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Una vaca ve a los hombres

59 poemas de Carlos Drummond de Andrade

Traducción de Ezequiel Zaidenwerg

1
Infancia

Mi papá montaba a caballo y se iba para el campo.


Mi mamá se quedaba sentada cosiendo.
Mi hermano menor dormía.
Yo, un chico solo entre los árboles de mango,
leía la historia de Robinson Crusoe,
una historia larguísima que no termina nunca.

Al mediodía blanco de luz una voz que había aprendido


a arrullar en los lejanos tiempos de la esclavitud –y nunca se había olvidado
llamaba a tomar el café.
Café negro como la negra vieja
café rico
café bueno.

Mi mamá se quedaba sentada cosiendo


y me miraba:
–Psst… No despiertes al bebé.
Después miraba la cuna donde se había posado un mosquito.
Y daba un suspiro...tan profundo.

Allá lejos, mi papá cabalgaba


en el campo sin fin de la hacienda.

Y yo no sabía que mi historia


era más linda que la de Robinson Crusoe.

2
Laguna

No vi el mar.
No sé si el mar es lindo,
no sé si es feroz.
El mar no me importa.

Vi la laguna.
La laguna, sí.
La laguna es grande
y serena también.

En la lluvia de colores
de la tarde que explota
la laguna brilla
la laguna se pinta
de todos los colores.
No vi el mar.
Vi la laguna...

3
En medio del camino

En medio del camino había una piedra


había una piedra en medio del camino
había una piedra
en medio del camino había una piedra.

Nunca me voy a olvidar de ese acontecimiento


en la vida de mis retinas tan cansadas.
Nunca me voy a olvidar que en medio del camino
había una piedra
había una piedra en medio del camino
en medio del camino había una piedra.

4
Cuadrilla

João amaba a Teresa que amaba a Raimundo


que amaba a Maria que amaba a Joaquim que amaba a Lili
que no amaba a nadie.
João se fue a Estados Unidos, Teresa al convento,
Raimundo se murió en un accidente, Maria se quedó a vestir santos,
Joaquim se suicidó y Lili se casó con J. Pinto Fernandes,
que no tenía nada que ver con la historia.

5
Corazón numeroso

Fue en Río.
Yo paseaba por la Avenida casi a medianoche.
Latían pezones en los faroles estrellas innumerables.
Había promesa de mar
y los tranvías tintineaban
ahogando el calor
que soplaba en el viento
y el viento venía de Minas.

Mis sueños paralíticos disgusto de vivir


(la vida para mí son ganas de morir)
hacían de mí un hombre organillo imperturbablemente
en la Galería Cruzeiro qué calor qué calor
y como no conocía a nadie salvo al viento mineiro,
sin ganas de beber, dije: Terminemos con esto.

Pero se estremecía en la ciudad una fascinación casas largas


autos abiertos corriendo camino al mar
voluptuosidad errante del calor
mil regalos de la vida a los hombres indiferentes,
y mi corazón latió fuerte, mis ojos inútiles lloraron.

El mar latía en mi pecho, ya no latía en el muelle.


La calle terminó, ¿adónde están los árboles? La ciudad soy yo
la ciudad soy yo
soy la ciudad
mi amor.

6
Nota social

El poeta llega a la estación.


El poeta se baja.
El poeta toma un taxi.
El poeta va al hotel.
Y mientras hace eso
como cualquier hombre de la tierra,
una ovación lo persigue
como un abucheo.
Banderines
abren filas.
Bandas de música. Fuegos artificiales.
Discursos. Pueblo de sombrero de paja.
Máquinas fotográficas apuntadas.
Automóviles inmóviles.
Bravos…
El poeta está melancólico.

En un árbol del paseo público


(obra del gobierno actual),
árbol gordo, prisionero
de anuncios coloridos,
árbol banal, árbol que nadie ve,
canta una cigarra.
Canta una cigarra que nadie oye
un himno que nadie aplaude.
Canta, bajo un sol terrible.

El poeta entra en el ascensor.


El poeta sube.
El poeta se encierra en el cuarto.

El poeta está melancólico.

7
Poema de la purificación

Después de tantos combates,


el ángel bueno mató al ángel malo
y tiró su cuerpo al río.

Las aguas se tiñeron


de una sangre que no perdía el color
y todos los peces se murieron.

Pero una luz que nadie supo


decir de dónde había venido
apareció para iluminar el mundo,
y otro ángel le curó la herida
al ángel batallador.

(De Alguma poesia, 1930)

8
Poema patético

¿Qué es ese barullo en la escalera?


Es el amor que se termina,
es el hombre que cerró la puerta
y se ahorcó con la cortina.

¿Qué es ese barullo en la escalera?


Es Guiomar que se tapó los ojos
y se sonó con estruendo.
Es la luna inmóvil sobre los platos
y los cubiertos que brillan en la alacena.

¿Qué es ese barullo en la escalera?


Es la canilla que gotea,
es el lamento imperceptible
de alguien que perdió el juego
mientras la banda de música
va bajando, bajando de tono.

¿Qué es ese barullo en la escalera?


Es la virgen con un trombón
el chico con un tambor,
el obispo con una campana
y alguien ahogando el rumor
que salta de mi corazón.

9
No te mates

Carlos, calmate, el amor


es eso que estás viendo:
hoy besa, mañana no besa,
pasado mañana es domingo
y el lunes nadie sabe
qué va a pasar.

Inútil que te resistas


y lo mismo suicidarte.
No te mates, no te mates,
guardate todo para
el casamiento que nadie sabe
cuándo va a ser
si es que es.

El amor, Carlos telúrico,


pasó la noche en vos,
y las represiones, sublimándose,
hacían ahí adentro un barullo indecible,
rezos,
vitrolas,
santos persignándose,
anuncios del mejor jabón,
barullo que nadie sabe
de qué era, o para qué.

10
Secreto

La poesía es incomunicable.
Quédese retorcido en su rincón.
No ame.

Oigo decir que hay tiroteo


al alcance de nuestro cuerpo.
¿Es la revolución? ¿El amor?
No diga nada.

Todo es posible, sólo yo imposible.


El mar desborda de peces.
Hay hombres que caminan por el mar
como si caminaran por la calle.
No cuente.

Suponga que un ángel de fuego


barriera la faz de la tierra
y los hombres sacrificados
pidiesen perdón.
No pida.

11
Soneto de la perdida esperanza

Perdí el tranvía y la esperanza.


Vuelvo pálido a casa.
La calle es inútil y ningún auto
pasaría sobre mi cuerpo.

Voy a subir la ladera lenta


en la que los caminos se funden.
Todos ellos conducen al
principio del drama y de la flora.

No sé si estoy sufriendo
o si es alguien que se divierte
¿por qué no? en la noche escasa

con un flautín insoluble.


Entre tanto, hace mucho tiempo
que gritamos ¡sí! al eterno.

De Brejo das almas (1934)

12
Sentimiento del mundo

Tengo apenas dos manos


y el sentimiento del mundo,
pero estoy lleno de esclavos,
y mis recuerdos se escurren
y el cuerpo transige
en la confluencia del amor.

Cuando me levante, el cielo


estará muerto y saqueado,
yo mismo voy a estar muerto,
muerto mi deseo, muerto
el pantano sin acordes.

Los compañeros no avisaron


que había una guerra
y que era necesario
traer fuego y alimento.
Me siento disperso,
anterior a las fronteras,
y humildemente os ruego
que me perdonéis.

Cuando los cuerpos pasen


yo me voy a quedar solo
desafiando la memoria
del campanero, de la viuda y del microscopista
que vivían en la tienda de campaña
y no fueron encontrados
al amanecer

ese amanecer
más noche que la noche.

13
Confesión del itabirano

Viví algunos años en Itabira.


Sobre todo nací en Itabira.
Por eso soy triste, orgulloso: de hierro.
Noventa por ciento de hierro en las veredas.
Ochenta por ciento de hierro en las almas.
Y esa alienación de lo que en la vida es porosidad y comunicación.

La voluntad de amar, que me paraliza el trabajo,


viene de Itabira, de sus noches blancas, sin mujeres y sin horizontes.
Y el hábito de sufrir, que tanto me divierte,
es dulce herencia itabirana.

De Itabira traje diversos presentes que ahora te ofrezco:


esta piedra de hierro, futuro acero del Brasil;
este San Benito del viejo santero Alfredo Duval;
este cuero de anta, tendido en el sofá del cuarto de visitas;
este orgullo, esta cabeza baja…

Tuve oro, tuve ganado, tuve haciendas.


Hoy soy funcionario público.
Itabira es tan sólo una fotografía en la pared.
¡Pero cómo duele!

14
De la mano

No voy a ser el poeta de un mundo caduco.


Tampoco le voy a cantar al mundo futuro.
Estoy preso en la vida y miro a mis compañeros.
Están taciturnos pero alimentan grandes esperanzas.
Entre ellos, contemplo la enorme realidad.
El presente es tan grande, no nos alejemos.
No nos alejemos mucho, vamos de la mano.

No voy a ser el cantor de una mujer, de una historia,


no voy a decir los suspiros al anochecer, el paisaje visto por la ventana,
no voy a repartir estupefacientes ni cartas de suicida,
no voy a huir a las islas ni voy a ser raptado por serafines.
El tiempo es mi materia, el tiempo presente, los hombres presentes, la vida presente.

15
Los hombros soportan el mundo

Llega un tiempo en que no se dice más: Dios mío.


Tiempo de absoluta depuración.
Tiempo en que no se dice más: amor mío.
Porque el amor resultó inútil.
Y los ojos no lloran.
Y las manos tejen apenas el tosco trabajo.
Y el corazón está seco.

En vano las mujeres golpean a la puerta, no les vas a abrir.


Te quedaste solo, la luz se apagó,
pero a la sombra tus ojos resplandecen enormes.
Sos pura certeza, no sabés sufrir.
Y no esperás nada de tus amigos.

Poco importa que venga la vejez, ¿qué es la vejez?


Tus hombros soportan el mundo
y el mundo no pesa más que la mano de un chico.
Las guerras, las hambrunas, las discusiones dentro de los edificios
prueban tan sólo que la vida sigue
y todos no se liberaron todavía.
Algunos, considerando bárbaro el espectáculo
prefirieron (los delicados) morir.
Llegó un tiempo en que no sirve para nada morir.
Llegó un tiempo en que la vida es una orden.
La vida, nada más, sin mistificación.

