Sie sind auf Seite 1von 69

André Parrot

LA T O R R E DE B A B E L
ANDRE PARROT

LA TORRE DE BABEL

Traduccción de
J O S E R A M O N B A R G A S , S. J.

EDICIONES GARRIGA, S. A.
BARCELONA
NIHIL OBSTAT:
Dr. Pablo Termes Ros, Canónigo
Censor

IMPRIMASE:
t G r e g o r io ,Arzobispo-Obispo de Barcelona
31 de enero de 1961
El título de la edición original francesa, es el de
LA TOUR DE BABEL
habiendo sido publicada por D ela .CHA.XJX âc N/ESïXÉ, S, A.
de Neuchâtel (Suiza) y Paris

© EDICIONES G A RRIG A , S . A .

Depósito Legal B . 7104-1962


Número de Registro 5039 - 60
Prólogo del Editor

Unas breves líneas de orientación para los lectores no


versados en las materias bíblicas, antes de leer la preciosa
monografía que nos complacemos en presentar a los lectores
de habla española.
L a Torre de Babel no constituye un hecho aislado en las
tierras mesopotámicas del tercer y segundo milenios antes de
Cristo. Fueron muchas las torres o ziggurats levantadas.
E l eminente Autor, con suma claridad y precisión científica,
da a conocer al gran público cuánto sabemos sobre el asunto
por la literatura extrabiblica y la arqueología. Propone
también una teoría acerca del significado, en general, de
aquellas construcciones: serían mna mano tendida al cielo,
como una súplica de ayuda». D e esta teoría cabe decir, por
lo menos, que es muy plausible y coherente con los datos
suministrados por la ciencia.
Cabe aúnpreguntar : En la narración bíblica de La Torre
de Babel, ¿hay sólo un caso más de construcción de un
ziggurat? o ¿encierra, además, una enseñanza propia?
Parrot se pronuncia por la primera sentencia. L a enseñanza
tradicional de judíos, católicos y protestantes, por la segunda.
E l autor del Génesis, con su narración, pone de manifiesto
la intervención de Dios en los asuntos de la humanidad,
también para desbaratar con su providencia los planes de
un pueblo o pueblos de las tierras de Sumer contrarios a la
verdadera religión. De tales planes o conductas el ziggurat
de Babel vendría a ser el símbolo político-religioso. S i la
6 LA TORRE DE BABEL

intervención divina consistió en provocar o perm itir la «con­


fusión de lenguas» 1 o, mejor quizás, en disponer que se
produjera una «división de pareceres entre los dirigentes 2»,
es aspecto de la explicación, en que los intérpretes andan
divididos y que no corresponde dilucidar en esta breve nota
aclaratoria.

1 Un buen resumen de esta sentencia es el artículo de L . T u r r a d o , L a confusión di


lenguas cuando la torre de Babel, en Cultura Bíblica 5 (1948) 142-148.
2 Teoría expuesta y sostenida por P. T e r m e s , en el artículo L a Torre de Babel. Sig-
nificado del relato bíblico, en Cultura Bíblica 6 (1949) 83-86.
La Torre de Babel

En 1949 tuvimos ocasión de publicar una obra


titulada Ziggurats et Tour de Babel1 . Era el resultado
de veinte años de investigaciones y de reflexión.
Investigaciones sobre este suelo Mesopotámico a
donde hemos ido con frecuencia y donde las circuns­
tancias nos han hecho vivir a menudo con el pico
en la mano. Reflexión, porque una vez más era ne­
cesario comparar los resultados de la arqueología
y los datos bíblicos. Desde tiempo atrás habíamos
considerado que la última narración del capítulo
X I del Génesis contenía algo más de lo que la exé-
gesis tradicional había proclamado hasta entonces ;
para nosotros la Torre de Babel dejaba de ser una
manifestación de orgullo del hombre. En lugar de
un puño cerrado, alzado en desafío hacia el cielo,
lo consideramos ante todo como una mano tendida
hacia el cielo, como una súplica de ayuda. Esta tesis
resultaba aventurada y atrevida, por no decir hete­
rodoxa. No obstante no pudimos ni supimos sus­
traernos de lo que, para nosotros, cada día aparecía
como una mayor certeza. Esta interpretación la he­
mos defendido en el curso de numerosas conferen­
cias en Suiza, Africa del Norte y Holanda. Numero­
sos oyentes se declararon convencidos, y su cordial
1 En 4.0, 237 páginas, X V I láminas, 150 ilustraciones. (Editions A lbin M ichel,
París)
8 LA TORRE DE BABEL

adhesión nos indujo a poner pot escrito lo que has­


ta entonces sólo habíamos manifestado de viva voz.
Las conferencias dadas en la «Alliance Française»
se convirtieron algunos años más tarde en tesis de
doctorado en la sección teológica, exponiéndonos
así al asalto de los especialistas en esta rama del sa­
ber. Algunos de ellos, aunque sin argumentar siquie­
ra, declararon simplemente que «nuestras conclusio­
nes especulativas eran quizás demasiado sumarias».1
Otros intentaron responder a los objeciones que
presentámos, esforzándose en conciliar la exégisis
tradicional con las aportaciones de los hechos arqueo­
lógicos2, que no podían ser negados. Por nuestra
parte tratamos de nuevo el problema, intentando
llegar a una síntesis, puesto que a menudo la verdad
está en una concilicaión: in medio stat virtus.
A propósito de nuestro primer cuaderno E l D i­
luvio y el Arca de N oé y el volumen preliminar Mun­
dos sepultados, un crítico parisién, después de haber
declarado que éramos «terriblemente objetivos y pru­
dentes» pero «no poetas» (sobre esto último los
pareceres difieren...)3, escribió a continuación que
poníamos en entredicho o en crisis todo simbolismo
religioso, «es decir, el alma y el soplo vital, de todos
los ritos, de la arquitectura religiosa4. Esto es cono­
cernos muy mal, y esta obrita, como por lo menos
esperamos, demostrará lo contrario. Porque siempre
1 C h. W e s t p h a l , en L e Guide, n.° 3,19 5 0 . Por el contrario, el R . P. V icent consideró
nuestras conclusiones como «excelentes» (Revue Biblique, 19 53, pág. 598) y UOsserva-
tore romano (2-3 enero 1954), al referirse a la colección de estos Cuadernos, declara sobre
las tesis que defendemos, «que el lector en general las hallará satisfactorias y persua­
sivas».
8 E . J a c o b , «Revue des Livres», en Revue d 'Histoire et de Philosophie réligieuses,ig^ot
págs. 13 7 - M i·
® «Estas páginas magistrales son una verdadera “ Leyenda de los siglos“ : líricas
y poéticas (cf. la evocación del Tem plo del Tesoro en Petra), están constantemente
animadas de un entusiasmo comunicativo», A . S a b a t i e r , en Réforme, 10 de enero d ei 953.
4 R . K e m p , en L es Nouvelles littéraires, 8 de enero de 1953.
LA TORRE DE BABEL 9

y ante todo nos esforzamos por encontrar el alma


misma de los pueblos sepultados1, más allá de las
apariencias y de las formas sensibles. Detrás de la
Torre levantada en medio de la llanura de Sinear,
toda la humanidad pagana se agrupa ansiosa y se es­
fuerza por penetrar el misterio de su existencia.

1 Mundos sepultados, pág. 134 , volumen preliminar de estos Cuadernos de Arqueo­


logía Bíblica.
C a p í t u l o P r im e r o

Documentación literaria y epigráfica

La narración de la Torre de Babel se nos ha con­


servado en el Antiguo Testamento (Génesis n ).
Sigue inmediatamente al cuadro de los pueblos que
proceden de Noé (Génesis 10) y precede al de la des­
cendencia de Sem (Génesis u , 10-25), que prepara
a su vez la entrada en escena de los patriarcas, en es­
pecial el clan de Térah que va a salir de «Ur de los
caldeos» (Génesis, 1 1 , 31). Mesopotamia constituye
el fondo de estos cuadros que se sucedieron desde
los orígenes hasta los tiempos en que se produjo el
cataclismo del Diluvio. Es precisamente después de
este desastre cuando ocurre el episodio memorable
que el Génesis consigna en estos términos:
«.Era entonces toda la tierra de una misma lengua y unos
mismos vocablos. Más en la emigración de los hombres desde
Oriente encontraron una vega en el país de Sinear y se esta­
blecieron allí. Dijéronse unos a otros: «Ea, fabriquemos
ladrillos y cojámoslos a l fuego» ; y sirvióles el ladrillo de
piedra y el asfalto de argamasa. Luego dijeron : «.Ea, edifi­
quemos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo,
y nos crearemos un nombre, no sea que nos dispersemos por
la ha% de toda la tierra·». Bajó Yahveh a ver la ciudad y la
torre que habían comentado a construir los hijos del hombre,
12 LA TORRE DE BABEL

y exclamó Yahveh: «He aquí que forman un solo pueblo y


tienen todos ellos una misma lengua, y ese es el comiendo
de su actuación ; ahora ya no les será impracticable cuanto
proyecten hacer. E a , bajemos y confundamos a llí su lengua,
a fin de que nadie entienda el habla de su compañero». Luego
los dispersó Yahveh de a llí por la ha% de toda la tierra y
cesaron de construir la ciudad. Por ello se la denominó Babel,
porque a llí confundió (balal) Yahveh el habla de toda la
tierra ; y desde allí Yahveh los dispersó por la superficie de
todo el orbe» (Génesis xx, 1-9)1 .
La tradición aquí conservada forma parte del lla­
mado ciclo yahvista, pero no creemos demostrado
en manera alguna, como han sugerido ciertos exege-
tas, que sea el resultado de una amalgama de dos
versiones. Lo que pudo ser más plausible en la na­
rración del Diluvio2, no lo es de ningún modo aquí.
E l relato que estudiamos se puso, pues, por escrito
en el transcurso de los siglos i x - v i x i a. C. Su inspira­
ción babilónica no ofrece dudas. Son numerosos los
rasgos que le confieren un innegable color local. Por
poco que uno haya vivido en Mesopotamia, los des­
cubre fácilmente. «Una vega» ; éstas dos palabras
bastan, porque evocan instantáneamente el infinito
de esta región que a través de centenares de quiló­
metros presenta la vasta superficie ocre de unos es­
pacios actualmente desolados. «Sirvióles el ladrillo de
piedra y el asfalto de argamasa»', esta indicación re­
cuerda inmediatamente esas gigantescas construccio­
nes sumerias, de ladrillos cocidos, como las que pu­
simos de manifiesto en Tello, en 1932, cuyas hileras
juntadas con asfalto resistían al pico de nuestros

1 Los textos bíblicos se dan según la traducción de J . M . B o v e r , F . C a n t e r a ,


F . P uzOy Sagrada Biblia, 4.0 edición. B A C 25-26 (Madrid, 1957) 43. Nota del Editor.
2 E l Diluvio y el A rca dt N o é (Cuaderno i) , pág. 9.
DOCUMENTACIÓN LITERARIA Y EPIGRAFICA 13

obreros. «Una ciudad y una torre» : los hombres (qui­


zás los sumerios) que llegaron «del Oriente» es decir,
de las planicies iraninas y sin duda de más lejos toda­
vía, se instalaron en el país de Sinear. En posesión
de una brillante civilización, se organizaron en ciu­
dades potentes, pero esta sedentarización unió igle­
sia y estado, y he aquí que, encima de las terrazas
surgió una torre sagrada, la del jiggurat, cuyos pisos
superpuestos dominan la ciudad.
Colocada en su ambiente y en su tiempo, la narra­
ción bíblica no puede referirse más que a una po­
blación mesopotámica, de la que las excavaciones nos
ha revelado el género de vida y el comportamiento
espiritual1. Casi todos los exegetas, lo admiten así ac­
tualmente, y la narración no hubiera presentado difi­
cultad alguna si hubiese terminado en el versículo 5.
Precisamente es aquí donde interviene Yahveh, quien
se muestra receloso ante este empresa que le amenaza
en su cielo. La maldición se abate sobre esa construc­
ción insensata; los hombres se dispersan, abandonan
su obra, y la ciudad que había sido el escenario de su
intento recibe el nombre de Babel, porque fue allí
donde Yahveh puso confusión en el lenguaje de los
hombres y fue desde allí que los puso en dispersión.
Los que solamente leen el texto a través de una
traducción, no sospechan que esta explicación pro­
voca una dificultad insuperable. En efecto, el narra­
dor relaciona el nombre de la ciudad Babel con la
intervención divina, y lo explica por la confusión que
1 Dice cl P . C h a î n e , L e ¡ivre de ¡a Genite (1948), pág. 166 : «El punto de partida del
episodio deben ser las ruinas de una de estas grandes torres de pisos o ziggurats, que
servían para el culto de las divinidades astrales». Más recientemente (19 5 1) y por su
parte el P . d e V a u x escribía en L a Genèse, pág. 7 1 : «La tradición se había aferrado a una
de estas altas torres de pisos que se construían en Mesopotamia como símbolo de la
montaña sagrada y lugar de descanso de la divinidad». Volverem os más adelante sobre
esta cuestión de la interpretación de las torres.
14 la to rre de babel

