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COMENTARIO AL APOCALIPSIS (2008)

Ricardo Gárrett Boyd

Este comentario es fruto de repetidas oportunidades de enseñar el Apocalipsis en el Seminario Teológico


Bautista Mexicano y en varias iglesias y otros grupos. El lector debe tener una Biblia a la mano y consultar el texto
del Apocalipsis y otras citas mencionadas constantemente. La versión de la Biblia citada en esta obra es la Nueva
Versión Internacional. Los autores modernos citados están incluidos en la Bibliografía al final.

El Apocalipsis es un libro cerrado y misterioso para muchos creyentes. No entienden sus cuadros fantásticos,
que les inspiran miedo. Sin embargo, el Apocalipsis ofrece un mensaje alentador a los que entienden la verdad detrás
de los símbolos. El primer paso para alcanzar este entendimiento es reconocer que el Apocalipsis está lleno de
alusiones al Antiguo Testamento. Se ha calculado que 278 de los 404 versículos del Apocalipsis contienen una o más
alusiones al Antiguo Testamento. Algunas de las imágenes que Apocalipsis presenta tienen el propósito de vincular
su mensaje al Antiguo Testamento, no el de presentar un factor específico del tiempo del fin.
El vínculo del Apocalipsis con el resto del Nuevo Testamento es aun más estrecha. El mensaje que Apocalipsis
presenta por medio de visiones simbólicas es el mismo que se presenta en el resto del Nuevo Testamento: Dios ha
enviado a su Hijo para llamar a toda la humanidad a la reconciliación con él. Los que responden, entablan una
relación permanente con Dios y cuentan con su protección y su dirección. Hay que buscar bajo el simbolismo de
Apocalipsis el evangelio de Jesucristo, y no una cronología de los últimos días. Si interpretamos el Apocalipsis con
referencia a los dos Testamentos, encontraremos un mensaje emocionante que nos fortalece para enfrentar las
peripecias del peregrinaje cristiano con confianza renovada.

La literatura apocalíptica

Para lectores modernos del Apocalipsis de Juan, es necesario aprender qué es un apocalipsis, porque no existe
tal género en la literatura actual. John J. Collins formuló esta definición de un apocalipsis: “Apocalipsis” es un tipo
de literatura de revelación con un marco narrativo, en el cual una revelación se comunica por medio de un ser de otro
mundo a un ser humano, manifestando una realidad trascendente que es tanto temporal, por cuanto contempla una
salvación escatológica, como espacial en cuanto se trata de otro mundo que es sobrenatural (John J. Collins, Revista
SEMEIA 14 (1979): 9). En SEMEIA 36, Adela Yarbro Collins sugiere esta adición a la definición de Collins: ... que
tiene el propósito de interpretar circunstancias actuales y terrenales a la luz del mundo sobrenatural y del futuro, y de
influir tanto en el entendimiento como en la conducta de la audiencia por medio de autoridad divina. (Adela Yarbro
Collins, SEMEIA 36 (1986): 7)
La literatura apocalíptica se originó entre los judíos, ca. 200 a.C., tomando elementos de las Escrituras, de mitos
antiguos, y de materiales persas y helenísticas. Fue hija de la profecía judía. La época de la literatura apocalíptica
judía es de 210 a.C. a 200 d.C. Los cristianos seguían produciendo apocalipsis a través de la edad medieval.
El mensaje central de la literatura apocalíptica es que Dios dirige la historia. Esta verdad se presenta a veces en
la forma, “Dios ha determinado el fin de la historia,” pero ésta parece ser una manera de decir que controla toda la
historia. Los apocalipsis siempre se producen en un tiempo de pruebas y persecución. Canclini nota que el tiempo
actual es semejante en este aspecto a los tiempos que produjeron los apocalipsis.
Algunas características de la literatura apocalíptica son:
a. Seudonimidad. J. Collins dice que la seudonimidad es una característica común pero no universal de los
apocalipsis. Es posible que la razón de esta característica es la convicción de los judíos de que la profecía había
cesado. El Espíritu de Dios, pensaban, no inspira a profetas en la actualidad. Por lo tanto, los autores de apocalipsis
tenían que escribir en nombre de una figura prominente del pasado. Hay que considerar con cuidado si se trata de un
engaño o de una ficción. Si la seudonimidad es engaño, el propósito del verdadero autor es que los lectores crean
que Enoc o Abraham o Baruc escribió su documento. Si es ficción, el autor real espera que sus lectores entiendan
que se imagina al supuesto autor dando estas profecías. Es probable que los lectores originales entendían la ficción
de la seudonimidad.
b. Significado histórico. Los apocalipsis responden a la situación política y social en la cual surgen. También
presentan una interpretación del curso de la historia.
c. Predicciones acerca del fin del mundo y del mal. Los apocalipsis presentan la verdad en la forma de
predicciones acerca del pronto fin del mundo, en el cual Dios pondrá fin al mal y establecerá su reino. El autor
presenta su propia época como la crisis escatológica.
d. Dualismo. Una característica marcada de los apocalipsis es una cosmovisión dualista. Sus autores conciben la
historia de su tiempo como una expresión de la lucha entre Dios y sus enemigos. Tienden a presentar su mensaje en
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blanco y negro: en términos de lo que es exclusivamente bueno y lo que es exclusivamente malo.


e. Lenguage simbólico. Las descripciones de un apocalipsis no son literales, sino figurativas. Los animales,
números, colores, objetos, etc., tienen valor simbólico según un sistema bien elaborado. Desafortunadamente, lo que
era claro y obvio para lectores del primer siglo puede ser oscuro y aun desconocido hoy. En algunos casos no
podemos más que especular cuál fue el valor simbólico de cierta figura en un apocalipsis.
f. Visiones. Los apocalipsis se presentan como una serie de visiones que el narrador, un vidente, experimentó.
Con frecuencia dialoga con un mediador celestial, quien le explica el significado de lo que ha visto. Algunos
apocalipsis incluyen un viaje al otro mundo, que tiene la misma función revelatoria que las visiones.
Newport sugiere que la mejor preparación para comprender la literatura visionaria de Apocalipsis es leer obras
semejantes, como los cuentos de Narnia por C. S. Lewis.
g. Drama. Un apocalipsis no es una exposición filosófica o científica, sino un drama, con movimiento, impacto
visual, y contenido emocional. Newport (p. 45) sugiere que debemos leer el Apocalipsis de Juan sin interrupción y
en voz alta (esto requiere una hora y media). Así podemos apreciar “su impacto sobre nosotros como un todo, como
un drama poético o una ópera.” Tal lectura también mostrará “su lenguaje arcaico y rítmico y ... la repetición de
sonidos y fórmulas” y su “riqueza de colores, voces, símbolos y asociaciones de imágenes.” (Newport)

El simbolismo apocalíptico

Para leer un apocalipsis, es esencial entender el sistema extenso de símbolos que se empleaba en la literatura
apocalíptica. Por ejemplo, los números no funcionan principalmente como indicadores aritméticos sino como
símbolos. Cuando el lector de un apocalipsis encuentra un número, debe pensar primero en su valor simbólico. El
valor aritmético del número generalmente no forma ninguna parte del mensaje del autor. Es probable que este
principio de interpretación es válido también para algunos números en otras partes de la Escritura.
Una ilustración clara es Apocalipsis 1:4-5. Juan utiliza la forma de una carta para identificarse a sí mismo y a
sus destinatarios, y luego les desea gracia y paz. Normalmente en las cartas cristianas, la fuente de estas bendiciones
es Dios el Padre y Jesucristo (Rom. 1:7; 1 Cor. 1:6; 2 Ped. 1:2; Judas 1; etc.), pero en Apocalipsis 1:4-5, la gracia y
la paz vienen de tres personas. La primera es el Dios del Antiguo Testamento, identificado con una interpretación del
nombre Yahveh: aquel que es y que era y que ha de venir; la tercera es Jesucristo. Parece que Juan se refiere a la
Trinidad, pero la otra “persona” que menciona son los siete espíritus. ¿Creía Juan en nueve personas de Dios?
Desde luego que no. El número siete no funciona aquí de manera matemática sino como un adjetivo simbólico.
Definiremos su sentido en el comentario sobre Apocalipsis 1:4.
A continuación presentamos los números simbólicos que se usan en el Apocalipsis de Juan y su significado.
Dos: El número del testimonio seguro (11:3). Este significado se basa en un principio de la ley de Moisés: “Por
el testimonio de dos o tres testigos se decidirá un asunto” (Deut. 19:15).
Tres y medio: Este número siempre se refiere a un tiempo, el tiempo de prueba del pueblo de Dios, en el cual
Dios lo protege y provee sus necesidades. El simbolismo se basa en la frase un tiempo y tiempos y medio tiempo,
que en Daniel 7:25 (nota, véase Dan. 12:7; Apoc. 12:14) designa el tiempo en que Antíoco Epífanes ocuparía y
profanaría el templo de Jerusalén en el segundo siglo a.C. Posteriormente la misma cifra se aplicó al tiempo de la
sequía en el ministerio de Elías (Luc. 4:25). En el Apocalipsis de Juan, este símbolo aparece en los capítulos 11, 12,
y 13. Aparece en las formas un tiempo y tiempos y medio tiempo (1+2+1/2, 12:14); cuarenta y dos meses (31/2 x
12, 13:5); mil doscientos sesenta días (42 x 30, 11:3) y tres días y medio (11:9).
Cuatro: El mundo en que habita el hombre (4:6; cuatro caballos en 6:1-8). Tal vez se base en los cuatro puntos
cardinales y los cuatro vientos.
Seis: La maldad y el fracaso (13:18). Se basa en el número siguiente, siete. “Seis” es lo que busca imitar la obra
perfecta de Dios (siete) pero no lo logra, porque nadie más que Dios puede ser Dios. Así que 6 representa lo malo, la
rebelión contra Dios y el intento de usurpar su autoridad, pero también representa el fracaso del mal.
Siete: La perfección que resulta cuando Dios obra (1:4, 11). No es una perfección abstracta; siempre es
resultado de la iniciativa personal de Dios. Se basa en los siete días de la creación.
Diez: Lo completo en la dimensión humana (2:10; 20:2). Tal vez se base en los diez dedos de un ser humano
completo. Tanto “diez” como “siete” representan plenitud, pero “diez” pertenece a la dimensión humana, mientras
“siete” dirige la mira hacia Dios.
Doce: El pueblo de Dios (4:4; 21:12). Se basa en las 12 tribus de Israel. Jesús emplea este mismo simbolismo
cuando llama a 12 discípulos.
Algunos consideran ocho un símbolo de la sobreabundancia que rebasa la totalidad de “siete” (17:11) o de la
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resurrección (Foulkes, p. 180; véase Salguero).


También se usan los números en combinaciones. Tres repeticiones de un número representan el grado
superlativo de la cualidad simbolizada. Este uso se basa en la manera de formar el grado superlativo de un adjetivo
en el hebreo. Este idioma expresa el grado superlativo con tres repeticiones del adjetivo, de manera que Santo,
santo, santo en Isaías 6:3 (véase Apoc. 4:8) quiere decir “santísimo” o “lo más santo.” El 666 (Apoc. 13:18)
representa la quintaesencia de la maldad y del fracaso.
El número mil es compuesto de tres repeticiones de diez. Es símbolo de algo humano completo, como una
multitud de seres humanos (5:11) o un largo período de la historia (21:2). El símbolo “diez” aparece con más
frecuencia como 1,000 que en su forma sencilla de 10.
El número 144,000 (7:4) se forma por la multiplicación de doce por doce (pueblo de Dios), combinado con mil
(lo completo del hombre). Significa la gran multitud que Dios redime y hace su pueblo.
Casi todos los números del Apocalipsis son puros símbolos, sin valor matemático. Hay dos posibles excepcio-
nes: los cinco meses en 9:5 se pueden basar en la vida normal de la langosta y los mil seiscientos estadios (tres-
cientos kilómetros) en 14:20 pueden corresponder a la extensión de Palestina de norte al sur.

Los colores también son simbólicos en la literatura apocalíptica. Algunos colores que se encuentran en el
Apocalipsis de Juan son:
Blanco (2:17; 6:2), símbolo de victoria, y a veces de pureza. Vestiduras blancas (3:5) son el “uniforme” del
cielo (Marcos 9:3; 16:5); los que tienen vida celestial gozan de la victoria y de la vida eterna.
Rojo encendido o bermejo (Apoc. 6:4) representa la guerra.
Negro (6:5) simboliza el hambre.
Amarillento (6:8) (algunas versiones traducen verdoso o pálido) representa la muerte.
Púrpura o escarlata (17:3, 4) es el color del lujo o de la lujuria.
Verde (4:3) representa la vida.

Otros símbolos que se encuentran en el Apocalipsis de Juan incluyen:


Cuerno (5:6): poder. En el idioma hebreo, la palabra que significa “cuerno” también tiene el sentido de “poder.”
Estrella (1:20): ángel.
Una mujer (12:1; 17:3) representa una ciudad o sociedad.
Los ojos (1:14; 5:6) simbolizan conocimiento.
Una trompeta (1:10; 8:2) significa una voz sobrehumana.
El mar (17:15) representa la maldad (Daniel 7:2). Los hebreos nunca fueron un pueblo marítimo, y tenían miedo
del mar (Job 26:12; Sal. 74:13; 89:9). Es interesante que la enumeración de la creación de Dios en Génesis 1 no
menciona la creación del mar o de sus aguas, aunque Dios separa éstas con el firmamento (Gén. 1:6), y las reúne
para que aparezca la tierra seca (1:9-10). Parece que cuando se compuso esta poesía a la acción creadora de Dios, el
mar ya era símbolo de la maldad, y el autor de Génesis 1 no quería atribuir a Dios la creación del mal.
Es posible que Juan también maneja el mar como un símbolo de separación (Apoc. 4:6). Fue el mar que lo
separaba de sus amados hermanos e hijitos en Asia, de manera que para él el mar representa separación.
El arco iris (4:3) es un símbolo del pacto de Dios (Gén. 9:12-13). Por lo tanto, representa su fidelidad y su amor
misericordioso.
Algunos de estos símbolos parecen extraños hoy, y pueden estorbar nuestro entendimiento del Apocalipsis.
Sin embargo, los primeros lectores los conocían bien, y Juan los emplea para comunicar su mensaje con claridad, no
para esconder (véase Newport, p. 43).

Maneras de interpretar el Apocalipsis

El Apocalipsis de Juan ha sido interpretado de varias maneras, radicalmente distintas entre sí. Swete presenta
una historia de las interpretaciones empleadas en los primeros siglos de la iglesia. Justino, Ireneo e Hipólito
esperaban un reino terrenal y (en el caso de Ireneo) un Jerusalén terrenal. Esta probablemente fue también la manera
de interpretar Apocalipsis en Asia en las primeras décadas del siglo II. Los padres latinos de los primeros tres siglos
seguían esta escuela. Los alejandrinos (Clemente, Orígenes) lo interpretaron espiritualmente. Ticonio, al fin del
cuarto siglo, inició una nueva manera de interpretar: pasaba de un objeto particular al hecho universal que
simbolizaba, p. ej. de Jerusalén a la iglesia. Agustín y la mayoría de los escritores de la Edad Media siguieron a
Ticonio.
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Las posibles interpretaciones de la bestia de Apocalipsis 13 ilustran las diferencias de interpretación en siglos
más recientes. Algunos de los reformadores protestantes identificaban la bestia con el Papa de la Iglesia Católica
Romana. Hay muchos hoy que la describen como un gobernante mundial que surgirá poco antes del regreso de
Cristo. Otros dicen que la bestia es el emperador romano Domiciano. Finalmente, hay quienes entienden la bestia
como un principio que se manifiesta en cada generación de la historia humana: el abuso del poder.
Estas interpretaciones tan diferentes surgen de distintas ideas en cuanto al contenido del Apocalipsis. La escuela
historicista busca interpretar el Apocalipsis como una historia cronológica de la iglesia. La futurista ve en el libro
una descripción de los últimos días de este mundo antes de la segunda venida de Cristo, y los eventos que su regreso
producirá. La preterista sostiene que Juan está describiendo, a la luz de la soberanía de Cristo, su propia situación y
la de las iglesias a las cuales escribe. La idealista encuentra en los símbolos del Apocalipsis fuerzas que operan
continuamente en la vida de la iglesia y del mundo, de manera que cada símbolo puede corresponder a varias figuras
o eventos en la historia.
El análisis más común encuentra estas cuatro escuelas de interpretación. Es el análisis de Everett Harrison
(Introducción al Nuevo Testamento, pp. 459-61), de Morris, de Beasley-Murray, de Canclini y de Swete. Summers
presenta cinco maneras de interpretar el Apocalipsis, añadiendo la de “fondo histórico,” que él define como una
combinación de preterista e idealista. Newport presenta un esquema de siete maneras, algunas semejantes a las aquí
enumeradas.
A continuación, describo las cuatro escuelas de interpretación reconocidas por muchos.
Preterista. Sostiene que Juan describe la situación actual de las iglesias de Asia. Busca en la época de Juan los
eventos, personas, etc., simbolizados. Desde luego, reconocen que los últimos capítulos del Apocalipsis están
describiendo la esperada consumación de la historia.
Historicista (Swete la llama “historia continua”). Interpreta el Apocalipsis como una predicción de la historia de
la iglesia. Entiende el orden del libro como cronológico. Esta escuela de interpretación originó con Joaquín de Fiore
(quien murió en 1202). Algunos católicos de esta escuela entienden que la cronología termina con Constantino. Los
reformadores encontraron en el libro una profecía de la apostasía de la iglesia romana. Este método aparentemente
permitiría al intérprete identificar el momento que él vive en la cronología del Apocalipsis y descubrir lo que va a
pasar a continuación. Sin embargo, hasta la fecha toda predicción del futuro basada en una interpretación historicista
del Apocalipsis ha resultado equivocada, y los historicistas se han visto obligados a hacer constantes ajustes porque
el fin resulta más lejos que esperaban.
Futurista. Interpreta todo el libro como predicción de los últimos días de la historia. Tiende a tomar mucho más
del Apocalipsis como literal que las otras escuelas. Hay que dividir los futuristas en dos escuelas, radicalmente
diferentes entre sí:
Los premilenialistas dispensacionalistas enseñan que Apocalipsis 4-19 describe los siete años de la Gran
Tribulación, inmediatamente antes de la venida de Cristo para inaugurar el milenio, su reino de mil años sobre la
tierra. Se llaman “dispensacionalistas” porque dividen la historia del hombre en siete dispensaciones, en cada una de
las cuales Dios juzga a los hombres por criterio distinto. Francisco Ribeira, un jesuita español, desarrolló este
sistema hacia fines del siglo XVI, pero J. N. Darby le dio su forma moderna en la primera mitad del siglo XIX. Es la
interpretación dada en las notas de la Biblia de estudio “Schofield.”
Los premilenialistas históricos reconocen más vínculo entre el Apocalipsis y los tiempos en los cuales éste fue
escrito, pero todavía enfatizan el cumplimiento futuro de sus símbolos. M de Juan y de sus iglesias, una cronología
de la historia, los eventos del fin, o principios--y que cuando llega a Apocalipsis 20, lo interpreta de la misma
manera que ha aplicado a todo el libro.
Idealista o espiritual (Beasley-Murray la llama “poética”). Encuentra en los símbolos principios o fuerzas que
operan en toda era de la historia humana. Según Harrison, esta escuela “evita los problemas que surgen del
cumplimiento preciso ... el ropaje apocalíptico tiene solamente la intención de describir la lucha sempiterna entre el
reino de Dios y las fuerzas del mal desplegadas contra él.”
Muchos comentaristas prefieren no identificarse con una escuela definida, y también es frecuente que un
intérprete combine elementos de dos o más escuelas (véase Summers). ¿Podemos aprender de varias escuelas?
Harrison cita a Otto Piper: “El libro de Apocalipsis ... puede interpretarse de un modo histórico y de un modo
escatológico” (véase Ladd). Canclini sugiere algo semejante.
Yo insisto en que el libro tiene pertinencia primero a su propio día; no podemos aplicarlo correctamente al
nuestro sin entender primero cómo se aplicaba en aquel día. Así que la base de mi interpretación es preterista. Sin
embargo, normalmente doy más desarrollo a la aplicación de esta interpretación en la actualidad. Por lo tanto, la
presente interpretación es mayormente idealista en su contenido.
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Autor y fecha

Aunque la literatura apocalíptica en general es seudónima, parece que el Apocalipsis de Juan es una excepción.
En 1:9, Juan se identifica como hermano de sus lectores y compañero en el sufrimiento que ellos experimentan.
En 22:10, Juan recibe la orden, No guardes en secreto ... este libro, porque el tiempo está cerca; el verbo
traducido “guardar en secreto” significa literalmente “sellar.” Normalmente al fin de un apocalipsis, hay una orden
de “sellar” el libro (Daniel 8:26; 12:4, 9), porque su mensaje es para un tiempo lejano. Este sello aparece en función
de la seudonimidad. Explica cómo el libro pudo haber sido escrito hace tantos siglos y publicado hasta ahora:
quedaba sellado, pero ahora se han abierto los sellos, porque en los planes de Dios el tiempo del fin ha llegado.
Apocalipsis 22:10 rompe con esta ficción y aclara que Juan no es un seudónimo del pasado, sino el verdadero autor
de la obra. La mayoría de las autoridades hoy están de acuerdo en que el visionario y autor de Apocalipsis se
llamaba Juan y fue un cristiano del primer siglo d.C.
¿Quién es este Juan que escribió el Apocalipsis? La tradición del segundo siglo lo identificó como Juan el
apóstol, hijo de Zebedeo. Justino Mártir, Ireneo, el Canon de Muratori, Clemente de Alejandría, y Tertuliano
identifican al autor de Apocalipsis como este Juan. El primero que lo dudó fue Dionisio de Alejandría (m. 264),
quien se basó en las diferencias radicales de estilo y de gramática entre el Apocalipsis y el Cuarto Evangelio.
A favor de la identificación del Juan del Apocalipsis como el hijo de Zebedeo, se pueden notar ciertas semejan-
zas entre el Apocalipsis y las otras obras asociadas con Juan: los títulos Logos (Apoc. 19:13; Jn. 1:1, 14; 1 Jn. 1:1) y
“Cordero”1 aplicados a Jesús (Apoc. 5:6; 22:1 y veintisiete veces más; Jn. 1:29, 36); “agua de vida” (Apoc. 7:17;
21:6; 22:1, 17; Jn. 4:10-15; 7:38); “el que salga vencedor” (siete veces entre Apoc. 2:7 y 3:21; 1 Jn. 2:13; 5:5); el
mismo contraste absoluto entre lo bueno y lo malo, y el énfasis en ser testigos (Apoc. 1:2; 6:9; 11:3; Jn. 1:7, 41; 1 Jn.
1:2; etc.) y en obedecer los mandamientos de Dios (Apoc. 1:3; 3:10; 12:17; 14:12; Jn. 14:15, 21; 15:10; 1 Jn. 2:3-4;
3:22, 24; 5:2-3; etc.). También, estas obras surgen de la misma región. El Apocalipsis se dirige a siete iglesias
alrededor de Efeso, y la tradición de la iglesia asocia el evangelio de Juan y sus tres cartas con esta misma ciudad.
Por otro lado, la gramática del Apocalipsis (en el griego, no reflejada en las traducciones) es muy distinta a la
del evangelio y de las cartas de Juan. De hecho, es única en el Nuevo Testamento, llena de solecismos (expresiones
que no siguen las reglas de la gramática). Dionisio se basó en esta diferencia radical para sostener que el autor del
Evangelio no puede ser también autor del Apocalipsis. Charles Cutter Torrey, en un artículo publicado en
Documents of the Primitive Church (1941), opina que estos no son errores accidentales, sino que el autor escribió así
a propósito, porque los errores son de ciertas clases bien definidas, y el autor observa en unos pasajes las mismas
reglas que viola en otros pasajes. Swete también comenta que Juan no siempre, o tal vez nunca, escribió así por
ignorancia. Es posible que Juan pretendía crear un sabor extranjero o semítico con estos solecismos.
En conclusión, hay evidencia interna que apoya la identificación del vidente Juan como el autor del evangelio y
de las cartas de Juan, y también evidencia interna en contra de ella. Algunos estudiantes postulan otro Juan como
autor del Apocalipsis. Aun en el tercer siglo, Dionisio de Alejandría afirmó que el autor del Apocalipsis fue un
hermano llamado Juan, distinto al apóstol. No es posible lograr certidumbre, pero tampoco es necesario establecer la
identidad exacta del autor para entender el mensaje del Apocalipsis. La hipótesis de esta interpretación es que el
Juan del Apocalipsis es el apóstol, hijo de Zebedeo.
El Apocalipsis mismo demuestra que fue escrito en un tiempo de persecución, y específicamente en un tiempo
cuando la adoración a un emperador amenazaba a las iglesias. Nerón (54-68 d.C.) persiguió a los cristianos, pero no
reclamaba adoración como divino. Algunos han sugerido que el emperador del Apocalipsis fue Vespasiano (69-79),
principalmente porque él parece ser la cabeza que está gobernando (17:10) después de cinco que cayeron. Sin
embargo, no hay evidencia que Vespasiano persiguiera a los cristianos, ni que reclamara adoración como un dios.
Domiciano (81-96) parece ser el primer emperador que insistía en ser reconocido como un dios, y lo hizo solamente
en los últimos años de su reino. La evidencia de que perseguiera a cristianos no es contundente, pero la persecución
estaría de acuerdo con la crueldad que caracterizó los últimos años de su reino. La mejor opción para la fecha de
composición de Apocalipsis es 90-95 d.C. La tradición primitiva de la iglesia da fuerte apoyo a esta fecha.

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Aunque las palabras son distintas.
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Propósito

Juan escribe para alentar a las iglesias de Asia Menor en medio de la persecución. Su tema es la segunda venida
de Cristo, pero no la ve como exclusivamente futura, sino como una realidad presente. Jesucristo, igual que Dios el
Padre, es “el que viene” (Apoc. 1:4, 7, 8; 4:8; Mat. 11:3; Luc. 7:19; Is. 35:4; 40:10; 62:11; 66:15; etc.), el que
constantemente interviene en los eventos de la historia para proteger a los que creen en él y para castigar y llamar al
arrepentimiento a los rebeldes. Las circunstancias difíciles en que se encontraban las iglesias no significaban que
Dios estuviera lejos; precisamente en medio de sus problemas él las acompaña.
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BOSQUEJO DEL APOCALIPSIS

Introducción (1:1-8)

I. El Señor y sus mensajes a las iglesias (1:9 a 3:22)


A. La visión del Señor (1:9-20)
B. Los mensajes a las iglesias (2:1 a 3:22)
II. La realidad celestial (4:1 a 5:14)
A. Adoración al Creador (4:1-11)
B. Adoración al Redentor (5:1-14)
III. Los sellos (6:1 a 8:5)
A. Los cuatro caballos: ambición y guerra (6:1-8)
B. La persecución y el trastorno de la naturaleza (6:9-17)
C. Dos interludios: la seguridad de los siervos de Dios (7:1-17)
D. El último sello: otra advertencia (8:1-5)
IV. Las trompetas (8:6 a 11:19)
A. El trastorno de la naturaleza (8:6-13)
B. La mala conciencia y la guerra (9:1-21)
C. Dos interludios: el testimonio de los siervos de Dios (10:1 a 11:13)
D. La última trompeta: la consumación (11:14-19)
V. La guerra espiritual (12:1 a 14:20)
A. La victoria ganada (12:1-17)
B. Los aliados de Satanás (13:1-18)
C. La victoria consumada (14:1-20)
VI. Las copas (15:1 a 16:21)
A. La presentación de las plagas finales (15:1-8)
B. El juicio de los adoradores de la bestia (16:1-9)
C. El juicio del reino de la bestia y de la ramera (16:10-21)
VII. La caída de la ramera y la victoria final (17:1 a 20:15)
A. La descripción de la ramera (17:1-18)
B. Su destrucción (18:1 a 19:4)
C. Las dos cenas finales (19:5-21)
D. Un nuevo gobierno para la tierra (20:1-6)
E. El juicio final (20:7-15)
VIII. La nueva creación (21:1 a 22:5)
A. Su venida (21:1-8)
B. Su descripción (21:9 a 22:5)

Conclusión (22:6-21)
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EXPOSICION DEL APOCALIPSIS

Introducción (Apocalipsis 1:1-8)

Introducción de un apocalipsis (1:1-3)

Revelación traduce la palabra griega apocalipsis, la palabra que describe el género literario al cual sigue Juan
en esta obra. Juan comienza su obra con la fórmula acostumbrada de un apocalipsis: “Apocalipsis de X,” pero en el
lugar del nombre del vidente, pone a Jesucristo. Establece que el centro y tema de su obra no serán visiones
fantásticas ni predicciones acerca del futuro, sino el León de la tribu de Judá, quien se convirtió en Cordero
inmolado para salvar a un pueblo innumerable y hacerlo pueblo de Dios (5:5, 6, 9). Quien tiene un mensaje para los
lectores no es un héroe del pasado, como en otros apocalipsis, sino el Señor viviente del pasado, presente y futuro.
Juan describe el contenido de su Apocalipsis como lo que sin demora tiene que suceder. Esta frase y el
tiempo de su cumplimiento está cerca en el versículo 3 indican que Juan describe eventos inminentes. Sin
embargo, el regreso de Cristo no ocurrió en la generación de los lectores ni ha occurrido en los 1,900 años que han
pasado después. ¿Se equivocó Juan? Es la tesis de esta interpretación que Juan aplica la verdad de la segunda venida
de Cristo a su propio día y a la situación de las iglesias a las cuales escribe. Las cosas que él describe efectivamente
sucedieron sin demora, en la vida terrenal de sus lectores. Las mismas cosas todavía están sucediendo y sucederán al
final de la historia.
Jesucristo manda esta revelación a Juan por medio de su ángel. Los ángeles en el Apocalipsis generalmente no
son símbolos. Más bien sirven para facilitar la acción del drama y la revelación de Dios. Son parte del “ropaje”
apocalíptico; una de las características de la literatura apocalíptica son ángeles.
Juan se identifica como uno que ha proclamado el testimonio de Jesucristo que es palabra de Dios (2); Jesús
es el centro de toda la revelación de Dios. Juan da fiel testimonio de todo lo que vio. Este verbo se refiere
normalmente en un apocalipsis a las visiones que se describen, pero aquí se refiere a lo que vio como testigo ocular
del ministerio terrenal de Jesús.
Apocalipsis 1:3 es la primera de siete felicitaciones (o bienaventuranzas) en el libro (1:3; 14:13; 16:15; 19:9;
20:6; 22:7, 14). Es posible que en 1:3 Juan esté adaptando una felicitación de Jesús, preservada en Lucas 11:28.
Menciona al que lee (singular) y a los que escuchan, porque su libro iba a ser leído en una reunión o culto de cada
una de las congregaciones de Asia Menor.
En esta felicitación de Juan, el énfasis no cae sobre el acto de leer o de oír, sino sobre la obediencia. Serán
dichosos solamente si hacen caso del mensaje de esta profecía. Igual a toda la Biblia, el Apocalipsis fue escrito para
modificar nuestra actuación y relaciones, no simplemente para aumentar nuestra información. Juan no escribía con el
propósito de satisfacer curiosidad acerca de los eventos del fin del mundo, sino para orientar a sus lectores acerca de
la manera en que deben responder a los acontecimientos que enfrentan en su propia generación.

Introducción de una carta (1:4-6)

Juan incluye una segunda introducción, la que corresponde a una carta. Los destinatarios son las siete iglesias
que están en la provincia de Asia. Estas son enumerados en el versículo 11. Aquí siete es más símbolo que
cantidad. Hubo otras iglesias en esta área, como las de Colosas (Col. 1:2) y Hierápolis (Col. 4:13). Juan escribe a la
comunidad creyente de Asia en su totalidad; con la selección de siete congregaciones recalca que esta comunidad
existe por iniciativa de Dios el Creador.
Siguiendo la costumbre de las cartas griegas, Juan manda un saludo a sus destinatarios. El saludo acostumbrado
entre los griegos fue jairin, “regocijarse”; los judíos se saludaban diciendo shalom, “paz.” Los cristianos combinaban
los dos saludos en uno: gracia (jaris, semejante en sonido a jairin) y paz. La gracia es el favor de Dios, dirigido a
los que merecen solamente su condenación. La paz es el bienestar que resulta de la gracia en la vida del creyente. De
acuerdo al sentido de la palabra hebrea shalom, paz incluye prosperidad, salud y bienestar, pero el centro del shalom
son buenas relaciones, con Dios y con otros seres humanos.
Juan describe la fuente de la gracia y la paz con una tríada (4b-5a). Primero, menciona a aquel que es y que era
y que ha de venir.2 Al leer este título, muchos piensan inmediatamente en Jesucristo. Sin embargo, el tercer
2
La forma gramatical que Juan emplea aquí es llamativa. Emplea la preposición apo, que se usa exclusivamente con el
caso genitivo, pero expresa su complemento en el caso nominativo, que no se usa con preposiciones. Juan utiliza
9

miembro de la tríada (5a) es Jesucristo, y no parece lógico que Juan lo mencionara dos veces en ella. Cuando
descubrimos que el segundo miembro es el Espíritu Santo, se vuelve claro que el primero tiene que ser Dios el
Padre. El título enfatiza la eternidad de Dios, y es una interpretación del nombre Yahvé (el SEÑOR o Jehovah en
algunas versiones) con el cual Dios se describe a sí mismo en el Antiguo Testamento (Ex. 3:14-15, etc.). Dios es el
que “es” eternamente, el único que existe por su propia naturaleza y voluntad, y no porque fue creado. Es el que da
existencia a todas las demás personas y a todas las cosas.
En la tercera cláusula de esta descripción, Juan cambia el verbo que usa; no dice, “y que será,” sino “y que
viene” (el participio es presente). En el contexto de las primeras dos cláusulas, esta última expresa la existencia
futura de Dios, pero también recoge las descripciones de Dios en el Antiguo Testamento como “el que viene” (Sal.
50:3; 96:13; Mal. 3:1; etc.). Este verbo interpreta la tensión entre la trascendencia de Dios y su inmanencia. Dios es
trascendente; no es parte del universo, ni limitado a una existencia dentro de él, porque no es criatura sino Creador.
Sin embargo, no está alejado de su creación, sino que viene constantemente para establecer la justicia y limitar la
maldad. “El que viene” es una descripción dinámica del interés y la actividad constantes del Dios trascendente en su
creación.
A la vez, el verbo “venir” trae a la mente del lector cristiano la esperada venida de Cristo, que es el tema del
Apocalipsis. La aplicación del verbo al Padre, Dios del Antiguo Testamento, confirma que la venida de Cristo es la
intervención de Dios, prometida en las profecías del Antiguo Testamento. En Jesucristo, Dios viene a su creación
para darse a conocer y para juzgar a sus criaturas.
El segundo miembro de la tríada que da gracia y paz se describe como los siete espíritus que están delante de
su trono. Antes notamos que la referencia aquí es al Espíritu Santo (p. 2). El Espíritu se encuentra delante del trono
de Dios, para servirle. El número siete expresa la perfección del Espíritu y su procedencia de Dios. Así que los siete
espíritus es equivalente simbólico de los títulos Espíritu Santo y Espíritu de Dios.
En Isaías 11:2, la palabra Espíritu aparece cuatro veces, modificada por siete genitivos. Algunos piensan que
Juan alude a estos “siete espíritus.” Por otro lado, Zacarías 4:10 habla de siete ojos del Señor, que recorren toda la
tierra (véase Zac. 3:9). Apocalipsis 5:6 indica que Juan está pensando en este pasaje de Zacarías cuando describe así
al Espíritu Santo. También, son siete los Espíritus porque las iglesias son siete. El Espíritu de Dios está presente con
cada una de las iglesias de Jesucristo, y cada iglesia depende del Espíritu para su existencia y para cumplir su misión.
El tercer miembro de esta tríada es Jesucristo, el testigo fiel (5). Los que creen en Jesús son llamados a
continuar su testimonio (2), a ser fieles bajo la persecución como Jesús fue fiel hasta la muerte. Fiel implica tanto
lealtad personal como veracidad. Jesucristo también es el primogénito de la resurrección. Su resurrección, igual
que su testimonio, no fue simplemente un asunto personal, sino un modelo y promesa para los que le siguen.
Finalmente, él es el soberano de los reyes de la tierra. Como testigo fiel, Jesús es soberano en la iglesia; como
primogénito de la resurrección, es soberano en el mundo venidero. Jesús es soberano también sobre los poderes
terrenales que están persiguiendo la iglesia. ¿Cómo es posible decir esto cuando las acciones de estos gobernantes no
se conforman a los principios morales que Dios en el Antiguo Testamento y Jesús en el Nuevo enseñan, y cuando los
gobernantes están atacando a los testigos que representan a Jesús en el mundo? El resto del Apocalipsis presenta la
respuesta que Juan recibió.
La tríada de Apocalipsis 1:4b-5a, entonces, es la que la teología cristiana llama la Trinidad. La asociación
estrecha del Espíritu y de Jesucristo con el Dios eterno como fuente de la gracia y la paz muestra que Juan no los
consideraba meros servidores subordinados a Dios, sino personas de igual dignidad. Aunque la doctrina de la
Trinidad nunca se define formalmente en el Nuevo Testamento, es un presupuesto de numerosos pasajes como éste.
Después del saludo, Juan pronuncia una doxología a Jesús (5b-6), el que nos ama y que por su sangre nos ha
librado de nuestros pecados, al que ha hecho de nosotros un reino, sacerdotes al servicio de Dios su Padre.
Jesús mostró su actitud de amor en el evento de la crucifixión, rescatándonos de nuestras rebeliones contra Dios.
Estas rebeliones estaban destruyendo nuestra vida, porque nos separaban de la relación que es el propósito de Dios
para su creación y nuestra razón de existir.
Juan describe esta relación como un reino, sacerdotes. “Un reino” puede significar que nos colocó en el reino
de Dios como ciudadanos leales. Este es un aspecto de nuestra relación con Dios, pero Apocalipsis 2:27; 3:21; 4:4;
5:10; etc. muestran que la descripción incluye más. El amor y el sacrificio de Jesús hacen de los que creen en él

participios para decir aquel que es y que ha de venir, pero en medio usa un verbo indicativo para expresar el que era.
Es probable que usa el nominativo para enfatizar la calidad absoluta y eterna de Dios. El segundo verbo no es participio
porque en el griego, no existe un participio pasado del verbo eimi que Juan emplea.
10

reyes, colaborando con Dios en su gobierno. El verdadero poder real pertenece, no al Imperio Romano, sino a los
cristianos perseguidos. Para iglesias perseguidas, esta afirmación posiblemente fue más sorprendente que la
descripción de Jesús como el soberano de los reyes de la tierra. Si los cristianos son reyes, ¿por qué están sujetos a
persecución y aun muerte (2:13) a manos de las autoridades políticas? Un propósito del Apocalipsis es contestar esta
pregunta.
Estos “reyes” son también sacerdotes. El sacerdote representa a los hombres ante Dios y a Dios ante los
hombres. En representación de los hombres, los creyentes tienen la responsabilidad de adorar a Dios, cumpliendo la
función que Dios ha asignado a toda la raza humana. También deben interceder ante Dios a favor de sus semejantes,
pidiendo que Dios les dé a todos una relación creciente con él.
En representación de Dios, tienen la responsabilidad de comunicar el mensaje a sus semejantes, e invitarles a
reconocer su rebelión y aceptar el perdón y la relación que Dios ofrece. Las actividades que ocupan a los creyentes a
través de todo el Apocalipsis son sacerdotales: adorar a Dios y testificar a los hombres.
Al que transformó a rebeldes en reyes y sacerdotes por su sangre, se debe toda la gloria. El merece el
reconocimiento supremo de toda la humanidad. También de él es el poder. Cuando Juan escribió, parecía que el
poder en este mundo pertenecía a los enemigos de los seguidores de Jesús, y que este poder amenazaba con
exterminar a los que obedecían a Jesús. Sin embargo, Dios proclama que las apariencias engañan. Jesús es Hijo de
Dios y su poder, aunque a veces invisible, es supremo y eterno.

¡Viene! (1:7-8)

Después de las introducciones de un apocalipsis (1-3) y de una carta (4-6), Juan expresa el tema de su obra: una
venida. Posiblemente no exprese el sujeto de viene porque quiere que sus lectores piensen en dos posibilidades.
Como cristianos, entenderían inmediatamente que el que viene en las nubes es Jesucristo; el tema del Apocalipsis es
la segunda venida de Jesús. Sin embargo, según 1:4 y 8 “el que viene” es Dios. La venida de Cristo es la venida de
Dios. En Cristo Dios viene, para rescatar a su pueblo, para corregir a los que yerran, para llamar a la fe a los que no
lo conocen.
La frase viene en las nubes se deriva de Daniel 7:13; allí aquel que viene es alguien como un hijo del
Hombre, título que Jesús se aplicó a sí mismo. La venida de Jesús (tanto primera como segunda) es el cumplimiento
de esta profecía de Daniel. Dios quiere que todo ojo vea la venida de Jesús y responda con arrepentimiento y fe. Al
final de la historia, todos lo verán literalmente.
El Apocalipsis está lleno de lenguaje tomado del Antiguo Testamento. Newport nota (en su comentario a 1:13)
que las visiones vienen a Juan en términos de la revelación del Antiguo Testamento y afirma que “la mejor manera
de prepararnos para una nueva revelación de la verdad es estudiar la revelación que Dios ya ha dado.” Sería tedioso
y casi imposible mencionar todas estas citas y alusiones en un comentario, pero mencionaremos algunas y pedimos
que el lector recuerde que son muchos más los vínculos con el Antiguo Testamento.
Quienes lo traspasaron y harán lamentación son alusiones a Zacarías 12:10, y todos los pueblos parece
reflejar Zacarías 12:9. Juan aplica la profecía de Zacarías 12 a Jesús y su esperada venida. Jesús viene a todos, aun a
los que le han rechazado y crucificado. La lamentación que sienten al verlo es el primer paso para llegar a una
relación con Dios por medio de él. Esta pena les debe estimular a arrepentirse. El arrepentimiento, un elemento clave
en el Apocalipsis (2:5, 16, 21, 22; 3:3, 19; 9:20, 21; 16:9, 11) es el comienzo de la fe.
Juan exclama, ¡así será! Amén. Por fe proclama que Jesús viene, aun cuando no se perciben evidencias de ello.
El que habla en 1:8 no es Jesucristo, el testigo fiel (5) sino el que es, y que era y que ha de venir (4). La
venida de Jesús es la intervención prometida por Dios en el Antiguo Testamento. El versículo 8 es una compilación
de títulos aplicados a Dios en el Antiguo Testamento. Yo soy se usa como nombre de Dios en Exodo 3:14 e Isaías
48:12. Yo soy el Alfa y la Omega es semejante a Isaías 44:6: Yo soy el primero y el último (véase 48:12). El Alfa
y la Omega son las letras primera y última del alfabeto griego, en el cual escribe Juan. Probablemente Juan piensa
en una frase que los rabinos usaban para describir a Yavé: “Aleph y Tau,” las letras primera y última del alfabeto
hebreo. El Señor Dios es una combinación que se encuentra en el Antiguo Testamento (Dan. 9:9; véase Sal. 35:23;
Gén. 2:4; 15:2; etc.). Ya vimos en el comentario al versículo 4 que el que es, y que era y que ha de venir es una
interpretación del nombre Yavé o Jehová. Finalmente el Todopoderoso traduce el griego pantokrator (“el que
gobierna todo”), que se usa en la Septuaginta para traducir el título sabaot (1 Sam. 1:3; 2 Rey. 3:14; Sal. 24:10; Mal.
1:6; etc.).
11

El Señor y sus mensajes a las iglesias (Apocalipsis 1:9 a 3:22)

La primera visión del Apocalipsis es del Señor Jesucristo, quien le da a Juan un mensaje para cada una de las
siete iglesias de Asia.

La visión del Señor (1:9-20)

Juan empieza la descripción de su visión identificándose con sus lectores (9). No es una figura del pasado
hablando a los fieles de los últimos tiempos, sino un contemporáneo de sus lectores, quien participa en la misma
persecución que ellos sufren por el reino de Dios. En el sufrimiento, la fe se expresa en la perseverancia que una
relación con Jesús hace posible. En concreto, Juan sufría exilio por su proclamación de la palabra de Dios que es
testimonio de lo que Dios ha hecho en Jesús, el mismo testimonio que Jesús dio cuando estaba físicamente en la
tierra. El exilio de Juan se realizaba en la isla de Patmos, una de numerosas islas pequeñas en el Mar Egeo. Patmos
mide 16 kilómetros por 10, y dista unos 65 kilómetros de Efeso. En un día despejado, Juan podía distinguir la costa
de Asia y el puerto de Efeso desde Patmos.
Fue el día del Señor (10), o domingo, y las congregaciones de Asia se reunían para adorar a Jesucristo y a su
Padre. Juan identifica el día de su visión con la palabra que todavía hoy se usa en el idioma griego para designar el
domingo.3 La expresión que identifica “el día del Señor” al final de la historia (Amós 5:18; 1 Tes. 5:2; 2 Ped. 3:10)
es otra.4 Juan lamentaba que no pudiera adorar con sus amados hermanos, pero no está tan lejos de ellos, porque está
adorando al mismo Señor que ellos adoran. El Señor está presente tanto con Juan como con ellos, y le da un mensaje
para mandar a ellos.
De repente vino sobre él el Espíritu y Juan sentía la presencia del Señor de una manera especial. Esta expresión
describe una éxtasis en la cual se ven las visiones narradas en un apocalipsis (véase 4:2; Ezeq. 3:12, 14; 37:1). En
este estado elevado y espiritualmente sensible, Juan escucha una voz fuerte. La comparación con una trompeta
indica que la voz es celestial, y enfatiza su volumen y su autoridad.
La voz manda a Juan escribir sus visiones y mandar el documento a las siete iglesias (11). El número siete
indica sobre todo que el mensaje revelado es para todas las congregaciones de los creyentes en Jesucristo. Su
mensaje podía animar a cualquier congregación en el primer siglo, y sigue teniendo esta capacidad a través de los
siglos que pasan. El mensaje fue enviado primero a las iglesias de Asia Menor, pero su alcance es universal.
El orden de las siete ciudades nombradas indica una ruta que el “cartero” o mensajero que llevaba el
Apocalipsis podía seguir, empezando en el puerto de Efeso, la ciudad más cerca de Juan, viajando al norte por
Esmirna hasta Pérgamo, y luego dirigiéndose al sureste hasta llegar a Laodicea. Es posible que la intención de Juan
es que, de cada una de estas siete ciudades, se comparte su obra con iglesias vecinas.
Juan da vuelta para ver a la persona que le está hablando (12). Este está en medio de siete candelabros de oro.
En 1:20, Jesús le explica que los candelabros representan a las iglesias. ¿Qué dice este símbolo acerca de la iglesia?
El lector moderno piensa inmediatamente en luz, y concluye que la iglesia debe dar luz al mundo (Is. 49:6). Ya en la
introducción al Apocalipsis se ha mencionado el testimonio de Jesús (1:2, 5) y de Juan (1:3, 9); el testimonio va a ser
un tema importante del Apocalipsis.
El candelabro de oro también es símbolo de otra tarea de la iglesia. En el Antiguo Testamento, el candelabro de
oro es una parte prominente del Tabernáculo (Exod. 25:31-40) y del Templo (1 Rey. 7:49), lugares dedicados a la
adoración de Dios. El candelabro del Antiguo Testamento tenía siete luces, el mismo número que encontramos en
Apocalipsis (1:12).
El candelabro de oro es símbolo de la tarea doble de las iglesias: adoración a Dios y testimonio ante el hombre.
De hecho, estos dos son aspectos de una sola actividad; la adoración de Dios siempre debe ser testimonio ante el
mundo, y el testimonio es una adoración grata ante Dios.
El número siete sugiere que este testimonio y adoración se da por el poder de Dios, comunicado por el Espíritu
que también se presenta como “siete” en Apocalipsis (véase 1:4; 4:5; 5:6). La tarea de la iglesia no se realiza por
iniciativa humana ni por poder humano, sino por la inspiración divina comunicada por el Espíritu Santo.

