca que nos “limpia“ al pasarnos por el cuerpo,
o como una “eyele“ que vuela libre por lo alto del cielo, desde donde nos vigila.
Aunque, en mi interior, prefiero pensarlo como alguien a quien convertirán en
orisha. Si en vida fue una leyenda dado su profundo conocimiento de la cultura
yoruba, poseedor de los secretos de Osaín al conocer los 101 “ewé“ que hay en el
monte, convertido en la propia voz del tambor en los “ ilé osha “ donde armonizó
los bembé; existe la posibilidad de que sea deificado también, como lo fue
Shangó, el Rey de Reyes, cuarto Alafin de Oyó, quien antes de convertirse en uno
de los orishas de cabecera más populares, fue un mortal soberano y guerrero que
conquistó gran parte del mundo, hasta que al ser considerado como un soberbio y
déspota tirano, tuvo que ahorcarse como dictaba la tradición en aquellos reinos.
¡Oba so! Porque “ikú lobi osha“, o sea, los orishas fueron deificados después de
haber muerto, pues ellos en su gran mayoría fueron seres humanos, para
interceder ante el hombre y Olofin.
Algo similar a como sucede en el catolicismo, cuando alguien devoto que llevó
toda una vida de fe y caridad, conservando almas puras, son canonizados por el
Sumo Pontífice y la Santa Iglesia y convertidos en santos: santo Tomás de
Aquino, santa Rita de Casia, san Alberto Magno…todos ellos fueron en vida
grandes hombres y mujeres.
Él puede aparecer ahora como un orisha más. Se dice que en total hay 401
orishas, pero eso solo son los que se conocen. Hay más. Mucho más. Quizá hasta
se convierta en un camino de Obatalá, su babá osha; corriendo similar suerte a la
de Mamá Francisca, espíritu milagroso y portentoso, corriente de Yemayá, como
mismo versa una estrofa en uno de sus cantos de invocación:
15
Mamá Francisca en la tierra;
corriente de Yemayá.
Que cuando baja a la tierra:
¡Hace la Tierra temblar!