Yahveh introdujo en el lenguaje, que al parecer era


entonces único en la humanidad. Dicho de otro mo­
do, explica Babel por la raíz hebrea balal, que, en
realidad, significa confundir, mezclar. Pero preci­
samente Babel resulta calcado demasiado directa y
seguramente del acadio bab-ilu ( = puerta del dios),
para que pueda buscarse otra explicación etimoló­
gica1. Convendrá que nos acordemos de este deta­
lle cuando más adelante tratemos de comprender el
porqué de la torre.
Tal es la narración bíblica, pieza base de este tra­
bajo. Señalemos desde ahora que en ninguna otra ocasión
se menciona este episodio en lugar alguno del texto
sagrado y que nunca ningún personaje, ni del Viejo ni
del Nuevo Testamento, hace de él la menor alusión.
Esta reserva es verdaderamente sorprendente.
No obstante, todos los exegetas admiten y reconocen
que la narración del capítulo X I del Génesis tiene su
«punto de partida» en las ruinas de una de esas torres
gigantescas que la arqueología llama ^iggurats, y que la
Torre de Babel no sería más que el ziggurat que se
levantaba en Babilonia, en pleno corazón del país de
Sinear. Habiendo conservado el relato bíblico en los
once primeros capítulos del Génesis el recuerdo de tra­
diciones de origen mesopotámico, o por lo menos
impregnadas de conceptos e inspiración de igual filia­
ción, resulta verdaderamente notable encontrar de nue­

1 D ice el P. C h a î n e , L e livre de la Genhs», pág. 165 : «El relato se acaba con una eti­
mología de Babel según el gusto de las que hemos hallado ya varias veces; hay un juego
de palabras entre Babel y el verbo hebreo balal que significa «Él ha confundido». Por
su parte el P. d e V a u x escribe: «Babel se explica por la raíz bll «confundir». Babilonia,
cuyo nombre significa en realidad «puerta del dios» y cuyo orgullo quiso dominar el
mundo, es la «ciudad de confusión», herida por el juicio de Dios, cf. Je r j 1, 5 5 ; Is
14 , T2s» (L a Genèse, pág. 7 1 nota f). E l orientalista protestante holandés B o h l pensó
que hubo al principio un juego de palabras de origen babilonio (babahi), traducido
imperfectamente en hebreo, en que un verbo idéntico era desconocido ( Z A W 36, pá­
ginas 110 - 1 13 ) . Estas citas bastan para demostrar las dificultades de los críticos.
DOCUMENTACIÓN LITERARIA Y EPIGRÁFICA 15

vo, en este lugar del Génesis, cuando el clan patriarcal


está todavía afincado en Ur, una narración que debe
leerse y que verdaderamente no puede comprenderse
bien si no es acordándose de su «contexto» histórico,
geográfico y religioso.

* * *

Los t e x t o s c u n e i f o r m e s . Los ziggurats se mencio­


nan con frecuencia en la literatura babilónica. Su
más antigua atestación epigráfica se remonta a Gu-
dea, patesi de Lagas (siglo x x i i a. C.), en la baja Me­
sopotamia, a unos ochenta quilómetros de Ur. El
jefe de la ciudad sumeria menciona, entre otras cons­
trucciones sagradas, el e-Pa o templo de las siete abonas
( =pisos), que él levantó en honor de Ningirsu, el
dios de la ciudad.
Después de él, numerosos soberanos conmemo­
ran fundaciones idénticas, siendo de notar en algu­
nas de sus inscripciones una grandilocuencia llena
de jactancia. E l fundador de la dinastía neobabiló-
nica, Nabopolasar (625-605 a. C.), se expresa así,
precisamente a propósito de la torre que restauró
en Babilonia:
«Marduk, el señor, me mandó con respecto a Eteme-
nanki — la torre de pisos de Babilonia, que antes de mi
tiempo se había deteriorado y convertido en ruinas —, que
asegurase sus cimientos en el seno del mundo inferior, y que
la cumbre la hiciese semejante al cielo.»
El monarca prosigue:
«Yo hice fabricar ladrillos cocidos. Como si se tratara
de las lluvias del cielo que no tienen medida, o de grandep
torrentes, hice traer por el canal Arahtu oleadas de asfal­
to... Cogí una caña y medí personalmente las dimensiones
ι6 LA TORRE DE BABEL

(que tenían que darse a la torre)...; siguiendo el consejo


de los dioses Samash, A dady Marduk, tomé decisiones que
guardé en mi corazón, y conservé las medidas (de la torre)
en mi memoria como un tesoro. Puse en los cimientos, bajo
los ladrillos, oro, plata y piedras preciosas de la montaña
y del mar. Mandé que hicieran mi propia imagen real lle­
vando el dupshikku y la coloqué en los cimientos. Para
Marduk, mi señor, incliné mi nuca, me quité el vestido,
insignia de mi rango real, y llevé sobre la cabera ladrillos
y tierra. E n cuanto a Nabucodonosor, mi hijo primogénito,
el favorito de mi corazón, hice que llevara el mortero, las
ofrendas de vino y aceite, lo mismo que mis súbditos.·»
Es muy interesante constatar en la narración cunei­
forme algunas expresiones bíblicas, señaladas más
arriba: los ladrillos cocidos, el asfalto y sobre todo
ese detalle de la cumbre del edificio, que sueñan sea
«semejante al cielo», es decir, tan alto como este úl­
timo. Los hombres de Génesis emplearon para la obra
el mismo material y tenían la misma ambición.
Estos trabajos exigían medios considerables y sobre
todo obreros. Nabucodonosor (604-562 a. C.) no se
limitó a utilizar exclusivamente a sus súbditos. Aque­
llos ya eran tiempos de trabajos forzados y de requisi­
ciones fuera de las fronteras. Véase lo que él mismo
cuenta a este propósito:
«A todos los pueblos de las numerosas naciones obligué
a trabajar en la construcción de Etemenanki... L a alta mo­
rada de Marduk, mi señor, la coloqué en la cumbre.»

* * *

Del ziggurat de Babilonia, Etemenanki, el gran


público sin duda ignora que poseemos su descrip­
ción cifrada, gracias a un documento cuneiforme
Lám . I. a) E l ziggurat de Ur. La triple escalinata.

b) E l ziggurat de Ur. Lado sur.


DOCUMENTACIÓN LITERARIA Y EPIGRÁFICA 17

llamado tablilla del Esagil y que hoy está en el Louvre,


donde se conserva en el Departamento de Antigüe­
dades Orientales (AO, 65 55).1
E l texto se remonta a la época seleucida. En efecto,
está datado exactísimamente en el mes 9.0, día 26.0
del año del rey Seleuco [ = Seleuco II, 12 de diciem­
bre del 229 a. C.], y fue redactado en Uruk (la Erek
de Génesis, 10, 10), de acuerdo con un original, cier­
tamente más antiguo, que provenía de Borsipa, ciudad
cercana a Babilonia.
Fue publicado en 1913 y posteriormente ha sido
sometido a un minucioso estudio por parte de los me­
jores asiriólogos que se han esforzado en comprender
y descifrar este lenguaje hermético, del cual vamos a
dar una muestra. Véase la descripción de la torre,
tal cual aparece desde la línea 16 a la 19:
16 : Medidas del kigal de Etemenanki, a fin de que tú
veas su longitud y anchura;
17 : 60.60.60 (es) la longitud, 60.60.60 la anchura
(contada) en codos suklum. Para realizar la cuenta,
3 X 3;
1 8 : = 9 , 9 X 2 — 18. Como no reconoce el valor
18 (helo aquí) : 3 pi (efas de áridos) con el codo
sirhitum ; r; v
19 : Kigal de Etemenanki: altura igual a la longitud
y a la anchura.
Sigue otra descripción, desde la línea 20 a la 24,
todavía más complicada que la primera. Su oscuridad
desesperó por largo tiempo a asiriólogos tales como
1 Este documento suscitó una bibliografía considerable que reunimos en Ziggurats
et Tour de Babel, pág. 22, nota 16 , donde damos en páginas 22-28, un comentario por­
menorizado del texto. Éste fue publicado en toda su extensión por el P. S c h e i l , E sagil
o h le Temple de B el Mardouk à Babylone, en Mémoires de l'Académie des Inscriptions et Belles

Lettres (19 13 ), págs. 293-372.


18 LA TORRE DE BABEL

Langdon y Weissbach. El trozo de la línea 37 a la


42 ofrece seguidamente indicaciones concernientes a los
pisos, los cuales se nos dice que eran siete. Pero ocurrió
que el escriba, apremiado o distraído, saltó, al copiar,
una línea, dejando todo lo que se refería al sexto piso.
Siguen a continuación las medidas en cifras, tal como
las encontramos desde la línea 37 a la 42 de la tablilla:
Primer piso: largo, 90 m; ancho, 90 m; alto, 33 m
Segundo piso: largo, 78 m; ancho, 78 m; alto, 18 m
Tercer piso: largo, 60 m; ancho, 60 m; alto, 6 m
Cuarto piso: largo, 5 1 m ; ancho, 5 1 m ; alto, 6 m
Quinto piso: largo, 42 m; ancho, 42 m; alto, 6 m
[Sexto piso: largo, 33 m; ancho, 33 m; alto, 6 m].
Séptimo piso: largo, 24 m; ancho, 21 m; alto, 15 m
Se presentaron también otra dificultades, que pusie­
ron a prueba la sagacidad de los intérpretes, y de una
manera especial en lo que se refiere al sentido que debía
atribuirse a la palabra shahuru, que puede decirse que
coronaba esta descripción, del mismo modo que do­
minaba el edificio.
Sea lo que fuere, de esta exégesis laboriosa se llega
a la conclusión de que sobre una base cuadrada de
90 metros de lado, Etemenanki, es decir la torre de
Babel, se levantaba, con sus siete pisos, a una altura
de 90 metros. Defendimos la tesis1 de que esta cons­
trucción, con sus siete pisos escalonados, todavía
servía de soporte a un santuario (el shahuru de la ta­
blilla cuneiforme), en el cual reconocemos el templo
de la cumbre. Volveremos más adelante sobre este
punto, cuando convendrá tratar del significado del
edificio. Se comprende fácilmente la impresión de
1 Ziggurats et Tour de Babel, pág. 27.
DOCUMENTACIÓN LITERARIA Y EPIGRAFICA

potencia, si no de grandiosidad, que debía sobrecoger


a viajeros y peregrinos cuando, llegados al pie de este
macizo de ladrillos, contemplaban su hacinamiento
y al mismo tiempo su perfecta ordenación.