3
κυριακη

4
κυριου
12

En medio de los candelabros está alguien “semejante al Hijo del Hombre” (13). Lectores cristianos
reconocen que Hijo del Hombre fue el título favorito de Jesús para describirse a sí mismo. Esta expresión viene de
Daniel 7:13, versículo ya aplicado a Jesús en Apocalipsis 1:7. Jesús está en medio de las iglesias, compartiendo sus
sufrimientos y dándoles fortaleza para perseverar. Pero está presente no simplemente como otro sufriente o como un
mero simpatizante, sino como el poderoso Hijo del Hombre, quien tiene el poder supremo y eterno (Dan. 7:14). Si
sus seguidores sufren, no es porque los poderes perseguidores sean más fuertes que Jesús.
Los detalles de esta descripción del Hijo del Hombre vienen de Daniel 7:9, la descripción del Anciano de Días
ante quien se presenta el Hijo del Hombre, y Daniel 10:5-6, la descripción de un mensajero celestial. La túnica larga
(Apoc. 1:13) significa dignidad, y la banda de oro (Dan. 10:5) realeza. Algunos asocian la banda con el del Sumo
Sacerdote (Ex. 39:29), pero el cinturón del sacerdote no fue de oro.
La cabellera blanca (14) sugiere la dignidad y la sabiduría de un anciano. Es posible que en este caso, aplicado
a la cabellera, el color no tiene su simbolismo normal de victoria. Este detalle de la descripción se deriva de la del
Anciano de Días en Daniel 7:9 (nótese como la nieve). Por aplicarlo al Hijo del Hombre, Juan sugiere de una
manera indirecta la divinidad de Jesucristo.
El símil como llama de fuego (14) viene de Daniel 7:9, pero la aplicación a los ojos recuerda Daniel 10:6.
Sugiere vista penetrante; Jesús conoce los secretos del corazón y del futuro. Los juicios y las decisiones de Jesús no
son debilitados por un conocimiento limitado.
Pies que parecen bronce al rojo vivo en un horno (15) simbolizan el poder y firmeza de la figura, y su voz ...
tan fuerte como el estruendo de una catarata indica la autoridad y fuerza de sus mandamientos y sus promesas. La
espada que sale de su boca (16) enfatiza lo mismo. Es posible que los dos filos representan el poder de la palabra
de Cristo para condenar y para bendecir, o el hecho de que él juzga tanto a los rebeldes como a su propio pueblo
escogido. Por otro lado, este detalle puede tener solamente el propósito de enfatizar la cualidad penetrante de la
palabra: es como una espada que corta entrando y también saliendo. El rostro radiante, como el sol que ciega a
quien lo contempla, también enfatiza la autoridad y el poder arrollador de esta figura.
En su mano derecha Juan ve siete estrellas (16). Estas se identifican en el versículo 20 como los ángeles de
las siete iglesias. Algunos han entendido estos ángeles como símbolo de los pastores de las iglesias, porque “ángel”
significa mensajero. Sin embargo, el Nuevo Testamento nunca identifica a los pastores como mensajeros de Dios.
Esta función correspondería más bien a los profetas neotestamentarios. También, los mensajes de los capítulos 2 y 3
son enviados a los ángeles, no entregados por ellos. Lo que se dice al ángel, se dice a la iglesia.
Parece mejor identificar a los ángeles como la realidad celestial y eterna de las iglesias. El pueblo de Dios es
tanto candelabro como ángel. Vive en la tierra, y debe ser candelabro: adorar a Dios y testificar a “los habitantes de
la tierra” (6:10, etc.). A la vez, cuando Cristo redimió a este pueblo, le dio vida eterna, existencia en el orden
celestial; allí la iglesia goza de comunión con Dios y está protegida por él. Este doble aspecto de la vida de los
creyentes está reflejado también en las dos partes de Apocalipsis 7 y en las dos partes del templo en Apocalipsis
11:1-2. Las iglesias están en la mano de Jesucristo (véase Juan 10:28) y él está en medio de ellas (Apoc. 1:13).
Cuando testifican y adoran, arrojando luz celestial (estrellas) sobre la tierra (candelabros), él está en medio,
dándoles el poder y la dirección. Cuando sufren persecución y pruebas, él está en medio, sufriendo con ellas, pero
también las tiene en su mano, para preservar su vida celestial aun en medio de peligros mortales. La mención de su
mano derecha, la que utilizaba un rey para sostener el cetro, puede sugerir que las iglesias en su adoración y
testimonio son el instrumento por el cual el Rey de reyes ejerce su soberanía. Jesucristo el Rey quiere que todos se
acerquen a él voluntariamente; su instrumento es el testimonio, no la coerción.
Ante esta visión, Juan cayó ante los pies de Jesús (17). Estar a sus pies sugiere adoración, pero Juan enfatiza que
la majestad de Jesucristo es tal que el hombre se siente como muerto ante él. De la muerte que Juan merece por su
rebelión, Jesús lo resucita con el toque de su mano derecha (véase Dan. 10:8-10). Luego dice, No tengas miedo,
una exhortación común en una manifestación celestial (Mat. 17:7; 28:10; Mar. 6:50; Luc. 1:13, 30). Jesús se
identifica como el Primero y el Ultimo, palabras que ya hemos reconocido (sobre 1:8) como una descripción que
Dios da de sí mismo en Isaías 44:6 y 48:12. Yo soy también sugiere la divinidad de Jesús. El que vive (18) recuerda
la descripción Dios viviente en Deuteronomio 5:26; Josué 3:10; Salmo 42:2; etc. Vivo por los siglos de los siglos
son palabras semejantes a la descripción que Juan mismo dará de Dios en Apocalipsis 4:9, 10 y 10:6. Con estos títu-
los, Juan identifica al Hijo del Hombre como Dios mismo.
Cuando Jesucristo dice que vive (18), no está hablando de la vida que se conoce en este mundo, siempre
contingente y limitada por la muerte. El vive al otro lado de la muerte, y su vida no tiene límites. Se extiende a toda
la eternidad. Es más, otorga su victoria sobre la muerte a otros. Tiene las llaves de la muerte y del infierno para
13

librarlos. ¡Jesús salió de la muerte, y dejó la puerta abierta! El infierno (literalmente Hades) siempre aparece en el
Apocalipsis junto con la muerte, y significa casi lo mismo. En el pensamiento griego, Hades es el lugar donde se
encuentran los muertos, y Juan la añade a la muerte para recalcar la victoria de Cristo sobre la muerte. Esta expresión
también sugiere la divinidad de Cristo, porque según los rabíes Dios tiene las llaves de la muerte y del Hades.
Jesús repite que Juan ha de escribir sus visiones para las iglesias (19, véase 11). Describe el contenido de estas
visiones como lo que sucede ahora y lo que sucederá después. Muchos comentarios sobre el Apocalipsis intentan
dividir el libro en dos secciones que corresponden al presente y al futuro. Casi siempre dividen el libro en 4:1, donde
la misma voz repite la frase lo que tiene que suceder después de esto. Sin embargo, en este libro Juan aplica las
verdades del futuro a la situación actual de los creyentes, y establece cronologías solamente para romperlas y así
frustrar cualquier intento para anticipar cuándo regresará Cristo. Cada visión del Apocalipsis describe realidades
tanto futuras como presentes. Apocalipsis 1:19 es una descripción del libro como un todo, y no una fórmula para
dividirlo en dos partes.

Los mensajes a las iglesias (2:1 a 3:22)

El Señor que Juan describe en 1:12-16 le encarga un mensaje para cada una de las siete iglesias mencionadas en
1:11. Estos mensajes reflejan la situación específica en cada congregación, pero también expresan principios que son
aplicables a todas las congregaciones de creyentes en todos los tiempos.
Cada mensaje sigue el mismo formato:
a. Empieza con el mandato, Escribe al ángel de la iglesia de ... El ángel de la iglesia es la iglesia en su realidad
celestial, en comunión con Dios y gozando de su protección (véase arriba sobre 1:16).
b. El que manda el mensaje se identifica en términos de 1:12-20. (En el mensaje a Laodicea la descripción viene de
1:5.)
c. Comenzando con la palabra Conozco, el Señor describe la situación de la iglesia y la exhorta en base de esta
situación. Esta sección, que es la más larga y el corazón de cada mensaje tiene tres partes:
1. Elogio.
2. Crítica.
3. Consejo.
El orden de estos tres elementos puede variar, y pueden estar mezclados. En el último mensaje (Laodicea), falta
el elogio; en el segundo (Esmirna) y en el sexto (Filadelfia), falta la crítica.
d. El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Este es el único elemento que no varía de
un mensaje a otro, salvo en su posición. Viene al final de las últimas cuatro mensajes.
e. Una promesa dirigida al que salga vencedor. Estas siete promesas utilizan varias figuras para prometer al
creyente que persevere hasta el final que vivirá y participará en el reinado de Jesucristo.

Efeso: la ortodoxia calcificada (2:1-7)

La primera descripción de Cristo (1) enfatiza su autoridad sobre las iglesias y su poder para preservarlas (las
tiene ... en su mano derecha; véase 1:16) y su solidaridad con ellas en sus tribulaciones (se pasea en medio de
ellas; véase 1:13). El Señor de las iglesias no está lejos, sino en comunión íntima con ellas; conoce su situación y su
necesidad.
La iglesia en Efeso es una iglesia que trabaja (2); se caracteriza por obras y por duro trabajo. Es una iglesia
que no claudica ante las pruebas y dificultades; el versículo 3 enfatiza la perseverancia que ella manifestó en la
persecución. Finalmente, es una iglesia que practica el discernimiento (2), que no acepta a todo aquel que pretende
ser apóstol; la iglesia vigila la verdad, como Jesús vigila a las iglesias. El ideal de la vida cristiana es una vida activa
en buenas obras, que muestra perseverancia, y desarrolla bajo la dirección del Espíritu la facultad de distinguir entre
enseñanzas que concuerdan con la revelación de Dios y las que solamente tienen apariencia atractiva.
En el versículo 4, Cristo presenta su crítica de la iglesia de Efeso: que ha dejado su primer amor (véase Jer.
2:2). En su celo por aborrecer la mentira (6), se ha olvidado cómo amar. Ha perdido el calor del afecto que
caracterizó el principio de su peregrinaje cristiano. ¿Se refiere Jesús al amor hacia él y hacia su Padre, o al amor
entre seres humanos? En realidad, es una falsa alternativa. “El que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede
amar a Dios, a quien no ha visto” (1 Juan 4:20). Normalmente este enfriamiento se manifiesta primero en las
relaciones humanas, porque son las visibles. Pero el amor a Dios y el amor al prójimo siempre van en estrecha
relación; un alejamiento de Dios siempre se manifiesta en relaciones humanas dañadas o rotas, y problemas entre
14

seres humanos son síntoma de un problema en la relación con Dios. Podemos observar ejemplos de este fenómeno
en muchos tiempos y en muchas iglesias.
Hay que cuidar nuestro primer amor. Siempre existe la tentación de encontrar nuestra motivación en la
organización, en la controversia o en la ambición de mantener el poder (Newport). O podemos caer en la rutina y
continuar las mismas actividades, pero sin amor o convicción. Y el más tentado es el obrero más activo en el servicio
cristiano. Nos involucramos tan intensamente en nuestras tareas eclesiásticas que ya no hay tiempo para atender a las
relaciones. Es esencial desarrollar disciplinas para ponernos ante la presencia de Dios, como la oración constante y
la lectura diaria, estudio continuo y memorización de la Biblia. También hay que disciplinarnos para tener comunión
y comunicación con nuestros semejantes, y para restaurar las relaciones dañadas, a través de la confrontación
honesta y la confesión. Actividades religiosas y aun servicio a otras personas no pueden ser sustitutos de las
relaciones.
Jesús exhorta a su iglesia a recordar aquel primer amor y volver a él (5). Los recuerdos de las experiencias
felices del pasado son un recurso importante para orientarnos en el presente. Se pueden recuperar el entusiasmo,
amor y gozo con los cuales uno servía antes. El Señor quiere que su iglesia los recupere, y en su misericordia le
permite los problemas y las crisis para estimular la recapacitación.
En cinco de los siete mensajes, Jesús dice, ¡Arrepiéntete! (2:5, 16, 21; 3:3, 19) Esta exhortación falta solamente
en los dos mensajes que no contienen ninguna crítica. En este primer mensaje, se repite dos veces la necesidad del
arrepentimiento (2:5) y en el cuarto mensaje, en el centro de los siete, la falta del arrepentimiento es la crítica
principal (2:21-22). La voluntad de Cristo para su iglesia es el arrepentimiento. Este será su llamado también al
mundo incrédulo, pero primero llama a su propio pueblo al arrepentimiento.
El creyente nunca llega en esta vida a tal madurez que ya no necesite el arrepentimiento. Porque sigue siendo
pecador, sigue necesitando la disposición a cambiar, el perdón, y la purificación de su voluntad y de sus acciones.
Esta verdad debe afectar la manera en que el creyente testifica. El testimonio de un creyente que practica el
arrepentimiento constante nunca será, “Sé santo como yo,” sino, “Acerquémonos juntos al Señor para buscar el
perdón.” Tal testimonio es más atractivo y más genuino. Hay que aprender cómo acercarse a Dios y a los hombres
como pecador, y no como un supuesto ex-pecador.
Si la iglesia de Efeso no se arrepiente, su Señor amenaza, iré y quitaré de su lugar tu candelabro (2:5).
Jesucristo es el que viene (1:7). Su segunda venida se anticipa dentro de la experiencia de su iglesia y del mundo.
Viene para proveer lo que su iglesia necesita, viene para sostenerla en la persecusión, pero también viene para
corregirla. Aquí la venida que Jesús promete es claramente una visita para castigar, no para premiar. Su propósito
será quitar el candelabro de la iglesia de Efeso. Esta amenaza significa que la iglesia o el creyente que no actúa por
amor, por muy ortodoxo o muy activo que sea, no da una adoración adecuada a Dios ni un testimonio adecuado al
hombre--no es un candelabro efectivo. Si tal persona o tal comunidad no se arrepiente, Jesús reconocerá que ya no
es su candelabro. La amenaza parece significar el fin de esta iglesia. No podemos ser el pueblo de Jesús sin
arrepentirnos.
La descripción de la situación de la iglesia de Efeso empezó con un elogio (2-3), continuó con una crítica (4), y
llegó a su clímax con una exhortación (5). Pero después de la amenaza, Jesús vuelve al elogio (6), felicitando a los
creyentes efesios porque aborrecen las prácticas de los nicolaítas, las cuales yo también aborrezco. Es una iglesia
que sabe cómo aborrecer, aun cuando se le ha olvidado cómo amar. Es correcto aborrecer lo que Dios aborrece.
Cristo felicita a la iglesia de Efeso por aborrecer, no a los nicolaítas, sino sus prácticas, porque Dios aborrece al
pecado, no al pecador. Juan describe la enseñanza de los nicolaítas en los versículos 14 y 15. Se trata de una
tendencia gnóstica y libertina.
El refrán, El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias (7), recuerda un refrán de Jesús en
los evangelios (Mat. 11:15; Mar. 4:9; Luc. 8:8; etc.). Recuerda al lector que hace falta el discernimiento que viene de
Dios para entender los mensajes, y que cada uno de los siete mensajes tiene aplicación a todos los creyentes.
El que salga vencedor es el creyente que se mantenga fiel a Cristo a través de todas las pruebas y persecuciones
de su peregrinaje por este mundo. La victoria del creyente suele ser secreta, como la de Cristo. El mundo percibió
solamente que Jesucristo murió derrotado, pero su fidelidad hasta la muerte constituyó su victoria en obediencia al
Padre. De manera semejante, la victoria cristiana normalmente parece, al mundo incrédulo, derrota.
El premio de esta muerte victoriosa es la vida. Aquí se presenta por medio de una alusión a Génesis 2:9. La vida
en relación con Dios, que el hombre perdió por su pecado (Gén. 3:22-24), está al alcance del creyente que persevera
en dependencia de Dios y obediencia a Dios.
15

Esmirna: la iglesia rica (2:8-11)

En este mensaje, Jesús se identifica como el Primero y el Ultimo y como el que murió y volvió a vivir (1:17-
18). Esta última descripción puede ser una alusión a la historia de Esmirna. La ciudad fue destruida por los griegos
alrededor del año 600 a.C. Alejandro Magno (356-333 a.C.) la fundó de nuevo y su sucesor Lisímaco la restauró. Así
que en un sentido, Esmirna también murió y volvió a vivir.
La iglesia en Esmirna fue una iglesia pobre y perseguida; Jesús dice, Conozco ... tu pobreza (9). ¡Sin embargo,
añade, eres rico! Los creyentes de Esmirna eran pobres en lo material, pero su relación con Jesucristo y su lealtad a
él en medio de sufrimientos constituían riqueza espiritual. Tal vez sea más fácil ser rico en relación con Dios en
medio de la pobreza material que en medio de la riqueza material, porque ésta puede ser una distracción y aun un
sustituto de la verdadera riqueza.
La persecución de los cristianos en Esmirna venía de los judíos. Hacia 155 d.C., los judíos de Esmirna acusarían
a Policarpo, el obispo cristiano de Esmirna, de no adorar al emperador. Policarpo fue quemado en hoguera por no
confesar, “Cesar es señor.” Murió proclamando, “Jesús es Señor.”
Juan declara que estos judíos, aunque tienen el nombre honrado que corresponde al pueblo de Dios, en realidad
no son más que una sinagoga de Satanás. No son seguidores de Dios (véase Rom. 2:28; Gál. 3:7) sino que
promueven los intereses de Satanás cuando buscan aprovechar el poder del estado para ganar la victoria en su
argumento teológico con los creyentes en Jesús.
Es un error utilizar este versículo para afirmar que todos los judíos son seguidores de Satanás. El propósito de
Juan, quien también fue un judío, no fue justificar el antisemitismo que se ha manifestado demasiadas veces en la
historia cristiana. El martirio de Policarpo, denunciado por judíos que tampoco decían “Cesar es señor,” ilustra la
situación en Esmirna. Juan responde a agresión; no justifica otra agresión. La aplicación a nosotros es que,
cuandoquiera que apliquemos presión o violencia a otros por sus creencias, estamos sirviendo a Satanás. La verdad
de Dios se difunde por la persuasión del Espíritu Santo y del amor, no por la imposición o la fuerza.
En su mensaje a Esmirna, Jesús pasa directamente del elogio (9) a la exhortación (10). Falta por completo la
crítica. También en el mensaje a Filadelfia (3:7-13), falta la crítica. Hay dos semejanzas más entre los mensajes a
estas dos iglesias. Primero, se refiere a la sinagoga de Satanás (2:9; 3:9). Ambas iglesias sufren persecución de
parte de la sinagoga.5 Segundo, ambas iglesias se sienten débiles (2:9: tu pobreza; 3:8: tus fuerzas son pocas). La
persecución de las iglesias las hace más concientes de su debilidad, de manera que dependen más plenamente de
Dios. También sirve para purificarlas, de manera que su Señor no tiene que reprenderlas y llamarlas al arrepen-
timiento. Uno de los propósitos de Apocalipsis es explicar por qué Dios permite que su iglesia sea perseguida. En los
mensajes a Esmirna y Filadelfia, empezamos a descubrir el valor de la persecución.
Jesucristo dice a la iglesia de Esmirna que viene sufrimiento (10). La persecución se va a intensificar; incluirá
encarcelamiento para algunos, instigado por el diablo. Esta persecución durará diez días. De acuerdo al simbolismo
apocalíptico, diez representa lo completo del hombre; los hombres incrédulos harán todo lo que puedan para destruir
a los creyentes. Sin embargo, el poder del mal es limitado por Dios y no durará más que días. La cifra no sirve para
que los creyentes calculen cuándo vendrá el rescate; Canclini dice que la expresión es tan indefinida como “un par de
días.” Más bien simboliza que lo peor que los hombres pueden hacer es poco en comparación con la autoridad, el
poder y el amor de Dios.
Dios permite esta persecución para ponerlos a prueba. Todas las dificultades de la vida de fe son
oportunidades para confiar en Dios y aprender a perseverar en su poder. Por lo tanto, el creyente no debe tener
miedo de lo que ha de sufrir. Es natural sentir temor ante una profecía como ésta, pero este temor debe impulsarnos
a acudir a Dios y pedir su ayuda. Así el resultado final del sufrimiento será confianza en Dios. La profecía sirve para
que la iglesia de Esmirna, y nosotros los lectores posteriores de este mensaje, nos preparemos buscando a Dios antes
del momento de la crisis.
Esta exhortación termina con una asombrosa paradoja: Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la
vida (10). Para vivir, ¡hay que morir! Encontramos la misma paradoja en los evangelios (Mar. 8:35 y paralelos) y en
las cartas del Nuevo Testamento (Rom. 8:13; Gál. 2:20). En el contexto de la persecución que avecina en Esmirna,
esta exhortación da la clave para enfrentar el martirio con valentía y fe: pueden aceptar la muerte, porque vivirán.

5
El único otro mensaje que menciona persecución es el que se dirige a Pérgamo (2:13), pero parece que se trata de
una persecución del pasado.
16

Esta seguridad ha sido el secreto de la victoria de muchos mártires a través de la historia cristiana.
Jesús llama la vida una corona. Se refiere a la guirnalda que fue puesta en la cabeza del ganador de una
competencia en los juegos griegos. De la misma manera que este vencedor recibe una corona de ramas o flores
perecederas, el creyente que completa su carrera mostrando fidelidad y confianza hasta el momento de la muerte
recibirá como galardón la vida eterna e imperecedera al lado de su Señor.
Como en el primer mensaje (2:7), el refrán de 2:11a recuerda al lector y al auditor (1:3) que este mensaje tiene
aplicación a todo el que tenga oídos para escuchar y obedecer al Espíritu de Dios.
La promesa al que salga vencedor es la misma que se hizo en 2:7, la promesa de la vida verdadera, pero se
presenta con una figura distinta. El Señor ya indicó a la iglesia de Esmirna que la fe puede producir muerte en este
mundo (10), pero promete que el creyente, quien es vencedor por su fidelidad aun en el momento de la muerte, no
sufrirá la muerte segunda. Esta expresión implica una “primera muerte,” que es el fin de la vida terrenal. La
segunda es la separación de Dios, que será el destino eterno de los que rechazan su invitación a arrepentirse y
aceptar una relación con él. Es la misma realidad que Daniel 12:2 describe como quedar en la vergüenza y en la
confusión perpetuas; Juan 5:29 dice que aquellos resucitarán para ser juzgados.

Pérgamo: la iglesia demasiado aculturada (2:12-17)

A la iglesia de Pérgamo, capital de la provincia de Asia, Jesús se describe como el que tiene la aguda espada
de dos filos (12, véase 1:16). Aunque la autoridad política se concentraban en Pérgamo, existe una autoridad y un
poder superior, que cuida a los creyentes.
Jesús conoce la situación difícil en que vive la iglesia de Pérgamo, y la fidelidad que ha mostrado (2:13). La
iglesia habita donde Satanás tiene su trono. En la colina detrás de Pérgamo se había construido una hilera de
templos y altares a varios dioses. El más prominente era el altar dedicado a Zeus, que puede ser la fuente de esta
descripción. Sin embargo, es probable que Juan piensa también en el culto al emperador, porque Pérgamo fue la
primera ciudad de Asia en establecer éste. La iglesia de Pérgamo servía en medio de poderosos cultos a dioses
falsos. En este ambiente mantuvo firme su confesión del nombre de Jesús y no perdió su fe en él. Aun siguieron
fieles a pesar del martirio de un miembro de su congregación, Antipas. El había caído víctima del ataque de
Satanás. A este creyente, quien había pagado su lealtad con la vida, Cristo le presta su propio título: testigo fiel
(1:5).
La crítica de la iglesia de Pérgamo es que tolera a los nicolaítas en su congregación (2:15; véase 2:6). Jesús
compara la doctrina de éstos con la de Balaam (14). En tiempos del éxodo, Balac, rey de Moab, contrató a Balaam,
un vidente, para maldecir a Israel, pero Dios le obligó a Balaam a bendecir, a pesar de las riquezas que Balac le
ofreció (Núm. 22-24). Inmediatamente después los israelitas tuvieron relaciones sexuales con mujeres de Moab,
quienes los invitaron a adorar a los dioses de los moabitas (Núm. 25:1-2). Aparentemente éste fue otro intento de
Balac para traer maldición sobre Israel, siguiendo el consejo de Balaam (Núm. 31:16).
De manera semejante, algunos cristianos en Pérgamo comían alimentos sacrificados a los ídolos y cometían
inmoralidades sexuales (14). Probablemente participaban en banquetes paganos que incluían sacrificios a los dioses
paganos, o donde la carne comida había sido dedicada a un dios. Es posible que estos banquetes eran actividades de
los gremios (sindicatos), que eran fuertes en Pérgamo. Los nicolaítas (15) enseñaban que Cristo ya purificó todas las
carnes (Mar. 7:19). Entonces, concluyeron, los cristianos pueden participar en estas comidas con conciencia limpia.
Los banquetes incluían inmoralidades sexuales. Es posible que Jesús acuse a algunos cristianos de Pérgamo de
participar en este pecado físico, pero la figura se usa en la Biblia para infidelidad a Cristo y a Dios (Oseas 2:13, etc.).
No hubo gran distinción entre estas dos alternativas en el primer siglo, porque con frecuencia la adoración a los
dioses paganos incluía actos sexuales. Juan condena la participación que los nicolaítas aprobaban.
Hay tensión entre la enseñanza de Pablo acerca de comer lo sacrificado a ídolos (1 Cor. 8:1-13; 10:14-30) y la
de Juan aquí. Los principios bíblicos tienen aplicaciones distintas en situaciones distintas. Nunca es fácil vivir como
creyente en un mundo que no reconoce su Dios, y a veces es difícil determinar el camino correcto. Aun es posible
que creyentes sinceros lleguen a conclusiones distintas. Pero la fe se expresa en el esfuerzo sincero para descubrir y
seguir la voluntad de Dios. Parece que Pablo trataba la situación de una invitación para comer en casa de un amigo
incrédulo o pagano. Era muy probable que la carne servida había sido dedicada a un dios por el carnicero, porque
ésta fue la costumbre. Pablo dice que el creyente puede comer sin hacer investigaciones. Juan, en cambio, habla de
un banquete dedicado en forma explícita a un ídolo. Participar sería adorar públicamente al ídolo.
Se puede describir a la iglesia de Pérgamo como “demasiado aculturada.” En la tensión entre identificarse con el
17

mundo para testificarle e identificarse como seguidor de Cristo y de su Padre, los cristianos de Pérgamo se habían
inclinado demasiado hacia el mundo. La misma tensión y el mismo peligro existen hoy.
La exhortación es la que Jesucristo dirigió a la iglesia de Efeso: ¡arrepientete! (16) Llama a los creyentes a
volver a Cristo. Si no responden, él volverá hacia ellos en castigo. La autoridad y el poder de Cristo se emplean para
proteger a los suyos, pero también para corregirlos. El instrumento del castigo, la espada (ver también v. 12), era
prominente en la experiencia de Balaam (Núm. 22:23, 31; 31:8).
La promesa de vida se expresa a Pérgamo en la figura del maná escondido (17). Como el maná sostuvo la vida
de Israel en el desierto, Jesucristo provee el alimento necesario para vivir en el desierto espiritual de este mundo. La
vida, en su aspecto físico y en el espiritual, depende de Cristo. Si los creyentes se abstienen de alimentos sacrifica-
dos a los ídolos (14) en los banquetes de la ciudad, recibirán de su Señor un alimento infinitamente superior. La
referencia al maná es una invitación a los creyentes a recordar la provisión inmediata y constante de Dios en el
éxodo.
La descripción escondido se refiere a una leyenda judía. Después de la destrucción de Jerusalén y del templo en
586 a.C., muchos judíos no querían aceptar que el arca del pacto, símbolo sagrado de Dios, realmente fuera
destruida. Surgió la leyenda de que Jeremías (o un ángel) la había sacado del templo en los últimos días de la guerra,
y la había escondido. Cuando llegara el Día del Señor, se encontraría el escondite; entonces el arca, con la jarra de
maná dentro de ella (Heb. 9:4), sería redescubierta. No hay que pensar que Juan creía en la preservación literal del
arca para entender que con esta expresión, mira no solamente al ideal del pasado, sino también al futuro esperado de
Dios.
La piedrecita blanca (17) compara los deleites de los banquetes paganos con el premio que ofrece Cristo. A los
vencedores en los juegos griegos, se les daba una piedra blanca, que servía como boleto de entrada al banquete de
los vencedores. De manera semejante, los creyentes que vencen por su fidelidad a Cristo, aunque no participan en los
banquetes paganos, gozarán de una celebración superior, el compañerismo con Cristo. Juan concibe este compañe-
rismo en términos del banquete celestial que los judíos esperaban al final de la historia. Este banquete es un símbolo
de la restauración de la relación entre Dios y el hombre.
Sobre esta piedrecita está escrito el nombre nuevo del vencedor (véase Isa. 62:2; 65:15). En la Biblia, el
nombre de una persona representa su carácter e identidad. Porque la identidad se define en relaciones, y el pecado
rechaza o distorsiona las relaciones, tanto con Dios como entre seres humanos, el pecado distorsiona la identidad
humana. En Cristo, Dios nos da una nueva identidad. Podemos saber quiénes somos y ser quienes somos solamente
en relación con Dios, quien se pone a nuestro alcance en Cristo.

Tiatira: la falta del arrepentimiento (2:18-29)

Una industria principal de Tiatira fue la fundición de bronce. Con sus ojos que resplandecen como llamas de
fuego y pies que parecen bronce al rojo vivo (18), Jesús se identifica con la ciudad.
Hay mucho que encomiar en esta iglesia (19). Ha servido con amor y perseverancia. Ha crecido en sus obras. Su
ejemplo enseña a cada iglesia y a cada creyente que sus últimas obras deben ser más abundantes que las
primeras. Ladd dice que Tiatira presenta la situación opuesta a la de Efeso. La iglesia de Efeso prueba a los
apóstoles y rechaza los falsos, pero se ha enfriado en amor. La de Tiatira abunda en amor y fe, pero tolera a los
profetas falsos.
Una mujer de la iglesia pretende ser profetisa (20). El nombre Jezabel casi ciertamente es simbólico; no existía
en ninguno de los idiomas de Asia Menor, sino que fue un nombre fenicio. Solamente un judío o un cristiano
conocería el nombre, por leerlo en 1 Reyes, y leyendo no se lo pondría a su hija.
Como los nicolaítas (14-15), Jezabel ... enseña a los cristianos a cometer inmoralidades sexuales y a comer
alimentos sacrificados a los ídolos. Los gremios formaban parte de la vida de todas las ciudades, pero fueron
especialmente prominentes en Tiatira. Tal vez la enseñanza de esta “profetisa” fuera que los cristianos tienen que
vivir, por lo cual tienen que trabajar. Para trabajar, hay que pertenecer a un gremio. Así que no hay mayor
inconveniente en participar en las actividades de los gremios, aun cuando sean dedicadas a dioses paganos e incluyan
inmoralidad sexual. Jesús ya rechazó esta manera de pensar en el mensaje a la iglesia de Pérgamo.
Sin embargo, la mayor crítica de este mensaje no es la participación en idolatría. El problema más grave en
Tiatira es la falta del arrepentimiento (21). El mensaje central (con tres antes y tres más después) y más largo de los
siete recalca la necesidad central de las iglesias: el arrepentimiento. Esta necesidad urgente no se encuentra
solamente en Tiatira, ni solamente en Asia, ni solamente en el primer siglo, sino en todos los tiempos y en todos los
lugares. Es la necesidad de todo creyente y de toda la humanidad.
18

Jesus dice, le he dado tiempo para que se arrepienta. Tal es la finalidad de la paciencia que Dios muestra ante
el pecado (Rom. 2:4; 2 Ped. 3:9). Cuando el tiempo no produce el arrepentimiento, Dios sigue buscándolo por medio
del castigo (22). Aquí el castigo se aplica de acuerdo a la ley de talión: pecaron en una cama, y serán castigados en
una cama. La ley de talión se encuentra en muchos contextos en la Biblia (Exo. 21:23-25; Mat. 5:38; etc.),
normalmente como un control sobre la venganza entre hombres. Pero en el Apocalipsis se aplica al castigo de Dios,
y tiene la finalidad de aclarar para el pecador la causa de su desgracia. Este entendimiento facilita el proceso de
recapacitar y arrepentirse. Lo que Dios busca no es venganza, ni ver sufrir al hombre, sino que éste se arrepienta y
acepte la relación por la cual Dios lo creó. Tan importante es el arrepentimiento que Jesús repite que es lo que busca
(22, véase 5).
Es posible que haya dos grupos de pecadores en los versículos 22-23, y dos castigos que amenazan. Parecería
que los hijos están más comprometidos con las malas prácticas enseñadas por “Jezabel” que los que cometen
adulterio con ella, porque a aquéllos Jesús les amenaza, los heriré de muerte, mientras éstos están en peligro de
sufrir terriblemente, probablemente por enfermedad. Tal vez, como dice Ladd, Juan distinga entre los que están
luchando con la expresión correcta de su fe dentro de un ambiente pagano (22) y los que se han entregado a la
enseñanza de la falsa profetisa (23).
Los castigos del Señor son para escarmiento de los castigados, pero también sirven para educar a otros. En este
mensaje central, Jesús recuerda a su pueblo que cada mensaje tiene aplicación a todas las iglesias (23). Jesús quiere
que todas las iglesias, al ver el castigo de los seguidores de Jezabel en Tiatira, aprendan que él conoce los secretos
más íntimos de todos. La mente es literalmente, “los riñones,” símbolo en el Antiguo Testamento de la vida interior
(Sal. 7:9; Jer. 22:20; etc.). El Señor de las iglesias es el Juez de todos; sus seguidores deben arrepentirse y vivir de
acuerdo a su voluntad y no como el mundo.
No todos los miembros de la iglesia en Tiatira habían aceptado la enseñanza de Jezabel (24), aunque la
toleraban en su congregación (20). Jesús dice que no han aprendido los mal llamados “profundos secretos de
Satanás.” Está citando una expresión de los jezabelitas, pero no está claro si ésta fue “profundos secretos de
Satanás” o solamente “profundos secretos.” Es posible que Jezabel enseñaba que a los cristianos les conviene
participar en los ritos paganos, para conocer la profundidad del pecado del cual Cristo los ha rescatado. Más
probable es que Jezabel presentaba su doctrina como “cosas profundas,” entendidas solamente por los cristianos más
maduros. Sólo los menos maduros viven por escrúpulos innecesarios. En este caso, “de Satanás” es la interpretación
de Jesús y no parte de la frase usada por los engañados y su maestra. ¡La “doctrina profunda” de estos “maduros” es
tan profunda que viene del infierno!
De los que no han caído en el engaño de Jezabel, Jesús no pide arrepentimiento sino constancia (25). Para ellos
la venida de Cristo no será castigo (véase 5), sino reivindicación. Cristo viene, dentro de la historia y a su fin, para
castigar y corregir, pero también para rescatar y premiar.
La promesa al que salga vencedor en este mensaje tiene que ver con la calidad de la vida que Jesús ofrece (26-
27). El creyente perseverante compartirá la autoridad de Jesucristo sobre las naciones. Creyentes débiles y abusados
por los poderes temporales tienen la esperanza de ejercer autoridad sobre éstos.
La promesa se expresa en palabras tomadas del Salmo 2:8-9. Este salmo describe la autoridad que Dios da a su
“ungido,” a quien dice en el versículo siete, “Tu eres mi hijo.” Es interesante que la única vez que aparece el título
Hijo de Dios en Apocalipsis es al principio de este mensaje a Tiatira (2:18). La identificación del Hijo con los que
creen en él es tan completa que aun les comparte su propia autoridad. Podemos ejercer esta autoridad aun en el
presente, en medio de los conflictos y de la persecución, por medio de la adoración y el testimonio. No es una
autoridad para tomar venganza ni para demandar honores, sino para servir como el Hijo sirvió y sirve.
Jesús promete también dar al vencedor la estrella de la mañana (28). Esta expresión aparece en Números
24:17, en la profecía de Balaam, quien fue presentado en Apocalipsis 2:14 como fuente del error que aqueja a las
iglesias de Pérgamo y Tiatira. En 22:16, Jesús dice que él mismo es la estrella de la mañana. La figura sugiere luz,
con todo el gozo y entendimiento que la luz da. La estrella de la mañana es la luz que aparece en las tinieblas de la
noche, como promesa de la plena luz que viene. Jesús es la luz que asegura al creyente que las tinieblas de este
mundo no son permanentes. El compañerismo con él es el anticipo de la plena luz de la eternidad en comunión con
Dios.
En este mensaje y en los que siguen, el recuerdo de que el mensaje es lo que el Espíritu dice a las iglesias
(plural, incluyendo todas), viene después de la promesa al que salga vencedor (29).
19

Sardis: la iglesia dormilona (3:1-6)

La descripción del remitente de este mensaje enfatiza su conocimiento perfecto y cuidado perfecto de las
iglesias. Los siete espíritus de Dios se identificarán con los ojos de Jesucristo en 5:6; y las siete estrellas
representan las iglesias, seguras en la mano de Cristo (1:16).
Lo que Jesús conoce de esta iglesia empieza con la crítica. En cinco de los siete mensajes, Jesús empieza con los
puntos positivos. Las iglesias de Sardis y de Laodicea son las excepciones. La iglesia en Sardis tiene la apariencia de
una iglesia viva y activa, pero en realidad está muerta. Siempre enfrentamos la tentación de continuar observando las
formas de nuestra religión sin atender a la realidad que deben representar y servir: una relación a Dios y obediencia a
él.
Jesús llama a la iglesia dormilona a despertarse (2). La ciudad de Sardis quedaba al lado de un precipicio. Dos
veces en su historia había caído ante enemigos que subieron allí. La ciudad confió en la seguridad de su posición,
equivocadamente. De manera semejante, la iglesia confiaba en la seguridad de su relación con Cristo, pero no se
mantenía vigilante para sostener y fortalecer esta relación. Cristo no nos ofrece una póliza de seguros que guardamos
en un cajón del corazón para sacar en caso de necesidad, sino una relación dinámica, que se debe vivir todos los
días. La perseverancia es un aspecto de la fe.
La iglesia de Sardis no estaba totalmente muerta. Todavía hay algo rescatable de su relación con el Señor,
aunque está por morir (2, nota). Jesús la exhorta a reforzar esto, y acabar las obras que ha comenzado. Se deben
despertar a la realidad de que viven y actúan delante de Dios, en relación con él y ante sus ojos.
Como la iglesia de Efeso (2:5), la de Sardis debe recordar (3:3) lo que Dios le ha encargado. Se debe poner
activa en guardar esta encomienda y atender la relación con Dios que le da seguridad. Como a todas las iglesias que
reciben crítica de Cristo, le hace falta arrepentirse.
¡Se duermen mientras se acerca el ladrón! Jesús advierte a la iglesia de las consecuencias de no despertarse a su
situación y vigilar su relación; él vendrá como un ladrón. Jesús utilizó esta figura en una parábola para exhortar a
sus discípulos a vigilancia en espera de su regreso (Mat. 24:43; Luc. 12:39). En 1 Tesalonicenses 5:2, 4 y 2 Pedro
3:10, la figura se aplica al “Día del Señor.” El sentido es el mismo en todos estos casos. La venida de Jesús no es
semejante a la del ladrón en su propósito (Juan 10:10) ni en sus resultados, sino en lo imprevista. Uno debe vivir
toda la vida en espera de Jesús y de acuerdo a su voluntad, porque viene cuando menos lo esperes.
Esta es la tercera vez en los mensajes a las iglesias que Jesús dice que vendrá (véase 2:5, 16). 6 En los tres casos,
la venida es una amenaza que se puede evitar si la iglesia se arrepiente. En 3:11, descubriremos que Jesús también
viene para guardar a los creyentes fieles. La respuesta de cada persona al llamamiento de Cristo determina lo que
significa la venida de Cristo para ella. Jesús es “el que viene” (y Dios por medio de él), y constantemente está
viniendo para visitar su creación. Apocalipsis presenta todas las manifestaciones de Dios y Cristo en la época de la
iglesia como anticipos de la última venida de Cristo, que pondrá fin a la historia humana.
Aun en medio de la iglesia dormilona, Dios preserva un remanente para continuar su obra. Hay unos cuantos
que no tienen solamente la forma de una relación con el Señor, sino también su realidad (4). No se han manchado
la ropa con los valores, actitudes y prácticas del mundo, sino que son distintos de él por su relación con Jesucristo.
Ellos gozarán de comunión con Cristo en la pureza de una relación positiva y transformadora. Vestir de blanco
indica que uno pertenece al cielo, la morada de Dios (Mar. 9:3; 16:5; Hch. 1:10; etc.). En el Apocalipsis, llega a ser
símbolo de la vida eterna que gozan los que se encuentran en la presencia de Dios, esto es, en relación con él. Se
desarrolla este simbolismo en el siguiente versículo (3:5). Es probable que este símbolo participa también del
simbolismo del color blanco en general: victoria. Ropa blanca también sugería en el primer siglo una fiesta, como la
celebración de los ganadores en los juegos griegos. Aquí en 3:4, el contraste con ropa manchada indica que el
simbolismo de la ropa blanca incluye la pureza de vida que Cristo da a los que creen en él. Así que la ropa blanca
que Jesús promete aquí simboliza cielo, vida, festividad, victoria, y pureza.
La promesa al que salga vencedor en este mensaje incluye el vestir de blanco (5). Jesús también le promete
que su nombre no será borrado del libro de la vida. Este libro es un símbolo que se repetirá con frecuencia en el
Apocalipsis. Viene del Antiguo Testamento (Exo. 32:32, 33; Sal 69:28; Dan. 12:1), y simboliza la lista de los que
son ciudadanos del cielo por su relación con Dios. Son los que participan en la vida eterna, la única vida genuina. La
última promesa de Jesús al vencedor en este mensaje es: reconoceré su nombre delante de mi Padre y delante de
sus ángeles. Es un recuerdo del dicho de Jesús preservado en Mateo 10:32 y Lucas 12:8 (véase Mar. 8:38). El que

6
Aunque la palabra griega es distinta, Jesús repite aquí la advertencia de 2:5, 16.
20

vence la tentación de negar su relación con Jesús en la tierra, no será negado por Jesús en el cielo. Uno tiene la vida
eterna porque Jesús lo reconoce como suyo.
La palabra nombre es clave en el mensaje a Sardis; aparece en los versículos 1, 4 y dos veces en el 5. La iglesia
de Sardis solamente tiene “nombre” (traducido fama) de estar viva (1). Sin embargo, hay algunos “nombres” (unos
cuantos) en la iglesia que tiene una relación con Cristo, no solamente en nombre, sino en realidad (4). Son estos
“nombres” que se encuentran en el libro de la vida y que Jesús menciona ante el Padre (5).