16
Iberu Olorun ni Iberu Eggún

Todo es luctuoso, tétrico, deprimente. Los más allegados lloran. Sufren. Las
personas intrusas se aglomeran, junto a aquellos que quieren manifestar su
honesta consideración. Dejan un pésame al aire, que se pierde en el vacío. Todos
quieren ver el féretro. No sé por qué siempre hacen lo mismo. No me hubiera
gustado haber visto a Marilyn Monroe sin maquillaje, dentro de su ataúd. Esa no
sería la última imagen que de ella conservaría. Si hubiera vivido en su tiempo y la
hubiera conocido de cerca, la recordaría siempre bella, con su sonrisa sensual a
flor de labios y su mirada inocente que zalamera la vuelve. Y no sin maquillaje,
con los labios y los ojos cerrados.
Aún así, las personas se aferran en fijar como último recuerdo el semblante
sereno, insensible, y solemnemente lóbrego de alguien fallecido.
Recuerdo que mi primer contacto con un evento tan hierático como un velorio lo
tuve a los once años. Había tenido su deceso la abuela de una compañera de
estudios, que a su vez fue la esposa de un sobrino de mis bisabuelos, los padres
de mi abuela materna.
La casa estaba sombría, sin adornos, fúnebre. Varias coronas de flores con
cintas dedicadas colgaban las paredes dentro de la habitación principal en la
vivienda. Allí estaban congregados los familiares más cercanos, mientras que en
el portal permanecía el resto de la población que para esta vez prescindió de
plañideras. Allí estaba en el centro la caja, muy estática, sin aparentar el deseo de
ser trasladado a otro lugar donde descansar. Eso es algo irónico. Supuestamente
el hombre viene del mar, porque Okún dio la vida y, sin embargo, concluye
paradójicamente seis pies bajo tierra, sabrá Dios en qué rincón. ¿Por qué no
regresar, después de muertos, al lugar que nos dio la vida? Solo que de ser así, el
mar se convertiría en isokun, Obbá ya no cuidaría las tumbas, y Oyá perdería su
reino.
Yo estuve allí, y para ofrecer mi condolencia me esforcé en el intento de liberar
algunas lágrimas. Fue esa la primera vez que lloré por una persona muerta.
Aunque la conocía, no sabía bien quién era; pues la consideraba familia
sanguínea cuando en realidad no lo era. Quizá estaba asustado, o me conmovió el
llanto muy sentido de sus parientes.
Solo sé que quise llorar, y lo hice.
Desde entonces comprendí que pensaría similar a Woody Allen, al considerar
que no le temo a la muerte, solo que no me gustaría estar allí cuando suceda; muy
a pesar de que la muerte no sea el final, porque la muerte es el comienzo para
una nueva vida.
Comencé a idealizar la muerte. Y sobre todo: a temerle. Esa vez entendí también
que cuando alguien abandona el aiyé, ya no regresa más, a menos que se le
invoque en una misa espiritual.
Recuerdo que esa noche no pude dormir bien.
El espacio nocturno suele ser traicionero, sin perdonar horario alguno. Llega con
su misteriosa negrura, su bóreas a veces exaltado, en otras ocasiones más
calmado. Pero siempre presente. Se hace notar helado, dejando la piel henchida,
escalofriante. O solamente se presenta taciturno, aunque uno sabe que está ahí. Y
después de la diez de la noche…ni hablar de lo que sucede después.
17
Por ese tiempo vivía con mis abuelos. Mi bisabuelo había pasado a visitar por un
tiempo a su hermana, en una ciudad distante.
Me detengo. Trato de cavilar. Evoco las memorias. Hasta que me veo muy niño,
ya casi púbero; acostado en la cama. Había despertado en la madrugada. Todo
estaba muy oscuro. Creo que nunca antes había visto tanta oscuridad. Ni la más
tenue lumbre tenía acceso a la recámara. Además, coronaba aquel estado un
silencio absoluto, de esos que no dicen nada pero que quieren decirlo todo. Tanta
calma en el mar nocturno no augura una buena señal. Y ese momento fue para mí
como la noche final del Titanic, aunque la historia haya sido totalmente diversa.
De repente, unos pasos extraños invadieron esa calma bruna. Ninguna figura
humana se reveló con ellos. Aquellos pasos se sintieron por toda la casa: de la
cocina al comedor, del comedor a la sala, de la sala al dormitorio, del dormitorio a
la sala…Chac…Chac…Chac…
Esos pasos perdidos aprovecharon la susceptibilidad de la madrugada y se
internaron con petulancia soberanía dentro de la frívola casa. Lo caminaron todo.
Sin renuncia. Dentro del cuarto se movieron alrededor de la cama, se detuvieron, y
luego echaron a andar nuevamente.
Chac…chac…chac…
Logro agitarme. Me estremezco. Permanezco quieto, mientras me sacudía un
terremoto. El corazón late agitado. Yo sigo asustado.
Chac…chac…chac… continuaron los pasos. Cierro los ojos para no ver lo que no
deseo. Aunque es algo irrisorio: no hay nada; al menos nada que se represente
tras los firmes pasos.
Entonces busco en la cama la compañía de mi abuelo; y descubro lo que menos
esperaba a pesar de estar consciente de que así sucedería: mi abuelo no está.
Con ese hallazgo me asusto mucho más. Ahora estoy solo en el domicilio. Solo
unos pasos extraños me acompañan.
Deambulan por las habitaciones, hasta que regresa a mi cuarto. Asedia la cama,
y no reconozco su objetivo. Reproduce la misma operación perturbadora:
Chac…chac…chac…
Un alarido inquieto me tumba del mueble que me mantuvo recostado; en menos
de 30 segundos llego a la sala, quito el sillón que preserva la puerta cerrada, y
unas manos vivas me ayudan céleres a abrir la poterna. Ahí estaba mi abuelo, que
asustado acudió a socorrer mis gritos. Le seguían dos compañeros de trabajo. Es
que todo ese tiempo habían estado sentados en el portal, aguardando por el carro
de los trabajadores que los traslada hacia su centro de trabajo.
Le explico que había tenido una pesadilla, y que tengo mucho miedo. Asume la
decisión de dejarme durmiendo en la casa de mi madre, y con un poco de calma
recupero el sueño.
Desde esa noche los pasos llegarían para acompañarme por un buen tiempo.
Incluso hasta después que me fui a vivir para la casa de mi madre biológica. Me
despertaba en las madrugadas, y esos pasos perdidos, muy oportunistas,
aprovechaban para presentarse.
Los gritos no volverían a abandonar mi garganta. Con el tiempo me acostumbré a
ellos. A su chac…chac…chac… Pero nunca dejé de asustarme.
Solo después de mis catorce años, que me mudé para la casa de una prima, dejé
de sentirlos. En aquella casa vi y sentí otras cosas supernaturales, pero nada que
18
ver con aquellos pasos. Hasta que retorné a mi anterior residencia, y, aunque en
menor frecuencia, volví a escucharlos.
Nunca supe a quién pertenecían aquellos pasos que escuchaba en las
madrugadas durante mi pubertad. Esos sí: he estado seguro de que era un iwi,
porque eran pasos de un hombre que ya no está entre nosotros físicamente. O de
una mujer. ¿Quién lo sabe?