* * *

L O S R ELATO S D E LOS V IA JE R O S D E L A A N T IG Ü E D A D .
Uno de los más ilustres, entre estos viajeros, fue sin
duda Heródoto de Halicarnaso, quien estuvo en Babi­
lonia hacia el año 460 a. C. En el relato de su viaje,
donde se encuentra una documentación de muy diversa
calidad, se encuentra este pasaje,1 que se aplica sin nin­
gún género de duda al ziggurat Etemenanki :
«En medio del santuario {de Zeus-Belos) se habla cons­
truido una sólida torre, de un estadio de longitud por un
estadio de anchura. Sobre esta torre se levantaba otra, y sobre
ésta de nuevo otra, y asi hasta ocho torres, siempre una
sobre otra. A l exterior y en forma circular habla un sitio de
descanso, donde los que subían se sentaban y reposaban.
E n la última torre hay un gran templo y dentro del templo
se encuentra un gran lecho, ricamente adornado, y a su lado
una mesa de oro. No hay erigida ninguna imagen. Nadie pasa
a llí la noche, como no sea una mujer del país, designada por
el dios mismo. Esto es lo que cuentan los caldeos, que son
los sacerdotes de esta divinidad.»
Heródoto consigna, además, que la gente le explicó
que el dios iba a veces al templo y dormía en el lecho;
que asimismo existía otro templo abajo, con una gran
estatua de Zeus, de oro ; una mesa, una silla y un tabu­
rete, todo de oro y de un peso de ochocientos talentos.
1 Historie X, págs. 18 1-19 3 . Este texto rectifica el que habíamos dado en Ziggurats...
págs. 9, que quedó mutilado por un accidente técnico (una línea que saltó durante el
curso de la impresión).
20 LA TORRE DE BABEL

Habida cuenta de la exageración oriental y de la im­


portancia que se ha dado siempre a los objetos de oro,
que llegan a inventarse según la necesidad, cuando en
realidad no existen, y cuyas características, sobre todo,
se aumentan a capricho (número, dimensión, peso) 1,
el relato de Heródoto nos ha conservado indicaciones
preciosas, en las cuales la arqueología contemporánea
ha reconocido un buen fundamento2.
No puede decirse lo mismo de la versión que debe­
mos a Diodoro de Sicilia3 (siglo I d. C.), esmaltada
de pormenores fantásticos, cuya precisión en las enu­
meraciones no llega a despertar hoy el más mínimo
entusiasmo. Por otra parte, se ha llegado ya al estadio
del adorno y las paráfrasis. Como en las narraciones
extrabíblicas del Diluvio, en lo sucesivo la tradición
empezará a desbordarse sin ningún límite4, dando
libre curso a lo maravilloso. Harpocrición de Ale­
jandría cuenta de su viaje a Babilonia (hacia el año
335 d. C.) el comentario que le hizo un viejo «sirio»,
ante la vista de las ciudades en ruinas y en particular
al pie de una de las torres derrumbadas: Habla sido
construida por gigantes que querían escalar el cielo. Por esa
irreverencia loca, unos fueron heridos por el rayo; otros,
por orden de Dios, en lo sucesivo no se reconocieron mutua­
mente; el resto fue a caer en la isla de Creta, adonde, en su
cólera, los precipitó Dios. E l viejo «sirio», cuando na-
1 T odos los excavadores aportan aquí su testimonio. La menor partícula de oro
ercogida en una excavación arqueológica se convierte generalmente, cuando se habla
de ella en el exterior y después del encuentro, en un voluminoso lingote.
2 E l valor de los datos que debemos a este «historiador» apenas acaban de ser com­
probados. Λ propósito del descubrimiento en Chantillon-sur-Seine de una vasija de
bronce griego o etrusco, de un tamaño impresionante (altura 1,5 0 metros), el señor
C h . P i c a r d ; p ÜHo recordar (sesión del Instituto del 1 6 de enero de 19 5 3) que se conocía
gracias a H érodoto la existencia de vasijas de bronce de esta importancia, pero que
hasta aquel momento no se había encontrado ninguna.
3 D i o d o r o d e S i c i l i a , II, 9. Damos este texto en Ziggurats et Tour de Babel, pág. 10.
4 Se hallará esta documentación en A . J e r e m í a s , D as A lte Testament im Liebte des
Alten Orients, 4.0 edición, págs. 190-194; Ziggurats et Tour de Babel, págs. 33-35.
D O C U M E N T A C IÓ N L I T E R A R I A ^ Y E P I G R A F I C A 21
' J
iraba este suceso, ¿se hacía eco de la leyenda griega
del monte Osa, trasladado sobre la cumbre del Pellón
por los gigantes, hijos de la Tierra, que amenazaban
directamente al Olimpio? ¿Repetía, desdibujada, la
trama del relato bíblico? Es muy verosímil, y con ello
puede constatarse una vez más, a través de los pueblos,
la semejanza de algunas tradiciones, idénticas en el
fondo, pero transpuestas a cuadros de mentalidad
diferente.
C a p ít u l o I I

Documentación arqueológica

La exploración arqueológica, que desde más de cien


años a esta parte se lleva a cabo en Mesopotamia nos
ofrece una documentación considerable, que es indis­
pensable tener en cuenta. Puesto que la Torre de Babel
es un ziggurat, ¿qué es lo que sabemos hoy de este
tipo arquitectónico?
Por una parte, los ziggurats se hallan representados
en un gran número de monumentos, y por otra parte
han sido descubiertos en varios centros de explora­
ción arqueológica1 . Hace poco hemos hecho su in­
ventario: es impresionante. En efecto, pudimos poner
en lista treinta y tres torres sagradas2, halladas o ates­
tiguadas de una manera categórica en veintisiete ciu­
dades diferentes. La sola comparación de estas dos
cifras indica de una manera evidente que alguna ciudad
pudo tener a veces y al mismo tiempo, varios ziggu­
rats. En ello hemos de ver una indicación impor­
tante. Este número, ciertamente se ha de aumentar,
pues algunas listas antiguas señalan otros ziggurats
1 Remitimos nuevamente al libro Ziggurats et Tour âe BabeÎ donde reunimos esta
densa documentación (págs. 37-167), imposible de reproducir en esta obra, y que cons­
tituye la justificación de la argumentación que resumimos aquí.
8 Incluimos en este cálculo los «templos sobre terraza», que consideramos como los
prototipos de los ziggurats y de los cuales hablamos a continuación. Para una concep­
ción diferente de esta evolución arquitectónica, cf. M . L a m d e r t y R . J . T o u r n â t , en
R A 45 (19 5 1), pág. 38.
24 LA TORRE DE BABEL

en ciudades que no se han excavado todavía o en otras


(como Ninive, por ejemplo) donde los arqueólogos
no han encontrado absolutamente nada. Esto nos de­
muestra ampliamente las muchas destrucciones en
que se vieron envueltas ciertas capitales, y las dificul­
tades que encuentran los excavadores, incluso aquellos
más experimentados y que están al acecho. Añadamos
que un nuevo ziggurat debe inscribirse en la lista:
el que acabamos de poner al descubierto en Mari,
durante el curso de nuestra última campaña de ex­
cavaciones (de octubre a diciembre de 1952).
Antes de caracterizar esta documentación arquitec­
tónica, detengámonos primero en los monumentos
donde se encuentran representaciones de ziggurats.

R e p r e s e n t a c i o n e s d e z i g g u r a t s . Estas aparecen en
cilindros1, en kudurrus2, en amuletos, en bajorrelieves
y, por una vez al menos, en una gran jarra. También
aparece en una plancha de bronce hallada en Susa,
pero en este caso figura en relieve.
La glíptica (fig. 1) constituye nuestra más valiosa
fuente de información, porque los ejemplares reco­
gidos pertenecen a épocas diferentes3. Podría, pues,
esperarse que se observaría una evolución sensible
en la arquitectura sagrada. Sin embargo, esta evolu­
ción no aparece, y entre dos representaciones de zig-

1 A sí se denominan unos pequeños cilindros de piedra, grabados por vaciado, que


hacían las veces de sello o firma, al desligarlos sobre la arcilla blanda de las tablillas.
Aparecen en Mesopotamia al final del IV milenio a. C. Se menciona, ciertamente, uno
de ellos en la historia de Ju dá (Génesis, 38, 18).
3 Se trata de bloqúes de piedra, adornados con relieves e inscripciones, depositados
en los santuarios para asegurar la integridad de ciertas propiedades.
3 La bibliografía que dimos en 1949 se ha acrecentado con estudios de pormenor,
de los cuales señalamos, entre otros : E . D . v a n B u r é n , The Building o f a Temple-Towtr,
en R A , 46 (195z), págs. 65-74; P« A m i e t , L a ^iggurat d ’après les cylindres de l* époque
dynastique archaïque, en R A , 46 (1952), págs. 80-88; P. A m i e t y F . B a s m a c h í , Deu>:
représentations nouvelles de la yiggurat, en S U M E R , 8 (1952), págs. 78-81.
DOCUMENTACIÓN ARQUEOLÓGICA 25

gurats, una de los comienzos del III milenio a. C.


y otra de época asiría (i.er milenio a. C.), las variantes
son insignificantes. En una y otra época se constru­
yeron torres de varios pisos, cuyas masas superpuestas

Fig. i. Representación de ziggurats en monumentos:


a) cilindro; b) sello; c) kudurru

disminuyen de volumen a medida que se sube y cuyas


fachadas están ornamentadas con nichos y pilastras.
Las torres tienen tres, cuatro o cinco pisos (no existe,
pues, uniformidad), pero, aun cuando literariamente
26 LA TORRE DE BABEL

la cifra siete resulta atestiguada, en la realidad nunca se


ha encontrado ninguna prueba ilustrativa.
Más difícil resulta dar cuenta de los personajes re­
presentados, que se observan por todas partes al pie
de la construcción e incluso encima (como los que
aparecen sentados, con las piernas colgando, en un
vaso de Susa). La reducidísima escala con que el gra­
bado ha sido realizado (los cilindros no tienen más
de veinte a cuarenta milímitros de altura), hace que
las identificaciones sean difíciles y siempre conje­
turales. Donde unos reconocen hombres ocupados en
la construcción, otros ven divinidades y fieles, los úl­
timos preparando el sacrificio destinado a las primeras.
Una de las representaciones más dignas de mención
de los ziggurats es la que se observa sobre una ban­
deja de bronce, llamada el S it Shamshi, hallada en Susa
hace unos cincuenta años1 . Datada, gracias a la ins­
cripción, en el siglo x n a. C., esta plancha metálica es
una maqueta del culto, tal como se celebraba sobre
un lugar alto. Su mismo nombre, «salida del sol»,
hace de ella un verdadero documento del ritual semí­
tico. Vamos a detenernos en ella, porque resulta de un
interés sin igual para la historia de las religiones.
Sobre el recinto sagrado se levantaban dos torres, pero
con unos arreglos que las distinguían de las construc­
ciones más específicamente mesopotámicas. Eran de
dos o tres resaltos, y debían ofrecer sitio ya sea para
libaciones o para la quema del incienso, a juzgar por
la cúpula que en ellas aparecen. Dos adoradores están
arrodillados, cara a cara, y parece que están a punto
de proceder a las abluciones rituales. En los inme­
diatos alrededores se descubren los accesorios de ri-
1 H oy en el Louvre, sala V I del Departamento de antigüedades Orientales. Hayjuna
fotografía reciente en Ziggurats et Tour He Babel, lámina IH . ]
DOCUMENTACIÓN ARQUEOLÓGICA 27

