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EL SURGIMIENTO DE LOS

CAUDILLOS EN EL MARCO
DE LA SOCIEDAD RIOPLATENSE
POSTREVOLUCIONARIA

El surgimiento de regímenes de caudillos es uno de los ras-


gos más notables de la primera etapa independiente en más de
una comarca hispanoamericana. El presente examen se circuns-
cribirá al Río de la Plata y a las primeras dos décadas post-
revolucionarias; esos límites relativamente restringidos pare-
cen sin embargo suficientes para ofrecer a nuestro examen
situaciones tan disímiles entre sí que la primera conclusión
que parece imponerse es desesperanzadamente nominalista: la
expresión "régimen de caudillos" no es sino una etiqueta co-
mún para realidades irreductiblemente diversas.
Y en efecto, la expresión comienza por ser eso: un califi-
cativo denigratorio aplicado muy liberalmente por ciertos po-
líticos a sus rivales. Caudillo es aquí quien aspira a ganar el
poder por la violencia, o lo ejerce al margen de la organización
estatal constituida, o todavía se apodera de él en cualquier otra
forma tenida por ilegítima. La expresión cubre un conjunto
de significaciones semejantes al que un siglo antes cubría la
de tirano, a la que el ciclo revolucionario dio un sentido nuevo,
menos atento al origen del poder que al estilo de su ejercicio.
Con estas connotaciones e inequívoco matiz despectivo la en-
contramos no sólo en la pluma de nuestros doctores, sino tam-
bién en la no siempre más tosca de nuestros caudillos, que la
emplean para su rivales y no la aceptarían sin duda para sí.
122 TULIO HALPERIN DONGHI

Por otra parte la palabra no parece haber alcanzado, hasta fi-


nes del siglo XIX, uso popular: está ausente, por ejemplo, de
los cantares históricos recogidos por O. Fernández L a t o u r . . . 1
¿Qué interés tiene este esbozo de historia de una palabra?
Lo tiene porque a partir del conjunto de situaciones por ella
cubiertas se elaboró la teoría del caudillismo, que desde las
notaciones tan ricas del general Paz hasta la primera versión
sistematizada que proporciona Sarmiento recoge y organiza
una imagen acuñada primero por la lucha política. No es ex-
traño que la empresa de buscar una clave histórica para un
fenómeno tan insuficientemente definido pueda parecer inútil.
En todo caso sería decepcionante contrastar con esa variedad
de situaciones concretas las distintas teorías que pretenden ex-
plicar el caudillismo sobre una única clave. Lo que aquí se
intentará es en cambio la descripción de algunos procesos defi-
nidos habitualmente como de ascenso de caudillos: entre ellos
se encontrarán diferencias notables; se encontrarán también
rasgos comunes, menos significativos sin duda que los evocados
por esas teorías, acaso menos discutibles también que las claves
universales en cuya búsqueda ellas se encarnizan.
Examinaremos entonces algunos procesos que rematan en
la instalación de regímenes de caudillos: en la primera década
revolucionaria los vinculados con Güemes y Ramírez; luego de
1820 el que lleva al poder a Ibarra y el que hace de Quiroga
figura dominante en el interior argentino. Esta elección de
ejemplos no es arbitraria: los dos primeros se dan en plena
expansión revolucionaria, y se vinculan en medida diversa con
el ciclo de defensa de sus fronteras. Los últimos se presentan
en el marco del derrumbe del poder central, en un contexto
político-social del todo diferente. ¿Pueden estos cuatro ejemplos
considerarse representativos de un proceso que sin duda los
excede? Por lo menos su heterogeneidad misma parece traducir
bastante bien la rica complejidad de ese proceso.
Salta era en tiempos coloniales y seguía siendo aun a me-
diados del siglo XIX 2 la comarca rioplatense que repetía mejor
1 Cantares históricos de la tradición argentina. Selección, intro-
ducción y notas por Olga Fernández Latour. Buenos Aires, 1960.
2 "El pueblo es dócil aquí, o más bien, no hay pueblo, porque
EL SURGIMIENTO DE LOS CAUDILLOS 123

el modelo altoperuano: gran distancia social entre una clase


alta a la vez terrateniente y mercantil, una plebe rural de
labradores en tierra ajena y una plebe urbana dedicada sobre
todo al servicio de casas y conventos. Esa distancia estaba
consagrada por una imagen jerárquica en la que las diferencias
sociales eran identificadas con las de casta: los labradores eran
por hipótesis indios y tierras de indios son llamadas en los
inventarios las que no se encuentran bajo explotación directa
del señor 3, en la ciudad los pocos que, surgiendo de la plebe,
aspiran a oficios más altos, son llamados "rabos colorados";
se supone que la sangre africana que es la causa última de su
bajo origen les ha dejado, a falta de otros signos más visibles,
esa marca indeleble y oculta 4. Durante más de cinco años esa
tierra ha podido sin embargo ser gobernada en nombre de esa
despreciada plebe, en contra de los linajes ricos y viejos;
luego todo eso desapareció sin dejar rastros aparentes. ¿Cómo
pudo ser?
Lo que Güemes llamaba el sistema, su peculiar estilo de
gobierno, era en efecto gobierno en nombre de los pobres (por
hipótesis patriotas) y en contra de los más entre los ricos (por
hipótesis —cada vez mejor confirmada a medida que el sistema
duraba— partidarios del Rey). Esa hostilidad tan insistente-
mente proclamada no era la única que debía enfrentar la aris-
tocracia salteña: enriquecida gracias al comercio no sólo en
cuanto clase mercantil sino como terrateniente (¿sus mejores
tierras no eran acaso los potreros destinados a invernar las
muías llegadas de las provincias de abajo en camino al Perú?),
debía ver sin alegría el desencadenarse de una guerra que la
aislaba en un extremo del área revolucionaria, que cortaba esa

la clase pobre es, como S. E. sabe, tributaria". Régulo Martínez a Mi-


tre, Salta, 27 de marzo de 1863, Arch. Mitre, tomo XII, Buenos Aires,
1911, p. 279. Sobre Salta en la década de 1850, Víctor Gálvez (Vicente
G. Quesada): Memorias de un viejo, ed. 1942, Buenos Aires, pp. 357 y ss.
V. por ejemplo el inventario de bienes de Do. Nicolás Severo de
Isasmendi, en Atilio Cornejo: Introducción a la historia de la propie-
dad inmobiliaria de Salta en la época colonial, Buenos Aires, 1945, pp.
415 y ss.
B. Frías, Historia del general Güemes y la Provincia de Salta,
I, Salta, 1911, p. 273.
124 TULIO HALPERIN DONGHI

ruta peruana a la que debía su prosperidad, creciente desde


que, en la segunda mitad del siglo anterior, la atracción del
Atlántico se hizo sentir más intensamente para todo el sector
austral de las Indias. Sin duda el comercio del Perú no quedó
del todo interrumpido; nominalmente prohibido, siguió prac-
ticándose, aunque en medida mucho menor, en plena guerra.
Pero de ese comercio irregular, a la vez vedado y alentado por
el poder revolucionario, el sector mercantil prerrevolucionario
sólo puede participar limitadamente. Por otra parte la guerra
de independencia trae otro cambio menos visible al principio
pero más duradero: la rehabilitación de la ruta del Cabo de
Hornos, la emancipación de Chile y el Alto Perú, antes englo-
bados en el hinterland comercial de Buenos Aires. Los días de
Salta como gran nudo mercantil estaban entonces concluidos;
el futuro de su clase alta —un futuro menos brillante de todos
modos que su pasado— se encontraba en la tierra.
A esa reorientación, acompañada de decadencia, las vicisi-
tudes de la lucha revolucionaria habrán de acelerarla, sin mo-
dificar sustancialmente su rumbo. El solo hecho de que la
comarca sea teatro de guerra es suficiente para ello. El modo
de guerra que se practica lo es aún más decisivamente: una ¡
parte de la población rural está permanentemente movilizada:
se trasforma de productora en consumidora. ¡Y con qué saña,
con qué encarnizamiento consume! Descontemos todo lo que el
odio faccioso agregó a las memorias, tan frecuentes luego de
su muerte, de las atrocidades de Güemes. ¿Pero cómo no creer
en esa imagen recurrente, la de los gauchos patriotas entrando
en los alfalfares meticulosamente regados, deshaciendo en unas
horas el trabajo de años, llevándose los ganados para comer
por algunos días según su hambre? Cómo no creer en ella si es
confirmada por otra parte por los decretos emanados de Güe-
mes: la requisa de ganados, la obligación de mantenerlos sin
cargo en los potreros son su modo habitual de costear la guerra;
las contribuciones forzosas, las confiscaciones son su modo tam-
bién habitual de enfrentar las disidencias en los sectores altos 5.