16
Elegía 1938

Trabajás sin alegría para un mundo caduco,


donde las formas y las acciones no encierran ningún ejemplo.
Practicás laboriosamente los gestos universales,
sentís calor y frío, falta de dinero, hambre y deseo sexual.
Héroes llenan los parques de la ciudad en la que te arrastrás
y preconizan la virtud, la renuncia, la sangre fría, la concepción.
A la noche, si hay neblina, abren paraguas de bronce
o se retiran a los volúmenes de siniestras bibliotecas.
Amás la noche por el poder de aniquilación que encierra
y sabés que, durmiendo, los problemas te dispensan de morir.
Pero el terrible despertar demuestra la existencia de la Gran Máquina
y te vuelve a poner, chiquito, ante palmeras indescifrables.
Caminás entre muertos y conversás con ellos
sobre cosas del tiempo futuro y negocios del espíritu.
La literatura arruinó tus mejores horas de amor.
Hablando por teléfono perdiste mucho, muchísimo tiempo de sembrar.
Corazón orgulloso, tenés prisa por confesar tu derrota
y aplazar para otro siglo la felicidad colectiva.
Aceptás la lluvia, la guerra, el desempleo y la distribución injusta
porque no podés, vos solo, dinamitar la isla de Manhattan.

(De Sentimento do mundo, 1940)

17
La polilla

En esta ciudad de Río,


de dos millones de habitantes,
estoy solo en el cuarto,
estoy solo en América.

¿Estaré realmente solo?


Hace un momento un ruido
anunció vida a mi lado.
Es verdad, no es vida humana,
pero es vida. Y siento la polilla
presa en la zona de luz.

¡De dos millones de habitantes!


No necesitaba tanto…
Necesitaba un amigo,
de esos callados, distantes,
que leen versos de Horacio
pero influyen en secreto
en la vida, el amor, la carne.
Estoy solo, no tengo amigos,
y a esta hora, tan tarde,
¿dónde encuentro un amigo?

No necesitaba tanto.
Necesitaba una mujer
que entrara en este minuto,
recibiera este cariño,
salvase de la aniquilación
un minuto y un cariño locos
que tengo para ofrecer.

En dos millones de habitantes


cuántas mujeres probables
se preguntan frente al espejo
midiendo el tiempo perdido
hasta que venga la mañana
a traer leche, el diario, calma.
Pero a esa hora vacía,
¿cómo descubrir mujer?

¡Esta ciudad de Río!

18
Tengo tantas palabras tiernas,
conozco voces de bichos,
sé los besos más violentos,
viajé, luché, aprendí.
Estoy rodeado de ojos,
de manos, afectos, anhelos.
Pero si intento comunicarme
lo que hay es sólo noche
y soledad espantosa.

Compañeros, ¡escúchenme!
Esa presencia agitada
queriendo romper la noche,
no es tan sólo la polilla.
Es más bien la confidencia,
que se exhala, de un hombre

19
La vaca

La soledad de la vaca en el campo,


la soledad del hombre en la calle.
Entre autos, trenes, teléfonos,
entre gritos, el descampado profundo.

La soledad de la vaca en el campo,


los millones sufriendo sin plaga.
Si es de noche o hay sol, es indistinto.
La oscuridad despunta con el día.

La soledad de la vaca en el campo,


hombres retorciéndose callados.
La ciudad es inexplicable
y las casas no tienen ningún sentido.

La soledad de la vaca en el campo.


El buque fantasma pasa
en silencio por la calle repleta.
Si cayera una tempestad de amor.
Las manos juntas, la vida a salvo…
Pero el tiempo está firme. La vaca está sola.
En el campo inmenso la torre de petróleo.

20
Tristeza en el cielo

En el cielo también hay una hora melancólica.


Hora difícil, en que la duda penetra las almas.
¿Por qué hice el mundo? se pregunta Dios
y se responde: No sé.

Los ángeles lo miran con reprobación,


y caen plumas.

Todas las hipótesis: la gracia, la eternidad, el amor


caen, son plumas.

Otra pluma y el cielo se deshace.


Tan manso, ningún fragor denuncia
el momento entre todo y nada,
o sea, la tristeza de Dios.

21
Viaje por la familia

En el desierto de Itabiraí
la sombra de mi papá
me agarró de la mano.
Tanto tiempo perdido.
Pero no decía nada.
No era de día ni de noche.
¿Suspiro? ¿Vuelo de pájaro?
Pero no decía nada.

Caminamos largamente.
Acá había una casa.
La montaña era más grande.
Tantos muertos apilados,
el tiempo roe a los muertos.
Y en las casas en ruina
desprecio frío, humedad.
Pero no decía nada.

La calle que atravesaba


a caballo, al galope.
Su reloj y su ropa.
Sus papeles mezclados.
Sus historias de amor
Un abrirse de baúles,
de recuerdos violentos.
Pero no decía nada.

En el desierto de Itabira
las cosas vuelven a existir,
irrespirables, súbitas.
El mercado de deseos
muestra sus tesoros tristes;
mis afanes de huida;
mujeres desnudas; remordimiento.
Pero no decía nada.

Pisando libros y cartas


viajamos por la familia.
Casamientos; hipotecas;
los primos tuberculosos;
la tía loca; mi abuela

22
engañada con las esclavas,
un rechinar de sedas en la alcoba.
Pero no decía nada.

¿Qué cruel, oscuro instinto


movía su mano pálida
que sutil nos empujaba
por el tiempo y los lugares
prohibidos?

Lo miré a los ojos blancos.


Le grité: ¡Hablá! Mi voz
vibró en el aire un instante,
pegó en las piedras. La sombra
proseguía despacio
ese viaje patético
por el reino perdido.
Pero no decía nada.

Vi tristeza, incomprensión
y más de un antiguo enojo
que nos dividía en lo oscuro.
La mano que no quise besar,
el plato que me negaron,
resistencia a disculparse.
Orgullo. Terror nocturno.
Pero no decía nada.

Hablá hablá hablá hablá.


Le tiraba del saco
que se deshacía en barro.
De las manos y las botas
agarraba a la sombra severa
y la sombra se soltaba
sin fuga ni reacción.
Pero se quedaba callada.

Y eran distintos silencios


que se reunían en el suyo.
Era mi abuelo ya sordo
queriendo escuchar los pájaros
pintados en el cielo de la iglesia;
mi falta de amigos;
su falta de besos;

23
eran nuestras vidas difíciles
y una gran separación
en la pequeña área del cuarto.

La pequeña área de la vida


me aprieta contra su figura,
y en ese abrazo diáfano
es como si me quemara
todo, de un amor punzante.
Recién hoy nos conocemos.
Anteojos, recuerdos, retratos
corren por el río de la sangre.
El agua ya no permite
ver su cara a lo lejos,
ya pasados los setenta…

Sentí que me perdonaba,


pero no decía nada.

El agua tapa el bigote,


la familia, Itabira, todo.

(De José, 1942)

24
Congreso Internacional del Miedo

Provisoriamente, no le cantaremos al amor,


que se refugió más abajo que los subterráneos.
Le cantaremos al miedo, que esteriliza los abrazos,
no le cantaremos al odio porque eso no existe,
existe sólo el miedo, nuestro padre y compañero,
el miedo grande de los sertones, los mares, los desiertos,
el miedo de los soldados, el miedo de las madres, el miedo de las iglesias,
cantaremos el miedo de los dictadores, el miedo de los demócratas,
cantaremos el miedo de la muerte y el miedo de después de la muerte,
después moriremos de miedo
y sobre nuestras tumbas nacerán flores amarillas y temerosas.

(De Sentimento do mundo, 1940).

25
La flor y la náusea

Preso en mi clase y en algunas ropas,


voy de blanco por la calle gris.
Me acechan melancolías y mercaderías.
¿Debo seguir hasta la náusea?
¿Puedo, sin armas, rebelarme?

Ojos sucios en el reloj de la torre:


no, no llegó el tiempo de la justicia completa.
Todavía es tiempo de heces, malos poemas, alucinaciones y espera.
El tiempo pobre, el poeta pobre
se funden en el mismo punto muerto.

En vano trato de explicarme: las paredes son sordas.


Debajo de la piel de las palabras hay cifras y códigos.
El sol consuela a los enfermos y no los mejora.
Las cosas. Qué tristes son las cosas, consideradas sin énfasis.
Vomitar ese tedio sobre la ciudad.

Cuarenta años y ningún problema


resuelto, ni siquiera planteado.
Ninguna carta escrita ni recibida.
Todos los hombres vuelven a casa.
Están menos libres pero llevan diarios
y deletrean el mundo, sabiendo que lo pierden.

Crímenes de la tierra, ¿cómo perdonarlos?


Tuve parte en muchos, escondí otros.
Algunos me parecieron hermosos, fueron publicados.
Crímenes suaves, que ayudan a vivir.
Ración diaria de error, repartida a domicilio.
Los feroces panaderos del mal.
Los feroces lecheros del mal.

Prenderle fuego a todo, a mí mismo incluso.


Al chico de 1918 lo llamaban anarquista.
Pero mi odio es lo mejor de mí.
Con él me salvo
y les doy a unos pocos una esperanza mínima.

Una flor nació en la calle.


Pasen de largo, tranvías, colectivos, río de acero del tráfico.
Una flor, todavía descolorida

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burla a la policía, rompe el asfalto.
Hagan silencio absoluto, paralicen los negocios,
les garantizo que nació una flor.

Su color no se distingue.
Sus pétalos no se abren.
Su nombre no está en los libros.
Es fea. Pero es realmente una flor.

Me siento en el piso en la capital del país a las cinco de la tarde


y lentamente recorro con la mano esa forma insegura.
Del lado de las montañas, se agolpan unas nubes macizas.
Pequeños puntos blancos se mueven en el mar, gallinas en pánico.

Es fea. Pero es una flor. Perforó el asfalto, el tedio, el asco y el odio.

27
Búsqueda de la poesía

No hagas versos sobre acontecimientos.


No hay creación ni muerte frente a la poesía.
Ante ella, la vida es un sol estático,
no calienta ni ilumina.
Las afinidades, los aniversarios, los incidentes personales no cuentan.
No hagas poesía con el cuerpo,
ese excelente, completo y cómodo cuerpo, tan indefenso a la efusión lírica.
Tu gota de bilis, tu máscara de goce o de dolor en la oscuridad
son indiferentes.
No me reveles tus sentimientos,
que sacan partido del equívoco e intentan el camino más largo.
Lo que pensás y sentís, eso todavía no es poesía.