19
Oluwa Sanu

El escepticismo se infiltra en mi raciocinio. No logro descifrar una edad con


exactitud. Ahora estoy entre los 13, 14 o 15 años.
Cuando estoy despierto, siempre me asusto de lo que veo. Hay ocasiones en
que al regresar a mi casa, íngrimo en la noche, suelo sentir una “ oyiyi “ que me
acompaña. Tal vez sea mi oyiyi natural, una de las tres almas que poseemos
todos los mortales. Sin embargo, no siempre estoy de acuerdo. A veces esa
sombra que me persigue no parece mi reflejo propio, sino el de alguien más que
va conmigo. Porque un hombre nunca estará solo. Siempre con uno está su
“Eledá“, está su “Oyiyi“, o algún eggún u Oloddumare que lo ve todo desde su
trono. Y cuando la mañana está cálida o la tarde mustia, he sentido que me
tropiezo en la calle a personas fallecidas como si fueran mortales vivos, que se
pasean entre nosotros como si nada.
Por eso recibo mejor las cosas cuando estoy dormido. Es que despierto me
asusta todo. Pero en las redes de Morfeo no siempre es así.
Esta vez no poseo remembranzas de aquella madrugada. Ya estaba dormido. Y
como el perenne soñador, sucedió lo inesperado.
Anduve en un pueblo desconocido. Donde había gente de solo dos colores de
piel: blanca y negra. Claro, ninguno conocido. Era una mañana fresca, al parecer
común y corriente. El cielo estaba vestido de un color azul activo decorado con
tiernos algodones. La iluminación era casi perfecta. Y yo veía a las personas en
movimiento en aquel lugar insólito, donde, al parecer, pasaba por inadvertido.
De repente se aparece ante mí una negra corpulenta de estatura normal, toda
vestida de azul, con turbante de igual color a quien identifico incontinenti: ¡es la
misma Yemayá!
Ahora no recuero si fue la primera vez que vi a la orisha, pero la he visto dos
veces. En la otra oportunidad que tuve para verla, ella estaba protegiéndome
propincua a mi cama, mientras su idolatrada hermana, Oshún, se aseguraba de
velar por la seguridad de mi madre biológica que dormía en la cama limítrofe. Eso
sucedió durante el paso de un huracán-cuyo nombre ahora mismo no recuerdo-, y
fue una de las pocas veces que me he sentido tan protegido por alguien.
Ese otro momento en que vi a la deidad maternal ella se mostró ante mi muy
divertida. Satisfecha bailaba, agitando sus sayas como las olas del mar, mientras
sonreía con nobleza. La vi tan virtuosa y sandunguera como suele ser. Mas, su
paso fue efímero.
Sus manos abandonaron un pañuelo azul “aguas claras“ que sostenían, y desde
el contacto del objeto con el suelo me trasladé inmediatamente hacia un cayo en
medio de un mar serenísimo, inmóvil pudiera decir, que reflejaba la quietud de un
cielo coloreado por un azul pálido y determinante, que aseguraba la más lozana
relajación.
En ese cayo tan diminuto se levantaba un cocotero cuyas hojas parecían
elaboradas de plástico, pues de todo movimiento prescindía aquel lugar. Bueno,
de casi ningún movimiento.
A mi alrededor pude ver después a una mulata de singular beldad, ojos negros,
labios delicados, muy carismática. Muy alegre reía a menudo, danzaba, giraba,
hacía gestos con las manos que la manifestaban muy sensual y simpática. Era
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muy mujer, pero juguetona como una niña. Creo que ni la más bella y alegre
nereida se comparaba con ella.
Lucía un impecable vestido blanco, y de igual color eran los atributos que le
acompañaban. Entre sus brazos se deslizaba un delicado manto que movía a su
antojo, y sus cabellos largos, brunos y rizados caídos por la espalda, se
coronaban por una altiva guirnalda de flores blancas.
Ahora cierro los ojos. Pienso en ella. Y la veo bien. Escucho su sonrisa. Su tierna
y coqueta sonrisa…
Ella me invita a acompañarla, y yo cedo ante sus encantos. La veo danzar
incansablemente, con sus pies descalzos. Sin abandonar su sonrisa pueril, ni
dejar de comportarse como una infanta traviesa.
Finalmente se me presenta. Es una conga. Señora del baile y de la alegría. Me
comunica lo que de mi desea. Me habla un poco más; hasta que dejo de verla
cuando me despierto.
Ahora pronuncio su nombre, y la veo nuevamente, sonriéndome desde su lugar.
Alegre, divertida, bailarina. Traviesa.
Al otro día la invoco, con la oración que me aprendo para la ocasión. Es mi
anhelo encontrarla reiteradamente en mis sueños:

Mi alma va a encontrarse un instante con los otros espíritus. Que vengan los
buenos y me ayuden con sus consejos. Ángel de la guarda, haced que al
despertar conserve de ellos una impresión saludable y duradera.