Fig. 2. Bajorrelieve de Nínive, con la representación de


un ziggurrat

tual en un lugar de culto : mesa de ofrendas en forma


de cúpula, quizás panes de la proposición1, pilares2,
vasija para la reserva de agua8, pilas sacrificiales,
árbol4, estela5. Todos estos pormenores en la dispo­
sición son importantes, porque son los requeridos
por las exigencias del culto semítico. Las referencias
que acabamos de dar indican más de lo suficiente las
1 Cf. 1 Samuel. 2 i , 6 ; Núm eros, 4, 7.
9 Cf. los bammanm, a veces señalados y considerados como emblemas paganos :
Levítico, 26, 30; 2 Crónicas, 14 , 4.
3 Se ha pensado, a propósito de esto, en el «mar de bronce» dej templo de Salomón,
gigantesco recipiente que se levantaba en el atrio del Santuario.
4 Esta recuerda el culto que se tributaba en el mundo semita a «todo árbol», cf. J e ­
remías, 3, 1 3 ; Ezequiel, 6, 13 , del cual la ashtra será una reminiscencia.
6 Se trata esta vez de la masseba, nombrada frecuentemente y considerada como ob­
jeto idolático, cf. Deuteronom io, 12 , 3 ; 16 , 22, etc.
28 LA TORRE DE BABEL

semejanzas que parecen sugerirse entre estos ritos


de Susa y las ceremonias puramente israelitas. N o­
temos, sin embargo, que las dos torres no han tenido
hasta ahora ningún equivalente en Israel y que nin­
guna excavación arqueológica palestinense ha puesto
al descubierto ni una sola de ellas1.
La última representación de un ziggurat que señala­
remos es la que se halla en dos relieves que proceden
del palacio de Asurbanipal, en Nínive (siglo v u a. C.),
y que se conservan en el Museo Británico de Londres y
en el Louvre. Se trata de una misma y única losa,·
partida a consecuencia de los azares de la excavación,
donde puede reconocerse una torre de cuatro pisos,
el último de los cuales está ornamentado con cuernos
(fig. 2). Este pormenor es de la más alta importancia,
porque no sólo confiere al monumento un valor re­
ligioso innegable, sino porque le asemeja a un altar
gigante. Se sabe, en efecto, que los altares estaban pro­
vistos de cuernos, dispuestos en los cuatro ángulos2,
que entre otras cosas aseguraban al que se asía a ellos,
la más perfecta inmunidad. Existen bastantes proba­
bilidades de que el ziggurat en relieve de Nínive sea
el de Susa, del cual sabemos, por una relación de
Asurbanipal, que tenía cuernos de brillante bronce.
Quizás no será inútil recordar que el altar del Templo
de Jerusalén había de tener, según la visión de Eze-
quiel3, la forma de un verdadero ziggurat de tres
pisos, colocados sobre un zócalo, cuyo último rellano
estaba provisto de cuatro cuernos. Nos preguntamos
1 Conviene, en efecto, no confundir el ziggurat, que es una torre sagrada, con las
torres (tnigàaî) u obras fortificadas a modo de fortines, de los cuales conocemos varios
de la ¿poca de los Jueces, en Penuel (Jueces, 8, 9-17), Siquem (Jue, 9 ,46), Tebés (Juc,
9, 51). E s preciso subrayar también la importancia de la torce actual descubierta por
P. C o l l a r t y P. C o u p e l en el templo de Baalbek.
2 Éxod o, 27, 2 ; 28, 2 ; i Reyes, 1 , 50.
a Ezequiel, 43, 13 -17 .
Fig. 3. Localización de los ziggurats
mesopotámicos

KUWAIT
3° LA TORRE DE BABEL

si el profeta, desterrado entonces en Mesopotamia, en


la región de Nippur1, no fue influenciado de alguna
manera, en varias de sus visiones, por lo que tenía
ante los ojos: cierto día, por los grandes toros de los
palacios asirios, entonces en ruinas, pero ciertamente
visibles todavía (cf. i, 5-12); otro, por los ziggurats,
con sus amontonamientos de ladrillos, a cuyos pies los
deportados se esforzaban en no olvidar la santa Sión.
No hay la menor duda de que a menudo esta contem­
plación debió de parecerles penosa, porque en esta
arquitectura vertical reconocerían ciertamente una de
las muestras del paganismo agresivo. E l suelo de Me­
sopotamia se hallaba sembrado de ziggurats, y cada
ciudad se gloriaba del suyo. Esto es precisamente lo
que conviene examinar ahora.

* * *

Z i g g u r a t s m e s o p o t á m i c o s . Antes de que los ar­


queólogos entrasen en escena, Mesopotamia había sido
recorrida en todos sentidos por viajeros a quienes atraían
los países desconocidos, cuyas poblaciones vivían una
vida distinta a la de Occidente, sin que por otra parte
sospecharan de qué pasado habían recibido la herencia.
Las gentes que llegaban de Europa eran más avispa­
das, pero sus conocimientos estaban hechos más de
presentimientos que de certezas. La Historia que
habían aprendido se fundaba no sólo en las referencias
de los clásicos, griegos o latinos, sino también en la
Biblia. A l borde del Eufrates evocaban a Noé, pero más
todavía a Nemrod, el cazador (Génesis, 10, 9), entre
cuyas hazañas se contaban únicamente acciones bené-
1 Ezequiel, 1 , 1 .
DOCUMENTACIÓN ARQUEOLOGICA 3I

ficas. Se le atribuía precisamente la construcción de esta


«Torre de Babel»1, levantada a instigación suya por
un pueblo rebelde, decidido a enfrentarse y a oponerse
al mismo Dios si por acaso decidía aniquilar a la huma­
nidad por segunda vez, mediante un nuevo diluvio.
La torre había sido planeada tal alta que las aguas
no podrían nunca más recubrirla. De este modo los
hombres que en ella se refugiaran a tiempo escaparían
de la condenación y castigo divino.
Benjamín de Tudela (del siglo xn d. C.) y después de
él Rauwolf, John Eldred, Pietro della Valle, Niebuhr,
el sacerdote José de Beauchamp, Claudius James Rich,
Buckingham, R. K . Porter, Mignan — no citamos más
que algunos nombres de esa gran cohorte de explora­
dores —, habían buscado, al recorrer Mesopotamia,
la Torre de Babel de la Escritura. Varios amontona­
mientos se proponían a su meditación, entre ellos cuatro
en particular: Aqarquf (entre el Eufrates y el Tigris,
no lejos de Bagdad), Mujelibé (uno de los tells de Ba­
bilonia), Birs Nimrud (la antigua Borsipa, a pocos
kilómetros al sudoeste de Babilonia) y finalmente
Oheimir (hoy identificada con Kis). Cada uno de ellos
había anotado lo que había visto. Sus relatos abundan
en rasgos pintorescos y en folklore, y si todavía con­
servan algún interés para nosotros es debido a que
a veces podemos recoger en ellos indicaciones precio­
sas, fruto de observaciones entonces fáciles pero hoy
ya imposibles, a consecuencia de las destrucciones y
devastaciones, que no han perdonado nunca los mo­
numentos antiguos visibles en la superficie del terreno.
A pesar de todo, resultaba indispensable excavar, para
asentar los conocimientos sobre bases más firmes.
1 Nemrod queda explícitamente vinculado con la torre de Babel en una madera
pintada, que se conserva en Venecia y se atribuye a J a n S w a r t (1470-1535).
32 LA TORRE DE BABEL

E l primer ziggurat estudiado por un arqueólogo


fue el de Nimrud, excavado desde 1845 a 1851 por el
inglés Layard. Por desgracia, en esta época la explo­
ración arqueológica se hallaba en sus comienzos, y
poco hay aprovechable en las conclusiones entonces
presentadas. En 1953, y como hemos dicho anterior­
mente, disponemos ya de una documentación consi­
derable, que se apoya en una sucesión de observacio­
nes hechas durante un siglo y en unos treinta lugares
por hombres diferentes, lo cual lleva al máximo la
seguridad y objetividad. Si bien es verdad que debe­
mos mostrarnos prudentes en lo que atañe a los in­
formes de los primeros excavadores, es decir, con
respecto a las publicaciones que llevan la marca del
siglo pasado, en cambio unas garantías cada vez más
sólidas caracterizan casi siempre la exploración que se
ha llevado a cabo entre las dos guerras, es decir, de
1918 a 1939, y con más razón después de estas fechas.
Era necesario hacer esta reserva, porque constituye
una advertencia para los que no son especialistas; han
de utilizarse con precaución ciertas obras definitiva­
mente superadas, y no hay que dejarse inducir a error
por reconstrucciones que los descubrimientos re­
cientes obligan a enjuiciar con severidad.
Hace un cuarto de siglo, el orientalista alemán
E. Unger1, que ya entonces disponía de una docu­
mentación considerable, creyó poder diferenciar tres
tipos de ziggurats, que definía y caracterizaba así:
a) tipo rectangular, en el sur: Ur, Uruk, Nippur.
Acceso resuelto por medio de escaleras.
b) tipo cuadrado, en el norte: Assur, Kalakh (Nim­
rud), Khorsabad, Kar-Tukulti-Ninurta. Acceso pre­
visto mediante rampas.
1 E. U n ger , D er Turm ¡¡u Babel, en Z A T W , 45 (19*7).
DOCUMENTACIÓN ARQUEOLOGICA 33

c) tipo combinado, base cuadrada (tipo nórdico).


Acceso por escaleras para los pisos inferiores y median­
te rampas para los pisos superiores. Babilonia ofrece
el modelo más perfecto de este sistema, con su torre
Etemenanki.

Fig. 4. Utuk : templo sobre una terraza alta, llamado


«ziggurat de A n u» (IV milenio a. C.)

Como en toda regla, en ésta existen sin duda excep­


ciones. En Eridu, donde podría esperarse un ziggurat
sobre una base rectangular (tipo sumerio), se encuentra
por el contrario, un fundamento cuadrado (tipo asirio).
En Ki§ (el-Oheimir) el plano no es cuadrado sino
rectangular.
A pesar de estas excepciones, la clasificación de
Unger no ha perdido su utilidad, pero actualmente
conviene completarla, haciendo que intervenga un
cuarto tipo que es:
d) el santuario sobre terraja alta.
En efecto, debemos considerar que este concepto
arquitectónico es en su origen y de cierta manera el
34 LA TORRE DE BABEL

prototipo de los ziggurats primitivos. Tras haber per-


manecido^desconocido durante largo tiempo, actual­
mente se tie n d e él preciosas atestaciones, gracias a las
recientes excavaciones de Uruk (1930-1939), de Hafage
(1930-1937), de Obeid (1919-1937), de Brak (1937-
1939), de Uqair (1940-1941) y finalmente de Eridu
(1946-1948).
La extrema dispersión de los lugares enumerados
(Eridu es la ciudad más meridional de Mesopotamia,
Brak queda muy lejos en el norte) (fig. 3) nos permite
reconocer ante todo una identidad en las realizaciones
arquitectónicas, que descansa evidentemente sobre un
sentimiento religioso común. Esto no resulta indi­
ferente, y quizás el relato bíblico del Génesis X I sería
una reminiscencia suya cuando dice de los hombres
de Sinear que formaban un solo pueblo con una misma
lengua. Esta unidad, como se sabe ahora, era bastante
más real, cultural y religiosamente considerada, que
en el plano racial y lingüístico, por lo menos en la
época «histórica» (hacia el 3000 a. C.), puesto que, por
estas fechas, semitas y sumerios se disputan ya Meso­
potamia.
La exploración contemporánea ha revelado pues,
que en el IV milenio los mesopotámicos levantan algu­
nos de sus santuarios sobre una terraza (fig. 4). La ex­
plicación racionalista soluciona el problema de esta
arquitectura, suponiendo que los hombres soñaban
entonces, ante todo, con sustraer la habitación de sus
dioses (el templo es la casa de la divinidad, con el
mismo título con que el palacio es la casa del rey), a
las molestias de las inundaciones, frecuentes en la baja
Mesopotamia, donde el Eufrates y el Tigris salen a me­
nudo de madre, lo cual va acompañado de serios estra­
gos. Esta explicación, sin embargo, en manera alguna
DOCUMENTACIÓN ARQUEOLÓGICA 35

da razón de todos los datos, y en todo caso parece que


esta preocupación fue especialmente viva, cuando se
trataba de la divinidad. Sin embargo, bien se sabía
por experiencia que los mortales estaban más amena­
zados todavía y a pesar de ello, la residencia del dios
es la única que quedaba tan marcadamente levantada
sobre la llanura.
Por otra parte, el plano del santuario que se le des­
tina, presenta con relación al de las casas corrientes,
diferencias bastante señaladas, en particular la multi­
plicidad de puertas, como si conviniera asegurar
comunicaciones rápidas entre el interior y el exterior.
E l templo, de forma rectangular, se compone esen­
cialmente de una larga sala central, con la que comu­
nican pequeñas habitaciones. Desde alguna de estas
pequeñas habitaciones se subía a la terraza de la «casa».
Una indicación curiosa, cuya importancia fue inmedia­
tamente presentida: en el templo de Anu en Uruk,
el último tramo de la escalera se hallaba a un metro
y diez centímetros por encima del nivel de la habita­
ción. ¿Qué persona humana podría permitirse seme­
jante zancada? Y si no se trata de un hombre, ya que
en este caso quedan excluidos los gigantes, resulta
evidente, que esta escalera era la del mismo dios.
Mas adelante será necesario recordarlo de nuevo.
Señalemos desde ahora que no todos los templos
mesopotámicos están construidos sobre este tipo de
«santuario de alta terraza». Otras residencias para las
divinidades, al igual que las habitaciones humanas,
están construidas a nivel de la llanura. Observemos,
no obstante, que en algunas ciudades pudo haberse
levantado un templo, gracias a un zócalo, que, como
en el caso de Uqair aparece ya con dos peldaños.
Este es el comienzo de la evolución. A partir del
36 LA TORRE DE BABEL