Filadelfia: la iglesia de la puerta abierta (3:7-13)

En este mensaje, Cristo se identifica como el Santo, el Verdadero. Estos títulos no se aplican a Cristo en la
visión del capítulo 1, pero en 1:5, se llama el testigo fiel, y en 6:10 a Dios se le describe con los mismos adjetivos
(veraz traduce la mimsa palabra traducida Verdadero en 3:7). La santidad de Cristo—su soberanía, dignidad y
pureza—se expresa en toda la visión del primer capítulo. En 1:18, Cristo declara que tiene las llaves, y 1:17
proclama su autoridad como el Primero y el Ultimo. La frase llave de David viene de Isaías 22:22. Las semejanzas
de Apocalipsis 3:7 con 1:5 y 18 sugieren que Cristo usa su autoridad para facilitar el testimonio de la iglesia y para
xsacar a personas de la muerte y darles vida.
Como en el caso de Esmirna, Jesús no expresa ninguna crítica de la iglesia en Filadelfia. Con su autoridad
suprema, simbolizada en la llave de David, Jesús ha abierto delante de ella una puerta que nadie puede cerrar
(8). Esta puerta simboliza la oportunidad de testificar y ofrecer la vida eterna a otros. Una apertura para evangelizar
aparece bajo la metáfora de una puerta abierta en 1 Corintios 16:9; 2 Corintios 2:12 y Colosenses 4:3 (véase Hch.
14:27).
La iglesia de Filadelfia recibe esta oportunidad y privilegio porque ha sido fiel a Cristo. En medio de
persecuciones y pruebas, ha obedecido y proclamado la palabra de Cristo y no ha renegado de su nombre. Sus
fuerzas son pocas, pero poca fuerza es suficiente cuando se usa para obedecer la voluntad de Cristo y para aferrarse
de su poder. El premio de la fidelidad es una “puerta abierta,” una mayor oportunidad para testificar (véase 1 Tim.
3:13).
En esta carta, Jesús hace una promesa a la iglesia (Apoc. 3:9-10) antes de darle una breve exhortación (11).
Igual que en 2:9, se identifican a los judíos que buscan promover su concepto de Dios por coacción como sinagoga
de Satanás. No sirven a Dios con su violencia, sino que se oponen a su voluntad. Jesucristo promete que algunos de
los perseguidores en Filadelfia serán convertidos por el testimonio de los creyentes pacientes. Por la disposición del
Señor soberano, se postrarán delante de los pies de los que antes perseguían (la figura viene de Is. 45:14). Esta
posición sugiere adoración, pero no a los creyentes (19:10; 22:8-9). La puerta para la evangelización (8) es también
la puerta hacia la presencia del Señor, hacia una relación con él. Los creyentes, por su testimonio, son porteros de la
sala del trono del Señor. Sus enemigos se postran ante ellos porque reconocen al Señor al otro lado de la puerta. Así
reconocen a los testigos, no como divinos, sino como testigos autorizados del verdadero Dios. Jesús promete a la
iglesia en Filadelfia que la persecución servirá como oportunidad para un testimonio efectivo.
El versículo 10 afirma una correspondencia entre la acción de los creyentes en cuanto a Jesús y la de Jesús en
cuanto a ellos, una especie de ley de talión en sentido positivo. Porque ellos han guardado (obedecido) la palabra de
Jesús, él los guardará (protegerá) a ellos. Mi mandato de ser constante traduce una frase que significa literalmente
“la palabra de mi paciencia.” La constancia que Jesús pide es la que él mostró primero (véase 2 Tes. 3:5). Porque
han sido obedientes en medio de la prueba de la persecución, Jesús los protegerá de la hora de tentación que
vendrá sobre el mundo entero. Los incrédulos prueban a los creyentes por la persecución, pero Cristo prueba a los
incrédulos, buscando su arrepentimiento.
Los que viven en la tierra es un término que se usa en el Apocalipsis para designar a los incrédulos (3:10;
6:10; 8:13; 11:10; 13:8, 12, 14; 17:2, 8). Los incrédulos viven solamente en la tierra; no tienen morada eterna con
Dios. Los creyentes viven en la tierra, pero su verdadera patria es la morada de Dios.
Cristo viene pronto para proteger y socorrer a la iglesia de Filadelfia en su tribulación (11). La venida de Cristo
al final de la historia se anticipa en sus venidas constantes dentro de la etapa final de la historia. Aunque ninguno de
los lectores originales del Apocalipsis vivió hasta la Segunda Venida, experimentaron su venida para estimularlos,
corregirlos y ayudarles en su peregrinaje cristiano. La esperanza de la pronta venida de Cristo les estimula a retener
la fidelidad que están mostrando. Así no perderán su corona--la relación con Cristo que es galardón de la fe y fuente
de vida (2:10). La palabra corona es otro vínculo entre este mensaje y el que se dirige a Esmirna; no aparece en los
otros cinco mensajes.
21

La promesa al que salga vencedor es, primero, que será columna del templo de mi Dios (3:12). En la
antigüedad, se colocaban columnas en los templos de los dioses con los nombres de personas que la ciudad quería
honrar. También en el Nuevo Testamento, personas claves en una comunidad se llaman “columnas” (Gál. 2:9). Los
seguidores de Cristo eran deshonrados y perseguidos por la sociedad de Filadelfia, pero Dios les dará el honor que
su sociedad les niega. Sin embargo, el nombre que se pondrá sobre esta columna será la de Dios, de Jesucristo, y del
pueblo (ciudad) de Dios. La nueva identidad que los creyentes reciben (2:17) es la imagen de Dios, el cumplimiento
del plan original de Dios para el hombre (Gén. 1:26-27).
La nueva Jerusalén es una figura que se desarrollará al final del Apocalipsis (21:1 a 22:5). Representa el
pueblo de Dios y la relación, otorgada por Dios, que convierte a pecadores en pueblo de Dios.
Jesús también promete que el vencedor ya no saldrá jamás del templo de Dios. En el primer siglo, hubo varios
terremotos en Filadelfia, y muchos de sus ciudadanos vivían en tiendas fuera de la ciudad por temor a ellos. El que
cree en Cristo tiene la seguridad que vence el temor.

Laodicea: la iglesia satisfecha (3:14-22)

En su mensaje a Laodicea, Jesús enfatiza su autoridad como testigo y como agente de Dios en la creación y por
lo tanto en el curso de la historia. Lo que Jesucristo dice es la verdad y él tiene autoridad para cumplirla. El Amén es
una palabra hebrea que expresa esta veracidad y fiel cumplimiento; el testigo fiel y veraz es la interpretación que
Juan ofrece del término Amén.
El mensaje a Laodicea es el único que no incluye ningún elogio. La iglesia tibia da asco al Hijo de Dios (16). La
ciudad de Laodicea, situada en un valle, recibía aguas termales por acueducto. Estas se enfriaban parcialmente en su
tránsito, y cuando llegaban a la ciudad ya no estaba calientes, pero tampoco frías (15). Aun peor, contenían cal y
azufre, minerales que estimulan el vómito. Los viajeros que descendían de la sierra veían estanques que prometían
satisfacer su sed, pero si tomaban de ellos, vomitaron y quedaron aun más deshidratados.
Jesús compara a la iglesia de Laodicea con esta agua (15). No se emociona ni se esfuerza para servir. El agua
fría sirve para refrescar, y la caliente para curar, pero la tibia solamente da asco. La iglesia tibia, que profesa fe en el
Señor pero vive en conformidad satisfecha con su ambiente, da asco a Dios (16). El no aguanta la apatía; debemos
tener una “tempuratura” distinta del mundo en el cual vivimos y testificamos.
La iglesia de Laodicea es pobre, aunque se piensa rica (17). La que se sentía pobre era en realidad rica (2:9).
Cuando nos sentimos satisfechos espiritualmente, es difícil acercarnos a Dios con la sinceridad y urgencia debidas.
Cuando estamos concientes de nuestra necesidad, estamos más motivados a acercarnos a la Fuente de toda verdadera
riqueza (2 Cor. 12:9-10).
Jesucristo quiere que la iglesia de Laodicea se dé cuenta de su verdadero estado. Es infeliz, miserable, pobre,
ciega y desnuda, pero el peor aspecto de su condición es que no se da cuenta de su necesidad; está satisfecha. Como
una persona desnutrida que ha perdido su apetito, no hace nada para remediar su situación.
La iglesia de Laodicea confundió su condición material con su condición espiritual. Laodicea fue una ciudad
próspera, debido a la fertilidad de la tierra alrededor de ella. Las ovejas del área producían una lana negra muy
estimada, y el buen precio de la lana de Laodicea sostenía empresas bancarias. Aparentemente los creyentes de
Laodicea participaban en esta prosperidad económica, y por lo tanto no sentían necesidad de acercarse más a Dios.
Los amigos de Job cometieron el mismo error; al ver el sufrimiento económico y físico de Job, concluyeron que tenía
un problema espiritual. El error de Laodicea y de los amigos de Job sigue en boga. Hoy también hay quienes
recomiendan el servicio a Cristo como la mejor manera de asegurar la salud y la prosperidad material.
Cristo aconseja a su iglesia a comprar de él oro (18) para su pobreza (17), ropa para su desnudez, y colirio para
su ceguera. No es por pagarle algo o por rendirle algún servicio que uno compra de Cristo lo que necesita (Is. 55:1).
Más bien Cristo exhorta a los satisfechos a darse cuenta que él es la única fuente de todo lo que les hace falta. Las
figuras que usa para describir la necesidad y su provisión se basan en las industrias de Laodicea. Aparte de sus
bancos y su industria de lana, había en Laodicea una escuela médica de renombre, y se producía un polvo para los
ojos. Había mucho oro en los bancos de Laodicea, pero Jesús dice que lo que realmente vale viene de él. En contras-
te con las telas negras de Laodicea, él ofrece ropas blancas, la relación con Dios que es la fuente y la esencia de la
vida victoriosa y eterna. El “polvo de Frigia,” producido en Laodicea, podía curar los ojos físicos, pero Jesús ofrece
visión espiritual, para ver las realidades últimas. Los que sienten orgullo de su prosperidad material, algún día
descubrirán su vergonzosa desnudez, pero los que vienen a Cristo descubrirán que él provee la verdadera riqueza
(una relación con él), la verdadera vida y el verdadero conocimiento.
Jesús, fuente del verdadero bienestar, aun se encarga de que los satisfechos se den cuenta de su necesidad. Los
22

reprende y disciplina para que renuncien su tibieza (3:19). Reprende porque ama a la iglesia tibia, aunque no la
soporta (15-16). Las dificultades que vienen en el camino cristiano no son evidencia del abandono de Dios, sino de
su amor (véase Heb. 12:4-11; Prov. 3:11-12).
En la iglesia tibia y satisfecha el arrepentimiento debe tomar la forma de ser fervoroso (Apoc. 3:19). La palabra
traducida así tiene la misma raíz que la traducida caliente en 15-16. Jesucristo castiga a su iglesia tibia para que se
emocione, que valore su relación con Cristo y con Dios. La tranquilidad en una relación es una tragedia cuando se
basa en apatía. Es mejor tener un desacuerdo que no tener ningún interés en las acciones o actitudes de la otra parte.
La disciplina que los laodicenses sufrirán es una expresión de la búsqueda de ellos de parte de Jesús. El está a la
puerta de su vida (20; comp. Cant. 5:2). El Rey del universo (21) toma el papel de un pordiosero, y toca las puertas
de los seres humanos, aparentemente buscando alimento. Pero el que abre la puerta y recibe a Cristo, descubre que él
viene no para tomar, sino para dar una relación abundante y rica. El que “cena” (símbolo de amistad y comunión
íntimas) con Cristo recibe mucho más que da. La iniciativa en la relación entre el hombre y Dios siempre está del
lado de Dios. Encontramos a Cristo porque él vino a buscarnos.
Apocalipsis 3:20 se usa mucho en el evangelismo, para mostrar a los inconversos la actitud de Jesucristo hacia
ellos. Es significativo que su contexto original es una apelación de Jesús a personas que ya creen. La necesidad del
cristiano es la misma necesidad que tiene el inconverso: recibir a Cristo, permitirle acercarse a uno. Cada creyente
sigue siendo un pecador, necesitado del arrepentimiento y del perdón. Testificamos a los incrédulos, no desde una
posición de superioridad, sino desde su lado. Recibiremos juntos la venida de Jesús para perdonarnos y corregirnos.
La promesa al que salga vencedor en el mensaje a la iglesia que no tiene nada para encomiar, es la más grande
de las siete promesas de Apocalipsis 2-3. Se le permitirá gozar de comunión íntima con Jesús, aun en su trono (21).
Jesús compara esta comunión con la comunión que existe entre el Padre divino y su Hijo, y esta autoridad con la
autoridad del Rey divino sobre su creación. Cuando Jesús toca la puerta, no es un gesto de mera rutina; viene para
ofrecer la vida más rica que se puede imaginar.
Sin embargo, para recibir la vida que Jesús ofrece, uno tiene que vencer, esto es, perseverar en fidelidad a Cristo
hasta la muerte (2:10). Cristo venció muriendo; sus seguidores no pueden esperar menos. Ante esta realidad, no cabe
la apatía en la vida cristiana.
Por última vez, suena el refrán que nos recuerda que estos mensajes tienen aplicación a todas las iglesias y a
todas las épocas de la historia cristiana (22). Quien revela cómo se aplican es el Espíritu.

La realidad celestial (Apocalipsis 4:1 a 5:14)

Aquí comienza la segunda visión del Apocalipsis. La puerta abierta en el cielo facilita el movimiento de Juan
para recibir la siguiente visión, y se basa en Ezequiel 1:1. También puede simbolizar el deseo de Dios de darse a
conocer y entrar en una relación con el hombre (véase 3:8).
La misma voz que Juan oyó en 1:10 le invita a subir y ver lo que tiene que suceder después de esto. Esta
repetición de una frase de 1:19 podría dar la clave para distinguir la realidad presente (los mensajes a las iglesias) de
los eventos del fin revelados al profeta. Sin embargo, ya hemos notado que el Apocalipsis aplica la venida final de
Jesús, un evento futuro, a la realidad presente de las iglesias. Lo primero que sigue a esta frase de 4:1 es una
descripción de Dios sentado en su trono, una realidad que pertenece tanto al presente como al futuro. En el
Apocalipsis, Juan no revela a sus lectores las realidades del fin del tiempo, sino que aplica lo que los lectores ya
conocen de estas realidades escatológicas a su situación en el presente. La cronología de 4:1, como toda cronología
en el Apocalipsis de Juan, es establecida solamente para romperla.
Un motivo común en la literatura apocalíptica es un viaje al cielo. Los primeros lectores del Apocalipsis
reconocerían este motivo en la invitación de 4:1. Aunque algunas de las visiones de Juan ocurren en la tierra y otras
en el cielo, parece que el cambio de escenario no afecta la interpretación de las respectivas visiones.

Adoración al Creador (4:2-11)

El trono de Dios (4:2-6a)

Juan recibe esta visión, como la primera (1:10), en el estado de éxtasis provocado por el Espíritu (4:2). Lo
primero que ve es el trono de Dios. La realidad que los cristianos perseguidos deben tener siempre presente es la
soberanía de Dios. Los eventos no se han escapado de su control. Su trono está en el cielo, sobre toda autoridad y
todo poder terrenal.
23

Juan nunca describe directamente al sentado en el trono (3). Juan no ve una forma definida, sino luz y colores
que sugieren gemas finas. Dios no puede ser descrito en términos humanos. Siempre es trascendente, rodeado de
misterio; entre más lo conocemos, más concientes estamos de que Dios supera todo nuestro conocimiento. Es
imposible hoy saber a qué gema se refieren algunas de las palabras que él emplea. La palabra jaspe, por ejemplo, se
ha identificado con gemas de color verde, blanco, rojo, y otros. La cornalina era una piedra de color rojo o miel.
Cualesquiera que sean los colores específicos de estas gemas, expresan la majestad imponente y misteriosa de Dios.
Alrededor del trono había un arco iris, símbolo del pacto de Dios (Gén. 9:13), en el cual se compromete a
tratar al hombre con buena voluntad. El arcoiris recuerda el pacto de Dios con el hombre después del Diluvio. El
Diluvio muestra la realidad del juicio de Dios, un tema prominente del Apocalipsis. El arco iris representa “promesa
después de la catástrofe” (Foulkes). El color esmeralda (verde) del arco iris sugiere vida. El Dios misterioso y
temible ha establecido un pacto con el hombre, y su promesa es darle vida, aun cuando merece juicio.
Los tronos que rodean el trono (4) sugieren el consejo celestial, asesores de Dios que determinan con él los
eventos de la historia terrenal (Job 1:6; Sal. 89:7; Jer. 23:18). La corona de oro en sus cabezas confirma que
comparten la autoridad de Dios. Sin embargo, el número venticuatro es un múltiplo de doce, y simboliza el pueblo
de Dios. Juan usa el concepto del consejo celestial para afirmar la autoridad que Dios otorga a los creyentes. Juan
describe a las iglesias pequeñas y perseguidas de Asia como corregentes con Dios (1:6; 2:26-27; 3:21). Las iglesias
expresan esta autoridad es como candelabros (1:12, 13, 20); reinamos cuando adoramos a Dios y cuando testifica-
mos. El número puede confirmar esta tarea sacerdotal por allusion a los veinticuatro órdenes de los sacerdotes
levíticos (1 Crón. 24:7-18).
Los ancianos están vestidos de blanco (véase 3:6, 18), símbolo de su victoria sobre las pruebas y de la vida
eterna que Dios les ha otorgado. Su número puede ser doce por dos: una combinación de los simbolismos “pueblo de
Dios” (doce) y “que testifica” (dos), pero es más probable que es doce más doce para simbolizar el pueblo de Dios
antes de Cristo (Israel) y el pueblo de Dios después de Cristo (la iglesia): en suma, todos los creyentes.
Los relámpagos, estruendos y truenos (5) recuerdan Exodo 19:16, y enfatizan la majestad de Dios y su control
sobre las fuerzas de la naturaleza. Estos fenómenos se repiten al final de cada una de las series de siete (8:5; 11:19;
16:18), para recordar que los sucesos presentados en las tres series son determinaciones del que está sentado en el
trono.
El Espíritu Santo (véase 1:4) es representado por siete antorchas de fuego delante del trono de Dios. Las
antorchas sugieren que el Espíritu ilumina. El Espíritu también es fuego (Mat. 3:11 par. Luc. 3:16; “apagar” el
Espíritu en 1 Tes. 5:19), un símbolo de su poder penetrante. Siete vuelve a enfatizar el origen divino del Espíritu.
También recuerda su presencia con cada una de las iglesias, encendiendo su testimonio (Hch. 2:3-4).
El mar de vidrio, como de cristal transparente (6) recuerda la bóveda como cristal en Ezequiel 1:22, sobre el
cual se encuentra un trono (Ez. 1:26). En la literatura apocalíptica, el mar normalmente es símbolo del mal (Apoc.
12:18), pero en 4:6 apenas si cabe este simbolismo. Aun si entendemos el mar de vidrio como el mal derrotado y
domado, es difícil entender cómo cuadre el mal en la escena de la soberanía de Dios. 7 Es mejor entender que el
aspecto cristalino y llano de este mar indica que no se trata del mal, sino de la separación. Para Juan, en exilio en la
isla de Patmos, lo que le separaba de las iglesias fue el mar. En la visión, el mar cristalino ante el trono de Dios
indica la trascendencia de Dios, quien no es parte del mundo que nosotros habitamos, sino totalmente separado,
diferente. No está sujeto a las fuerzas de nuestra historia, sino que las controla.

La adoración (4:6b-11)

Alrededor del trono, Juan ve cuatro seres vivientes (6b-7). Representan el reino animal: el león, rey de los
animales salvajes; el toro, animal doméstico; el águila, la más noble de las aves, y el hombre, la humanidad. El
número cuatro simboliza la naturaleza, el mundo que Dios creó para que lo habitara el hombre. Así que en conjunto,
los cuatro representan la creación material, la naturaleza.
Cubierto de ojos es un detalle derivado de Ezequiel 10:12 (véase 1:18), donde describe a los cuatro querubines
(10:1) a los cuales Ezequiel también llama seres vivientes (1:5). Ezequiel 1:5-10 y 10:12-14 son fuente de varios
detalles de la descripción de Apocalipsis 4:6-8. Los ojos sugieren a algunos intérpretes que son seres angelicales que
7
Foulkes encuentra aquí “todo cuanto resiste ahora la voluntad de Dios; pero, en última instancia, tales cosas
contribuyen misteriosamente a dicha voluntad.”
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conocen a fondo la creación para administrarla. Si interpretamos estos seres como representantes de la creación y no
administradores, es necesario entender los ojos como un detalle pintoresco traído de Ezequiel, sin sentido simbólico.
Las alas y el cántico de estos animales (8) se derivan de la descripción de los serafines en Isaías 6:2-3. El
número seis no representa aquí la maldad o el fracaso. Más bien recuerda los tres pares de alas en la visión de Isaías
(6:2), que simbolizan la reverencia, la humildad y el servicio de estas criaturas.
Los seres vivientes adoran a Dios por su santidad, su poder y su eternidad, tres realidades que la naturaleza
revela acerca de Dios (véase Rom. 1:20). El es santo: trascendente, divino, distinto a todo lo demás que existe. Las
tres repeticiones de esta palabra indican el grado superlativo de santidad, “santísimo”; la diferencia entre el Creador
y la creación es absoluta, no relativa. Dios es el Señor Todopoderoso; no hay límite a su autoridad ni a su
capacidad. Ya hemos descubierto que la frase el que era y que es y que ha de venir expresa la eternidad de Dios.
La naturaleza testifica a su Creador, y revela que es digno de alabanza por su trascendencia, su poder y su eternidad.
Sin embargo, no todos los humanos reconocen en la naturaleza este testimonio de Dios y alabanza de él. Más
bien es la humanidad redimida, simbolizada en los veinticuatro ancianos, que responde a esta adoración con un
“Amén” (9-11). Se trata de los que han acogido el perdón y la relación personal que Dios ofrece, y ha aprendido a
llamarle nuestro Dios (11). Iluminados por el Espíritu Santo, reconocen lo que el hombre en su pecado no puede
percibir, que el mundo da testimonio del Creador. Responden con energía: abandonan sus tronos para postrarse ante
Dios (10), se quitan sus coronas y las arrojan ante Dios, y prorrumpen en un himno de alabanza a Dios (11). Las
coronas representan autoridad, victoria y vida eterna. Rendirlas delante de Dios es reconocer que la autoridad viene
de él y debe ejercerse solamente conforme a su voluntad, y confesar que la victoria y la vida no son logros propios,
sino dones de Dios.
Es interesante que todas las listas de las excelencias de Dios en el Apocalipsis, como gloria, honra y acción de
gracias en 4:9 y la gloria, la honra y el poder en 11, consisten en tres o cuatro (5:13) o siete (5:12) miembros.
Repitían en 4:8 traduce un verbo en tiempo presente, pero los verbos griegos de 4:9-11 son futuros, aunque
hablan de la misma realidad. Tal vez Juan cambie el tiempo gramatical para frustrar todo intento de establecer
cronologías (véase comentario sobre 4:1), e indicar al lector que no le corresponde descubrir los tiempos del
designio de Dios sino ser candelabro: adorar y testificar (véase Hch. 1:7-8).

Adoración al Redentor (Apocalipsis 5:1-14)

El libro cerrado (5:1-4)

Juan observa que la figura sentada en el trono tiene en la mano derecha un rollo sellado con siete sellos.
Normalmente se escribía solamente en un lado del rollo; la escritura por ambos lados y los siete sellos indican que
es un escrito de mucha importancia. ¿Qué es el contenido del libro? Puede ser la historia del mundo, controlada por
Dios; el futuro del hombre, su destino; o el juicio por Dios que es la última palabra de esta historia y de este destino.
El ángel poderoso (2) expresa el anhelo de la raza humana: abrir el rollo para que el ser humano conozca su
destino y entienda su historia. Pero ¿quién puede conocer el futuro, o el sentido último de la existencia humana? En
toda la creación (3), no hay nadie digno de abrir el rollo, ni de examinar su contenido (4). El ser humano es
criatura, y no puede conocer o controlar el futuro por su razón o su esfuerzo propio. Aun más, el hombre por su
pecado ha perdido su vínculo con Dios, quien puede revelar la verdad acerca del hombre. “Aparte de la persona y de
la obra redentora de Cristo, la historia es un enigma” (Newport). Juan expresa la desolación humana ante esta
situación trágica: lloraba mucho porque no se pueden conocer los designios de Dios y porque el mundo, por causa
del pecado, parece estar fuera de control.

El León/Cordero que controla la historia (5:5-7)

Uno de los ancianos anuncia la buenas nuevas: “¡Deja de llorar!” Se acaban las lágrimas de la humanidad. El
León ... ha vencido y puede abrir el rollo. Los títulos el León de la tribu de Judá y la Raíz de David vienen de
Génesis 49:9 e Isaías 11:1, 10, dos profecías del vencedor ungido que había de surgir de la tribu de David. La
victoria es uno de los temas que corre por todo el Apocalipsis. El creyente que es fiel a Jesucristo vence (2:7, 11, 17,
26; 3:5, 12, 21) porque Jesucristo, el León, ha vencido. Deja de llorar es parte del evangelio que tenemos el
privilegio de proclamar.
Juan ve lo que ha oído anunciado, pero el León resulta ser un Cordero que estaba de pie, y parecía haber
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sido sacrificado (6). Venció por someterse a la muerte. En lugar de mostrar su poder derrotando a sus enemigos, lo
mostró sirviendo a los necesitados y débiles, y aceptando las afrentas, los golpes y aun la muerte con mansedumbre y
sin represalias. Su ejemplo enseña a sus seguidores cómo responder a los ataques, y les inspira a “ser fieles hasta la
muerte” (2:10). El poder del Todopoderoso se revela en la cruz. Cuando el creyente se siente tan indefenso como un
cordero, debe recordar que está en la mano del León. Cuando se siente fuerte, debe recordar el ejemplo del Cordero.
Aunque el Cordero ha sido sacrificado, está de pie. El Cordero venció la muerte y resucitó. La muerte no tiene
la última palabra en el ministerio de Jesucristo, y por lo tanto tampoco la tiene en la historia humana.
Los siete cuernos del Cordero representan poder (cuerno) dado por Dios (siete) y por lo tanto perfecto. Los
siete ojos representan conocimiento perfecto. Por medio del Espíritu de Dios, el Cordero ve todo lo que sucede.
¿Cómo puede tener este hombre el poder y el conocimiento que pertenecen solamente a Dios? ¿Cómo tener
autoridad sobre el Espíritu de Dios? Sin decirlo directamente, Juan presenta a Jesucristo como Dios. Su posición en
el centro de la escena celestial y aun en medio del trono sugiere lo mismo.
En un acto dramático, el Cordero se acerca al trono y recibe el rollo de la mano de Dios (7). El verbo recibió se
traduce más literalmente “ha tomado.” La acción es tan rápida que no se ve; solamente se observa su resultado.
¿Cómo es posible que no pide permiso ni vacila ante el trono de Dios? Cristo toma el libro del futuro de la
humanidad por derecho: porque él es Dios. El evento histórico que Juan presenta bajo la figura de “tomar el libro” es
la venida, vida, muerte y resurrección del Cordero, Jesús. Por estas acciones Jesús determinó y reveló el futuro de la
humanidad y de la creación de Dios.

La adoración (8-12)

La adoración brota de nuevo, pero ahora está dirigida al Cordero (8). Esta adoración viola el primer
mandamiento—a menos que el Cordero sea Dios.
El pueblo de Dios, los creyentes en Jesucristo, participa en esta adoración por medio de sus oraciones. Estas se
comparan con incienso que sube a la presencia de Dios con olor grato. El arpa sugiere un sonido grato; refuerza la
lección de que las oraciones son gratas a Dios.
La alabanza al León/Cordero se basa en la redención (9). Por su autosacrificio, Jesús restauró nuestra relación
con Dios. Esta restauración incluye gente de toda raza, lengua, pueblo y nación (los términos son cuatro,
sugiriendo toda la tierra). El acercamiento a Dios lleva a los seres humanos más cerca los unos de los otros, de
manera que resulta también unidad en la humanidad. Este acto de Cristo transformó la vida humana en servicio
sacerdotal y en dignidad real (10). El cumplimiento del designio original del Creador, de que los seres humanos
tengan relación con él y entre sí, y que tengan dominio sobre la tierra (Gén. 1:26-28), se realiza en Cristo y en su
sacrificio. Con razón el “acto sencillo” del Cordero, su muerte y resurrección, sacudió “toda la escena celestial”
(Canclini). Toda la creación y todos los redimidos proclaman que Cristo es digno ... de recibir el rollo escrito y de
romper sus sellos. El destino de la humanidad y de toda la creación está en las manos de Cristo.
Los ángeles secundan la alabanza terrenal (11). Juan describe el número de ellos como cientos de millones. Es
un coro que no se puede imaginar, uniendo sus voces en adoración de Jesús, el hombre que murió despreciado y
crucificado, el hombre cuyos seguidores sufren persecución a manos del Imperio poderoso. Esta escena forma un
contraste sorprendente pero alentador con la situación de los lectores. El coro angelical enumera siete cualidades
(12) para enfatizar que a Cristo se le deben atribuir todas las perfecciones.

La coda (5:13-14)

Estos dos versículos combinan las verdades de los capítulos cuatro y cinco. La adoración es expresada por toda
criatura, y se dirige tanto al que está sentado en el trono como al Cordero.
Las áreas que se mencionan como morada de las criaturas (13) son cuatro, número que simboliza el mundo que
Dios creó para que lo habitara el hombre. La repetición (todos en la creación) da énfasis a la universalidad de la
adoración, y por ende a la suprema dignidad de Dios, Padre e Hijo. Toda la creación existe para glorificar a Dios.
Sorprende la mención del mar, símbolo del mal en la literatura apocalíptica. Tal vez Juan quiera afirmar que aun
la rebelión y la persecución no frustran el plan de Dios (véase comentarios sobre 14:11; 16:12-16). Aun los
perseguidores finalmente reconocerán la soberanía de Dios.
Para cerrar el cuadro de adoración (caps. 4-5), se mencionan de nuevo los cuatro seres vivientes y los ancianos
(5:14), los que comenzaron la adoración (4:8-11). Los grupos que son prototipo y representante de todo adorador
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dan el Amén a la adoración, para formar una inclusión8 con el comienzo de la adoración en el capítulo 4 y así cerrar
el cuadro de la realidad celestial.

Los sellos (Apocalipsis 6:1 a 8:5)

De la misma manera que los mensajes de Apocalipsis 2 y 3 surgieron de la vision de 1:9-20 (véase 1:19), esta
sección no es una nueva visión, sino la continuación de la que empezó en 4:1. Jesús abre los sellos del libro que
tomó de la mano de Dios (5:7). Ahora Juan va a tratar la cuestión que inquieta a sus lectores: ¿Por qué permite Dios
que su creación sufra tantos trastornos? ¿Por qué permite que sus seguidores sufran persecución?
Antes de enfrentar estas preguntas, Juan tenía que presentar la realidad celestial (capítulos 4-5), que no se puede
percibir por los sentidos terrenales, y aun parece ser negada por muchos eventos de la historia terrenal. Es imposible
entender correctamente los eventos terrenales si no creemos en la realidad que Juan presentó en Apocalipsis 4 y 5:
Dios es el Creador de todo, soberano sobre su creación; en su amor, este Dios soberano mandó a su Hijo, quien
triunfó sobre la rebelión por someterse a la muerte, y sacó de la muerte a un pueblo restaurado a obediencia a Dios.

Los cuatro caballos: ambición y guerra (Apocalipsis 6:1-8)

El Cordero, quien ha determinado el futuro del hombre con su muerte y triunfo, rompe el primer sello (6:1),
comenzando a revelar el futuro que está en sus manos. Los hombres, especialmente los que sufren, esperan con ansia
esta revelación. Quieren ver si el futuro explica su presente tan frustrante.
Cuando se rompe el sello, uno de los cuatro seres vivientes grita lo que los creyentes perseguidos gritan,
“¡Ven!” Esta petición se dirige al que viene, Dios el Padre (1:4, 8) y su Hijo Jesucristo (1:7; 2:5; 3:11, etc.). La
creación misma (los cuatro seres vivientes) gime (véase Rom. 8:22) para la venida del Redentor a realizar su obra
de restauración, la esperada intervención de Dios quien llevará su creación a su meta.
Hay respuesta a este grito desesperado. Aparece un caballo blanco, símbolo de la victoria, y la figura que lo
monta lleva una corona y avanza como vencedor y para seguir venciendo (2). Parece ser Cristo, regresando al
mundo en triunfo para hacer efectivo su poder sobre el mal y rescatar a los suyos. Sin embargo, este jinete está
armado con un arco, mientras el arma de Cristo normalmente es la espada que sale de su boca (1:16; 2:16; 3:16). La
duda creada por este detalle nos estimula a seguir leyendo, para ver si grita otro de los cuatro seres vivientes y nos
aclara la identidad de este jinete.
Tres jinetes más responden al mismo grito en boca de los otros tres seres vivientes (3, 5, 7), al abrirse los tres
sellos siguientes. Representan la guerra (4), la escasez de alimentos (6) y la muerte (8). Los primeros cuatro sellos,
que son cuatro jinetes, son aspectos de una sola realidad. La guerra impide la agricultura y destruye las siembras,
causando hambre. También multiplica las muertes, no solamente en batalla y por hambre, sino también por
epidemias diseminadas por el movimiento de ejércitos y, en la antigüedad, por el aumento en número de las fieras
de la tierra (8), cuando los hombres no están presentes para controlarlas. A la luz de estas realidades, está claro que
el primer jinete representa la ambición y egoísmo que produce conflictos y guerras.
Los colores de los caballos simbolizan el significado de cada uno. El blanco, especialmente un caballo blanco,
es el color de la victoria. Rojo encendido es el color de la guerra y negro el del hambre. Amarillento es el color de
un cadaver, o posiblemente de la cara espantada.
¿Por qué, cuando la creación y los creyentes claman para la intervención de Dios y el regreso de Cristo, viene
una gran calamidad? Juan describe algo que pasa en nuestras vidas y en la historia humana. Anhelamos acercarnos
más a Dios, pedimos que él nos ayude, y viene una gran crisis. Clamamos, “¡Ven, Señor!” y vienen problemas. Pero
si perseveramos en fe, descubrimos que la crisis fue precisamente la respuesta de Dios a nuestra petición. La crisis
enfoca nuestra esperanza en Dios y nos enseña a depender de él. Solamente en la crisis aprendemos que Dios es
suficiente para tiempos difíciles.
Los cristianos de Asia, a quienes Juan dirigió esta obra, estaban pidiendo la intervención de Dios. Cuando
menos tres de las siete iglesias experimentaban persecución (2:9, 13; 3:9-10) y las siete promesas al que salga
vencedor sugieren que todas las iglesias conocían la necesidad de perseverar en tribulación. Los primeros cuatro
8
Una “inclusión” es el uso del mismo elemento al principio y al fin de una sección de una obra literaria. El autor usa la
inclusión para ayudar al lector a identificar los límites de la sección. Era una técnica común en la antigüedad, cuando los
escritos no se dividían en capítulos ni en párrafos.
27

sellos en 6:1-8 declaran a estas iglesias que los conflictos militares que el Imperio sufría son instrumentos de Dios
para lograr su propósito.
En la ambición que produce conflictos, Dios está obrando. Su primera respuesta a la desobediencia ambiciosa es
dejar que el hombre sufra las consecuencias lógicas de su codicia. La guerra y otros conflictos interpersonales son
resultados de las actitudes de los involucrados. Dios quiere que el hombre reconozca que sus dificultades son resulta-
do de su propio pecado, para que lo abandone en arrepentimiento y acercamiento a Dios. Los cuatro jinetes
presentan la ira de Dios como un proceso aparentemente impersonal. Cuando esto no logre el arrepentimiento, Dios
intervendrá de manera más directa.
Para terminar nuestra consideración de Apocalipsis 6:1-8, notemos las fuentes de estas imágenes. Estos
versículos, como todas las visiones del Apocalipsis, toman imágenes del Antiguo Testamento. La imagen de jinetes
como agentes de Dios en el mundo viene de Zacarías 1:8-11; en Zacarías 6:1-8, cuatro carros con caballos de
distintos colores recorren la tierra bajo orden de Dios.
También en Apocalipsis 6:1-8 hay semejanza a unas palabras de Jesús. Los mismos eventos que se presentan en
los seis sellos de Apocalipsis 6 se encuentran en el “apocalipsis sinóptico” de Marcos 13, Mateo 24 y Lucas 21. El
orden de Apocalipsis 6 es especialmente cerca del orden encontrado en Lucas 21:9-12.
Algunos de los detalles de esta visión de guerra tienen trasfondo en la situación política del Imperio Romano en
el primer siglo. El arco (2) fue arma de los partos, temido némesis de Roma. El salario de un día (6) es literalmente
“un denario,” el pago promedio de un jornalero en el Imperio; un kilo traduce una medida de grano suficiente para
preparar el pan que come una persona en un día. Dice Ladd que en tiempos normales, el denario sería suficiente para
comprar de doce a quince veces las cantidades que Juan apunta. En el cuadro que Juan presenta, el obrero gana un
sueldo suficiente para comprar trigo para sí mismo, pero nada para su familia. Si compra un grano menos apetecible,
como la cebada, pueden comer tres miembros de la familia, pero no queda dinero para cualquier otra necesidad. Y el
día que no trabaja, no come nadie.
El olivo y la vid (6) perduran de un año a otro, y podrían dar una cosecha aun cuando los granos no fueran
sembrados por efecto de guerra. También tienen raíces más profundas que los granos, y no serían tan afectados por
la sequía. Juan pinta un juicio limitado. En 92 d.C., Domiciano decretó que algunas tierras dedicadas a la vid se
sembraran con los granos, por la falta de éstos. Su intento no tuvo éxito.

La persecución y el trastorno de la naturaleza (Apocalipsis 6:9-17)

El quinto sello (9-11) representa la persecución. Todos los seres humanos sufren los males que son consecuencia
de la ambición egoísta, representados en 6:1-8 por la guerra, pero para los que dan testimonio de la palabra de Dios,
hay también sufrimiento que otros no experimentan: la persecución. Juan enfrenta esta realidad y la explica en parte.
Las almas o vidas de los que perdieron la vida por su testimonio de Jesús se encuentran debajo del altar, donde
cae la sangre de los sacrificios. En el concepto del Antiguo Testamento, la vida y la sangre son idénticas (Lev. 17:11,
14). El sufrimiento de los testigos es un sacrificio agradable a Dios.
Estos mártires no entienden por qué Dios no interviene para defender a sus testigos y vengar su muerte (10). La
pregunta que hacen es la que las iglesias tenían, y seguramente éstas escucharon la respuesta del Apocalipsis con
atención. Parte de la respuesta ya se dio en el versículo 9. El sufrimiento de los testigos por su fidelidad al mandato
de Dios es una ofrenda, como la sangre de los animales sacrificados; es parte del plan de Dios y le es grato. El 6:11
añade que morir por el testimonio de Cristo es una victoria y es recibir la vida eterna; estos son los simbolismos de
las ropas blancas que se dan a cada uno (véase 3:5). Dios es el que da este galardón. También dice Dios que la
muerte violenta del testigo es una oportunidad para descansar (véase Hch. 7:60, donde murió es literalmente, “se
durmió”). El testigo tiene que sufrir, pero su destino final no es el sufrimiento, sino el descanso. La muerte del
creyente no es derrota ni desasosiego. Ni siquiera es muerte.
La última explicación de la demora de Dios en traer a justicia a los perseguidores y reivindicar a los perseguidos
es la más sorprendente: ¡hace falta que mueran más! El tiempo del testimonio, que es el tiempo de la persecución,
tiene que ser cumplido. No se pueden apresurar los tiempos de Dios. Esto parece ser de poco consuelo a los que ya
murieron, y menos aun para los lectores que todavía están al alcance de los habitantes de la tierra. El Apocalipsis
no escatima las verdades duras, pero aun éstas están bajo el control de Dios. El mensaje de la Biblia no es una clave
para que nosotros controlemos y manipulemos nuestro mundo, sino la verdad paradójica de que Dios está contro-
lando aun los eventos que parecen calamidades para sus hijos y para su causa.
El sexto sello contiene calamidades en la naturaleza (6:12-14). Cuando las consecuencias lógicas de la rebelión
egoísta del hombre (1-8) no producen el arrepentimiento que Dios busca, él interviene más directamente. Al ver
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terremotos, tormentas, erupciones de volcanes, y cosas semejantes, el hombre tiende a pensar en Dios.
Las descripciones de 6:12-14 vienen del Antiguo Testamento (Ezeq. 38:19-20; Hageo 2:6-7; Joel 2:31; Is. 34:4),
donde representan la intervención de Dios para reivindicar a su pueblo y llamar a cuentas a las naciones. Son figuras
que aparecen con frecuencia en la literatura apocalíptica (véase Mar. 13:24-25; Mat. 24:29). Las montañas y las
islas (14) son lugares que proveen seguridad y escondites. Aun éstas se remueven; no hay dónde esconderse del
juicio de Dios.
Los versículos 15-17 describen la reacción de los hombres al juicio del sexto sello. Al final de las series de
trompetas (9:20-21) y de las copas (16:21) también hay una respuesta de los hombres a la ira de Dios. La ira de Dios
demanda una respuesta; Dios juzga para que el hombre reaccione.
Las clases de personas que Juan menciona son siete (15), un número simbólico; todas las personas a quienes
Dios ha creado están sujetos a su juicio. Cinco de las categorías representan a los privilegiados del mundo, los que
tienen más oportunidad, cuando menos a ojos humanos, para hacer bien o hacer mal a sus prójimos. Las últimas dos
categorías indican que el juicio incluirá a todos. El juicio alcanza aun a esclavos; el hecho de haber sido explotado
no garantiza la salvación. No hay víctimas ante Dios, sino solamente seres responsables, quienes pueden aceptar la
relación que Dios ofrece o la pueden rechazar. Dios respeta su decisión.
Los habitantes de la tierra se esconden ante el juicio de Dios (véase Is. 2:19). Prefieren cualquier calamidad a la
presencia de Dios y de su Ungido (16; véase Os. 10:8; Sal. 2:5, 12). Para ellos, esta presencia es ira, porque se han
rebelado contra la autoridad y contra el amor de Dios. Este versículo recuerda la actitud de los primeros seres
humanos después de desobedecer (Gén. 3:8).
Los habitantes de la tierra ven acercarse el gran día del castigo (Apoc. 6:17), el fin del mundo y el Juicio. Los
lectores sabemos que falta solamente un sello más, y podemos concluir que Juan está describiendo los penúltimos
eventos de la historia terrenal. Sin embargo, Juan ya nos hizo trampa en el primer sello; cuando esperábamos que
narrraría la venida de Cristo, nos presentó la ambición y la guerra. Notamos aquí que los que hablan son los que no
conocen a Dios ni a su Hijo. Tal vez éste no es el fin, sino otro anticipo del juicio de Dios que tiene el propósito de
llamar a los hombres al arrepentimiento antes de que llegue aquel día.
La respuesta de los hombres a la ira de Dios termina con una pregunta: ¡quién podrá mantenerse en pie!
(véase Mal. 3:2). Los que preguntan no esperan una respuesta; piensan que nadie puede. Sin embargo, el capítulo
siete (especialmente 7:9) revela una respuesta divina.

