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JOHN HENRY NEWMAN

LA OBEDIENCIA A LA CONCIENCIA

BREVE BIOGRAFÍA
AUTOR: P. Enrique Santayana Lozano C.O.
Sacerdote de la Congregación del Oratorio de Alcalá de Henares

Este texto es el que he usado como base, ya en varias ocasiones, para presentar la figura
del beato J. H. Newman. El texto es ligeramente más extenso que las exposiciones orales en
las que lo he usado.

Dado el carácter pastoral de estas presentaciones, en un contexto del todo alejado del
académico, al componerlo no me preocupé en exceso de anotar todas las referencias
bibliográficas que una publicación escrita requeriría. Aparecen entrecomilladas, pero sin
indicar su origen, aunque casi todas las que faltan corresponden o a la Apologia1 o a dos
biografías de Newman, la de José Morales y la de Rafael Pardo2.

I. INTRODUCCIÓN

Queridos amigos:
Hace exactamente una semana que hemos empezado en ese lugar los ejercicios
ordinarios del Oratorio Seglar. Me refiero al rezo común y a la meditación del Rosario,
a la exposición de la vida de los santos y al resto de los ejercicios que hacemos para
fortalecer nuestra fe y nuestra vida cristiana. Lo hemos hecho durante años en Parla,
ahora empezamos a hacerlo aquí, en la Iglesia del Oratorio de Alcalá.
Justamente por empezar aquí una nueva etapa, al llegar la fiesta del beato J. H.
Newman, que nos trajo a muchos de nosotros hasta san Felipe Neri, hacemos
exposición de su vida; o, si queréis, volvemos a ella, porque muchos ya escuchasteis
una exposición muy similar poco después de participar en la ceremonia de la
beatificación de Newman.
***

1 JOHN HENRY NEWMAN, Apoligia pro vita sua (Encuentro, Madrid 1996)

2 JOSÉ MORALES MARÍN, Newman (1801-1890) (Rialp, Madrid 1990); RAFAEL PARDO, Yo, Cardenal Newman (Cobel

ediciones, Alicante 2010).


1


No sé si alguna vez os habéis estremecido al saber que pertenecíais a algo
realmente grande y valioso, al entender que erais parte de algo mucho más grande que
vosotros mismos. A mí me ha pasado con relativa frecuencia, la verdad. Recuerdo una
vez que, al entrar en la catedral de Palencia, sentí como si aquellas viejas piedras
albergasen la vida de una iglesia milenaria y viva. Era más que estar entre viejos muros
cargados de recuerdos, era como estar en medio de hombres vivos, que se yerguen
desde la tierra hasta más allá del cielo visible. Era como ser empujado por esa fuerza
hacia lo eterno. Otras veces he experimentado lo mismo al entrar en las catedrales
góticas.
En otra ocasión tuve que ir al pueblo de mi madre para celebrar el matrimonio de
unos primos. Dentro de la Iglesia imaginé que allí mismo habrían rezado y habrían
recibido la vida cristiana un sin fin de ascendientes míos: mi propia madre, mi abuela,
mi bisabuela y tantos otros a los que no conocí. Sentí que pertenecía a una historia y a
una vida que había empezado mucho antes de que yo fuese concebido y sentí que tenía
una responsabilidad respecto a esa vida de cara al futuro.
En otro momento, cuando murió mi padre entendí que, ante la fuerza del pecado y
de la muerte, el hombre solo, aislado, el hombre individuo, es muy poca cosa, un ser
muy endeble, un ser sin futuro. Entendí también, que, por el contrario, era muy grande
el poder de un pueblo que tiene entre sus miembros a san Agustín o San Francisco o a
Santa Teresa, más aún, que tiene como cabeza al mismo Cristo, vencedor de la muerte.
Entendí que el hombre que vive en relación, que forma parte de ese pueblo, tiene un
gran poder. Solo la pertenencia a este pueblo de santos nos da la garantía de poder ir
más allá de todos los límites y alcanzar a Dios.
Ante la tumba de san Pedro y ante la tumba de Juan Pablo II, recitando el Símbolo
de la fe, de la fe de los Apóstoles, ¡cuántas veces he querido entender que formaba
parte de este pueblo inmenso! ¡Cuántas veces he pedido ser de los suyos! ¡Cuántas
veces he pedido que me tomasen en su compañía! Un pueblo de santos, un pueblo de
vivos, que recorre la historia vivificando el mundo con la gracia de Cristo y que no
parará de recorrer el tiempo hasta entrar en la Eternidad de Dios.
Asomarse a la vida de Newman produce un efecto semejante de estremecimiento.
Que Dios nos conceda la gracia de su amistad; y que su amistad nos introduzca en el
misterio de la Iglesia y nos ponga en camino hacia lo verdadero, lo bello y lo santo.
***
John Henry Newman nació en 1801 y murió en 1890, ocupando así prácticamente
todo el siglo XIX. Durante su vida, Newman influyó decisivamente en Inglaterra, pero
2