No le cantes a tu ciudad, dejala en paz.


El canto no es el movimiento de las máquinas ni el secreto de las casas.
No es música oída al pasar; rumor del mar en las calles junto a la línea de espuma.
El canto no es naturaleza
ni los hombres en sociedad.
Para él, la lluvia y la noche, el cansancio y la esperanza no significan nada.
La poesía (no les arranques poesía a las cosas)
se escapa del sujeto y del objeto.

No dramatices, no invoques,
no indagues. No pierdas tiempo en mentir.
No te fastidies.
Tu yate de marfil, tu zapato de diamante,
sus mazurcas y supersticiones, sus esqueletos familiares
desaparecen en la curva del tiempo, son algo inútil.

No reconstruyas
tu infancia sepultada y melancólica.
No osciles entre el espejo y la
memoria que se disipa.
Lo que se disipó, no era poesía.
Lo que se quebró, no era cristal.

Penetrá sordamente en el reino de las palabras.


Ahí están los poemas que esperan ser escritos.
Están paralizados, pero no hay desesperación,
hay calma y frescura en la superficie intacta.
Ahí están, solos, mudos, en estado de diccionario.
Conviví con tus poemas, antes de escribirlos.

28
Tené paciencia, si son oscuros. Calma, si te provocan.
Esperá que cada uno se realice y se consume
con su poder de palabra
y su poder de silencio.
No fuerces al poema a desprenderse del limbo.
No levantes del suelo el poema que se perdió.
No adules al poema. Aceptalo,
como él aceptará su forma definitiva y concentrada
en el espacio.

Acercate un poco más y contemplá las palabras.


Cada una tiene mil caras secretas bajo la cara neutra
y te pregunta, sin interés por la respuesta,
pobre o terrible, que le des:
¿Trajiste la llave?

Mirá:
despobladas de melodía y concepto,
ellas se refugiaron en la noche, las palabras.
Todavía húmedas e impregnadas de sueño,
van por un río difícil y se transforman en desprecio.

29
Madurez

Las lecciones de la infancia


desaprendidas en la madurez.
Ya no quiero palabras
ni las necesito.
Tengo todos los elementos
al alcance del brazo.
Todas las frutas
y consentimientos.
Ningún deseo débil.
Ni siquiera siento la falta
de lo que me completa y casi siempre es melancólico.

Estoy suelto en el mundo largo.


Caballo lúcido
con sustancia de ángel
circula a través de mí.
Me espanta la noche, atravieso los lagos fríos,
absorbo epopeya y carne,
bebo todo,
deshago todo,
vuelvo a crear, a olvidarme,
ahora duermo, recomienzo ayer.

De lejos me vinieron a llamar.


Había un incendio en el bosque.
No pude hacer nada,
tampoco tenía ganas.
Toda el agua que había
era para regar jardines particulares
de atletas retirados, monjas sordas, funcionarios cesados.
En eso llegaron los pájaros,
rojos, sofocados, sin canto,
y se posaron por ahí.
Todos se transformaron en piedra.
Ya no siento piedad.

Antes de mí otros poetas,


después de mí otros y otros
están cantando la muerte y la prisión.
Chicas cansadas se entregan, soldados se matan
en el centro de la ciudad vencida.
Resisto y pienso

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en una tierra al fin despojada de plantas inútiles,
en un país extraordinario, desnudo y tierno,
a su manera melodioso,
aunque mudo,
más allá de los desiertos por donde pasan tropas, de los cerros
donde alguien colocó banderas con enigmas,
y decido embriagarme.

Ya no van a decir que estoy resignado


y que perdí mis mejores días.
Dentro de mí, bien al fondo,
hay reservas colosales de tiempo,
futuro, post-futuro, pretérito,
hay domingos, regatas, procesiones,
hay mitos proletarios, conductos subterráneos,
ventanas febriles, masas de agua salada, meditación y sarcasmo.

Nadie me hará callar, gritaré siempre


que se ahogue un placer, señalaré a los desanimados,
negociaré en voz baja con los conspiradores,
transmitiré mensajes que no se osa dar ni recibir,
seré, en el circo, el payaso,
seré médico, cuchillo para el pan, remedio, toalla,
seré tranvía, barco, zapatería, iglesia, exnovia,
seré las cosas más ordinarias y humanas, y también las excepcionales:
todo depende de la hora
y de cierta inclinación fantástica
viva en mí como un insecto.

Madurez en ojos, recetas y pies, me invade


con su marea de ciencias a fin de cuentas superadas.
Puedo despreciar o querer los institutos, las leyendas,
descubrí en la piel ciertas señales que a los veinte años no veía.
Ellas muestran el camino,
aunque también se acobarden
en presencia de tanta claridad robada al tiempo.
Pero yo sigo, cada vez menos solitario,
en calles extremadamente dispersas,
transito en el canto del hombre o de la máquina que rueda,
me aburro de tanta riqueza, me la juego toda a un número de casa
y gano.

Retrato de familia

31
Este retrato de familia
está un poco polvoriento.
Ya no se ve en la cara del padre
cuánta plata ganó.

En las manos de los tíos no se notan


los viajes que ambos hicieron.
La abuela quedó lisa, amarilla,
sin recuerdos de la monarquía.

Los chicos, qué cambiados que están.


La expresión de Pedro es tranquila,
usó los mejores sueños.
Y João ya no es más mentiroso.

El jardín se volvió fantástico.


Las flores son placas cenicientas.
Y la arena, bajo los pies extintos,
es un océano de niebla.

En el semicírculo de sillas
se nota cierto movimiento.
Los chicos cambian de lugar,
pero sin hacer ruido: es un retrato.

Veinte años es mucho tiempo.


Modela cualquier imagen.
Si una figura se va marchitando,
otra, sonriendo, se ofrece.

Esos extraños sentados,


¿son mis parientes? No creo.
Son visitas que se divierten
en un salón que rara vez se abre.

Quedaron aires de familia


perdidos en la pose en los cuerpos.
Lo suficiente para sugerir
que un cuerpo está lleno de sorpresas.

La moldura de este retrato


en vano encuadra a sus personajes.
Están ahí voluntariamente,
podrían –de ser necesario– volar.

32
Podrían evaporarse
en el claroscuro del salón,
ir a vivir al fondo de los muebles
o en el bolsillo de viejos chalecos.

La casa tiene muchos cajones


y papeles, escaleras largas.
¿Quién sabe la malicia de las cosas
cuando la materia se aburre?

El retrato no me responde,
me mira fijo y se contempla
en mis ojos polvorientos.
Y en el cristal se multiplican

los parientes muertos y vivos.


Ya no distingo a los que se fueron
de los que se quedaron. Percibo apenas
la extraña idea de familia

que viaja a través de la carne.

33
Movimiento de la espada

Estamos a mano, hermano vengador.


Bajó la espada
y cortó el brazo.
Ahí está, empapado de sangre.
Me duele el hombro, pero sobre el hombro
tu justicia resplandece.

Ya podés sonreír, y tu boca amoldarse


en un beso de amor.
Te beso, hermano, mi deuda
está saldada.
Hicimos las cuentas, estamos alegres.
Tu hoja corta, pero es dulce,
la carne siente, pero se limpia.
El sol eterno brilla de nuevo
y seca la herida.

Mutilado, pero cuánto movimiento


en mí busca el orden.
Lo que perdí se multiplica
y una pobreza hecha de perlas
salva el tiempo, rescata la noche.
Hermano, saber que sos mi hermano
en la carne como en los domingos.

Iremos juntos por el mar…


Envuelto en tu venganza,
puro e imparcial como un cadáver que el aire embalsamara,
voy a ser una carga arrojada a las olas,
pero las olas también se secan,
y el sol brilla siempre.

Sobre mi mesa, sobre mi tumba, ¡cómo brilla el sol!


Gracias, hermano, por el sol que me diste,
parecía que me lo robabas.
Ya no puedo clasificar los objetos preciosos.
Todo es precioso…
y tranquilo
como ojos guardados en los párpados.

Vida menor

34
La fuga de lo real,
más lejos todavía, la fuga de lo fantástico,
lo más lejos de todo, la fuga de uno mismo,
la fuga de la fuga, el exilio
sin agua ni palabra, la pérdida
voluntaria del amor y la memoria,
el eco
que ya no corresponde al llamado, y éste que se hunde,
la mano que se vuelve enorme y que desaparece
desfigurada, todos los gestos al fin imposibles,
si no inútiles,
la innecesariedad del canto, la limpieza
del color, sin brazo que se mueva ni uña que crezca.
Aún así, no la muerte.

Sino la vida: captada en su forma irreductible,


ya sin ornamento ni comentario melódico,
vida a la que aspiramos como paz en el cansancio
(no la muerte),
vida mínima, esencial; un comienzo; un sueño;
menos que tierra, sin calor; sin ciencia ni ironía;
lo que se pueda desear que sea menos cruel: vida
en que yo no respire el aire, sino que me envuelva;
sin gasto de tejidos; ausencia de ellos;
confusión entre la mañana y la tarde, sin dolor,
porque el tiempo ya no se divide en secciones; el tiempo
eludido, domado.
No lo muerto ni lo eterno ni lo divino,
sólo lo vivo, lo chiquito, callado, indiferente
y solitario vivo.
Eso busco yo.

Residuo

35
De todo quedó un poco.
De mi miedo. De tu asco.
De los gritos tartamudos. De la rosa
quedó un poco.

Quedó un poco de luz


captada en el sombrero.
En los ojos del rufián
de ternura quedó un poco
(muy poco).

Poco quedó de ese polvo


del que tu blanco zapato
se cubrió. Quedaron pocas
ropas, pocos velos rotos,
poco, poco, muy poco.

Pero de todo queda un poco.


Del puente bombardeado,
y de las briznas de pasto,
del paquete
–vacío– de cigarrillos quedó un poco.

Porque de todo queda un poco.


Queda un poco de tu mentón
en el mentón de tu hija.
De tu áspero silencio
un poco quedó, un poco
en las paredes irritadas,
en las hojas, mudas, que trepan.

Quedó un poco de todo


en el plato de porcelana,
dragón partido, flor blanca,
Quedó un poco
de arruga en tu cabeza,
retrato.

Si de todo queda un poco,


¿entonces por qué no quedaría
un poco de mí? ¿En el tren
que lleva al norte, en el barco,
en los anuncios del diario,
un poco de mi en Londres,

36
un poco de mí en algún lado?
¿En la consonante?
¿En el pozo?