5
Un ejemplo entre muchos: las desgracias de Tomás de Archon-
do, en op. cit., I, 401-2. Otros muy abundantes en Joaquín Carrillo:
EL SURGIMIENTO DE LOS CAUDILLOS 125

El tono popular del régimen de Güemes es entonces una


cosa sola con su modo de hacer la guerra, con la decisión —por
otra parte ineludible— de hacerla con recursos locales, que en
una sociedad como la salteña estaban necesariamente concen-
trados en pocas manos. Más aún: ese tono popular es una con-
secuencia de la guerra; es ella la que cava un abismo entre el
gobernante y lo grupos altos salteños, de los que él mismo
provenía, y en los cuales había encontrado, al comienzo de su
carrera, apoyos decisivos.
La ascendencia de Güemes hace de él en efecto un ejemplo
bastante típico de la clase alta salteña: gustosa de ostentar ár-
boles genealógicos enraizados en los años de la conquista,
parece ser sin embargo con gran frecuencia el fruto de la
alianza entre los viejos linajes y los más afortunados comer-
ciantes o burócratas peninsulares llegados a Salta en los tiem-
pos de prosperidad de la segunda mitad del siglo XVIII 6 . De
una de ellas proviene Güemes; si por su madre desciende del
fundador de Jujuy, su padre es un funcionario de la Real
Hacienda nacido en la Península. El derecho de Güemes a con-
siderarse integrante de la clase alta salteña no tiene duda;
tampoco la tiene su posición marginal dentro de ella, deri-
vada de la moderada prosperidad de su familia. Por otra
parte su carrera es la típica de los sectores menos afortunados
de la clase alta: militar desde casi niño, pertenece desde 1806
a la guardia personal del Virrey; vuelto a Salta luego de la
revolución permanece todavía hasta 1815 dentro de la estruc-
tura del ejército nacional.

Jujuy, provincia -federal argentina, Buenos Aires, 1877 (violentamen-


te hostil a Güemes).
6
Fundadores de estos linajes: Pedro Antonio de Gurruchaga y
Alzaga, vizcaíno, instalado en Salta con comercio de paños a media-
dos del siglo XVIII; Jerónimo Puch, de Oloviaga, (Vizcaya) instalado
hacia la misma época en Salta con comercio, abuelo de la que sería
esposa de Güemes; José de Uriburu, nacido en 1766 en Guerníca (Viz-
caya), instalado en Salta, primero en la administración de aduanas
y luego como comerciante; Ignacio de Gorriti y Arambarry, de Nava-
rra. Cfr- los artículos correspondientes en Enrique Udaondo: Diccio-
nario biográfico colonial argentino, Buenos Aires, 1939.
126 , TULIO HALPERIN DONGHI

Mientras tanto la Revolución ha dado lugar, en Salta más


que en otras regiones más abrigadas del peligro realista, a
la formación de milicias. Las primeras que surgen siguen de
cerca el modelo colonial: dos cuerpos urbanos, divididos por
una rígida línea de casta, y numerosos cuerpos rurales orga-
nizados, costeados en su armamento por grandes propietarios
y dirigidos por ellos 7. Güemes, oficial del ejército nacional,
entra en contacto con algunos de esos hacendados trocados
en jefes de milicias; con los. Gorriti (un linaje vasconavarro
poderoso en la Frontera) establece una alianza destinada a
durar. Bajo su égida la organización de las milicias rurales
se trasforma; al lado de los cuerpos de área de reclutamiento
reducida, y muy firmemente controlados por el señor de la
comarca, surgen ahora otros de milicianos reclutados en toda
la provincia, más numerosos y aguerridos, que reemplazan
la lealtad al señor local con la prestada —al margen de los lazos
sociales de tiempos de paz— a su jefe militar. Surge así una
fuerza si no opuesta, sí por lo menos ajena a las relaciones en-
tre sectores sociales tal como se dan en Salta por herencia colo-
nial. Todavía en sus comienzos esta fuerza nueva convive con
las viejas: en el momento de romper con el ejército nacional
Güemes cuenta con el apoyo decisivo de un partido dentro del
Cabildo de Salta; la previa división de la clase alta salteña en-
tre sectores realistas y patriotas es tan enconada que los últimos
aceptan, por lo menos en su punto de partida, el sistema de
Güemes. Esta adhesión dura poco; es el desenvolvimiento del
sistema el que lo priva progresivamente de sus apoyos en las
clases altas y por ello mismo lo radicaliza.
Ese movimiento cada vez más radical puede subsistir duran-
te largos años porque cuenta entre otras cosas con el apoyo del
poder central. Abandonada la política de ofensiva, Güemes ase-
gura a mínimo costo la defensa de la frontera altoperuana; a
cambio de este servicio el régimen directorial abandona su es-
tilo circunspecto, fuerza su conservadurismo esencial para acep-
tar cuanto en Salta se hace en nombre de la defensa de la
revolución. La caída del poder nacional trae consigo la del

7 B. Frías, op. cit., I, 389-90.


EL SURGIMIENTO DE LOS CAUDILLOS 127

sistema salteño; ésta es consecuencia de una lenta deterioración


que, a la vez que exaspera a las clases altas, fatiga el entusias-
mo de la plebe revolucionaria.
En efecto, el sistema de Güemes, populista en la medida en
que asignaba al sector alto (salvo las familias adictas) el costo
de la guerra, si contribuía eficazmente a empobrecerlo no ase-
guraba en cambio ninguna prosperidad al resto de la población
salteña. Por el contrario, el empobrecimiento terminó por ha-
cerse general e inocultable; factores ajenos al sistema político
salteño (así la escasez de metálico derivada del aislamiento co-
mercial) se unían aquí con otros más vinculados a éste (así la
emisión de nuevas monedas metálicas, las monedas de Güemes,
nominalmente de plata, bien pronto dotadas de fama larga y
no halagüeña por todas las provincias de arriba 8 ) . Por otra
parte el significado de la presencia realista variaba desde el mo-
mento en que entraba a gravitar en el Alto Perú un jefe tan
libre en sus decisiones como Olañeta, dispuesto por otra parte
a discretos acuerdos; la intransigente revolución popular parece
haber sido la primera en entrar por este nuevo camino, concer-
tando con el jefe adversario la tolerancia por el comercio no-
minalmente prohibido por ambos. Con tanto mayor decisión le
siguió la oposición señorial contra Güemes; muerto éste sus mi-
licias rústicas, en aborrecimiento al nuevo régimen dominado
por sus adversarios, se presentaron en 1823 a Olañeta para jurar
adhesión a la causa del R e y . . .
Así se deshacía, corroído por dentro, el sistema de Güemes.
Dentro del conjunto de regímenes de caudillos, el suyo parece
hacer excepción: es a la vez el más radical y el mejor tolerado
por el gobierno central. Sin embargo en su historia más violenta
y breve se dan ciertos rasgos que volveremos a encontrar en
otras partes, bajo una más apacible secuencia de hechos.
Hasta su trágico final la carrera de Ramírez se desarrolla
en Entre Ríos en un clima menos rico en antagonismos. Sería
inútil buscar aquí las tensiones sociales que la estructura domi-
nante en Salta debía necesariamente provocar: en esta tierra
8
Retiro de moneda de Güemes, en La Rioja en 1818, Archivo
del brigadier general Juan Facundo Quiroga, t. I, Buenos Aires, 1957
pp. 90-92.
128 TULIO HALPERIN DONGHI