después de su muerte, su influencia se proyectó mucho más lejos. Hablamos de alguien
que ha dejado un influjo permanente, de un verdadero gigante del pensamiento y del
espíritu.
Como es imposible abarcar en una sola charla su vida, me centraré en tres
momentos clave de su existencia, tres momentos de un sufrimiento indecible y, a la
vez, de un gran crecimiento espiritual. El primero le sobreviene con 15 años y dura
unos meses. Es su primera conversión. El segundo tiene lugar con 44 años, es su tercera
conversión3 y significará su abandono de la Iglesia Anglicana y su acogida en la Iglesia
Católica. Entre medias, entre la primera y la tercera, hay una segunda conversión a la
que solo aludiré brevemente. El tercer momento en el que sí quiero pararme tiene lugar
después entre los 59 y los 63, un período de unos 4 años, un largo tiempo de gran
oscuridad.
Ciertamente la vida de Newman es mucho más amplia y que hubo muchas más
cosas: tiempos felices en su infancia, tiempos brillantes antes de su conversión a la
iglesia romana, cuando era el referente de la vida culta y religiosa británica, y tiempos
de paz profunda en la vida del Oratorio de Birmingham después de la publicación de
su Apologia, un libro al que luego haremos referencia.

II. LA PRIMERA CONVERSIÓN

Newman nace en una familia anglicana, es bautizado y educado en la Iglesia


anglicana. A los 7 años ingresa en un internado donde mostró su inteligencia despierta
y, al tiempo, su carácter tímido, sensible y nervioso. Era aficionado al estudio y
aprendía con facilidad… Desde los once años empezó a escribir composiciones en
prosa y en verso… Le encantaba la música. Tocaba el violín. Y disfrutaba con los baños
en el río y con largas caminatas.
En la enseñanza británica se avanzaba superando grados, que no tenían por qué
corresponder a una edad fija. Newman superó muy rápidamente todos los grados
previos a la universidad. A los quince años ya estaba en el nivel superior, recitando en
griego y representando obras de teatro en latín.

3 Hablamos de su conversion a la Iglesia de Roma como de su tercera conversion, siguiendo las tres conversiones a las que

alude Benedicto XVI en una cita que traeremos enseguida. Entre la primera y la tercera, tendríamos que señalar otra a la que
aludiremos de pasada en esta exposición.
3