Un poco queda oscilando


en la embocadura de los ríos
y los peces no lo evitan,
un poco: no está en los libros.

De todo queda un poco.


No mucho: de una canilla
cae esta gota absurda,
medio sal y medio alcohol,
salta este anca de rana,
este vidrio de reloj
partido en mil esperanzas,
este pescuezo de cisne,
este secreto infantil…
De todo quedó un poco:
de mí; de vos; de Abelardo.
Un pelo sobre mi manga,
de todo quedó un poco;
viento en mis orejas,
un simple eructo, gemido
de víscera disconforme,
y artefactos minúsculos:
campánula, alvéolo, cápsula
de revólver… de aspirina.
De todo quedó un poco.

Y de todo queda un poco.


Oh abrí los frascos de loción
y ahogá
el insoportable mal olor de la memoria.

Pero de todo, terrible, queda un poco,


y bajo las olas ritmadas,
y bajo las nubes y los vientos
y bajo los puentes y los túneles
y bajo las llamaradas y el sarcasmo
y bajo la flema y el vómito
y bajo el sollozo, la cárcel, lo olvidado,
y bajo los espectáculos y bajo la muerte de escarlata
y bajo las bibliotecas, los asilos, las iglesias triunfantes

37
y bajo vos mismo y bajo tus pies ya duros
y bajo los goznes de la familia y de la clase,
queda siempre un poco de todo.
A veces un botón. A veces una rata.

38
Los últimos días

Que nos trague la tierra.


Pero que no nos trague todavía.

Que todavía se mueva,


rumbo al oficio y a la posesión.

Y que vea algunos lugares


antiguos, otros inéditos.

Que sienta frío, calor, cansancio;


se detenga un momento; continúe.

Que descubra en su movimiento


fuerzas desconocidas, contactos.

El placer de estirarse; o de
enrollarse, quedar inerte.

Placer del equilibrio, placer del vuelo.

Placer de escuchar música;


sobre papel dejar que se deslice la mano.

Irreductible placer de los ojos;


ciertos colores; cómo se deshacen, cómo se adhieren;
ciertos objetos, diferentes bajo una nueva luz.

Que todavía sienta el olor de la fruta,


de la tierra en la lluvia, que agarre,
que imagine y grabe, que recuerde.

Tiempo de conocer a algunas personas más,


de aprender cómo viven, de ayudarlas.

De ver pasar este cuento: el viento


sacudiendo la hoja; la sombra
del árbol, parada un instante,
alargándose con el sol, y deshaciéndose
en una sombra mayor, de ruta sin tráfico.

Y de mirar esta hoja, si cae.


Retenerla en la caída. Tan seca, tan tibia.

39
Seguro tiene un olor, particular entre mil.
Un diseño, que se reproduce al infinito,
y cada hoja es diferente.

Y cada instante es diferente, y cada


hombre es diferente, y somos todos iguales.
En el mismo vientre y oscuridad inicial, en la misma tierra
el silencio global, pero que no sea ahora mismo.

Que antes otros silencios me penetren,


que otras soledades derrumben o arrullen
mi pecho; quedar parado enfrente de esta estatua: es un torso
de mil años, recibe mi visita, prolonga
para atrás mi soplo, igual a mí
en calma, no importa el mármol, me completa.

Tiempo de saber que algunos errores cayeron, y la raíz


de la vida se volvió más fuerte, y los naufragios
no cortaron ese lazo subterráneo entre los hombres y las cosas:
que los objetos continúan, y el temblor incesante
no desfiguró el rostro de los hombres;
que somos todos hermanos, insisto.

En mi falta de recursos para refrenar el fin,


aunque me sienta grande, del tamaño de un chico, del tamaño de una torre,
del tamaño de la hora, que se va acumulando siglo tras siglos y causa vértigo,
del tamaño de cualquier João, porque somos todos hermanos.

Y que la tristeza de dejar a los hermanos me haga desear


una partida menos inmediata. Ah, también pueden reírse,
no de la disolución, sino del hecho de que alguien se le resista,
de que otras vengan después, de que todos vayamos a ser hermanos,
en el odio, en el amor, en la incomprensión y en lo sublime
cotidiano, todo, pero todo es nuestro hermano.

Tiempo de despedirme y de contar


que no espero otra luz más allá de la que nos envolvió
día tras día, noche tras noche, pabilo tenue,
lamparita fulgurante, antorcha, linterna, chispa,
estrellas reunidas, fuego en el bosque, sol en el mar,
sino que esa luz alcanza, la vida es suficiente, que el tiempo
es buena medida, hermanos, vivamos el tiempo.

40
Que la enfermedad no me intimide, que no pueda
llegar hasta ese punto del hombre donde todo se explica.
Una parte de mí sufre, otra pide amor,
otra viaja, otra discute, la última trabaja,
soy las comunicaciones, ¿cómo puedo estar triste?

Que la tristeza no me liquide, sino que venga también


en la noche de lluvia, en el camino cenagoso, en el bar que cierra,
que luche lealmente con su presa,
y reconozca el día entrando en explosiones de confianza, olvido, amor,
al final de la batalla perdida.

Que este tiempo, y no otro, sature el living, bañe los libros,


que se insinúe en los bolsillos, en los platos: con un destello sórdido o potente.
Y que le saquen toda la miel a los domingos;
el diamante a los sábados, la rosa
del martes, la luz del jueves, la magia
de las horas matinales, que nosotros mismos elegimos
para nuestro dispendio personal, esa parte secreta
de cada uno de nosotros, en el tiempo.

Y que la hora esperada no sea vil, manchada de miedo,


sumisión o cálculo. Lo sé, un elemento de dolor
la roe por la base. Será rígida, siniestra, desierta,
pero no quiero que niegue las otras horas ni las palabras
dichas antes con voz firme, los pensamientos
maduramente pensados, los actos
que tras de sí dejaron situaciones.
Que la risa sin boca no la aterre,
y que la sombra de la cama calcárea no la hinche de súplicas,
dedos torcidos, lívido
sudor de remordimiento.

Y que la materia se vea acabar: adiós, composición


que un día se llamó Carlos Drummond de Andrade.
Adiós a mi presencia, mi mirada y mis venas gruesas,
mis surcos en la almohada, mi sombra en la pared,
mi lunar en la cara, ojos miopes, objetos de uso personal, idea de justicia, rebelión y sueño,
adiós,
vida legada a los demás.

(De A rosa do povo, 1945).

41
42
Canto esponjoso

Hermosa
esta mañana sin necesidad de mito,
y miel sorbida sin blasfemia.

Hermosa
esta mañana u otra posible,
esta vida u otra invención,
sin, en la sombra, fantasmas.

Humedad de la arena se adhiere al pie.


Trago el mar, que me traga.
Caracoles, pensamientos curvos, matices de la luz
azul
completa
sobre formas constituidas.

Hermoso
el pasaje del cuerpo, su fusión
con el cuerpo general del mundo.

Deseo de cantar. Pero tan absoluto


que me callo, repleto.

43
Canción amiga

Yo preparo una canción


en la que mi mamá se reconozca,
en la que todas las mamás se reconozcan,
y que hable como dos ojos.

Camino por una calle


que pasa por muchos países.
Si no me ven, yo sí veo
y saludo a viejos amigos.

Yo distribuyo un secreto
como quien ama o sonríe.
Del modo más natural
dos cariños se buscan.

Mi vida, nuestras vidas


forman un solo diamante.
Aprendí palabras nuevas
y a otras las volví más lindas.

Yo preparo una canción


que haga despertar a los hombres
y dormir a los chicos.

De Novos poemas (1948)

44
Tarde de mayo

Como esos primitivos que llevan a todos lados el maxilar inferior de sus muertos,
así te llevo conmigo, tarde de mayo,
cuando, al rubor de los incendios que consumían la tierra,
otra llama, imperceptible pero mucho más devastadora,
sordamente labraba bajo mis rasgos cómicos,
y una a una, disjecta membra, dejaba todavía palpitantes
y condenadas, en el suelo ardiente, porciones de mi alma
nunca antes ni después heridas en su nobleza
sin fruto.

Pero los primitivos le ruegan a la reliquia salud y lluvia,


cosecha, fin del enemigo, no sé qué portentos.
Y no te pido nada, tarde de mayo,
salvo que continúes, en el tiempo y fuera de él, irreversible,
señal de derrota que se va consumiendo a punto de
convertirse en señal de belleza en la cara de alguien
que, precisamente, da vuelta la cara, y pasa…
El otoño es la estación en que ocurren esas crisis,
y en mayo, tantas veces, morimos.

Para renacer, ya sé, en un primavera ficticia,


espectrales, entonces, bajo lo aterciopelado de la cáscara,
trayendo en la sombra la adherencia de las resinas fúnebres
con las que nos ungieron, y en la ropa el polvo de la carroza
fúnebre, tarde de mayo, en la que desaparecimos,
sin que nadie, ni siquiera el amor, pusiese reparos.
Y los que lo vieron no sabrían decir: si era una procesión
luctuosa, arrastrada, polvorienta, o un desfile carnavalesco.
No hubo testigos.

Nunca hay testigos. Hay desatentos. Curiosos, muchos.


¿Quién reconoce el drama, cuando se precipita, sin máscara?
Si muero de amor, todos lo ignoran
y lo niegan. El propio amor se desconoce y se maltrata.
El propio amor se esconde, como los animales acechados;
no está seguro de ser amor, hace tanto limpió la memoria
de las impurezas de barro y hojas en las que reposaba. Y queda,
perdida en el aire, para que se conserve mejor,
una peculiar tristeza, que imprime su sello en las nubes.