de nueva colonización, sumariamente poblada, en que diminutos


centros urbanos, ninguno de los cuales llega a mil habitantes,
sirven de puertos fluviales para zonas ganaderas en rápida ex-
pansión, esas tensiones serían impensables; por otra parte aun
los más ricos elementos locales hacen figura modesta al lado
de los que en verdad dominan la economía entrerriana: los co-
merciantes de Buenos Aires (y en menor medida, en la costa
occidental, de Santa Fe). Estos elementos son sin embargo los
dirigentes de la sociedad local; como tales ocupan los cargos de
alcaldes y tenientes-alcaldes, que aseguran la policía rural, y
la jefatura de las milicias, en tiempos prerrevolucionarios de
existencia apenas nominal. Francisco Ramírez es uno de ellos:
su padre es Juan Gregorio Ramírez, un paraguayo que comenzó
haciendo comercio en su barco a lo largo del Uruguay, estable-
cido luego como hacendado en Arroyo Grande; su madre es
Tadea Jordán, hija de un maltes llegado entre los fundadores de
Arroyo de la China; muerto el marido, Tadea Jordán volverá a
unirse con un andaluz, acopiador y comerciante de Arroyo de
la China, y con él fundará un linaje —el de los López Jordán—
destinado a ancha fama. Antes de la revolución Francisco Ra-
mírez es ya alcalde de hermandad en Arroyo Grande; luego de
ésta será la figura político-militar dominante en Arroyo de la
China; en la comarca entrerriana en que, en torno al interior
despoblado, cada pequeño puerto ha creado tras de sí un
hinterland más relacionado con Buenos Aires o con Santa Fe
que con las zonas vecinas, faltarán durante años figuras de gra-
vitación más que local. Como Ramírez en Arroyo de la China,
Hereñú es figura dominante en la Bajada, Samaniego en Gua-
leguaychú, Zapata en Nogoyá... Hasta ahora muy poco ha cam-
biado en la distribución del poder político en Entre Ríos; las
alternativas que crea la expansión del artiguismo harán en cam-
bio de Ramírez un jefe provincial. Traerán también otro cambio
importante: instalarán la guerra en Entre Ríos, hasta entonces
sólo saltuariamente visitada por ella. De allí —como en Salta—
una militarización que exige consumo desenfrenado de hombres
y ganados, una crisis de la antes floreciente ganadería que nece-
sitará más de un decenio para comenzar su recuperación. Ramí-
rez preside sin duda esta alegre liquidación; todavía a su aven-
EL SURGIMIENTO DE LOS CAUDILLOS 129

tura final por tierras santafesinas y cordobesas arrastrará setenta


mil vacas extraídas de las ya exhaustas campañas de Corrientes
y Entre Ríos... 9 .
Pero sería inútil buscar aquí el contexto de tensión social
que en Salta daba sentido a las depredaciones: Ramírez no las
ve sin desazón; cuando cree llegada la hora de la paz los regla-
mentos que dicta para la Mesopotamia por él dominada abundan
en prescripciones destinadas a devolver la prosperidad a la
ganadería, desde la prohibición de toda matanza y de la expor-
tación de ganado en pie hasta el disciplinamiento de una mano
de obra que la guerra ha hecho escasa y levantisca, imponiendo
(como antes Pueyrredón en Buenos Aires, Artigas en la Banda
Oriental, San Martín en Cuyo) la papeleta de conchabo a la
plebe rural. En Entre Ríos el caudillo puede hablar en nombre
de la sociedad en su conjunto; el igualitarismo político que es
legado ya imborrable del artiguismo no parece por otra parte
incompatible con el reconocimiento de las diferencias existentes
ahora como en los tiempos prerrevolucionarios. Por eso las opo-
siciones no se dan, como en Salta, entre sectores sociales, sino
entre regiones, y son más fácilmente superadas. Representativo
de la sociedad entrerriana en su conjunto, el régimen de Ra-
mírez puede ser condenado a un olvido táctico cuando la pro-
vincia, con la jefatura de su desleal heredero Mansilla, se
coloque bajo la égida de Buenos Aires y Santa Fe, que lo han
vencido. Pero todavía en 1826, en una campaña que sigue sien-
do miserable, el coronel Paz descubre, en la coexistencia de un
autoritarismo político aceptado sin protesta y un vivo y uni-
versal sentimiento de adhesión a la libertad y la igualdad, el
legado todavía actuante de la primera experiencia política vi-
vida por Entre Ríos 10.
Aníbal S. Vázquez: Caudillos entrerrianos. Tomo I. Ramírez.
Segunda edición. Paraná, 1937, p. 163.
10
Sobre la miseria en el este de Entre Ríos informe de un co-
merciante inglés a Ponsonby. Public Records Office (Londres), F. O,
6/13, f. 198; en la zona de Arroyo de la China hay hambres periódicas
desde 1820 y la carne de yegua y de avestruz se han trasformado en
alimento normal. Los mismos hechos alegados por Mansilla en un me-
morial contra la prohibición de importación de harina, el 7 de diciem-
bre de 1825 (el memorial entre los papeles de Parish, PHO, FO. 354/ 7).
130 TULIO HALPERIN DONGHI

El panorama social de Salta se diferenciaba del de Entre


Ríos en más de un aspecto fundamental; ambos tenían en co-
mún, sin embargo, su relativa homogeneidad: en Salta una clase
alta de raíces a la vez urbanas y rurales domina sin rivales; en
Entre Ríos el sector dominante es igualmente único. En San-
tiago del Estero encontraremos una situación más compleja. Es-
tá por una parte la ciudad; pobre ciudad que vive sobre todo
de la ruta comercial del Alto Perú; sus posibilidades en este
aspecto son sin embargo cada vez más limitadas por el ascenso
de Tucumán. Están las tierras regadas a orillas de los ríos, con
quintas en los alrededores de la ciudad y cultivos de cereales
que en tiempos buenos dan lugar a alguna exportación pero en
los años malos no alcanzan a cubrir el consumo local. Están las
tierras de ganados, entre los valles, en las serranías del suroeste
y en la franja aun estrecha que avanza sobre el Chaco. Está
por último la fuente de las principales exportaciones santiague-
ñas: al este y al oeste una zona de recolección (miel y cera en
la selva, grana en la estepa), servida por una población irre-
gular... Son los comerciantes de la ciudad, los propietarios de
tierras regadas, los que dominan el Cabildo; los que animan,
luego de 1810, una política de rivalidad con Tucumán. Pero este
sector va a ser el más perjudicado por las consecuencias de
la revolución: sobre todo la ruina del comercio altoperuano,
junto con la escasez creciente de mano de obra (en esta provin-
cia sólo rica en hombres a la que los gobiernos revolucionarios
acuden con preferencia para engrosar sus ejércitos) son las cau-
sas de una decadencia que es exhibida complacientemente por
las actas del Cabildo y tiene manifestación aun más impresio-
nante en el panorama de ruinas que duran por largo tiempo
luego del terremoto de 1817, porque no hay recursos para re-
construir 11. El sector ganadero, hasta ahora secundario, es rae-
Las impresiones del general Paz, en sus Diarios de marcha, pu-
blicados por el Archivo General de la Nación, Buenos Aires, 1937, pp.
184-6. El arraigo popular del recuerdo de Ramírez en el este de En-
tre Ríos, en César B. Pérez Colman. Apuntes históricos. El nordeste
de Entre Ríos. Fundación de Concordia. Paraná, 1933, pp. 113 y ss.

11 Actas capitulares de Santiago del Estero, tomo VI, Buenos


Aires, pp. 528-30.
EL SURGIMIENTO DE LOS CAUDILLOS 131

nos perjudicado; si también él debe contribuir —con dudosa


espontaneidad— a la remonta y alimentación de los ejércitos,
por lo menos la coyuntura económica le es favorable: la aper-
tura" del comercio libre, junto con la devastación de la gana-
dería litoral, aseguran a los cueros santiagueños una demanda
más sostenida. A este cambio del equilibrio económico acom-
paba otro en el mismo sentido en cuanto al poder militar; la
presión indígena acrecida obliga a un esfuerzo mayor en las
fronteras, que pone a disposición de las autoridades locales tropas
más abundantes y aguerridas. Las condiciones están entonces
dadas para un cambio político; la hegemonía de las familias
capitulares, que ha sobrevivido a la Revolución, no podría so-
brevivir a las consecuencias locales de ésta.
El cambio político local se inserta, también aquí, en la cri-
sis de las relaciones con el poder central. Sometido por el go-
bierno de Buenos Aires al predominio de Tucumán, desde 1815
cabeza de intendencia, el grupo capitular de Santiago se dedicó,
en la medida de sus medios y de su prudencia, a una tímida
fronda. La creación de la República de Tucumán agravó su
situación; ahora el predominio de la zona rival no encontraba
ya freno. La alarma de los capitulares, representativa de la
ciudad y las zonas de regadío, rivales económicas infortunadas
de la provincia políticamente dominante, no era sin embargo
compartida por las zonas ganaderas; ellas no tenían nada que
temer de la hegemonía tucumana. Estas disidencias se hacen
evidentes cuando Santiago debe elegir electores para designar
los dos diputados que ha de enviar a la capital de la nueva
república; en la ciudad la elección es protagonizada por la tropa
que el jefe tucumano Aráoz ha tenido la precaución de organizar;
"no se atrevieron los ciudadanos de la mejor representación y
siendo el mayor número a venir a dar su voto, porque desde que
aclaró el día de esa mañana formaron toda la tropa y se empabe-
llonaron todas las bayonetas... justamente recelosos, de nom-
brar con la libertad que se debe, tuvimos a bien no venir a sufra-
gar" 12. Estas escandalosas acusaciones son formuladas por los
electores designados por los partidos del regadío; el elector

. Loc. cit. n. 11, pp. 662-7.