Aquí nos paramos, en los 15 años de vida de John Henry Newman, para describir
su primera conversión.
Por un lado John había sido educado desde la infancia en la lectura de la Biblia y
experimentaba gran placer con esa lectura. Pero le gustaban también las novelas
románticas, que estaban de moda. Y no solo, a los catorce años ya había leído a Hume,
a Voltaire y a otros autores contrarios a lo que podríamos llamar un “sentimiento
religioso”. Leyendo a Voltaire, por ejemplo, había albergado la posibilidad de que no
existiese el alma. Tenía conocimiento sobrado de la doctrina cristiana, sin embargo
ninguna certeza religiosa determinante y la sombra del escepticismo se cierne sobre él.
Años después escribirá: «Recuerdo que en 1815 … pensaba yo que me gustaría ser
virtuoso, pero no religioso. Algo había en esto último que no me gustaba. Tampoco
entendía lo que significaba amar a Dios»4.
Curiosas palabras: «no entendía lo que significaba amar a Dios». Dios era para
Newman un desconocido, algo difuso y, en cualquier caso, irrelevante para la vida.
Pues bien, en marzo de 1816, su padre se arruina y la situación familiar cambia
drásticamente. A causa de este desastre, cuando llegan las vacaciones, John H. tiene
que quedarse en la escuela, solo: “Mis amigos ya se fueron” escribió en una carta5.
Además de quedar solo, enfermó. Seguramente fue el drama familiar lo que hizo mella
en su naturaleza sensible. Así en Agosto de 1816 sufrió una crisis nerviosa, algo que ser
repetirán más veces durante su vida.
Con la ruina familiar y la enfermedad vivió una verdadera crisis espiritual. En
primer lugar, experimentó la decepción de todo aquello llenaba su vida cotidiana,
como si nada fuese seguro ni digno de ser amado.
En segundo lugar, parece vivir los acontecimientos como un castigo de Dios:
«Estaba aterrorizado al sentir la mano dura de Dios que había caído sobre mí»6,
recordará años después. Pero era un castigo saludable, un castigo que le llamaba a la
conversión. El desasosiego y el sufrimiento profundo del alma le llevó a volver los ojos
a Dios. Fue «la primera de las terribles y agudas experiencias que viví, siendo un
muchacho de quince años, que me llevó a tomarme en serio el cristianismo, con
sufrimientos terribles, conocidos solamente por Dios»7.
El período de crisis durará hasta diciembre de ese mismo año, tiempo en el cual
abrió su alma a la influencia del reverendo Walter Mayers, un hombre excelente, según

4 J. H. NEWMAN, Suyo con afecto. Ed.de Víctor García Ruíz (Madrid 2002), 48
5 IAN KER, John Henry Newman (Madrid, 2010), 27
6 Ibid., 27
7 Ibid., 27


sus propias palabras, que dejó en él impresiones religiosas profundas, «como el
principio de una nueva vida»8.
La influencia del reverendo Mayer y la lectura de algunos libros, le llevaron a
«aislarme de los objetos que me rodeaban, en confirmar mi desconfianza en la realidad
de los fenómenos materiales y hacerme descansar en dos y solamente dos verdaderos y
luminosos seres: yo mismo y mi Creador»9.
Las palabras de un sermón escrito años después nos ayudan a entender lo que
pasó en su alma:
Aprendemos a desconfiar de este mundo y nos desengañamos de su amor,
hasta que al final lo terreno se convierte para nosotros como en un velo superfluo
que flota ante los ojos y que, a pesar de sus colores, no logra esconder lo que se ve
más allá. Comenzamos entonces a percibir, cada vez más, que solo hay dos seres en
todo el universo: nuestra propia alma y el Dios que la hizo. ¡Sublime, insospechada
y a la vez certísima verdad!10.

Benedicto XVI, unos días después de la beatificación de Newman hablaba sobre


esta primera conversión, como la conversión a la fe en el Dios vivo. Así lo explicaba él:
Hasta aquel momento, Newman pensaba como el hombre medio de su tiempo
y también como el de hoy, que no excluye la existencia de Dios, sino que
simplemente la considera como algo incierto y que, en cualquier caso, no
desempeña un papel esencial en la propia vida.

Para él, como para los hombres de su tiempo y del nuestro, lo que aparecía
como verdaderamente real era lo empírico, lo que se puede percibir materialmente.
Esta es la «realidad» según la cual se nos orienta. Lo «real» es lo tangible, lo que se
puede calcular y tomar con la mano.
En su conversión, Newman reconoce que las cosas están precisamente al
revés: que Dios y el alma, el ser mismo del hombre a nivel espiritual, constituye
aquello que es verdaderamente real, lo que vale. Son mucho más reales que los
objetos que se pueden tocar.
Esta conversión significa un giro copernicano. Aquello que hasta el momento
aparecía irreal y secundario se revela como lo verdaderamente decisivo. Cuando
sucede una conversión semejante, no cambia simplemente una teoría, cambia la
forma fundamental de la vida11.


