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PROGRAMA No.

1012
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Capítulo 11:20 - 30

Continuamos hoy, nuestro recorrido por esta epístola a los Hebreos y estamos listos ya
para comenzar nuestro estudio en el versículo 20, del capítulo 11, de esta epístola.
Deseamos comenzar hablando de Isaac hoy. En nuestro programa anterior, vimos a
Abraham, la adoración de fe, y eso le llevó a la obediencia en su vida, para que pudiera
decirse: Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia”. Este hombre obedeció a Dios
en esa base. Llegamos ahora a su hijo Isaac, y en el versículo 20, de este capítulo 11 de la
epístola a los Hebreos, leemos:

20
Por la fe bendijo Isaac a Jacob y a Esaú respecto a cosas venideras. (Heb. 11:20)

Usted puede notar que se dice muy poco en cuanto a Isaac, especialmente cuando se lo
presenta en contraste con el padre Abraham. ¿Qué es lo que uno puede decir en cuanto a Isaac?
Bueno, podríamos decir que una de las cosas que caracteriza la fe de Isaac es su disposición, su
sumisión. Por fe Isaac, cuando era ya un hombre maduro, tenía unos 30 y posiblemente 33 años
de edad; no se rebeló cuando su padre Abraham lo ofreció a él sobre el altar, y esto por cierto,
nos habla de una sumisión. Pero notemos lo que dice aquí: Por la fe bendijo Isaac a Jacob y a
Esaú respecto a cosas venideras.

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Así es que, una de las cosas que se destaca aquí en cuanto a su vida es esto que se llama fe al
bendecir a sus hijos. Eso es algo bastante extraño en cuanto a este hombre, porque él hacía
muchas cosas; por ejemplo él cavaba un pozo de agua, luego venían sus enemigos y se lo
quitaban; entonces él se dirigía a otra parte y cavaba otro pozo. En muchas formas podríamos
decir que es una persona descolorida, y lo que caracteriza a este hombre es su disposición, su
sumisión. Él estaba dispuesto a bendecir a Jacob y a Esaú en cuanto a las cosas venideras; sin
embargo, no había nada en el presente inmediato que causara que él los bendijera.

Llegamos ahora al versículo 21, y aquí sí que tenemos a una persona bastante colorida,
tenemos la adoración de fe aquí. Y en el versículo 21, de este capítulo 11, de la epístola a los
Hebreos, leemos:

21
Por la fe Jacob, al morir, bendijo a cada uno de los hijos de José, y adoró apoyado
sobre el extremo de su bordón. (Heb. 11:21)

Uno podría decir de estos hombres, Isaac y Jacob, que la adoración constituía la misma cosa
que constituía para su padre Abraham, pero aquí se nos dice que él adoraba apoyado sobre el
extremo de su bordón. Jacob vivió una vida de fe en relación a su padre, y a su hijo José, y a
sus nietos. Esto se nos presenta de una manera muy clara en una de las cosas que se señala de
su vida cuando estaba por morir. Uno debe esperar hasta el fin de la vida de un hombre antes de
poder decir que ese era un hombre de fe, pero él, en esa ocasión, bendijo a los hijos de José.
Ellos eran sus nietos. Y él adoró apoyado sobre el extremo de su bordón.

Hay muchas cosas que se puede decir en cuanto a él. Aquí tenemos una ilustración de la
naturaleza humana, y esto revela que por gracia sois salvos. Si no hubiera sido por la gracia de
Dios, Jacob se hubiera perdido. Él no tenía ningún mérito humano, ninguno de ninguna manera.

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Quizá ese sea el mismo cuadro de cada uno de nosotros. “Nada hay que mi mano pueda
brindar, sólo a tu cruz me puedo aferrar”.