132 TULIO HALPERIN DONGHI

de Matará no se fatiga de protestar; todo en la elección ha sido


normal. En efecto, en la frontera de los abipones y su breve
hinterland ganadero se ha votado unánimemente candidatos
dispuestos a apoyar la política del tucumano Aráoz. La discu-
sión entre los electores, cada vez más agria, se corta brusca-
mente cuando la tropa reaparece en la plaza, al parecer dis-
puesta a imponer su ley a los díscolos representantes del pueblo.
El elector de Matará... Matará es la capital de la frontera,
desde 1818 su comandante es Juan Felipe Ibarra, capitán del
ejército nacional. Los Ibarra forman una familia hegemónica ,
en ese rincón fronterizo; Felipe Ibarra es juez del partido de
Matará en 1808 y de nuevo entre 1823 y su muerte, ocurrida
en 1827; Francisco Ibarra es alcalde de hermandad en el mis-
mo partido para 1814; Román Ibarra lo es para 1817. En el cua-
dro provincial sin embargo su papel es aun secundario; sin
duda en 1811 Cayetano Ibarra es alcalde de hermandad de la
capital pero ninguno de los miembros de la familia aparece
ocupando cargos capitulares 13 Es precisamente Juan Felipe
Ibarra el primero de este linaje que supera decididamente la
gravitación local; luego de una tentativa fracasada de estudiar
teología en Córdoba, se incorpora al ejército nacional; a esa
incorporación, que le da contactos influyentes, se deben sin
duda las primeras etapas de su ascenso: en 1818 —se ha re-
cordado ya— es capitán y jefe de fronteras por designación
del gobierno central; en el mismo año el Cabildo de Santiago,
acaso impresionado por esas muestras de favor, incluye el
suyo entre los ocho nombres de entre los cuales propone se
elija gobernador.
Ahora su situación es extremadamente difícil; el gobierno
central al que debe su ascenso no existe ya; la República de
Tucumán a la que ha apoyado contra la clase política tradi-
cional no ha de sobrevivirle por mucho tiempo. Pero su poder
no depende ya de la constelación bajo cuyo signo ha surgido;
el cambio en el equilibrio económico y militar santiagueño
es un dato destinado a durar. El 23 de marzo fue la escan-
dalosa reunión de electores; el 30 el comandante de armas de

13 Loc. cit. pp. 123, 251, 514, 551.


EL SURGIMIENTO DE LOS CAUDILLOS 133

Santiago debe anunciar el avance del comandante de la fron-


tera; invocando la desidia de las autoridades para atender
las necesidades de sus milicias fronterizas, Ibarra se apodera
de la ciudad; durante treinta años, salvo dos interrupciones,
gobernará desde ella a la provincia. No sin sobresaltos, sin duda;
si los capitulares le ceden rápidamente el paso (el 24 de mar-
zo, luego de la borrascosa sesión de electores, hay ya renun-
cias numerosas de quienes han sabido leer el signo de los cam-
bios que se preparan) las tentativas de restauración de la vie-
ja clase política no faltarán. Pero los "bravos milicianos" bas-
tan para aventarlas; el mantenimiento de la coyuntura que ha
preparado el ascenso de Ibarra debilita por otra parte a sus
adversarios; el peligro existe sobre todo en la cavilosa mente
del gobernador, que no olvida a sus enemigos en acecho más
allá de las fronteras provinciales, demasiado hospitalariamente
recibidos en Catamarca, en Tucumán, en Salta...
De nuevo diferente es el panorama de los Llanos riojanos;
de nuevo distinta —más apegada aun a las estructuras político-
administrativas preexistentes— es la trayectoria de Facundo
Quiroga, que a partir del dominio militar de la región llanera
alcanzará la hegemonía sobre todo el interior.
Los Llanos son en rigor las Sierras de los Llanos; un con-
junto de modestas cadenas aisladas en medio de la estepa del
este riojano, a partir de ellas el acceso al oeste riojano no es
más fácil que el de San Juan o Mendoza; lo es menos que el
de Catamarca, de Córdoba, de Santiago. Las sierras abundan
en breves oasis, donde se crían, como en todo el Interior, ca-
bras y ovejas; a partir de la segunda mitad del siglo XVIII
una ganadería más lucrativa —la del mular, en menor grado
la del vacuno— da una prosperidad nueva a la comarca
llanera. Sus pobladores son además trajineros infatigables:
no sólo llevan a vender sus ganados hasta Mendoza, hasta
Chile (antes de 1810 hasta Potosí); se dedican además a tras-
portar en sus arrias frutos de otras comarcas. Los Llanos son,
al abrirse el ciclo revolucionario, el sector más dinámico de
La Rioja; el oeste riojano alterna una agricultura de viñas, ce-
reales y alfalfares de invernada con una ganadería más pobre
y tradicional. Entre ambos se halla la escuálida capital, recos-
134 TULIO HALPERIN DONGHI

tada sobre la sierra do Velasco, pero ampliamente abierta por


el este a los Llanos.
La estructura social es más homogénea que la económica:
toda la Rioja es tierra de gran propiedad rural; su campaña está
dominada por grandes linajes propietarios demasiado frecuen-
temente en lucha entre sí; esa aristocracia —como la campaña
toda de La Rioja— es más pobre que la salteña y carece de las
raíces urbanas que en ésta complementaban a las rurales.
El origen de Quiroga corresponde muy bien a esos Llanos
en expansión; su padre es un sanjuanino de Jáchal, que ha
venido de su tierra con ganados y dineros; ha comprado y po-
blado estancias y casado con una heredera llanista. Desde los
últimos tiempos coloniales —cuando La Rioja era tenencia de
gobernación de Córdoba— el nombre de José Prudencio Qui-
roga aparece frecuentemente en cargos de policía y milicias
en su comarca llanera; en estas funciones su disciplinado aca-
tamiento a las autoridades que en él las delegaban parece ha-
ber sido ejemplar; por lo menos iba a ser puesto como ejemplo
a su inquieto hijo 14 . La revolución cambió al principio muy
poco en todo esto: La Rioja seguía siendo tenencia de gober-
nación de Córdoba; el acaudalado sanjuanino seguía ocupando
sus cargos habituales, alternando en ellos con otros señores
de la comarca llanera —los Villafañe, los Brizuela, los Ocampo...
La revolución iba a despertar sin embargo un interés nue-
vo por La Rioja: eran en primer término los hombres y gana-
dos los que eran requeridos para la guerra; más tarde entró
a contar su riqueza minera, de la que se esperaba que com-
pensara la pérdida de Potosí. Desde 1817 será teniente de go-
bernador un antiguo funcionario de la ceca potosina, Barre-
nechea; es desde entonces evidente que la codiciada plata del
Famatina es, para las autoridades de Buenos Aires lo mismo
que para las provincias vecinas, lo más importante de La Rioja.
La esperanza de esa riqueza futura —que nunca ha de al-
canzarse— comienza a torcer el destino de la región. Pero por
el momento La Rioja es sobre todo proveedora de hombres,
caballos, muías y vacas; sus familias capitulares prosiguen,
41
Oficio de Diego Barrenechea a J. F. Quiroga, La Rioja, 27 de
enero de 1820. Arch. Quiroga, cit. I, 118.
EL SURGIMIENTO DE LOS CAUDILLOS 135