Entonces ella me da una segunda oportunidad. La vuelvo a visitar en su cayo


atrapado en el mar inmóvil. Dialogamos. Y hasta ahora no la he vuelto a ver en
mis sueños. Ni tampoco la vi el día que estuve, bajo otras circunstancias, en el
mismo lugar…

21
Baba wa timbe Lorun

Si alguien preguntara:
- ¿A qué edad comenzaste a ver espíritus?
Diría:
- A los nueve años.
Pero, ¿qué tan cierto puede ser que haya comenzado a ver más allá de la
realidad, esas cosas que algunos creen que no existen y otros que saben que
están; para ese entonces?
Unos años antes, cuando contaba con 5 o 6 años tuve mi primera visión.
Estaba sentado en el portal de la casa de mi tía abuela, creo que jugando con un
primo menor. No sé por qué razón me disperso, y permanezco sentado en un
muro en el portal bien quieto. Dirijo mi vista hacia el frente, donde quedaba el patio
de una casa, y ahí pude observar un platanal que mostró algo muy inusual: ahí
estaba, colgado de una mata de plátano un hombre de estatura baja, jovial
semblante y con un atuendo semejante a la de un payaso, que me miraba con una
falsa sonrisa.
Enseguida me percaté de que no se trataba de un ser vivo. Y menos podía serlo,
cuando estaba en el patio de una casa habitada únicamente por personas negras,
donde la concurrencia de la piel blanca era casi nula, salvo por la asistencia al
hogar de vez en cuando de una señora clara, incapaz de prestarse para ese tipo
de bromas.
Hasta hoy no sé si se trató de un espíritu burlón o sabrá Oloddumare qué pudo
haber sido. Eso que vi, tan prematuramente –que es lo que ahora recuerdo- me
asustó sobremanera. Comencé a llorar, y los adultos se reían porque no le
encontraban lógica a mi llanto. Me preguntaban:
- Pero, muchacho; ¿qué tú ves ahí?
Y yo respondía entre sollozos:
- ¡Un hombre; un hombre!
Por más que aquellos intentaron hacerme percibir que allí no había nadie, no
pudieron persuadirme. Porque yo veía lo que ellos no podían. Las risas satíricas
acrecentaron mi llanto. El hombre no desaparecía. Aquella vez sentí mucho temor.
Demasiado. Fue un lunes, y recuerdo que mi prima mayor tuvo que llevarme hasta
mi casa, que estaba a una cuadra. Solo, ni pensar en regresar.
Si. Supongo que eso fue como un preámbulo. O al menos de esa manera
prefiero recordarlo.
Después no volví a ver nada, ni a sentir ningún espíritu, hasta que cumplí los
nueve años.
Iyá mesam oruns.
Mi iworo es una localidad de alta concentración de practicantes de las más
heterogéneas religiones. Los hay católicos, santeros, paleros, espiritistas, y
últimamente Testigos de Jehová y Pentecostal. Y, sin embargo, de todas esas
manifestaciones han perdurado en casi más de medio bicentenario las creencias
afrocubanas, donde se concentran el mayor número de devotos. Porque aquí
hubo africanos de todas partes: congos, iyesás, carabalís…

22
Uno de los cabildos que recuerdo de mi infancia era el de la difunta Pancha. Sus
hijos continuaron su legado, y aún se mantienen al tanto; donde se venera a
Shangó bajo la advocación de Santa Bárbara.
El primer bembé que recuerdo –aunque no debió haber sido el primero al que fui-
, fue dado por los descendientes de aquella mujer, un 4 de diciembre. Yo era un
niño de unos 7 u 8 años. Me gustaba mucho el color amarillo, simpatizaba con la
Virgen de la Caridad del Cobre, pero no sabía nada de la santería ni de otra
religión, a pesar de que mis primeros pasos en esta área fueron exactamente en la
religión católica, apostólica y romana. No sabía el nombre de ningún orisha ni
sabía lo que eso significaba.
De ese bembé puedo evocar un canto a Yemayá:
Ay, mi Yemayá, llévate lo malo.
Llévate lo malo,
y échalo a la mar.

Posteriormente, en otra ceremonia de un cabildo diferente, escuché un cántico


cuyas letras entoné, que lo convierten en la primera canción cantada por mi en
uno de esos toques:
Baba chiré chiré
Chiré re, chiré re, Baba.

Ese canto de invocación es para Babalú Ayé, el orisha de la lepra y la viruela, a