8 Ibid., 27-28
9 Ibid., 28
10 J. H. NEWMAN, Sermones Parroquiales I (Encuentro, Madrid 2007), 58

11 BENEDICTO XVI, «Discurso a la Curia Romana con ocasión de la Navidad» (20, XII, 2010): ASS 103 (2011) 33-41


En la nueva situación de su espíritu, otras lecturas van a influir poderosamente en
el joven Newman.
Entre ellas, una obra le descubrió el tesoro de los Padres de la Iglesia, los grandes
escritores cristianos de los primeros siglos. “Leí la Historia de la Iglesia de Joseph
Milner, y quedé nada menos que enamorado de los largos extractos de san Agustín, de
san Ambrosio y de los otros Padres que encontré allí”12. Con el tiempo la lectura de san
Atanasio, de san Juan Crisóstomo, de san Agustín y de otros Padres de la Iglesia,
resultaría determinante para Newman.
Otro libro influyente fue La fuerza de la verdad, de Thomas Scott, que implantó en la
mente de Newman la idea de la Trinidad de Dios. El Dios Uno es Trinidad de
personas. “Fue él —dirá Newman— quien primero sembró en la profundidad de mi
mente esa verdad fundamental de la religión”13. Dirá también Newman: “Tuvo lugar
en mí un gran cambio de mente. Quedé bajo la influencia de un credo definido y recibí
en mi inteligencia impresiones de dogma, que, gracias a Dios, nunca se han borrado ni
oscurecido”14.
Pero la obra de Thomas Scott le hizo ver también que la vida religiosa consistía en
un desarrollo y crecimiento constante del espíritu en la búsqueda de Dios. La búsqueda
de Dios no podía sino ser acompañada por una progresiva y permanente adecuación
del hombre a la santidad de Dios. Newman entendió que esa búsqueda no tendría
descanso y que solo podría avanzar si avanzaba, a la vez en una vida de santidad. Era
necesaria la lucha, había que anteponer la santidad a la tranquilidad y la paz del
reposo. Así llegó a utilizar expresiones como “santidad en vez de paz” y “el
crecimiento es la única constancia de vida”, como jaculatorias con las que espolear su
espíritu15.
Junto a la conciencia de que no había nada más real y valioso que Dios, junto al
deseo de vivir para su servicio y el ideal de la santidad, se le impuso la certeza de que
Dios requería su vida para un sacrificio tal que implicaba el celibato y el
desprendimiento del mundo visible. Es algo digno de ser subrayado, porque esta
primera conversión había tenido como punto de apoyo la influencia del reverendo W.
Mayers, de tendencia calvinista. La idea del celibato era extraña a esta tendencia y a
todas los contactos que hasta ese momento había tenido Newman. Tampoco las

12 KER, Newman, 29
13 Ibid., 28
14 NEWMAN, Apologia, 31
15 KER, Newman, 28


lecturas que hizo le llevarían en la dirección que al fin tomó. El celibato era una idea
repudiada tanto por los protestantes evangélicos como por el anglicanismo en general.
Era una idea que le llegó como conclusión personalísima suya de su deseo de santidad,
una verdadera llamada de Dios.
Así, con los 15 años, J. H. Newman empezó a hacer oración en serio, a esforzarse
por vivir según las exigencias morales de Cristo y a aspirar a la compañía de Dios.
Hemos dado cuanta así del primer gran momento de su sufrimiento y crisis que se
saldó con su primera conversión, a los 15 años.