45
La mesa

No te gustaban las fiestas…


Ay, viejo, qué fiesta grande
que te haríamos ahora.
Y tus hijos que no toman
y al que le gusta tomar,
en torno a un larga mesa,
dejaban sus dietas tristes,
se olvidaban de sus mañas
y todo era farra honesta
que acababa en confidencia.
Ay viejo, oirías cosas
horribles a tus noventa.
Nosotros no te asustábamos
porque, sonrisa en la boca,
gallina gorda y el vino
portugués de buena pinta,
más lo que alguien hiciera
con mil cosas naturales
y pusiera en abundancia
en mil soperas de China,
enseguida te insinuábamos
que era todo en son de broma.
Así es. Tu ojo fatigado
capaz de leer en el campo
a una distancia de leguas,
y a la distancia una vaca
extraviada en el azul,
nos miraba, adentro, el alma
y veía el barro pútrido,
con pesar nos observaba
y con ira maldecía
con dulzura perdonaba
(el perdón, ritual de padres,
cuando no es de los amantes).
Y, tras perdonarnos todo,
por dentro te regodeabas
de los hijos que tenías.
Pucha, que estos sinvergüenzas
me terminaron saliendo
mejor de lo que esperaba.
De tal palo, tal astilla.
Callado, fruncías el ceño,

46
e interrogabas en vos
un recuerdo nostalgioso
y no del todo lejano,
y riendo por dentro y viendo
que habías tendido un puente
entre el abuelo y sus pasos
alocados y la falta
de templanza de los nietos,
sabiendo que toda carne
busca su degradación,
pero en camino de fuego
y bajo un arco sexual,
tosías. Ey, ey, ey, chicos,
no sean bobos. ¿Los chicos?
Pelotudos cincuentones,
calvos, vividos, usados,
pero guardando en el pecho
la inocencia juvenil,
ese escaparse al bosque,
el hambre por lo prohibido,
y el deseo más sencillo
de pedirle que cosiera
a mamá no la camisa,
sí el alma, floja y rasgada…
Qué gran comida mineira
sería ésa… Comíamos
y comer daba más hambre,
la comida era un pretexto.
Tampoco era necesario
tener hambre, que las cosas
se dejaban masticar,
mañana te quiero ver.
Nunca rechaces el tutu.
Comete un torresmo más.
¿Y qué me contás del pavo?
La farofa hay que bajarla
con una buena cachaça
sin olvidar la cerveza
esa ilustre camarada.
El otro día… ¿Comer
será algo tan importante
que sólo el plato revele
lo mejor, lo más humano
de los seres en su sombra?

47
¿Beber será tan sagrado
que mi hermano sólo ebrio
da rienda suelta a sus quejas
y tiende su mano abierta?
Sorber, papar: qué comida
más olorosa y profunda
en su raíz luso-árabe,
y qué bebida más santa
que a todos nos une en
un centímano glotón
embustero y seductor.
Tampoco falta la hermana
que se fue antes que los otros
y tenía nombre de rosa:
nació un día como hoy
para adornarte la fecha.
Su nombre sabe a camelia,
y siendo una rosa-amelia,
flor mucho más delicada
que una simple rosa-rosa,
Vivió bastante más tiempo
de lo que indica su nombre,
aunque seguía guardando
en lo íntimo la rosa
dispersa. Mirá, a tu lado
florece otra vez con fuerza.
Acá se sento el más viejo.
Un tipo manso y ladino,
no servía para cura,
siempre andaba en cosas raras;
después el tiempo hizo de él
lo que hace con todo el mundo;
y a medida que envejece
extrañamente se vuelve
tu retrato sin ser vos,
de forma que si lo veo
de repente, sin aviso,
sos vos el que reaparece
pero en otro sesentón.
Este otro es abogado,
el doctor de la familia,
pero sus letras más doctas
son las que escribe en la sangre
o en el tronco de los árboles.

48
Sabe el nombre de las flores
y no olvida el de la fruta
más rara que se prepara
en casamiento genético.
En él vive la nostalgia,
citadino, por lo agreste,
y, paisano, por las letras.
Así llegó a ser patriarca.
Más allá tenés a ése
que heredó de vos la dura
voluntad, el estoicismo.
No te quiso repetir.
Pensó: no vale la pena
reproducir en la tierra
lo que la tierra se traga.
Amó. Y ama. Y amará.
Aunque no quiere un amor
que sea cárcel de dos,
un contrato entre bostezos
y cuatro pies en pantuflas.
Feroz a un breve contacto,
a segunda vista, seco,
a tercera vista, franco,
se diría que tiene miedo
de ser, fatalmente, humano.
Se diría que tiene rabia,
aunque la miel la trasciende,
y qué astutas, ingeniosas,
sus maneras de engañarse
sobre sí mismo: ejercita
una fuerza que no sabe
llamarse, apenas, bondad.
Ésa se calló. No quiso
sumarle palabras nuevas
al coloquio subterráneo
que recorre en un susurro
a gente más desatada.
Se calló, vos no te enojes.
Si es que tanto la querías,
algo en ella aún te quiere,
de la forma retorcida
que nos es consustancial.
(No ser feliz todo explica).
Sé bien cuán penosos son

49
esos lances de familia
y ponerse a discutir
sería matar la fiesta,
matándote –no se muere
sólo una vez, ni por siempre.
Quedan siempre muchas vidas
que habrán de ser consumidas,
culpa de los desencuentros
de nuestra sangre en los cuerpos
por donde va dividida.
Quedan siempre muchas muertes
que han de esperar largamente
reencarnar en otro muerto.
Pero estamos todos vivos.
Y más que vivos, alegres.
Estamos todos como éramos
antes de ser, y no habrá
quien te diga que faltó
algún hijo. Por ejemplo:
ése que está ahí a un costado,
no por humilde, y tal vez
por ser el más vanidoso,
y por defender incómodas
y bohemias posiciones,
vendría a ser yo. ¿Qué tal?
Tranquilo: tengo trabajo.
Al final, la buena vida
se volvió, apenas, la vida
(ni siquiera era tan buena
y no resultó tan mala).
Pues ése soy yo. Fijate:
tengo todos los defectos
que no te pude encontrar,
pero no los que tenías;
ni hablar de las cualidades.
No importa: yo soy tu hijo,
aunque sea una manera
negativa de afirmarte.
Y mirá que nos peleamos,
no era joda; sin embargo
los caminos del amor
sólo el amor los conoce.
Tan magro placer te di,
tal vez ninguno...o si no

50
la esperanza del placer,
y puede ser que te diera
la neutra satisfacción
de sentir que un hijo tuyo
de tan inútil sería
al menos mala persona.
Yo no soy mala persona.
Si acaso lo sospechabas,
tranquilo, no soy así.
Recorta algún que otro afecto
mi corazón ofuscado.
¿Si me ofusco? Demasiado.
Ése es mi mal. No heredé
esa falta de vos. Bueno,
no me mires demasiado,
todavía quedan muchos.
Hay ocho, y todos minúsculos,
todos frustrados. Qué triste
flora fuimos a encontrar
para adorno de esta mesa.
Pero no. De tan lejanos,
de tan puros y olvidados,
ahí en el suelo que chupa
y que transforma, son ángeles.
¡Qué luminosos que son,
qué rayos de amor irradian,
y entre los vagos cristales
el de ellos tintinea
y su sombra reverbera.
Ángeles que se dignaron
a venir a este banquete,
a alisar el taburete,
a vivir vida de chicos.
Son ángeles; no sabías
que un mortal devuelve a Dios
un poco de su divina
sustancia aérea y sensible
si tiene un hijo y se pierde.
Contá: catorce en la mesa.
¿O treinta? ¿Serán cincuenta?
No lo sé. Si llegan más,
una carne cada día
multiplicada, cruzada
con otras carnes de amor.

51
Son cincuenta pecadores,
si nacer es un pecado,
y probar, entre pecados
los que nos fueron legados.
La procesión de tus nietos,
alargándose en bisnietos,
vienen a que los bendigas
y a comer de tu comida.
Fijate un poquito en ésta,
en la forma del mentón,
y en la mirada, en el gesto,
y en la conciencia profunda
y en esa gracia infantil,
y decime, a fin de cuentas,
si no es, entre mis errores,
una verdad imprevista.
Es ésta mi explicación,
mi mejor verso, o el único,
mi todo lleno de nada.
Ahora la mesa llena
es más grande que la casa.
Con la boca llena, hablamos
e intercambiamos insultos,
nos reímos a rabiar,
olvidamos el respeto,
terrible e inhibidor,
y toda nuestra alegría
resecada en tantas negras
fiestas conmemorativas
(mejor no acordarse ahora),
los gestos acumulados
de efusión fraterna, atados
(mejor no acordarse ahora),
las palabras leves, tiernas,
que dichas en ese entonces,
habrían cambiado la vida
(mejor no cambiar ahora),
todo en la mesa se esparce
como inédita vitualla.
Ay, qué cena celestial
y qué placer más terrestre.
¿Quién la preparó? ¿Quién fue
la vocación innegable
de sacrificio que puso

52
la mesa y tuvo los hijos?
¿Quién se apagó? ¿Quién pagó
la pena de este trabajo?
¿Quién fue la mano invisible
que dibujó este arabesco
de flor en torno al budín
como se traza una aureola?
¿Quién tiene aureola? ¿Quién no
la tiene, pues, siendo de oro,
ya planea repartirla
y si lo piensa lo hace?
¿Quién se sienta ahí a tu izquierda,
tan encorvada? ¿Qué blanca,
tan blanca que es más que blanca,
efigie de pelo blanco,
les retira a las naranjas
y al café en polvo el color,
y el brillo a los serafines?
¿Quién es toda luz, y blanca?
En verdad no presentías
cómo el blanco puede ser
otro tinte diferente
de la blancura… Un albor
elaborado en tu ausencia
que aún así quedó perfecto,
concreto, frío, lunar.
¿Cómo puede nuestra fiesta
ser de uno y no de dos?
Ahora están reunidos ambos
en una alianza más fuerte
que el mero lazo terrestre.
Están juntos a la mesa
de madera, más de ley
que cualquier ley del país.
Y encima están de nosotros,
encima de esta comida
a la que los convocamos,
porque mucho los queremos,
y, al amar, nos engañamos
junto a la mesa
vacía.

53
54
Convivencia

Cada día que pasa le doy más cuerpo a esta verdad: que ellos no viven más que en nosotros
y por eso viven tan poco; tan entrecortado; tan débil.
Tal vez sea que dejaron de vivir fuera de nosotros, en lo que llamamos tiempo.
Y esa eternidad negativa no nos llena de tristeza.
Por poco y mal que vivan, dentro de nosotros, sigue siendo vida.
Y ya no nos enfrentamos a la muerte, porque siempre la llevamos con nosotros.

Pero, qué lejos están, y a la vez son nuestros habitantes actuales


y nuestros huéspedes y nuestros tejidos y nuestra circulación.
La más tenue forma exterior nos toca.
El prójimo existe. El pájaro existe.
Y ellos también existen, pero qué oblicuos son, y hasta cuando sonríen, qué disimulados…

Hay que renunciar a toda búsqueda.


No los encontraríamos, al encontrarlos.
Tener y no tener en nosotros un cáliz sagrado,
un depósito, una presencia continua,
ésta es nuestra condición, y mientras tanto,
sin condición, transitamos
y juzgamos amar
y nos callamos.

