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Mallu Muniz*
(México, DF- Quito)
De hecho, este suplicio ha sido sentido hace algunos meses, años. En 2014, durante la corrida
electoral que concedió a Dilma su según victoria, fueron meses de agresiones y angustias,
intentando argumentar con los parientes más cercanos algo que nos parecía obvio, demasiado
evidente: la universidad pública debe continuar siendo publica, de calidad, incluyente, pintada
con los colores de la diversidad de su pueblo; la salud pública debe ser priorizada; la privatización
y el mercado no son para nada un antídoto viable para los errores del ‘progresismo
latinoamericano’; los descaminos del “socialismo del siglo XXI” no invalidan la importancia de
los logros alcanzados ni deben servir de excusa para regresar a las soluciones autoritarias,
elitistas, acaparadoras y excluyentes del pasado. Y, sobre todo, había un riesgo latente y
creciente por detrás del disfraz de súper héroes anticorrupción y sanadores de las instituciones
que, de repente, habían sido descubiertas con sus falencias irremediables.
Diez años antes, en 2004, empecé mi investigación sobre el golpe civil-militar de 1964. Era época
de evocar y rememorar los 40 años del marco histórico. Nuestra perspectiva, desde la Escuela
de Historia de la Universidad Federal del Estado de Rio de Janeiro (Unirio), y bajo la tutoría de
la profesora Icleia Thiesen, era re-contar, con el apoyo de la Historia Oral, las atrocidades e
historias de sobrevivencias que marcaron el período autoritario de 21 años, desde 1964 hasta
1985. Me acerqué al Grupo Tortura Nunca Más. Escuché docenas de horas de narrativas sobre
el golpe, los primeros actos “aislados” de tortura, las “excepciones” que se convertirían en regla,
en norma con los Actos Institucionales. Escuché sobre las sucesivas “caídas” de periodistas
críticos, progresivamente impedidos de imprimir los “excesos” del régimen militar, que
acumulaba esqueletos mientras ganaba cuerpo. Para mi Trabajo de Conclusión del Curso de
Historia, tuve que transcribir horas y horas de relatos sobre las brechas encontradas en la cárcel
por opositores de la dictadura para sobrevivir, para ultrapasar la fase máxima del dolor, que deja
de ser dolor para ser la ausencia de todo, para driblar el tiempo infinito de la tortura. Dejé en
poco más de cien páginas de mi TCC (2006), un poco de mi sudor y lágrimas, ya anticipando el
hacer investigativo comprometido e involucrado que me traería a Ecuador – cambié totalmente
el tema de abordaje. Irónicamente, no me llenaba hablar de algo ultra-pasado.
Nunca, en ningún momento de este largo trayecto, a lo largo de los seis años dedicados al tema
del autoritarismo y de la apertura democrática en Brasil, nunca pude imaginar que tan pronto
se elegiría una persona que abiertamente defendiera aquella barbarie que sonaba en mis k-7s.
No logramos, nosotros albañiles que trabajamos con el tiempo pasado, no logramos prever que,
a pesar de tantos esfuerzos para dar una forma pedagógica y comprensible a los llamados “años
de plumo”, estábamos perdiendo la disputa por la memoria.
Viviendo entre otras fronteras, somos provocados a cada rato para ofrecer una justificativa, una
razón para los hechos irracionales, una palabra inteligente y letrada. “Oye! ¿Qué pasa con tu
país?”. Curiosamente, los años de estudio y los títulos académicos acumulados hacen aún más
difícil la respuesta, porque nos damos cuenta de que no hay una solución sencilla. No sirve de
nada intentar traducir años de un matrimonio liberal-autoritario (lockeano-hobbesiano) – el
Leviatan cubierto por una capa paternalista-tradicionalista-arcaica puesto al servicio del capital
privado – con una mágica explicación respaldada por los errores de la “izquierda” en su vacile
de una década con sectores tradicionales de la derecha.
“Brasil no es para novatos”. Esta es una frase que utilizamos comúnmente para expresar la
complexidad de la isla monárquica, independiente e esclavista del siglo XIX, cercada por
Repúblicas hispanohablantes. Traduce una especie de advertencia a los que intentan conocer
nuestra realidad a partir de pre-concepciones y recetas foráneas, made in USA. Nuestra
democracia racial es una farsa, siempre lo fue. Nuestro “jeitinho brasileiro” no es solamente
trampa o el rasgo de un ethos corrompido y arraigado en nuestro ADN (neo)colonial. Es también
resistencia, “ginga”, “malemolência”; habilidades forjadas por sectores históricamente
excluidos por el padre/Estado que se hace presente desde la aplicación de la norma travestida
más con los adornos de la represión que con los del derecho.
Las elecciones de 2018 – año en el cual nuestra Constitución cumple, ya casi muerta, 30 años –
marcan el encuentro/ confronto con este dolor, con esta herida, ahora innegable, inconciliable,
imposible de tergiversar. Una herida abierta y dolorida hecha ‘verso’ por medio del fascismo
más crudo y perverso de las palabras del presidente recién-electo. Nuestra derrota es haber con-
vivido por tanto tiempo con la barbarie silenciada, domesticada, conciliada. Y nuestra lucha re-
empieza al mirarla en los ojos, los mismos ojos de nuestros parientes y amigos que
‘bolsonorizaron’ y barbarizaron bajo la excusa insostenible de que “El PT destruyó el Brasil”.
Hoy es un día triste. Pero seguimos, porque, en portugués, Luto es también verbo y su inflexión
al género femenino es LUTA (‘Lucha’).