quien, según mi abuela, veneraba mi bisabuela.
Puedo decir que por esas canciones comencé a familiarizarme con el nombre de
Yemayá. Yo quería ser omó de un santo, y como no sabía de esas cosas, me dije:
soy omó de Yemayá; porque fue el único apelativo de una deidad africana que
llegué a fijar. Entonces comencé a investigar sobre la santa en cuestión, y
descubrí cuál era su color representativo. El amarillo continuó gustándome,
aunque prefreí mantener el gusto furtivo; ahora me llamaba la atención el color
azul. La gente empezó a decirme: tú eres el negrito de la Virgen; y yo lo asimilaba
orgulloso como si la única virgen fuese la de Regla, porque eso me hacía sentir
cada vez más omó de la madre universal. Entonces empecé a amar a Yemayá.
Claro. Yo era solo un niño, e ignoraba las cosas a las que poco a poco me iba
enfrentando.
Mucho tiempo pasé creyendo que era descendiente legítimo de la Madre de los
Peces. Hasta que un santero me lo negó:
- Usted no es hijo de Yemayá. Usted es hijo de Oshún.
Claro. La duda finalmente fue esclarecida el día en que definí mi Ángel de la
Guarda al pie de Orula. Solo bastó preguntar una sola vez, cuando enseguida tuve
la respuesta, que me llegó a través del signo de Ifá Ogunda Osá, con otro odún de
testigo. Yo también soy omó, soy hijo de un orisha mayor, diría que de la más
bella de todas las mujeres: Oshún. Esa es la divinidad que viene a mi orí.
Iya mi ile, odo
Iya mi ile, odo
Bogbo ache,
ache mi saramaguo, eh
iya mi ile, odo
23
Y la paternidad está por confirmarse. Ya un babalocha primero, y una iyalosha
después, me dijeron que era Shangó mi padre santo. Pero sé que también está de
por medio Elegguá. Habrá que esperar al Itá.
Es que a mi me baja un congo, que en vida era hijo del Dueño de los caminos; y
la mímica que realiza al bajar es tan semejante a la del orisha portero, que
siempre lo confunden.
A veces me siento frente a mi altar buscando respuestas. Contemplo mi modesto
altar dedicado a tres vírgenes: la Caridad, la Regla y la Merced; y culmino
comprendiendo que en las preguntas se hallan las respuestas.
El temor a Dios, es la fe de que Dios existe. Como fiel católico: le temo a Dios y,
por supuesto, creo en él. Como devoto practicante de la Regla de Osha: creo en
Olofi, y en los orishas, y en los eggunes.
El creer y tener fe me han hecho ver estas cosas, y mucho más. Solo que no
todo se puede contar.
Cuando se cree: se ve. Cuando se tiene fe: se siente.
Yo le temo a los muertos, porque creo en ellos. Si se me han aparecido. Pero
temer es bueno, aunque haya quien no lo considere así. De todas maneras, todos
tememos. Porque el hombre es un ser temeroso. Incluso Hittler o Napoleón
sintieron temor alguna vez en sus vidas.
Si Dios me dio este ashé para tener, ver, sentir, predecir; ¡Maferefún!; si se le
puede agradecer.
En mi altar observo mis tres vírgenes, que simbolizan a tres de los orishas
cabeceras: Oshún, Yemayá y Obatalá. Pregunto. Me contesto. Muevo los
caracoles de Yemayá, los tiro, veo una respuesta. Traduzco el mensaje. Y sonrío
satisfecho.
Entonces me acuesto en la cama, esperando que me lle ve el Sueño. Cierro los
ojos. Permanezco quieto. Rezo. ¡Egbe mi, Babá! ¡Egbe mi, Olorun!
Pienso. ¿Qué veré después?
Eso, no lo sé…