mientras el orden revolucionario se consolida y luego se viene


abajo, sus viejas rivalidades; éstas mismas las obligan a buscar
nuevos apoyos, a oponer el teniente de La Rioja el intendente
de Córdoba, su superior; a apoyar —o bien combatir— la sepa-
ración de La Rioja de la intendencia cordobesa.
-'En esas luchas el papel de los Llanos es cada vez más de-
cisivo ¿Por qué? Sin duda, porque toda la vida llanista parece
preparar allí un foco de poder militar; riqueza de ganado ma-
yor, excepcional en la zona andina, relativa abundancia de
hombres, acostumbrados por otra parte a dejar su rincón y su-
marse a la vasta población itinerante que es característica de
la Argentina premoderna (como por otra parte suele serlo, con-
tra los que quieren esquemas acaso insuficientemente meditados,
de las llamadas sociedades tradicionales); dispuestos a recorrer
en guerra rutas que conocen ya demasiado bien de tiempos de
paz. Pero a los datos prerrevolucionarios la Revolución ha agre-
gado otros motivos más inmediatos de ese surgimiento de los
Llanos como centro militar hegemónico para todo el Interior.
Pese a que durante el primer decenio revolucionario los Llanos
forman parte de una retaguardia nunca seriamente amenazada
ni por el retorno realista ni por la expansión del federalismo
litoral, la revolución ha militarizado profundamente la vida
local: este reservorio de hombres y ganados, del que bien pron-
to se abusa, debe ser enérgicamente gobernado; las autoridades
locales, ya en tiempos virreinales excesivamente poderosas,
adquieren poderes nuevos en la medida en que satisfacen las
exigencias que la política revolucionaria impone. Sigamos, a
través del Archivo de Juan Facundo Quiroga, las primeras eta-
pas de su carrera pública. Etapas todavía poco brillantes; en
1816 reemplaza -a su padre como capitán de milicias de San An-
tonio de los Llanos; en enero de 1818 a Juan F. Peñaloza como
comandante de Malanzán... En uno y otro cargo sus tareas
principales son juntar ganados, para el ejército que se bate en
el norte, cuando la amenaza realista vuelve a Salta, pero tam-
bién para los bandos sucesivamente dominantes en la compli-
cada constelación política riojana. En una provincia en que la
despoblación de ganados hace escasa la carne para consumos,
en que por lo tanto las extracciones normales para otras juris-
136 TULIO HALPERIN DONGHI

dicciones scon reducidas por acto de imperio a la mitad 15, las


presiones habían de ser sin duda crecientes para obtener el ob-
jetivo propuesto; las autoridades locales atienden por otra par-
te cada vez peor las exigencias de sus mandantes; sea enviando
un número menor de ganados, sea requisando los animales más
flacos, sea finalmente devastando la jurisdicción del vecino y
protegiendo así la propia de nuevas exacciones. En 1820 los
conflictos entre requisadores de ganado, que se disputan los
últimos restos de una riqueza casi agotada, se hacen eviden-
tes. . . 16 Pero a través de ellos se advierte muy bien qué signi-
fica en cada jurisdicción el comandante de milicias: es sin duda
el que tiene autoridad para despojar a sus administrados de su
principal riqueza; es también el que puede misericordiosamente
salvarla, fijando su atención en otra parte. Para los pobres la
autoridad del capitán, la de su superior el comandante encie-
rran amenazas más directas: ellos son los destinados al servi-
cio de las armas. La amenaza es aun más inmediata para la
población itinerante; y tiende a ampliarse: en La Rioja, como
en el resto de las Provincias Unidas, la obligación de la pape-
leta de conchabo para los peones es actualizada; los vagos son
objeto de una intensa presión reclutadora y el servicio de ar-
mas es utilizado como pena para reincidentes.
¿Tiene algo de extraño que los nombres de quienes reciben
y acatan ejemplarmente las órdenes de las sucesivas autoridades
porteñas, cordobesas, riojanas, sean los mismos que los de los
futuros jefes llanistas —Quiroga, Villafañe, Brizuela, Tello,
Llanos? Son precisamente esos años de autoridad delegada, dis-
crecionalmente ejercida al servicio de exigentes poderes, (ca-
paces de recordar la necesidad de evitar en principio exaccio-
nes y abusos, pero interesados sobre todo en obtener rápi-
damente los recursos que tan urgentemente necesitan), los que
hacen de estos hacendados ya respetados en su tierras, de estos
prósperos tratantes de ganado y dueños de arria los "señores
15
, Oficio de Diego Barrenechea, a J. F. Quiroga. La Rioja, 19 de
abril16de 1818, Arch. Quiroga cit, I, 87.
Por ejemplo Miguel G. Vallejos a Quiroga, Arch. Quiroga cit.,
I, p. 216 (13 de setiembre de 1820) J. Facundo Quiroga a Domingo
Ocampo, id. p. 223 (15 de setiembre de 1820).
EL SURGIMIENTO DE LOS CAUDILLOS 13?

de horca y cuchillo" frente a cuya existencia no se fatigarán


de indignarse nuestros publicistas.
El caudillo surge aquí, entonces, no frente a las estructuras
de poder que tiene su cima en Buenos Aires, sino dentro de
ellas. Su ascenso posterior del nivel local al nacional se da
—luego del derrumbe del poder central en 1820— de la misma
manera: Facundo Quiroga, árbitro de la situación riojana des-
de 1821, jefe por otra parte de muy apreciadas milicias, no ex-
tenderá su área de influencia sino a partir de solicitaciones muy
vivas de los poderes establecidos en áreas vecinas, que quieren
contar su apoyo: es primero el sanjuanino Del Carril quien
cree fácil utilizar el poder de Quiroga para consolidar su si-
tuación en su provincia; es luego el cordobés Bustos quien lo
busca con propósitos más ambiciosos. Tal como lo iba a señalar
el propio Quiroga, nunca cumpliría su papel de rayo de la gue-
rra sino a solicitud de parte interesada; aun en esa etapa avan-
zada de su ascenso hacia un poder más que local este prototipo
del caudillo no se coloca en contra sino dentro de un orden en
el que participan los herederos políticos del caído régimen cen-
tral y los futuros dirigentes de la renovada tentativa unitaria.
La solidaridad de Quiroga con el orden vigente llega por cier-
to muy lejos: guiado por sus asesores de Buenos Aires, influ-
ye para que la disciplinada legislatura de su provincia se pro-
nuncie en 1824 por la solución unitaria; sigue con interés nada
hostil las primeras etapas del funcionamiento del Congreso
Constituyente, del que espera que transformará su grado mi-
litar provincial en uno del ejército nacional.. . 17 . No cabría aquí
el examen del rompimiento posterior, debido sin duda a razo-
nes muy complejas; de todas maneras ya antes de esa ruptura
Quiroga —por las fuerzas que maneja, por la disciplina y las
lealtades que con ellas lo unen, por el estilo de control del po-
der político que adopta— aparece como la más típica figura
de caudillo del interior argentino.
He aquí, entonces, cuatro trayectorias políticas muy dife-
rentes entre sí, ubicadas por otra parte en un marco social
17
V. La correspondencia de Quiroga con Ventura Vázquez, en
Archivo Quiroga (Copias en el Instituto de Historia Argentina Dr.
Emilio Ravignani) carpeta VIII.
138 TULIO HALPERIN DONGHI

también variable. Junto con esos elementos diferenciales exis-


ten también, sin embargo, rasgos comunes, a través de los cua-
les no es imposible indagar qué innovaciones posteriores a 1810
provocaron, en comarcas tan variadas del nuevo país, esas evo-
luciones paralelas.
Habría que examinar, en primer término, las innovaciones
económicas. Que estas se vinculan con el surgimiento de los
caudillos es idea muy arraigada entre nuestros estudiosos. Esas
innovaciones mismas son sin embargo mal conocidas; la tenta-
ción de asignar significación muy amplia a fenómenos de ám-
bito de vigencia limitado es por lo tanto grande (afecta muy
seriamente a la más inteligente de las explicaciones económico-
sociales de nuestro caudillismo, la ya clásica de Juan Alvarez).
A través de los análisis que anteceden encontramos sin duda
en cada caso cambios económicos de ritmo muy rápido que
acompañan y acaso condicionan esa igualmente acelerada evo-
lución política, pero esos cambios están lejos de ser los mismos
en todos los casos. En Salta como en Santiago del Estero ha-
llamos los ecos locales de un derrumbe de estructuras comer-
ciales que es para todo el Interior la consecuencia primera de
la Revolución. Consecuencia gravísima para Salta; menos seria
para Santiago, que no obtenía parte importante de los lucros
mercantiles vinculados con esos circuitos ahora cortados. En
ambas zonas la solución a largo plazo debía ser un triunfo de
la producción sobre el comercio, y dentro de la primera de la
ganadería sobre otras actividades más exigentes de mano de
obra. Esta solución económica, idéntica en ambos casos, se
acompaña de nuevos equilibrios sociales que son en ambas pro-
vincias muy diferentes. En Salta, donde el sector comercial ur-
bano es a la vez terrateniente, el triunfo ganadero se da bajo
el signo de una restauración del orden social contra el cual se
había elevado el sistema de Güemes. En Santiago, por el con-
trario, el desplazamiento de la hegemonía político-social hacia
grupos nuevos es un dato destinado a durar: la aristocracia
capitular, vinculada al comercio y la agricultura de regadío, es
reemplazada por los propietarios de las zonas no irrigadas. Es-
te cambio no es sin embargo catastrófico, y convendría no exa-
gerar su alcance: el sector ahora hegemónico formaba parte,
EL SURGIMIENTO DE LOS CAUDILLOS 139