El fundador de la misión al interior de China, el Dr. Hudson Taylor, tenía una manera de
enfatizar el hecho de que uno no es nada. En cierta ocasión llegó un nuevo misionero con su
esposa, y el Dr. Taylor enfatizó a ellos que ante Dios nosotros somos completamente nada. Que
Dios es el único que puede tomar nada y hacer algo con eso. Por fin, un día ese joven vino ante
el Dr. Taylor y le dijo: “Es muy difícil para mí el pensar que soy nada”. A lo que el Dr. Taylor
contestó: “Joven, usted es nada y debe aceptar la Palabra de Dios por ello. No es necesario que
usted lo crea por sí mismo. Sencillamente acepte la Palabra de Dios por ello”.

Este hombre Jacob pues, es un cuadro de la naturaleza humana. Se habla mucho hoy en
cuanto a la sicología del cuidado prenatal, del cuidado natal, del cuidado post-natal, y cuán
importante son estas cosas en la vida de una persona. El ginecólogo y el sicólogo le dan mucho
énfasis al cuidado prenatal, al cuidado natal y al cuidado post-natal. El cuidado prenatal es, por
supuesto, antes del nacimiento; el cuidado natal es durante el nacimiento de la persona, y el
cuidado post-natal es después del nacimiento. Ahora, ¿qué puede decirse de Jacob? Bueno, se
nos dice en la Biblia que cuando su madre Rebeca estaba por dar a luz y eran mellizos, Esaú y
Jacob, que estos dos estaban luchando dentro del vientre de ella. Aun en un tiempo tan
temprano, Jacob estaba luchando para tratar de sacar ventaja de su hermano. Y en el momento
del nacimiento, luchando aún. Él es el último en nacer, pero tenía su mano trabada al calcañar
de Esaú. Así es como él nació, asido, agarrado a su hermano, por el talón, y eso fue lo que fue
toda su vida.

Luego tenemos el cuidado post-natal; es decir, después del nacimiento. Jacob era un
engañador; él era un bribón, y usted recordará en el estudio que tuvimos en el libro de Génesis
hace ya tanto tiempo, que le dimos mucho énfasis en esa ocasión al hecho de que Jacob era un

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bribón. Pero Dios luego transformó su vida.

En primer lugar, tenemos en la vida de ese hombre, fe en relación a su padre. Bueno, él era
un engañador. Dios le había prometido a él la bendición y no podía esperar. Él tuvo que
tomarla por un método bastante engañador. Luego más adelante, él también fue engañado; él ya
no era el engañador, sino que fue engañado.

Usted recordará que, temprano en su vida, este hombre Jacob tuvo que abandonar su hogar.
Él pasó la noche en Betel, extrañando su hogar, pero aún no había ocurrido ningún cambio en su
vida. Luego, él llegó a vivir en la casa de su tío Labán, siempre utilizando su propio ingenio.
Luego Dios tuvo que detenerle cuando regresaba a su tierra, y Dios luchó con él esa noche cerca
del arroyo de Jaboc. Luego, Dios le bendijo. Pero usted se da cuenta que el pecado que él
había cometido antes, vuelve a presentarse ante él en este jovencito José. Usted recuerda como
los hermanos de José llevaron ese saco de muchos colores que él había tenido, pero que ahora
estaba lleno de sangre. Y le preguntaron a Jacob si ese era el saco de su hijo, si lo reconocía.
Él comenzó a llorar, pero en la misma forma en que él había engañado, él estaba siendo
engañado ahora, en relación a su propio hijo. Dios visita la iniquidad de los padres sobre los
hijos. Y por cierto que aquí tenemos un ejemplo de esto.