24
Glosario

Adolfo Hitler (1889-1945): político alemán que llegó a ser presidente de


Alemania. Llevó al poder germano al Partido Nazi, lideró un régimen
totalitario durante el período de la Alemania nazi, y su xenofobia provocó
la muerte de diecisiete millones de personas. Bajo su poder presidencial
tuvo lugar la II Guerra Mundial, con el propósito de cumplir sus planes
expansionistas en Europa.
Afrodita: en la mitología griega diosa del amor, de la belleza, de las riquezas.
Representante de la sensualidad femenina. Hija de Zeus y Dione, y
amante de varios dioses y mortales.
Aiyé: el mundo de los vivos, donde reside la materia.
Alfred Hitchcock (1899-1980): célebre director de cine y productor inglés.
Pionero en muchas de las técnicas que caracterizan los géneros
cinematográficos del suspense y el thriller psicológico. Entre sus
principales filmes se hallan Psicosis, Los pájaros y Vértigo.
Alláguna: uno de los caminos masculinos de Obatalá.
Allan Kardec (1804-1869): pedagogo francés que es conocido como el
sistematizador del Espiritismo.
Ará Orún: expresión empleada para reconocer cuando un espíritu que ya ha
cumplido su tiempo como eggún, o sea, como muerto, está listo para
reencarnar nuevamente en otra persona.
Ayaba: reina.
Ayogun: guerreros del mal, de las tinieblas, de la oscuridad.
Babá: padre.
Baba wa timbe Lorun: Dios está en el cielo.
Babalawos: Sacerdote de Ifá encargado de interpretar y descifrar este complejo
sistema adivinatorio, para lo que emplea el até o tablero y el ékuele
(cadena de Ifá) o los ikines (nueces de palma).
Babalochas: santeros, padrino del iniciado.
Babalú Ayé: orisha mayor. Señor de las epidemias, enfermedades de la piel,
infecciones venéreas e incluso el SIDA. Patrón de la salud. Su nombre
significa padre del mundo. De origen arará, hijo de Naná Burukú.
Bembé: fiesta mágico-religiosa que se celebra en honor de los orishas o para
agradecer una gracia concedida; donde se tocan los tambores bembé y se
interpretan canciones donde se invocan a las deidades que pueden o no
bajar a la tierra en posesión de sus médiums.
Caballo para eggún y osha: expresión empleada para designar al médium que
entra en contacto con el espíritu del muerto o del santo, bajo los efectos
del proceso del trance. El espíritu del orisha o del eggún se apodera del
cuerpo del médium para actuar según sea su voluntad.
Carabalí: etnias africanas de origen Calabar, actual Nigeria. Los esclavos de
origen carabalí diseñaron una sociedad secreta en tiempos de la colonia: la
Sociedad Secreta Abakúa, solo para hombres y única de su tipo en
América.
Casa de Olokún: el océano, o las profundidades del mismo.
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Congos: cultura proveniente del reino Congo y otras monarquías subordinadas
de origen Bantú, que en Cuba, producto a la transculturación, inician la
práctica de sistemas religiosos como la Regla Mayombe o Regla de Palo
Monte, ramificada luego en otras vertientes como la Kimbisa, la Brillumba y
la Kimbisa del Santo Cristo del Buen Viaje.
Crazy: del inglés significa loco, demente.
Diego Velázquez (1465-1524): conquistador español que llegó a ser el primer
gobernador de Cuba desde 1511 hasta su muerte. Fundador de muchas
de las primeras villas que tuvo la isla cubana.
Ebbó: obra de purificación, limpieza que se lleva a cabo mediante ofrendas
sencillas u otras acciones realizadas por los creyentes en situaciones
difíciles.
Egbe mi, Babá: frase que significa Bendíceme, Padre.
Egbe mi, Olorun: significa Bendíceme, Olorun, el Dios Supremo en la
santería.
Eggún: espíritu, muertos.
Eledá: Ángel de la guarda, la cabeza de la persona, el creador.
Elegguá: orisha mayor. El primero de los orishas. Guardián del destino, de los
caminos. Miembro del llamado grupo de los Orishas Guerreros, junto a
Oggún, Oshosi y Osun.
Elemié: el dueño de la vida. Cuando el Elemié toma el alma de la persona, esta
fallece y su espíritu pasa a residir al orun.
E.T., el extraterrestre: película estadounidense de ciencia ficción de 1982 que
coproducida y dirigida por Steven Spielberg, escrita por Melissa Mathison
y protagonizada por Henry Thomas, Dee Wallace y Robert MacNaughton,
entre otros.
Ewé: hierbas del monte o de cualquier parte del pueblo, empleadas en las
actividades litúrgicas generalmente con carácter curativo o mágico-
religioso. Con ellas se prepara el omiero que se emplea en la ceremonia
de iniciación. Aunque con este término también se designan las
prohibiciones que se relaizan al iniciado en la santería el día del itá.
Eyele: paloma.
Félix B. Caignet (1892-1976): notable músico y escritor radial cubano, autor de
la célebre novela El derecho de nacer.
Freaky: en el idioma inglés significa raro, extraño, exótico.
Gea: en la mitología griega diosa de la tierra, de donde surgen todas las razas
divinas. Personificación de la tierra, que es la fuente de toda la vida.
Considerada como la Gran Diosa o la Diosa Madre, que era esposa de
Urano.
Guasimal: consejo popular del municipio de Sancti Spíritus que fue fundado
en 1863. Es un poblado muy reconocido por la importante presencia de
africanos que tuvo la localidad durante la etapa colonial en Cuba, donde aún
quedan sus descendientes, quienes conservan las tradiciones legadas
generación tras generación de las práctica mágico-religiosas cubanas de origen
africano.
