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La superstición en Plutarco y en la Biblia

Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Aristóteles fue un maestro para la gente de su tiempo. Pero la voz de su magisterio sigue sonando con potentes ecos por todos los
caminos de la Historia y por los rincones del planeta. En los más variados campos florecen términos y conceptos suyos que sirven
de troquel para sentimientos y pensamientos que podemos calificar de universales.

Una frase atribuida a Aristóteles, más por el contenido de su obra que por la letra de sus textos, es la que los escritores medievales
encerraron en el aforismo latino "In medio uirtus" (en el medio está la virtud). No es necesario recordar que “virtud”, “uirtus”, “areté”
abarca todo un abanico semántico que va desde la idea de excelencia, valor, mérito, a la de virtud como fidelidad a unas normas. Los
medievales, conscientes de la posible estridencia del aforismo, añadían los dos extremos referenciales: “in medio uirtus, quando
extrema sunt uitiosa” (la virtud está en el centro cuando los extremos son viciosos).

El origen griego de la idea formulada por el aforismo es en realidad un canto a la moderación. Es decir, el exceso nunca y para nada
es bueno. Era en el fondo el convencimiento íntimo de Aristóteles. Una variante de este aforismo era la inscripción que figuraba en
segundo lugar entre las que aparecían en el santuario de Delfos: Medèn ágan (nada en demasía). Una frase atribuida a Solón (640-
558 a. C.) que define los perfiles de la mentalidad griega. El dios de Delfos, Apolo, dios de la armonía y la moderación, aceptaba la
frase en la intención de quienes colgaron las inscripciones en su santuario.

Terencio la traduce en su Andriana, v. 61: Nequid nimis para recordar que los excesos nunca son útiles para la vida. Teognis de
Mégara, testigo de los problemas sociales de su época, en un momento de turbulencias políticas, aconsejaba la moderación
diciendo: mésen érjeu hodón (camina por el camino del medio: Elegías, v. 220).

El tema de la superstición es recurrente en autores y culturas de fuerte componente religioso. Plutarco fue siempre un hombre
preocupado por el tema. En su obra De superstitione (Perì deisidaimonías, Sobre la superstición) presume de vivir preocupado por
las cosas importantes. Una de las que menciona es tèn theoû nóesin (el conocimiento de Dios). Tanto Plutarco como la Biblia
teorizan sobre los dos “extremos viciosos”, en cuyo medio está la virtud de la piedad. Esos extremos son el ateísmo (atheótes) y la
superstición (deisidaimomía).

Plutarco utiliza dos términos para definir la piedad: eusébeia y eulábeia. El primero tiene un contenido estrictamente religioso; el
segundo es una forma de comportamiento social respetuoso y circunspecto. La Biblia griega de los LXX no posee un término
concreto para significar la superstición. En el Nuevo Testamento deisidaimonía es en boca de un pagano la definición de la religión de
Pablo (Hch 25, 19). Pero con la inmediatez del hebreo despacha el Salmista el tema del ateísmo: “Dice el necio (nabal) en su
corazón: No hay Dios” (Sal 14, 1; 53, 1). El ateísmo es en la opinión del salmista una necedad.

El ateísmo es fácilmente interpretable desde el punto de vista semántico, al menos en su terminología. La superstición es, en
cambio, un concepto más elástico. Deisidaimonía es una palabra compuesta de deido (temer) y daimónion (divinidad, ser
sobrenatural). Para Teofrasto en sus Caracteres es deilía pròs tò daimónion (miedo ante lo sobrenatural). La superstitio latina era en
Ennio y en Plauto una facultad adivinatoria, pero en las plumas de Varrón, Cicerón y Séneca pasó a ser un aspecto negativo de la
religión. Pero esos aspectos dependen de las normas vigentes en las diferentes culturas. Por eso Plutarco calificaba de
supersticiosas algunas prácticas usuales entre los pueblos orientales, como la prohibición de comer ciertos alimentos, el descanso
sabático, las proskýnesis, etc.

En la base de la superstición está, para Plutarco y para los autores bíblicos, la ignorancia. Plutarco la concibe como un río
que se bifurca en dos corrientes: el ateísmo y la superstición (De superst., 165 b). El ignorante se anega en una de estas dos
corrientes. Para los hagiógrafos bíblicos el pecado es consecuencia de la ignorancia. Más aún, el término hebreo jata´áh significa
pecado y error o equivocación, lo mismo que el griego hamartía. Este sentido de pecado en el griego explica al optimismo moral de
Sócrates, para quien nadie es malo voluntariamente. Lo es por equivocación. El apóstol Pablo recomienda a los corintios vivir en la
cordura y no pecar, porque “algunos viven en la ignorancia de Dios” (1 Cor 15, 34). Y el libro de la Sabiduría proclama que “son vanos
los hombres que tienen desconocimiento de Dios” (Sab 13, 1).