Luego, uno puede apreciar la fe en relación a sus nietos, Efraín y Manasés, y eso es lo que se
señala aquí en esta epístola a los Hebreos, y eso no ocurre hasta cuando se llega al fin de la vida
del hombre, “por la fe Jacob, al morir” – dice aquí. Estaba muriendo. Él ya estaba en su
lecho de muerte. Él bendijo a los hijos de José, y luego él adoró, y ahora por primera vez en su
vida, aún cuando ya es demasiado tarde, habrá obediencia en su vida. Lo que siempre nos ha
interesado a nosotros es que él adoró apoyado sobre el extremo de su bordón. ¿Cuál era ese
bordón? Usted recuerda que él era como un inválido, y que ese bordón, o vara, le ayudaba a él a
caminar. Inclusive cuando la muerte llega, este hombre que ha sido un engañador y todo eso, él

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aún quiere seguir andando. Él no quería acostarse y morir. Y nosotros podemos decir esto
ahora de este hombre: que no hubo bendición en la vida de Jacob. La suya fue una vida de
pecado y de engaño, de tramas y trampas. Y nunca puede haber una bendición como producto
del pecado.

Creemos que aquí hay algo que nosotros podemos destacar y es que Dios puede tomar una
vida perdida, desviada, llena de engaño, y arreglarla. Donde existe la confusión y el engaño, si
hay fe y no es que haya mérito en la fe, la fe no es nuestro salvador; la fe tiene que tener una base
y esa base es Jesucristo, y eso nos permite asirnos del Señor Jesucristo. Así es que, tenemos
aquí que la fe operó en la vida de Jacob, pero tuvo que llegar al fin de su vida para verlo.

Llegamos ahora al versículo 22, y a la vida de José, el hijo de Jacob. Ya hemos visto a
Abraham, a Isaac, a Jacob; ahora tenemos aquí a José. Leamos los versículos 22 y 23 de este
capítulo 11, de la epístola a los Hebreos:

22
Por la fe José, al morir, mencionó la salida de los hijos de Israel, y dio mandamiento
acerca de sus huesos. (Heb. 11:22)

Estamos seguros que el escritor, guiado por el Espíritu de Dios, pudo haber seleccionado
muchos incidentes en la vida de José que podrían ilustrar su fe. Estamos seguros que uno
podría, por ejemplo, haber tomado el incidente cuando José se encontraba en la prisión, y uno
pensaría que cuando se encontraba en Egipto eso sería el fin. Muchos de nosotros hubiéramos
clamado en una situación similar. Pero no es eso lo que José hace. Y hay muchas otras cosas
en la vida de José que podrían destacarse; pero, en realidad, ¡qué contraste el que hay entre él y
su padre Jacob! Ahora, nosotros no tocamos nada en cuanto a Jacob, y podemos decir lo
siguiente en cuanto a José: no hay ninguna falta ni marca en su vida. Es un hombre que ha sido

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elevado a una posición muy alta en una corte extranjera, y probablemente no hay ningún otro, en
todo el Antiguo Testamento, que sea más un tipo del Señor Jesucristo que él. Y aún así, es un
hombre que nunca es usado en la Escritura como una figura o tipo. Ahora, la analogía es
realmente sorprendente. Y quisiéramos destacar algunas cosas quizá rápidamente en cuanto a
esto.