Homero (800-701 a.d.J.C.): aedo griego antiguo del siglo VIII, a quien se le
atribuye la autoría de las principales poesías épicas griegas: la Ilíada y la
26
Odisea.
Iberu Olorun ni Iberu Eggún: el respeto para Dios es el respeto para los
muertos.
Ígb á otútú: invierno.
Ikú: la muerte. Uno de los Ayugones, o sea, Guerreros de la oscuridad, de la
maldad.
Ikú lobi osha: el muerto parió el santo.
Ilé osha: casa de santo, templo donde se desarrollan ciertas actividades
mágico-religiosas.
Ilíada: epopeya griega y el poema más antiguo escrito de la literatura
occidental, que se atribuye tradicionalmente a Homero. Fue compuesta en
hexámetros dactílicos, consta de 15.693 versos y su trama radica en la
cólera de Aquiles. Además, narra los acontecimientos ocurridos durante
51 días en el décimo y último año de la guerra de Troya.
Isokun: cementerio.
Itá: ceremonia en que se le dice su pasado, presente y futuro al iniciado en la
Regla de Osha o santería. Se realiza al tercer día de la consagración y los
orisha hablarán a través de los caracoles del dilogún, según los Odún que
salgan.
Iwi: espíritu de otro mundo, muertos, fantasma, aparecido. También significa
palo del monte.
Iworo: pueblo, comunidad, personas presentes.
Iyá: madre.
Iyá mesam oruns: madre de los nueve oruns, o sea, del reino del más allá; que
es como se le conoce a Oyá.
Iyalosha : santera, madrina del iniciado en la Regla de Osha.
Iyesás: forman una de las subtribus yoruba que habitan en la región de Ilesha,
en Nigeria Occidental, que durante la trata negrera fueron traídos a Cuba,
manteniendo la esencia de su cultura y tradiciones religiosas, acomodadas
a la nueva situación. De origen iyesá son los orishas Oshún y Oggún,
aunque también veneraron en sus cultos a Shangó.
Maferefún: gracias.
Marilyn Monroe (1926-1962): afamada actriz de cine, cantante y modelo
estadounidense, considerada como uno de los sex-symbol de la pantalla
grande, el gran mito erótico de los años cincuenta, que siempre se
destacó por su belleza, su sensualidad y su encanto. La rubia más famosa
de Hollywood.
Mo Juba Oluwa Mo Juba Eggún: yo respeto a Dios y a los muertos.
Mo Ku Iba: yo le pedí licencia.
Mo Ri Ara Birin Ayodele Lano: yo vi a la señora ayer
Morfeo: en la mitología griega dios de los sueños, uno de los mil hijos de
Hipnos (Sueño) y Nix (La Noche), que fue castigado por Zeus por revelar
secretos a los mortales.
Napoleón Bonaparte (1769-1821): militar y gobernante francés, que llegó a
convertirse en emperador de los franceses y en Rey de Italia. Personaje
clave que marcó el inicio del siglo XIX y la posterior evolución de la
Europa contemporánea, que llegó a obtener el control durante un período
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de poco más de una década de casi toda Europa occidental y central a
través de alianzas y conquistas.
Nereida: según la mitología griega, ninfas del Mar Mediterráneo. Eran
cincuenta hijas de Nereo y de Doris, que simbolizaban lo hermoso y alegre
del mar.
Nganga: en la Regla de Palo Monte, receptáculo de hierro o de barro que se
emplea como residencia del fundamento en esta religión.
Ni Ojo Kan, Omodé Kan: érase una vez un niño.
Obatalá: uno de los principales orishas del panteón yoruba por ser considerado
como el creador del género humano. Dueño de las cabezas, representa la
paz, la sapiencia, la salud. Se concibe como hijo de Olofi, y es una deidad
andrógina que lo mismo suele aparecer encarnando a un hombre que a
una mujer.
Obbá: orisha que simboliza la fidelidad conyugal, esposa de Shangó. Orisha
muertera que se encarga de custodiar las tumbas del cementerio, donde
recibe a los fallecidos. También representa la sabiduría, por ser la
protectora de maestros e intelectuales.
Obini: mujer.
Oddún: signos esenciales del sistema adivinatorio de la Osha-Ifá Santería,
conformado por 16 signos principales que en su estrecha unión forman los 256
caminos de Ifá.
Okún: océano.
Okuni : hombre.
Oloddumare: Dios Supremo.
Olofin: Dios Supremo, Señor Todopoderoso que se distanció del mundo y en su
lugar dejó a los orishas que le sirven de intermediarios entre él y los
hombres.
Olópa Orun: policía del cielo.
Olorun: el Dios Supremo, en la santería. Conforma un trilogía con Oloddumare-
Olorun-Olofi.
Oluwa Sanu: ayúdame, Dios mío.
Omó: hijo.
Omi tuto: que el agua esté fresca.
Orisha: significa deidad, divinidad, dioses.
Orisha Oddé: expresión con la que se reconoce a los orishas guerreros de la
santería, quienes son Elegguá, Oggún, Oshosi y Osún.
Oro: palabra.
Orun: el más allá, el Señor y Reino de los muertos.
Osaín: orisha dueño de todas las yerbas del monte, pues conoce su secreto, su
ashé, o sea, su virtud.
Oshún: orisha mayor, dueña de los ríos, el oro y el amor. Representa a la
mulata bella, alegre y retrechera. Esposa de varios orishas como Shangó,
Orula e Inlé. Hermana de Oyá y Obbá, fue criada por su hermana mayor,
Yemayá.
Oshún Yeyé Cari: uno de los caminos de Oshún, donde esta es alegre,
simpática, bailadora, amiga de las fiestas y del divertimento.
Oyá: orisha mayor. Reina y señora del cementerio cuyas puertas custodia. Una
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de las orishas muerteras, junto a Obbá y a Yewá. Dueña de la centella
fulminante, que preside igualmente los cuatro vientos. Esposa de Oggún,
a quien abandonó para seguir a Shangó.
Oyiyi: espíritu.
Regla de Osha: religión afrocubana, conocida también como santería. (véase