antes de este proceso, de los grupos altos de Santiago, aunque


ocupando dentro de ellos lugar subordinado.
¿Y en La Rioja, y en Entre Ríos? Aquí los cambios eco-
nómicos postrevolucionarios no han podido hacerse sentir sino
en un solo aspecto: las devastaciones que trae la guerra. En
los llanos de La Rioja la ganadería, transporte y comercio son
actividades que no podrían separarse; las tres son afectadas
por la guerra. ¿Resiste mejor la economía, más cerrada sobre
sí misma, del oeste de La Rioja, de esos pueblos de indios en-
cerrados entre altas montañas y consagrados a una agricultura
de oasis? Es probable que sí; parece entonces que podría inter-
pretarse la trasformación de los Llanos en centro dominador
para toda La Rioja y en segundo término para todo el Interior
como una respuesta a la quiebra de la ordenación comercial
prerrevolucionaria, que pesa con particular intensidad sobre
una región que acaba de vivir un proceso expansivo muy vin-
culado con esos sistemas comerciales ahora en crisis ¿Pero no
sería preciso tomar en cuenta también esa expansión anterior,
mal reflejada en la ordenación administrativa virreinal, que
se hace sentir necesariamente en la nueva ordenación política
postrevolucionaria, más representativa del equilibrio real de
las fuerzas locales? Una conclusión análogamente insegura se
impone para Entre Ríos: aquí una economía ganadera, que
podría hallar en la situación postrevolucionaria estímulos para
una expansión vertiginosa (el comercio libre le ha abierto fi-
nalmente acceso sin trabas al mercado consumidor europeo) es
sin embargo destruida hasta sus cimientos por la guerra y sus
consecuencias; en la década del 20 la costa entrerriana del Uru-
guay será zona de hambres periódicas.. ,18. ¿Es la vocación mon-
tonera de la provincia una respuesta a esa súbita miseria? ¿O
por el contrario esa miseria, que es consecuencia de la guerra
civil, supone ya las lev-as en masa que serían más bien causa
que consecuencia del cambio económico? El problema de la re-
lación entre los datos de la economía y las crisis político-mili-
tares del Litoral puede ser aun planteado de otra manera: exa-
minando sobre qué tensiones se dan las líneas de ruptura política

. V. fuentes citadas n. 10.


140 TULIO HALPERIN DONGHI

y hasta qué punto estas corresponden a oposiciones económicas.


En este punto puede alcanzarse una respuesta satisfactoriamen-
te segura: el federalismo litoral es —entre otras cosas— una
protesta de zonas productoras contra centros comercializadores.
Pero esta conclusión responde mal al problema que nos in-
teresa. En efecto, sería necesario todavía mostrar por qué esas
tensiones interregionales (o esas tensiones sociales dentro de
una región) se expresan luego de 1810 a través de procesos
uno de cuyos aspectos es la instalación de regímenes de cau-
dillos. La clave de este desenlace no parece que se la hallará
en la economía considerada aisladamente: son las muy variadas
consecuencias de la lucha por la independencia, comenzada en
1810 las que confluyen para provocar el nacimiento de los re-
gímenes de caudillos.
Consecuencias político-administrativas, en primer término.
En los cuarenta años posteriores a la ruptura revolucionaria los
grandes cuerpos administrativos y judiciales —y también ecle-
siásticos— conocen una rápida decadencia. Es su condición de
políticamente sospechosos la que en más de un caso provoca
el comienzo de ese proceso; en sus etapas posteriores y más
graves éste se vincula más bien con una simplificación de la
actividad administrativa, con su ya definitiva subordinación a
la política: el poder revolucionario no sólo destruirá el de las
magistraturas que deben su investidura a la corona; el susti-
tuirlas cuidará prudentemente de no hacer tampoco de las nue-
vas centros rivales de aspiraciones políticas. Basta pensar, por
ejemplo, en el lugar que tenía en tiempos virreinales la Au-
diencia de Buenos Aires y el que corresponderá en los revolu-
cionarios a su sucesora la Cámara de Apelaciones, para medir
la rapidez, la intensidad de esta decadencia de los grandes cuer-
pos administrativos y judiciales... La Iglesia, las órdenes, vi-
ven un proceso análogo; sus autoridades de tiempos virreinales
sólo excepcionalmente sobreviven en sus cargos luego de la tor-
menta revolucionaria; reemplazadas por otras que deben su
designación a los sucesivos gobiernos, que en algunos casos com-
parten la desgracia de estos, con ello la independencia de los
cuerpos eclesiásticos sufre gravemente. Al lado de esta pérdida
de poder se hace sentir —con particular intensidad en la Iglesia
EL SURGIMIENTO DE LOS CAUDILLOS 141

y las órdenes, aunque también en cuerpos seculares dotados de


atractivo patrimonio, como el Consulado— un empobrecimiento
que es el fruto de las exacciones revolucionarias; estas institu-
ciones de riqueza conocida e inventariada, administrada por
quienes deben su poder al favor de los nuevos gobernantes, es-
tán particularmente indefensas frente a la voracidad de un
gobierno abrumado por el costo de la guerra. Antes de que, en
el Buenos Aires de Rivadavia, se haga de ello un sistema, en
toda la nueva nación hay conventos suprimidos y trasformados
en cuarteles, ornamentos litúrgicos fundidos para usar el metal
precioso de que están hechos; en Santiago del Estero, bajo la
égida de Ibarra, los vasos sagrados se utilizan como materia
prima en la ceca local.. . 19 . La disminución de poder, de riqueza,
de prestigio de estos grandes cuerpos es un aspecto particular-
mente grave de la disolución del orden colonial, uno de cuyos
rasgos —increíble medio siglo luego de su abolición— era su
capacidad de sostenerse con un mínimo apoyo militar 20.
En efecto, la revolución reemplazará —en mayor medida
de lo que sus promotores han previsto— esas instituciones que
se apoyan en el consenso así sea sólo resignado de sus adminis-
trados por otras que sólo se imponen gracias a la fuerza; en un
país más hondamente dividido de lo que gusta de suponerse
este recurso a la fuerza, ya antes que la larga guerra lo haga
arraigar en los usos locales, se impone para resolver conflictos
que no pueden salvarse de otro modo. Pero esta innovación
otorga una prima a aquellas instituciones que en efecto cuen-
tan con fuerza bajo su control directo: el poder revolucionario,
que ha humillado a obispos y oidores, que luego de diez años
ha terminado con ese único rival serio que le llega del orden
colonial —el cabildo— sólo puede imponerse apoyándose de mo-
do creciente en autoridades locales de ejecución en las que debe
delegar porciones crecientes de su poder. Antes de la guerra, ya
la revolución —que debe resolver el problema de los muchos
19
Capítulos de carta en el Argos de Buenos Aires, 2 de agosto
de 1823.
20
Cfr. por ejemplo el tono admirativo de Mariquita Sánchez,
en sus Recuerdos del Buenos Aires virreynal (Buenos Aires, 1953),
redactados en la década de 1850.
142 TULIO HALPERIN DONGHI