III. UNIVERSIDAD Y AÑOS DE ASCENSO. SEGUNDA CONVERSIÓN Y


LÍDER DEL MOVIMIENTO DE OXFORD

El tiempo nos obliga a resumir mucho un amplio periodo en la vida de Newman,


desde que llega a Oxford como estudiante hasta que se convierte en el líder de lo que
se dio en llamar el movimiento tractariano o el movimiento de Oxford.
Newman llegó como estudiante con 16 años, con 20 estaba titulado, con 21 es ya
profesor y se codea con hombres de gran talla intelectual. Da clases de matemáticas,
lógica, griego, latín, retórica… Con 25 ascenderá en su carrera, será nombrado tutor y
examinador oficial. Y su influencia será cada vez mayor. Con 29 años tiene un
enfrentamiento con su director y presenta la dimisión.
En paralelo, a los 23 años es ordenado diácono y a los 24 es ordenado presbítero de
la Iglesia anglicana. A los 28 años es nombrado párroco y comienza la etapa más
brillante en la predicación de Newman. Los sermones dominicales predicados en Santa
María le convierten en un predicador famoso en toda Inglaterra.
En medio de su evidente éxito y de las tentaciones de soberbia que le
acompañaron, Newman no dejaba de ser un hombre de carácter nervioso. Una
anécdota que él mismo cuenta nos da una idea cómo vivía las cosas:
Después de mi primer sermón universitario el 2 de julio de 1826, me tuve que
echar en el sofá, retorciéndome, solo de pensar en el ridículo que acababa de
hacer16.


16 NEWMAN, Suyo con afecto, 48


Intentemos bosquejar el estado general de su espíritu en estos años. Su primera
conversión había dejado en él certezas que no se borrarán en la vida. Sin embargo
cuando es hecho fellow de Oriel sus primeros amigos y protectores se caracterizan por
la vivencia de un cristianismo separado de cualquier estructura eclesial, sin referencia a
los sacramentos o a la sucesión apostólica, es decir al ministerio de los obispos, sin
sujeción a más dogmas que el que les impone las evidencias racionales. Es la tendencia
de la teología liberal, una teología sin dogmas, una teología sin fe.
Era aquél un espíritu de cierta soberbia intelectual que convivía muy bien en
Oxford con un ambiente mundano, marcado por la vanidad y la búsqueda de prestigio
y de posición. En muchas de sus notas personales, Newman deja ver cómo también él
es atacado por estas tentaciones de la vanidad mundana. El ambiente de Oxford queda
muy bien reflejado en este pasaje que forma parte de una novela posterior que nuestro
autor escribió años después en Roma:
Allí predomina el aire mundano, incompatible con el espíritu del Evangelio
[…] Lo que […] todo el mundo busca allí en primer lugar es gozar del mundo y,
después, en segundo lugar, servir a Dios. Su fin último será ir al cielo, no lo niego,
pero su fin inmediato es vivir cómodamente, casarse, cobrar unas buenas rentas,
estar en buena posición social, ser respetados, una casa estupenda, un paisaje
agradable, unos vecinos amistosos en los alrededores… ¡Y no aspiran a más!, les da
igual cualquier cosa […]. Una forma de religión que nada tiene que ver con la vida
de los Apóstoles17.

La superación del liberalismo y del espíritu mundano constituye un momento


determinante en la vida de Newman, lo que podríamos llamar su segunda conversión
e implicó también la ruptura con sus primeros profesores, protectores y amigos.
Sin embargo su búsqueda sin tregua de la verdad, el estudio constante de algunos
autores anglicanos y, sobre todo, de los Padres de la Iglesia, además de la amistad
influyente de otra serie de hombres que aparecen en su vida, van a llevarlo a una
nueva etapa, que le dejará más cerca de la Iglesia Católica romana. Newman deja
constancia de este cambio progresivo. Con 28 años escribe:
Heme aquí ahora en mis habitaciones de Oriel College, tutor, párroco y fellow,
habiendo sufrido mucho y avanzando lentamente hacia lo bueno y lo santo,
llevado a ciegas por la mano de Dios y sin saber hacia dónde me dirige.


