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ideologías
IRVING KRISTOL
Esa noción del “interés nacional” limitado, concebido como una pugna en la
que las diferentes potencias aspiraban a ejercer diversos liderazgos,
desapareció con el desastre de la Gran Guerra (como denominaban la pri -
mera guerra mundial nuestros libros de texto). Si una idea de este género
pudo conducir a aquella insensata carnicería multitudinaria, la Humanidad
estaba en su derecho de rechazarla. Todavía hoy, profesores eminentes y
analistas de la política internacional creen que el mundo sería mucho mejor
si la vieja concepción del “interés nacional” volviese a adquir ir vigencia y
las naciones del orbe actuasen según sus presupuestos y sus reglas.
Acaso la Historia les pueda dar la razón, pero no les serviría de nada:
aquello era el producto de un mundo irremisiblemente desaparecido. Si
pudiese renacer, moriría al inst ante
Las dos eran radicalmente incompatibles. La, primera estaba impulsada por
el presidente norteamericano W oodrow Wilson, y proclamaba la posibi lidad
de suprimir, e incluso abolir, los conflictos nacionales , asegurando la
autodeterminación a aquellos países capaces de alcanzar la
independencia; posteriormente habría que construir una “comunidad
mundial” que se regiría, o sería obligada a regirse, por normas de Derecho
internacional promulgadas en una Carta. La segunda era la Unión Soviética
leninista, una nueva potencia asentada en un país antiguo, que sostenía
que la paz mundial sólo podría hacerse realidad en un mundo regido por el
orden comunista, una vez suprimidas las auténticas causas de los
conflictos nacionales, que no eran otras que las “contradicciones del
capitalismo”.
La Unión Soviética y los Estados Unidos son las dos ú nicas grandes na-
ciones del mundo actual que han nacido por impulso de una opción ideoló -
gica; por eso su entidad como naciones se describe y define en términos
de creencia. Dichas ideologías se basan en valores que se consideran
universales y resultan totalmente incompatibles en su contenido. Nótese
que el concepto de ideologías no designa aquí solamente una concepción
teórica que ha de traducirse en una praxis política; estamos ante el hecho
de que las ideas son el principio vital que configura esta mis ma realidad.
Nadie puede comprender en la actualidad a los Estados Unidos o a la
Unión Soviética sin acometer un estudio serio de las ideologías que
informan sus respectivas políticas, de la misma forma que nadie podría
entender la Iglesia Católica sin un estudio de su doctrina.
Este estado de cosas ha sido tolerado por Estados Unidos no sólo por su
filosofía del “vive y deja vivir”, sino también a causa de la doctrina liberal
sobre la conducta “antisocial”, conocida habitualmente como “conducta
criminal”. Durante todo este período el Departamento de Estado americano
ha suscrito el principio de lo que Philip Rieff ha llamado la “ética terapéuti -
ca”, según la cual se debe amonestar a las naciones indisciplinadas y
transgresoras, si es preciso por medio de la acción militar colectiva, para
que aprendan a conducirse de forma correcta y responsable. Incluso en la
estrategia de contención con la Unión Soviética subyace la teoría
correspondiente: la comunidad mundial, o al menos los Estados Unidos y
sus aliados, han de demostrar a los soviéticos que las acciones agresivas
no son eficaces. Así su régimen irá haciéndose gradualmente menos
tiránico y menos dogmático y su mesianismo político irá perdiendo fuerza.