Interludio: la seguridad de los siervos de Dios (Apocalipsis 7:1-17)

Antes del séptimo sello, hay un interludio en dos partes. Encontraremos pausas semejantes antes de la séptima
trompeta (10:1-11:13) y la séptima copa (16:15). Juan ve que Dios (representado por ángeles) está deteniendo su
juicio. En el Antiguo Testamento, el viento es símbolo frecuente del juicio de Dios (p. ej. Jeremías 49:36: “Sobre
Elam traeré los cuatro vientos” y 18:17: “Como el viento del oriente, los esparciré delante del enemigo”).
En Zacarías 6:5, los cuatro carros con jinetes de distintos colores se identifican con los cuatro vientos. Es
probable que Juan quiere sugerir alguna relación entre estos vientos y los jinetes de Apocalipsis 6:1-8.
Otro ángel (2), representando la misericordia de Dios, habla a los cuatro que representan su ira. El juicio de
Dios no ha de tocar a los siervos de ... Dios (3). El sello de un rey marcaba su propiedad; los que tienen el sello de
Dios pertenecen a él y gozan de su protección (véase Ezeq. 9:4, 6). Dios no permite que su juicio les toque a los que
tienen una relación de obediencia a él.
Esta verdad está en bastante tensión con las del capítulo seis. La guerra (primeros cuatro sellos) y las
calamidades naturales (sexto sello) afectan igualmente a los creyentes y a los que no tienen relación con Dios. Y el
quinto sello describe un sufrimiento exclusivo de los creyentes: la persecución. Hay que vivir en esta tensión. Los
creyentes experimentan la realidad del sufrimiento, pero en medio de ella son llamados a confiar en la protección, el
“sello” de Dios. Dios declara que su sufrimiento no es la expresión de su ira, sino dolores de parto que producen
gozo y adoración. Hay momentos cuando no es face creer esto.
Juan escucha el número de los que fueron sellados, que es un compuesto de los números doce y diez (4).
Ciento cuarenta y cuatro (12 por 12) indica que se trata del pueblo de Dios, en plenitud. Todas las tribus de
Israel confirma esta interpretación; se trata de todo el Israel de Dios (Gál. 6:16). Mil enfatiza que este pueblo
incluye un número inmenso, todos los que Dios elige. El número no es un límite, como si fueran 144,000 y no más;
más bien enfatiza la inmensidad del número de los protegidos y elegidos de Dios. Aun podría sugerir que el plan de
Dios incluye a toda la humanidad.
Apocalipsis 7:5-8 da una lista de las tribus que se incluyen en los 144,000. Esta lista merece atención cuidadosa,
29

porque no es igual a ninguna otra lista de las tribus de Israel en la Biblia. En el Antiguo Testamento, la primera tribu
normalmente es Rubén, el primogénito de Jacob (Gén. 35:23; 46:8; 49:3; Ex. 1:2; Núm. 1:5, 20; 1 Crón. 2:1, etc.),
pero aquí encabeza la lista Judá (véase Núm. 2:3; 7:12; 1 Crón. 2:3), la tribu del gran rey David y por lo tanto la
tribu del Mesías (véase Gén. 49:8-10).
La otra anomalía en esta lista es que falta la tribu de Dan. Esta tribu se destaca en el Antiguo Testamento como
idólatra (Jue. 18:18-19; 1 Rey. 12:29-30; véase Gén. 49:17; Lev. 24:11). En la literatura apocalíptica, llegó a ser
asociada con la maldad y, después de la fecha del Apocalipsis de Juan, se identificó como la tribu de donde vendría
el Anticristo. Estas malas asociaciones probablemente explican la exclusión de Dan en Apocalipsis 7:5-8.
(Curiosamente, Ezequiel 48:1 nombra a Dan primero en una lista de las tribus del pueblo escatológico.) Para suplir
la falta de Dan, Juan incluye la tribu sacerdotal de Leví, y también da una doble representación a José, incluyéndolo
a él y también a su hijo Manasés. Las listas del Antiguo Testamento que omiten Leví, porque esta tribu no heredó
una porción de la Tierra Prometida (por ejemplo, en Josué 13-19), nombran en lugar de José a sus dos hijos, Efraín y
Manasés, completando el número de doce tribus.
Estas dos modificaciones indican que no se trata aquí del pueblo literal de Israel (véase 2:9 y 3:9). La lista más
bien representa el pueblo mesiánico de Dios, el nuevo Israel, encabezado por la tribu del Mesías y omitiendo a los
que no creen en él, sea cual fuere su estirpe racial.
Ahora Juan ve lo que oyó (9): una multitud ... delante del trono y del Cordero. Es posible que Apocalipsis
7:1-8 presente a los creyentes en la tierra, expuestos a sus calamidades pero sellados y protegidos por Dios, y que
7:9-17 presente a los creyentes que ya murieron y se encuentran en el cielo. A favor de esta distinción es la frase
están saliendo de la gran tribulación en 7:14; la descripción de 7:15-17, que sugiere que ya no están expuestos a
las peripecias de la tierra; y las túnicas blancas (9), que se asocian en Apocalipsis con los que murieron en la fe
(3:5; 6:11).
En contra, se puede notar que 7:14 también identifica a esta multitud como los que han lavado … sus túnicas
en la sangre del Cordero. Este lavamiento es símbolo de aceptar a Jesús en arrepentimiento y fe; se aplica tanto a
creyentes que todavía están en la tierra como a los que ya murieron. De manera semejante, el creyente adora a Dios y
a Jesucristo por la salvación (10), no solamente después de la muerte, sino en la vida terrenal también. Finalmente, la
descripción de 15-17 se presenta tanto en tiempo presente (15a) como futuro (15b-17).
Parece mejor entender que Juan presenta en 7:9-17 el contraparte celestial de la multitud en la tierra de 7:1-8. El
cuadro de 7:9-17 incluye a los creyentes que ya “vencieron” por la muerte y se encuentran exclusivamente en la
presencia del Señor, pero no se limita a ellos. De la misma manera que el candelabro y el ángel de cada iglesia (1:20)
representan la existencia dual de la iglesia, Juan ve a los santos en la tierra en 7:1-8 y en el cielo en 9-17. Mientras
viven expuestos a los sufrimientos de la tierra, y necesitados de la protección de Dios, se encuentran también partici-
pando en la adoración celestial y gozando de la protección y de la presencia de Dios.
El pueblo de Dios (4-8) incluye gente de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas (9); los términos son
cuatro para simbolizar toda la tierra). El número 144,000 (v. 4) es símbolo de un número que nadie podía contar
(9). Ellos estaban de pie, permitidos a pararse en presencia de Dios y de su Hijo. Aquí se presenta la respuesta
inesperada a la pregunta de los incrédulos de 6:17. Nadie puede “mantenerse en pie” ante Dios por naturaleza ni por
su propia rectitud, pero los que creen en el Cordero sacrificado son lavados y capacitados para compañerismo íntimo
con Dios.
Esta multitud está vestida de túnicas blancas en señal de la victoria que han ganado por el sacrificio de Cristo y
por su fidelidad a él; también las ramas de palma se blandían en celebración de victoria. La ropa blancatambién
simboliza la vida eterna que gozan.
Los redimidos alaban a Dios y al Cordero, atribuyéndoles la salvación que han recibido (10). La salvación que
celebran es una relación personal; hace del Dios que los salva nuestro Dios. Esta adoración recuerda la del capítulo
5. La actividad celestial es adoración; el hombre fue creado para adorar eternamente a Dios. La adoración no se
limita a cultos formales; se expresa a cada momento en confianza y gratitud hacia Dios.
Como sucede con frecuencia en el Apocalipsis (véase 4:8-11; 5:9-12), la adoración a Dios es secundada (11-12).
Los ángeles, reunidos para ver esta escena, pronuncian el amén a este reconocimiento de la misericordia y el perdón
de Dios. Esta atribución de dignidad a Dios contiene siete elementos (12), como el de 5:12, que también secunda una
adoración previa.
En la secuencia de 7:9-12, primero cantan de la salvación los seres humanos (10), y los ángeles se unen a la
alabanza después (11). Los ángeles son observadores de la salvación, pero son los seres humanos que experimentan
en su propia vida el rescate y transformación que Dios realiza por el sacrificio del Cordero. Al hombre pecador,
Jesucristo otorga un privilegio que los ángeles del cielo no pueden gozar, aunque anhelan contemplar estas cosas
30

(1 Ped. 1:12).
La pregunta de una figura celestial al vidente (13) es un elemento común en la literatura apocalíptica (véase Zac.
4:2, 5). Juan prefiere aprender antes que especular acerca de la respuesta (14). El anciano explica que la visión
presenta a los que están saliendo de la gran tribulación. Esta tribulación es la persecución descrita en el quinto
sello (5:9-11). La muerte del testigo no es derrota, sino victoria (7:9), y no pone fin a su adoración y su servicio a
Dios y al Cordero (10, 15). Como vimos arriba, esta descripción sugiere que la multitud de 7:9-17 son los creyentes
que ya murieron, pero luego se identifican como los que han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del
Cordero, una descripción que incluye a los creyentes que todavía están en la tierra. Es probable que la tensión entre
estas dos identificaciones es intencional. El servicio continuo a Dios descrito en Apocalipsis 7:15 no es solamente
una esperanza futura para el creyente, sino también una realidad presente. Por lo tanto, la muerte de un creyente no
lo separa de sus hermanos en la fe, como tampoco pone fin a su adoración a Dios.
La colocación de esta multitud delante del trono de Dios (15) representa su perfecta comunión con él. Se
dedican continuamente (día y noche) a la adoración de Dios; para ellos la vida misma es servicio y alabanza a Dios.
Las túnicas blancas, ramas de palma (9), y santuario (15, literalmente tienda) pueden indicar una celebración
final y triunfante de la Fiesta de Tabernáculos. Zacarías 14:16-19 profetiza que todas las naciones … subirán año
tras año a Jerusalén para celebrar la fiesta de Tabernáculos (Enramadas). Posiblemente Juan ve el cumplimiento de
esta profecía de Zacarías en la venida de todos los pueblos a Jesús.
“Extender su tienda sobre” (15, nota) alguien es darle hospitalidad. Esta figura compara a Dios con un jeque
beduino. Entre los beduinos, la hospitalidad fue un compromiso sagrado. El que recibe a un huésped en su tienda
tiene la obligación de proveer todas sus necesidades; aun debe poner su vida para protegerlo de sus enemigos, si es
necesario. Dios se compromete a satisfacer el hambre y la sed de los que le adoran y sirven (16) y a protegerlos. Los
recibe en su tienda, para que no sufran el calor del sol desértico, ni ningún calor abrasador (véase Is. 4:5-6).
La imagen cambia en el versículo 17. Ahora los creyentes son como ovejas a las cuales el mismo Cordero,
quien tiene autoridad suprema en el trono, pastorea con la paciencia, ternura y concentración características de los
pastores orientales. La descripción del Cordero como pastor es una combinación atrevida de simbolismos. En Cristo
el Pastor ha tomado la naturaleza de las ovejas (Swete). Y habiendo sido sacrificado como Cordero, entiende cómo
consolar y guiar a los que son sacrificados por su testimonio de él. Las conducirá a fuentes de agua viva. “Agua
viva” describe agua que corre, que no está estancada, pero aquí sirve como símbolo de la vida que Jesucristo ofrece
a sus ovejas.
Al final del 7:17, hay todavía otra imagen, la de Dios como una madre consolando a su niño (véase Is. 25:8), “el
Rey de reyes con un pañuelo celestial en la mano” (Canclini). Cuando Dios se acerca al sufriente para mostrar
compasión divina, los dolores no solamente se alivian; se convierten en bendición.

El último sello: otra oportunidad para el arrepentimiento (Apocalipsis 8:1-5)

Después del interludio (7:1-17), el Cordero rompe el último sello. Juan ha sugerido que el contenido de éste será
el fin de la historia (6:17), pero los lectores tuvimos que esperar un capítulo para saber si es cierto. Aun ahora,
cuando se abre el sello, tenemos que seguir esperando, durante media hora de silencio (8:1). Newport llama a ésta
“la quietud en que se comunica la plena y atemorizante soberanía de Dios.”
El silencio aumenta el suspenso, pero también puede ser otro indicio de que ha llegado el fin. 2 Esdras 6:39
menciona silencio en el contexto de la creación, y 2 Esdras 7:29-31 indica que habrá un silencio correspondiente en
el tiempo de la revelación del Mesías, la nueva creación, y el juicio. También Baruc Siriaco 3:7 lamenta sobre la
inminente destrucción de Jerusalén: “¿volverá el universo a su naturaleza (original)? ¿Regresará el mundo al silencio
que existió en el principio?” Es probable que los lectores originales del Apocalipsis conocían la idea de que el fin de
la historia incluiría un silencio que corresponde a un silencio que marcó el tiempo de la creación.
Sin embargo, todavía no es el fin. Juan ve a siete ángeles con sendas trompetas (2). El contenido del último
sello es otra serie de siete, las trompetas. Estas, como los sellos, representan el juicio de Dios (véase Is. 27:13; Joel
2:1; Mat. 24:31; 1 Cor. 15:52; 1 Tes. 4:16), pero igual que los sellos presentan un juicio anticipado dentro de la
historia y de la vida humana, para llamar a la humanidad al arrepentimiento. Dios nos lleva a una crisis que parece
ser final, para que recapacitemos y acudamos a él. Da abundante oportunidad para el arrepentimiento, porque su
propósito no es destruir a nadie (2 Pedro 3:9).
Antes de que los ángeles toquen sus trompetas, otro ángel se acerca al altar de incienso (3). En 5:8, el incienso
representa las oraciones del pueblo de Dios. Aquí en la misma figura el incienso representa la ayuda divina que
31

acompaña la oración (véase Rom. 8:26). Dios mismo, por su agente el ángel, añade fuerza a la oración. Las
oraciones divinamente habilitadas suben hasta la presencia de Dios (4). Dios escucha las oraciones de sus seguido-
res, aun cuando éstos parecen débiles, indefensos y perseguidos en este mundo. Las oraciones también afectan la
tierra (5), porque en respuesta a ellas Dios derrama su juicio sobre el mundo, para reivindicar a los testigos de Dios
y llamar a sus adversarios al arrepentimiento. La oración es uno de los modos por el cual los creyentes reinan.
Los truenos, estruendos, relámpagos y un terremoto (5) recuerdan los portentos que salen del trono del
Creador (4:5). Estas señales marcan el fin de cada serie de siete juicios (11:19; 16:18), y confirman que las
calamidades de la historia no ponen en duda la soberanía de Dios, sino que son expresiones de ella. Dios usa las
calamidades para llamar a los seres humanos a conciencia de su rebelión y al arrepentimiento. Así contribuyen estos
eventos, que Los que no conocen la revelación de Dios pueden ver estos eventos como evidencia que niega la
soberanía de Dios o aun su existencia. La Palabra de Dios y especialmente el Apocalipsis, revela que contribuyen
más bien a lograr su propósito de formar un pueblo en comunión con él, que viva una vida recta y que incluya todas
las naciones, tribus, pueblos y lenguas (7:9).

Las trompetas (Apocalipsis 8:6 a 11:19)

El trastorno de la naturaleza (Apocalipsis 8:6-13)

Las trompetas son una intensificación del juicio de Dios, una llamada más urgente al arrepentimiento. Esta
intensificación es indicada por el hecho de que la proporción afectada por el juicio es ahora la tercera parte (cada
versículo de 8:7-12); en los sellos fue la cuarta parte (6:8). También, las calamidades de la naturaleza, una
intervención más visible de Dios, vienen al principio de la serie; en los sellos sucedieron en el penúltimo sello,
después de la guerra y la persecución. Cuando los hombres no responden a una llamada, Dios les llama de una
manera más directa y más urgente.
Las primeras cuatro trompetas afectan la tierra (7), el mar (8), los ríos y los manantiales (10), y el cielo (12).
Son una unidad, como los primeros cuatro sellos. Juan divide el mundo natural en cuatro partes, según el número que
simboliza éste. Tres de estos castigos recuerdan plagas que sufrió Egipto en el libro de Exodo: granizo (Ex. 9:13-
35), agua convertida en sangre (Ex. 7:14-24), y tinieblas (Ex. 10:21-29). La tercera trompeta recuerda el agua
amarga que los israelitas encontraron en Mara (Ex. 15:22-25); posiblemente se base en la descripción del juicio de
Dios en Jeremías 9:15 y 23:15. Estas cuatro trompetas afectan cosas que son esenciales a la vida. Pero con la
excepción de la tercera, no se menciona que algún hombre muera. Dios busca el arrepentimiento, no la muerte (Ezeq.
18:32).
Algunos detalles de estos catástrofes indican que las descripciones son poéticas, no literales. Un granizo
acompañado de fuego y sangre (7) no es un fenómeno natural, aunque puede ser una descripción poética de la
erupción de un volcán. Una montaña envuelta en llamas arrojada al mar (8) también puede sugerir un volcán. El
agua no sería literalmente sangre en este caso, aunque el reflejo del fuego le daría el color de sangre. El ardiente
monte lanzado al mar sería la causa de la destrucción de barcos (9). No hay que insistir en una explicación literal de
la poesía de Juan. El mensaje tiene que ver con el propósito de Dios: llamar al hombre al arrepentimiento por un
juicio anticipado. Juan no describe eventos que se limiten a un solo tiempo en la historia humana.
Una estrella (10) simboliza un ángel (1:20). Es posible que en Apocalipsis 8:10-11 Juan utilice el mito de la
caída de Satanás. Algunos consideran la historia de la caída de Satanás una enseñanza bíblica, pero la Biblia nunca
enseña el origen de Satanás. Más bien utiliza el cuento popular de esta caída cuando está hablando de otros temas
(por ejemplo en Isaías 14:3-17). El tema de Apocalipsis 8:10-11 es el juicio anticipado de Dios al hombre rebelde,
no la naturaleza u origen de Satanás. Juan afirma en términos que sus lectores entenderían que aun los seres
espirituales rebeldes y la corrupción que éstos promueven entre la humanidad sirven el propósito de Dios, porque
estimulan en el hombre conciencia de su necesidad y de su culpa.
El versículo 12 contiene otros detalles que son poéticos y no literales. Un asolamiento de la tercera parte del sol
no produciría oscuridad durante cuatro de los doce horas del día, sino una disminución de la luz. Menos podría ser
oscurecida la tercera parte de la noche. Juan describe con imaginación la táctica de Dios. Interviene en la historia
humana de la manera más llamativa, para captar la atención del hombre, al cual quiere llamar.
El águila (13) fue mal agüero en la antigüedad; se asocia con un ejército invasor en Deuteronomio 28:49,
Jeremías 48:40 y Habacuc 1:8. En Apocalipsis 8:13 también anticipa invasions (9:3-4, 7). El águila declara que,
aunque los primeros cuatro azotes fueron duros, los tres que faltan serán peores. Como en Apocalipsis 3:10 y 6:10,
los habitantes de la tierra son los que no siguen a Jesucristo y por lo tanto no pertenecen a la familia o reino celes-
32

tial.

La mala conciencia y la guerra (Apocalipsis 9:1-21)

El contenido de la quinta trompeta es una invasión de langostas (3) desde el abismo (1). Una estrella (que
simboliza un ángel) había caído del cielo. Como en 8:10, parece tratarse de una alusión al mito de la caída de
Satanás (véase Is. 14:12; Luc. 10:18). No está claro si Juan quiere que el lector identifique este ángel caído como
Satanás o no. No es necesario identificar la estrella para interpretar el cuadro.
Dios le permite a este ángel usar la llave del pozo del abismo. En el pensamiento hebreo, el abismo es la
profundidad del mar (símbolo de la maldad) y la habitación de los demonios. Parece que sale del abismo una
humareda espesa que oscurece todo el cielo (2), pero resulta ser una plaga de langostas (3; véase la octava plaga en
Ex. 10:13-15). Estas no son langostas naturales, porque pican como escorpiones. El alacrán es un animal feroz, de
aspecto amenazante. El único aspecto bueno del alacrán es que no vuela, pero ¡estos invasores vuelan y también
pican!
Las langostas naturales atacan las plantas, pero el enjambre que Juan ve ataca a los hombres (4). No los pica en
forma indiscriminada; Dios limita este juicio a las personas que no llevaran en la frente el sello de Dios (véase
7:3). Hasta aquí, todas las expresiones del juicio de Dios han afectado a cualquier persona, sin referencia a su fe en
Jesucristo. (De manera semejante, las primeras plagas en Egipto no discriminaban entre Israel y Egipto.) El quinto
sello, la persecución, se limitaba a los creyentes. Pero la quinta trompeta es un contraste con el quinto sello. El sello
de Dios, que representa una relación con él basada en el arrepentimiento y el perdón, protege del sufrimiento
presentado en la quinta trompeta.
Esta plaga no produce la muerte de los hombres, sino cinco meses de tormento (9:5) tan doloroso como la
picadura del alacrán. Es posible que la cifra cinco meses sea uno de dos números (véase 14:20) en el Apocalipsis
que no tienen valor simbólico. La vida de una langosta dura aproximadamente cinco meses. Es posible que Juan
piense en este dato. Otras posibilidades son que el número 5 se usa solamente para dar particularidad al cuadro,
como en Mat. 25:15; Luc. 12:6, 52; 14:19; 16:28; 1 Cor 14:19, o que recuerda los 150 días que las aguas del Diluvio
“prevalecieron sobre la tierra” (Gén. 7:24). La prohibición de matar impuesta a las langostas no es un acto de
misericordia, porque el tormento de estas langostas/alacranes es peor que la muerte (Apoc. 9:6).
Hasta aquí hemos descrito este evento en los términos que Juan presenta, pero ¿qué simboliza? Ya que las
langostas suben del abismo (2), podemos concluir que Juan las considera demonios. Pero dos consideraciones
sugieren que estos demonios, a su vez, son símbolos de otra realidad. Primero, la Biblia no enseña que los demonios
ataquen solamente a los que no tienen relación con Dios. El creyente cuenta con la protección de Dios en medio del
ataque demoniaco, pero no está exento del ataque. Segundo, todos los azotes de los sellos y trompetas se refieren a
experiencias que son parte de la vida cotidiana y visible. Los demonios serían más bien parte del mundo invisible. Se
impone, entonces, la búsqueda del simbolismo de los demonios/langostas/escorpiones.
Es un sufrimiento que se puede describir como un anticipo del infierno (2), que afecta solamente a los que no
tienen la relación con Dios que Jesucristo ofrece (4) y que es peor que la muerte (6). Ha habido muchos intentos de
encontrar la realidad simbolizada, sin lograr un consenso seguro. Se ha sugerido que representa el poder destructivo
y atormentador del pecado, una enfermedad o epidemia de origen directamente diabólico, o la corrupción interior del
imperio romano.
Tal vez la mejor sugerencia sea que se trate de los remordimientos de la conciencia. Los que siguen a Cristo
están expuestos a la persecución (6:9-11), pero tienen la conciencia aliviada por el perdón que Jesús otorgó con su
muerte. El sello de Dios (9:4) es la relación con Dios que reemplaza la mala conciencia y da paz al perdonado. Los
incrédulos, en cambio, tienen que vivir sin alivio las consecuencias de su propia rebelión. Dios les revela que lo que
sufren es lo que ellos mismos han escogido. Esta realidad quita todo rasgo heróico de su sufrimiento y lo revela
como absurdo, el resultado de una estupidez. No pueden decir “ni modo,” porque hubo modo de evitar los resultados
de su rebelión. Foulkes comenta que este pozo “se alimenta de los manantiales del vicio humano; todos contribuimos
con nuestro pecado a la mala conciencia colectiva que aquí se denomina el abismo.”
Dios permite que experimentemos este tormento mientras todavía vivimos en la tierra, para que aquí aceptemos
el modo de acabar con este tormento: reconocer nuestra culpa, arrepentirnos y aceptar el perdón y la relación que
Dios nos ofrece en Jesucristo. Este, y no la venganza, es el propósito de Dios cuando permite el mal y la actividad de
los demonios.
La descripción de las langostas en Apocalipsis 9:7-10 no parece tener valor simbólico; solamente intensifica la
impresión de ferocidad de estas langostas. Según Ladd, un viejo proverbio árabe dice que la langosta tiene “cabeza
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de caballo, pecho de león, pies de camello, cuerpo de serpiente y antenas como cabello de muchacha.” Los dientes
de leones (8) recuerdan Joel 1:6. Estas langostas tienen aspecto de guerreros o de caballos de guerra. El ruido de sus
alas también es semejante al sonido de un ejército que se lanza a la batalla (9). El versículo 10 recuerda lo más
espantoso de este enjambre: el aguijón ... para torturar a la gente durante el tiempo establecido en el plan de Dios.
Tal vez Juan diga que su poder está en la cola porque se trata de la conciencia, que recuerda el pasado con dolor.
Este ejército infernal está dirigido por el ángel del abismo (11). Esta descripción sugiere la “estrella caída” que
abrió el abismo (1-2), aunque también es posible que sea un ángel que salió del abismo con su ejército. Se llama
Abadón en hebreo y Apolión en griego, palabras que significan “destructor” o “exterminador.”
Es natural identificar este rey de los demonios o de la mala conciencia con Satanás, pero el objeto de Juan no es
enseñar algo acerca de la naturaleza o los métodos de Satanás, sino enfatizar las consecuencias destructivas de la
rebelión del hombre y de la mala conciencia que resulta de ella. Juan hace referencia a la rebelión angelical, pero el
enfoque de su exposición en estos versículos es la rebelión humana. Declara que la destrucción y decaimiento que
observamos como una realidad universal en este mundo es resultado de la rebelión contra Dios, de rechazar la
relación que él ofrece a sus criaturas. Nosotros somos los autores de nuestras desgracias. Dios nos da los ramalazos
de la conciencia, y aun permite la actividad de los demonios en nuestro mundo, para que nos demos cuenta de
nuestra situación desgraciada y nos abramos a la Fuente de gracia, perdón y restauración.
Juan nos recuerda que las tres últimas trompetas son tres ayes (12). Dios permite la intensificación de la maldad,
pero solamente con el propósito de intensificar el llamado al hombre para que se dé cuenta de su error, se arrepienta
y cumpla el propósito de su existencia: vivir en relación con Dios.
Como las primeras cuatro trompetas son una intensificación del juicio presentado en el sexto sello (el trastorno
de la naturalez), así también la sexta trompeta corresponde a los primeros cuatro sellos, que presentaban la guerra. Al
comentar que una voz sale del altar (13), Juan quiere que sus lectores recordemos a los mártires debajo del altar (6:9-
11) y la descripción de las oraciones como incienso quemado en un altar (8:3-5). La serie de trompetas es la
respuesta de Dios a las peticiones de sus santos y mártires. Piden reivindicación; los juicios de Dios muestran la
justicia de los seguidores de Cristo y la injusticia de perseguirlos. Piden que su testimonio sea eficaz; los juicios de
Dios refuerzan el llamamiento al arrepentimiento y confirman su mensaje acerca de un Dios justo que pide cuentas.
Dios tiene una hora y día y mes y año (15) determinado, para responder a los testigos sufrientes que claman,
“¿Cuándo?” (6:10). Las calamidades de la historia no se escapan del plan de Dios; están incluidas en él.
La voz del altar manda al ángel que suelte a los cuatro ángeles (9:14). En 7:1, estos ángeles detenían los
vientos del juicio; ahora el juicio procede. Allí los cuatro ángeles estaban puestos sobre los cuatro puntos cardinales
de la tierra pero ahora se han colocado a la orilla del gran río Eufrates, al oriente del Imperio Romano y al noreste
de Palestina. El Eufrates representa la amenaza de invasión militar. Fue la frontera del imperio, y al oriente de él se
encontraban los temidos partos, con su caballería feroz. Las legiones romanas nunca dominaron este adversario, y tal
fue la impresión que dejó sobre el Imperio Romano que, cuando se suicidó el imperador Nerón sitiado en su palacio,
surgió una idea popular de que él se había escapado y que regresaría a la cabeza de un ejército parto.
En el Antiguo Testamento, también, el Eufrates es la frontera ideal entre el pueblo de Dios y los pueblos anti-
Dios (Gén. 15:18; Deut. 1:7; 1 Rey. 4:24). Muchas de las invasiones de Palestina vinieron de esta área. Los ejércitos
de Asiria, que conquistaron Israel, el reino del norte, vinieron del Eufrates. Babilonia, que llevó al pueblo de Judá, el
reino del sur, tenía su capital sobre este río. La mención del Eufrates indica que el contenido de la sexta trompeta es
guerra. Como las primeras trompetas, ésta afectará a la tercera parte de la humanidad (15, 18), pero ahora el
resultado será la muerte.
Juan recalca el número de esta caballería (16). Se repite la palabra número; la repetición probablemente indica
que Juan quiere que sus lectores descubran un valor simbólico en el número. Literalmente es “dos miríadas de
miríadas”; una miríada equivale a 10,000. Probablemente el simbolismo se basa en el número diez, que simboliza lo
completo del hombre. Una miríada de miríadas sería un ejército tan vasto que infunde el máxime terror a la
ciudadanía atacada. Dos puede sugerir que esta invasión es testimonio de la soberanía de Dios, pero es posible que
aquí el simbolismo sea de fuerza o poder, como en Eclesiastés 4:9-12. Es dudoso que Juan quiera que los lectores
saquen un producto por multiplicación, pero doscientos millones sería un número más de mil veces mayor que el
poderoso ejército romano en el día de Juan. El número, entonces, enfatiza la fuerza irresistible de este ejército.
Los colores de las corazas de esta caballería—rojo, azul y amarillo—son los colores del fuego, humo y azufre
(17). Estos elementos recuerdan la destrucción de Sodoma y Gomorra (Gén. 19:24, 28), otra manifestación del juicio
de Dios. La cabeza de los caballos se compara con la de leones. Los dientes de las langostas (Apoc. 9:8) también se
comparaban con los de leones. Salguero comenta, “En la mitología oriental era frecuente la representación de seres
humanos con cabeza de león o con colas de serpiente.”
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Para los lectores del primer siglo, la mención de caballería (16) sería confirmación de que se trata de los partos,
conocidos por su poderosa caballería. Aun más clara sería la descripción de 9:19. La caballería del primer siglo
estaba armado con arcos, pero solamente tenía capacidad para lanzar sus flechas hacia adelante. Las legiones
romanas de infantería habían aprendido que, si resistían el tremendo choque de un ataque de caballería, la inercia del
ataque llevaría a los caballos y sus jinetes más allá de la línea de infantería, y éstos tendrían unos segundos de alivio
mientras la caballaría daba vuelta y se formaba de nuevo para reanudar el ataque con flechas. Pero cuando las
legiones encontraron a los partos, sufrieron la sorpresa de recibir flechas en sus espaldas, porque la caballería parta
tenía la capacidad de lanzar flechas también hacia atrás, de manera que no dejaron de tirar, aun después de pasar la
línea de la infantería. Juan se refiere a este espantoso hecho cuando dice que el poder de los caballos radicaba en
su boca y en su cola. La caballería parta fue tan espantosa como una que montaba caballos con serpientes por colas.
El contenido de la sexta trompeta, entonces, es la guerra, y corresponde al contenido de los primeros cuatro
sellos. Juan no repite los detalles de 6:1-8, sino que incluye nuevos y aun más horribles detalles en 9:13-19. Mientras
la descripción de 6:1-8 es básicamente realista, la de 9:13-19 es más fantástica. Juan empieza a pensar en la guerra,
no solamente como un fenómeno de la historia humana, sino como un símbolo de la confrontación en la cual Dios
manifiestará su poder y justicia y derrota a sus enemigos. El elemento histórico cederá totalmente al apocalíptico en
la sexta copa (16:12-16).
Apocalipsis 9:20-21 son versículos claves en las series de sellos y trompetas. Por primera vez, Juan explica el
propósito de estas calamidades en el plan de Dios. La causa de ellas es la rebelión del hombre, el pecado, pero el
propósito final de Dios no es castigar el pecado sino rescatar al pecador. Dios quiere que los percances de la vida
nos lleven al arrepentimiento. Jesús ya llamó a su pueblo al arrepentimiento (caps. 2 y 3); ahora Juan afirma que
todos los seres humanos son llamados al arrepentimiento.
Juan revela el propósito de Dios en el contexto de la trágica verdad de que el hombre resiste al arrepentimiento.
Aun cuando su vida está amenazado, prefiere vivir en independencia de Dios, y rehúsa humillarse y reconocer su
error. Dos veces repite Juan que no se arrepintieron (20, 21). El arrepentimiento es un elemento esencial y central del
plan de Dios para la humanidad. El rechazo del arrepentimiento es un elemento trágico de la actitud humana hacia
Dios. Este rechazo se manifiesta tanto dentro de la iglesia (2:21) como fuera de ella.
El versículo 20 dice que los hombres no se arrepintieron de la idolatría. Combina dos análisis de la idolatría,
ambas presentes también en 1 Corintios. Los ídolos no pueden ver, ni oír, ni caminar (Sal. 115:4-7; Dan. 5:23; 1
Cor. 8:4; 10:19; etc.), porque son fabricados por hombres. Por otro lado, Juan dice que adorar a dioses falsos es
adorar a los demonios (1 Cor. 10:20). Juan y Pablo afirman que los dioses falsos no tienen realidad, que son
imaginados por sus adoradores. Pero también afirman que el que los adora se identifica con las fuerzas espirituales
rebeldes. Hay tensión entre estos dos conceptos, y no es bíblico enfatizar uno de los dos a exclusión del otro. Esta
tensión nos puede ayudar a recordar que no conocemos como Dios conoce; en muchos casos tenemos que aceptar lo
que él nos dice sin poder entender o explicar a fondo. La relación entre los ídolos y los demonios es uno de estos
casos. Sabemos lo suficiente para huir de la idolatría, pero no para sentirnos expertos sobre los demonios.
Una relación incorrecta con Dios, como la que se expresa en idolatría, produce malas acciones hacia los
semejantes (9:21). Juan piensa especialmente en el trato de los idólatras hacia los que sirven al verdadero Dios: los
matan (asesinatos) mezclando veneno para obligarles a tomarlo (artes mágicas) y les despojan de sus bienes
(robos), sea por un proceso legal o simplemente por apoderarse de sus propiedades cuando mueren o huyen. La
inmoralidad sexual podría ser abuso físico de los creyentes en Cristo, pero es probable que se refiere a la adoración
de dioses falsos, que es infidelidad al Dios verdadero, y que en el primer siglo con frecuencia involucraba la
inmoralidad física (véase Apoc. 2:14, 20).
La enseñanza principal de 9:20-21 es que el propósito de las calamidades humanas en el plan de Dios es llamar
a toda la humanidad al arrepentimiento. Pero ¿cómo lo van a saber? A través del testimonio de los que tienen la
Palabra de Dios. Este testimonio es el tema de Apocalipsis 10:1 – 11:13, el interludio entre las trompetas sexta y
séptima.

Interludio: el testimonio de los siervos de Dios (Apocalipsis 10:1 a 11:13)

Después de la sexta trompeta, hay un interludio con dos partes, semejante al que siguió al sexto sello (7:1-17).
El primer interludio presentó la seguridad de los creyentes y su tarea de adoración. Este presenta el testimonio, su
otra función como candelabros (1:20).
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El librito (10:1-11)

Un ángel baja del cielo (10:1). La nube no tiene valor simbólico, sino que es el “transporte” acostumbrado entre
el cielo y la tierra en los apocalipsis (véase Hechos 1:9,11). El arco iris recuerda el pacto de Dios y su fidelidad
hacia los suyos. La luz que irradia su rostro y sus piernas puede ser reflejo de la gloria de Dios, la luz de la revela-
ción de Dios que este ángel trae y representa, o símbolo de ambas realidades. En la mano tiene un pequeño rollo
(2). El simbolismo de este rollo es el mismo que se aplica al rollo en el capítulo 5: los planes de Dios para el futuro,
que determinan el destino del hombre. En el capítulo 5, el énfasis cae en la realización del plan de Dios en la vida
terrenal de Jesucristo; aquí se enfatiza la proclamación de la voluntad de Dios en el testimonio de los seguidores de
Jesús. Por este testimonio y por la muerte y resurrección de Cristo, el rollo está abierto. Pequeño rollo en 10:2 es la
diminutiva de la palabra que se usa en 5:1. Pensar que este rollo es pequeño porque ya se ha presentado una porción
de la revelación, y lo que queda es menos que lo que contenía el libro de 5:1, parece demasiado literal. Probable-
mente se trata de una simple variación estilística.
La colocación de los pies del ángel sobre el mar y la tierra sugiere que su mensaje es para todo el globo. La
fuerza de su voz, como la del león, y los siete truenos recalcan la autoridad de este mensaje (3). Tiene la fuerza del
trueno, dada por Dios (siete).
Cuando Juan quiere escribir el mensaje de los truenos para sus lectores, una voz que viene de Dios lo prohibe
(4). En la historia de la interpretación del Apocalipsis, ha habido intentos de identificar el contenido de este mensaje
sellado, pero todo intento semejante supone que podemos saber este contenido, y Juan se refiere a una verdad que no
podemos saber. Dios se revela, y revela sus propósitos, pero hay facetas de su naturaleza y aspectos del futuro que
nadie puede saber (véase Mar. 13:32; Mat. 24:36). Debemos interpretar con humildad; no presumamos de un
conocimiento completo.
En 10:5, se añade el cielo al mar y a la tierra (2). Este detalle enfatiza de nuevo que el mensaje que sigue es
universal; el juramento solemne del versículo 6 indica que es de suma importancia. El mensaje es que el tiempo ha
terminado. Tiempo aquí se refiere a la paciencia de Dios en cumplir sus propósitos. La Biblia de Jerusalén capta el
sentido con la traducción, “¡Ya no habrá dilación!” Dios no hará esperar más a los mártires (6:11). Cuando el
séptimo ángel toque su trompeta (7), se cumplirá el propósito de Dios, anunciado por los profetas. Este designio se
llama secreto porque no se puede descubrir por investigación o razonamiento humano; solamente se conoce porque
Dios lo ha revelado.
Se acerca el fin. Antes del séptimo sello, el fin fue anunciado, pero por los incrédulos (6:17). Ahora el
mensajero es un ángel que viene de la presencia de Dios (10:1) con un anuncio confiable. Dios ha revelado que
habrá un juicio final. El Apocalipsis no proporciona datos para determinar cuándo volverá Cristo para juzgar (Mar.
13:32), sino que proclama con claridad que habrá un día de juicio, para el cual debemos prepararnos. Cada quien
tiene la libertad y la obligación de decidir cuál va a ser su relación con Dios, pero el tiempo para esta decisión es
limitado. Hay que responder con prontitud, porque se acerca el juicio, en el momento de la venida de Dios en
Jesucristo, o en el momento de la muerte. La proclamación cristiana debe incluir esta verdad (Apoc. 10:11).
En el versículo 8, la voz del cielo (de Dios) manda a Juan tomar el rollo del ángel que lo trae. Cuando Juan se
acerca para obedecer, el ángel le indica qué debe hacer con él: comerlo. Ezequiel tuvo una experiencia semejante
(Ezeq. 2:9-3:3).
Juan en esta visión representa a todos los creyentes. Su tarea es recibir la verdad de Dios y proclamarla al
mundo (11). “Comer el rollo” simboliza la necesidad de digerir o asimilar el mensaje antes de predicarlo (9). Los
testigos de Cristo no son encargados de un mensaje ajeno, que se pueda entregar como si estuviera en sobre cerrado.
Es necesario que vivamos la verdad acerca de Jesucristo, que la proclamación sea un testimonio personal. Antes de
que digiéramos la revelación de Dios, no es más que un “rugido” espantoso (3). El predicador o testigo cristiano
debe ser discípulo del mismo mensaje que enseña a otros.
Se han sugerido muchas interpretaciones de la dulzura y la amargura del mensaje (9-10). Ladd y Summers notan
que es dulce recibir una revelación de Dios, pero la realidad del juicio es amarga. Beasley-Murray encuentra en estos
sabores la mezcla de bendiciones y ayes que Juan deberá anunciar. Canclini dice que el mensaje de la ira divina es
amargo, pero finalmente la dulzura de la perfecta voluntad de Dios llenará nuestro corazón. La naturaleza simbólica
y narrativa del Apocalipsis permite que aceptemos más de una sola interpretación de un párrafo. Sin embargo, hay
que evaluarlas y descubrir cuáles concuerdan más con el mensaje central del Apocalipsis. A la luz de las escenas
siguentes (11:1-13) que desarrollan el tema del testimonio o la proclamación, Apocalipsis 10:9-10 parece significar
que es dulce testificar de Dios (o conocerle), pero trae la amargura de la persecución. Esta interpretación también
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concuerda con el contexto de Ezequiel 3:1-3. Ezequiel experimenta dulzura al recibir el mensaje de Dios (3:3), pero
en los siguientes versículos Dios le informa que el pueblo rechazará su proclamación (7-9). Por otro lado, Ezequiel
2:10 sugiere que la amargura son los lamentos, gemidos y amenazas escritos en el rollo. Es válido encontrar más de
una verdad en el simbolismo de Apocalipsis y de Ezequiel.
A pesar de la persecución, y a pesar de que se acerca el fin (7), hay que seguir predicando (11).

Los dos testigos (11:1-13)

La segunda parte de este interludio presenta a los dos testigos de Dios (11:3). En 11:1-2, Juan recibe la orden de
medir el templo de Dios, pero no su atrio exterior. El acto de medir simboliza la protección de Dios (véase Zac
2:1-5; Ez 40-43); él protegerá lo medido, pero lo demás ha sido entregado a las naciones paganas para que lo
pisoteen. El templo representa el pueblo de Dios (1 Cor. 3:16), y el atrio debe ser algo relacionado con este pueblo.
Este interludio desarrolla la combinación de protección y persecución presentado en el interludio anterior (Apoc. 7,
especialmente vv. 3 y 15). El templo representa la vida interior o espiritual del pueblo de Dios, su relación con Dios,
que está segura. El atrio es su vida exterior, su relación con el mundo, en la cual está sujeto a la persecución y
prueba. Las naciones paganas (2) son los incrédulos, todos los que no pertenecen al pueblo de Dios. Dios protege a
su pueblo, pero lo llama a salir al mundo con todos sus peligros para testificar. Esta es una de las tensiones en que se
realiza la vida de fe.
Cuarenta y dos meses (2), o tres años y medio, es el tiempo tradicional de prueba y persecución, el tiempo en
que Dios protege a los suyos. El símbolo originó con el libro de Daniel (7:25), pero se aplicó después a otros
tiempos de prueba, como la sequía en tiempos de Elías (Luc. 4:25; Stg. 5:17), período en que Elías vivió en exilio.
No representa una cantidad de tiempo, sino su calidad: un tiempo de persecución en el cual Dios protege.
Para el pueblo cristiano, el tiempo de persecución es el tiempo de testimonio (3). En todos los evangelios (Mar.
13:9-13; Mat. 24:9-14; Luc. 21:12-17; Juan 15:18-27), se menciona el testimonio en medio de descripciones de la
persecución (véase Hch. 28:16, 30-31; 2 Tim. 2:9). Cuando hay oposición y violencia hacia los seguidores de Cristo,
no es un tiempo para callarse y protegerse. La voluntad de Dios es que el seguidor perseguido responda con
testimonio, proclamando la verdad por la cual sufre. Los dos testigos representan todos los creyentes, porque todos
son llamados para ser candelabros en el mundo delante de Dios (4, véase 1:20). Son dos, posiblemente para
enfatizar el poder de su testimonio (Ecl. 4:9-12), o mejor porque según la ley de Moisés dos es el número de testigos
necesario para dar un testimonio válido en un proceso legal (Deut. 19:15).
El vestido de luto (3) puede ser otro recuerdo de que el testimonio estimula persecución, o puede relacionarse
con el mensaje de juicio que predican estos testigos (véase Is. 20:3-4). Sobre todo nos recuerda que el testigo tiene
que arrepentirse antes de llamar a otros al arrepentimiento (Apoc. 2:5, etc.). La descripción de los testigos en 11:4 se
deriva de Zacarías 4, que describe al gobernador Zorobabel y al sumo sacerdote Josué. El pueblo de Dios es regente
y sacerdotal (Apoc. 1:6). Los olivos y el aceite que proveen para los candelabros, probablemente representan la
unción de Dios para este ministerio, ya que el aceite de olivo también se usaba para ungir. Es el Espíritu Santo de
Dios quien da poder y autoridad al testimonio.
Según 11:5, el testigo de Cristo cuenta con una protección absoluta de Dios. La persona que intenta hacer daño a
los testigos o frustrar su proclamación del mensaje de Dios, es destruida. El fuego que consume a sus enemigos
recuerda un evento de la vida de Elías (2 Rey. 1:9-12), aunque en 2 Reyes el fuego desciende del cielo. En
Apocalipsis, el fuego sale de la boca de los testigos porque están protegidos por la palabra de Dios que proclaman y
por su testimonio de la obra de Dios en sus vidas (véase Jer. 5:14). Elías también fue instrumento de Dios para
cerrar el cielo (6), y aunque 1 Reyes no dice cuánto tiempo duró esta sequía (1 Rey. 17:1), ya hemos visto que la
tradición judía identificó el plazo como tres años y medio (Luc. 4:25; Stg. 5:17). El que convirtió aguas en sangre
fue Moisés (Ex. 7:20), quien también azotó la tierra con toda clase de plaga. Malaquías 4:4-6 es una profecía del
regreso de Elías, en un contexto que también recuerda a Moisés. Algunos intérpretes toman la identificación de
Apocalipsis 11:5-6 de manera literal, y concluyen que Moisés y Elías regresarán en los últimos días. Parece mejor
entender a Moisés y Elías, como Zorobabel y Josué en los versículos anteriores, como símbolos. Se identifican a los
testigos cristianos como Moisés y Elías porque éstos representan la Ley y los Profetas, la palabra escrita de Dios. El
mensaje de los testigos es la palabra de Dios.
Hay tensión entre las menciones de la persecución (2:10; 6:9-11; 11:2) y la protección aparentemente absoluto
que se describe en 11:5. Esta tensión se agudiza en 11:7: la bestia que sube del abismo ... los vencerá y los
matará. ¿Protege Dios a los testigos o no? La clave de la respuesta se da en las primeras palabras del versículo 7:
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cuando hayan terminado de dar su testimonio. El creyente no tiene una garantía de que no le pasará ningún
infortunio en la vida, pero puede contar con la seguridad de que las pruebas y aun la oposición no frustrarán el
testimonio y el ministerio que Dios le ha encargado. La misma verdad se afirma en 2 Timoteo 2:9 y Hechos 27:24;
28:30-31. Se le puede encarcelar y aun matar al mensajero, pero el mensaje no se puede callar. Apocalipsis 11:5-7
enseña que los creyentes cuentan con todo el poder del cielo, para protección y para milagros, en la tarea que Dios
les ha asignado. Sin embargo, en su vida y bienestar terrenales, están sujetos a los mismos peligros que acechan a
todo hombre, y también a la persecución. La protección de Dios no es un premio, sino un medio que Dios provee en
la gran tarea de proclamar el mensaje de Cristo. Con estos versículos, empezamos a entender qué significa el sello de
Dios (Apoc. 7) y la medición del templo mientras los incrédulos pisotean su patio (11:1-2).
No hemos leído de la bestia antes de Apocalipsis 11:7, aunque 9:11 ha mencionado el ángel del abismo. Juan
toma la expresión les hará la guerra, los vencerá de Daniel 7:21, donde se refiere al “cuerno más impresionante”
(7:20) de la cuarta (19) de cuatro bestias que son reinos (17). El concepto de la bestia se desarrollará en el capítulo
13. Aquí se puede identificar como el poder hostil a la proclamación de la palabra de Dios; la alusión a Daniel 7
sugiere que es poder de un gobierno, como la autoridad romana que perseguía a las iglesias de Asia Menor y que
encarcelaba a Juan en Patmos. Tanto el poder del mal como el de la palabra de Dios son realidades en esta época
antes del Juicio.
La muerte de los testigos es un espectáculo público (8), como fue la de su Señor (quien también fue ajusticiado
por la autoridad de Roma). La gran ciudad donde son exhibidos sus cadáveres se identifica con tres lugares
distintos. Esta ciudad no es geográfica, sino simbólica y espiritual; es la sede de la oposición a los propósitos de
Dios. Sodoma fue el prototipo de la sociedad que se rebela contra las normas morales de Dios; fue destruida por su
alejamiento de Dios. Egipto se opuso a los planes redentores de Dios, y fue humillado y asolado por su oposición.
Israel fue el pueblo que Dios redimió de Egipto, pero llegó a ser la encarnación de la oposición a la redención, y en
su capital fue crucificado el Redentor que Dios había mandado, quien es también el Señor que los testigos
proclaman. No es la única vez en la historia humana que el instrumento de la derrota de una manifestación de la
bestia llega a ser la siguiente manifestación de la misma. A partir de Apocalipsis 14:8 y 16:19, esta ciudad o
sociedad suprahistórica, que encarniza la resistencia organizada a Dios, se llamará Babilonia (Jer. 50-51),
recordando otra manifestación dela misma oposición.
La colocación de los cadáveres de los testigos en la plaza (8) es una medida para deshonrarlos, de manera que es
parte de la prueba y la persecución (tres ... y medio, 9). Sin embargo, en el plan de Dios resulta también una oportu-
nidad para el testimonio. El Apocalipsis de Juan, cuando emplea el simbolismo de tres y medio, añade al significado
de persecución y prueba, el de testimonio. Aun en su muerte, los dos testigos siguen siendo testigos. La gente de
todo pueblo, tribu, lengua y nación (véase 10:11), que no permitirá que se les dé sepultura, por esta misma
prohibición siguen viendo su testimonio. Pero por única vez en el Apocalipsis, no se trata de tres años y medio (3),
sino de días. El sufrimiento y aun la muerte son realidades para el testigo, pero su magnitud se compara con la del
poder que Dios da a su testimonio como días se comparan con años.
Para los habitantes de la tierra, los testigos son anti-héroes, y se celebra su muerte (10). El mundo establece
días festivos por la derrota de los testigos, porque les estaban haciendo la vida imposible.
Sin embargo, su celebración es abreviada por otra intervención de Dios (11). Resulta que es la intervención
divina, y no la disposición humana, que determina el tiempo que dura la persecución y humillación (9). La resu-
rrección de los testigos se describe en términos de Ezeq 37:10; su ascención al cielo (12) en términos de la ascención
de Jesús (Luc. 24:51; Hch. 1:9). Compartieron la muerte de su Señor, y ahora comparten su resurrección y aun su
ascención (véase Rom. 8:17; 2 Tim. 2:11-12). Se presenta esta resurrección y ascensión como visible, y así será en la
consumación, pero antes de ésta la subida de un creyente a la presencia de Dios no es visible. Es probable que Juan
afirma también la reivindicación histórica de los testigos. Con frecuencia los perseguidos de una generación son los
héroes de la siguiente (véase Lucas 11:47). Este fenómeno histórico, como todos los otros que Juan ha incluido en su
obra, puede ser instrumento de Dios.
Con un violento terremoto (13), Dios muestra que el mensaje de los testigos es verdad. La muerte de siete mil
personas es obra de Dios, como demuestra el número siete. El Espíritu (otro significado de la palabra traducida
aliento en v. 11) de Dios puede convencer a incrédulos de la veracidad del testimonio aun después de la muerte del
testigo. Este convencimiento produce temor (11, 13), que puede ser el principio de una verdadera vuelta hacia Dios;
“temer a Dios” en la Biblia significa creer. Aún más, “dar gloria a Dios” (13) es en Apocalipsis una actividad
exclusiva de creyentes (4:9, etc). Estas frases sugieren que 11:13 presenta las conversiones de los sobrevivientes. La
voluntad de Dios es la conversión de todos, la meta del testimonio de la iglesia.
38

En la descripción del martirio de los testigos, Juan mezcla los tiempos de los verbos. Comienza en futuro (7-8),
y continúa en presente (9-10). Luego vuelve al tiempo futuro (10b), y termina con verbos en tiempo pasado (11-13).
No es fácil ordenar las acciones de acuerdo con estos tiempos verbales. Parece que Juan los mezcla a propósito para
romper la tendencia apocalíptica de establecer tiempos fijos para los eventos que preceden el fin. Juan está descri-
biendo realidades que caracterizan cada generación entre el comienzo del Reino con la venida de Jesucristo y su
consumación con otra venida de Jesucristo.
En 11:3-13, el ministerio de los testigos se presenta en dos etapas: una de poder ilimitado y milagroso (3-6), y
otra de sufrimiento, aparente derrota y muerte (7-13). Pero es interesante que no se menciona ninguna conversión en
la etapa del testimonio en poder y gloria. Es solamente cuando los creyentes testifican en sufrimiento, seguido por un
acto de Dios, que hay vidas cambiadas (13). Solemos pensar que habría más conversiones si tuviéramos poder para
multiplicar los milagros, pero Dios nos está enseñando que es la humillación y sufrimiento del testigo, junto a la
humillación y muerte de su Maestro, que da poder al mensaje; “mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Cor.
12:9).