O tal vez existamos solamente en ellos, que han sido omitidos, y nuestra existencia,
apenas una forma impura de silencio, que prefirieron.

55
Campo de flores

Dios me dio un amor en tiempo de madurez,


cuando los frutos o no se recogen o tienen gusto a gusano.
Dios –o fue quizá el Diablo– me dio este amor maduro,
y a ambos agradezco, porque tengo un amor.

Porque tengo un amor, vuelvo a los mitos del pasado,


y les agrego otros a los que el amor ya creó.
Así yo mismo me vuelvo el mito más radiante
y, tallado en la penumbra, soy y no soy, pero soy.

Pero soy cada vez más, yo que no me sabía


y cansado de mí juzgaba que era el mundo
un vacío atormentado, un sistema de errores.
Amanecen de nuevo las antiguas mañanas
que no viví jamás porque jamás me sonrieron.

Pero me sonreían siempre atrás de tu sombra


inmensa y contraída como letra en la pared
y recién hoy presente.
Dios me dio un amor porque lo merecí.
De tantos que ya tuve o tuvieron en mí,
el jugo se exprimió para hacer vino,
o fue sangre, tal vez, que formó un coágulo.

Y el tiempo que tardó una rosa indecisa


en tomar su color de esas llamas extintas,
era el tiempo más justo. El tiempo de la tierra.
Donde no hay jardín, las flores nacen de
una inversión secreta en formas improbables.

Hoy tengo un amor y me hago espacioso


para guardar las chucherías de muchos
amantes descontrolados, en el mundo, o triunfantes,
y al verlos amorosos y transidos a mi alrededor,
el sagrado terror en júbilo convierto.

Su grano de angustia el amor ya me ofrece


en la mano izquierda. Mientras, la otra acaricia
el cabello y la voz y el paso y la arquitectura
y el misterio que hace preciosos a los seres
ante la visión extasiada.
Pero, dado que me tocó un amor crepuscular,

56
hay que amar diferente. De una grave paciencia
enladrillar mis manos. Y tal vez la ironía
haya despedazado el mejor de los dones.
Hay que amar y callar.
Hacia afuera del tiempo arrastro mis despojos
y estoy vivo en la luz que baja y me confunde.

57
Amar

¿Qué puede hacer una criatura más que,


entre criaturas, amar?
¿Amar y olvidar,
amar y malamar,
amar, desamar, amar?
¿Siempre, y hasta con los ojos vidriosos, amar?

¿Qué puede hacer, pregunto, el ser amoroso,


solo, en rotación universal, sino
girar también, y amar?
¿Amar lo que el mar trae a la playa,
lo que sepulta, y lo que, en la brisa marina,
es sal, o precisión de amor, o simple anhelo?

Amar solemnemente las palmeras del desierto,


lo que es entrega o adoración expectante,
y amar lo inhóspito, lo áspero,
un jarrón sin flor, un suelo de hierro,
y el pecho inerte, la calle vista en sueños, y un ave de rapiña.

Éste es nuestro destino: amor sin cuenta,


repartido entre cosas pérfidas o nulas,
don ilimitado a una completa ingratitud,
y en la cáscara vacía del amor la búsqueda temerosa,
paciente, de más y más amor.

Amar nuestra propia falta de amor, y en nuestra sequedad


amar el agua implícita, y el beso tácito, y la sed infinita.

58
Una vaca ve a los hombres

Tan delicados (más que un arbusto) y corren


y corren de un lado para el otro, siempre olvidándose
de algo. Ciertamente, les falta
no sé qué atributo esencial, aunque a veces se muestran
nobles y graves. Ah, terriblemente graves,
hasta amenazadores. Infelices, se diría que no escuchan
ni el canto del aire ni los secretos del heno,
así como tampoco parecen percibir lo que es visible
y común a cada uno de nosotros, en el espacio. Y se quedan tristes,
y en la huella de la tristeza llegan a la crueldad.
Toda su expresión vive en los ojos: y se pierde en un simple
pestañeo, en una sombra.
Nada en los pelos, en las extremidades de fragilidad inconcebible,
y como en ellos hay poco de montaña
y cuánta sequedad y recovecos, qué
imposibilidad de organizarse en formas calmas,
permanentes y necesarias. Tienen, tal vez,
cierta gracia melancólica (un minuto) y con eso se hacen
perdonar la agitación incómoda y el traslúcido
vacío interior que los vuelve tan pobres y necesitados
de emitir sonidos absurdos y agónicos: deseo, amor, celos
(¿qué sabemos nosotras?), sonidos que se quiebran y caen en el campo
como piedras afligidas y queman la hierba y el agua,
y es difícil, después de esto, rumiarnos nuestra verdad.

(De Claro Enigma, 1951)

59
Domicilio

. ...el departamento abría


al mundo las ventanas y los chicos
buscaban en la brisa las noticias
de la vida a vivir o la inconsciente

nostalgia de uno mismo. La pobreza


de la tierra era grande entre metales
que la calle juntaba a cuerpos feos,
dudosos, en su apuro. En la terraza

en soledad los ecos reculaban


y cada exilio se volvía muchos
y otra ciudad fuera de la ciudad

ensartada a un anzuelo iba subiendo,


una curvada pesca, un mal difuso,
problema de existir, amor sin uso.

60
El cuarto en desorden

A los cincuenta, curva peligrosa,


derrapé en este amor. ¡Dolor! Qué pétalo
tan sensible y secreto me atormenta
y la síntesis causa de una flor

que no se sabe cómo se hace: amor,


en lo esencial de la palabra, y mudo
de natural silencio ya no cabe
en tanto gesto de agarrar y amar

la nube que de ambigua se diluye


en ese objeto aún más vago que ella
y más prohibido, ¡cuerpo!, cuerpo, cuerpo,

la verdad tan final, la sed tan varia,


y ese caballo suelto por la cama,
que pasea en el pecho de quien ama.

61
Eterno

Qué aburrido que se hizo ser moderno.


Ahora voy a ser eterno.

¡Eterno! ¡Eterno!
El Padre Eterno,
la vida eterna,
el fuego eterno.

(Le silence éternel de ces espaces infinis m’effraie.)

–¿Qué es lo eterno, Yayá Lindinha?


– ¡Ingrato! Es el amor que yo te tengo.

Eternalidad eternitis eternativamente


eternuábamos
eternísimo
A cada instante se crean nuevas categorías de lo eterno.

Eterna es la flor que se marchita


si alcanza a florecer
es el bebé recién nacido
antes de que le den nombre
y le comuniquen el sentimiento de lo efímero
es el gesto de atar y besar
en la visita del amor a las almas
eterno es todo aquello que vive una fracción de segundo
pero con tal intensidad que se petrifica y ninguna fuerza lo deshace
y mi mamá en mí ahora que pienso en ella
de tanto que la perdí por no pensarla
es lo que se piensa en nosotros si estamos locos
es todo lo que pasó, porque pasó
es todo lo que no pasa, porque no existió
eternas las palabras, eternos los pensamientos; y pasajeras las obras.
Eterno, ¿pero hasta cuándo? Es esa marejada en nosotros de un mar profundo.
Naufragamos sin playa; y en la soledad de los delfines nos hundimos.
Es tentación y vértigo; y también la pirueta de los ebrios.

¡Eternos! Eternos, miserablemente.


El reloj en la muñeca es nuestro confidente.

Pero no quiero ser otra cosa que eterno.


Que los siglos se pudran y no quede más que una esencia

62
o ni siquiera eso.
Y que yo desaparezca pero quede este piso barrido donde se posó una sombra
y que no quede el piso ni quede la sombra
pero que la necesidad urgente de ser eterno flote como una esponja en el caos
y entre océanos de nada
engendre un ritmo.

63
Elegía

Gané (perdí) mi día.


Y cae esa cosa fría
que también llaman noche, y el frío al frío
en bruma se entrelaza, en un suspiro.

Y me pregunto y me respiro
en la fuga de este día que era mil
para mí que esperaba
los grandes soles violentos, me sentía
tan rico de este día
que ahí se fue, secreto, al cerro frío.

¿Perdí mi alma en la flor del día o ya había perdido


mucho antes su vaga pedrería?
¿Pero cuándo me perdí, si estoy perdido
antes de haber nacido,
y nací consagrado a la pérdida
de frutos que no tengo ni recogía?

Gasté mi día. Me perdí en él.


De tantas pérdidas, un camino claro
sin duda se abriría
de mí hacia mí, lápida fría.
Lo árboles afuera se meditan.
El invierno es caluroso en mí, que lo estoy acunando,
y en mí va derritiéndose
esté terrón de sal que está llorando.

Ah, basta de lamentos y de versos dichos


al oído de alguien sin rostro y sin justicia,
al oído de la pared,
al liso oído goteante
de una pileta que desconoce el tiempo, e hila
su tapiz de agua, distraída.

Y voy a retirarme
al cofre de fantasmas, adonde la noticia
de los perdidos no llegue ni incite
los ojos policiales del amor vigía.
No me busquen, que me perdí yo mismo
como se matan los hombres, y las anguilas
se retiran a su escondite, en el agua fría.

64
Día,
espejo de proyecto no vivido,
y, con todo, vivir era flamante
en la promesa de los dioses; y es tan ríspido
en medio de los oratorios ya vacíos
en que el alma barroca intenta reconfortarse
pero sólo vislumbra el frío en otro frío.

Dios mío, esencia extraña


al vaso que me siento, o forma vana,
puesto que, en tanto esencia, yo no habito
Tu arquitectura inmerecida;
Dios mío, conflicto mío,
ni Te rindo cuentas ni desafío
las garras inefables; así, asisto
a mi desmonte palmo a palmo y no me aflijo
de volverme planicie que ya pisan
siervos y vacas y militares al servicio
de la sombra, y un chico
que el tiempo nuevo me anuncia y niega.

Tierra a la que me inclino bajo el frío


de mi frente que se alarga,
y siento más presente cuanto más aspiro
en vos el humo antiguo de los los parientes,
tierra mía, me tenés; y a tu cautivo
paseás afablemente
como ante quien va a morir se extiende la vista
de espacios luminosos, intocables:
en mí lo que resiste son tus poros.
Corto el frío de la hoja. Soy tu frío.

Y soy mi propio frío que me cierro


lejos del amor deshabitado y líquido,
amor en que me amaron y me hirieron
siete veces por día en siete días
de siete vidas de oro,
amor, fuente de eterno frío,
mi pena desierta, al fin de marzo,
amor, ¿quién contaría el cuento?
Y ya no sé si es juego o si es poesía.