final del iv milenio y la primera mitad del m , se acen­


túa este encumbramiento y el sistema más racional
consiste evidentemente en multiplicar los peldaños.
E l templo de Uqair ya cuenta, pues, con dos (fig. 5).
La glíptica nos muestra también unos albañiles que
construyen torres que insinúan ya por lo menos tres.
E l «templo sobre terraza alta» se ha convertido en un
ziggurat. Uno dé los más célebres y, sobre todo, de los
mejor conservados, es el que se alzaba en Ur, capital sü-
meria. Varias veces reconstruido, fue objeto de interés
por parte de dos de los más grandes soberanos de la ni
dinastía, Ur-Nammu y Shulgi (siglo xxn a. C.)1, unos
trescientos años antes del éxodo de los terahitas (Géne­
sis, i i , 31) que nunca debieron olvidar esta torre (62 m
50 X 43 m), dominando desde sus tres pisos el patio y
las dependencias reservadas al dios lunar Nannar-Sin.
Tres escaleras (fig. 6) aseguraban la subida a las terrazas
y todavía hoy, al contemplar los largos tramos del
gradería bastante bien conservados, pueden evocarse
las cohortes de sacerdotes, subiendo y bajando, con
ocasión de las ceremonias que les llevaban a oficiar
en el templo sustentado por la torre entera y construi­
do sobre el tercer peldaño.
Desde el final del tercer milenio hasta el siglo v i a. C.,
el ziggurat de Ur (lám. I) sufrió numerosas restaura­
ciones y numerosos retoques. Su masa de ladrillos
crudos que encerraba una sólida caja construida con
ladrillos cocidos, juntados con asfalto2, había resis­
tido todas las guerras y todas las borrascas. Los so­
beranos neobabilónicos que prestaban culto al pasado,
desearon hacer todavía mucho más que sus prede-

1 Puede verse la justificación de esta cronología en nuestra Archéologie mésopota-


mienne, II.
a «Sirvióles el ladrillo de piedra ,y el asfalto de argamasa», Génesis, n , 3.
5. Uqair : templo sobïe terraza alta. (Comienzo
del III.0 milenio a. C.)

<0 20 30 40 30 60 ?0 «

6. Ziggurat de Ur, en la época de la 111.a


dinastía (siglos x x i i - x x i a. C.)
38 LA TORRE DE BABEL

cesores, cuyo lejano relevo aseguraban. Nabucodo-


nosor, que había destruido (586 a. C.) el Templo de
Salomón, embelleció el de Sin, y uno de sus suce­
sores, Nabonid (555-538), le añadió algo más todavía.
Gracias a él, el ziggurat pasó de tres a cinco y quizás
a siete pisos. Siempre mayor, siempre más alto. Lo
que se llevaba a cabo en Ur, se había emprendido
ya en la misma capital, Babilonia.
* * *

Babilonia, cuyo renombre debía llenar «toda la


tierra», podía reivindicar una larga historia, y resulta
muy decepcionante comprobar que a pesar de los con­
siderables trabajos realizados de 1899 a 1917 por la
expedición de R. Koldewey, se sepa tan poca cosa de
su pasado. No se ha logrado llegar más allá de la
época de la primera dinastía de Babilonia (1894-1595
a. C.), de la cual Hammurabi (1792-1750) fue uno de
los más gloriosos soberanos. En época sumeria la ciu­
dad llevaba el nombre de ka-dingir-ra, que la, lengua
acadia convirtió en Bab-ili (más raramente Bab-ilani),
reproducido fielmente, como hemos dicho más arriba,
en la Biblia, bajo la forma Babel. Su significado de
«puerta del dios» o «puerta de los dioses» no ofrece
ninguna duda. En Babilonia, pues, es preciso buscar
y situar la «Torre de Babel».
Su emplazamiento se halló en el lugar exacto, en el
sitio llamado hoy es-Sachn, pero las constataciones
fueron desoladoras. El ziggurat estaba peor que en
ruinas. Tiempo atrás Jerjes había emprendido su de­
molición (478 a. C.). Para reconstruirlo, Alejandro
Magno ordenó quitar primero los escombros, trabajo
gigantesco, empezado pero no terminado. Los árabes,
DOCUMENTACIÓN ARQUEOLÓGICA 39

considerando que allí había un depósito inesperado,


durante el decurso de los siglos fueron a sacar exce­
lentes ladrillos cocidos para sus propias construccio­
nes1. Cuando Koldewey llegó en 1899, el mal era
irreparable. No tenía delante de sí más que una cantera,
de la cual consiguió, no obstante, sacar los trazos ar­
quitectónicos2.
E l ziggurat de Babilonia (fig. 7) había recibido el
nombre de E-temen-an-ki ( = casa del fundamento del
cielo y de la tierra). Estaba asociado al santuario
E-sag-il, dedicado al dios principal de la ciudad, Mar­
duk. Alzada sobre un gigantesco temenos, de forma
sensiblemente rectangular (456 m por 412 m en sus
mayores dimensiones), no ha podido ser situado más
que en su plano. Tenía fundamentos cuadrados (cada
lado mide algo más de 91 metros3) y estaba hecho de
un núcleo de ladrillos crudos (es decir, secados al sol),
encerrado en una sólida envoltura de ladrillos cocidos,
de quince metros de espesor. Los accesos a los pisos
superiores quedaban asegurados al principio por tres
escaleras: dos apoyadas sobre el lado sur y otra en el
centro, perpendicular a la fachada. Por haber resultado
bastante estropeadas, estas escaleras no se encontraron,
como es natural, en toda su integridad. No obstante,
por la altura de sus escalones se ha podido calcular
que las laterales debían subir hasta treinta metros, y la
central unos cuarenta.
Estos son los únicos datos que ha ofrecido la ar­

1 L a ciudad moderna de Hilleh, muy cercana, está construida en su mayor parte con
ladrillos de Babilonia.
2 Las dos publicaciones fundamentales son las siguientes : R . K o l d e w e y , Das m'e-
derstebende Babylon; F . W e t z e l y F . W e i s s b a c h , D as Hauptheiligtum des Marduk in B a ­
bylon, Esagila und Etemenanki (W V D O G , 59). Puede, además, consultarse con provecho
la monografía de E . U n g e r , Babylon, D ie heilige Stadt nach der Beschreibung derBabylonien.
3 Recordemos que la tablilla de Esagil indicaba 90 metros. Debe convenirse que se
trata dr una diferencia mínima.
4° LA TORRE DE BABEL

queología. Pata el resto de la reconstrucción no ha


habido más recurso que valerse de la tablilla del Esa-
gil y el relato de Heródoto, Estos testimonios literarios
permiten establecer, si se admite su certeza, que el
ziggurat Etemenanki ( = Torre de Babel) se alzaba
a más de 91 metros sobre el recinto sagrado; es decir,
dominaba con su masa poderosa las terrazas de «Babi­
lonia, la grande». Se le menciona por vez primera en
el siglo vu, pero debió existir mucho antes1. Fue des­
truido muchas veces y siempre fue reconstruido con
ahínco; pero fueron los dos reyes, Nabopolasar (625-
605) y Nabucodonosor II (604-562), quienes por sus
embellecimientos (revestimiento del templo superior
con ladrillos de esmalte azul) le dieron un resplandor
que pudo haberle convertido en la octava maravilla
del mundo. Hoy, en el lugar de la construcción, quizás
la más gigantesca de la civilización babilónica, un
hoyo enorme lleno de agua (el Eufrates fluye muy
cerca y por infiltración penetra hasta allí) se ofrece
a la meditación de los viajeros modernos. Ante ese
aniquilamiento y ante los palacios derruidos como
castillos de naipes, parece oírse de nuevo la palabra
prof ética: « A causa de la cólera de Yahweh, Babilonia no
será ya más habitada; no será más que una soledad» (Jere­
mías 50, 13).
Sobre esta sima es necesario, sin embargo, intentar
reconstruir lo que existió hace cerca de dos mil años.
Si Babilonia es en este aspecto decepcionante, ya que
la documentación que ofrece es en demasía parca,
nada impide utilizar las averiguaciones hechas en
otras canteras arqueológicas. Y a dijimos que en Ur,

1 Recuérdese que la tradición yahwista, que de ello se hace eco, se puso por escrito,
según algunos, en el siglo ix al v m a. C .; pero es del todo evidente que se apoya sobre
una tradición oral, en mucho más antigua.
42 LA TORRE DE BABEL

el ziggurat se conserva impresionante, a pesar de su


erosión. Tanto en Uruk como en Nippur las dos torres
conservan todavía un aspecto solemne y se sabe ahora
que se subía a ellas, por una escalera triple1. La ex­
cavación metódica de Uruk ha descubierto además,
al pie del monumento y en ambas partes de la esca­
linata central, dos pequeños santuarios, casi simé-,
tricos, cuya disposición es elocuente y nos servirá
de una manera particular cuando se trate de pasar a la
explicación teológica de los ziggurats. Existen otras
dos torres cerca de Babilonia, la primera, la de Bor-
sipa (Birs Nimrud), que llevaba el nombre de E-ur-
me-imin-an-ki (casa de los siete guías del cielo y de la
tierra) y que estaba consagrada al dios Nabu, la segun­
da, la de Dur-Kurigalzu (Aqarquf), apellidada E-gi-
rin (casa de los frutos [?]), quedan como testimonios
elocuentes del esplendor pasado. Son las moles más
impresionantes que cabe ver hoy en Mesopotamia.
La torre de Birs Nimrud se alza todavía a 47 metros;
la de Aqarquf, a 57 metros sobre el nivel de la llanura
y en ellas puede estudiarse en las mejores condiciones
el ensamblaje de los ladrillos «encadenados» gracias
a unos fondos de cañas. En Birs Nimrud las escaleras
han desaparecido, pero en Aqarquf ha sido fácil loca­
lizar el emplazamiento del triple tramo de escalones
que permitía la subida.
Hasta aquí, como se habrá podido observar, ha que­
dado comprobado que se subía a la cumbre de los zig­
gurats por medio de escalinatas. No obstante, en
Khorsabad, se ha encontrado otro sistema de subida,
y es por medio de una rampa que circundaba el mo-