La última trompeta: la consumación (11:14-19)

Con una referencia a los ayes (14), Juan marca el fin del interludio y el regreso a la serie de trompetas. El
contenido de la séptima trompeta es el anuncio del fin de la historia humana (15), una historia de rebelión y rivalidad
contra Dios. Ahora se realiza el plan original de Dios, un mundo sujeto a su soberanía. Se realiza en el Ungido que
Dios mandó al mundo como Salvador, de manera que el nuevo reino es de nuestro Señor y de su Cristo. Esta
restauración es permanente: él reinará por los siglos de los siglos.
El contenido del séptimo sello fue las trompetas (8:1-2). De la misma manera, la séptima trompeta introduce las
copas, pero éstas no siguen inmediatamente, sino hasta los capítulos 15-16. El vínculo entre la séptima trompeta y las
siete copas es la frase, se abrió en el cielo el templo (11:19; 15:5). De él saldrán los ángeles que llevan las copas
(15:6).
Antes, hay un gran paréntesis que forma el centro del Apocalipsis y el meollo de su mensaje: la carrera terrenal
de Jesucristo y su batalla con las fuerzas de Satanás (caps. 12-14). El anuncio de Apocalipsis 11:15 también sirve
como introducción del tema del “paréntesis,” porque el comienzo del reino de Cristo no es solamente el Juicio Final,
sino aun más su carrera terrenal, especialmente su muerte y resurrección. Estos son los eventos simbolizados en los
primeros versículos del capítulo 12.
Los ancianos tienen aquí su rol acostumbrado de adorar a Dios por los eventos que se acaban de presentar
(11:16). Esta es la única vez en el Apocalipsis que los ancianos se mencionan sin los seres vivientes. Las palabras de
su alabanza (17-18) sirven como un comentario para explicar el sentido del evento anuciado en el versículo 15. La
soberanía de Dios fue puesta en duda por la rebelión de las naciones (18). El verbo se enfurecieron y el sustantivo
castigo tienen la misma raíz, y forman un juego de palabras. La “furia” de Dios contesta la furia de las naciones.
Juan toma esta idea de Salmo 2:1-6 (nótese enojo en el v. 5).
A su debido tiempo, Dios interviene para juzgar a todos y reivindicar a los que han sido fieles a él. Esta
intervención comenzó con la venida de Cristo, y se completará cuando él regrese. Así Dios asume su gran poder y
reina abiertamente (17). Destruirá a los que destruyen su creación (18), otra aplicación de la ley de talión. No se
trata de venganza, sino de cumplir su propósito de misericordia y bondad. Dios quiere proveer para sus criaturas un
ambiente perfecto; los que se oponen a este propósito tienen que ser destruidos para que no frustren el plan bondado-
so de Dios.
Después del canto que explica el propósito de Dios en reinar y juzgar, Juan ve el templo de Dios en el cielo,
abierto por disposición de Dios (19). Se abrió es un “pasivo divino,” la voz pasiva utilizada para expresar una
acción de Dios. Es visible el arca que se encuentra en el lugar santísimo. El lugar santísimo fue la parte más
escondida del templo terrenal, donde nadie más que el sumo sacerdote podía entrar, y él solamente un día al año;
representaba la presencia de Dios. Ahora, por la realización del plan de Dios en Jesucristo, está abierto a todos el
acceso a la presencia de Dios (véase Mar. 15:38; Heb. 10:19-22). No se trata del acceso a un cuarto terrenal que
simboliza esta presencia, sino de acceso a la realidad celestial. Es probable que, con la mención del pacto, Juan
quiere indicar a sus lectores que esta intervención de Dios es el cumplimiento de su pacto, de sus promesas a los que
se vuelven a él.
Los fenómenos de Apocalipsis 11:19b son los mismos que marcan el fin de cada una de las tres series que
simbolizan el juicio de Dios (véase 8:5 y 16:18) y, con la excepción del terremoto, los que observamos delante del
trono de Dios (4:5).
39

La guerra espiritual (Apocalipsis 12:1 a 14:20)

Los capítulos 12-14 forman un paréntesis (antes de las copas de 15:1) que aclara que la batalla que las iglesias
de Asia Menor enfrentan no es entre una pequeña comunidad religiosa y la gran Roma, sino parte de la batalla entre
Dios y su adversario. “El ‘paréntesis’ resulta, pues, el meollo del libro” (Beasley-Murray).

La victoria ganada (Apocalipsis 12:1-17)

Juan presenta otra visión. Aquí describe lo que ve como señal (1, 3), enfatizando la naturaleza simbólica de
estas descripciones. No es un simple cuento, sino la clave para entender la historia del mundo.

La crisis (12:1-4)

En la literatura apocalíptica una mujer es símbolo de una sociedad o un pueblo (véase Jer. 4:31). Los tres
símbolos de luz (sol, luna y estrellas) identifican a esta mujer con los candelabros de Apocalipsis 1:20, y el número
doce confirma que se trata del pueblo de Dios. Es posible que Juan mencione luminarias que se encuentran en el
cielo para recordarles a sus lectores que este pueblo tiene vida en el cielo (véase las estrellas de 1:20). El Mesías
nace de esta mujer (12:5), un hecho que sugiere que ella representa el pueblo de Israel; pero luego la persecución
que ella sufre corresponde a la que sufre la iglesia cristiana en los días de Juan. La mujer representa todo el pueblo
de Dios, tanto los creyentes bajo el Antiguo Pacto como los que creen durante el tiempo del Nuevo Pacto.
La mujer está encinta y sufre dolores de parto (2). El sufrimiento del pueblo de Dios produce un resultado
deseable, como el dolor de dar a luz. Juan emplea un antiguo mito para presentar una interpretación de la experiencia
de la iglesia. Este mito

dice que un usurpador, condenado a muerte por un príncipe que aún no ha nacido, trama un complot para
acceder al trono matando al heredero real en su nacimiento. El príncipe es arrebatado milagrosamente de las
garras del usurpador y es escondido hasta que es suficientemente mayor como para matar al enemigo y
reclamar el reino que legalmente le pertenece (Newport).

Este mito se aplicaba a Apolo, Marduk, Ahura Mazda, y Horus en varias culturas. Refleja el anhelo universal de un
libertador que redima a la humanidad de los poderes del mal. Juan lo aplica a Jesús para proclamar que él cumple
este anhelo.
El dragón que acecha para devorar a su hijo (4) es de rojo encendido (3), color que simboliza su naturaleza
bélica (véase 6:4). Las siete cabezas, cada uno con diadema, simbolizan la autoridad perfecta de Dios, y los diez
cuernos, el poder humano completo. Aquí estas cualidades son pretensiones del dragón, y no realidad. Busca
controlar a la humanidad y sustituirle a Dios. Las siete cabezas también lo hacen difícil de matar, como un monstruo
Hidra. La historia y nuestra propia experiencia nos enseñan lo difícil que es eliminar el mal; humanamente es imposi-
ble.
El dragón tiene una cola tan enorme que arrastró la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre
la tierra (4). Este detalle, aparentemente modelado sobre el caimán, enfatiza el poder destructivo del dragón y su
intención de desbaratar la autoridad celestial de Dios. Ya que las estrellas en la apocalíptica son símbolos de ángeles,
es posible que aquí, como en 8:10-11 y 9:1, Juan piense en la historia de la caída de Satanás. Esta historia se refleja
en el Antiguo Testamento, pero no es una enseñanza de la Biblia. Juan la utiliza aquí porque ilustra la oposición del
dragon, que se identificará como Satanás en el versículo 9, a los propósitos de Dios. Una evidencia de que Juan está
adaptando esta especulación y no confirmándola es que él añade las palabras sobre la tierra; en el mito, Satanás y
sus ángeles son arrojados al abismo. El tema de Juan en Apocalipsis 12 no es el origen de Satanás, sino la
experiencia de Jesús y de sus seguidores.
El dragón está al pendiente del nacimiento del hijo, para devorarlo. Juan piensa en Herodes (Mat. 2:13, 16), y
probablemente Pilato, Nerón y Domiciano, también. Nosotros podemos añadir otros casos en que este dragón se
apodera de los poderes mundiales buscando frustrar la voluntad de Dios.
40

La batalla celestial (12:5-12)

El versículo 5 identifica al hijo como Jesucristo por referencia a dos pasajes del Antiguo Testamento. La frase
gobernará a todas las naciones con puño de hierro indica que se trata del Mesías presentado en el Salmo 2 (véase
Sal. 2:8-9). La frase dio a luz un hijo varón recuerda Génesis 4:1, e identifica a este hijo como el cumplimiento de
la profecía de Génesis 3:15. Jesús es la descendencia de la mujer, a la cual la serpiente antigua (Apoc. 12:9) hiere,
pero Jesús gana la victoria. Apocalipsis 12:5 abarca toda la carrera de Jesucristo, hasta que fue arrebatado de la
tierra e instalado ante Dios, que está en su trono.
Si el dragón no puede atacar al hijo, entonces la mujer está en peligro (6). Pero Dios la proteje. Los mil
doscientos sesenta días o tres años y medio es el tiempo de la prueba y también de la protección de Dios (11:2), y el
desierto es el lugar de prueba (Ex. 15:25) y también de la protección y provisión de Dios (el maná; véase también la
experiencia de Elías en 1 Rey. 17:3-6). Los versículos 13-17 desarrollarán el tema de la prueba y la protección de la
iglesia.
Antes, Juan presenta una guerra en el cielo (7), desarrollo del cuadro presentado en los versículos 4-5. Satanás
quiere tomar el lugar de Cristo y de Dios en el trono; así que ataca el cielo. En el simbolismo apocalíptico, los
ejércitos de Dios son los ángeles, dirigidos por Miguel, el arcángel guerrero. Apocalipsis 12:11 muestra que Miguel
y sus ángeles son una figura de Cristo y su pueblo. Juan utiliza términos apocalípticos para interpretar el significado
de la venida del Hijo de Dios al mundo creado, y su muerte y resurrección. Satanás aprovechó esta oportunidad para
atacar a Dios, porque no puede atacar el trono celestial. Todas las fuerzas del mal se concentraron en el Calvario,
para destruir el heredero del trono.
Los seres creados por Dios pueden rebelarse y pelear contra él, pero no pueden prevalecer (8); no hay ningún
poder que pueda competir con el de Dios. La aparente victoria del mal en la Cruz fue en realidad su derrota
definitiva, como la Resurrección comprueba.
Ya no hubo lugar para ellos en el cielo sugiere que Satanás y sus ángeles tenían un lugar en el cielo antes de la
misión de Jesucristo. Juan está empleando de nuevo la historia de la caída de Satanás (véase 12:4), que presenta a
Satanás como un ángel caído. Es posible que lo es; no estaría de acuerdo con la verdad bíblica que Satanás fuera un
ser independiente de Dios. Todo lo que existe, aparte de Dios, es creación de Dios y sujeto a él. Sin embargo, esta
especulación lógica no es enseñanza bíblica. Apocalipsis 12:8-9 presenta la expulsión de Satanás del cielo como
resultado de la victoria de Jesús en su muerte y resurrección, no como un evento que precede la creación del hombre.
El propósito de Juan no es enseñar que Satanás fue expulsado del cielo o cuándo lo fue, sino presentar una
verdad teológica: La Cruz muestra definitivamente que la maldad no tiene ningún lugar en el gobierno de Dios.
Mucho en nuestro mundo puede poner en duda la bondad absoluta de Dios, pero en la Cruz Dios mismo se somete a
las consecuencias del mal y las transforma en una fuerza redentora. La cruz del Hijo de Dios muestra de manera
tajante que no hay lugar para un “lado negro” de Dios o de su gobierno. Tal concepto no es más que un engaño de
la serpiente antigua que engaña al mundo entero.
En lugar de mencionar el abismo o el infierno, donde en la antigua historia es arrojado Satanás y sus ángeles,
Juan dice que fue arrojado a la tierra (9, véase v. 4). Allí Satanás seguirá su guerra, ahora con poder politico y
medios ideológicos para engañar y seducir la humanidad.
Los versículos 10-12 interpretan el cuadro simbólico de 7-9. La derrota de Satanás y del mal significa salvación
para los que siguen a Cristo y por medio de él a Dios. El poder de Dios se revela en salvación (Rom. 1:16); cuando
destruye, destruye a destructores para rescatar a sus víctimas (11:18). El reino de Dios está confirmado por la
derrota del usurpador, y el hecho de que esta salvación y poder y reino se realizan en el ministerio, muerte y resu-
rrección de su Cristo confirma la autoridad de Cristo (12:10).
El gran clamor es una delcaración por el pueblo de Dios, que tiene su morada en el cielo. Acusador es el
significado de los títulos “Satanás” y “diablo.” El sacrificio de Cristo logró el perdón de los acusados, de manera que
ya no se admiten las acusaciones del Satanás.
Apocalipsis 12:11 explica en qué consiste la derrota del mal descrita en 7-9. Los hermanos (10) lo vencieron
por el sacrificio sangriento del Cordero y por el fiel testimonio que ellos han dado. La batalla de los versículos 7-9,
como el arrebatamiento del 5, es un símbolo del ministerio terrenal de Jesucristo. También incluye la participación
de los creyentes. La parte de ellos no es repetir el sacrificio, ni pelear con armas de destrucción. Ni siquiera son
llamados a convencer a los incrédulos; ésta es obra del Espíritu Santo. Los creyentes simplemente deben dar
testimonio al mensaje, describiendo lo que Cristo ha hecho en sus vidas (véase 2 Cor. 5:19).
41

Testificar es una tarea sencilla, pero no fácil, porque les puede costar su vida. Tienen que estar dispuestos a
testificar, aunque el resultado sea la muerte. Parte del secreto de su victoria es que en Cristo han encontrado una
relación que supera la muerte, y así pueden amarles a él, a su Padre, a sus prójimos y aun al perseguidor más que la
vida misma. Expresan este amor en un testimonio poderoso, porque están dispuestos a morir por la verdad que
proclaman. Del ejemplo del Cordero sacrificado han aprendido que la victoria llega disfrazada de muerte (2:10).
Satanás no puede seguir acusando a los hombres en el cielo; por tanto viene a la tierra (12:12) para engañar (9) y
dañar. La victoria de Cristo y de sus seguidores da alegría a los habitantes de los cielos, pero significa peligro para la
tierra y para los que dan testimonio a Jesús en ella, porque el diablo ha sido arrojado a ella (9). Su furor es mayor,
porque sabe que le queda poco tiempo.
Esta es una explicación sorpresiva de la persecución y tribulación de los creyentes. Es precisamente porque han
ganado en Cristo la batalla celestial, que sufren las acechanzas del diablo en la tierra. El cristiano tiene dos natura-
lezas, y vive tanto en el cielo como en la tierra. Como habitante del cielo se regocija en la victoria que Cristo ha
Ganado. A la vez que entiende que, estando en la tierra, tiene que sufrir horribles ataques de parte del dragón herido
por su identificación con el Victorioso.

La batalla terrenal (12:13-17)

Cuando el dragón ve que no puede destruir el Hijo, persigue a su madre (13). La persecución de la iglesia es una
expresión de la enemistad del mal hacia Jesucristo (Juan 15:18). Sin embargo, la iglesia cuenta con protección divina
(14, véase 6). En el Antiguo Testamento, las alas del águila representan la protección de Dios (Ex. 19:4; Is. 40:31);
aquí son dadas por Dios. Se le dieron es un “pasivo divino.” Los judíos del primer siglo evitaban pronunciar el
nombre de Dios, y una de las maneras de expresar la acción de Dios sin pronunciar su nombre era expresar esta
acción en la voz pasiva. El desierto y un tiempo y tiempos y medio tiempo (tres y medio) son otros símbolos de la
protección de Dios, pero también de la prueba de su pueblo.
La serpiente, como príncipe de la maldad, tiene autoridad sobre el mar, símbolo de la maldad. Echa de su boca
agua como un río contra la iglesia (15), pero es frustrado de nuevo en su intento de destruirla (16). Si hace falta, la
misma naturaleza ayudará al pueblo de Dios, porque Dios no permitirá que se destruya, ni que se apague la luz (12:1;
11:4) de su testimonio. En el momento más negro surge una ayuda, del lugar menos esperado. Esta narrativa
simbólica expresa la seguridad de que el pueblo de Cristo, igual que Cristo mismo, no puede ser destruido. La iglesia
persistirá hasta el regreso de su Cabeza.
Estas son buenas noticias para los creyentes, pero incluyen una mala noticia. Si el dragón no puede derrotar al
Hijo Salvador ni a su madre, atacará al resto de sus descendientes (17). Estos son los que obedecen los manda-
mientos de Dios y se mantienen fieles al testimonio de Jesus, los creyentes. En el v. 12 vimos que la victoria
celestial que los creyentes tienen en Cristo significa tribulación terrenal. Aquí se presenta un aspecto de esta
paradoja: la seguridad absoluta de la iglesia y de su mensaje es acompañada por persecuciones o aun muerte para el
creyente individuo. Satanás ataca a los creyentes con aun mayor vehemencia por las dos frustraciones que ha sufrido
(8, 16). Juan trata con este cuadro de victoria y a la vez peligro el problema de la persecución, presentando sus
causas, sus límites, sus resultados y la seguridad de la cual el creyente goza en medio de ella.

Los aliados de Satanás (13:1-18)

El dragón busca aliados para la batalla terrenal contra los creyentes. Hay un doble simbolismo en su posición a
la orilla del mar. Para los lectores originales en las siete ciudades (1:11), en Asia Menor, el mar quedaba al
occidente, y Roma se encontraba más allá de él. Juan anticipa la identificación de la Bestia del capítulo 13 como el
Imperio Romano y su Emperador. A la vez, en la literatura apocalíptica el mar es símbolo del mal, especialmente del
caos de la rebelión humana. Satanás busca aliados entre la masa de la humanidad que se ha rebelado contra Dios, y
siempre hay candidatos.
42

La primera bestia (13:1-10)

De la humanidad rebelde sube una bestia. Es semejante al dragón (12:3), ya que tenía diez cuernos y siete
cabezas, que simbolizan el poder humano (diez) y pretensión a divinidad (siete). La inversión del orden de los
cuernos y las cabezas y el cambio del número de diademas recalcan el número humano diez; esta figura, en
contraste con el dragón, es humana. El nombre blasfemo sobre cada cabeza indica su pretensión a la divinidad; se
autonombra con un título que corresponde solamente a Dios.
Hay que interpretar este simbolismo en dos contextos: la situación histórica de Juan y de las iglesias a quienes se
dirigió el Apocalipsis, y la realidad humana que se manifiesta en todos los momentos de la historia. Juan piensa en el
Emperador romano de su día. El Emperador Domiciano exigía que se le llamara “Hijo de Dios” y “Señor.” Las
monedas de su reino reflejan estos títulos y otros como “Dios” y “Salvador.” Para Juan y los otros cristianos, aplicar
estos títulos a un ser humano era blasfemia.
Los animales mencionados en 13:2 se derivan de Daniel 7:4-6, donde representan grandes imperios históricos.
Juan identifica el Imperio Romano como sucesor de aquellos imperios, especialmente en su oposición al bienestar
humano y al propósito divino. El dragón es la fuerza detrás de esta perversión del propósito divino para el gobierno.
Esta evaluación del Imperio bajo el cual vive Juan es una aseveración política fuerte y peligrosa de parte de Juan.
Sin embargo, el significado de la bestia de Romanos 13 no se limita al Emperador romano. . La bestia es el uso
de la autoridad para ser servido y no para servir. Dios usa su poder para el bien de los que están sujetos a él, y quiere
que la autoridad humana se emplee con el mismo propósito. Pero siempre sentimos la tentación de utilizar nuestro
poder o autoridad para imponernos sobre otros, para obligarles a satisfacer nuestras necesidades. Ceder a esta
tentación es seguir el camino de Satanás, y convierte la autoridad que Dios ha concedido para servir a otros en una
fuerza demoniaca (2).
Así que la bestia se manifiesta cuandoquiera el poder político pretende ser absoluto. Es más, dondequiera que
haya autoridad humana está presente la bestia. La bestia se encuentra aun en el corazón de cada cristiano, porque
todo creyente tiene un don que Dios le ha dado para servir, y ese don se puede usar para beneficio de otros o para
fines egoístas
Con siete cabezas (1), la bestia es semejante a un monstruo Hidra, duro de matar. Si se le quita una cabeza, tiene
más. La herida fatal sanada (3) enfatiza esta cualidad. En la historia, cada vez que es destruida una manifestación de
la bestia, otra surge. Con frecuencia, es la misma persona o grupo que “mata” la bestia quien la vuelve a encarnar.
Aun en las iglesias, se puede observar que cuando un grupo se levanta para oponerse a una autoridad impositiva y no
servicial, y logra tomar la autoridad, muchas veces termina con la misma actitud a la cual se oponía. Hay que
reconocer que la bestia está en el corazón de cada uno de nosotros; todos estamos tentados a usar la capacidad y
autoridad que Dios nos ha encargado, sea poca o mucha, para imponernos a otros, para manipularlos o para
oprimirlos.
La herida sanada de la bestia es también una imitación de la resurrección de Cristo. Las siete cabezas del
dragón y de la bestia son imitación de la autoridad de Dios; la exaltación de la bestia en el versículo 2 es imitación
de su dignidad. Ahora se imita la manifestación suprema de éstas en la historia humana. Con la segunda bestia (11) o
falso profeta, aun se forma una trinidad del mal (dragón, bestia, falso profeta), en imitación de la naturaleza trina de
Dios. La pregunta al final del versículo 4 es otra imitación; la misma se hace de Dios en Exodo 15:1 y Salmo 35:10.
La maldad no es creativa; solamente puede pervertir o imitar lo que Dios crea.
Las pretensiones y falsificaciones de la bestia impresionan a los que no conocen ni adoran al Dios verdadero
(3b). Si no nos sometemos a la Verdad, estamos condenados a vivir engañados por mentiras. El que no adora al Dios
verdadero, es condenado a adorar una imitación. Y toda adoración que no se dirige al único Dios verdadero es a fin
de cuentas adoración al dragón, Satanás (4). Satanás es el prototípico adversario de Dios, y cuandoquiera que se
atribuya a una criatura la gloria o la autoridad que corresponden a Dios, se puede decir que Satanás es exaltado o
adorado.
El mundo entero adora la bestia porque piensa que nadie puede combatirla. Es una sumisión basada más en
conveniencia que en lealtad personal: si no puedo derrotarla, más vale que sea su aliado. También le motiva al
mundo la esperanza de aprovechar el poder. Muchos acatan al que tiene el poder porque esperan luego tomar el
poder y ser a su vez acatados. El mundo adora el poder, no el servicio.
La bestia se arroga títulos divinos (5). Juan piensa en los títulos de divinidad que el Emperador Domiciano se
atribuía, pero esta característica se encuentra en todas las manifestaciones de la bestia. Aun cuando no se llaman a sí
mismos Dios, los que buscan ser servidos se arrogan autoridad divina de alguna manera. En el ambiente de la iglesia,
43

insisten que él les ha delegado su autoridad o pretenden poseer la verdad absoluta o haber recibido una revelación
exclusiva.
La bestia persigue a los que no comparten sus valores egoístas (6-7). Juan vuelve al tema—prominente en los
capítulos 6, 7, 11, y 12—de la persecución de los creyentes. Son perseguidos por su identificación con Cristo y con
su Padre, Dios (véase 12:17; Juan 15:18-20). El mundo egoísta persigue a los seguidores del Cordero porque en ellos
reconoce el mismo espíritu de servicio que vieron en el Cordero. El egoísmo no puede tolerar a los que se dedican al
servicio.
La persecución es una realidad en la vida de fe; el creyente aun tendrá que sufrir la derrota ante el mal (13:7;
11:7). Sin embargo, precisamente en la derrota, descubrirá el poder victorioso de Dios. Tendrá la oportunidad de ver
la suficiencia de Dios para toda necesidad, y de testificar de su suficiencia y amor.
En Apocalipsis 13:6 hay un juego interesante sobre la idea de morada: los que viven en el cielo son la morada9
de Dios sobre la tierra. Estos términos espaciales son símbolos de relaciones. “Vivir en el cielo” significa tener una
relación con Dios. Y en la tierra Dios mora en los que tienen esta relación. 10 La esencia de la realidad espiritual que
Jesucristo ofrece es una relación, y cualquier cambio de lugar (de la tierra al cielo) o de estado (nueva naturaleza) es
un resultado derivado de la relación.
Tal vez el aspecto más sorprendente de Apocalipsis 13:5-7 sea la frase se le permitió (5, 7). Esta frase tiene la
forma que se llama “pasivo divino.” (véase comentario a 11:19). El pasivo sugiere que Dios consiente la
arrogancia, la guerra y toda la autoridad de la bestia. Aun le permite vencer a los santos. A la luz de la Biblia, no
es posible pensar que Juan creyera que Dios mandara la persecución a los que creen en él y en su Hijo, ni que Dios
recibiera placer de estos sufrimientos. Juan expresa de una manera sorprendente, tal vez con hipérbole, la verdad de
que ningún suceso y ninguna maldad en la creación escapa del control de Dios. Juan no quiere afirmar que Dios
apruebe las acciones de la bestia, sino que las limita y las usa para lograr sus propios propósitos. Los pasivos divinos
de Apocalipsis 13:5 y 7 declaran que Satanás y la bestia dependen del poder de Dios, y por lo tanto tienen solamente
un poder limitado. Nuevamente vemos que el mal no es creativo. No genera un poder para competir con el de Dios;
solamente puede distorsionar o imitar lo que Dios crea.
La bestia es una realidad en todos los pueblos de la tierra (13:7b). Todos los que no tienen relación con el
Cordero adoran la bestia (8). En este contexto, adorar no se refiere principalmente a actos formales de culto, sino a
una orientación básica de la vida, a los valores que determinan las acciones. A fin de cuentas, cada persona adora al
dragón o al Cordero. Su actitud hacia el poder y el servicio muestra cuál.
En el versículo 8, Juan describe la relación con Jesucristo por medio del simbolismo de un registro de los
ciudadanos de una ciudad (véase 3:5). Solamente en esta relación se encuentra el propósito de la vida, y solamente
en Cristo se preserva la vida, de manera que este rollo se puede llamar el libro de la vida. Ya que solamente por el
sacrificio de Jesucristo podemos alcanzar esta relación con Dios, se describe también como el libro del Cordero que
fue sacrificado.
Juan dice que fue sacrificado desde la fundación del mundo. Jesús murió muchos siglos después de la creación
del mundo, pero su muerte no fue una respuesta improvisada de Dios cuando le sorprendiera el pecado humano. Más
bien fue parte de su propósito eterno. Nuestra redención no comienza con nuestra búsqueda de Dios ni aun con la
Cruz. Dios tomó la iniciativa aun antes de crear el mundo, y nos creó sabiendo que nuestra rebelión le iba a costar la
muerte de su Hijo. Tal amor rebasa el entendimiento humano.
Apocalipsis 13:9 advierte al lector que se va a presentar una verdad importante, que requiere discernimiento
espiritual, esto es, discernimiento dado por Dios, para entenderla.
La bestia causará muchos daños a los creyentes, incluyendo encarcelamiento y muerte (10); no se debe resistir a
esta violencia con violencia. Los fieles no han de luchar con la fuerza de las armas, sino con el sufrimiento de la cruz
(Salgado). Juan ya dijo que el sufrimiento extremo no se puede evitar (11:7; 13:7). Tal vez vuelve a este tema porque
no es fácil aceptar; 13:9 sugiere que la verdad del v. 10 se puede entender solamente con la ayuda del Espíritu de
Dios.
La última frase de 13:10 significa que la autenticidad de la fe perseverante se manifiesta precisamente en la
crisis de la persecución. No podemos evitar el sufrimiento, ni siquiera por la fe, pero por el poder de Dios podemos
perseverar y mantener una actitud pacífica de servicio. La perseverancia de los cristianos ante semejante destino

9
En el griego, morada y viven son formas de una misma raíz, que significa tienda de acampar. Juan quiere que
sus lectores recuerden la santa tienda que Dios mandó a Israel construirle (Ex. 25ss.).
10
Juan explica que la morada de Dios son los que viven en el cielo; no puso ninguna conjunción como y
después de la palabra morada.
44

contribuye a la victoria sobre el mal.

La segunda bestia (13:11-18)

Juan ve otra bestia, que sube de la tierra, y es semejante a un cordero (11). Promueve la adoración de la
primera bestia (12, 13, 15). Juan describe una realidad de su propia situación histórica, pero hoy no sabemos lo
suficiente acerca de Asia Menor en el primer siglo para identificarla con exactitud. Algunos han especulado que
existía una comisión para promover o exigir la adoración del Emperador, aunque ya no hay evidencias de tal comi-
sión. Es posible también que se trate de una presión menos formal en la sociedad para participar en la adoración del
Emperador. De hecho fue en el oriente del Imperio (Asia), donde se acostumbraba identificar a los reyes como
divinos, donde comenzó la divinización del Emperador romano, y varias de las ciudades de Asia Menor menciona-
das en Apocalipsis rivalizaban para dar mayores honores y adoración a él.
En un sentido más amplio, podemos decir que la segunda bestia (o el falso profeta, 16:13 y 19:20) representa la
legitimización religiosa del poder egoísta que caracteriza la primera bestia. Durante gran parte de la historia humana,
la religión ha sido considerada una expresión de lealtad política. El Imperio Romano a veces exigía que sus aliados o
enemigos derrotados aceptaran los dioses romanos como una expresión de fidelidad a Roma. En siglos posteriores,
reyes cristianos imponían el bautismo al sujetar a pueblos vecinos. Aun en el presente, hay países que exigen cierta
religión de todos sus ciudadanos. En otros lugares, esta legitimación es más ideológica que religiosa, pero el
resultado es igual. Se pretende que lo que una persona cree y los valores que adopta sean determinados por una
autoridad externa, y no por una decisión personal.
El fenómeno simbolizado en la segunda bestia se da también en las iglesias. Cuando un líder o cualquier
creyente dice con palabras o con actitud, “Dios me ha hablado, y el desacuerdo conmigo es rebelión contra Dios,” se
está manifestando la segunda bestia. Si la primera bestia se impone y exige ser servido por fuerza física, la segunda
hace lo mismo por argumentos prepotentes (14).
La segunda bestia tiene dos cuernos como de cordero (11). No aparenta una semejanza a la primera bestia, y
no exige abiertamente ser servido. Más bien se presenta como semejante al Cordero, manso y dispuesto a servir.
Pero su “servicio” es hacer las decisiones morales que deben corresponder a las personas “servidas,” y así imponer
sobre ellas la religión o ideología que esta bestia promueve (12). En realidad, el que hablaba por medio de este
“cordero” manso es el dragón (véase Mat. 7:15), el mismo espíritu egoísta que pelea contra Dios en la primera
bestia (Apoc. 13:2).
Como el dragón imita a Dios y la primera bestia a Cristo, la segunda imita al Espíritu Santo. Está en presencia
de la bestia (12), como el Espíritu está delante del trono de Dios (4:5; Juan usa la misma preposición). Promueve la
adoración de la bestia, como el Espíritu glorifica a Jesús (Juan 16:14). Hace caer fuego del cielo (Apoc. 13:13), un
acto que recuerda el descenso del Espíritu en Pentecostés (Hch. 2:3).
La autoridad que obra en la segunda bestia es la misma que obra en la primera (Apoc. 13:12). El falso profeta
la usa para promover la adoración de la primera bestia. Si la primera bestia es el uso ilegítimo del poder para obligar
a otros a servirle a uno, la adoración de ella es la aprobación ideológica y religiosa de esta imposición.
Es posible que el número dos (11) se refiera al testimonio de la segunda bestia a la primera, y a los supuestos
milagros de la primera, como sanarse de una herida mortal (12). El falso profeta también realiza milagros, como
hacer caer fuego del cielo a la tierra como un rayo (13), y hacer hablar una imagen de la primera bestia (15).
Hay evidencia de que los sacerdotes de la antigüedad producían aparentes señales milagrosas en sus templos, por
ejemplo, manipular la electricidad para producir un “rayo.”
También se han encontrado grandes imágenes con un hueco en el lugar de la boca y evidencia de que una tela
tapaba la boca; parece que un sacerdote se metía en este hueco detrás de la tela para que la imagen “hablara” a los
adoradores reunidos ante la estatua.
La amenaza de matar a los que no adoran la imagen de la bestia (15) recuerda la historia de la imagen de
Nabucodonosor (Dan. 3:1-7).
Con tales señales, el falso profeta engaña a los que tienen vida solamente en la tierra, los que no creen en el
Cordero, y les insta a la idolatría de hacer una imagen de la bestia (Apoc. 13:14). Pero aun este engaño no escapa del
control de Dios, porque su capacidad para engañar se le permitió (pasivo divino, véase comentario sobre 13:5-7).
Dios limita los intentos de engañar y aun los usa para sus propósitos, para desarrollar la perseverancia de los suyos
en medio de estos acechos (10).
La marca que el falso profeta obliga a todos a recibir (16) es una imitación del sello con el cual Dios marca a
los suyos (7:3). Se aplica a la frente, como el sello de Dios, o en la mano derecha. Como el sello, simboliza una
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identificación espiritual, y no es una marca física. La marca representa la presión económica (13:17), que se añade a
la imposición de poder (primera bestia) y el engaño ideológico (segunda bestia) para sostener y extender la autoridad
de la bestia. Dondequiera que una religión se promueva con presiones económicas y sociales, en lugar de presentar la
verdad y permitir a cada persona decidir por su propia conciencia, la bestia está actuando.
En 13:18, Juan presenta el número de la bestia, que es seiscientos sesenta y seis. La invitación a “calcular” el
número y descubrir la sabiduría indica que es un número simbólico. En el versículo 17, se identifica como el
número del nombre de la bestia. En el griego del primer siglo, las letras servían también como números. Cada
palabra o nombre, entonces, tenía su “número,” la suma de los valores de sus letras. Es probable que los primeros
lectores del Apocalipsis conocían un nombre cuyo número era 666, y entendieron inmediatamente la alusión de Juan.
Sin embargo, los lectores modernos, que tenemos solamente el número, no podemos reconstruir el nombre, porque
varios nombres pueden tener el mismo número.
Aunque la identificación del ser humano bajo el código de 666 está perdido para los lectores modernos,
podemos entender su simbolismo: seis es el número del mal, y las tres repeticiones simbolizan el mal superlativo. La
bestia es el colmo del mal; el egoísmo y el uso de la autoridad para ser servido son la quintaesencia del mal y la
fuente de todos los males. Pero seis es también el número del fracaso. En el orden que Dios ha establecido, la
maldad finalmente fracasa. Esta verdad es esperanza para todos los oprimidos y perseguidos. El reinado de la maldad
puede ser largo, pero no es permanente. Su fin será la destrucción.

La victoria consumada (Apocalipsis 14:1-20)

El ejército del cordero (14:1-5)

Los que no aceptan la marca de la bestia están excluidos de la sociedad humana (13:17), pero gozan de una
comunidad superior, la de los santos y del Cordero (14:1). Cada persona escoge llevar la marca de la bestia o el
sello de Dios; tiene que identificarse o con el uno o con el otro.
Los 144,000 nos fueron presentados en 7:4. El sello que recibieron en 7:3 se identifica aquí como el nombre del
Cordero y de su Padre (14:1). Porque el nombre representa el carácter, el sello no es una marca visible en la piel,
sino semejanza ética. Los que creen en el Cordero son transformados a su semejanza, y viven para servir. “Los
redimidos llegan a ser como el Redentor” (Newport). La marca de la bestia también es semejanza ética; los
seguidores de la bestia son los que viven para lograr que otros les sirvan, por fuerza o por mañas.
El monte Sion originalmente fue la colina sobre la cual se situaba la ciudad de los jebuseos (2 Sam. 5:6-9), pero
el nombre se extendió al norte, al monte donde se instaló el arca del pacto (2 Sam. 6:16-17) y posteriormente se
construyó el Templo de Jerusalén (Is. 8:18; Miq. 4:7; etc.). Así llegó a ser símbolo de la presencia de Dios con su
pueblo (Joel 3:16; Rom. 11:26) para protegerlo (Sal. 48:2-3). También representó al mismo pueblo de Dios (Sof.
3:14; Heb. 12:22). En Apocalipsis 14:1, Sion no es un lugar geográfico donde se reunan los creyentes, sino la nueva
sociedad que Jesucristo está formando y que abarca todo el orbe. En el versículo 2, los sellados se colocan en el
cielo, y en el 3, delante del trono, símbolos de la relación con Dios que es la base de la nueva sociedad.
Estos creyentes no están lamentando su exclusión de la sociedad terrenal, sino cantando alabanzas a Dios (3). El
ejército de Cristo se dedica al canto, no a la guerra; sus armas son su testimonio, presentado en paz, y sobre todo su
adoración a Dios y a su Hijo. Su canto es fuerte como una catarata y hermoso como arpas (2). Es un himno nuevo
(3), que celebra su redención. Solamente los redimidos pueden aprender aquel himno. Alaban a Dios por la
redención que conocen por experiencia propia; saben que él ha vencido y es digno de alabanza. Lo alaban no
solamente por las obras que pueden observar en la naturaleza o en las vidas de otros, sino por la transformación y
rescate que han experimentado dentro de sus corazones. Sin duda les duele la persecución y las pruebas que sufren
en la tierra, pero pueden cantar porque han sido rescatados de la tierra y gozan de las relaciones celestiales.
Los versículos 4-5 especifican más el carácter de los soldados cantantes de Cristo. El punto esencial es su
dedicación exclusiva para Dios y el Cordero. Fueron rescatados por el sacrificio de Jesucristo, y están dedicados
exclusivamente a sus propósitos y los de su Padre, como la ofrenda de los primeros frutos se reserva a Dios. Esta
dedicación produce obediencia absoluta a él; siguen al Cordero por dondequiera que va. Hay que entender la
descripción de ellos como vírgenes (4, nota) a la luz de esta verdad central. Vírgenes describe su fidelidad espiritual
a Dios; la fornicación que evitan es espiritual. No se trata del celibato físico; la relación sexual se presenta en la
Biblia como don de Dios al matrimonio, y no como contaminación.
De manera semejante la mentira (5) es principalmente a la mentira que el Imperio quería que todos sus súbditos
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dijeran: “César es Señor.” A pesar de las presiones políticas, religiosas y económicas, los cristianos confesaban,
“Jesús es Señor.” Algunos perdieron la vida antes de permitir que aquella mentira se hallara en su boca.
La ofrenda de los primeros frutos (4) consistía en el primero producto de la tierra, lo más apreciado. Esta
figura sugiere el valor especial que tienen los creyentes ante Dios. Pero los primeros frutos también significaban la
promesa divina de una cosecha abundante. Los redimidos son señal de la promesa de Dios a toda la humanidad. El
sufrimiento, el testimonio y la adoración de los despreciados seguidores de Cristo producirán una cosecha abundante
de conversiones entre los seguidores de la bestia.

El fin de la historia (14:6-13)

Esta sección contiene anuncios angélicos, como el capítulo 10. Son verdades que Dos envía por sus mensajeros.
Es curioso que el anuncio del juicio se describa como evangelio, buenas nuevas. Sería buena noticia para los oprimi-
dos, pero este mensaje se dirige específicamente a los que viven en la tierra (6), palabras que en el Apocalipsis
siempre describen a los incrédulos, sujetos a la condenación de Dios. La explicación se encuentra en los capítulos 9
y 16: la voluntad de Dios es que su juicio no sea final, sino que estimule a los condenados al arrepentimiento. Por
tanto, el anuncio de un anticipo del juicio dentro de la historia es buena noticia para el que responde a la desgracia
con arrepentimiento. La segunda mitad de 14:7 confirma esta interpretación; la respuesta correcta al juicio es adorar
a Dios, el Creador. Dios anticipa su juicio en esta vida, porque quiere que toda nación, raza, lengua y pueblo
venga a él y lo adore. Esta adoración no se limita a cultos religiosos, sino que describe una relación con él que
abarca toda la vida y afecta todos los valores y acciones. Es para una vida saturada de esta adoración que Dios
rescata (3) a personas del egoísmo y de la rebelión.
El juicio de Dios y la transformación de rebeldes significa la caída de la gran Babilonia (8). Como en el caso
de la bestia (11:7), Juan introduce un nombre que explicará después (Apoc. 17). Babilonia representa la sociedad
humana organizada en base de la independencia de Dios. Dios creó al hombre para una relación con él, y esta
relación implica relaciones de amor entre los hombres. Aun cuando el hombre quiere independizarse de Dios y se
rebela, queda en su corazón la profunda necesidad de las relaciones, y busca relacionarse con sus semejantes sin
referencia a Dios. Su rebelión contra Dios llega a ser la base de su sociedad. Esta “ciudad” que se opone a los
propósitos de Dios es la misma que se presenta en 11:8 como Sodoma, Egipto y la ciudad que crucificó a Jesús. De
aquí en adelante se presenta bajo el nombre de Babilonia.
Babilonia fue el imperio que, seis siglos antes de Cristo, desterró al pueblo de Dios y destruyó el Templo y el
arca del pacto. Por lo tanto, Babilonia se convirtió en símbolo del gran adversario de Dios dentro de la historia
humana. La referencia al excitante vino de su adulterio (8) es alusión a la descripción de Babilonia en Jeremías
51:7. Babilonia fue instrumento de Dios para castigar a otras naciones, pero luego ella también tenía que ser castiga-
da (Jer. 51:8). El juicio de Dios significa la caída de todas las manifestaciones de la sociedad rebelde que quiere ser
independiente de él; tal sociedad no puede ser permanente (véase Sal. 2). Esta verdad es parte de la única esperanza
legítima que la humanidad puede guardar, y también parte del evangelio eterno (6) que Dios le proclama. El fracaso
de nuestros intentos para independizarnos de Dios es buena noticia—¡la mejor noticia que podemos escuchar!
El que se identifica con la sociedad rebelde tiene que sufrir su destino. Adorar a la bestia y recibir su marca (9)
se refieren a una calidad de vida más que a una adoración formal; todos los que no se someten al Cordero (quien
sirve a otros) son parte del reino de la bestia (el egoísmo que quiere ser servido). En Apocalipsis, la adoración
significa toda la vida, y no solamente una parte de ella. El que adopta los valores de la bestia y de Babilonia tendrá
que participar en su destino, que es beber del vino del furor de Dios (10), esto es, sufrir su juicio. Babilonia
administra este juicio a otros (14:8), pero según 16:19 Babilonia misma tiene que beber de la copa llena del vino
del furor de su ira. Esta copa es símbolo de la caída anuciada en 14:8. La copa (10) fue un símbolo del juicio de
Dios (Sal. 75:8; Is. 51:17, 22). Cuando Jesús iba a sufrir el castigo de Dios, usó la figura de la copa (Mar. 14:36;
Mat. 26:39; Luc. 22:42; Jn. 18:11). Vino puro describe un vino que no se ha diluido con agua. Los que se rebelan
contra Dios escogen un camino que no merece nada más que el juicio. El furor no diluido y el fuego y azufre
expresan la calamidad y desolación de una vida vivida sin relación con Dios.
Los fieles seguidores de Jesús sufrían ante el público burlón del circo, pero los seguidores de la Bestia sufrirán
ante un público más digno: en presencia de los santos ángeles y del Cordero. Tal vez uno de los factores más
dolorosos de este castigo sea ver triunfante y reinando al Cordero a quien los castigados se opusieron. Es mejor
reconocerlo como Señor ahora mismo, y darle ya la victoria en el corazón.
El humo de ese tormento sube por los siglos de los siglos (14:11), un testimonio eterno del justo juicio de
Dios. Los que se opusieron al testimonio de Dios durante su vida terrenal, darán testimonio involuntario de él
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durante toda la eternidad. Nadie puede vivir en independencia de Dios, ni frustrar su propósito. Aun nuestra rebelión
sirve los propósitos de Dios en maneras que no nos podemos imaginar. Todo hombre tiene relación con Dios, y todo
hombre dará testimonio. Nuestra decisión solamente determina si esta relación sea positiva o negativa.
No habrá descanso ... para el que adore a la bestia. El que se rebela contra Dios nunca puede relajarse,
porque Dios siempre está acechándolo e invitándolo a dejar su rebelión y convertirse en hijo obediente. El rebelde
nunca tendrá descanso en el sentido de una cesación de vigilancia o de actividad. Decanso también implica llegar a
la meta, disfrutar de los resultados del esfuerzo y de una tarea cumplida. Los que dedican sus vidas a frustrar el plan
de Dios, siguiendo a la bestia que todos encontramos en nuestro mundo y en nuestros corazones, nunca gozarán de
esta satisfacción.
Precisamente en el contexto del juicio de Dios se revelará la sabiduría de la perseverancia de los santos (12)
en obediencia y confianza. Encontramos la misma afirmación en Apocalipsis 13:10, en el contexto de la persecución
inevitable de los creyentes fieles. En el mundo, tienen que perseverar aun en la cautividad y la muerte, y no es
aparente la conveniencia de su perseverancia. En el juicio de Dios, sin embargo, su perseverancia en obedecer a Dios
y mantenerse fieles a Jesús les permitirá evitar el castigo y gozar del descanso que Dios da (14:13).
La muerte en el Señor no es calamidad, sino bendición (13). Esta es la segunda de siete “felicitaciones” en
Apocalipsis (véase 1:3). El Espíritu explica por qué merecen felicitación: su muerte significa descanso. Para los que
viven para sí mismos y en rebelión contra Dios, la muerte es la frustración eterna de todos sus propósitos (11). Para
los seguidores fieles de Cristo, la muerte significa que han completado sus labores y pueden gozar de su fruto: pues
sus obras los acompañan (13). El descanso también sirve para renovar fuerzas y así seguir trabajando. En el estado
de separación de Dios, no habrá nada que hacer, ninguna actividad que tenga sentido ni remota posibilidad de servir
para algo. El estado eterno del creyente será un campo de actividad productiva. Tal bendición merece ser declarada
por escrito, en el papel que Juan tenía bajo su mano y en la vida de personas separadas por Dios del mundo egoísta y
rebelde.