desafectos— acrece el poderío de las autoridades locales de jus-


ticia, policía y milicias; la guerra acelera e intensifica este as-
censo. Lo hemos visto darse en forma acelerada en las zonas de
lucha; lo hemos visto también producirse, de modo más lento,
en las más abrigadas tierras de retaguardia.
Este ascenso de las autoridades locales de ejecución va
acompañado de una militarización creciente de las mismas. Es-
ta llega en más de un caso para llenar un peligroso vacío: así
en la campaña de Buenos Aires, ya a pocos meses de la revolu-
ción, la tropa veterana que guarecía la frontera indígena ha sido
retirada 21, en su lugar actúan milicias por el momento excesi-
vamente ineficaces. En otros casos no es la ausencia de las tro-
pas regulares, sino el surgimiento de necesidades nuevas, lo que
impulsa a esa militarización: esta autoridad, que debe sacar
hombres y bienes para la guerra, que debe capturar vagos y
desertores, no podría permanecer inerme so pena de perder to-
da eficacia.
Ese ascenso, esa militarización son ricos en consecuencias.
La primera es la fragmentación misma del poder político: cuan-
do el gobierno central cae, en 1820, luego del largo marasmo de
1819, lo que emerge no es —como cuando, en 1808, se derrumbó
la monarquía española, como cuando, en 1810, la siguió el po-
der virreinal— un conjunto de grandes cuerpos judiciales y ad-
ministrativos (desde la Audiencia hasta el cabildo) que, amplian-
do la esfera de sus atribuciones, se lanzan sobre ese vacío; lo
que surgen ahora son poderes regionales apoyados de modo muy
directo en cuerpos armados. Estos cuerpos pueden ser milicias
antidirectoriales, pueden ser milicias locales antes consagradas
a tareas demasiado modestas para que pueda atribuírseles un
determinado signo político, pueden ser fragmentos del ejército

Según Pedro Andrés García, Diario del viaje a Salinas Gran-


des (ahora en Senado de la Nación, Biblioteca de Mayo, tomo IV, Bue-
nos Aires, 1960, p. 3245) "La guardia (se. de Lujan), capital de fron-
tera y residencia del comandante general de ella... se hallaba ente-
ramente desprovista de cañones portátiles, armas y municiones por
haber marchado todas las guarniciones de ellas a la banda oriental
del Paraná, y llevándose todos los armamentos que cada fuerte tenía,
quedando éstos servidos por las milicias".
EL SURGIMIENTO DE LOS CAUDILLOS 143

nacional que había sido hasta su derrumbe sostén del orden


directorial...
Esta regionalización, esta militarización que —tras de ha-
ber permanecido latentes— se hacen visibles en 1820, no son
sin embargo las únicas consecuencias del proceso aquí exami-
nado. Este las tiene también en cuanto al equilibrio político-
social. ¿Cuáles son ellas? Podemos resumirlas en dos: una ru-
ralización, una democratización del poder político. Ambas se
producen en todas partes en que se da la militarización, aun-
que sus consecuencias varían según el marco concreto —local-
mente variable— en que ésta se da. Esto no tiene nada de ex-
traño: la militarización misma debía producir esas consecuencias
político-sociales. Esta concede, en los hechos antes que en las
ideas, una gravitación creciente al número: son los sectores
mayoritarios y más homogéneos de población los que pueden
proporcionar los recursos humanos indispensables para la fuer-
za militar que es ahora la base última del poder político. Ahora
bien, dada la estructura social y ecológica ese predominio del
número se daba en favor de los sectores populares y (salvo en
Buenos Aires) en el de los rurales. Ese desequilibrio se acen-
tuaba todavía como consecuencia de los mismos privilegios que
en los hechos tenían los sectores más altos, más abrigados de
la cada vez más despiadada presión enroladora 23.
¿La aparición de una fuerza dominante que tiene su base
en sectores sociales antes marginados de toda participación en
el poder, tiene consecuencias importantes en otros aspectos del
equilibrio político-social? La respuesta debe ser aquí mucho
más matizada. En primer término los jefes de esa fuerza son
sólo hasta cierto punto los representantes de los hombres a quie-
nes mueven; sin duda tiene el apoyo sincero, a menudo entu-
siasta de estos, pero a la vez este apoyo ha sido ganado gracias
a un sistema de relaciones que le es previo, en que ese jefe
s2
Hasta tal punto que el recurso excepcional a hombres de ni-
vel social más alto es explícitamente especificado, p. ej. en nota de
Juan F. Peñaloza a Quiroga, solicitándole envíe cuatro hombres de
su compañía de milicias para servir en el ejército nacional "aunque
sean hombres de bien" (Malanzán, 10 de marzo de 1816, Arch, Quiro-
ga cit. 1, 54).
144 TULIO HALPERIN DONGHI

actuaba no como representante de sus capitaneados sino como


delegado de la autoridad central ante ellos. Este rasgo lo hemos
encontrado, y no por casualidad, en todos los ejemplos que he-
mos sometido a examen; no conozco ninguno en que él no apa-
rezca ... Sería sin duda abusivo deducir de aquí que el caudillo
debe su prestigio a su condición originaria de representante
del poder central —muy evidentemente no podría ser así pues-
to que éste crece precisamente cuando el poder central se de-
rrumba. Pero no lo sería tanto señalar que esta relación de
origen, que no es sino una más en un sistema de relaciones
jerárquicas y autoritarias, gravita decisivamente aun en etapas
posteriores para definir el estilo de autoridad de un caudillo,
que sólo parcialmente se basa en el carácter representativo que
en él reconocen sus seguidores. Puede hablarse entonces, legí-
timamente, de una democratización del poder que es conse-
cuencia de la militarización y acompaña al surgimiento de los
regímenes de caudillos, pero a condición de tener presente que
esta democratización afecta sólo parcialmente estructuras que
le son previas. Esa democratización política tiene por otra par-
te intensidad variable: máxima en los regímenes surgidos de
cuerpos de milicias revolucionarias, dedicadas desde su origen
a la guerra y animados por una solidaridad surgida de la ex-
periencia bélica vivida en común, disminuye en los que tienen
su apoyo en milicias rurales cuyas funciones —ampliadas sin
duda por el clima revolucionario— siguen siendo sustancial-
mente de policía; disminuye aun más significativamente en los
que surgen a partir de milicias de frontera o de fragmentos del
ejército regular, habituados a disciplina jerárquica. Desde Güe-
mes (y Artigas) hasta Ibarra (y Bustos) se dan así situaciones
en cada caso variables según el modo en que el complejo de
fuerzas del que surgirá el caudillo se inserta en la guerra re-
volucionaria. Aun influye la variable espontaneidad de estos
movimientos, a partir de los primeros, del todo sorpresivos: lue-
go de 1820 la instalación de regímenes de caudillos es una so-
lución a crisis políticas demasiado graves que nuestras clases
ilustradas verán con menos constante horror de lo que sus re-
cuerdos póstumos autorizarían a creer: ascensos como el de
Bustos, en Córdoba o el de Rosas, en Buenos Aires, son exce-
EL SURGIMIENTO DE LOS CAUDILLOS 145

lentes ejemplos de la utilización, por parte de sectores impor-


tantes entre los políticamente dirigentes, de una solución que
cinco o quince años antes les hubiese parecido inconsebible.
Estos ascensos significan desde luego cambios aun menos sig-
nificativos en el equilibrio político; el de Bustos —apoyado en
la disciplina jerárquica del sector del ejército nacional que lo
sigue— no significa una democratización real; el de Rosas sig-
nifica una solución a un proceso de democratización que le pre-
cede, y que es más complejo y hondo que cuantos han conocido
las provincias del interior.
Esta democratización así limitada tiene eco aun más limitado
en otros aspectos del equilibrio social, ¿por qué? Porque del
mismo modo que la autoridad del caudillo es heredera de un
estilo político sólo parcialmente renovado por el proceso del
que esa autoridad misma ha surgido, ella se da dentro de un
marco social tampoco sustancialmente cambiado, y sólo excep-
cionalmente se afirma en oposición contra él. En particular,
parece que el surgimiento de caudillos se vincula con un rasgo
previo, mantenido en todos los casos durante la vigencia de
estos regímenes, y destinado a durar: la existencia de gran pro-
piedad. No quiere decirse con esto que los caudillos fuesen ne-
cesariamente grandes propietarios; tampoco que las relaciones
entre el caudillo y su hueste no hiciesen sino repetir las que
corren entre el propietario y sus peonadas; hay en estas rela-
ciones un indispensable aspecto militar que por una parte acre-
ce la solidaridad y por otra hace que el jefe —gracias a su
competencia técnica para dirigir la lucha— sea capaz de utili-
zarla eficazmente. (En cuanto a la insuficiencia de las puras
relaciones jerárquicas surgidas del régimen de propiedad y ex-
plotación de la tierra tenemos notaciones preciosas en el exa-
men retrospectivo del general Paz sobre la primera montonera
cordobesa, en la que el mismo participó: las peonadas trasfor-
madas en tropas colecticias, dirigidas por jefes ansiosos sobre
todo de no perder su reputación de hombres de orden, están
destinadas a un fracaso muy rápido 2 3 . La misma experiencia
volverá a repetirse en la revolución de los Libres del Sur, en