1 ^ Esto es seguro para Nippur, desde las excavaciones de 1950. Convendrá, pues,
rectificar la reconstrucción que habíamos dado en 1949 de la totre de esta ciudad, Z ig­
gurats... pág. 15 3 , fig. 97,
8. Reeonstitucción de la «Torre de Babel».
(Proyecto B u s i n k )
44 LA TORRE DE BABEL

numento por sus cuatro lados, con lo cual y de una


manera insensible llevaba del nivel del recinto al
templo superior. Parece que este procedimiento fue
característico de la región asiria y es el que se ha su­
puesto para los ziggurats del norte: Assur, Kalakh
(Nimrud), Kar-Tukulti-Kinurta.
E l caso de Babilonia presentaba ciertas dificultades;
Koldewey encontró el emplazamiento de una triple
escalera y, según los cálculos, se había admitido ge­
neralmente, según recordaremos, que si los tramos
laterales subían a 30 metros, el central se elevaba a 40.
Así pues, en las reconstituciones se han hecho terminar
las primeras a la altura del primer piso; la segunda,
por el contrario, se ha hecho llegar de un solo trazo
al nivel del segundo1 . Para el resto, la arqueología no
ofrecía ninguna indicación. Por ello se ha creído con­
veniente tener en cuenta la indicación conservada por
Herodoto, quien explícitamente dice : «Al exterior y
circularmente, una escalera daba vueltas»8, para pro­
poner un sistema que concillase la arqueología con
los datos literarios: escalera para los pisos primero
y segundo, rampa más allá del segundo piso. Por lo
demás, no todas las dificultades han quedado elimina­
das de igual forma, porque no resulta cómodo con­
ciliar la arqueología, con los datos de la tablilla del
Esagil y con el relato de Heródoto.
Varios arqueólogos y orientalistas han propuesto
soluciones que se asemejan debido a que todas ellas
se distinguen por una simplificación de líneas y una
eliminación de accesorios de fantasía. La mayoría de
los proyectos se han inclinado por adoptar la subida
1 Según la tablilla del Esagil (cf. más arriba, pág. 12), el primer piso tenía 33 m etros;
el primero más el segundo daban en total 33 m + 18 m. « 5 1 metros. Más adelante
volveremos a tratar de estas reconstrucciones.
a Véase el texto completo más arriba, en la pág. 19.
DOCUMENTACIÓN ARQUEOLÓGICA 45

por medio de escaleras y rampas3. Las divergencias


se manifiestan principalmente cuando se trata de dar
forma a los pisos, de una manera especial al número
de ellos. Nos hemos alejado de Dombart, y de Unger
en particular, al proponer por nuestra parte, siguiendo
a Busink, una torre de siete pisos (fig. 8), el último de
los cuales soporta el templo de la cumbre (que según
nuestra opinión aparece en la tablilla del Esagil bajo
el nombre de shahuru). Esta reconstitución nos parece
conforme con los datos de Heródoto, que indican
«ocho torres» y en la última «un templo». Así, gracias
a la pureza de sus líneas y no sin armonía y equilibrio
en sus proporciones, la «Torre de Babel» se elevaba en
el corazón de la llanura de Sinear. Se comprende que
impresionara a todos los que la veían, y no es de mara­
villar el lugar que ha tenido y continúa teniendo en
el arte.

1 Coinciden en ello M a r t i n * , U n g e r , D om bart, B u s in k , que pueden considerarse


como los especialistas más autorizados.
C a p ít u l o I I I

La Torre de Babel en el arte

Lo mismo que ocurrió con el Diluvio, tampoco


ahora en este cuaderno podemos estudiar de una ma­
nera exhaustiva el lugar que ocupa en el Arte la Torre
de Babel1 . Las más antiguas representaciones (fig. 9 a),
que nosotros sepamos son las que figuran en un
marfil de Salerno (siglo xr d. C.) y en tierra francesa,
en el claustro de Moissac (siglo xn), en el cual hace
eco en cierta manera y en el terreno pictórico, la ex­
traordinaria composición del ciclo de Saint-Savin
(siglo XIl).
Esta aparición tardía no deja de maravillar. Sin em­
bargo, desde la Edad Media a nuestros días, pintores,
escultores, mosaístas y miniaturistas no se arredraron
ante un tema más inspirador que ninguno y en el que
la fantasía podía tener libre curso. Lo más sorpren­
dente es la abstención, como lo ha notado Francisco
Fosca2, de los «cuatro máximos «inventores» de la
pintura: Alberto Durero, Rafael en las Galerías
del Vaticano, Tintoretto y Rembrandt». Podríamos
añadir Miguel Angel, que pudiera haber continuado
1 Véase la documentación ilustrada en Ziggurats et Tour de Babel, páginas 169-193,
figs. 109-149, láminas X I-X V I.
2 E n Galette de Lausanne, 8-9 de septiembre de 1950, Peut-on reconstituer Γ apparence
de ¡a Tour de Babel?
48 LA TORRE DE BABEL

su Dilivio y su Embriaguez de Noé de la Sixtina con


un fresco deslumbrador, si lo hubiera consagrado a la
torre de Sinear. Como también sugiere Francisco
Fosca, este «silencio» se explica quizás debido a que,
no habiendo sido incorporado al conjunto de temas
bíblicos tradicionales, que la interpretación plástica
de las Escrituras habían hecho familiares al pueblo
cristiano, el relato de la Torre de Babel fue relativa­
mente poco aprovechado.
Los artistas que no lo desecharon, tuvieron ocasión
de demostrar la medida de su talento, y habríamos
perdido mucho si Bruegel, el Viejo (siglo xvr), también
se hubiera abstenido de tratarlo. Porque si fuera ne­
cesario quedarnos con una sola obra pictórica de toda
esa serie iconográfica, sería sin duda la suya la escogida.
Con una duda, sin embargo, ¿cuál sería la preferida:
La Torre del Museo de Viena (lám. II) o la de la co­
lección de Van Beuningen, igualmente potentes?1 .
Nadie jamás habrá representado lo colosal de la em­
presa2, mejor que en esta enorme masa circular,
cuyos anillos superpuestos están verdaderamente des­
tinados a escalar el cielo.
Los primeros ilustradores habían tenido intenciones
más modestas. Del siglo xm al xv, unos albañiles alzan
con esmero los cimientos de una torre hexagonal. Labor
pacífica que no parece ser ni fatigosa ni peligrosa.
Por otra parte, la mano de obra ha sido medida: tres
1 Uno de los mejores historiadores y especialistas en arte, e l deán J u a n A l a z a r d ,
escribió, a propósito de esta obra maestra, expuesta en el Petit Palais de Parie, de octubre
de 1932 a febrero de 1953 : «El genio de Bruegel se manifiesta en ella con toda su ampli­
tud, y las minucias de una técnica escrupulosa no quitan nada de l a potencia de la con­
cepción general.' A l levantarse en medio de un paisaje de la más original contextura,
el alucinante edificio no puede sino maravillar a los visitantes de esta exposición». (Les
Nouvelles littéraires, 30 de octubre de 1952).
a E n este cuadro de 75 X 60 cm. hay representadas más de 7 000 personas. |A juzgar
por la escala de la proporción humana, la torre tenía que elevarse a unos 20 metros de
altura I Conforme a los datos bíblicos, es de ladrillos, y su magnífico tinte malva recuerda
exactamente el de las losas sumeras de tierra cocida que descubrimos en Tello.
L ám . II La «Torre de Babel» de Bruegel (Colección Van Beuningen).
LA TORRE DE BABEL EN EL ARTE 49

hombres aquí, seis allá, algunos más en otro lugar


de trabajo (fig. 9, b). Con el Renacimiento la atmós­
fera cambia: hay miras más amplias, y la erudición
sugería que la empresa sobrepasaba, en medios y
objetivos, las costumbres corrientes. Hans Holbein

Fig. 9. L a «Torre de Babel» : a) Marfil de Salermo;


b) Mosaico de Monreale

(1947-1543), Esteban Delaune (11583) y Felipe Galle


(1537-1612) someten toda una muchedumbre a la cons­
trucción de una obra imponente. Con Mateo Merian
de Basilea (1593-1650) una ciudad entera está en efer­
vescencia (lám. III) : las canteras aportan bloques
de piedra, de los hornos de ladrillos se elevan espesas
columnas de humo, las caravanas no sólo llegan de
todas partes sino que llevan hasta la cumbre, gracias
a una rampa circular, los materiales indispensables
para la prosecución del trabajo. Toda esta escena se
desarrolla junto a una gran ciudad, dominada por cam­
panarios y atravesada por un río. Mescolanza oriental
y occidental: caballos y carretas al lado de los camellos.
En lo sucesivo ésta será la impresión dominante:
50 LA TORRE DE BABEL

trabajos forzados y jadeantes, llevados a cabo sin in­


terrupción por una multitud movilizada. Sin duda
ésta está vigilada, pues se ven aparecer personajes
nuevos, probablemente un rey, escoltados por soldados
con armas. En el relato del Génesis fue Yahveh quien
bajó a ver la torre. Aquí es un monarca el que activa
el trabajo, como si acabara de decretar sobre el país
un estado de suma urgencia.
Pedro Bruegel, Rottentrammer y Bruegel1, Lucas
van Valkenborgh (1530-1597)2, H. van Cleve3, ri­
valizaron en el tratamiento de un tema que en lo su­
cesivo ya no podría comprenderse de otra manera.
Numerosas Biblias antiguas están ilustradas de este
modo y las variantes, en que difieren las composiciones,
son mínimas. No obstante, el grabador Zacarías Do-
lendo (siglos xvi -xvii ) debe considerarse aparte. No
sólo representó la construcción de la torre, sino tam­
bién la dispersión de los pueblos ; y gracias a él se asiste
a la dispersión de la humanidad, la cual, en largas cohor­
tes divergentes, se aleja del edificio maldito que el fuego
divino acaba de fulminar.
A partir de entonces el romanticismo tiene ya el
camino trazado; Gustavo Doré alza su torre bajo un
cielo tempestuoso. Como forzados, los hombres se
apresuran a acabar el trabajo. E l esfuerzo es desespe­
rado y los tiros de animales padecen visiblemente por
el gran peso de los materiales que es preciso llevar
por una rampa en espiral hasta las nubes, donde este
conjunto arquitectónico se sumerge. Algunos de los
artesanos parecen perplejos, otros están inquietos por
la marcha de las operaciones, pero la incertidumbre
1 Su cuadro está en el Museo de Bellas Artes de Ginebra (según indicación de
F. Fosca).
2 E n el Louvre.
* E n el Rijksmuseum Kröller-M üller, de Otterlo.
LA TORRE DE BABEL EN EL ARTE 5I

y las fluctuaciones de los obreros no prevalecen ante


la resolución feroz e impía de unos de los respon­
sables de la empresa. En pie sobre un bloque enorme,
erguido en una actitud arrogante, levantada hacia el
cielo sus dos puños cerrados. ¿Cómo es posible,
después de esto, sostener sin más, que la Torre de
Babel no es un puño cerrado, sino más bien una mano
tendida? Esto es lo que, a pesar de Gustavo Doré
y otros que han expresado el mismo sentimiento,
conviene considerar ahora.
C a p ít u l o IV

La Torre de Babel y la teología

Siendo la Torre de Babel un ziggurat, conviene


destacar ante todo, que la arqueología, al devolvernos
estos momentos, difícilmente puede dejarse de un lado,
en cuanto se trate de interpretarlos. En efecto, resulta
indispensable ir más allá de las formas y hasta el fondo
de las cosas; es decir, llegando hasta las razones teo­
lógicas y religiosas que ciertamente presidían estas
construcciones. ¿A qué obedecían tales moles?
En este caso la etimología no nos es de gran ayuda1 .
La forma sÿqquratu está relacionada con el verbo %aqaru,
que significa «ser alto», «estar elevado». La palabra
ziggurat se emplea indistintamente para caracterizar
la cumbre de una montaña, o para definir la torre de
pisos.
Los primeros viajeros y orientalistas propusieron
explicaciones racionalistas. Para Niebuhr, Aqarquf
era una plataforma donde los califas de Bagdad subían
a tomar el fresco. Acerca de Birs Nimrud, Fresnel
escribía que no era más que un edificio dispuesto para
que los sacerdotes de Bel pudieran gozar de noches

1 Las transcripciones antiguas no son uniformes, y los autores contemporáneos


escriben siqurat (Dhorme), zjkkurrat (Dombart), %}qqurrat (Dombart, Unger), %iku-
rrat (Andrae). Hemos adoptado ^iggnrai, tal como lo hacen la mayor parte de los arqueó­
logos franceses e ingleses.
54 LA TORRE DE BABEL

frescas y sin mosquitos. E l consul de Sarzec que ex­


cavaba en Tello era del mismo parecer, cuando con­
sideraba que el fin probable de estas construcciones
«caldeobabilónicas» era ofrecer a los habitantes un
refugio más elevado contra las nubes de insectos y los
vientos ardientes que durante nueve meses del año
desoían estas regiones.
Al lado de este materialismo utilitarista se conocían,
sin embargo, otras interpretaciones. Víctor Place, que
desescombró la torre de Khorsabad, vio en ella un ob­
servatorio, al cual dos altares instalados daban una «fiso­
nomía religiosa». Aun reconociendo que las torres de
pisos estaban consagradas a ciertas divinidades, Jorge
Parrot suponía también que subían a ellas «para obser­
var los astros».
Estas explicaciones, admisibles quizás durante el
siglo pasado, ya no pueden sostenerse ahora, cuando
la documentación no sólo se ha renovado, sino que ha
sido atentamente examinada por especialistas en dis­
ciplinas diferentes : arqueólogos, arquitectos e his­
toriadores de las religiones. Son varias las teorías que
se proponen actualmente y que conviene resumir aun­
que sea brevemente.