65
(De Fazendeiro do ar, 1954)

66
Desnudez

No cantaré amores que no tengo


y, cuando tuve, nunca celebré.
No cantaré la risa que no reí,
y que si riese, les daría a los pobres.
Mi materia es la nada.
Jamás le canté a algo de la vida:
si el canto sale de la boca ensimismada,
pues la brisa lo trajo, se lo lleva la brisa,
y no sabe la planta qué viento la visita.

¿O sabrá? Algo, tal vez, de nosotros se transmite,


aunque disperso y vago, tan extraño,
que si regresa a mí, al que lo apacentaba,
su oro presunto es cobre y es estaño,
estaño y cobre,
y lo que no es maleable deja de ser noble,
y no era amor aquello que se amaba.

Ni era dolor aquello que dolía;


¿o duele ahora cuando ya se fue?
¿Hay dolor que se sepa dolor y no se extinga?
(No le cantaré al mar: que el mar se vengue
de mi silencio en este caracol)
¿Qué sentimiento vive y ya prospera
cavándonos la tierra necesaria
a fin de sepultarse de la manera austera
de quien vive su muerte?
No cantaré lo muerto, porque es el canto mismo.
Ya no sé del espanto,
de la húmeda aparición que viene desde el norte,
y va del sur, y cuatro, hacia los cuatro vientos
ajusta en mí su terno de lamentos.
No canto, pues no sé, y toda sílaba,
al acaso reunirse a su hermana,
las veo convertirse en serpientes irritadas.

Amante de serpientes, pasaré


mi vida boca abajo sobre el césped,
viendo la línea curva que se extiende,
o se contrae y atrae, más allá de la pobre
área de luz de nuestra geometría.
Estaño, estaño y cobre,

67
tal como mis pecados, cuánto más me escapé
de lo que finalmente capturé,
ya no apuntando a blancos inmortales.

Oh, descubrimiento retardado


por la fuerza de ver.
Oh encuentro de mí, en mi silencio,
Configurado, lleno, en una casta
expresión de temor que se despide.
El golfo más dorado me circunda
con apenas cerrarse una ventana.
Y ya no juego a la luz. Y doy noticia estricta
de lo que duerme
bajo placa de estaño, sueño informe,
recordar de raíces, aún menos,
un callar de serenos,
deshidratados, sublimes osarios
sin huesos;
la muerte sin los muertos; la perfecta
anulación del tiempo en varios tiempos,
al fin la desnudez más allá de los cuerpos
que modelan praderas en el vacío del alma,
que es apenas un alma, y se disuelve.

68
Especulaciones en torno a la palabra hombre

¿Pero qué es un hombre,


qué hay debajo del nombre,
una geografía?

¿Un ser metafísico?


¿Una fábula
sin signo que la desarme?

¿Cómo puede el hombre


sentirse a sí mismo
cuando el mundo se escapa?

¿Cómo va el hombre
junto a otro hombre
sin perder el nombre?

¿Y no pierde el nombre
y la sal que come
en nada le acrecienta

ni le quita
lo que el padre le dio?
¿Cómo se hace un hombre?

¿Apenas acostarse,
copular, a la espera
de que del abdomen

brote la flor del hombre?


¿Cómo hacerse
a uno mismo, antes

de hacer al hombre?
¿Fabricar al padre
y al padre y a otro padre

y un país más lejano


que el primer hombre?
¿Cuánto vale el hombre?

¿Menos, más que su peso?


¿Hoy más que ayer?

69
¿Vale menos, viejo?

¿Vale menos, muerto?


¿Menos uno que otro,
si el valor del hombre

es medida del hombre?


¿Cómo muere el hombre,
cómo empieza a?

¿Su muerte es hambre


que a sí misma se come?
¿Muere a cada paso?

¿Cuando duerme, muere?


¿Cuando muere, duerme?
¿La muerte del hombre

se parece al chicle
que masca, al ponche
que sorbe, al sueño

al que juega, sin saber


si está cerca, lejos?
¿Muere, sueña el hombre?

¿Por qué muere el hombre?


¿Explora otra forma
de existir sin vida?

¿Husmea otra vida


que no esté repetida
en un loco horizonte?

¿Indaga a otro hombre?


¿Por qué la muerte y el hombre
andan de la mano

y son tan graciosas


las horas del hombre?
¿Pero qué es un hombre?

¿Tiene miedo de la muerte,


se mata, sin miedo?

70
¿O lo mata el miedo

con puñal de plata


nudo de corbata,
salto desde el puente?

¿Por qué vive el hombre?


¿Quién lo fuerza a eso,
prisionero inocente?

¿Cómo vive el hombre,


si es verdad que vive?
¿Qué esconde en la frente?

¿Y por qué no cuenta


su todo secreto
aún de forma indirecta?

¿Por qué miente el hombre?


¿Miente miente miente
desesperadamente?

¿Por qué llora el hombre?


¿Qué llanto compensa
el mal de ser hombre?

¿Qué dolor es el hombre?


¿El hombre cómo puede
descubrir que le duele?

¿Tiene alma el hombre?


¿Y quién puso en el alma
algo que la destruye?

¿Cómo sabe el hombre


cuál es su alma
y cuál el alma anónima?

¿Para qué sirve el hombre?


¿Para abonar flores,
para tejer historias?
¿Para servir al hombre?
¿Para crear a Dios?
¿Sabe Dios del hombre?

71
¿Y sabe el diablo?
¿Cómo quiere el hombre
ser destino, fuente?

¿Qué milagro es el hombre?


¿Qué sueño, qué sombra?
¿Pero existe el hombre?

(De A vida passada a limpo, 1959)

72
Destrucción

Los amantes se aman con crueldad,


y como se aman tanto no se ven.
En el otro se besan, reflejados.
¿Dos amantes, qué son? Dos enemigos.

Los amantes son chicos consentidos


por el mimo de amar: y no perciben
cuánto se pulverizan en su abrazo
y cómo el mundo vuelve a ser la nada.

Nada, nadie. El amor, puro fantasma


que los recorre, leve, como cobra
impresa en el recuerdo de su huella.

Y ellos quedan mordidos para siempre.


No existen más. Lo que existió, no obstante,
continúa doliendo eternamente.

73
Cerámica

Los pedazos de la vida, pegados, forman una extraña taza.

Sin uso,
nos espía desde la alacena.

74
Ciencia ficción

El marciano se encontró conmigo en la calle


y tuvo miedo de mi imposibilidad humana.
¿Cómo puede existir, pensó, un ser
que en existir ponga tamaña anulación de existencia?

Se alejó el marciano, y yo lo perseguí.


Tenía necesidad de él como de un testimonio.
Pero, rehuyendo la charla, se desintegró
en el aire constelado de problemas.

Y quedé solo en mí, de mí ausente.

(De Liçao de coisas, 1962)

75
El dios mal informado

En el camino donde pisó un dios


hace tanto tiempo que el tiempo no se acuerda
queda el sueño de los pies
sin peso
sin dibujo.

Quien pase por ahí, en una fracción de segundo,


se erige en dios, ignorante, dios hambriento,
con nostalgia de existencia.

Sigue adelante en busca de su rastro,


que es un temblor radiante, una opulencia
de imposibles, capullos de lo posible.

Pero el camino se parte, se milparte,


y la flecha no apunta
hacia ningún destino, y el trazo ausente
transforma al hombre en hombre, nuevamente.

76
Comunión

Todos mis muertos estaban de pie, en círculo,


yo en el centro.
Ninguno tenía cara. Eran reconocibles
por la expresión del cuerpo y por lo que decían
en el silencio de sus ropas más allá de la moda
y de las telas; ropas no anunciadas
ni vendidas.
Ninguno tenía cara. Lo que decían
excusaba respuesta,
se quedaba parado, suspendido en el salón, objeto
denso, tranquilo.
Noté un lugar vacío en la ronda.
Lentamente fui a ocuparlo.
Surgieron todas las caras, iluminadas.

(De A falta que ama, 1968)

77
Declaración en juicio

Pido disculpas por ser


el sobreviviente.
No por mucho tiempo, claro.
Tranquilícense.
Pero debo confesar, reconocer,
que soy sobreviviente.
Si es triste/cómico
quedarse sentado en la sala
cuando terminó el espectáculo
y se cierra el teatro,
es más triste/grotesco quedarse en el escenario,
actor único, sin papel,
cuando el público ya se dio media vuelta
y sólo cucarachas
circulan por el aserrín.

Presten atención: no tengo culpa.


No hice nada para ser
sobreviviente.
No les rogué a los altos poderes
que me preservaran tanto tiempo.
No maté a ninguno de mis compañeros.
Si no salí violentamente,
si me permití quedarme quedarme quedarme,
fue sin segundas intenciones.
Me dejaron acá, eso es todo,
y se fueron todos, uno por uno,
sin avisar, sin hacer señas,
sin decir adiós, todos se fueron.
(Hubo quienes perfeccionaron el silencio).
No me quejo. Ni los censuro.
Sin duda no tuvieron intención
de dejarme abandonado a mí mismo,
perplejo,
destripado.
No pensaron que sobraría uno.
Fue eso. Me volví, me volvieron
sobreviviente.

Si se admiran de que esté vivo,


aclaro: estoy sobrevivo.
Vivir, propiamente, no viví

78
más que en proyecto. Aplazamiento.
Calendario del año próximo.
Nunca noté que estaba viviendo
cuando, a mi alrededor, cuántos vivían. Cuánto.
Alguna vez los envidié. Otras, sentía
pena por tanta vida que se agotaba en el vivir,
mientras que el no vivir, el sobrevivir
duraban, perdurando.
Y me ponía a un costado a esperar,
contradictoria y simplemente,
que llegara la hora de también
vivir.
No llegó. Digo que no. Fueron puros ensayos,
pruebas, ilustraciones. La verdadera vida
sonreía lejana, indescifrable.
Desistí. Me retiré
cada vez más, caracol, al caparazón. Ahora
soy sobreviviente.

El sobreviviente incomoda
más que el fantasma. Sí: a mí mismo
me incomodo. El reflejo es una prueba feroz.
Por más que me esconda, me proyecto,
me devuelvo, me provoco.
En vano amenazarme. Vuelvo siempre,
todas las mañanas me vuelvo, dado vuelta,
con la exactitud de un cartero que reparte malas noticias.
Todo el día es día
de verificar mi fenómeno.
Estoy donde no están
mis raíces, mi camino:
donde quedé,
insistente, reiterado, penoso
sobreviviente
de la vida que aún
no viví, juro por Dios y el Diablo, no viví.