Santería).
San Alberto Magno (1193-1280): sacerdote, obispo y Doctor de la Iglesia
Católica. Destacado teólogo, geógrafo, filósofo y figura representativa de
la química, y en general un polímata de la ciencia medieval. Celebra su
fiesta el 15 de noviembre. Patrón de las ciencias y los científicos.
San Lázaro: personaje bíblico que solo aparece en el Nuevo Testamento.
Hermano de María y Marta que vivía en Betania, donde alojó a Jesucristo
al menos en tres ocasiones. Es la deidad de los panteones yoruba, bantú
y católico más venerada por los cubanos, que se equipara en la Regla de
Osha con Babalú Ayé, y celebra su festividad el día 17 de diciembre.
Santa Bárbara: mártir y virgen cristiana de Nicomedia que vivió durante el siglo
III, patrona de las tormentas, mineros, artilleros, bomberos y toda aquella
profesión relacionada con explosivo. Celebra su fiesta santoral el día 4 de
diciembre y por sus atributos fue equiparada con el orisha masculino
Shangó.
Santa María de Betania: hermana de Lázaro y de Marta, que aparece como
personaje del Nuevo Testamento. Vivía en Betania con sus hermanos,
donde en su casa recibió a Jesús. Algunos consideran que ella es la
pecadora arrepentida, María Magdalena, por lo que su festividad, según la
Iglesia Católica Romana, tiene lugar en la misma fecha que la de María
Magdalena.
Santa Marta: hermana de María y de Lázaro, que vivía en Betania, pequeña
población distante a cuatro kilómetros de Jerusalén. Patrona de cocineras,
sirvientas, amas de casa, hoteleros, casas de huéspedes, lavanderas y
del hogar; cuya fiesta se celebra el 29 de julio.
Santa Rita de Casia (1381-1457): una de las santas más populares de la Iglesia
Católica. Patrona de las causas imposibles, de los problemas maritales,
las madres, la familia, el matrimonio, la paz; cuya festividad se celebra el
22 de mayo. En la santería se equipara con la orisha Obbá.
Santería: religión afrocubana que significa “ el camino de los santos “; que tuvo
su origen en las equiparaciones que hallaron en el catolicismo los negros
africanos traídos a Cuba para venerar sus deidades y así conservar sus
creencias. Esta religión se practica en varios países del mundo
actualmente, sobre todo en Cuba, Venezuela y Nigeria.
Santo Tomás de Aquino (1225-1274): teólogo y filósofo católico perteneciente a
la Orden de Predicadores. Principal representante de la tradición
escolástica y fundador de la escuela tomista de teología y filosofía.
Celebra su festividad el día 28 de enero.
Selene: divinidad de la mitología griega que representaba la luna, hija de los
Titanes Hiperión y Tía.
Shangó: orisha mayor. Dueño del trueno, del rayo, del tambor. Señor de las
fiestas y bailes. Tuvo varias esposas, y conquistó gran parte del
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continente africano, por lo que se lo conoce como el rey de reyes. Hijo de
Obatalá, criado por Yemayá, esposo de Oshún, de Obbá y de Oyá, quizás
el más popular de las deidades africanas en Cuba.
Siete Potencias Africanas: siete orishas africanos a quienes se les ha
concedido un gran poder, quienes son Elegguá, Oggún, Obbatalá,
Shangó, Yemayá, Oshún y Orúnmila.
Steven Spielberg (1946-): director, guionista, productor de cine y diseñador de
videojuegos estadounidense. Uno de los directores más reconocidos y
populares de la industria cinematográfica mundial. Entre sus películas se
figuran Parque Jurásico, Lincoln y Tiburón.
Titanic: transatlántico británico, el mayor barco del mundo en el momento de su
botadura, que se hundió en la madrugada del 14 al 15 de abril de 1912
durante su viaje inaugural desde Southampton a Nueva York via
Cherburgo, Francia y Queenstown Irlanda; cuyo hundimiento produjo la
muerte de 1514 personas de las 2223 que iban a bordo, lo que lo
convierte en uno de los mayores naufragios de la historia ocurridos en
tiempo de paz.
Trinidad de Cuba: tercera villa fundada en Cuba en el año 1514 que se halla
ubicada en la región central, específicamente en la provincia de Sancti
Spíritus. Capital del municipio del mismo nombre, y es Patrimonio Cultural
de la Humanidad.
Urano: di vinidad que en la mitología griega personifica al cielo, que fue hijo y
esposo de Gea, la Gran Madre Tierra.
Virgen de la Caridad del Cobre: advocación de la Santísima Virgen María, que
fue hallada en los mares de Cuba. Patrona de la isla mayor de las Antillas,
tiene su santuario en el Cobre, en la provincia de Santiago de Cuba.
Celebra su fiesta santoral el 8 de septiembre, y tiene su equiparación en la
santería con Oshún.
Virgen de las Mercedes: una de las advocaciones marianas de la
Bienaventurada Virgen María, que se equipara en la Regla de Osha con
Obatalá y celebra su fiesta el 24 de septiembre.
Virgen de Regla: una de las advocaciones de la Virgen María, que se identifica
en la santería con Yemayá, y celebra su fiesta el 7 de septiembre.
Woody Allen (1935-): notable director, guionista, actor, músico, dramaturgo,
humorista y escritor estadounidense, ganador en varias ocasiones del
premio Oscar. Entre sus producciones cinematográficas más relevantes
se encuentran Blue Jasmine, Midnight in Paris y To Rome with love.
Yemayá: orisha mayor. Madre universal. Reina del mar, madre de los peces.
Esposa de varias deidades masculinas como Agayú Solá, Obatalá y en
uno de sus caminos de Oggún.

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