I. La primera, que relaciona el ziggurat con una


concepciónfuneraria, ve en él la tumba de un dios o de un
rey. Los sabios que sostuvieron esta tesis estuvieron
influenciados, sin duda alguna, por ciertas semejanzas,
a nuestro juicio, puramente exteriores entre los zig­
gurats y las pirámides de Egipto. Y a que, si bien éstas
cobijan y esconden efectivamente una tumba, aquéllas
no son más que la superposición de escalones, des­
tinados a sostener un templo. Otros orientalistas
quedaron asimismo impresionados por algunos textos
LA TORRE DE BABEL Y LA TEOLOGÍA 55

clásicos o babilonios. ¿Acaso Estrabón no decía que


la torre de Babilonia era la «tumba de Belo»? y ¿la
literatura cuneiforme, a su vez, no celebraba a menudo,
en estrecha relación con el ziggurat, un misterioso
gigunu en el que muchos reconocían un sepulcro? No
podemos entrar aquí en los pormenores de una dis­
cusión filológica. Digamos simplemente que el signi­
ficado del término gigunu queda tan oscuro que no es
posible llegar por este camino a ninguna conclusión
cierta.

II. Arquitectura cosmológica y simbólica, tal es la se­


gunda interpretación. La torre de Borsipa llevaba un
nombre evocador: «Casa de los siete conductores del
cielo y de la tierra». Alusión no velada a las siete es­
feras en que se mueven los siete planetas. A l ziggurat
de Borsipa se le atribuían (desde luego sin prueba
arqueológica) siete pisos, cada uno consagrado a un
planeta y pintado del color simbólico correspon­
diente: negro, anaranjado, rojo, blanco, azul, amari­
llo, dorado y plateado. Aun sin poner en duda la efi­
ciencia de esta armonía arquitectónica y pictórica,
si es que en realidad existió, sería necesario ante todo
estar seguro precisamente de que existió, lo cual la
lectura de las publicaciones no establece en modo
alguno. Lo mismo ha sucedido con los colores (blanco,
negro, rojo y azul) que se atribuían al ziggurat de Ur
y fueron rechazados por algunos observadores.
Jensen y el P. Lagrange se adhirieron también en
ciertos aspectos a la teoría simbólica, viendo en el
ziggurat una reducción de la tierra, que constituía
el dominio privado del dios y que le aseguraba, tal
como escribió el P. Vincent, no tanto un templo de
culto cuanto una especie de «lugar de reposo».
LA TORRE DE BABEL

III. A fines del siglo pasado, el inglés Lethaby


sostuvo una tesis que en dicha época resultaba sin­
gularmente audaz: el ziggurat era el trono divino y
el verdadero altar. El arquitecto Dombart ha reco­
gido esta teoría y no le ha sido difícil hallar textos
que indicaran de una manera explícita que las divi­
nidades gustaban de residir en la cumbre de las mon­
tañas. Por lo tanto, el ziggurat representaba una
montaña, desde donde la divinidad que en ella estaba
entronizada gobernaba el universo.

IV. Sin embargo, creemos se debe al arquitecto


W. Andrae, discípulo de Koldewey y destacado exca­
vador en Assur, la interpretación más profunda y mejor
apoyada por las pruebas arqueológicas. E l ziggurat no
es sólo una torre de pisos. Es un zócalo gigante, desti­
nado en realidad a sostener un santuario (Hochtempel),
habitación de la divinidad. No obstante, ésta podía
abandonar esa residencia y bajar más abajo, hasta el
nivel de la ciudad; es decir, hasta los hombres. Utili­
zando las escaleras de la torre, podía, en un momento
dado, instalarse en el templo inferior (Tieftempel), pre­
parado en la base, y manifestarse desde él.

V. Aun cuando esta tesis haya sido a menudo


criticada, sobre todo en Alemania, por especialistas
autorizados como Schott y Lenzen, creemos vale la
pena tomarla en consideración en lo esencial, aun
cuando rectifiquemos en lo accesorio. La arqueolo­
gía ha puesto de manifiesto que desde el IV milenio
los mesopotámicos se preocuparon en preparar para
su divinidad una habitación elevada por encima de
las casas de los simples mortales. Desde luego no
creemos que esta elevación hubiera sido dictada úni-
. III. La «Torre de Babel» de Mateo Merian (1593-1650). Aguafuerte.
LA TORRE DE BABEL Y LA TEOLOGÍA

Fig. io. E l ziggurat de Ur. L o s templos del pie de la torre


(siglo v i a. C.)

camente por el deseo de sustraer la residencia divina


a los daños de una inundación. El zócalo y la terraza
fueron el primer impulso del hombre, deseoso de
elevarse. Pero su preocupación esencial le inclinaba
en mayor grado hacia el dios a quien convenía inte­
resar a su favor y al cual ciertamente atraerían las
ofrendas llevadas al terrado de su casa. Rituales de
la época seleucida (siglo iv a. C.) hallados en Uruk,
58 LA TORRE DE BABEL

y que verosímilmente se remontan a creencias mu­


cho más antiguas, nos dan detalles de los prepara­
tivos y las ceremonias cuyo desarrollo aseguraba el
éxito de esta operación.
Es cierto que si bien estas creencias y el fondo
mismo de los ritos no debieron sufrir muchas modi­
ficaciones (en especial el deseo del hombre de hacer
bajar a su dios sobre la tierra), se observa una evo­
lución en la arquitectura. Desde mediados del tercer
milenio, los hombres se pusieron a construir cada
vez más alto. Después del templo sobre alta terraza
(figuras 4 y 5) nos llega la torre de varios pisos (figu­
ra 6); pero no es únicamente una superposición de
volúmenes. Se trata siempre de un basamento infe­
rior cuyos tramos han ido aumentando y han llegado
a ser gigantescos. Por otra parte, a medida que trans­
curren los siglos se desea aumentar más y más esta
elevación: tres, cuatro, cinco, siete pisos. Pero enci­
ma de todo siempre está el santuario.
Sin embargo, se pone de manifiesto cierta dualidad
en función de estas modificaciones arquitectónicas.
No podía destinarse a la divinidad, como residen­
cia a largo plazo, un santuario que había llegado a
ser demasiado pequeño y asimismo se había ido ale­
jando cada vez más de los hombres. E l templo supe­
rior exigía imperiosamente otro en la base de la to­
rre, de superficie digna y, sobre todo, en el corazón
mismo de la humanidad. Y fue de este modo como el
complejo sagrado tuvo en adelante dos santuarios : uno
en la cumbre, otro al pie del ziggurat (fig. 10). El pri­
mero no fue más que el templo de recepción, donde la
divinidad tomaba contacto con la tierra y donde hacía
una estancia pasajera para recibir el homenaje y las
ofrendas de los fieles. El segundo se convirtió en una
LA TORRE DE BABEL Y LA TEOLOGÍA 59

residencia donde el huésped celeste podía permanecer


cuanto quisiera.
No obstante es preciso considerar todavía el pro­
blema con más detalle. Como ya hemos dicho, la eti­
mología no nos es de gran ayuda. Nada puede sacar­
se del término ziggurat en el plano doctrinal. ¿Podría
acaso hallarse en los nombres dados a los ziggurats
alguna indicación en este aspecto? Se advierte, ante
todo, que estos nombres difieren. De un modo dife­
rente a como nosotros conocemos muchas iglesias
denominadas con el vocablo de la Trinidad, de la
Natividad, de la Redención, o designadas por el
nombre de un santo, los ziggurats se apellidaban
«casa de la montaña del Universo» (Assur), «casa de
los siete guías del cielo y de la tierra» (Borsipa), «casa
del rey, consejero de la equidad» (Ur), «casa elevada
de Zababa y de Innina, cuya cabeza es alta como el
cielo» (Kis), «casa de la montaña» (Nippur), «casa
del lazo entre cielo y tierra» (Larsa) o «casa del fun­
damento del cielo y de la tierra» (Babilonia).
Esta lista podría continuarse todavía, pero estos
ejemplos bastan ampliamente. Manifiestan cierta di­
versidad, pero se reconoce en ellos un fondo común:
en todos, el ziggurat se denomina «casa» (es decir,
templo), y muy a menudo se evocan simultánea­
mente el cielo y la tierra. En uno de los casos (Lar­
sa) incluso se habla explícitamente de «lazo». Así,
pues, el ziggurat se nos aparece como un vínculo de
unión destinado a asegurar la comunicación entre la
tierra y el cielo. Si bien esta idea no está expresada
de modo muy seguro, no por ello deja de estar implí­
citamente apuntada, porque, ¿qué es la «montaña»
sino un escabel gigante, gracias al cual es posible ele­
varse en alto grado hacia el cielo? No solamente para
6ο LA TORRE DE BABEL

tocarlo, sino ante todo para acercarse a la divinidad


que allí se buscaba y cuyo descenso hacia los hombres
quería facilitarse al mismo tiempo.
Aquí es preciso volver al Génesis. No se ha puesto
fin todavía a las discusiones sobre este bloque de los
once primeros capítulos y sobre los problemas de his­
toria y teología que plantea. Que no es un problema
fácil déjanlo entender más claramente cada vez tanto
las encíclicas y documentos de la Pontifica Comisión
Bíblica1, como las discusiones, escritas u orales, con
que se enfrentan teólogos, incluso protestantes, de
tendencias y escuelas diferentes.
Acá y allá se intenta generalmente encontrar en el
relato de Génesis n un contenido más religioso y
moral que una historia verdadera, en el sentido mo­
derno de la palabra, y aquí nos enfrentamos de nuevo
con la tesis que habíamos insinuado en otra parte
sobre la exactitud «substancial» de los relatos, que
no excluye «ciertas discordancias de detalle»2. Y ,
sin embargo, el relato bíblico de la Torre de Babel
nos parece profundamente «histórico», por todas
sus observaciones de detalle que descansan sobre
comprobaciones precisas y sobre realidades que he­
mos señalado ya. Pero este relato es todavía más
religioso doctrinal y juzga severamente esta empre­
sa de los hombres: al construir su ciudad y su torre
y por haberlo logrado gracias a su unión (un mismo
pueblo, una misma lengua o parecer), suscitan la ira
1 Estas Actas, que puden verse en la Revue biblique, 1948, págs. 581-584, son una res­
puesta a dos cuestiones que fueron propuestas al Santo Padre por el cardenal Suhard,
arzobispo de París.
2 E l P. d e V a u x no ha dudado en hablar de «discordancias» (L a Genèse, página 13),
con una lista impresionante. A l e j a n d r o W e s t p h a l ya se había decidido antes a hacer
lo mismo, y remitimos a lo que él escribió sobre esta materia, sin equívoco posible,
en Dictionaire encyclopédique de la Bible, págs. V III-IX .' Citamos solamente su conclusión,
que merece ahora más que nunca, meditarse: «E n el estudio de la Biblia toda pictoria lograda
por la verdad histórica es un servicio prestado a la verdad religiosa». (Loe* p. X ).
LA TORRE DE BABEL Y LA TEOLOGIA 61

y el enojo de Dios. Este éxito, que otros podrían en


tiempo fututo continuar, constituye, pues, una ame­
naza de rebelión intolerable, y Dios la deshace sin
demora creando la confusión y provocando su dis­
persión.
Este severo castigo ha sido reiteradamente conside­
rado y abundantemente comentado. Actualmente toda­
vía, varios exegetas1, o teólogos, algunos délos cuales
(como E. Jacob) no ignoran ninguna de las aportacio­
nes de la arqueología pero no nos siguen en nuestras
conclusiones, se esfuerzan por justificarlo, denunciando
«el sutil paganismo que vive en toda alma, incluso re­
ída costa subir hasta el cielo para
descender»2, o incluso afirman
que la iniciativa hubiera debido venir de Dios, porque
«el hombre no sube hasta Dios sino por orden expresa
suya, como Moisés al Sinaí, y no lo hace sino tem­
blando. Yahveh, para bajar a la tierra no necesita que
los hombres le construyan sus vías de acceso»3. Otro
de ellos escribe: «La Torre de Babel es el tipo mismo
del pecado que empuja al hombre no a prescindir de
Dios, sino a intentar hacerse un nombre (es decir, a
asegurarse contra el futuro) por medio de una empresa
religiosa bien entendida que haga del Dios del cielo un
vecino afincado en la tierra»4.
Convendría, sin embargo, no desviar tanto el de­
bate. La «Torre de Babel» debe ser juzgada no ex­
clusivamente en función de una posición doctrinal,
como ocurre con frecuencia, sino también a la luz

