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LA LEY EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

Torah es la palabra más comúnmente usada en la Biblia hebrea para referirse a una ley o código
de leyes, o en un sentido más general, a la revelación divina. Siendo que Moisés sobresale en el AT
como el gran legislador, los cinco primeros libros de la Biblia que se atribuyen a él, conocidos
como Pentateuco, fueron considerados la Ley o Torah por excelencia. Posteriormente, el mismo
término pasó a aplicarse a todo el contenido del AT.

1. EL ORIGEN DE LA LEY

Josefo, el famoso historiador judío del primer siglo de nuestra era, creía que “la ley de Moisés era
la primera ley compilada en el mundo” (Contra Apion, 2:15, 16). Es probable que esta deducción la
haya hecho debido a que el Pentateuco se remonta a los orígenes del mundo, con la creación de
Dios y el comienzo de la historia.

La ley del sábado, por ejemplo, se atribuye al hecho de que Dios creó la tierra en seis días, y
descansó el séptimo (Exo. 20:9–11; ver Gén. 2:1–3). Esta ley está relacionada con las leyes de la
naturaleza que se encuentran en el primer capítulo de la Biblia, cuando Moisés describe la
creación de Dios. Allí se especifica que en la creación Dios asignó a cada especie, ya sea vegetal o
animal, una ley que no debía ser traspasada, y es de dar semilla... según su especie (Gén. 1:11, 12,
21, 24, 25). Así también, el sábado fue hecho para el hombre (Mar. 2:27), como lo atestiguan la
supervivencia de la semana en la mayoría de las culturas, y la falta de aplicabilidad que tuvieron
los intentos de cambiarla en diferentes ocasiones a lo largo de los siglos.

También la primera pareja, bajo la “bendición” de Dios, recibió la orden de fructificar,


multiplicarse y administrar la creación divina. De esta forma, las leyes de la naturaleza se
presentan ligadas con las leyes éticas o morales, pues al haber sido creado el hombre a “imagen
de Dios,” su actividad involucra aspectos creativos y espirituales (Gén. 1:28).

Que Génesis debe ser considerado no solamente un libro de historia, sino también de ley, se ve en
numerosos ejemplos. Los caps. 2 y 3 de Génesis nos hablan en forma de relato acerca de otro
mandamiento, el de la codicia, cuya violación llevó a los primeros padres de la raza humana a
introducir el pecado en el mundo. Génesis 4 nos habla de la violación del sexto mandamiento del
Decálogo, al relatarnos cómo ocurrió el primer asesinato. El cap. 6 cuenta acerca de las
consecuencias de haber violado los hombres el séptimo y décimo mandamientos. Esta
transgresión causó la destrucción del mundo de entonces mediante el diluvio. La declaración: toda
carne había corrompido su camino sobre la tierra (Gén. 6:12), muestra a las claras un
apartamiento de normas o líneas de conducta que el Creador estableció para la raza humana.

Luego de darle leyes a Noé, Dios hace un pacto con él (Gén. 9:1–17). Abraham da más tarde falso
testimonio acerca de su esposa, violando otro de los mandamientos divinos (Gén. 12:11–19; ver
Exo. 20:16). Y antes de especificarse que Dios le dio leyes, el texto bíblico declara que Abraham
regiría de tal forma la vida de sus hijos, que haría que ellos guarden el camino de Jehovah (su ley =
Exo. 32:8; Deut. 9:15–17; 11:28; 31:29), practicando la justicia y el derecho (Gén. 18:19; ver 26:5).
Como resultado de oír la voz de Dios, su precepto, sus mandamientos, sus estatutos y sus leyes.
Dios hizo un pacto con Abraham, el padre de todos los creyentes (Gén. 26:5; Rom. 4:11).

En otras palabras, Josefo no estaba tan mal fundado cuando quiso remontar las leyes bíblicas al
origen del mundo. Esto, por supuesto, no quiere decir que la elaboración de leyes hecha en
tiempos de Moisés, de quien parte la revelación escrita, no fue precedida por otras compilaciones
del mundo antiguo. Dentro del contenido bíblico, se ve que Dios ya había dado a conocer su
voluntad a través de preceptos y leyes que Génesis atestigua implícita o explícitamente. Antes de
llegar al Sinaí, Dios ya les había dado leyes, decretos y mandamientos en Mara (Exo. 15:25, 26).

Por otro lado, los descubrimientos arqueológicos de fines del siglo pasado y de este siglo se
encargaron poco a poco, mediante evidencias externas a la Biblia, de confirmar que antes de
Moisés y aun de Abraham, ya existían códigos legales en otras naciones de la antigüedad. El código
de leyes más antiguo que se conoce proviene de los sumerios, y pertenece al tercer milenio a. de
J.C. (aprox. 2350 a. de J.C.). Se encontraron también las Leyes de Ur-Nammu, un rey de la tercera
dinastía de Ur (aprox. 2064–2046 a. de J.C.), lugar de donde provino Abraham y recibió su primera
educación (Gén. 11:28, 31). Están también los códigos del segundo milenio a. de J.C., como el de
Lipit-Ishtar, rey de Isin (1875–1864 a. de J.C.), de Eshnunna en la antigua Babilonia (siglo XIX a. de
J.C.), de Hammurabi, rey de Babilonia (siglo XVIII a. de J.C.) y los códigos hititas (siglo XVII a. de
J.C.).