La cosecha (14:14-20)

La figura semejante al Hijo del Hombre y sentada sobre una nube blanca es Cristo (véase 1:17; Dan. 7:13).
Algunos comentaristas objetan a esta identificación porque esta persona recibe una orden de un ángel en el versículo
15, y Cristo no está sujeto a ningún ángel. Es respuesta suficiente observar que el ángel del versículo 15 salió del
templo, obviamente transmitiendo una orden de Dios. El Hijo tiene que ser avisado de la hora por el Padre (Mar.
13:32). También se objeta que Cristo sería coordinado con el ángel de 14:17, pero este ángel le sirve extendiendo y
completando su obra.
Cristo viene coronado como rey (de oro) y cargando una hoz afilada (14), que usará para cosechar. La cosecha
es un símbolo del juicio en el Antiguo Testamento; es posible que Juan esté pensando en Joel 3:13, donde se
combinan como en Apocalipsis 14 las cosechas de granos y de uvas. El otro ángel (15) anuncia que ha llegado el
momento de la siega; la historia terrenal ha llegado a su clímax, y el Hijo del Hombre ejecuta el juicio (16).
Este cuadro repite el mensaje de Apocalipsis 14:6-13 (véase también 10:7 y 11:15-17): el juicio de Dios es una
realidad que se acerca. Se están separando los seres humanos en base de lo que revelan en sus acciones: la lealtad a
Dios o la rebelión. Este mensaje consuela a los creyentes que sufren por su lealtad, y también les estimula a seguir
dando testimonio del juicio y de la misericordia de Dios.
Apocalipsis 14:17-20 repite el cuadro de los versículos 14-16, pero ahora la cosecha es de uvas y no de granos,
y el que lanza la hoz se identifica como otro ángel. No se mencionan los elementos de Daniel 7:13: la nube y el
Hijo del Hombre. Es posible entender estos versículos como una repetición de los anteriores, para enfatizar que
“Dios ha resuelto firmemente hacer esto, y lo llevará a cabo muy pronto” (Gén. 41:32; explicación de una
repetición). Entonces las variaciones tendrían el propósito de mantener el interés del lector.
Sin embargo, en el primer cuadro no hay nada que corresponda al lagar de la ira (19) en el segundo. De este
lagar sale sangre (20). En el primer cuadro, tampoco se menciona el fuego (18), que en 14:10 fue símbolo del
castigo. Parece mejor, entonces, entender que los dos cuadros corresponden a dos aspectos del juicio. La cosecha de
granos (14-16) representa la reunión de los seguidores de Cristo para comunión permanente con él (véase Mat.
13:13). La vendimia de uvas (17-20) representa el castigo de los rebeldes. Puede ser esta la razón por la cual el ángel
que anuncia la vendimia sale del altar (18), y no del templo como los de los versículos 15 y 17. En 6:9-11, los
mártires debajo del altar claman por venganza. La descripción del ángel como el que tenía autoridad sobre el
fuego (18) recuerda 8:5, que menciona el mismo altar. El juicio es la respuesta de Dios a las oraciones de los santos
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(8:4) y mártires (6:9).


En 14:20, Juan define la extensión de la sangre de esta gran matanza. Sube hasta los frenos de los caballos,
formando un mar de sangre que amenaza con ahogar a los hombres. La extensión de trescientos kilómetros puede
ser una referencia a la longitud norte-sur de Palestina; en este caso es el segundo número de Apocalipsis que no es
simbólico (véase 9:5). Sin embargo, es posible que Juan vea simbolismo en el número mil seiscientos (nota),
compuesto de cuatro por cuatro (mundo) por diez por diez (hombre). En cualquiera de los dos casos, la cifra
representa toda la tierra, por números o porque en el Antiguo Testamento hay una correspondencia a veces entre “la
tierra” prometida y “la tierra” como todo el orbe.
Fuera de la ciudad en 14:20 forma una inclusión con la referencia al monte Sion en 14:1, marcando el fin de
las visiones de 14:1-20. Esta frase enfatiza el contraste entre la sociedad de los que creen en Cristo y en Dios su
Padre, y la sociedad de la rebelión, Babilonia. El juicio significa separación entre estos dos grupos o dos estilos de
vida. Los versículos 9-13 presentaron la misma separación. También significa soledad para los que están fuera de
Sion. La rebelión contra Dios lleva a la soledad; finalmente la sociedad rebelde se dividirá y los castigados quedarán
sin sociedad o ciudad, profundamente solos.
¿Por qué es Cristo quien ejecuta el juicio en 14-16, pero un ángel en 17-20? Cristo viene directamente para
recoger a los suyos, pero manda a un ángel para destruir a los rebeldes. Esta diferencia simboliza la actitud de Cristo
y de Dios hacia el hombre. La salvación expresa su voluntad y le hace feliz, pero la condenación es “su extraña obra”
(Is. 28:21). Nunca condena a un ser humano de buena gana, sino solamente por respeto a una decisión de rechazo
empedernido.
En Apocalipsis 15:1 Juan ve en el cielo otra señal. Esta frase aparece en Apocalipsis solamente al principio
(12:1, 3) y al fin (15:1) del “paréntesis” o “meollo” (Beasley-Murray) del libro, y forma una inclusión marcando esta
sección, que es central tanto por su colocación como por su contenido.

Las copas (Apocalipsis 15:1 a 16:21)

El contenido del séptimo sello (8:1-5) resultó ser la serie de trompetas, pero la séptima trompeta (11:15-19)
parecía ser el fin. Descubrimos en Apocalipsis 15:1 que todavía hay otra serie de siete plagas, las copas (7). La
repetición de 11:19a en 15:5 sugiere que las copas son el contenido de la séptima trompeta y del tercer ay (11:14), de
la misma manera que las trompetas son el contenido del séptimo sello. Tanto los sellos como las trompetas fueron
anticipos del juicio de Dios, que tenían el propósito de llamar a los hombres al arrepentimiento antes del juicio final.
Con la séptima trompeta, ha llegado el juicio final, que se consumará en las plagas de las siete copas (15:1). El
juicio ahora afecta a todos (16:1, 3, 9) y no solamente una cuarta (6:8) o tercera parte (8:7, 9, 11, 12).

La presentación de las plagas finales (Apocalipsis 15:1-8)

Apocalipsis 15:1 es una especie de encabezado que introduce la sección 15:1 – 16:21. Antes de desarrollar las
siete plagas de las copas, Juan presenta un himno que explica el significado de ellas (2-4). Ve a los que han vencido
(véase 2:7, 11, etc.) a la bestia, parados a la orilla del mar de vidrio (2). Han vivido vidas de obediencia a Dios y
servicio al hombre. Han resistido la cultura terrenal de egoísmo, imposición y violencia, y Dios les ha dado la victo-
ria. La preposición traducida a la orilla tiene también el sentido “sobre,” que puede ser la idea de Juan aquí. Por su
imitación obediente del carácter y de la actuación de Dios, los creyentes han superado la rebelión que separa al ser
humano de Dios, simbolizada en este mar (véase 4:6). Han sido justificados por el sacrificio del Cordero, y en su
rectitud pueden estar de pie en la presencia de Dios (véase 6:17).
El fuego reflejado en el mar puede ser una alusión al Mar Rojo (que también fue cruzado por creyentes), la
primera de muchas referencias al éxodo en la narrativa de las copas. Parece ser un reflejo de la gloria de Dios, de la
persecución superada o del juicio que se acerca. Es posible que Juan quiere sugerir más de uno de estos sentidos.
Las arpas sirven como símbolo de la adoración.
Juan describe el himno que oyó como el himno de Moisés para recordar el canto de Israel cuando fueron
rescatados del ejército egipcio y cruzaron el Mar Rojo (Exodo 15:1-18). En este capítulo y el siguiente, Juan hace
referencias constantes a los eventos del éxodo de Israel desde Egipto, invitando al lector a aprender los propósitos y
los métodos de Dios por medio de aquel evento. El himno de Apocalipsis 15:3-4, como el de Exodo 15, es alabanza
a Dios basada en el rescate que ha realizado, pero ahora por medio del Cordero. Es “un mosaico de reminiscencias
bíblicas” (Salgado); véase especialmente Jeremías 10:7 y Salmo 86:9.
Las obras de justicia de Dios (4) revelan su grandeza, justicia y fidelidad (3). Es el Todopoderoso Rey de
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todas las naciones, quien hace cosas grandes y maravillosas. Emplea este poder en establecer justicia, castigando a
los injustos, y en cumplir con sus promesas. Verdaderos expresa la fidelidad de Dios a sus promesas.
Apocalipsis 15:4 repite una lección de las trompetas (9:20-21). El propósito de Dios al juzgar y desplegar su
poder es convencer a los hombres a temerle y glorificar su nombre. Quiere que todas las naciones vengan y adoren
delante de él. El propósito final de Dios no es condenar, sino llevar a todo hombre a la relación con su Creador por
la cual fue creado (véase Fil. 2:10-11). Esta lección importante del Apocalipsis se encuentra en 9:20-21, en 14:14-
20, aquí y en otros pasajes después.
Después de esta introducción, Juan describe a los siete ángeles que traen las copas (15:5-8). Se describen con
mucho más detalle que los ángeles que traían las trompetas (8:2), para enfatizar la solemnidad del juicio final. Tal
vez Dios disponga la pausa para esta descripción como una oportunidad más para el arrepentimiento. Los ángeles
salen de el templo, el tabernáculo del testimonio que está en el cielo (5), la morada de Dios. Esto significa que el
Juez es Dios; el juicio no puede proceder de ningún otro. La vestidura de los ángeles (6) puede indicar que son
sacerdotes que salen para hacer un sacrificio (Lev. 6:10; 16:4) o solamente contribuir a la solemnidad del momento.
Las copas de oro (7) se mencionan también en 5:8, donde están llenas del incienso que simboliza las oraciones
de los santos. Aquí, están llenas del furor de Dios. Pablo presenta una combinación semejante de incienso grato y
juicio en 2 Corintios 2:15-16. El juicio es la respuesta de Dios a la petición de su pueblo que él venga para
reivindicarlo y para establecer su reino. Cuando el juicio llama al pecador al arrepentimiento, contesta también la
oración de la iglesia a favor de la evangelización.
El versículo 8 recuerda Exodo 40:34-35 y 2 Crónicas 5:13-14. Cuando se dedicaron el tabernáculo y el templo,
éstos se llenaron del símbolo de la presencia de Dios, y nadie podía entrar. Ahora sucede lo mismo, en el momento
del juicio. Puede ser otra señal de la majestad y gloria de Dios (Ladd), pero H. B. Swete encuentra un significado
más específico: Los juicios divinos son inescrutables hasta que hayan pasado; cuando se termine la última plaga,
desaparecerá el humo y se podrá ver a Dios.
También es posible que Apocalipsis 15:8 aluda a otros pasajes del Antiguo Testamento, como Jeremías 7:16;
11:14, 14:11-12 y 15:1. En estos pasajes, Dios dice a Jeremías que la intercesión ya no será efectiva, porque el
arrepentimiento del pueblo no es sincero. El juicio tiene que llevar su curso. Especialmente llamativo es Jeremías
7:16, porque en el mismo contexto (7:20) Dios dice, Descargaré mi enojo y mi furor sobre este lugar (véase
Apoc. 16:1). Las copas del Apocalipsis se tratan precisamente del enojo y furor de Dios derramados.

El juicio de los adoradores de la bestia (Apocalipsis 16:1-9)

Del templo lleno de la gloria de Dios, donde no se puede entrar para pedir más aplazamiento, sale una voz que
proclama a gritos la voluntad inescrutable de Dios: que las siete copas sean derramadas sobre la tierra (16:1). El
furor de Dios vendrá sobre un mundo rebelde.
La respuesta a esta voz son las últimas plagas, derramadas de las copas en mano de los siete ángeles. Las
primeras cuatro de estas son paralelas a las primeras cuatro trompetas (8:7-12). Como las trompetas, se dirigen a la
tierra, el mar, los ríos y las fuentes de las aguas, y el sol (la cuarta trompeta incluye también la luna y las estrellas).
Las copas se asemejan a las trompetas en que las primeras cuatro describen trastornos de la naturaleza y la sexta
describe la guerra. (El mismo simbolismo se encontró en orden inverso en los sellos: los primeros cuatro
describieron la guerra y el sexto, trastornos de la naturaleza.)
Pero también hay diferencias entre las trompetas y las copas. Primero, el juicio de las copas ya no es parcial
(véase 6:8; 8:7; etc.). Cada plaga afecta a toda la clase a la cual se dirige. También se acelera el ritmo de la narrativa,
ahora que se acerca el fin. La más espantosa diferencia es que la primera y la cuarta de las copas afectan
directamente a los seres humanos. Las primeras cuatro trompetas afectaron la naturaleza y así indirectamente a los
hombres, pero la serie de las copas empieza con un castigo directo al hombre.
La primera copa produce una llaga maligna y repugnante que recuerda la sexta plaga en Egipto (Ex. 9:8-11).
Aflige a toda la gente que tenía la marca de la bestia y que adoraba su imagen. Esta marca y adoración
simbolizan la manera en que la bestia emplea la autoridad o el poder: para controlar a otros y usarlos para sus
propios propósitos (ser servido). Este uso se contrasta con la actitud del Cordero, quien dedicó su autoridad y poder
a servir a otros y liberarlos para realizar su destino (Marcos 10:45). Cada persona tiene que usar su don de una de
estas maneras; tiene que identificarse con la bestia o con el Cordero.
Los sellos afectaron tanto a creyentes como a incrédulos. La única distinción que se hizo fue en el quinto, la
persecución, que afectó solamente a los creyentes. Igualmente en la serie de las trompetas, todas menos la quinta
cayeron sin distinción sobre los que tenían el sello de Dios (9:4) y los que no lo tenían. En las copas, que representan
50

el juicio final de Dios, la distinción se aplica desde el primer miembro de la serie.


Los sellos y las trompetas no se refieren a tres épocas sucesivas de la historia. Más bien presentan una verdad
teológica: Dios busca al hombre alejado, y las dificultades y calamidades que vienen en la vida y en la historia son
anticipos del juicio de Dios enviados para llamar al hombre al arrepentimiento. Cuando el hombre no responde, Dios
intensifica su juicio y su llamada. Para el que persiste en el camino de la rebelión y el egoísmo, hay un fin trágico, el
juicio final. Las copas representan el juicio final. Vendrá al final de la historia humana, pero la finalidad de Dios no
es juzgar sino rescatar a todos para una relación personal con él.
La segunda y la tercera copa (Apoc. 16:3-4) son semejantes a la primera plaga en Egipto (Ex. 7:14-21). El ángel
de las aguas, tal vez el que derrame la copa, interpreta esta manifestación del juicio (Apoc. 16:5-6). Los que sufren
la segunda copa y la tercera son, como en el caso de la primera, los que se han identificado con la bestia. Este juicio
es otra aplicación de la ley de talión (véase comentario a 2:22): tienen que beber sangre porque derramaron la
sangre de santos y de profetas (6). El juicio consiste en abandonar al hombre al destino que él mismo crea. Se lo
merecen traduce la misma frase que ser dignas en 3:4; una antítesis solemne. Cada hombre se prepara para su
estado eterno, por la vida que vive en respuesta a la llamada de Dios al arrepentirse y confiar en él, y por la manera
en que usa las capacidades y la autoridad que Dios le ha otorgado.
En Apocalipsis 16:7, los creyentes que dieron sus vidas en sacrificio sobre el altar de Dios reconocen que Dios
ha contestado la pregunta que hicieron en 6:10. Dios no se olvida de su pueblo (7). La reivindicación es segura,
aunque no tan pronta como quisiéramos cuando estamos sufriendo (en Apocalipsis, ¡tardó diez capítulos en
aparecer!). La justicia de Dios, puesta en tela de duda por tantos eventos de la historia, será manifiesta en el tiempo
que él ha determinado.
La cuarta copa produce una intensificación del calor del sol (16:8). La gente es quemada con su fuego. La
cuarta trompeta también afectó al sol, junto con las otras luminarias celestiales, pero produjo tinieblas (8:12), como
la novena plaga en Egipto (Ex. 10:21-23).
En respuesta al dolor de estas terribles quemaduras, la gente maldice a Dios (Apoc. 16:9). Por fin han recono-
cido quién tiene autoridad sobre esas plagas, pero no aceptan el propósito con el cual las permite. En lugar de
arrepentirse y darle gloria, siguen rebelándose y separándose de él. El que no es emblandecido por el juicio y
llevado al arrepentimiento, es endurecido por él. La diferencia principal entre el cielo y el infierno es la diferencia
entre maldecir el nombre de Dios y darle gloria. Las blasfemias de los rebeldes son una fuente de tormentos en el
infierno, causa de los padecimientos y llagas (11) de los rebeldes. De manera correspondiente, el glorificar a Dios
es uno de los deleites principales del cielo.

El juicio del reino de la bestia y de la ramera (Apocalipsis 16:10-21)

Las primeras cuatro copas afectaron a los seguidores de la bestia (16:2); la quinta afecta su reino (10). Las
tinieblas recuerdan la novena plaga (Ex. 10:21-23). En la presente época, el camino del egoísmo y del poder
impositivo parece atractivo, un ambiente de luz, pero el juicio de Dios revela su verdadera naturaleza: es en realidad
un callejón sin salida, un ambiente de oscuridad, de muerte y destrucción. La frase Dios del cielo (16:11) recuerda
Daniel 2:44, que menciona un reino eterno que Dios levantará para acabar con todos los reinos de la oscuridad. Juan
describe el cumplimiento de la profecía de Daniel.
Como en la quinta trompeta (9:6), hay un detalle que indica que la intensidad del dolor produce acción
demente: La gente se mordía la lengua (16:10). Pero aun en el dolor que nubla su mente, maldecían a Dios en
lugar de arrepentirse (11).
Es la misma reacción que se describió en el 9. Con esta repetición, Juan nos invita a reflexionar más sobre estas
dos posibles respuestas. Los sufrimientos dentro de la historia son anticipos del castigo de Dios, adelantados para
llamar a la humanidad al arrepentimiento. Las referencias al arrepentimiento en 16:9 y 11 sugieren que el propósito
del juicio en las copas sigue siendo llamar al pecador al arrepentimiento, como siempre ha sido antes. Pero, ¿no se
ha acabado la oportunidad (15:8)? ¿No es demasiado tarde para arrepentirse cuando comienza el Juicio Final?
Dios siempre quiere que el hombre se arrepienta y acepta esta relación. Desde el principio, creó al hombre para
una relación con él, y nunca cambia este propósito. La oportunidad para el arrepentimiento se acaba, no porque Dios
cambie su actitud o pierda la paciencia, sino porque el ser humano que persiste en su rebelión llega a endurecerse
tanto que es incapaz del arrepentimiento. La puerta del infierno está cerrado con llave, pero desde adentro. El “gran
abismo” (Luc. 16:26) que separa a los rebeldes de la presencia de Dios no es la ira divina, sino la porfía de ellos en
la independencia.
Si se entienden Apocalipsis 16:9 y 11 así, hay que reexaminar el sentido de 15:8. No es posible decir que venga
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un momento en que Dios no acepte más intercesión. Aun para los que ya están viviendo en la separación de Dios que
llamamos el infierno, la voluntad de Dios es rescatarlos y traerlos a él. Si no lo hace, es porque respeta la decisión de
su criatura, a pesar del sufrimiento que esta separación causa al mismo Creador, quien lo ama infinita y eternamente.
El que más sufre los tormentos del infierno es Dios mismo.
Si examinamos el contexto de las citas de Jeremías mencionadas arriba (Jer. 7:16; 11:14; 14:11-12; 15:1),
descubrimos cuando menos dos confirmaciones de esta interpretación. Jeremías 7:27, once versículos después de la
primera cita, dice, Tú les dirás todas estas cosas, pero no te escucharán. Los llamarás, pero no te reponderán.
Dios no escucha la oración porque el pueblo no escucha su palabra. La iniciativa en el rechazo es del hombre.
Jeremías 15:19, dieciocho versículos después de la última cita, ofrece la restauración. Aun cuando Dios ha dicho que
ni la intercesión de Moisés y Samuel sería efectiva (Jer. 15:1), ofrece una relación restaurada consigo mismo al que
se arrepienta. La oportunidad para el arrepentimiento es limitada por la terquedad del hombre, pero el amor de Dios
no tiene límites.
Si los primeros cuatro sellos tienen el mismo contenido que la sexta trompeta y la sexta copa: la guerra, y si
tanto el sexto sello como las primeras cuatro trompetas y copas representan calamidades en la naturaleza, entonces el
quinto miembro es el centro de cada serie. La repetición de los otros elementos en las series llama la atención del
lector al quinto, el único cuyo contenido no se repite.
Sin embargo, podemos descubrir una relación entre el quinto sello, la quinta trompeta y la quinta copa. El quinto
sello presenta la persecución, el único sufrimiento de estas tres series que es exclusivo de los creyentes. La quinta
trompeta presenta los remordimientos de la conciencia, el primer sufrimiento de las series que es exclusivo de los
incrédulos. La quinta copa presenta el juicio del reino de la bestia (Apoc. 9:6). Este fin del reino opresor es la
calamidad final para los egoístas que sufrieron la quinta trompeta y la confirmación de que merecen todo el tormento
que su conciencia les causa. pero Para el pueblo de Dios que sufrió la persecución del quinto sello, es todo lo
opuesto: alivio del sufrimiento y reivindicación.
La sexta trompeta (16:12-16), como los primeros sellos (6:1-8) y la sexta trompeta (9:13-21), describe la guerra.
En los sellos, se trató de la guerra como un fenómeno de la historia humana. En la sexta trompeta, la guerra comenzó
a mostrar dimensiones apocalípticas (suprahistóricas). Ahora en las copas, quedó atrás la historia, y Juan menciona
una gran batalla final entre Dios y los rebeldes, con todavía más rasgos apocalípticos. Desarrollará esta batalla en
17:14 y 19:11-21.
El río Eufrates (12) se asociaba con la guerra, tanto en la situación del Imperio Romano del primer siglo como
en la historia judía (véase comentario sobre 9:14). Dios seca las aguas del Eufrates para que comience la invasión
que él ha dispuesto. Es posible que Juan piense en la conquista de Babilonia por el persa Ciro en 539 a.C. Herodoto
narra que Ciro desvió el curso del Eufrates que atravesaba la ciudad y la abastecía de agua. Sus ejércitos penetraron
la ciudad por el lecho seco del río y así cayó la gran Babilonia (19).
La batalla que Juan describe no es simplemente un conflicto entre dos ejércitos humanos; toma dimensiones
espirituales. De las bocas de la “trinidad del mal,” el dragón de Apocalipsis 12 y las dos bestias del capítulo 13,
salen tres espíritus malignos (16:13). Son espíritus de engaño y también palabras de engaño, porque salen de la
boca. De acuerdo a las bocas de las cuales salieron, promueven el egoísmo, la opresión, y la rebelión contra Dios.
Parecen ranas, un animal impuro (Lev. 11:10-11) y temido en la antigüedad como instrumento de la maldad y de
plagas. Una de las plagas en Egipto era de ranas (Ex. 8:1-6). Estos espíritus de demonios tiene poder para hacer
señales milagrosas (14), y convencen a los reyes del mundo a unirse contra Dios.
La intención de Satanás y de sus aliados las bestias es reunir a todos los rebeldes para un gran esfuerzo final,
con el propósito de derrotar a Dios, pero es la batalla del gran día del Dios Todopoderoso, y el Todopoderoso
saldrá victorioso. Los rebeldes se reúnen con intención de oponerse al propósito de Dios, pero descubren que se han
reunido para el juicio final. Una de las grandes frustraciones del camino de la rebelión es que finalmente los actos de
los rebeldes sirven los propósitos de Dios. Cada persona tiene la opción de rebelarse contra Dios, pero nadie tiene la
capacidad de frustrar su plan.
Después del sexto (penúltimo) miembro de cada serie, hay un interludio que consta de dos partes (véase Apoc
7:1-17; 10:1-11:13). Apocalipsis 16:15 es el interludio de dos partes después de la sexta copa, pero de acuerdo al
ritmo acelerado de estos eventos finales, es mucho más breve. Una voz misteriosa prorrumpe en esta escena de
preparativos para la batalla. Los que creen en Jesucristo reconocen que es su voz, anunciando su venida, la verdad
central del Apocalipsis. Jesús es el que viene, la manifestación del Dios que viene constantemente para involucrarse
en la historia de su creación, y al fin de la historia para pronunciar la palabra final sobre su creación.
Su venida es inesperada, como la de un ladrón. De la misma manera que el ladrón no anuncia su venida, no es
posible descubrir cuándo vendrá Jesucristo para poner fin a la época actual de rebelión y prueba (véase Mar. 13:32-
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33; Mat. 24:36; Luc. 17:23-24), ni cuándo prorrumpirá en cierta situación dentro de la historia para llamar al hombre
al arrepentimiento y para establecer la justicia. Los que encuentran en el Apocalipsis datos para determinar cuándo
Jesús regresará se olvidan de esta referencia al ladrón.
La segunda parte de este breve interludio (Apoc. 16:15b) es la tercera de las siete felicitaciones del Apocalipsis
(véase 1:3). Utiliza la figura de la batalla para describir la necesidad de estar preparado para esta venida inesperada.
El que espera a Cristo debe mantenerse despierto (véase Mar. 13:33) y “tener su ropa a la mano.” El soldado que
espera una batalla al amanecer no se quita la ropa para dormir tranquilamente en pijama, porque no estaría preparado
para la batalla, y cuando suena la trompeta no tendría tiempo de vestirse. Entonces sufriría la vergüenza de pelear
sin su ropa. Mantenerse despierto es un símbolo de vigilancia espiritual para obedecer a Cristo y a Dios y para
acercarse a él en cada oportunidad (véase 3:2-3). Aquí la ropa representa la rectitud de vida y disposición para
obedecer que Jesús quiere encontrar en sus seguidores cuando venga.
La narrativa de la sexta copa termina con la identificación del lugar de esta batalla (16:16). Armagedón es la
combinación de dos palabras hebreas, y quiere decir “monte Meguido.” Meguido fue una fortaleza cananea en el
extremo sur del Valle de Jezreel. Josué lo conquisto (Jos. 12:21), y se realizaron muchas batallas allí en la antigüe-
dad. Una de éstas fue la batalla en que el rey Josías de Judá se opuso al avance del Faraón Necao de Egipto, y perdió
su vida (2 Rey. 23:29; se menciona el Eufrates en este versículo). Su muerte abrió la puerta a la conquista de Judá
por Babilonia. En Apocalipsis, Armagedón simboliza la batalla espiritual entre Dios y los rebeldes, que terminará
con la victoria completa de Dios. Se coloca al final de la narrativa porque su climax vendrá al fin de la historia, pero
es una realidad que ya obra dentro de la historia.
La última de las copas afecta el aire (Apoc. 16:17). Swete considera que se trata de una plaga más seria que las
anteriores, porque afecta lo que respira el hombre. Por otro lado, el aire puede representar el reino del dragón (Ef.
2:2). Es posible que los granizos del versículo 21 son el efecto de esta plaga sobre el aire.
Un vozarrón sale de la presencia de Dios y con su autoridad proclama que el juicio de Dios se acabó. La
justicia de Dios queda manifestada y su reino establecido. Como al final de cada serie (8:5; 11:19), ante el trono de
Dios (4:5) y sobre el Monte Sinaí (Ex. 16:16), hubo relámpagos, estruendos, truenos, y un ... terremoto (Apoc.
16:18). Solamente en esta tercera serie se describe el terremoto como violento, el más grande y violento que ha
habido en la historia humana.
Este terremoto divide la gran ciudad (19). Esta gran ciudad es símbolo de la resistencia organizada a Dios, ya
mencionada en 11:8. Incluye todas las ciudades de las naciones, porque todos los seres humanos se han rebelado
contra el propósito y el gobierno de Dios, y toda la sociedad humana refleja esta rebelión. La gran ciudad también
se llama Babilonia, como en Apocalipsis 14:8 (ver comentario sobre 14:8 para los antecedentes de esta identifica-
ción).
Con palabras solemnes Juan describe el fin de Babilonia (16:19). Primero, se partió en tres. La rebelión contra
Dios lleva finalmente a la división. La unidad no es cualidad de la maldad, y ninguna sociedad basada en la indepen-
dencia frente a Dios (que es rebelión) puede perdurar. La unidad que la humanidad anhela es posible solamente en
base de la lealtad a Dios (Juan 17:20-23; Efesios 4:3-6), y la lealtad a Dios es posible solamente en base del
arrepentimiento. Nuestras iglesias en el presente muestran con demasiada frecuencia la división que es resultado del
alejamiento de Dios, pero nuestra esperanza es que al final Dios producirá esta unidad en su pueblo.
Dios se acordó de la gran Babilonia. Dios recuerda a una persona o una sociedad para cumplir su promesa con
respecto a ella. Se acordó de su pacto con los padres de Israel, y actuó para rescatarlo de Egipto (Ex. 2:24). Jeremías
14:10 proclama que ha llegado la hora cuando Dios se acuerda de la iniquidad de Israel, y lo castigará como había
establecido en la ley. Se trata de un símbolo de la fidelidad de Dios a su propósito y del tiempo que él ha establecido
para reivindicar su justicia.
Dios no olvida, sino que muestra paciencia. Se acordó aquí significa que se ha acabado el tiempo de espera, y
ha llegado el juicio. Este juicio se describe como la copa llena del vino del furor de su castigo (véase 14:8 y Jer.
51:7-8). Dios no castiga la rebelión de inmediato, pero en su tiempo se acuerda y ajusta cuentas si el pecador no se
arrepiente. La historia enseña que ninguna sociedad humana es permanente; la Biblia enseña que la razón es la
rebelión contra Dios, la soberbia y la injusticia que forman parte de cada sociedad y cultura.
En 16:20, Juan repite un detalle del sexto sello (6:14): la desaparición de los lugares que la humanidad
considera más seguros, todas las islas y las montañas. No hay escondrijo donde uno pueda evitar la mirada del
Juez. Algunos pensamos que nos hemos escondido de Dios. Otros no pensamos en Dios e ilógicamente procedemos
como si Dios no pensara en nosotros. Pero cuando Dios “se acuerda,” no podemos escapar de su presencia.
En 16:21, Juan repite un detalle de la séptima trompeta: enormes granizos (en 11:19 la misma frase se traduce
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una fuerte granizada, hubo granizo mezclado con fuego en la primera trompeta, 8:7). En el Antiguo Testamento, el
granizo es símbolo de la ira divina contra los enemigos de Israel (Ex. 9:24, quinta plaga; Jos. 10:11; Is. 28:2; Ezeq.
38:22). Aquí Juan describe un granizo de dimensiones apocalípticas o sobrenaturales; cada bola de granizo pesa
cuarenta kilos.
Un juicio anterior había llevado a los miembros de la sociedad rebelde a dar gloria al Dios del cielo (11:13),
pero este castigo produce blasfemias. Mientras había quienes se arrepentieran, Dios seguía adviritiendo y llamando.
Pero ahora el carácter de estos hombres está formado, y no cambia por ningún castigo o ruego. Por esto el juicio es
final.

La caída de la prostituta y la victoria final (Apocalipsis 17:1 a 20:15)

Esta sección del Apocalipsis desarrolla las verdades presentadas en las dos últimas copas: el poder de Dios
sobre la sociedad rebelde, simbolizada en una prostituta (séptima copa), y el juicio final, presentada como una
batalla (sexta copa) y luego por medio de la escena de un corte de ley.

La descripción de la ramera (Apocalipsis 17:1-18)

La visión (17:1-6)

Uno de los ángeles de las copas invita a Juan a ver el castigo de la gran prostituta (1). Este versículo sirve
como encabezado a toda la sección 17:1-19:5, que presenta la descripción de la ramera (17:1-18) y su destrucción
(18:1-19:5). La gran prostituta es la misma realidad presentada en 14:8 y 16:19 como Babilonia (17:5). Las
muchas aguas (1) se identifican en el versículo 15 como pueblos, multitudes, naciones y lenguas. La ramera está
sentada en el trono de autoridad sobre estos (véase 18). Juan está pensando en Roma (véase 9), que incluía en su
imperio a muchas naciones de toda la cuenca del Mediterráneo y hacia el norte y el oriente. Pero también describe la
realidad transhistórica (5) que está detrás de Roma: la ambición humana de formar una sociedad invencible sin
referencia a Dios. A fin de cuentas, la única manera de ser independiente de Dios es matarlo, lo que la humanidad
intentó en el Calvario. Sin embargo, el intento falló, y la gran ramera que tiene poder de gobernar tiene que caer,
porque no es posible acabar con Dios.
La prostituta seduce a los reyes de la tierra con la ambición del poder, y embriaga a los habitantes de la
tierra, los hombres rebeldes (ver comentario a 3:10), con las atracciones del placer (2). La inmoralidad, como en
todo el Apocalipsis, se refiere en primer instancia a rechazar la relación legítima con Dios para la cual el hombre fue
creado, y sustituir el egoísmo o el servicio a otros señores, como el poder, la sociedad, la nación, una raza, etc.
Juan está de nuevo en el Espíritu, en la éxtasis en la cual se ven visiones (3; véase 1:9; 4:2). Ve a la gran
ramera en un desierto. El desierto tiene varios sentidos en el Nuevo Testamento; aquí representa la aridez de una
existencia alejada de Dios, de su dirección y de su gracia. La prostituta está montada en una bestia escarlata, la
misma que se describe en 13:1. La ramera y la bestia representan la misma rebelión contra Dios y su voluntad; la
diferencia es que ella busca lograr su propósito por medio de la seducción del placer, mientras la bestia busca lo
mismo por medio de la imposición del poder. Las dos blasfeman, esto es, pretenden tomar el papel de Dios.
Se nota la fluidez de las imágenes apocalípticas en las posiciones relativas de estas dos. La bestia es la cabeza
del gobierno de la sociedad simbolizada en esta mujer, y por lo tanto sobre ella. Pero en la figura, la mujer está
montada sobre la bestia. Tales detalles no forman parte del mensaje de Juan; el cuadro simplemente presenta la
asociación entre el gobernador ambicioso y la sociedad egoísta.
Apocalipsis 17:4 presenta un contraste entre el lujo que goza esta mujer y la corrupción abominable con la cual
se alimenta. El color púrpura simboliza lujo, y oro, piedras preciosas y perlas completan el cuadro de lujo. La
escarlata, que también es el color de la bestia (3), puede simbolizar la misma magnificencia ostentosa, o puede ser
símbolo de la inmoralidad o aun de la sangre de los mártires extinguidos por la bestia y la prostituta (véase 6). Las
abominaciones y la inmundicia de sus adulterios que la mujer está ingiriendo están en contraste con la
magnificencia de su ropa y sus adornos, y con la copa de oro que las contiene. Este contraste sugiere que el proyecto
de esta sociedad tiene que fracasar; no se puede construir una cultura brillante sobre la base de una vida impura, una
vida de jactancia, de opresión, de envilecimiento de otros y de rebelión contra la voluntad de Dios. La misma copa
que ella ha administrado a otros para degradarlos y así controlarlos (2), la destruirá a ella (4).
Las prostitutas de Roma lucían sus nombres en sus frentes. Juan ve sobre la frente de la gran prostituta un
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nombre misterioso (5). Esta descripción invita al lector a reflexionar sobre el nombre y descubrir con la ayuda de
Dios su sentido espiritual. La mujer es la gran Babilonia, la sociedad rebelde presentada en la séptima copa (16:19).
Es la madre de las prostitutas, la fuente o suma de toda sociedad que corrompe la relación que debe tener con Dios
y, como resultado, se compone de relaciones humanas corruptas. Aunque Juan está pensando en una manifestación
específica de este principio, la del Imperio Romano, 17:5 indica que quiere incluir todas las manifestaciones de esta
corrupción de relaciones en toda la historia.
Esta mujer está borracha, pero con sangre (6). El asesinato es una de las abominaciones que resultan de las
relaciones corrompidas. Juan piensa especialmente en la persecución de los santos, los mártires o testigos de Jesús.
El testimonio a Jesús es uno de los temas principales del Apocalipsis; aquí Juan recuerda a sus lectores que este
testimonio les puede costar la vida. El poder que impone y seduce no puede tolerar la luz del poder que sirve; busca
matar a los que lo ejercen.

La interpretación (17:7-18)

Juan queda sumamente asombrado al ver la maldad sin su engaño y su hipocresía, que normalmente nublan
nuestra vista (6). El contraste entre el lujo de la ramera y su abominación también le abruma. El ángel que lo guiaba
(1, 3) reconoce su asombro e interpreta el misterio que ha visto (7). La mayor parte de la interpretación se aplica a la
bestia. Se vuelve a mencionar la prostituta solamente hasta el versículo 15.
La bestia antes era pero ya no es, y está a punto de subir del abismo (8). Estas palabras recuerdan la
resurrección fingida de la bestia en 13:3. En los dos pasajes la tierra se maravilla ante este hecho. Los habitantes de
la tierra (véase 3:10) pueden tener sus nombres ... escritos en el libro de la vida (véase comentario a 12:12, 17) y
ser ciudadanos del reino de Dios y del Cordero. Esta inscripción se hizo desde la creación del mundo. El rescate y
la restauración de los creyentes no dependen de la decisión de ellos, aunque la incluyen; dependen del plan eterno y
de la iniciativa de Dios, que decidió antes de la creación del mundo sacrificar a su Hijo, el Cordero, en rescate de
los hombres (13:8).
Los que no se someten al reino del Cordero son seguidores de la bestia, expuestos a las presiones del poder, de
los falsos milagros y de la persistencia del mal. La mayoría no tomaron una decisión de seguir a una de las
manifestaciones de la bestia; más bien escogieron el camino egoísta. Pero el dragón y la bestia ya están pisando este
camino, y van detrás de ellos, expuestos a su dirección malsana y a su destino. La bestia va rumbo a la destrucción.
Aunque su aparente resurrección impresiona el mundo, es temporal. La maldad está derrotada, aunque sigue activa
por un tiempo.
Juan invita al lector a ejercer sabiduría para entender el simbolismo de esta visión (9). Las siete cabezas de la
bestia (3) representan siete colinas sobre las que está sentada esa mujer. Desde la antigüedad, Roma es conocida
como la ciudad de las siete colinas. Juan identifica a la gran prostituta como Roma, la máxima expresión de la
seducción y la opresión en su día. En Daniel 2:35 y Jeremías 51:25 (muchos detalles de Apocalipsis 17-18 se derivan
de Jeremías 51), un monte representa un gobierno que se opone a Dios. Es posible, entonces, que las siete colinas
simbolicen la pretensión de parte de Roma, de gobernar toda la creación habitada. Solamente Dios, cuya obra
merece el símbolo de un “siete” legítima, gobierna todo.
Más difícil de entender es la interpretación de estas cabezas como siete reyes (10) o emperadores romanos. Se
ha propuesto una gran variedad de esquemas para identificar a estos emperadores; el más convincente es el siguiente.
El primer gobernante romano que tomó el título de emperador y honores reales (ningún emperador tomó el título de
rey) fue Augusto (27 a.C.-14 d.C.). Le siguieron Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón, Galba, Otón, y Vitelio. Es
probable que Juan omite Galba, Otón y Vitelio, quienes fueron generales proclamados emperadores por sus tropas
durante el caos después de la muerte de Nerón (54-68 d.C.). Dos de ellos murieron antes de llegar a Roma, la sede
del Imperio, y los tres duraron como emperadores menos de dos años en total (68-69). Si se omiten estos tres,
Vespasiano (69-79) sería el sexto y su hijo Tito (79-81) el séptimo. Juan dice del séptimo que es preciso que dure
poco tiempo; Tito reinó solamente dos años. En este caso el octavo (Apoc. 17:11) es Domiciano (81-96), en cuyo
reinado la tradición cristiana coloca la composición del Apocalipsis.
El problema de esta interpretación es que Juan dice que cinco de los siete reyes han caído, indicando que el
sexto, Vespasiano, está gobernando en el momento en que escribe. Difícilmente se puede fechar el Apocalipsis en
el reino de Vespasiano, porque no hay ninguna evidencia de la persecución de los discípulos de Jesucristo en estos
años, porque no se puede colocar el exilio de Juan en estos años, y porque la tradición cristiana del segundo siglo da
amplio apoyo a la década de los 90 d.J.C. como fecha de esta obra.
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Una técnica de la literatura apocalíptica es asumir un punto de vista en el pasado, para describir el presente del
autor por medio de “profecías.” Juan no asume esta perspectiva al principio de su obra; más bien se identifica como
hermano y compañero de los creyentes para los cuales escribe (1:9). Aquí en 17:10, sin embargo, parece que
aprovecha esta técnica, situándose en tiempos de Vespasiano, padre de Domiciano. Desde esta perspectiva identifica
a Domiciano, perseguidor de él y de sus amadas iglesias, como la bestia que es el octavo ... y va rumbo a la
destrucción (17:11).
La aseveración de que está incluido entre los siete añade otra dimensión al insulto para Domiciano. Cuando
Nerón se suicidó ante una rebelión estimulada por su gobierno caprichoso, surgieron rumores populares de que no se
había muerto, sino que se escapó al oriente y regresaría a la cabeza de un ejército parto. Una forma de esta creencia
popular era que Nerón, por su extrema maldad, iba a regresar de la muerte. Juan aprovecha este “decir,” aseverando
que en efecto Nerón regresó, ¡en la persona de Domiciano! Está incluido entre los siete, porque continúa la
políticas malvadas de Nerón, especialmente la persecución de cristianos. No hay que afirmar que Juan creyera en la
posibilidad de tal resurrección; simplemente aprovecha una creencia popular para sus propósitos.
Esta creencia popular sugiere que la maldad es más poderosa que la muerte, porque Nerón regresaría por ser
demasido malo para morir, pero Juan afirma su convicción cristiana de que Dios es más poderoso que la maldad. La
bestia que regresa en la persona de Domiciano va rumbo a la destrucción (11). Lo mismo ha sido cierto de todas
las manifestaciones posteriores de la bestia.
Los diez cuernos de la bestia (12) son también reyes, pero todavía no han comenzado a reinar. Juan toma
esta descripción de Daniel 7:24. Tal vez Juan piense en los vasallos y aliados de Roma. Cuando Roma se debilitó en
los siglos cuatro, cinco y seis, sus vasallos y aliados se independizaron.
Por otro lado, diez simboliza lo completo en la dimensión humana; el principio que Juan presenta se puede
aplicar a todo gobierno humano. Todo rey terrenal recibe autoridad ... junto con la bestia (Apoc. 17:12) y pone su
poder y autoridad a disposición de la bestia (13). Porque todo hombre es pecador, la bestia siempre está presente
en su uso de la autoridad. Varios gobernantes pueden ser rivales o aun enemigos, pero son unidos por un mismo
propósito, el uso egoísta de su poder y la opresión de otros. Dios, sin embargo, pone un límite a cada manifestación
de esta perversión del poder (12); toda dinastía o gobierno humano dura solamente una hora (símbolo de un tiempo
breve), aunque se le suele considerar permanente.
En su uso egoísta del poder, los gobernantes y otros líderes, aun los eclesiásticos, se oponen al Cordero (14). El
poder impositivo y egoísta no puede aguantar la presencia del poder servicial, y busca destruirlo. Sin embargo, el
Cordero es hijo del Creador, y por lo tanto Señor de señores y Rey de reyes. Su autoridad suprema garantiza que
la maldad, la corrupción, el egoísmo y la opresión no pueden prevalecer. El Cordero manso, quien no se impone
sino pide e invita, quien no usa su poder para dominar sino que lo pone al servicio de otros, vencerá a los que
cooperan, por su uso egoísta del poder y de sus capacidades, con la bestia.
Con él vencerán los que están con él, quienes de él han aprendido cómo usar las capacidades y la autoridad que
Dios les ha dado. Dos de los términos que describen a los seguidores del Cordero, sus llamados y sus elegidos,
expresan lo que Dios ha hecho por ellos y no lo que ellos hacen. El tercero, sus fieles, abarca su decisión, pero
solamente como respuesta a la iniciativa de Dios. Fieles podría ser mejor expresado “creyentes”; han aceptado por fe
lo que Dios hace y promete. Su fidelidad u obediencia se basa en su confianza en los actos y las promesas de Dios.
La relación que seres humanos tienen con Dios por medio del Cordero depende de la iniciativa—la gracia y el
amor—de Dios. La parte del ser humano no es una iniciativa, en primer instancia ni una petición; es respuesta.
Apocalipsis 17:15 explica las aguas mencionadas en 17:1. Representan pueblos, multitudes, naciones y
lenguas. Roma reinaba sobre uno de los imperios más extensos de la antigüedad, y tenía la pretensión de reunir todo
el mundo civilizado bajo su hegemonía.
El versículo 15 también se debe entender de una manera transhistórica; la ramera abarca todo el mundo habitado
(son cuatro las sinónimas empleadas) y toda época de su historia. Siempre se sentirá en este mundo la seducción del
poder, de la comodidad, y del lujo.
Ya leímos que la rebelión contra Dios y su plan divide; no puede ser la base de la unidad genuina y permanente
(16:19). El ángel vuelve a este tema en 17:16. Los mismos aliados le cobrarán odio a la prostituta. Causarán su
ruina y la dejarán desnuda. Dios, en una de las paradojas que caracterizan su actuación, usará a los mismos
rebeldes para ejecutar la destrucción de la sociedad rebelde (17). Los líderes egoístas finalmente se dividirán y
pelearán entre sí. “La codicia que les brindó poder, a su tiempo, llegará a destruir ese poder.” (Newport) Aun en la
rebelión, el egoísmo y la opresión, se está cumpliendo el propósito de Dios. Uno puede oponerse a la voluntad de
Dios, pero no puede dejar de contribuir a su cumplimiento. Juan enfatiza este tema para consolar a creyentes que
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están sufriendo la persecución a manos de poderes corruptos. La división que surge del egoísmo es una provisión de
Dios para limitar la extensión del mal. Esta verdad no elimina el problema de explicar cómo puede haber maldad tan
seria en la creación de un Dios bueno, y menos elimina el sufrimiento de las víctimas de la bestia y la ramera. Sin
embargo, da consuelo y esperanza.
El último versículo de la descripción de la mujer (18) confirma que se trata de Roma, aquella gran ciudad que
tiene poder de gobernar sobre los reyes de la tierra. La aplicación de esta verdad tampoco se limita a Roma. Cada
vez que el ser humano intenta crear una sociedad sin referencia a Dios, el resultado son las estructuras opresivas que
Juan describe, y éstas siempre son objeto de la ira de Dios, quien destruye la opresión para dejar lugar a las
relaciones de respeto y amor que él quiere otorgar.