1 Tengo interés en precisar que esta controversia no ha excedido nunca de una ex­
tremada cortesía, y la discusión de nuestras tesis diferentes jamás ha dañado la cordia­
lidad de nuestras relaciones personaies. Por nii parte estoy m uy satisfecho de dJo.
3 W . S u f f e r t en L e Cbristianistne an X X é siècle, 2 d e m a rz o d e 19 5 0 .
3 E . J a c o b , Revue d'Hisioire et de Philosophie religieuses, 1 9 5 0 , p á g . 14 0 .
4 J . S. J a v e t , en L e Christianisme an xxè siede, 29 de enero de 19 4 2 .
6z LA TORRE DE BABEL

de los monumentos. La severidad del narrador yah-


vista se explica fácilmente por la Historia: Israel
sólo tenía motivos de queja de Babel, que constituía
para él un símbolo permanente de paganismo y opre­
sión. Sin duda es así, y nosotros lo reconocemos de
buen grado: el orgullo del hombre es inmenso; su
vanidad, inconmensurable. Algunos monarcas — y no
solamente ayer, sino aún hoy mismo — se compla­
cen, a lo largo de extensas inscripciones, en tratar
de glorificar las grandes hazañas obra de sus manos.
Todo esto es verdad, mil veces verdad. Asimismo,
si al construir su torre los hombres de la llanura de
,-Sinear tuvieron intención de escalar el cielo para
(([Uávar/hasta él la guerra, su pecado sería evidente y
capital. Pero es muy posible que no tuvieran esta
intención. ¿Se les puede reprochar que hubieran
querido acercarse al cielo, es decir a sus divinida­
des? He aquí el problema. Si la contestación es afir­
mativa, deberían condenarse las demás iniciativas
humanas: las torres de Notre-Dame de París, las
agujas de la catedral de Chartres, etc. Y además re­
conozcamos que este Dios irascible que con sus
manos crea la discordia, origen de todas las guerras
y de todos los odios en el corazón de la humanidad,
que entonces estaba unida y, por tanto, en pa%, crea­
ría un problema dogmático cuya gravedad conven­
dría calcular
La Torre de Babel, como antes hemos escrito y
como de nuevo repetimos, es una catedral de la an­
tigüedad, e incluso es más que esto, porque en el

1 Nos preguntamos, por otra parte, si es prudente que toda una dogmática se apoye
en un relato que tiene las mayores probabilidades de ser lo que en exégesis se llama un
relato «explicativo». «Este relato «yahvista» facilita de la diversidad de pueblos y lenguas
otra explicación (el subrayado es nuestro) que la del capítulo 10 » , escribe el P. de V a u x ,
L a Genèse, pág. 70, nota d). Esto también merece meditación...
LA TORRE DE BABEL Y LA TEOLOGÍA 63

momento de las catedrales la humanidad había co­


nocido la revelación cristiana, es decir el mensaje
perfecto. En el tercer milenio marchaba una buena
parte a tientas; sus manos se cerraban con un gesto
de plegaria y sus ojos buscaban instintivamente al
cielo. En noviembre de 1952, no lejos del arcaico
ziggurat de Mari, y a sus pies, descubrimos un san­
tuario que estaba lleno de exvotos, con fieles repre­
sentados de pie con las manos, juntas. Sin duda ado­
raban y oraban a dioses falsosp pero lo más impor­
tante se había alcanzado ya, tendían más allá de la
tierra. E l ziggurat que habían construido ellos mis­
mos era una escala que se alzaba precisamente ha­
cia el cielo.
En este momento es preciso abrir nuevamente la
Biblia. En Betel, durante un sueño, el patriarca Ja ­
cob, nieto de Abraham el mesopotámico, vio una
escala cuya extremidad superior tocaba el cielo y
cuya base se apoyaba en la tierra. Es preciso citar
el texto, porque hallaremos en él una explicación a
nuestro entender definitiva de la interpretación que
defendemos :
«Como llegase a cierto lugar, dispúsose pasar allí
la noche, porque el sol se había ya puesto. Para ello
tomó una de las piedras del lugar, colocósela por
cabezal y se tendió en aquel sitio. Luego tuvo un
sueño: era una escala que se apoyaba en la tierra y
cuyo remate llegaba al cielo, y he aquí que los ánge­
les de Dios subían y bajaban por ella. Yahveh estaba
parado por cima de ella y dijo: Y o soy Yahveh, Dios
de tu padre Abraham y Dios de Isaac. Te daré la
tierra sobre que yaces a ti y a tu descendencia... Des­
pertóse luego Jacob de su sueño y exclamó: “ ¡Ver­
daderamente Yahveh mora en este lugar y yo no lo
64 LA TORRE DE BABEL

sabía!” Y , cobrando miedo, dijo: “ ¡Cuán terrible es


este sitio; no es ésta sino la casa de Dios y ésta la
puerta del cielo” ·» (Génesis, 28, 11-17).
Babel o «puerta de dios» (Génesis, 1 1 , 9) y «puerta
del cielo» (Génesis, 28, 17). Podríamos considerar
las dos narraciones relacionadas entre sí. La «Torre
de Babel» fue una escala, y el templo que aguantaba
era en definitiva una «puerta». Extraordinaria y
emotiva anticipación al grito de Isaías: «¡Oh si ras­
gases los cielos y descendieses!» (Is, 63, 19). Es sabi­
do cómo, en la noche de Navidad, Dios bajó.
Bibliografía sumaria

E n la obra Ziggurats et Tour de Babel, págs. 221-225,


se hallará una bibliografía detallada de las monografías
y artículos que se refieren a la cuestión del ziggurat o «Torre
de Babel». A continuación damos algunos títulos de las
obras más importantes.
A no k k e (W ), D er Babylonische Turm, en M D O G , 71 (1932),
paginas 1-11.
B u s i n k (Th. A .) , De Toren van Babel (1938).
— Sumerische en Babylonische Tempelbouw (1940).
— De Babylonische Tempeltoren (1949).
C o l o m b ie r (P . du), Les chantiers des cathédrales ( 1 9 5 3 ) .
D h o r m e (E d .), Les religions de Babylonie et d’Assyrie, p á ­
g in a s 178-182 (1949).
Do m b a r t (T h .), D er Sakralturm. I. T eil: Zikkurat ( 19 2 0 ) .
— D er Babylonische Turm (1930).
F r it z (R.) con W . A ndrae, D er Babylonische Turm (1932).
L en zen ( H . J . ) , Die Entwicklung der Zikkurat (1942).
M o berg ( A . ) , Babels Tom ( 1918,).
U nger ( E c. ) , Babylon. D ie heilige Stadt ( 1 9 ) 1 ) .
V ( R. P. H . ) , D e la Tour de Babel au Temple, en
in c e n t
Revue biblique, 1946, págs. 403-440.

* * *
La documentación arqueológica ha de buscarse en cada
una de las publicaciones que han aparecido de los distintos
excavadores y en función de las diversas canteras de trabajo
66 LA TORRE DE BABEL

o de los ziggurats. Citamos únicamente aquí dos obras


fundamentales :
W e tz ë l ( F . ) y W e i s s b a c h ( F . H . ) , Das Hauptheiligtum
des Marduk in Babylon, Esagila und Etemenanki (1938).
W o o l l e y (C - L .), U r Excavations V . The Ziggurat and its
Surroundings (1939).
Indice de ilustraciones

A . L a m in a s

1. ä) E l ziggurat de Ur. La triple escalinata. 16


b) E l ziggurat de Ur. Lado sur.
II. La «Torre de Babel» de Bruegel (Colección V an
B e u n i n g e n ). 48
III. La «Torre de Babel» de Mateo Merian (1593
1650). Aguafuerte. 56
E n la cubierta: la «Torre de Babel» de Bruegel (Museo
de Viena).

B. F i g u r a s

i . Representación de ziggurats en monumentos : a)


cilindro; b) sello; c) kudurru. 25
2. Bajorrelieve de Nínive, con la representación de
un ziggurat. 27
3. Localización de los ziggurats mesopotâmicos. 29
4. Uruk: templo sobre una terraza alta, llamado
«ziggurat de Anu» (IV milenio a. C.). 33
5. Uqair: templo sobre terraza alta (Comienzo del ni
milenio a. C.). 37
6. Ziggurat de Ur, en la época de la ni dinastía
(siglo xxn -xxi a. C.). 37
7. E l ziggurat de Babilonia (Etemenanki) y el tem­
plo de Marduk (siglo v n a. C.). 41
8. Reconstitución de la «Torre de Babel». (Pro­
yecto Busink.) 43
68 LA TORRE DE BABEL

9. La «Torre de Babel»: a) Marfil de Salermo;


b) Mosaico de Monreale. 49
10. E l ziggurat de Ur. Los templos del pie de la
torre (siglo v i a. C.). 57

(Todas las ilustraciones, excepto la de la lámina II, están


sacadas de Ziggurats et Tour de Babel, París, Ediciones Albin
Michel, que nos ha concedido, amable y desinteresadamente,
autorización para reproducirlas.)
(Nota del editor.)
Indice de materias

Prólogo del e d it o r ............................................................ 5


L a Torre de Babel ...................................................... 7

Capítulo I. Documentaciónliteraria y epigráfica . . n


E l relato de Génesis n ............................................ n
Textos cuneiform es............................................ . . 15
Tablilla del E s a g i l .................................................. 16
Relatos de viajeros a n tig u o s.................................. 19

Capítulo II. Documentación arqueológica . . . . . . . 23


Representaciones de z i g g u r a t s ................................ 24
G l í p t i c a .................................................................... 24
E l Sit S a m § i............................................................ 26
Bajorelieves a s i r i o s ................................................ 28
Ziggurats m esopotám icos........................................ 30
Aqarquf, Mujelibé, Birs Nimrud, Oheimir . . . 31
N i m r u d .................................................................... 32
Tipos de z ig g u r a ts ................................................ 32
Santuario sobre terraza a l t a ................................ 33
Ziggurat de Ur .................................................... 36
Ziggurat de Babilonia ........................................ 38
Birs Nimrud y A q a r q u f........................................ 42
Ziggurats a s ir io s .................................................... 44
Reconstituciones arqu itectón icas............................ 45

Capítulo III. L a Torre de Babel enel a r t e .................. 47


Las más antiguas representaciones........................ 47
Bruegel, el V i e j o ........................................................ 48
Mateo M e r i a n ............................................................ 49
Gustavo D o r é ............................................................ 50
70 LA TORRE DE BABEL

Capítulo IV . L a Torre de Babel y lateología . . . . 53


E l término ziqqurat.................................................... 53
Explicaciones racionalistas........................................ 54
O bservatorio................................................................ 54
T u m b a ........................................................................ 54
Arquitectura cosmológica y sim bólica.................... 55
Trono divino y altar g i g a n t e ................................ 56
T em p lo -h ab itació n .................................................... 56
Evolución en la arquitectura.................................... 58
Los nombres de los z ig g u r a ts ................................ 59
E l ziggurat, lazo entre tierra y c i e l o ...................... 59
Relato de Génesis 1 1 ................................................ 60
La escala de J a c o b .................................................... 63
Bibliografía su m a ria ........................................................ 65
Indice de ilustraciones........................................................ 67

Das könnte Ihnen auch gefallen