José era el hijo más amado. El Señor Jesucristo también lo fue. Él tenía un saco de muchos
colores, el cual lo destacaba entre sus hermanos y esto le daba a él cierta autoridad sobre sus
hermanos. José tuvo una visión. Sus hermanos pensaban que era un soñador. Y usted
recuerda que el Señor Jesucristo vino con un mensaje, y ellos pensaron que Él era un soñador.
José obedeció a su padre. Y el Señor Jesucristo dijo que había venido a hacer la voluntad de Su
Padre. Los hermanos de José le odiaban. El Señor Jesucristo por su parte dijo: “A lo suyo
vino, y los suyos no le recibieron”. El padre de José le envió a buscar a sus hermanos. El
Señor Jesús vino a este mundo a buscar a los perdidos. José encontró a sus hermanos en el
campo, ya que eran pastores. Y los pastores de noche vinieron al Señor Jesús cuando ya había
nacido. Los hermanos se burlaron de José y le rechazaron, así es como le trataban; y lo mismo
ocurrió con el Señor Jesucristo. Los hermanos de José trataron de matarle. Y estas analogías
por cierto que continúan a través del Señor Jesucristo. José fue vendido como un esclavo, por
30 piezas de plata. La túnica de José fue untada con sangre. Y lo mismo ocurre con los
vestidos del Señor Jesucristo; los soldados echaron suerte por ellos, con su sangre en el vestido.
José fue vendido a Egipto. Dios le levantó allí para salvar al mundo. El Señor Jesucristo fue
hasta la muerte. José fue tentado por el mundo de la carne y del mal. El Señor Jesucristo
también lo fue. José llegó a ser el salvador del mundo gentil de aquella época. El Señor
Jesucristo vino a buscar y a salvar a todos, a los judíos y a los gentiles. Cuando está en el trono,
José da pan a la gente. Y el Señor Jesucristo hizo esto. José tomó una esposa gentil, en Egipto.
El Señor Jesucristo está llamando a un pueblo de este mundo para Su nombre y luego tenemos
que estos hijos de Jacob van a ese lugar, los reconoce José y luego se hace conocer ante ellos. Y

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algún día el Señor Jesucristo vendrá a hacerse conocer ante Sus propios hermanos.

Algo interesante en cuanto a este hombre es que tenía fe en el sueño que recibió; tuvo fe
cuando fue arrojado a la celda; tuvo fe en Egipto, y eso es lo que le mantuvo a él en esa
situación. Pero al llegar al fin de su vida, uno pensaría que hubiera quedado satisfecho con
Egipto. Pero no es así con este hombre. Él dijo que, cuando llegaran los días en que los hijos
de Israel dejaran la tierra de Egipto, que llevaran de ese lugar sus huesos. Ahora, ¿por qué no
podían ellos llevar su cuerpo en ese momento y sepultarlo en la tierra de Efraín? Bueno, la
razón, según opinamos nosotros, es algo bastante obvia, ya que él era un héroe nacional. Pero,
llegó al trono un faraón que no conocía a José. Y los hijos de Israel salieron de ese lugar.
Llevaron sus huesos y los sepultaron en Siquem, en el país samaritano. Allí ellos pueden
señalar el lugar de la tumba de José donde están sepultados sus huesos. Bueno, no están allí
posiblemente, pero ellos lo tomaron y lo llevaron a esa tierra. Así es que, tenemos aquí este
informe en cuanto a José.

Avanzamos ahora, muchos años, y los hijos de Israel se encuentran en la tierra de Egipto. Y
el versículo 23, de este capítulo 11, de la epístola a los Hebreos, dice:

23
Por la fe Moisés, cuando nació, fue escondido por sus padres por tres meses, porque
le vieron niño hermoso, y no temieron el decreto del rey. (Heb. 11:23)

Moisés tenía padres piadosos; ellos estaban dispuestos a tomar una posición. La fe de ellos
en realidad llega a existir antes de que naciera Moisés. Y en el versículo 24, leemos:

24
Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, (Heb.
11:24)

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Usted puede observar la obra de la fe, amigo oyente. Él creció en el palacio de Faraón, y
podría haber llegado a ser el próximo faraón. Así es que, tiene que tener fe para elegir
correctamente. Y él hizo eso. Y en los versículos 25 y 26, leemos:

25
escogiendo antes ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites
temporales del pecado, 26teniendo por mayores riquezas el vituperio de Cristo que los
tesoros de los egipcios; porque tenía puesta la mirada en el galardón. (Heb. 11:25-26)

Alguien más, aparte de Abraham, pudo ver el día del Señor Jesucristo y regocijarse, y ese fue
Moisés. Y en el versículo 27, leemos:

27
Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al
Invisible. (Heb. 11:27)