La destrucción de la ramera (Apocalipsis 18:1 a 19:4)

La caída de la gran ciudad (18:1-8)

Juan declara qué será el fin de toda manifestación de la sociedad rebelde. Toma mucho material del Antiguo
Testamento, especialmente de Jeremías 50-51, que profetiza la destrucción de Babilonia, y Ezequiel 26:17-21, un
lamento sobre Tiro. La descripción de la destrucción del puerto de Tiro en Ezequiel es el modelo que Juan sigue
aquí , aunque la Babilonia histórica no fue puerto. Roma tampoco es puerto, pero mucho de su comercio se realizaba
por barcos que llegaban a puertos cercanos.
Apocalipsis 18:1-3 es una expansión de 14:8. El ángel que trae este mensaje viene del cielo (véase 10:1), de la
presencia de Dios y con el gran poder de Dios (18:1). La gloria de Dios reflejada en él alumbra la tierra. Todos
estos detalles enfatizan la veracidad de este mensaje. Es un mensaje seguro porque viene de Dios, con el poder de la
palabra de Dios.
El mensaje es el mismo que leímos en 14:8: ¡Ha caído, ha caído la gran Babilonia! (véase Is. 21:9b) La
segunda parte de 18:2 describe a Babilonia como un lugar desierto. Según el pensamiento de los antiguos, los
demonios, todo espíritu maligno y toda ave impura habitaban las áreas despobladas. Juan está describiendo la
desolación física de Babilonia, más que su calidad moral. Los intentos del hombre para organizarse sin Dios resultan
en fracaso, desolación y soledad. El fracaso es seguro, porque Babilonia promueve la rebelión contra Dios. El
adulterio (3) o inmoralidad sexual en Apocalipsis es primeramente esta rebelión: negarle a Dios el lugar que le
corresponde o dar este lugar a un ser creado. La independencia es embriagante, como vino, pero al fin atrae la ira del
amor celoso de Dios.
Los reyes se interesan en el poder político que la sociedad rebelde ofrece; solamente en una sociedad sin Dios,
puede ser absoluto un monarca. Los comerciantes son atraídos por sus lujos, la engañosa promesa del placer
supremo. Es insolente y necio rechazar el placer de una relación con Dios para buscar mayores placeres.
Una segunda voz del cielo da un mensaje al pueblo de Dios (4): que salga de la ciudad. Entendido literalmente,
esta orden tiene la finalidad de rescatar de las plagas inminentes a los que han aceptado la relación que Dios ofrece.
Es semejante al mensaje angélico a Lot y a su familia (Gén. 19). En la aplicación, es un llamado a ellos a ser
distintos de la sociedad en medio de la cual viven. El Nuevo Testamento nunca sugiere que la voluntad de Dios sea
que su pueblo se retire de la sociedad humana para formar una utopía donde viven puros creyentes. De hecho,
cualquier comunidad formada para este propósito resultaría otra manifestación de la bestia y de la prostituta, porque
si se compone de “puros creyentes,” será una comunidad de “puros pecadores” (Mar. 2:17).
El hombre no puede construir una sociedad perfecta. Dios quiere que su pueblo viva en medio de la sociedad
rebelde, para dar testimonio a ella (para ser candelabros, Apoc. 1:13, 20). El sentido de 18:4, entonces, es moral y
no literal. Dios llama a su pueblo a ser distinto, gozando de una relación positiva con él y viviendo en obediencia a
su voluntad. Así no recibirá las plagas que resultan de la rebelión y también será un testimonio al mundo,
presentando una alternativa a la rebelión que trae destrucción.
Apocalipsis 18:4 se puede entender también como un llamado a los inconversos (véase Os. 2:23). Es la voz de
Dios, encarnada en el testimonio y también revelando el significado de las calamidades del juicio en los corazones
de rebeldes. Es un último llamado al arrepentimiento, a que se conviertan en pueblo mío.
Apocalipsis 18:5 es una descripción figurativa de la inminencia del día de juicio. Los pecados se presentan
como un gran montón de basura, que ha crecido tanto que alcanza el cielo, la morada de Dios, y le molesta por su
hedor o porque mancha la vista desde su “casa.” Juan recuerda la historia de la torre de Babel (Gén. 11:1-4),
antecesor de Babilonia. El hombre en su arrogancia y su supuesta independencia de Dios, se imagina que puede
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construir un edificio hermoso que llegue hasta el cielo (Gén. 11:4), pero lo único que “crea” es un montón de basura
apestosa. Dios ya no está dispuesto a tolerar este montón de pecados; de sus injusticias se ha acordado y actuará
(Apoc. 18:5).
La descripción no es literal; los pecados no son materiales, y Dios no se olvida del pecado. La Biblia usa este
verbo porque parece que Dios ha dejado muchos pecados sin castigo. La verdad es que el juicio es seguro y será
tajante; esta verdad se expresa con la figura, “Dios se acordará.” Para la iglesia, esta verdad es tanto aliciente a la
perseverancia en santidad, como parte del mensaje que ella proclama.
Formalmente, los versículos 6-7 son la continuación de las órdenes de 4-5, pero ejecutar el juicio no es función
del pueblo de Dios. Hay que entender que Dios ahora se dirige a sus agentes en el juicio. De nuevo se aplica la ley
de talión. Los pecadores vemos el mal, sea fraude o violencia, robo o mentira, aun un chisme, como una oportunidad
de sacar ventaja a expensas de otro. Pero estas relaciones negativas crean un ambiente malsano, y a lo largo el que
las aprovecha sufre también las consecuencias. La sociedad independiente de Dios sufrirá los males que ha cometido
contra otros (6). Tiene que beber de la misma copa que preparó para otros, y cuando le toca sufrir las consecuencias,
se han aumentado al doble. Esta verdad es otra manifestación de la justicia y de la ira de Dios.
El juicio de Babilonia es un ejemplo del principio, el que a sí mismo se enaltece será humillado (Mat. 23:12).
La medida en que se entregó a la vanagloria y al arrogante lujo será la medida de su tormento y aflicción
(Apoc. 18:7). Juan utiliza Is. 47:7-8 para expresar la soberbia y la confianza equivocada de esta sociedad. Los
pecadores y su sociedad buscan convencerse de que controlan su mundo como reina y que pueden evitar las
desgracias y penas de la vida. Pero Dios le muestra que su confianza es falsa (Apoc. 18:8). Las plagas del juicio en
un solo día le sobrevendrán (véase Is. 47:9), para llamarle la atención y producir entendimiento y arrepentimiento.
Una vida de autoexaltación y de arrogante lujo defraude; su fruto es amargo. El fuego del juicio mostrará que el
Señor Dios es más poderoso que cualquier ser humano y su sociedad; es el Juez soberano.

El duelo por la ramera (18:9-19)

Los reyes (9), los comerciantes (15) y los marineros (17) hacen duelo por la ciudad destruida. Juan toma
Ezequiel 26:16-18 como modelo de este duelo, pero su descripción es mucho más extensa. El duelo resulta irónico,
porque cada grupo llora solamente desde lejos (10, 15, 17). En realidad, están lamentando su propia pérdida (11, 15,
19). Aun cuando presencian el juicio de Dios, sus pensamientos son egoístas. No hay verdadera solidaridad en la
sociedad simbolizada por Babilonia. Lo que tienen en común es su rebelión egoísta contra Dios, pero el egoísmo
divide. El fin del camino de rebelión y de egoísmo es una abrumadora soledad. Tal vez el infierno sea como un viaje
en el metro de una gran ciudad: hay tanta gente que uno no puede sentarse, a veces ni moverse, y sin embargo uno
está totalmente solo.
Los reyes describen la gran Babilonia como ciudad poderosa (10), porque el poder es lo que les interesa. Su
adulterio (9) es principalmente la búsqueda ilegítima y egoísta del poder. Apoyaron la autoridad de la ramera sobre
la de Dios, porque esperaban reforzar su propia autoridad por medio de ella. Apelaban al principio de orden o de
justicia, no por convicción sino por conveniencia. Usaron la autoridad, no para promover la justicia y defender a los
oprimidos, sino para disfrutar del lujo; en esto también acataron los principios de la prostituta. Juan piensa en los
reyes vasallos del Imperio Romano, pero el principio tiene sus manifestaciones en cada siglo de la historia humana, y
en todo tipo de organización humana.
Como en el capítulo 13, el poder económico se une al político (18:11; véase 13:7, 17). El duelo de los
comerciantes también es egoísta: llorarán y harán duelo por ella, porque ya no habrá quien les compre sus
mercaderías. La lista de éstas (12-13) refleja la variedad de un bazar oriental. Como el bazar, no tiene mucha
organización, pero en general empieza con artículos de lujo, como oro, plata, piedras preciosas, continúa con
artículos que son más de utilidad que de lujo, como bronce y hierro, hasta llegar a artículos de primera necesidad,
como aceite, harina refinada y trigo.
Los últimos artículos son animales. El último de éstos revela la injusticia y el egoísmo radical de este comercio.
La sociedad humana está dispuesta aun a traficar en seres humanos, lo que nadie tiene derecho de comprar y vender.
Estos negocios sucios incluyen el tráfico de esclavos, la prostitución, los gladiadores, las víctimas de las luchas con
animales en el anfiteatro, y los cristianos que Nerón empleó como antorchas en sus jardines. En nuestro día hay que
añadir el tráfico de drogas, en el cual algunos ganan la vida o aun la fortuna por medio la destrucción de las vidas de
otros.
La promesa de una vida espléndida en la ciudad de la rebelión no se cumplió (14). El pecado nunca da el fruto
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que promete; cuando parece que el fin esperado está al punto de lograrse, prorrumpe la muerte. Los comerciantes,
como los reyes (10), observan y lamentan la agonía de la ciudad a distancia (15). La base de la comunidad en esta
sociedad es el interés propio; en el momento de crisis y necesidad este mismo interés la divide.
El lujo de las cosas materiales atrae a los comerciantes (16), pero la rapidez de su destrucción debe enseñarles
que estas cosas no son sustanciales. Porque Dios es paciente, nos convencemos de que se ha olvidado de nuestro
pecado, pero cuando “se acuerda” (18:5), el juicio es tan rápido que asombra (una sola hora 18:10, 17a, 19). El
materialismo sigue siendo popular hoy, pero son las cosas espirituales—las relaciones—lo que perdura.
El tercer grupo que hace duelo son los que viven del mar (18:17b). Ellos también quedan lejos y lamentan su
propia pérdida. En el primer siglo, un viaje desde el oriente del Mediterráneo a Roma estaba lleno de peligros (véase
Hechos (27); pero si tuviera éxito, los marineros ganarían un sueldo excelente, y el capitán o el dueño de un barco
podría ganar suficiente riqueza en un solo viaje para sostenerse el resto de la vida. Apocalipsis 18:18-19 presenta
una tripulación que ha logrado sortear todos los peligros y regresa a “Babilonia.” Dentro de unos cuantos días,
venderán su cargamento y podrán disfrutar de una vida de reposo y lujo. Pero al acercarse a la ciudad, la encuentran
en llamas. Echan polvo sobre sus cabezas (nota, v. 19) en señal de profunda angustia, y lloran por la ciudad con
cuya opulencia se enriquecieron todos los dueños de flotas navieras. Lloran, no por la ciudad, sino porque no
llegaron unos días antes para vender su cargamento. Por tercera vez (10, 17) escuchamos que la desolación llegó en
una sola hora (19).

Alabanza al que destruye la ramera (18:20 a 19:4)

Para los que se identifican con la tierra en su rebelión y egoísmo, la caída de la gran Babilonia es una tragedia.
Frustra sus propósitos de sacar provecho de ella y es un recuerdo de que hay un juicio para todos los rebeldes. Para
los que participan en la vida del cielo, en cambio, esta caída es victoria y reivindicación, la intervención de Dios a su
favor (20). Estos habitantes del cielo se llaman santos, porque viven apartados de los valores del mundo y dedicados
a los intereses de Dios. Son apóstoles, los enviados de Dios para testificar de su amor revelado en Jesucristo y su
llamamiento al arrepentimiento. Porque este testimonio comunica un mensaje que viene de Dios, son profetas.
Apocalipsis 18:21-24 presenta una interpretación de la visión de destrucción (1-19), en boca de un ángel
poderoso (21). Este ángel ilustra la caída de Babilonia arrojando una piedra ... al mar. Parece que el juicio de Dios
tarda mucho, pero cuando finalmente llega, se ejecuta con rapidez abrumadora (véase vv. 10, 17, 19). Dios siempre
muestra paciencia sorprendente con la injusticia, pero al fin la borra con precipitación inesperada, y el rebelde o la
sociedad rebelde, que quería establecer su propia fama por sus propios logros, deja tanta huella como una piedra
arrojada al mar. La vida rebelde es efímera.
Los versículos 22 y 23 presentan una serie de elementos de la vida cotidiana y de los placeres de esta vida; una
ciudad está llena de actividad y de ruidos que dan alegría y energía a sus habitantes. El juicio de Dios significa que el
bullicio de la ciudad se convertirá en el silencio del panteón. Es una manera gráfica de decir que la ciudad quedará
abandonada. El sonido de esta ciudad será el silencio de la soledad. La razón de este juicio que se acerca es que los
líderes de la ciudad usaron su autoridad para engañar y degradar, no para edificar y purificar (23b). Sus líderes eran
los magnates del mundo, con la oportunidad para gran influencia, pero usaron su influencia para mal. La autoridad
es un encargo, no un premio, y cada líder tendrá que dar cuenta de su mayordomía. Las hechicerías que engañan
pueden ser la “adivinación” que presenta lo que conviene a los líderes como lo mejor para sus seguidores. También
pueden representar la seducción de los vicios que producen fortunas para las personas que los controlan.
Juan acusa a la cuidad y a sus líderes de asesinato (24). Piensa primero en la persecución de los testigos de
Jesucristo, llamados aquí como en el versículo 20 profetas y santos. Luego incluye el asesinato de todos los que
han sido asesinados en la tierra. Dios protege a los que se han arrepentido de su rebelión y tienen una relación
personal con él, pero también da vida a todos los seres humanos. El juicio y la venganza de Dios salen a la defensa
de todos los que sufren violencia. Este versículo recuerda Mateo 23:35; se trata de la misma ciudad suprahistórica.
Apocalipsis 19:1-2 presenta la respuesta al llamado de 18:20. Los santos, apóstoles y profetas desde su morada
en el cielo glorifican a Dios por su juicio. Son una inmensa multitud (1); Dios traerá a sí un pueblo numeroso, para
vivir en relación con él, obedecerle y adorarle. Las fuerzas de rebelión parecen fuertes, pero Dios triunfará, no
simplemente destruyendo a sus adversarios, sino convirtiendo a muchos de ellos en hijos.
Adoran a Dios por tres posesiones que él ha compartido con su pueblo. El es la fuente de la salvación, la cual
logra por su poder supremo. Es merecedor de toda la gloria, pero permite a su pueblo compartir esta gloria.
Glorificando a Dios, somos exaltados. Este canto de alabanza es motivado por el juicio de Dios sobre la famosa
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prostituta, la sociedad rebelde (2; véase 14:8) y todos sus miembros (véase 14:9-10). Los juicios de Dios son
verdaderos y justos porque sirven los propósitos de verdad y justicia. Dios otorga verdad—honestidad y
autenticidad—y justicia a su creación, y eliminará los elementos de ella que se obstinan en oponerse a estas calida-
des.
Dios destruye a la prostituta porque con sus adulterios corrompía la tierra. Dios no permite que la corrupción
sea permanente o absoluta, porque se preocupa por el hombre. Esta verdad tiene una aplicación personal: venganza
para sus siervos. Lo que para el rebelde es juicio y destrucción, para el arrepentido es salvación y reivindicación.
Cada pecador elige la aplicación de esta verdad a su propia vida.
Para enfatizar la verdad e importancia de esta alabanza que interpreta el acto de Dios, el coro de los redimidos
volvieron a exclamar: “¡Aleluya!” (3) Esta palabra hebrea quiere decir, “Alabemos a Yavé.” La ciudad de los
rebeldes secunda la alabanza, pero su testimonio es el trágico espectáculo del humo de su juicio y destrucción, que
sube por los siglos de los siglos (véase 14:11). Todo ser humano dará testimonio del poder y de la justicia de Dios.
Cada quien decide si tiene una relación positiva o una relación negativa con Dios, y con esta decisión decide si su
testimonio será voluntario o involuntario. Pero no puede evitar el glorificar a Dios.
También se unen a esta adoración los veinticuatro ancianos y los cuatro seres vivientes (4). Desde su primera
participación en el drama del Apocalipsis (4:4, 6), los seres vivientes y los ancianos son los adoradores prototípicos
de Dios. Ponen el “Amén” a la adoración de Dios y del Cordero en 5:14. Añaden su adoración a la proclamación de
la consumación del Reino de Dios y de Cristo en 11:16-18. Aquí también (19:4), su ¡Amén! ¡Aleluya! es el fin de la
visión del castigo de la gran prostituta (17:1).

Las dos cenas finales (Apocalipsis 19:5-21)

Apocalipsis 19:5 abre una nueva sección después de que los ancianos y los seres vivientes pronuncian el
“Amén” que cierra la visión de la caída de Babilonia. Una voz sale del trono y manda a todos los creyentes a alabar
a Dios. La voz incluye en este llamamiento a todos. Nadie es tan pequeño que Dios no se interese en él, ni tan
grande que sea autosuficiente, y no necesite a Dios. Los creyentes son siervos, dedicados a realizar la voluntad de
Dios. Sirven con ... temor porque entienden el poder de Dios y su justicia. Tienen temor a la ira de Dios, pero han
aprendido que Dios muestra su ira para volver al ser humano a él, y han respondido con arrepentimiento. Los que
temen honestamente a Dios aprenden a esperar en su misericordia (Sal. 33:18), y este temor sano sigue siendo parte
de su relación con Dios, expresada en humildad, confesión de pecado y dependencia de Dios. Nuestra respuesta a las
visiones del Apocalipsis debe ser reverente temor hacia Dios, que no estimula angustia, sino adoración y
acercamiento a él.
En respuesta al llamamiento, una inmensa multitud (6) prorrumpe en alabanza ensordecedora a Dios. Por
cuarta vez en este capítulo leemos la palabra hebrea tan común al fin de los salmos: ¡Aleluya! Adoremos a Yavé,
porque ha comenzado a reinar. El es el Señor, la traducción normal de Yavé en el Antiguo Testamento griego.
Señor también expresa la soberanía de Dios sobre todos y todo. Es el Todopoderoso, quien puede realizar todos sus
planes y proveer todo lo que nos hace falta. Este Dios tan grande es nuestro Dios: el que ha adoptado nuestra causa
y busca una relación con nosotros, el que quiere proveer todo para que tengamos una vida abundante. Las pruebas y
persecuciones de las iglesias de Asia Menor habían incitado a algunos cristianos a cuestionar el poder y la autoridad
de Dios. Juan afirma que estas pruebas no indican ninguna deficiencia en Dios.
Los creyentes podemos vivir con alegría y gozo porque la victoria final es de Dios. Juan describe el momento de
la consumación de esta victoria como las bodas del Cordero (7). Las bodas de un hijo de rey son ocasión de
grandes celebraciones. Juan utiliza la figura de tal celebración para sugerir el gozo que la victoria final que Dios
traerá. Los que se han arrepentido y aceptado la relación que él ofrece participarán en esta celebración como
huéspedes de honor, aun como novia.
En esta figura Juan también incluye dos otras, comunes en la teología judía y cristiana de su día: el matrimonio
como descripción de la relación de Dios con su pueblo y el banquete mesiánico. En el Antiguo Testamento la
relación entre Dios e Israel se describe con frecuencia como una relación de esposo y esposa (Os. 2:2, 16, 19, etc.).
De acuerdo a esta metáfora, los profetas presentan la infidelidad a Dios como adulterio (Is. 1:21, etc.), una figura que
encontramos en el Apocalipsis (2:14, 20-22; 14:8; 17:2, 4). En el Nuevo Testamento, la metáfora del matrimonio se
aplica a la relación entre Jesucristo y la iglesia (Ef. 5:23-32). Jesús se comparó a sí mismo con un novio (Mar. 2:19-
20; Mat. 25:1-10; etc.; véase Jn. 3:29). Con la figura de las bodas del Cordero, Juan presenta la meta y el clímax de
la historia humana: una relación intensamente personal, íntima y exclusiva entre Dios y el hombre por medio de
60

Jesucristo.
En el Antiguo Testamento también se encuentra la imagen de un banquete celestial en los últimos días, que
representa la comunión perfecta de los redimidos con Dios (Is. 25:6; Sof. 1:7). El Nuevo Testamento aplica esta
imagen al regreso de Cristo y la consumación de su ministerio (Mat. 8:11; Luc. 14:15-24; etc.), de manera que se
puede llamar el banquete “mesiánico.” Como Mateo 22:1-13 (en contraste con Luc. 14:15-24), el Apocalipsis
combina la imagen del banquete final con la de las bodas.
Las bodas del Cordero describen la consumación de la historia, pero también presentan una comunión que el
creyente puede disfrutar en el presente, aun en medio de la persecución. Esta comunión produce alegría y gozo para
los que la experimentan, y gloria para Dios (Apoc. 19:7). En ella, Dios revela su propósito y su naturaleza gloriosa.
Y como el cumplimiento del propósito por el cual Dios creó al hombre, la comunión produce la más profunda
satisfacción que un ser humano puede experimentar.
El novio es el Cordero. Podría ser llamado el León (5:5) o el jinete victorioso y soberano (19:11-16), pero en
19:7 Juan escoge el título Cordero para el novio. El Cordero ha sido sacrificado (5:6) y con este sacrificio hace
posible que su novia se vista de lino fino, limpio y resplandeciente (19:8). Aunque fuimos creados para comunión
con Dios, nos hemos rebelado contra él. No somos dignos de entrar en la presencia de Dios, mucho menos de vivir
eternamente en comunión íntima con él. Pero Jesucristo pagó con su vida el precio que nos hace limpios de nuestra
rebelión para alcanzar el destino que habíamos rechazado. Juan presenta este amor maravilloso con el cuadro de la
novia, ataviada en vestido blanco, y a su lado el novio, con la cicatriz de su herida de muerte todavía visible. La
cicatriz hace posible que la novia se vista de blanco.
Juan explica el simbolismo del vestido: el lino fino representa las acciones justas de los santos (8). Tiene que
haber una respuesta humana a la iniciativa de Dios para salvar. No puede haber una relación sin la decisión activa de
las dos partes. En el caso de la relación con Dios, esta respuesta humana se expresa en acciones justas. La persona
que responde de manera positiva a la inciativa salvadora de Dios muestra respeto y amor en todas sus relaciones. Sin
embargo, Juan dice que este vestido es concedido a la novia. Este verbo es otro pasivo divino; describe una acción
de Dios. No es posible que un ser humano responda positivamente a Dios, ni que muestre respeto y amor en ninguna
relación, sin que Dios otorgue su poder. Beasley-Murray dice que una conducta que revela la disposición del
corazón humana pero también es dada por Dios expresa el “delicado equilibrio entre la gracia de Dios y la respuesta
humana.” En este equilibrio, la iniciativa siempre es de Dios; otorga su gracia para que el ser humano actúe con
justicia.
La cuarta felicitación del Apocalipsis (ver comentario sobre 1:3) es para los que han sido convidados a la cena
de las bodas del Cordero (19:9). Como en la parábola del banquete o bodas (Luc. 14:15-24; Mat. 22:1-13), la
invitación a asistir representa el llamado de Dios para arrepentirse y aceptar la relación con él. Son dichosos los que
aceptan esta invitación, porque encuentran el propósito de su existencia y el sumo gozo (véase Apoc. 19:7). Los
invitados simbolizan las mismas personas que la novia.
Este cuadro, con la novia sentada como testigo de su propia boda, o donde el invitado pasa a pararse junto al
novio, es un ejemplo de la plasticidad del simbolismo apocalíptico. Juan no presenta una alegoría estrictamente
lógica. Menos escribe un ensayo científico, en el cual cada término tiene exactamente una definición, y ninguna
definición corresponda a dos términos. Más bien escribe literatura, y aprovecha la ambigüedad de ésta para
comunicar las verdades que Dios le ha revelado y para producir una respuesta emocional en sus lectores. En el caso
particular de las bodas del Cordero, se puede pensar que el doble simbolismo de los creyentes resulta de la combina-
ción de la figura del banquete con la de la relación matrimonial. De todas maneras, con dos figures en el cuadro de la
boda Juan sugiere la magnitud del privilegio que Dios está otorgando, una magnitud que supera la lógica de una
narrativa humana. Queda clara la enseñanza principal: Dios busca una relación personal con el ser humano, y la
logrará como consumación de la historia humana.
Juan hace un intento de adorar al ángel que le está guiando (10), pero éste se lo prohibe. Parece correcto que
Juan adopta un papel en el drama del Apocalipsis para dar una lección a sus lectores; no caería en la idolatría que
describe después de la formación que recibió desde su niñez como judío monoteísta. Declara de manera dramática
que la adoración se reserva sólo a Dios. Es posible que la intención de Juan en narrar esta corrección es enseñar que
la adoración al Imperador es incorrecta. La adoración no se debe atribuir a ningún ser creado. Si no se les adora a los
ángeles, menos a un gobernante humano. Por otro lado, es posible que las iglesias de Asia Menor enfrentaban un
problema con la adoración de ángeles. Cuatro décadas antes de la fecha del Apocalipsis, Pablo prohibe la adoración
de ángeles en una carta escrita a Colosas (Col. 2:18), una ciudad cerca de las siete ciudades del Apocalipsis (véase
Apoc. 1:11). La explicación que el ángel da en Apocalipsis 19:10, que identifica a los ángeles como consiervos de
los creyentes, apoya esta segunda interpretación. Hebreos 1:14 también asocia a los ángeles con los creyentes,
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aunque como sus servidores y no sus consiervos.


La idolatría abierta no es la única forma en que se le niega a Dios la adoración que es su derecho. “Cuando
quiera que un cristiano da a algo o a alguien diferente de Dios el control de su vida, ha quebrantado el primer
mandamiento” (Newport). Cuando buscamos controlar nuestra propia vida, cometemos idolatría.
Después de exhortar a Juan y a los lectores a adorar a Dios, el ángel da una enseñanza acerca de la naturaleza de
la verdadera profecía (10b). El verdadero profeta es el que testifica de Jesús, y así continúa el testimonio que Jesús
dio (1:2). Tal vez las iglesias de Asia Menor experimentaran un problema con profecías que contradijeran el mensaje
cristiano. Pablo responde a un problema de esta naturaleza en 1 Corintios 12:3. Una profecía inspirada por Dios y
por su Espíritu apuntará a Jesucristo y a la relación con Dios que él hace posible (Juan 15:26). Este criterio sigue
siendo válido hoy para evaluar mensajes proclamados en el nombre de Dios o presentados como profecías inspiradas
por Dios. En un solo versículo (19:10) encontramos enseñanzas acerca de la adoración y al testimonio, los dos
elementos en el símbolo de los candelabros (1:12, 20).
La siguiente visión es de Jesucristo como un jinete (19:11). Su caballo es blanco, símbolo de la victoria y tal
vez de sabiduría. Jesús se llama Fiel en 1:5. Verdadero es un sinónimo de Fiel; los dos adjetivos enfatizan su
lealtad y fidelidad. Los que creen en él pueden confiar en la verdad de su testimonio, en sus promesas y en su amor.
En esta visión, Jesús viene para juzgar y hacer guerra contra los rebeldes. La visión del jinete parece simbolizar la
Segunda Venida al final de la historia. Sin embargo, cuando recordamos que a través de toda esta obra Juan aplica la
verdad de la Segunda Venida al presente, podemos pensar que el cuadro de 19:11-21 tiene una aplicación presente,
además de su interpretación futura. El juicio de Jesucristo es y siempre será con justicia; por lo tanto su guerra
nunca será agresión, sino un intento de restaurar la relación para la cual su Padre creó al hombre a través del Hijo. La
guerra que hace Jesucristo para restaurar a los rebeldes al reino de Dios es la única guerra totalmente justa en toda la
historia humana.
Este jinete aparece en el cielo. Jesucristo mora en el lugar del trono de Dios y en el lugar donde se halla lo
perfecto. Este lugar está abierto al hombre porque Cristo ha venido, viene y vendrá.
Su conocimiento penetrante y su autoridad irresistible (12) ya fueron presentados bajo el símbolo de ojos ...
como llamas de fuego en 1:14. Muchas diademas ciñen su cabeza porque es REY DE REYES Y SEÑOR DE
SEÑORES (16). El poder de los opresores no es autónomo, porque hay un Rey sobre todo rey humano y un Señor
sobre todo señor humano o diabólico. El versículo 12 habla de un nombre que nadie conoce, mientras el 16 declara
el nombre que lleva escrito en su manto a la altura de su muslo. Esta combinación de nombres conocido y
desconocido sugiere que Dios se da a conocer en Cristo, y podemos conocerlo como soberano y también como fiel
amigo (16), pero nuestro entendimiento nunca abarca la plenitud de Dios (12). Siempre hay más que conocer de
Cristo, y siempre hay misterio en nuestra relación con él. Dios no solamente es más que yo; también es más que mi
concepto de él.
El manto del jinete está teñido en sangre (13). Juan toma esta figura de Isaías 63:1-6, donde el Señor viene de
“pisar el lagar en su ira.” Es un símbolo de su victoria total sobre sus enemigos; tiene la ropa salpicada de la sangre
de ellos hasta empaparse. Apocalipsis 19:15 confirma que Juan piensa en este pasaje; Jesucristo es el que ejecutará
la ira de Dios en el Juicio.
Sin embargo, en Apocalipsis 1:5; 5:6, 9; 7:14; 12:11, la sangre mencionada en conexión con Cristo es su propia
sangre. Se puede entender la sangre de 19:15 como la de los enemigos de Jesucristo y de Dios, o como la de Jesús
mismo. En el primer caso, el manto teñido de sangre es un símbolo vívido de la realidad del juicio; en el segundo,
es un recuerdo de que él vence por su propia muerte, y santifica al pueblo por el sacrificio de sí mismo. La segunda
interpretación concuerda con una verdad que es prominente en el Apocalipsis, pero la primera concuerda con la
referencia a Isaías 63:1-6. El lector no halla cuál opción escoger mientras piensa de manera abstracta. Pero cuando
busca aplicar esta verdad a su propia vida, descubre la resolución: Cada persona por su respuesta a Cristo decide de
quién es esta sangre.
Por única vez en Apocalipsis, se aplica a Jesús el título el Verbo de Dios (13). Hay tres libros en el Nuevo
Testamento que llaman a Jesús el Verbo: Juan 1:1 y 14; 1 Jn. 1:1; y Apocalipsis 19:13. Jesucristo es el agente por el
cual Dios habla y se revela, en creación, en redención y en juicio.
Este jinete es un gran general, seguido por ejércitos numerosos (14). Del cielo puede indicar que se refiere a
huestes angelicales, pero el verbo “seguir” se aplica constantemente en el Nuevo Testamento a creyentes humanos.
Se trata de la multitud incontable de los redimidos, presentada primero en 14:1-5. Su vestidura confirma esto, porque
es igual a la de la novia en 19:8. Los que siguen a Cristo en lealtad y dependencia participarán en su victoria, simbo-
lizada aquí por caballos blancos.
La espada que sale de la boca del jinete (15; véase 1:16) representa su poderosa palabra (véase Ef. 6:17), pero
62

también indica la facilidad con que Jesucristo derrota a sus enemigos. Con solamente un soplo de su boca (véase Is.
11:4) los ha herido mortalmente, o los ha convertido en sus seguidores, a los cuales gobernará con puño de hierro.
El lector ya ha aprendido que la palabra del juicio de Dios o de Cristo tiene el propósito de estimular el arrepenti-
miento y la restauración de la relación rechazada. El juicio es una realidad, pero no expresa la verdad final acerca de
Dios ni de su propósito. Como en el caso de la sangre (13), la respuesta de cada persona al acercamiento de Dios en
Cristo determina qué significa esta espada para ella.
La figura del puño de hierro viene de Salmo 2:9.11 Los títulos que expresan la soberanía de este jinete se ven
sobre el muslo (16), tal vez porque estén inscritos en su cinturón o sobre su espada.
En Apocalipsis 19:17, un ángel parado sobre el sol invita a todas las aves a asistir a la gran cena de Dios. Se
refiere a aves de rapiña, porque comerán carne de los seres humanos matados en el juicio/guerra del jinete Jesucri-
sto. Esta cena es la alternativa a las bodas del Cordero. Los que no asisten a un banquete estarán en el otro. Pero ¡qué
diferencia! En las bodas del Cordero, los que han aceptado la comunión con Dios en Cristo están sentados a la mesa
y gozan de los deleites del banquete que pone Dios. En la gran cena del versículo 17, los que rechazaron la
comunión con Dios estarán sobre la mesa, y serán el plato fuerte consumido por los buitres. Los que no quieren usar
su autoridad y sus dones para servir—¡serán servidos! Cada persona tiene que asistir a uno de las cenas; por su
respuesta a Jesucristo y su uso del don y autoridad encargada a ella, elige cuál. Las dos cenas finales de Apocalipsis
19, entonces, corresponden a las dos ciudades o pueblos de Apocalipsis, Babilonia (16:17 a 19:4) y Jerusalén (21:1 a
22:5).
La descripción de la gran cena en Apocalipsis 19:17-21 se basa en Ezequiel 39:4, 17-20. Las categorías de
personas enumeradas enfatizan que nadie escapa del juicio de Dios, ni por ser importante ni por ser insignificante
(pequeños) u oprimido (esclavos).
Los reyes de la tierra con sus ejércitos se congregan para la gran batalla final (19:19). Apocalipsis 19:17-21 es
la elaboración de la sexta copa (16:12-16), la gran batalla de Armagedón. Juan describe la preparación para la
batalla (19:19) pero no narra batalla alguna. La victoria del jinete de aquel caballo es tan rápida y tan tajante que no
hay batalla. Así es la justicia de Dios. Su paciencia parece interminable, especialmente a los que sufren injusticia o
persecución, pero cuando Dios actúa, mueve con una rapidez que deja a todos maravillados. Los rebeldes piensan
que van a medir fuerzas con Dios y con su Cristo, pero en realidad pueden actuar solamente por la paciencia de Dios.
Cuando ésta se acaba, la batalla ya se acabó antes de empezar. Esta batalla omitida es otra manera en que Juan
presenta la soberanía y poder absoluto de Dios.
La bestia con todas sus pretensiones divinas resulta ser solamente prisionera derrotada de Dios (20). Junto con
ella cae el falso profeta; la descripción de las actividades de éste lo identifica como la segunda bestia de Apocalipsis
13:11-17. El dragón todavía no es lanzado al lago de fuego con ellos (véase 20:2, 7, 10). Juan está presentando las
derrotas de las muchas manifestaciones del principio de la bestia a través de la historia. Ninguna de éstas derrotas es
final, porque sigue habiendo seres humanos que usan su poder para la imposición y el egoísmo.
El lago de fuego y azufre (19:20) representa el estado final de los que siguen empedernidos en su rebelión
contra Dios. Es un cuadro vívido de sufrimiento intenso. Es difícil saber si las llamas que Apocalipsis describe son
literales, o símbolo de un sufrimiento mucho peor, como lo son las aves que comen la carne de los rebeldes. Sea
como fuere, queda claro que la mayor calamidad que puede suceder a un ser humano es rechazar la relación con
Dios para la cual fue creado, relación que Jesucristo le ofrece.
En el cuadro de Apocalipsis 19, son solamente el líder político y el religioso o ideológico los que son arrojados
vivos al lago de fuego (20). Los demás (21), sus seguidores, fueron exterminados por la espada del Cordero y su
carne comida por todas las aves. El lago de fuego y las aves de rapiña no representan destinos diferentes para dos
clases de rebeldes; Apocalipsis 20:15 enseña que todas las personas que no se hallan escritas en el libro de la vida
serán arrojados al lago de fuego. La figura de morir a espada y ser comido por aves es otra expresión de la misma
verdad: que los que rechazan a Dios no pueden esperar más que desastre, derrota y vergüenza. Pero nadie es
condenado a este fin por un destino impersonal; Dios viene en Jesucristo para invitar y rogar a todos a arrepentirse y
creer, y para el que cree, la espada que salía de la boca del jinete resulta ser una palabra de perdón y restauración.

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En la traducción griega del salmo, el verbo es el mismo que Apocalipsis utiliza: guiarás.
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Un nuevo gobierno para la tierra (Apocalipsis 20:1-6)

En Apocalipsis 19:20-21, Juan presentó el destino final de la bestia, del falso profeta y de sus seguidores. En
20:1-3 trata la suerte del dragón o serpiente, Satanás. Es prendido y encadenado en el abismo (3) por mil años (2).
Esto sucede por la autoridad y el poder de Dios, porque se presenta como obra de un ángel que baja del cielo (1).
Durante estos mil años, no es Satanás quien reina sobre la tierra; él ya no puede engañar a las naciones (3). Más bien
los cristianos que fueron decapitados por su testimonio reinan junto con Cristo (4). La figura de mil años viene de
la escatología judía popular de aquel tiempo. Esta incluía la idea de que la historia humana corresponde a la semana
de la creación, y durará mil años por cada día de la creación. Los últimos mil años en este esquema serían el reino
mesiánico, comenzando con la venida del Mesías.
Es interesante descubrir el origen de las figuras de Juan, pero más importante escuchar la aplicación de su
enseñanza a los primeros lectores y a los lectores modernos. Algunos encuentran en estos versículos un período
futuro en el cual Satanás será ausente de la tierra y Jesucristo estará corporalmente presente sobre la tierra y reinará.
Tal interpretación tendría poca aplicación a los lectores del primer siglo ni a los de hoy.
El versículo 6 proporciona una clave que puede ayudarnos a entender esta porción del mensaje de Juan a sus
iglesias amadas de Asia Menor. Indica que los que participan de la primera resurrección y reinan con Cristo (4) no
estarán sujetos a la segunda muerte. En 2:11, la segunda muerte se refiere al destino eterno de los separados de
Dios. Los que no están sujetos al poder de la segunda muerte son los que han creído en Jesucristo y han encontrado
la vida eterna en él, una experiencia que se describe como resurrección en Juan 5:25 y 11:25 (véase Rom. 6:11; Gál.
2:20). Entonces, la primera resurrección se refiere a la conversión, cuando el creyente resucita de la muerte que
resulta del pecado. No todos los seres humanos experimentan la primera resurrección, porque no todos creen, pero
los que tienen parte en ella llegan a ser santos por el poder de Cristo y son dichosos porque la segunda muerte no
tiene poder sobre ellos (20:6). Esta es la quinta felicitación del Apocalipsis (véase 1:3, etc.).
Si la segunda muerte es la separación eterna de Dios, entonces la “primera muerte” (un término que no aparece
en Apocalipsis) es la muerte física que pone fin a la vida terrenal. Ningún ser humano es exento de la primera
muerte; algunos de los más fieles a Cristo lo encuentran como resultado de su testimonio. Después de la muerte,
todos tienen que comparecer ante Dios para ser juzgado (Heb. 9:27). Daniel 12:2 dice que para este juicio, que
dividirá a los cuyo nombre se halla anotado en el libro (Dan. 12:1) de los que no lo están, se levantarán las
multitudes de los que duermen, algunos de ellos para vivir por siempre, pero otros para quedar en la
vergüenza y en la confusión perpetuas. Todos participan en la “segunda resurrección” (otro término que no
aparece en Apocalipsis), pero el resultado depende de su decisión acerca de Cristo, quien ofrece la primera
resurrección (Apoc. 20:6). Todos tienen que pasar por la “primera muerte,” pero solamente los que no experimen-
taron la primera resurrección sufrirán la segunda muerte. Volverán a vivir al final de los mil años (5) solamente
para comparecer ante el juicio de Dios y oír la ratificación de su deseo de separarse eternamente de Dios.
Si se entiende así la primera resurrección, entonces los mil años (4) que los santos reinan con Cristo empiezan
cuando ellos lo aceptan como Señor. A partir de aquel momento, reinan por medio de su adoración a Dios y su
testimonio en el mundo, porque estos contribuyen a la realización de los propósitos de Dios para su mundo (véase
1:8; 3:21; etc.). Tienen autoridad para juzgar (20:4) de la misma manera que Jesús juzgaba durante su vida en la
tierra: proclaman el mensaje de Dios y la respuesta de cada oyente determina si éste tiene relación con Dios en Cristo
o no (John 3:19; 12:48).
Juan describe a los que reinan como decapitados por causa del testimonio. Aun en la persecución que sufren,
son identificados con el Cordero, quien también lleva en su garganta la cicatriz de su sacrificio. La aplicación de este
cuadro no se limita a los que murieron decapitados. Los que reinan con Cristo son todos los que son fieles a Cristo
en resistir las presiones hacia el egoísmo y la opresión (no habían adorado a la bestia) y en testificar de la
soberanía de Cristo y de su Padre (testimonio de Jesús y palabra de Dios). Todos estos testigos están expuestos a
la hostilidad del mundo, aunque la muerte no se requiere de todos.
Los mil años, entonces, representan el tiempo de la vida cristiana. Como período de la historia, se extiende
desde la primera venida de Jesucristo, cuando él vino a ofrecer a los seres humanos la primera resurrección, hasta
su segunda venida, cuando regresa para la “segunda resurrección” y el juicio final. Es tentador ver en los verbos
pasados de Apocalipsis 20:1-5 y los futuros de 7-8 una confirmación de que Juan veía a los mil años como
comenzando antes de que él escribiera y terminando después. Sin embargo, ya hemos descubierto que Juan mezcla
los tiempos verbales (véase 11:7-13). Aquí también se mezclan futuros (20:7-8) y pasados (en el idioma origina las
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acciones de 20:9-10 se expresan en tiempo pasado) para referirse al mismo evento.


