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4° Domingo de Cuaresma.
Ciclo B

Dios nos ofrece gratuitamente su salvación

“Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el
mundo se salve por él” (Juan 3,17)

Pbro. Nelson Chávez Díaz

Texto completo: Juan 3, 14-21.

1.- El diálogo de Jesús con Nicodemo.


El pasaje que hoy analizamos está integrado dentro de una perícopa mayor,
a saber, Juan 3, 1-21 en donde Juan narra la escena del encuentro de Jesús con
un magistrado judío (3,1) quien acude a Jesús “de noche” (3,2). Este dato es
interesante porque está en directa relación con el desarrollo de nuestra perícopa
de hoy que desarrolla el tema de la “luz”. El pasaje de Juan 3, 14-21 viene
inmediatamente después de la tercera pregunta hecha por Nicodemo a Jesús en
3,9 y tiene el carácter de monólogo pues sólo habla Jesús. El texto se comprende
mejor desde 3,13 cuando Jesús afirma que sólo él ha venido del cielo y ha bajado
a la tierra para revelar las cosas de Dios colocando en un lugar inferior a todos
aquellos otros mediadores (Moisés u otros personajes). Justamente Jesús nombra
a Moisés citando un pasaje de Números 21,4-9 cuando éste recibe la orden de
Dios para fabricar una serpiente de bronce y así curar a aquellos israelitas que
habían sido mordidos por estos ofidios. La imagen veterotestamentaria la utiliza
Jesús para comparar el gesto de Moisés de levantar la serpiente y curar, con la
elevación del hijo del hombre en la cruz. La serpiente levantada por Moisés en el
desierto prefigura misteriosamente la glorificación de Jesús en la cruz. Sin
embargo, conviene tener presente algunos detalles. Todo aquel que miraba la
serpiente en el desierto seguía viviendo; aquí en Juan la “vida” es “eterna” y no
transitoria con la condición de que esa “vida eterna” se da como un don siempre y
cuando se “crea” en Jesús. La salvación está condicionada por el “creer” en Jesús.

2.- Sólo el amor de Dios salva al mundo.


El versículo de Juan 3,16 plantea que el amor de Dios por el mundo es tan
inmenso que es capaz de entregar a su único Hijo. Esta imagen evoca
lejanamente el gesto de Abraham con su hijo Isaac, pero también denota una
visión positiva del “mundo” ya que la intención de Dios, más todavía su voluntad o
designio, es que el mundo se salve y no se pierda. Desde luego aquí la palabra
“mundo” no se refiere solamente a un sentido físico de él sino que dice relación
más bien con la humanidad. Muy lejos estamos entonces de una concepción de
Dios ajena o lejana del mundo en que la divinidad se desentiende de su creación.
Dios más bien se compromete y se hace responsable de ella hasta el final. La
voluntad salvífica de Dios en la persona de Jesús vuelve a ser reiterada en Juan
3,17.
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3.- La fe es acoger al Hijo de Dios.


En Juan 3, 18 se habla de juicio o de condenación. Resulta extraño que el
texto hable de condenación cuando la voluntad de Dios –como ya lo hemos visto-
consiste en salvar al mundo. Sin embargo, lo que aquí se plantea es que la
condenación consiste en no aceptar el amor de Dios. No hay más que dos
posibilidades: o se está a favor de Jesús o en contra. No hay términos medios. Así
la responsabilidad de la condenación/salvación es traspasada al hombre por parte
de Dios. Por eso es que el juicio finalmente se transforma en un “auto-juicio”. En
los versículos finales de esta perícopa (Jn 3, 19-21) se reitera el mismo
pensamiento con la imagen de la luz. Jesús es la “luz” que ha venido al mundo. El
juicio consiste en preferir la oscuridad (el pecado) a la luz (Jesús). Las obras que
el hombre puede hacer son pecaminosas en la medida en que se obra mal y, al
revés, las obras buenas son hechas conforme a la verdad, esto es, de acuerdo al
querer de Dios.

4.- La salvación es gratuita pero no barata.


San Pablo nos dice que “hemos sido salvados por la gracia mediante la fe;
y esto no viene de ustedes, sino que es don de Dios” (Efesios 2,8). La salvación
es siempre una iniciativa de Dios y el deseo y la voluntad última de Dios es
salvarnos y salvar nuestro mundo. Pero esta oferta de salvación que Dios nos
hace es de carácter gratuito. Ya no depende de lo que nosotros podamos hacer u
ofrecerle a Dios. No se trata ya de cumplir con exigencias moralistas ni menos de
observancias legales que nos aseguren la salvación como si la ella pudiera ser
comprada o adquirida haciendo obras meritorias delante de Dios. Se trata
simplemente de comprender que Dios nos ha entregado la salvación como un
“don” en su Hijo Jesucristo y que aceptar y acoger su Palabra o adherirnos
vitalmente a él hace la diferencia entre la salvación o la condenación. La salvación
gratuita que nos ofrece Dios en su Hijo no implica sin más una actitud pasiva y
resignada pensando que Dios ya ha cancelado la factura sino que también exige
la aceptación y la acogida de la Luz de la Verdad que nos trae el Señor. Como
dice san Agustín “Dios que te ha creado sin ti no te salvará sin ti” (Sermón 169,
11,13). Es decir, la salvación gratuita que Dios nos ofrece interpela nuestra
libertad y nuestra colaboración.
Pero a Dios no sólo le interesa nuestra salvación individual. También quiere
salvar al mundo. Por eso no lo condena sino que lo ama a tal grado que es capaz
de sacrificar a su Hijo para que el mundo no se pierda sino que se salve. A
menudo nosotros, los cristianos, tenemos una visión negativa del mundo.
Pensamos que cada día va peor, que el mal se apodera de él y que poco o nada
podemos hacer para transformarlo. Sin embargo, el pensamiento de Dios sobre el
mundo es optimista y propositivo y no condenatorio. Por eso hace bien recordar
las palabras que el Papa Juan XXIII pronunció en ese hermoso discurso de
inauguración del Concilio Vaticano II (Gaudet Mater Ecclesia) cuando el Pontífice
llama a no mirar la historia y el mundo negativamente viendo en ellos sólo
“prevaricación y ruina” ni menos a ser nosotros, los cristianos, verdaderos
“profetas de calamidades” que sólo anunciamos acontecimientos infaustos como si
el fin del mundo fuese inminente. El Dios Providente conduce la historia de la
humanidad y ella “nos está llevando a un nuevo orden de relaciones humanas
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que, por obra de los hombres pero más aún por encima de sus mismas
intenciones, se encaminan al cumplimiento de planes superiores e inesperados”.

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