Ahora que confesé, ¿qué pena


me aplicarán, o qué perdón?
Sospecho que no hay nada que hacer
a mi favor o en mi contra.
Ni hay técnica
para hacer, deshacer
lo deshecho infactible.

79
Si soy sobreviviente, soy sobreviviente.
Hay que reconocerme esta cualidad
que, a fin de cuentas, lo es. Soy el único, ¿entienden?,
de un grupo muy antiguo
del que no hay memoria en las calles
y en los videos.
El único que permanece, duerme,
come, orina,
tropieza, incluso sonríe
en rápidas ocasiones, pero les aseguro que sonrío,
como en este momento estoy sonriendo
por ser –¿con deleite?– sobreviviente.

¿Y apenas esperar, está bien?


Que pase el tiempo de la supervivencia
y todo se resuelva sin escándalo
ante la justicia indiferente.
Acabo de notar, y sin sorpresa:
no me oyen en el sentido de entender,
ni les importa que un sobreviviente
venga a contar su caso, a defenderse
o acusarse, todo es la misma
ninguna cosa, y blanca.

80
Paisaje: cómo se hace

¿Este paisaje? No existe. Existe espacio


vacío, a sembrar
de espacio retrospectivo.

¿La presencia de la sierra, de las cecropias,


de las fuentes, qué presencia?
Todo es más tarde.
Veinte años después, como en los dramas.

Puesto que el ver no ve; el ver recoge


fibras de camino, de horizonte,
y no advierte que las recoge
para algún día tejer tapices
que son fotografías
de inadvertidas tierras visitadas.

El pasaje va a ser. Ahora es un blanco


que se va a teñir de verde, de marrón, de ceniza,
pero el color no se pega a las superficies,
no modela. La piedra sólo es piedra
en el lejano madurar.
Y el agua de este riacho
no moja el cuerpo desnudo:
moja más tarde.
El agua es un proyecto de vivir.

Se abre un portón. Chirría. Indiferente.


Una vaca-silencio. Ni la miro.
Un día este silencio-vaca, este chirriar,
van a latir en mí, perfectos,
existentes de frente,
de costado, de perfil,
tangibilísimos. Alguien pregunta acá al lado:
¿Qué te pasa?
No me pasa nada,
salvo el sonido-portón, la vaca silenciosa.

Paisaje, país
hecho de pensamiento del paisaje,
en la creativa distancia espaciotiempo,
al margen de grabados, documentos,
cuando las cosas existen con violencia

81
más de lo que existimos nosotros: nos pueblan
y nos miran, nos clavan los ojos. Contemplados,
sumisos, de ellas somos pasto,
somos el paisaje del paisaje.

(De As impurezas do branco, 1973)

82
Buscar qué

Lo que tanto buscamos siempre no es esto ni aquello. Es otra cosa.


Si me preguntan qué, no respondo, porque no es asunto de nadie lo que estoy buscando.
Aunque quisiese responder, no podría. No sé lo que busco. Debe ser por eso mismo que
busco.
Me llaman bobo porque vivo mirando por acá y por allá, los nidos, los caracoles, las ollas, las
hojas de banana, las grietas de la pared, los espacios vacíos.
Hasta ahora no encontré nada. O encontré cosas que no eran lo que buscaba sin saber, y
deseaba.
Mi hermano dice que no entiendo nada, porque no siento el placer de los otros en el agua de
la represa, la comida, las escondidas, y busco inventar un placer que nadie sintió todavía.
Él tiene experiencia en el campo y la ciudad, sabe explorar los mundos, las horas. Yo me
tropiezo en lo posible, y no renuncio a descubrir lo que hay debajo de la cáscara de lo
imposible.
Un día lo voy a descubrir. Va a ser fácil, existente, de agarrar en la mano y de sentir. No sé
lo que es. No me imagino forma, color, tamaño. Ese día me voy a reír de todos.
O no. Lo que me espera no voy a poder mostrárselo a nadie. Va a tener que ser invisible
para todo el mundo, menos para mí, que de tanto buscar me merezco encontrar y me gané el
derecho de esconder.

83
Cuidado

La puerta cerrada
no abras.
Puede ser que encuentres
lo que no buscabas
ni esperabas.

En la oscuridad
puede ser que te topes
con la pareja de pie
intentando amarse
apresuradamente.

Puede ser que la vela


que traés en la mano
te revele, trémula,
tu esclava nueva,
tu dueño-marido.

Si no tenés cuidado, la puerta


apenas cerrada
te puede contar
el cuento que no querés
saber.

84
Mujer vestida de hombre

Dicen que a la noche Márgara pasea


vestida de hombre de la cabeza a los pies.
Va de traje negro, con sombrero de liebre
enterrado en la cabeza, asume
el ser diverso que en ella se esconde,
ser poderoso: compensa
la fragilidad de Márgara en la cama.

¿Qué va a buscar Márgara? ¿A quién?


A nadie, nada, más que a ella misma,
harta de ser mujer. La ropa la viste
de otra existencia por algunas horas.
Con su traje negro, huye de los faroles
delatores; huye de las persianas
abiertas; huye de todo
Márgara hombre sólo cuando es de noche.

Pantalones largos, cigarrillo encendido


(Márgara fuma, vestida de hombre)
cruza, en procesión solitaria, las calles
que nunca vieron a una mujer así.
Yo tampoco la veo, que estoy dormido.
Sé porque me lo cuentan. ¿No la vio nadie?
Pero es vox pópuli: sombrero de ala ancha,
cachemira negra, botas negras,
tal vez bastón,
¿tal vez? revólver.

Esta noche –ya lo decidí– me levanto,


salgo subrepticiamente, sorprendo a Márgara,
la miro bien,
y no grito, reprobando
el clandestino, inconcebible hábito.
Soy su amigo, sin deseo,
amigo-amigo puro,
de ésos que entienden sin preguntar.

No tenés por qué contarme lo que no le contás


a tu marido ni a tu amante.
La (él) esquiva Márgara sonríe
y vamos de la mano,
niño-hombre, mujer-hombre,

85
de noche por las calles paseando
el disgusto del mundo malformado.

(De Boitempo, 1968/1973/1979)

86
Las contradicciones del cuerpo

Mi cuerpo no es mi cuerpo,
es ilusión de otro ser.
Sabe el arte de esconderme
y es sagaz hasta tal punto
que me esconde a mí de mí.

Mi cuerpo no es mi agente,
sino mi sobre cerrado,
mi revólver de asustar.
Se volvió mi carcelero,
me conoce más que yo.

Mi cuerpo apaga el recuerdo


que tenía de mi mente.
Me inocula su emoción,
me ataca, hiere y condena
por no cometidos crímenes.

Y su treta más diabólica


es la de fingirse enfermo.
Me va cargando de males
que teje a cada momento
y con repulsión me pasa.

Mi cuerpo inventó el dolor


a fin de volverlo interno,
integrante de mi ello,
apagador de la luz
que ahí intentaba extenderse.

Otras veces se divierte


sin que yo lo sepa o quiera,
y en ese placer maligno
que va impregnando mis células,
se burla de mi mutismo.

Mi cuerpo me hace salir


a buscar lo que no quiero,
y me niega, al afirmarse,
como señor de mi yo
convertido en servil perro.

87
Mi placer más refinado
no soy yo el que va a sentirlo
Es él que, por mí, rapaz,
le da restos masticados
a mi apetito absoluto.

Si me trato de alejar
o, abstrayéndome, ignorarlo,
vuelve a mí con todo el peso
de su carne corrompida,
de su tedio, su desánimo.

88
El minuto después

Desnudez, último velo del alma


que aún así permanece oculta.
El lenguaje fértil del cuerpo
no la detecta ni la descifra.
Pero más allá de la piel, de los músculos,
de los nervios, la sangre, de los huesos,
rechaza el íntimo contacto,
el casamiento floral, el abrazo
divinizante de la materia
para siempre embriagada
por la sublime conjunción.

Ay de nosotros, mendigos hambrientos:


presentimos sólo las migajas
de ese banquete más allá de las nubes
contingentes de nuestra carne.
Y por eso la voluptuosidad es triste
un minuto después del éxtasis.

89
Ausencia

Por mucho tiempo pensé que la ausencia era una falta.


E, ignorante, la falta me afligía.
Hoy no me aflige.
No hay falta en la ausencia.
La ausencia es un estar en mí.
La siento, blanca, tan pegada, arropada en mis brazos,
que río y bailo, e invento exclamaciones alegres,
porque la ausencia, esa ausencia asimilada,
nadie me la puede robar.

90
Verdad

La puerta de la verdad estaba abierta,


pero sólo dejaba pasar
a media persona por vez.

Así no era posible llegar a toda la verdad,


porque la media persona que entraba
sólo traía de vuelta el perfil de media verdad.
Y su segunda mitad
volvía igualmente con medio perfil.
Y los medios perfiles no coincidían.

Reventaron la puerta. Derribaron la puerta.


Llegaron al lugar luminoso
donde la verdad resplandecía con sus fuegos.
Estaba dividida en mitades
diferentes la una de la otra.

Se llegó a discutir cuál mitad era la más hermosa.


Ninguna de las dos era totalmente hermosa.
Había que elegir. Cada uno eligió conforme
a su capricho, su ilusión, su miopía.

(De Corpo, 1984)

91
Unidad

Las plantas sufren como sufrimos nosotros.


¿Por qué no habrían de sufrir,
si ésa es la llave de la unidad del mundo?

La flor sufre, tocada


por una mano inconsciente.
Hay una queja ahogada
en su docilidad.

La piedra es sufrimiento
paralítico, eterno.

Nosotros, animales, no tenemos


siquiera el privilegio de sufrir.

92
La casa del tiempo perdido

Golpeé a la puerta del tiempo perdido, nadie me atendió.


Golpeé una segunda vez, y otra vez, y otra vez.
No hubo respuesta.
La casa del tiempo perdido está cubierta de hiedra
por la mitad; la otra mitad son cenizas.

Casa donde no vive nadie, y yo golpeando y llamando


por el dolor de llamar y no ser escuchado.
Simplemente golpear. El eco me devuelve
mis ansias de entreabrir esos palacios helados.
La noche y el día se confunden en la espera,
en golpear y golpear.

El tiempo perdido ciertamente no existe.


Es un caserón vacío y condenado.

(De Farewell, 1996).

93

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