Según 20:2, Satanás está encadenado durante este tiempo. El poder de Satanás no es absoluto. Dios sigue
siendo soberano, y siempre es más poderoso que los rebeldes. De varias maneras Apocalipsis ha declarado que el
poder del mal está subordinado al poder de Dios (11:15; 13:5; 14:7-8; 16:10, 14; 17:14). Aquí Juan indica que
sucede algo al principio de los mil años que cambia la condición de la serpiente antigua. Como el angel en 12:7-9,
el ángel en 20:1 representa la acción de Jesucristo. Su muerte y resurrección demostraron que no hay lugar para el
mal en el carácter ni en el reinado celestial de Dios (12:9); también cambió la situación terrenal. Satanás está
encadenado (20:2; véase Mc. 3:27 y pars.); no tiene la libertad que gozaría si Jesús no hubiera ganado la victoria
sobre la muerte y sobre el pecado. Satanás es un adversario formidable, pero ya está mortalmente herido; su derrota
es segura.
En la literatura judía posterior al Antiguo Testamento, la figura de atar y aprisionar a espíritus describe “la
restricción a que se sujeta a alguien para ciertas actividades en el mundo en tanto se lo deja libre en otras; significa
un traslado total” (Beasley-Murray). En Apocalipsis 20:1-3, Juan aplica esta figura a la situación del mundo en el
período entre la victoria de Jesús sobre la tumba y su regreso para poner fin a esta época. La obra de Satanás y el
poder del mal están limitados por la victoria que Jesús ganó. Satanás todavía no ha sido arrojado al lago de fuego
(10), pero su autoridad ya está limitada. Una de las fuerzas que limita el poder de Satanás para engañar (3) durante la
época de la iglesia es la predicación del evangelio de Jesucristo en el poder del Espíritu Santo (4). A los engaños se
opone la verdad clara y potente. Es voluntad de Dios que este testimonio de Jesús se proclame a todas las naciones
(3), de manera que no quede ningún campo donde el engaño tenga libertad. Los que proclaman este testimonio
reinan (4) con Jesús.
El dragón encadenado es arrojado al abismo, el lugar propio de los demonios y de todos los que prefieren la
separación de Dios (véase 9:2; Mat. 25:41). El término abismo se aplica con frecuencia al estado final de los rebel-
des, pero aquí se refiere a la condición actual de Satanás, porque al final de la historia habrá de ser soltado por
algún tiempo (20:3). De nuevo encontramos una fluidez en el uso de términos apocalípticos como ‘abismo’ que nos
advierte que aun en la revelación vislumbramos el mundo espiritual y del futuro de manera velada, como en un
espejo nublado.
“Soltar” (3) puede ser otro recuerdo de que el mal “tiene nueve vidas” y surge de nuevo cuando parece
derrotado (véase las cabezas de la bestia en 13:1, 3). También es posible que Juan quiera indicar una intensificación
del mal en los últimos días antes de la intervención final de Dios en Cristo, una idea reflejada en Mateo 24:12 y 2
Tesalonicenses 2:3-4, 8. Sea cual fuere el sentido del desencadenar, está claro que cuantas veces el mal y el Malo se
levanten de la derrota, se levantan solamente para ser derrotados de nuevo. Cada nuevo surgir del mal es una
oportunidad para presenciar la victoria del Rey de reyes y Señor de señores (19:16) con la espada de su boca
(19:21).

El juicio final (Apocalipsis 20:7-15)

El juicio presentado como una batalla (20:7-10)

Al final de los mil años, Satanás sale de su prisión (7) para reanudar su obra de engañar a las naciones y
batallar contra Dios (8). Esta descripción no se debe interpretar literalmente, porque implicaría que la obra de Cristo,
que encadenó a Satanás (2-3), es temporal. Estos versículos enseñan que Satanás no se reforma por ver el ministerio
de Jesucristo ni el desarrollo de su reino en el tiempo de la iglesia. Aun en vísperas de la Segunda Venida, sigue
teniendo el mismo propósito que le ha motivado a través de toda la historia. La oposición a la soberanía y a los
planes de Dios no desaparecerá antes del fin del mundo; “el mal tiene reservas de vitalidad casi insospechadas, y
muere con gran dificultad” (Foulkes). Apocalipsis 20:7-10 sugiere un gran último esfuerzo de los rebeldes para
derrotar a Dios y a su pueblo, la misma verdad presentada en 16:14 y 19:19.
Gog y Magog aparecen en Ezequiel 38-39 como el adversario de Dios y del pueblo que él ha recogido de entre
las naciones (38:12). Gog sube contra el pueblo de Dios, Israel, y cubre la tierra como una nube (38:16). En
Ezequiel, Magog es una tierra, y Gog un príncipe (38:2), pero en Apocalipsis se han fundido en un solo símbolo.
Simboliza “todas las naciones hostiles a Dios y que odian a sus seguidores” (Foulkes). Es una multitud tan numerosa
como las arenas del mar, reunida desde los cuatro ángulos de la tierra (Apoc. 20:8).
Esta multitud rodea y amenaza al pueblo de Dios, pero éste no tiene que defenderse, porque cae fuego del cielo
para protegerlo (9; véase Ezeq. 39:6 y la batalla que falta en Apoc. 19:19-20). La tarea de los creyentes como
candelero es adorar a Dios y testificar al mundo, no hacer guerra ni siquiera preservar su propia vida. Después de la
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victoria final de Dios sobre sus adversarios, el diablo sufre el mismo castigo que la bestia y el falso profeta: es
arrojado al lago de fuego y azufre (Apoc. 20:10). La rebelión contra Dios no lleva a la gloria e independencia que
el rebelde espera, sino al sufrimiento de la separación de Dios, sin tregua y sin fin.
En 9:13-19; 16:12-16; 19:11-21; y ahora en 20:7-10 Juan utiliza la figura de una batalla de escala mayor que
toda batalla de la historia humana. Estos pasajes son expresiones de un mismo principio; no son cuatro distintas
batallas. La rebelión contra Dios produce horribles conflictos dentro de la humanidad, pero aun más se expresa en un
intento de derrotar y destruir a Dios. Puede ser que Juan entiende que esta oposición se intensificará a través de la
historia, culminando en un clímax de oposición, superada por la autoridad y poder invencibles de Dios. La muerte y
resurrección de Jesucristo fue un clímax de la oposición y del poder de Dios. No está claro si Juan está describiendo
aquel evento con términos escatológicos, o si se refiere a algo que sucederá en los últimos días. El tiempo dirá.
En cuanto al papel de Satanás en esta batalla a través de la historia, Newport descubre en 20:7-10 la sugerencia
de que la función del diablo no es originar el pecado sino revelarlo y desarrollar las posibilidades malas latentes en la
gente.

El juicio presentado como proceso legal (20:11-15)

Juan vuelve a ver el trono de Dios (véase 4:2). Ahora el trono es blanco, el color de la victoria (20:11); este
soberano ha ganado la victoria sobre todos sus adversarios. El blanco también puede simbolizar la pureza o rectitud
de su juicio. La huida de la tierra y el cielo indica que está comenzando la gran renovación que Dios realizará al
final de esta edad (véase 21:1); la creación rebelde será expulsada de la presencia de Dios para dar lugar a una nueva
creación.
Dios está sentado para juzgar a todos los seres humanos, tanto los vivos como los muertos (20:12), y nadie, ni
grande ni pequeño, puede escapar del juicio. Cuando Juan dice que el mar devolvió sus muertos (13), enfatiza esta
verdad. Para el judío, el que muere en el mar es el más lamentable, porque no es enterrado en su tierra ni cerca de su
familia. Pero el mar que frustra los últimos deseos del hombre no representa ningún obstáculo para Dios. Al fin de
todo esfuerzo humano y toda peripecia de la naturaleza, tanto los rebeldes como los reconciliados están en la mano
de Dios.
Parece haber también simbolismo en el mar. Como la muerte y el infierno, el mar representa las grandes
fuerzas suprahumanas que amenazan los planes de Dios. Aun estos tres monstruos que tienen encarcelados a los
muertos tendrán que doblegarse ante la voluntad de Dios y devolver a sus muertos. En el plan de Dios, el mal en
todas sus manifestaciones será eliminado de su creación. Los poderes que se oponen al bienestar de sus criaturas
serán juzgados y arrojados al lago de fuego (14). Dios no quiere que el juicio sea destrucción para ninguna
persona; más bien quiere matar la Muerte (véase 21:4) y establecer la realización perfecta de la comunión que él
quiere con la humanidad. Dios puede usar aun la tragedia más grande de la existencia humana para bendición.
A pesar de su deseo, Dios no obligará a ningún ser humano a aceptar esta comunión. Todo ser humano tiene que
responder a Dios, pero puede decir “Sí” o “No.” En el juicio, Dios repasa la vida de cada persona y declara cuál fue
su respuesta. En la visión de Juan, los libros en que están escritas lo que cada persona había hecho se abrieron (12).
Lo que uno hace, aun mejor que lo que dice o lo que piensa, revela su respuesta a la oferta de Dios; por lo tanto,
cada muerto es juzgado conforme a lo que estaba escrito en los libros. El que había vivido una vida de rechazo fue
arrojado al lago de fuego (15); Dios respeta su “no,” aun cuando significa el dolor de la separación para la persona--
y para Dios.
Todos somos pecadores y nuestras acciones expresan el “no” de la rebelión contra Dios. Sin embargo Dios nos
da, por medio del Cordero, la oportunidad de arrepentirnos y cambiar nuestro “no” a “sí.” Los nombres de los que
aceptan esta oferta están inscritos en el libro de la vida (12, 15). En las vidas de éstos se encuentran las acciones que
Dios y Cristo producen. Nadie es exonerado en el juicio en base de buenas obras. Más bien el Cordero con su muerte
ha inscrito los nombres de los que creen en él en el libro de la vida (véase 3:5). Por eso el libro puede describirse
como el libro del Cordero (13:8). La escena del juicio incluye tanto los libros de las acciones como el libro de la
vida, porque el juicio se basará tanto en las acciones humanas como en la gracia divina expresada en el sacrificio de
Jesucristo. Hay tensión entre estas dos bases, pero Juan incluye ambas en su presentación.
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La nueva creación (Apocalipsis 21:1 a 22:5)

Después de describir el juicio de Dios, Juan pasa a la descripción de la nueva creación que Dios está formando
por medio de la obra de Cristo. Esta sección arroja cierta luz sobre el estado eterno de los que han dicho “sí” a Dios
en Jesucristo, pero de acuerdo con el propósito de este Apocalipsis, la primera aplicación de ella es al presente de la
iglesia. Dios ya ofrece en Cristo un anticipo de las bendiciones que los creyentes esperan.

La venida de la nueva creación (Apocalipsis 21:1-8)

Dios renueva su creación, que ha sido contaminada por la rebelión (véase Is. 65:17). Juan describe la creación
como cielo y tierra (1), recordando Génesis 1:1. La creación contaminada, la primera, deja de existir, junto con el
mar. En la literatura apocalíptica, el mar generalmente simboliza el mal (Dan. 7:2-3; Apoc. 13:8; 17:15); este
simbolismo puede ser la razón de que Génesis 1 no dice que Dios creó el mar. Otros apocalipsis también indican que
no habrá mar en la nueva creación de Dios, enfatizando que se eliminará todo elemento negativo.
En el Apocalipsis de Juan, el mar también simboliza la separación (4:6; 15:2). Dios creó a la humanidad para
relaciones, y el peor mal que le puede suceder es la separación o soledad. En Apocalipsis 21:1, Juan no describe la
geografía de la morada eterna de los creyentes, sino que declara el fin de la maldad y de la separación. Dios está
creando en Cristo un acceso totalmente abierto a sí mismo.
La ciudad santa, la nueva Jerusalén (2) es lo opuesto al mar. Es la sociedad de los creyentes. Si el mal
produce soledad, la obediencia a Dios produce comunidad. Con las frases bajaba del cielo y procedente de Dios,
Juan declara de manera enfática que esta comunidad es creada por Dios. La humanidad nunca logrará por su propio
esfuerzo la comunidad y armonía que su naturaleza anhela; sus esfuerzos solamente producen la gran prostituta,
Babilonia (caps. 17-18). La verdadera comunidad será don de Dios.
Esta es una de solamente tres veces que aparece Jerusalén en el Apocalipsis (véase 3:12; 21:10). En 11:8, Juan
tuvo cuidado de no usar este nombre, porque lo reserva para la sociedad ideal que Dios está produciendo por medio
de Cristo y de los que creen en él. Según su criterio, el judaísmo que tenía su sede en el Jerusalén terrenal no realizó
este ideal. Esta ciudad terrenal fue destruida en 70 d. C. Juan declara que ni el fracaso del judaísmo ni la destrucción
de la Jerusalén terrenal frustró el propósito de Dios de crear una sociedad humana totalmente dedicada a él y
gozando de armonía total entre sus miembros. Los fracasos de los cristianos tampoco frustrarán este propósito.
El adorno de esta sociedad (21:2) es su calidad moral (19:8). La comunión con Dios requiere y produce una
conducta recta. Esta rectitud y justicia no es la meta final de Dios para su pueblo, sino preparación para una relación
con Dios, una relación tan íntima como la de esposos.
La voz que provenía del trono explica que se trata de una relación con Dios (3). Dios hace su morada entre los
seres humanos (véase Ex. 25:8). La figura de las bodas en 19:7 y la de acampar aquí expresan la misma verdad: una
relación estrecha entre Dios y cada ser humano. Otra manera de decir lo mismo es que los creyentes sean su pueblo
y que Dios sea su Dios. El ideal expresado en 21:3b se encuentra a través de toda la extensión del Antiguo
Testamento (Ex. 6:7; Jer 31:33; Ezeq. 37:23; etc.); es una frase clave para entender el propósito de Dios para su
creación. Levítico 26:11-12 y Ezequiel 37:27 combinan las mismas ideas que Apocalipsis 21:3a y 3b, y pueden ser la
fuente que Juan utiliza.
Juan repite la imágen que usó en 7:17 para enfatizar que Dios viene para consolar a su pueblo (21:4). El Creador
se preocupa por cada lágrima de sus criaturas. Apocalipsis 21:4b explica en qué sentido el primer cielo y la
primera tierra habían dejado de existir (1). Desaparecen todas las penas y experiencias amargas de la existencia
actual. En Dios, no hay muerte ni motivo de llanto, lamento o dolor. Estas no fueron parte de la voluntad original
de Dios para su creación; más bien tienen su origen en el “no” que el hombre ha dicho de Dios. Siguen siendo
experiencias aun de los arrepentidos hoy; pero cuando Dios se acerca para enjugar nuestras lágrimas, las convierte
en bendiciones y nos da la esperanza de un mundo en que estas cosas no existan.
Estas cosas dejan de existir porque Dios se ha dado la tarea de hacer nuevas todas las cosas (5). La criatura
puede rebelarse contra Dios, y causar el estado trágico que existe hoy en el mundo, pero Dios no se queda con los
brazos cruzados. Sigue siendo un Creador activo, renovando su creación. A Juan le manda, Escribe, porque el
anuncio de esta renovación es digno de ser preservado por escrito. Son palabras verdaderas y dignas de
confianza; revelan la verdad acerca de la fidelidad de Dios a su propósito y a sus promesas. Dios manda que este
ideal se ponga por escrito porque él se compromete a realizarlo.
El versículo 6 presenta la paradoja de la soberanía de Dios y de la necesidad de una respuesta humana. Primero,
67

Dios declara hecho su propósito. El comenzó el proceso con su palabra creadora, y él lo completará (véase 1:8). La
iniciativa siempre es de Dios y Dios siempre tiene la última palabra. Después de esta declaración, y a pesar de que su
palabra no se puede frustrar, Dios lanza una invitación al que tenga sed. El propósito de Dios es una relación con el
ser humano, y una relación es genuina solamente cuando las dos partes la aceptan. Así que, a pesar de que la primera
palabra es de Dios y la última palabra es suya, el hombre es invitado a dar su respuesta a la iniciativa e invitación de
Dios. Dios es soberano; no está sujeto a la respuesta humana, pero tampoco obra sin tomar en cuenta esta respuesta.
Es la paradoja de toda relación; escogemos a nuestros amigos, pero también somos atraídos a ellos.
El requisito para acercarse a Dios es que uno tenga necesidad. Todos los humanos la tienen pero no todos la
reconocen. Cuando uno reconoce su necesidad y se abre a Dios, recibe todo lo que necesita gratuitamente. No nos
pide que le paguemos sus favores, sino que correspondamos a su provision con un constante pedir, confiar y
agradecer. Lo que Dios da al sediento es agua de vida (véase Juan 4:10; 7:37-38), un símbolo de la relación que da
sentido a la vida.
La promesa es para el que salga vencedor (Apoc. 21:7). En cada mensaje de Apocalipsis 2 y 3, hay una
promesa al vencedor, a quien permanece fiel hasta la muerte (véase comentarios a 2:7 y 2:11). La promesa de 21:7 es
una de varias semejanzas en 21:1-22:5 a las promesas al vencedor en los capítulos 2 y 3.
Hay tensión entre la promesa gratuita (Apoc. 21:6b) y la necesidad de vencer para poseer lo que Dios ha
prometido (7a). Es la misma tensión que hay en cualquier relación íntima genuina. Uno hace bondades a la pareja o a
los amigos espontáneamente y no para recibir un beneficio en pago. Sin embargo, hay también reciprocidad. En la
relación ideal, uno se deleita en lo que da y también en lo que recibe. Dios está obrando en Jesucristo para producir
esta relación ideal.
Apocalipsis 21:7b hace individual la promesa de 3b. La relación que Dios quiere con su pueblo no es solamente
corporativa; se extiende a cada individuo.
Hay una alternativa a este cuadro ideal. En contraste radical a la comunidad de los que dicen “sí” a Dios, hay
quienes le dicen “no,” los que componen Babilonia (8). Llas maneras de expresar este negativo reflejan la situación
de Juan y de las iglesias a las cuales escribe. Los cobardes son los que tienen temor de enfrentar la oposición del
mundo y eligen seguir a la bestia (véase 13:3-4) en lugar de sufrir con Cristo. Por su rechazo de Cristo, se pueden
describir también como incrédulos, y como abominables porque adoran (dedican sus vidas a) una perversión de la
verdad. Seguir la bestia es promover la muerte y oponerse a la verdadera vida, de manera que sus seguidores se
pueden llamar asesinos. Cometen inmoralidades sexuales en cuanto rechazan la relación legítima y exclusiva con
Dios para la cual fueron creados. El objeto de los que practican artes mágicas es manipular la creación de Dios
para beneficio propio, y ésta es la actitud hacia la creación que resulta del egoísmo de Babilonia.
La misma deslealtad a Dios que se llama inmoralidad sexual es a la vez idolatría, porque el que no adora a Dios
es condenado a adorar alguna criatura. En el Apocalipsis, el objeto de la adoración falsa es la bestia, y la adoración
funciona como un símbolo del uso del poder. El que usa su poder, autoridad o don para servir a otros está adorando
al Cordero, y el que lo usa para propósitos egoístas y para obligar a otros a servirle está adorando a la bestia.
Finalmente, los ciudadanos de Babilonia son mentirosos. En el día de Juan, la gran mentira que el vencedor en
Cristo no pronunciaba fue “César es Señor.” Algunos fueron a la muerte por confesar más bien “Jesús es Señor.”
Hoy la gran mentira ha tomado otras formas. Algunos dicen, “Dios no existe.” Otros, que el hombre mismo puede
controlar su mundo y resolver sus problemas. Otros, que el dinero o la ciencia o la cooperación humana o el esfuerzo
individual o la recitud moral es suficiente. De cualquier forma, la mentira produce muerte. A fin de cuentas, la única
alternativa a la nueva Jerusalén, la comunidad de los que siguen al Cordero, es el lago de fuego y azufre. El
resultado de rechazar la relación que Dios ofrece no es la feliz independencia que el rebelde anhela, ni siquiera una
vida mediocre o vacía, sino calamidad total: la segunda y eterna muerte.

La descripción de la nueva creación (Apocalipsis 21:9 a 22:5)

Un ángel ofrece a Juan una visión de la novia, la ciudad que veía descender del cielo en el versículo 2. La
ciudad se puede describir como novia porque en la literatura apocalíptica, una mujer representa una ciudad o
sociedad. Pero también se puede llamar novia porque se trata de la relación íntima y exclusiva que Dios ofrece
consigo. Esta relación es lo que constituye la sociedad santa, y es la base de toda la red de relaciones humanas dentro
de ella. Es la esposa del Cordero (como en 19:7) porque en el Cordero, Dios llega al hombre para entablar la
relación.
La introducción y la conclusión de esta descripción son semejantes a las que forman el marco de la descripción
de la gran ramera. En los dos casos (17:1, 3a; 21:9, 10a) un ángel anuncia lo que va a mostrar a Juan y lo lleva o al
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lugar de la revelación en el Espíritu. Al final de cada descripción, el ángel declara que el mensaje comunicado es
verdadero (19:9b; 22:6a) y Juan intenta adorar el ángel (19:10; 22:8-9). Estas semejanzas sugieren que el lector debe
considerar las dos descripciones juntas. Una de estas ciudades es el destino de cada ser humano. Son alternativas
entre las cuales cada ser humano tiene que escoger. Uno puede ser ciudadano de Babilonia o ciudadano de Jerusalén,
pero tiene que pertenecer a una de las dos. Dios llama a una vida de comunión y servicio; el hombre puede responder
“sí” o “no,” pero tiene que responder.
Juan vuelve a entrar en el estado de éxtasis o receptividad a visiones que describe como estar en el Espíritu, y
se encuentra sobre una montaña grande y elevada (21:10). ¿Por qué?, si no es necesario subir a un monte para ver
suspendida en la atmósfera una ciudad de las dimensiones descritas en 21:16. No se trata de una montaña literal, sino
del monte de la revelación (véase Ezeq. 40:2). La montaña también enfatiza el contraste con la otra mujer o ciudad,
colocada según 17:3 en el desierto. La opción de Jerusalén produce una vida elevada y noble, cerca de Dios; la
opción de Babilonia produce la soledad y la muerte del desierto.
Juan ve la ciudad santa, Jerusalén (10), la sociedad que Dios crea en base de la comunión con él. La novia (9)
representa la relación correcta con Dios, que produce relaciones correctas dentro de la humanidad, simbolizadas por
la ciudad. La comunión con Dios transforma a los que la gozan, de manera que su vida es santa. Juan repite la doble
declaración de que esta relación es posible solamente por iniciativa de Dios: que la ciudad bajaba del cielo
procedente de Dios (véase 2).
La descripción de la ciudad representa el pueblo que Dios está creando en Cristo. El primer aspecto de este
pueblo es su semejanza a Dios. Refleja la gloria de Dios (11). El pecado deforma la imágen de Dios en la
humanidad (Rom. 3:23), pero la nueva Jerusalén representa la restauración de esta semejanza. El jaspe refuerza esta
enseñanza, porque es la piedra que describe el aspecto de Dios en 4:3.
El pueblo de Dios es también un pueblo protegido (12). La muralla grande y alta simboliza la protección que
Dios otorga a su pueblo. Según 21:18, la muralla estaba hecha de jaspe; la protección que Dios otorga es él mismo
(4:3; 21:11; véase Zac. 2:5). En una ciudad literal, las doce puertas (12) menguarían el valor de la muralla. Pero el
pueblo de Dios es a la vez un pueblo perfectamente protegido por Dios y un pueblo abierto para que entre
cualquiera. Las puertas representan la invitación de Dios, por medio de sus testigos, a que todos se unan a su pueblo.
De cualquier rumbo que se acerque uno, este, norte, sur u oeste, encuentra amplia entrada, simbolizada en tres
puertas (13; véase Ezeq. 48:30-35). El que entra encuentra perfecta libertad para “entrar, salir y hallar pastos” (Jn.
10:9).
El número doce, aplicado tanto a las puertas (12) como a los cimientos y los nombres (14) enfatiza que esta
ciudad simboliza el pueblo de Dios, el verdadero Israel (12). La mención de los doce apóstoles del Cordero aclara
que no se trata del Israel literal. Efesios 2:20 presenta a los apóstoles, junto con los profetas, como fundamento de la
iglesia, la nueva humanidad.
El acto de medir (15) simboliza posesión y protección (véase Ezeq 40-42); este pueblo pertenece a Dios y él lo
protegerá. El oro enfatiza el valor que el pueblo tiene para Dios. Los números mencionados como medidas de la
ciudad y de su muralla (Apoc. 21:16-17) sin duda son símbolos y no tienen valor aritmético. Por lo tanto, el lector
debe fijarse en las notas de la Nueva Versión Internacional, y no en las medidas del texto. Doce mil y ciento
cuarenta y cuatro (el número doce cuadrado) confirman que se trata del pueblo de Dios. Tomadas literalmente,
estas medidas corresponderían a una ciudad de 2,200 kilómetros por 2,200 kilómetros, con una altura igual. Este
tamaño fantástico, superior al de muchos países, es típico de la hipérbole apocalíptica. Alrededor de una ciudad tan
alta, un muro de sesenta y cinco metros sería risible. El versículo 17 puede referirse a la espesura del muro, o a su
altura. Pero estos números no son literales, sino símbolos del pueblo de Dios (doce).
La forma cuadrada (16) de la ciudad es un símbolo de su perfección. La adición de su altura convierte el
cuadrángulo en un cubo perfecto. El lugar santísimo en el templo del Antiguo Testamento tenía la forma de un cubo
(1 Reyes 6:20), y simbolizaba la presencia de Dios. La nueva Jerusalén es la realidad de la presencia de Dios con su
pueblo. El versículo 22 expresa la misma verdad: no vi ningún templo en la ciudad. En esta ciudad se experimenta
la realidad plena de la presencia del Señor Dios Todopoderoso y del Cordero; no hace falta el símbolo de esta
presencia (véase Juan 4:21; 2 Cor. 6:16). Las dimensiones enormes de la ciudad declaran que hay cupo para todos en
la presencia de Dios.
El material de la ciudad (18) y de la calle principal (21) es oro puro, semejante a cristal pulido. Es dudoso
que Juan piense en un oro que literalmente se parezca al cristal; se trata de un símbolo fantástico del valor que Dios
atribuye a su pueblo y de la pureza que le da. Para Dios, el ser humano vale mucho más que el oro más fino. Quiere
que cada humano sea parte de su pueblo, su tesoro más precioso, y para lograrlo lo hace tan puro como el crystal
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más fino. Las piedras preciosas que adornan los cimientos de la muralla (19-20) refuerzan esta verdad. Hay una
imagen semejante en Tobías 13:17. Las piedras son doce, el número que simboliza el pueblo de Dios. La lista
recuerda la lista de doces piedras en el pectoral del sumo sacerdote (Ex. 28:17-21).
Las puertas de la ciudad son perlas (Apoc. 21:21). En la antigüedad, la perla se apreciaba más que el oro.
También, es la única joya que es producida por un ser vivo. Tal vez Juan quiera enseñar que la entrada a este pueblo
es por medio de un ser vivo: Jesucristo. Pero es igualmente posible que solamente tenga la intención de recalcar el
valor y la magnificencia de la relación con Dios que la entrada a esta ciudad representa.
La falta de un templo (22) enseña la verdad positiva de la presencia inmediata de Dios. De la misma manera, la
falta de sol y luna (23) enfatiza la plena luz que ilumina el pueblo de Dios. Dios y el Cordero son la luz de los
suyos. Desde luego esta afirmación no es literal; se refiere al entendimiento y gozo que manan hacia la humanidad.
Esta luz es la presencia de Dios y de Jesucristo en una relación personal. Es probable que Juan está meditando sobre
Génesis 1. Como Dios iluminó la creación al principio con su palabra poderosa, al fin iluminará la nueva creación
con su presencia plena en la Palabra viva.
Otro pasaje del cual Juan toma mucho del vocabulario de estos versículos es Isaías 60. La descripción de Dios
como la luz de Sion, reemplazando el sol y la luna, viene de Isaías 60:19-20. El versículo 3 del mismo capítulo
afirma que las naciones serán guiadas por la luz de Sion y el 5, que traerán a ella las riquezas de las naciones
(véase Apoc. 21:24, 26). En la consumación de los siglos, las naciones y sus reyes entregarán sus riquezas, tanto
materiales como espirituales, al servicio de Dios y no a Babilonia (18:11-13, 19). Las puertas siempre abiertas (25)
se mencionan en Isaías 60:11.
Es difícil concebir cómo se cumplirá la profecía de Apocalipsis 21:24 en la consumación final, cuando los
creyentes y los rebeldes sean permanentemente separados. Sin embargo, su aplicación al presente está clara. El
pueblo de Dios es un pueblo evangelístico (véase también Is. 49:6). Dios lo ilumina para que sirva de luz a las
naciones, los que no conocen a Dios. (La misma palabra con frecuencia se traduce “gentiles” en el Nuevo
Testamento.) El propósito de Dios es alcanzar a toda la humanidad (5:9; 7:9), y su instrumento es el pueblo que está
siendo iluminado por su relación con Jesucristo.
En 21:25, Juan nota que las puertas de esta ciudad estarán abiertas todo el día. Este detalle continúa el énfasis
evangelístico. Siempre hay apertura para que cualquier ser humano se una al pueblo de Dios por la fe. Las puertas
siempre abiertas también sugieren la paz y seguridad perfectas en que mora el pueblo de Dios. Las puertas de una
ciudad antigua se cerraban de noche para seguirdad, y de día cuando había amenaza de ataque.
En la ciudad no habrá noche (véase Zac. 14:7; Is. 60:20). Como en el versículo 23, no se trata de una
descripción literal, sino del fin de la noche de separación y rebelión contra Dios (véase Jn. 13:30). El ministerio de
Jesucristo derrotó la noche, y en la consumación su victoria será manifiesta. La noche o las tinieblas que quedan
excluidas de esta ciudad se especifican en Apocalipsis 21:27. Nunca entrará en ella nada impuro, ninguna pizca
de rebelión contra la voluntad de Dios. La relación con él será perfecta, y expresada en obediencia perfecta. La
rebelión contra Dios y la separación de él constituyen la verdadera idolatría en este mundo; no existen en la nueva
creación que Dios está constituyendo en Jesucristo. Los farsantes o mentirosos (véase comentario a 21:8) también
quedan excluidos. Se está realizando hoy la separación entre los que viven en el autoengaño y aquellos que tienen
su nombre escrito en el libro, los que han regresado a Dios por medio del Cordero y comparten su vida. La
separación será completa cuando el Cordero traiga el fin. La voluntad de Dios no es excluir a nadie de su pueblo,
sino separar la impureza de rebelión del rebelde para que éste quede puro e incluido.
A través de la ciudad fluye un río (22:2) que mana del trono (22:1). Juan piensa en el cumplimiento de Zacarías
14:8 y de la promesa de Jesús en Juan 7:38. Este río es la restauración del ideal de Génesis 2:10 y la realización de la
visión de Ezequiel 47:1-12. El río representa el Espíritu de Dios (Juan 7:39), la presencia de Dios en su creación,
que vivifica al hombre. En la visión de Ezequiel, el río sale del umbral del templo (47:1), pero en la visión de Juan
no existe el templo (Apoc. 21:22). Tanto el templo en Ezequiel como el trono en Apocalipsis representan a Dios, la
verdadera fuente del agua de vida. La vida consiste en las relaciones que Dios hace posible, primero con él mismo y
luego entre los que lo conocen.
La descripción que Juan pinta es amena: un río cristalino en medio de una amplia avenida, con hileras de árboles
cargados de fruta en cada lado del río (Apoc. 22:1-2). La realidad simbolizada es aun más amena: una relación con
Dios que da una vida con sentido y gozo, una relación que se multiplica en relaciones humanas satisfacientes.
En el plan que Dios está realizando en Cristo, se restaura el árbol de la vida (2) que el hombre ha perdido por
su rebelión (Gén. 3:22-24). El número doce recuerda al lector que la verdadera vida pertenece solamente a los
arrepentidos, al pueblo de Dios. Este número de cosechas también permite que haya siempre (cada mes) fruto sobre
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este árbol. La vida abundante que Dios propone para los seres humanos es continua, sin las interrupciones de
sequedad o soledad que la humanidad sufre en la actualidad. El árbol que Juan describe tiene cualidades
maravillosas; aun sus hojas sirven para sanar (véase Ezeq. 47:12). La relación con Dios es provechosa en todos sus
aspectos; Dios provee todo lo necesario para una vida plena.
Es posible que Juan también quiera sugerir a sus lectores un contraste con la higuera de Marcos 11:13 (véase
Mat. 21:19). En la nueva creación que Dios está realizando en Cristo, nunca habrá “hojas pero no fruto,” apariencia
sin realidad. Los que viven por su relación con Cristo recibirán un carácter auténtico, sin hipocresía.
El mundo actual está bajo maldición (3) por su rebelión contra Dios (Gén. 3:14, 17). La nueva creación que
Dios está formando por su obra de redención no estará sujeta a la maldición de la rebelión, que produce la
separación, primero de Dios y luego entre sus criaturas. Este versículo tiende a confirmar que Juan piensa en Marcos
11, que habla de la higuera que Jesús maldijo (Mar. 11:21).
La verdadera dicha del hombre es relacionarse con Dios, y Apocalipsis 22:3b-5 describe esta relación. El trono
de Dios y del Cordero está en medio de su pueblo (3b), de manera que éste tiene constante acceso a Dios y
constantes comunicaciones de él. La relación correcta que sostienen con Dios se puede describir como adoración; su
relación con Dios siempre es una relación entre creación y Creador, y nunca una relación de iguales. En una vida de
adoración de Dios, expresada en servicio a otros en lugar de buscar ser servido, el ser humano descubre su verdadera
identidad y su verdadera importancia.
La identidad del ser humano se centra en la imagen de Dios, descrita en el versículo 4 con la frase llevarán su
nombre en sus frentes. No se trata de una marca en la piel, sino de una semejanza en naturaleza y carácter. En el
plan de Dios para su pueblo, esta semejanza se realizará a través de la comunión íntima señalada en las palabras lo
verán cara a cara. Dios promete el cumplimiento del deseo de Moisés en Exodo 33:18 (véase 20) y de la
bienaventuranza de Mateo 5:8. Un encuentro con Dios transforma a la persona, y el estado eterno de los creyentes
será un constante crecimiento, porque será un encuentro continuo con Dios. La verdad de Apocalipsis 22:4 se
expresa en 1 Juan 3:2b de esta forma: cuando Cristo venga, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como
él es.
Apocalipsis 22:5 repite el simbolismo de 21:23. La comunión con Dios es la luz del hombre. Esta comunión
también es la forma en que los creyentes reinan. Reinarán por los siglos de los siglos no es una promesa de la
venganza, sino un efecto de la adoración descrita en 3b. Reinamos por nuestra adoración a Dios y nuestro testimonio
(como candelabros; 1:20). Esta adoración/testimonio tiene una autoridad superior a cualquier rey terrenal, y
determina el futuro y el destino de la humanidad.

Conclusión (Apocalipsis 22:6-21)

La conclusión del Apocalipsis vuelve a enfatizar algunas verdades importantes que Juan ha presentado. Beasley-
Murray encuentra tres temas en la conclusión: la autenticidad de las visiones narradas (6, 13, 16), la inminencia de la
venida de Cristo (7a, 10, 12, 17, 20), y la necesidad de santidad en vista de la amenazante consumación (7b, 11-12,
14-15).
El ángel revelador (21:9) repite que estas palabras son verdaderas y dignas de confianza (6, véase 21:5). El
mensaje es la verdad, una clave para entender el mundo presente y vivir en él, dada por el Señor en fidelidad a su
amor y sus promesas. El quiere que sus siervos, los creyentes, sepan las cosas que tienen que suceder sin demora.
Habla el Dios que inspira a los profetas, de manera que este mensaje es la clave de la profecía, que permite al
lector interpretar los eventos de su mundo a la luz del plan de Dios.
Dios o Jesucristo declara, ¡Miren que vengo pronto! (7). Siempre está viniendo para participar en la historia,
llamando a todos al arrepentimiento y sosteniendo a sus seguidores en medio de las pruebas. La penúltima de las
siete felicitaciones del Apocalipsis (véase 1:3; 22:14) recuerda al lector que el Apocalipsis es un mensaje profético
para ser obedecido, no una predicción para entretener. Por su testimonio, su adoración a Dios, su perseverancia en
lealtad a Cristo y la santidad de su vida, el lector debe cumplir las palabras que ha leído.
En Apocalipsis 22:8-9, Juan y el ángel repiten la escena de 19:10. Esta repetición sirve como parte del marco
que recalca el contraste entre las dos mujeres (la prostituta y la novia) que son dos ciudades (véase comentario sobre
21:9). También recalca que la adoración se debe reservar a Dios. Confirma a los primeros lectores en su resistencia a
atribuir títulos de divinidad o actos de reverencia al Emperador de Roma. Pero si está prohibido adorar a cualquier
ser creado, más impresionante se vuelve la adoración dirigida al Cordero en este mismo libro (1:17; 5:9, 12; véase
4:11; 5:13; 7:10, etc.). De un modo más efectivo por ser indirecto, Juan proclama la divinidad de Jesucristo.
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Los apocalipsis normalmente se presentan como libros sellados (Dan 8:26; 12:4, 9). Este sello es parte de la
seudonimidad; explica por qué el libro no fue conocido durante los siglos entre el supuesto autor y el tiempo de los
lectores. El supuesto autor selló su libro, y en la providencia de Dios fue abierto precisamente en el tiempo del
cumplimiento de sus profecías. El Apocalipsis de Juan no fue sellado porque no es seudónimo (Apoc. 22:10:
guardes en secreto es literalmente “selles”). Juan fue un contemporáneo de los primeros lectores del libro, y les
comunica un mensaje para el presente.
Ya que el tiempo del cumplimiento ha comenzado, Juan sugiere que es tarde para reformar el carácter (11). El
malo seguirá haciendo el mal, el vil seguirá envileciéndose, el justo continuará practicando la justicia, y el santo
seguirá santificándose. Es sorprendente leer esto después del llamamiento al arrepentimiento tan prominente en el
Apocalipsis. En 22:17, hay una nueva invitación para que vengan y se arrepientan todos. Juan no es fatalista en
22:11; más bien advierte a sus lectores que con cada decisión que tomamos en la vida, estamos formando nuestro
carácter, y cada día es más difícil cambiarlo. Cuando llegue el fin, será imposible. Apocalipsis 22:11 enfatiza la
urgencia de acudir hoy en fe y arrepentimiento al poder transformador de Dios revelado en Jesucristo. El arrepenti-
miento nunca será más fácil que hoy.
Es urgente responder de inmediato al llamamiento de Jesús al arrepentimiento, porque viene pronto para juzgar
(12). Los sellos (6:1-17) y las trompetas (8:6-9:21) declaran que Jesús anticipa su juicio en este mundo para
estimular al hombre a recapacitar y arrepentirse; anuncia la realidad del juicio final por el mismo motivo. El traerá
una recompensa para cada ser humano, de acuerdo a lo que haya hecho. Las acciones revelan la verdadera actitud
de uno hacia Jesús y hacia su Padre. No es suficiente profesar fe en Cristo; la conducta de uno refleja su dependencia
de él y su obediencia a él--o su opuesto. La recompensa es una relación personal. Para la persona que ha seguido en
su rebelión contra Dios, su destino eterno será separación de Dios, una relación de oposición ya permanente. Para la
que se arrepiente y acepta la relación con Dios, el fin será la comunión perfeccionada con Dios. Y el que más ha
convivido con él en esta vida—en obediencia, en su obra, en conciencia de su presencia, en relaciones positivas
humanas, etc.—más disfrutará de aquella comunión.
Dios, Padre e Hijo, es el Alfa y la Omega, el Primero y el Ultimo, el Principio y el Fin (13). El mundo existe
porque él, el Principio, lo creó. Una relación con Dios es posible porque él tomó la iniciativa y buscó una relación
con el ser humano, y porque tomó una nueva iniciativa en su Hijo para ofrecer el perdón y llamarnos al arrepen-
timiento.
Dios también es la Omega, el Ultimo, el Fin. Al final de la historia y de cada vida se encuentra Dios, para
llevar a buen término su obra de creación, para pronunciar el juicio final, para recibir a los arrepentidos en una
relación permanente y perfecta, y para despedir con dolor profundo en su corazón a los que prefieren vivir en separa-
ción de Dios, con todas las consecuencias que esta separación implica.
En la última de las siete felicitaciones del Apocalipsis (14; véase 1:3; 22:7; etc.), se combinan tres figuras que el
Apocalipsis emplea para describir el acceso a la vida que Dios ofrece en Jesucristo. Los que lavan sus ropas (véase
7:14: en la sangre del Cordero) son los que acuden a Jesucristo y reciben el perdón de los pecados que manchaban
sus vidas y los separaban de Dios. Dios les otorga derecho al árbol de la vida (véase 22:2), un símbolo de la vida
permanente que Dios quiere que la humanidad disfrute en relación íntima con él. Su relación con Dios les permite
relacionarse positivamente también con otros seres humanos, de manera que pertenecen a la ciudad que Dios está
formando (21:2). Entraron por las puertas que Cristo abrió con su venida al mundo y con su sacrificio (véase
21:12).
Como Juan ya apuntó en 21:8 y 27, hay una alternativa a esta relación con Dios (22:15). Uno puede escoger
quedar afuera. Juan menciona algunas de las características de la vida separada de Dios. Casi todos estos términos
ya aparecieron en 21:8 o 27; el único nuevo es perros. Los perros del primer siglo no fueron mascotas de la casa,
sino que vivían de la basura de las calles. Como en Deuteronomio 23:17-18 y Filipenses 3:2, perros aquí describe
personas impuras y maliciosas. Juan revela a qué tipo de personas considera perros en los otros términos de
Apocalipsis 22:15.
Cada una de las tres listas de los que quedan afuera (21:8, 27; 22:15) termina con los mentirosos. Aquí se
menciona a todos los que aman y practican la mentira. El camino de la rebelión contra el Creador es, en el fondo,
una vida basada en la mentira: una mentira de autosuficiencia, una mentira acerca de la naturaleza y el propósito de
la existencia humana, una mentira acerca del tipo de mundo que Dios creó. El camino de la obediencia se basa en la
más profunda verdad, la de las relaciones de perdón y amor.
Jesús es el que revela esta verdad (16). El mensaje del Apocalipsis viene de él, y se trata de las iglesias, de los
que han reconocido en él la verdad y se han arrepentido de sus ideas y acciones falsas. Pero Jesús no sólo da el
72

mensaje; él también es el mensaje (16b). Es la raíz y la descendencia de David, el Salvador que Dios había
prometido (Is. 9:7; 11:1) para permitir a los hombres librarse de la esclavitud de la mentira y de la muerte, y
comenzar una vida basada en la verdad. Como raíz o retoño, Jesús mismo es la vida nueva que Dios otorga al
creyente. Como estrella de la mañana (véase 2:28), es la esperanza por la cual vive la persona de fe.
Al oír este mensaje de vida y esperanza, los que lo creen claman, “¡Ven!” (17). Ellos conforman la novia, la
comunidad de fe, y hablan animados por el Espíritu de Dios, quien constituye esta comunidad y le da vida. Los
creyentes anhelan la rectificación que Jesús traerá en el mundo y en sus propias vidas. Se repite en este versículo el
tema que ha dominado todo el libro: la segunda venida de Jesús (véase 1:7; 2:5; 22:20, etc.). Es posible experimentar
esta venida siglos antes de su momento histórico, porque Jesús constantemente está anticipando su segunda venida,
para llamar a todos al arrepentimiento y para proteger a los arrepentidos y darles crecimiento.
El clamor de adoración y petición se convierte en testimonio, de manera que el que escuche puede venir a Jesús
(17b). El doble aspecto (adoración y testimonio) del mensaje y de la tarea de los creyentes permite a Juan dar a la
petición/invitación “¡Ven!” un doble sentido. Se dirige a Jesús, quien vendrá a juzgar al mundo y reivindicar a los
que confían en él, pero también se dirige al necesitado. Cualquiera que tenga sed de una relación positiva, de la
verdad, de un vivir auténtico y limpio, puede “venir” a Jesucristo, integrarse por el Espíritu al grupo de los arrepen-
tidos y clamar con ellos, “¡Ven!” En “el que viene” encontrará satisfacción para su sed más profunda, el agua que es
verdadera vida. Jesús ofrece esta vida gratuitamente. Ya pagó el precio completo con su muerte; lo único que pide
es que uno quiera. Aunque el carácter de una persona queda más permanente con cada una de sus acciones, y
aunque nadie puede cambiar su propio carácter (11), hay esperanza en “el que viene” (17). La persona que quiere
venir a Jesús o que Jesús venga a ella será transformada. Todos debemos “venir” a él en arrepentimiento, porque él
viene (20).
Apocalipsis 22:18-19 expresa la convicción de Juan, que el libro que él acaba de producir es un mensaje de
Dios, y que Dios se encargará de mantenerlo íntegro. Tal advertencia era normal en la literatura apocalíptica. Surgió
porque era costumbre que alguien que quería escribir un apocalipsis tomara gran parte de su obra de otro apocalipsis,
modificándolo para expresar su propio mensaje y para reflejar su propia situación. Por lo tanto, los autores
apocalípticos empezaron a poner una maldición al final de sus obras como una manera de defender los “derechos del
autor.” En 22:18-19 Juan sigue el modelo que conoce, pero también nos recuerda que la verdad de Dios no debe ser
adaptada a la conveniencia del hombre. Es lamentable que algunos han pensado que esta maldición se aplique a las
investigaciones de la crítica textual, que tienen el propósito de acercarse a la palabra original inspirada por el
Espíritu Santo.
El penúltimo versículo del Apocalipsis reitera su tema. A la petición del versículo 17, Jesús--el que da
testimonio de estas cosas (véase 1:5, 11-13)--dice ¡Sí! (20) Por séptima vez (2:16; 3:10; 16:15; 22:7, 12, 17, 20),
Jesús dice, vengo pronto. ¿Cumplió su promesa? Si el único posible cumplimiento de esta promesa es la Segunda
Venida corporal de Jesús, que pondrá fin a la época presente y traerá el juicio final, la respuesta tiene que ser no. El
fin no llegó pronto; todos los primeros lectores del Apocalipsis murieron sin verlo. En cambio, si Jesús está
constantemente anticipando su venida, para participar en la historia humana y promover la relación con Dios que él
vino y vendrá para establecer, los primeros lectores vieron por fe la Segunda Venida. Fueron fortalecidos para
perseverar en su fe y en su testimonio; experimentaron la reivindicación de Dios y el poder de Jesucristo que se
perfecciona en la debilidad (2 Cor. 12:9). Jesús todavía viene pronto. El lector que ha recibido el mensaje de Juan
con fe dice, ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús!
El Apocalipsis termina como una carta (véase 1:4, 5a). Todas las cartas de Pablo y la de Hebreos cierran con un
deseo de gracia (véase 1 Ped. 5:12; 2 Ped. 3:18). Juan adopta la misma conclusión para su obra. Pide para sus
lectores y para todos la gracia de nuestro Señor Jesús. Aunque Jesús viene para declarar que el hombre se ha
rebelado contra Dios y se ha hecho merecedor del terrible castigo divino, éste es un mensaje de gracia, porque Jesús
lo declara precisamente porque quiere perdonar y rescatar a rebeldes. De ellos constituye por su gracia la nueva
Jerusalén, una sociedad de relaciones ideales con Dios y entre seres humanos.
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BIBLIOGRAFIA
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