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Mandela siempre vigente

Texto: Ramón Alberto Escalante

El nuevo premier británico Gordon Brown, acaba de rendir homenaje a Nelson Mandela, calificándolo como el líder
más importante, valiente e inspirador de su generación. Consciente desde hace muchos años de su rol histórico el ex
presidente sudafricano viene actuando con sentido pedagógico e ilustrativo, anteponiendo ese papel a su tragedia
personal. Sorprendiendo al mundo, confesó en público que su último hijo varón sobreviviente, Makgatho Mandela,
murió de sida, una revelación tan valiente que motivó a un ex ministro británico a confesar que él también padece en
silencio la condición de seropositivo.
La gran paradoja de Mandela es haber llegado casi solo a la cumbre y el poder. Tenía setenta años cuando salió de la
cárcel y ya entonces había perdido al primogénito, a sus mejores amigos, por supuesto que a sus ascendientes y
también a la esposa, Winnie, porque durante el largo encierro ella sucumbió a las tentaciones normales de toda mujer
joven. De tal manera que el héroe mundial, Premio Nobel y ex presidente sudafricano, ha vivido esta ancianidad
rodeado de honores y también de penas.
Recordemos que Nelson Mandela no es enteramente un producto espontáneo. Él nació noble y rico, príncipe en una
de las más poderosas tribus del antiguo sistema patriarcal africano. Incluso lo educaron desde temprano para que
fuese Consejero Real de un virrey regional. Pero, entre sus muchos méritos destaca la visión que tuvo para asumir
tempranamente ese rol histórico.
La educación fue la clave de su ascenso. Estudió leyes, historia e idiomas. El que supiera hablar y escribir inglés (en
la britanizada Sudáfrica) fue vital para su ascenso y consolidación. En 1961, su último viaje antes de la condena a
cadena perpetua, incluyó una corta estancia en Inglaterra, donde se dio a conocer como un abogado culto, admirador
de la monarquía británica, definitivamente moderado y no comunista.
Mandela no era el máximo líder, ni el más radical y tampoco el más sufrido de los luchadores contra el apartheid.
Por encima de él estaban varios dirigentes con más trayectoria, más autoridad, e incluso más respetados por los otros
combatientes. Pero Mandela se impuso por su buena imagen en el exterior. Antes de la última cárcel había viajado
por media África, había salido en la prensa internacional e incluso los europeos tenían una opinión positiva del
negrito de tez clara con tan buen bagaje jurídico.
Fíjense las paradojas del destino. Cuando Mandela cae preso acababa de estrenarse como comandante militar de la
guerrilla independentista. Recién había asumido el camino de la violencia y se preparaba para volar oleoductos,
poner bombas y matar civiles blancos que se atravesaran en los atentados. La cárcel le salvó del camino que había
elegido. Porque entonces no hubiera sido el símbolo mundial de la discriminación, sino otro Arafat, otro Ocalam,
otro guerrillero con su cementerio particular a cuestas.
El gobierno sudafricano sostenía razonablemente que Mandela era culpable de terrorismo, porque incluso diseñó la
primera ofensiva de la guerrilla radical. Pero el mundo no lo recordaba como un agitador sino como un culto
abogado de religión metodista. De allí, que cuando Europa, Estados Unidos y parte de África lanzaron la campaña
anti-apartheid, asumieron su nombre, su caso y su imagen como la punta de lanza para arrinconar diplomáticamente
al régimen segregacionista de Sudáfrica.
Su constancia y organización constituyen los mayores méritos personales. Un tipo tan disciplinado que en la
clandestinidad, en la cárcel, aún en las celdas de castigo, seguía haciendo ejercicio y practicando boxeo. Sin aparatos
ni guantes, en el mero suelo hacía centenares de flexiones, lo que le ha permitido llegar a la ancianidad en buen
estado físico. Preso sacó el doctorado en leyes de una universidad londinense.
Estaba tan consciente de su rol histórico que retrasó siete años su excarcelación, pulseando con el gobierno para
sacarle las mayores concesiones. Porque en condiciones de preso estuvo 21 años, y el último septenio lo pasó en
reclusión prácticamente voluntaria, ya no como reo sino como el contendiente que ponía condiciones y recibía un
tratamiento de estadista. De allí la transición que pudo ser mucho más violenta, las garantías para los antiguos
segregacionistas y la incorporación de los blancos a su gobierno en cuanto llegó al poder.
Definitivamente un "zoom politikon" —animal político—, no escatimó sacrificios personales para cumplir su cita
con la historia. Muy temprano le ofrecieron concesiones especiales para que declinase, pero se mantuvo en su
esquema. Su único cometido fue seguir vivo y saludable mientras se desmoronaba el inconcebible régimen
segregacionista, una curiosidad medieval en pleno siglo veinte. Sacrificando su libertad personal y esencialmente a
su familia, pudo salir de la cárcel como un virtual presidente electo, a iniciar la campaña de masas que le llevaría
meses después a la jefatura de Gobierno.
Como soporte o contrapeso de Mandela siempre operó la curiosa mentalidad británica que regía en la clasista
dictadura sudafricana. Masacraban gente, prohibían toda forma de disenso, crearon guetos masificados para los
negros, pero mantenían vigente el modelo penal acusatorio, el derecho a las apelaciones y las garantías procesales
para los reos políticos. Incluso les permitían estudiar y sacar carreras universitarias. De lo contrario, a Mandela lo
hubieran torturado, mutilado o asesinado, lo que no se planteó ni en las peores épocas. Resulta muy sintomático que
el paradigma resultante de esta contradicción haya sido un abogado, quien supo colarse y aprovechar las escasas
rendijas de protesta que dejaba abiertas el apartheid.
Con el mayúsculo escándalo de la mítica Winnie (su mártir esposa, dirigente con luz propia en el partido del
Congreso), involucrada de mil formas con pandillas de matones, dio otra lección: la respaldó en público, la
acompañó al juicio y después le dijo adiós con la mano abierta, no con el puño cerrado. Entonces, como si fuese una
leyenda bíblica, se volvió a casar, cercanos ya los ochenta años de edad. Y no aspiró a seguir en el poder sino que
cedió el liderazgo del partido y del gobierno tras su primer período.
De tal manera, que este héroe de la aldea global le ha agregado al favoritismo de la prensa su singular impronta. La
mayor lección, su capacidad para empinarse sobre las dificultades. Aunque los otros mensajes que desprende su
biografía no son menos valiosos. Yo por lo menos, empezaré a hacer ejercicio físico y a moderarme más en la
comida, tras leer sus recomendaciones al respecto.
Y le invito a usted, estimado lector, querida señora, a escudriñar adentro para ubicar el pedacito de Nelson Mandela
que todos llevamos adentro. Constancia, persistencia en la lucha e indoblegable espíritu de superación. La mejor
herramienta que dispuso para doblegar a la esclavitud fue el conocimiento. Y creyó en su causa, mantuvo la fe por
treinta años, para saltar finalmente de una mazmorra a la cima del mundo.
Abogado y Politólogo
raescalante@hotmail.com

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