V. Memorias de Paz, parte II, cap. IX.


146 TULIO HALPERIN DONGHI

1839; si a sus jefes-hacendados no les faltó hasta el fin la ad-


hesión de los milicianos-peones, les faltó en cambio la capaci-
dad para utilizarla).
De otro modo menos directo debe darse entonces esa vin-
culación entre aparición de caudillos y gran propiedad; ésta
se revela, por ejemplo, en el hecho de que todas las regiones
de las que surgieron caudillos de ámbito algo más que local son
zonas de propiedad poco dividida; en las de propiedad mediana
ni aun una disposición muy recurrente a los alzamientos mon-
toneros va acompañada de la aparición de caudillos de signi-
ficación más que local (el caso más evidente es sin duda el de
la sierra de Córdoba, región inquieta y siempre dispuesta a la
sublevación; otros ejemplos pueden encontrarse en Tucumán
y Catamarca).
¿A qué se debe esta relación entre caudillismo y gran pro-
piedad? En parte a que la gran propiedad es un elemento de
homogeneización social; sobre todo a que proporciona un sis-
tema de relaciones autoritarias sobre las cuales la esencial-
mente político-militar que será la del caudillo podrá insertarse.
En efecto, si el caudillo no es necesariamente el mayor de los
propietarios, si por el contrario puede ser —aunque sólo ex-
cepcionalmente— una figura marginal al sistema de gran pro-
piedad, de todos modos le es preciso entrar en contacto con él,
utilizar las relaciones que éste ha establecido entre los hom-
bres para erigir su propia clientela política. A través del caso
que también desde esta perspectiva resulta menos típico en-
contramos sin embargo confirmada esta necesidad: el ascenso
de Güemes se dio con el apoyo de señores territoriales a los
que la revolución había puesto al frente de milicias locales;
aun esa patria vieja salteña que quiso ser la protesta de la ple-
be contra la hegemonía de la aristocracia a la vez terrateniente
y mercantil sólo pudo afirmarse gracias a los auxilios que des-
de ese grupo luego perseguido le fueron proporcionados en sus
comienzos.
Es la existencia de la gran propiedad la que confirma e
intensifica los lazos autoritarios que la ampliación de las fun-
ciones de las milicias y judicaturas rurales había ido fijando
luego de la Revolución. Allí donde se da gran propiedad estos
EL SURGIMIENTO DE LOS CAUDILLOS 147

jefes, surgidos primero por delegación de funciones de auto-


ridades más altas, son reclutados, sea entre los mismos grandes
propietarios (es el caso predominante en el Interior) sea entre
los que, en ausencia de los propietarios, dirigen efectivamente
la explotación de sus tierras (lo que se dará con mayor fre-
cuencia en ciertas zonas del Litoral, y sobre todo en el más
tardío proceso porteño). En cualquier caso la autoridad polí-
tica de los jefes locales se continuaba en la que derivaba de
su ubicación en la sociedad local; la una y la otra se apoyaban
recíprocamente... También en este aspecto, como en el más
estrictamente político, el surgimiento de los caudillos se da
en un clima sin duda transformado por la crisis revolucionaria,
en el cual sin embargo mucho sobrevive del viejo orden: la
autoridad nueva debe demasiado a esas superviviencias para
que —cualquiera sea la intención de sus titulares— pueda lan-
zarse a combatirlas sin reticencias. Expresión de una demo-
cratización política limitada, los caudillos son fruto de una
democratización social más limitada aún: el conservadorismo
que en este aspecto suele caracterizarlos no tiene entonces nada
de sorprendente.
Este conservadorismo admite sin duda excepciones: un
Güemes, un Artigas nos muestran cómo el mensaje revolucio-
nario podía ganar en seriedad y hondura al ser reinterpretado
por estos jefes de movimientos populares y rurales. Pero este
carácter excepcional es mucho menos fácil de descubrir a tra-
vés de la concreta política seguida por estos hombres. No es
necesario llegar aquí a conclusiones algo escépticas (que serían
erradas) sobre la sinceridad, la seriedad de sus convicciones.
Era más bien la presión de las cosas mismas la que establecía
esa divergencia entre ellas y los hechos. Sobre todo en el mo-
mento de pasar del clima de emergencia en el cual han surgido
al de normalidad económico-social la debilidad intrínseca de
los nuevos regímenes, que les impide fijar autónomamente
rumbos nuevos, se hace cruelmente evidente.
De ello hemos encontrado ya un ejemplo en la tentativa de
reconstrucción ganadera patrocinada por Ramírez; una de sus
bases era la colocación del aparato represivo público al servi-
cio de los hacendados para retornar a una cierta disciplina pro-
148 TULIO HALPERIN DONGHI

ductiva. No hay motivos para creer que al adoptarla el jefe


entrerriano haya debido sacrificar aspiraciones por el momento
irrealizables;hemos visto por otra parte que, en la relativamen-
te sencilla sociedad entrerriana, este primer episodio político
no parece reflejar tensiones internas, sino representar por el
contrario a la sociedad en su conjunto; el papel hegemónico
que el plan de gobierno económico reconoce a los hacendados
no parece haberles sido nunca disputado.
Pero en la más compleja Banda Oriental, más hondamente
trabajada por la guerra, también un jefe que sigue con una
lucidez sin ilusiones los conflictos y las tensiones sociales que
subyacen a la lucha civil y que ha proclamado una vez y otra
su simpatía por los más pobres, por las castas antes desprecia-
das, se ve obligado, apenas parece abrirse una ilusoria pers-
pectiva de pacificación, a compartir la dirección de la reconstruc-
ción económica con los sectores altos, cuya hostilidad política
por otra parte no ha logrado vencer. Las relaciones tan tensas
entre Artigas y el Cabildo de Montevideo son en extremo ilus-
trativas; lo es aun más la concreta política con que esa curiosa
diarquía encara el problema de reconstruir la devastada cam-
paña oriental. Sin duda Artigas podrá proclamar (y comenzar
a realizar) una distribución de tierras baldías más liberal que
cuantas se conocieron en tiempos coloniales; podrá acompañar
esa liberalidad con exigencias de poblamiento efectivo que
autoridades más respetuosas de los poderosos beneficiarios
de la liberalidad regia no se habían atrevido en el pasado a
imponer; estas audacias (menos peligrosas en la Banda Orien-
tal, donde todavía dos decenios más tarde Rivera intentará una
acción análoga como puro expediente político, y contará para
ello con la adhesión de sectores importantes de la clase alta
montevideana), estas audacias irán sin embargo acompañadas
de las disposiciones sobre vagos que, aquí como en todo el Río
de la Plata ponen a la autoridad rural al servicio de los ha-
cendados para mantener la disciplina del trabajo ganadero 24.

24
La disposición se halla en el art. 27 del "Reglamento provi-
sorio de la provincia oriental para el fomento de su campaña y segu-
ridad de sus hacendados", de setiembre de 1815, reproducido en John
EL SURGIMIENTO DE LOS CAUDILLOS 149

¿Tiene esto algo de extraño? Preguntémonos más bien de


qué otro modo podía haberse llevado adelante una reconstruc-
ción ganadera sin la cual la rehabilitación económica era im-
posible. Surgido de la guerra, el régimen de caudillos pudo so-
brevivir a la paz porque se transformó en expresión fiel de las
fuerzas a las que esa paz daba la supremacía. Esta reconver-
sión se produce muy fácilmente; mientras en Buenos Aires la
clase política que fue revolucionaria se organiza luego de 1820
como partido del orden, luego del fin aleccionador de Güemes,
de Artigas, de Ramírez esta evolución se completa también a
través de los regímenes de caudillos que surgen durante la se-
gunda década revolucionaria; la solidez de estos se deberá,
tanto como a la firmeza de su arraigo en la realidad prerre-
volucionaria y revolucionaria, a la modestia de sus aspiraciones
innovadoras.

Street: Artigas and the emancipation of Uruguay, Cambridge, 1959,


p. 379.

TULIO HALPERIN DONGHI

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