Otro elemento esencial entre los componentes de la superstición es el temor, incluido ya en su denominación ordinaria. Un
temor a todo y por todo, dice Plutarco, que va más allá del sueño y de la muerte (De superst., 165 d). Se trata de un miedo tan
insoportable que los hombres huyen de él y se refugian en el ateísmo (Ibid., 171 a-b). Y es que si “lo divino produce confianza
(thársos) en los hombres sensatos, produce miedo (phóbos) en los insensatos, los necios y los ingratos” (De aud. poet., 34 a).

En la Biblia el temor es una actitud positiva, tanto que la Ley la recomienda (Deut 6, 13; 10, 20). Más aún, ese temor que, para
Plutarco turba la razón, según la Biblia, la ilumina. Hasta el punto de que un aforismo recurrente en las páginas bíblicas es que “el
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La superstición en Plutarco y en la Biblia

Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Aristóteles fue un maestro para la gente de su tiempo. Pero la voz de su magisterio sigue sonando con potentes ecos por todos los
caminos de la Historia y por los rincones del planeta. En los más variados campos florecen términos y conceptos suyos que sirven
de troquel para sentimientos y pensamientos que podemos calificar de universales.

Una frase atribuida a Aristóteles, más por el contenido de su obra que por la letra de sus textos, es la que los escritores medievales
encerraron en el aforismo latino "In medio uirtus" (en el medio está la virtud). No es necesario recordar que “virtud”, “uirtus”, “areté”
abarca todo un abanico semántico que va desde la idea de excelencia, valor, mérito, a la de virtud como fidelidad a unas normas. Los
medievales, conscientes de la posible estridencia del aforismo, añadían los dos extremos referenciales: “in medio uirtus, quando
extrema sunt uitiosa” (la virtud está en el centro cuando los extremos son viciosos).

El origen griego de la idea formulada por el aforismo es en realidad un canto a la moderación. Es decir, el exceso nunca y para nada
es bueno. Era en el fondo el convencimiento íntimo de Aristóteles. Una variante de este aforismo era la inscripción que figuraba en
segundo lugar entre las que aparecían en el santuario de Delfos: Medèn ágan (nada en demasía). Una frase atribuida a Solón (640-
558 a. C.) que define los perfiles de la mentalidad griega. El dios de Delfos, Apolo, dios de la armonía y la moderación, aceptaba la
frase en la intención de quienes colgaron las inscripciones en su santuario.

Terencio la traduce en su Andriana, v. 61: Nequid nimis para recordar que los excesos nunca son útiles para la vida. Teognis de
Mégara, testigo de los problemas sociales de su época, en un momento de turbulencias políticas, aconsejaba la moderación
diciendo: mésen érjeu hodón (camina por el camino del medio: Elegías, v. 220).

El tema de la superstición es recurrente en autores y culturas de fuerte componente religioso. Plutarco fue siempre un hombre
preocupado por el tema. En su obra De superstitione (Perì deisidaimonías, Sobre la superstición) presume de vivir preocupado por
las cosas importantes. Una de las que menciona es tèn theoû nóesin (el conocimiento de Dios). Tanto Plutarco como la Biblia
teorizan sobre los dos “extremos viciosos”, en cuyo medio está la virtud de la piedad. Esos extremos son el ateísmo (atheótes) y la
superstición (deisidaimomía).

Editado por
Antonio Piñero
Licenciado en Filosofía Pura, Filología Clásica y Filología Bíblica Trilingüe, Doctor en Filología Clásica, Catedrático de Filología
Griega, especialidad Lengua y Literatura del cristianismo primitivo, Antonio Piñero es asimismo autor de unos veinticinco libros y
ensayos, entre ellos: “Orígenes del cristianismo”, “El Nuevo Testamento. Introducción al estudio de los primeros escritos cristianos”,
“Biblia y Helenismos”, “Guía para entender el Nuevo Testamento”, “Cristianismos derrotados”, “Jesús y las mujeres”. Es también
editor de textos antiguos: Apócrifos del Antiguo Testamento, Biblioteca copto gnóstica de Nag Hammadi y Apócrifos del Nuevo
Testamento.

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