El descubrimiento de todas estas leyes llevó a muchos críticos de la Biblia no sólo a negar la
afirmación de Josefo, sino también la inspiración o procedencia divina de las leyes y eventos
históricos que aparecen en ella. Esta reacción se hizo más notoria debido a que anteriormente
muchos creían, como Josefo, que las leyes de la Biblia eran totalmente originales, recibidas
exclusivamente por Dios y bajo el dictado divino. Ahora, con semejantes descubrimientos, muchos
eruditos de principios de siglo se fueron al otro extremo. Concluyeron apresuradamente que la
religión de Israel, su historia y sus códigos, no eran originales, sino una copia de relatos y leyes de
otras naciones que precedieron a Moisés y a su pueblo. Como entre los primeros documentos
arqueológicos que atrajeron la atención de los especialistas estuvieron los de Babilonia, se dio en
llamar panbabilonismo a la tendencia corriente de principios de nuestro siglo, de equiparar la
Biblia con otros textos legales antiguos.

Como resultado de las discusiones que se produjeron en este terreno, los conceptos de la
inspiración divina que se tenían se han ampliado, y el clima de tales discusiones se ha atemperado
mucho en años recientes. Esto se debe a que hoy se puede probar que, aunque hay muchas
similitudes entre las leyes antiguas y las de la Biblia, también hay diferencias bien marcadas. En
otras palabras, aunque muchas leyes de la Biblia revelan semejanzas con las leyes de las naciones
paganas en forma, contenido y función, las de Israel son dadas en un contexto a menudo
diferente, y poseen características propias que revelan un mensaje espiritual único. Ese mensaje
es el que Dios se propuso revelar a su pueblo como norma de fe y conducta.
Es precisamente en este punto que se diferencian de una manera notoria las leyes paganas con las
de la Biblia. “La Torah (Ley) en el Pentateuco se presenta claramente como una revelación del Dios
de Israel. Este elemento de revelación no aparece en ninguna de las colecciones (legales) del
antiguo Cercano Oriente.” Mientras que “en el antiguo Cercano Oriente la violación de la ley era
una ofensa contra la sociedad, en Israel... era una ofensa contra la Deidad” (J. H. Walton, Ancient
Israelite Literature in its Cultural Context. A Survey of Parallels Between Biblical and Ancient Near
Eastern Texts (Grand Rapids, Michigan, 1989). En otras palabras, y a pesar del elemento humano
que se ve en la enunciación de las leyes bíblicas, el origen de tales leyes debe buscarse en Dios.

No obstante ser de origen divino, como toda la Escritura (2 Tim. 3:16), las leyes de la Biblia tienen
también un lado humano que puede medirse históricamente. De hecho, la creencia de que Dios
dictó palabra por palabra toda “la ley de Moisés” no es sostenible ni por la Biblia misma. Dios
habló muchas veces y de muchas maneras (Heb 1:1). El mismo libro de Exodo nos cuenta que
Moisés no desestimó en ciertas ocasiones la revelación horizontal, pues aceptó las sugerencias de
su suegro no israelita en relación a cómo juzgar a su pueblo (Exo. 18:13–27). Además, aun antes
de ser llevados a la experiencia gloriosa del Sinaí (ver 2 Cor. 3:7–11), cuando por primera vez en la
historia Dios hacía un pacto oficial con una nación (Deut. 5:2–4), los israelitas ya poseían leyes
(Exo. 18:20) y conocían la ley divina (Exo. 16:4, “mi torah”).

No es posible, por otro lado, pensar que durante los 400 años que estuvieron en Gosén (Gén. 47:6)
las poblaciones que formaron los descendientes de Jacob carecieron de ley. Para regular la
conducta social en esos lugares, es difícil imaginar que no se hubiesen valido de material existente
en otros códigos de leyes antiguas. En este sentido, como ha sido sugerido, algo del material de
Exodo 21–23 puede haber provenido de una época tal, anterior a la experiencia del Sinaí, aunque
con ciertas modificaciones que se hicieron entonces para permitir su incorporación dentro de la
ley mosaica. Semejante proceder no era algo inusual, pues ya el código de Hammurabi incluía
decretos de Lipit-Ishtar y del rey amorita Bilalama de Eshnunna (R. K. Harrison, “Law in the Old
Testament,” en International Standard Bible Encyclopedia).

Exceptuando el Decálogo, las demás leyes se adscriben a Moisés mismo, y esto sin desmerecer la
inspiración o procedencia divinas de tales leyes (Exo. 17:14; 20:22–23:33; 34:27; Núm. 33:1 ss.,
etc.). No debe olvidarse nunca el hecho de que la ley, lo mismo que la Biblia tomada como Palabra
de Dios, es una combinación de la divinidad con la humanidad (ver Exo. 4:15, 16; 7:1, 2); ver Juan
10:35, a quienes fue dirigida la palabra de Dios. De allí es que el código de leyes del Pentateuco es
referido conjuntamente como Ley de Dios (Jos. 24:26) y Ley de Moisés (Jos. 8:31).

Sólo los diez mandamientos fueron escritos por Dios mismo (Exo. 31:18; 32:16). En este contexto,
llama la atención que su formulación apodíctica (sin cláusulas condicionales) hace del Decálogo
algo único en el antiguo Cercano Oriente, pues tal formulación era muy rara en aquel entonces y,
por supuesto, exclusiva en su connotación religiosa.

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