Él tiene fe para actuar, y la fe le guía a las acciones que él realizó. Hay personas que por
mucho tiempo hablan en cuanto a que creen esto, que creen aquello; sin embargo, no hacen nada.
A ellos debemos decirles que la fe se revela a sí misma, en la acción. Dios salva sin obras.
Pero la fe que salva, amigo oyente, tiene sus obras. Así es que este hombre aquí abandonó a
Egipto, No temiendo a la ira del rey; porque se sostuvo como viendo al Invisible. Y el
versículo 28, continúa:

28
Por la fe celebró la pascua y la aspersión de la sangre, para que el que destruía a los
primogénitos no los tocase a ellos. (Heb. 11:28)

Aquí podemos apreciar la fe para obedecer a Dios. Dios dijo que hiciera eso, y él lo hace.
Uno tiene estos ejemplos en la vida de este hombre. Él dejó los placeres del mundo. Él ahora

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ha salido al desierto, y luego regresará y sacará a su propio pueblo. Tiene la fe para obedecer a
Dios allí. Y en el versículo 29, de este capítulo 11, de la epístola a los Hebreos, continuamos
leyendo:

29
Por la fe pasaron el Mar Rojo como por tierra seca; e intentando los egipcios hacer lo
mismo, fueron ahogados. (Heb. 11:29)

¿De quién es la fe mencionada aquí? ¿La fe de los hijos de Israel? Ellos no tenían ninguna
fe. Esta gente le dijo a Moisés cuando observó que se acercaban los carros de faraón:
“Regresemos a Egipto lo más pronto posible. Hemos cometido una equivocación al salir de allí”.
Fue la fe de Moisés, amigo oyente. Él se acercó a la orilla del mar y con su vara hirió las aguas,
y fue por su fe que las aguas se partieron y ellos pudieron marchar hacia la otra ribera. Y luego,
ellos cantaron el cántico de Moisés. Ellos estaban identificados con Moisés. Pero, debemos
comprender que fue la fe de Moisés la que hizo eso. Dejamos esto ahora y llegamos a la época
de Josué. Leamos el versículo 30:

30
Por la fe cayeron los muros de Jericó después de rodearlos siete días. (Heb. 11:30)

Aquí tenemos la mirada de fe. Si usted se hubiera encontrado con este hombre Josué,
digamos el quinto día de su marcha alrededor de la ciudad de Jericó, usted le podría haber dicho
a él: “Bueno, parece que no está avanzando mucho”. Y él le hubiera dicho: “Bueno, espere y
observe”. Quizá usted le podría haber dicho: “¿Por qué está haciendo una cosa tan insensata?
Usted es un general que tiene mucha inteligencia, pero no está avanzando a ninguna parte”. Y
él le hubiera contestado: “Usted se ha olvidado que yo he visto al capitán de los ejércitos del
Señor, que Él me ha dicho que el puesto de comando no está aquí en mi carpa, sino en el cielo,
que yo he descubierto que no soy un general, sino sencillamente un soldado raso, que debo tomar

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las órdenes que Él da. Él dijo que marchemos alrededor de la ciudad, y eso es lo que estamos
haciendo. Usted sencillamente observe. Esos muros van a caer. Yo estoy siguiendo la estrategia
de Alguien que sabe de esto”. Así es que, aquí tenemos la mirada de fe.

¡Ah, amigo oyente, la fe para creerle a Dios! Y este hombre, el general Josué, tuvo que
aprender eso.

Bien, amigo oyente, vamos a dejar esto aquí por hoy, y Dios mediante, continuaremos en
nuestro próximo programa. Aún estamos hablando en cuanto a los hombres del Antiguo
Testamento que vivieron por fe, que anduvieron por fe, que observaron por fe, y que Dios les
bendijo abundantemente por fe. Le invitamos, pues, a sintonizarnos en nuestro próximo estudio.
Hasta entonces, amigo oyente, ¡que la vida de fe de los hombres de Dios, inspire su vida, es
nuestra ferviente oración!

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