17 J. H. NEWMAN, Perder y Ganar (Encuentro, Madrid 2009) 254-255. Pero bien se puden leer enteras las páginas 253 - 255


La búsqueda de la verdad religiosa no es para Newman una cuestión de nociones
abstractas. Está en juego su vida. Está en juego su camino personal hacia Dios, un
camino que Newman no controla.
Aquí había insertado originalmente unas palabras sobre algunas de las amistades
que ayudarán a Newman en esta superación del liberalismo y del espíritu mundano,
los primeros amigos con los que empezará el decisivo “movimiento tractariano” o
“movimiento de Oxford”. Pero me he entretenido describiendo la primera conversión
y no tenemos tiempo. Solo diré que la historia de las amistades de Newman es una
historia conmovedora y decisiva, que alargará sus lazos a las familias de sus amigos,
incluso cuando estos hayan muerto. Por poner un ejemplo diré que el hijo del primer
gran amigo que tuvo Newman en Oxford, siendo aún estudiante, John William
Bowden, será recibido muchos años después en el Oratorio de Birmingham y allí será
sacerdote. Muy posiblemente el próximo año dedicaremos una charla a indagar en este
asunto de la importancia de la amistad en la vida cristiana de J. H. Newman.
En este momento que estamos comentando algunos amigos son determinantes:
John Keble, Edward Pusey, y Hurrell Froude. De este último dirá:
Conocí a Froude en 1826 y mantuve con él la más estrecha y afectuosa amistad
desde 1829 hasta su muerte en 1836. Era un hombre de magníficas cualidades… de
elevado ingenio, lleno y rebosante de ideas y puntos de vista originales…,
confesaba abiertamente su admiración hacia la Iglesia de Roma y su antipatía por
los Reformadores… Tenía una idea muy alta y exigente de la intrínseca excelencia
de la virginidad y consideraba a la Virgen María como su modelo. Le gustaba
pensar en los santos… Adoptó y practicó el principio de valor de la penitencia y la
mortificación. Tenía una honda devoción a la Presencia Real eucarística, en la que
creía firmemente… Me resulta difícil enumerar lo mucho que aprendí y aproveché
de un amigo a quien tanto debo. Me enseñó a mirar a la Iglesia de Roma con
admiración y, en la misma medida, a sentir desagrado hacia la Reforma.

Son palabras escritas por Newman cuando en 1836, muy joven, muere su amigo.
En realidad, Newman y Froude compartían la misma búsqueda sincera de Dios.
Ambos eran “inteligentes, ingenuos, apasionados por la verdad”.
Entre los 31 y 32 años Newman ya ha tomado como propios los principios más
próximos a la doctrina católica, los aprendidos con Keble, Pusey y Froude, aunque
todos ellos creían que la Iglesia de Inglaterra era una rama viva de la verdadera Iglesia
de Cristo y que el catolicismo romano, había introducido corrupciones y se había
desviado de la verdad.
9


Sin embargo Newman observa la decadencia de la Iglesia anglicana, zarandeada
por los principios protestantes que despojan de su carácter sagrado y hacen de ella una
organización meramente humana, en manos del poder político.
Así se explica que Newman se uniera a aquellos amigos, imbuidos del deseo de
recuperar a la iglesia anglicana de su decadencia. Ese fue el intento del movimiento
tractariano: rescatar un cuerpo de verdad bien definido y coherente. Recuperar el
carácter sagrado de la liturgia y, en consonancia con ello, devolverle una vida
espiritual y moral seria, sobre todo en los clérigos.
Con esta idea Newman se dispone a la acción, no permanecerá impasible:
“Tenemos que tomar posición en algún momento. Las cosas se deslizan hacia abajo de
modo tan gradual que en el momento en que adoptemos postura se la calificará de
medida violenta... La Iglesia no se desplomará sin que yo haga algo en mi lugar para
evitarlo”. Es una cuestión de Celo por el honor de Dios.
Con la intención de despertar a la iglesia anglicana nace el “Movimiento de
Oxford” o “tractariano”, porque difundía sus ideas por medio de la publicación de
unos folletos que llamaban “tracts”. El primer principio del movimiento era que la
Iglesia debía disfrutar de un completo poder sobre su credo, su liturgia y su enseñanza,
absolutamente independiente del poder civil y poner en primer término su origen y su
misión sagrados.
Newman se pone a la cabeza del movimiento y extiende su influencia con
conferencias y sermones, con la publicación de libros y de los famosos tracts. Además
pronto sus alumnos se gradúan y, ya como profesores y tutores de familias ricas, ya
como sacerdotes de la Iglesia anglicana, difunden las ideas del movimiento por toda
Inglaterra.
Pero sin advertirlo, con cada publicación y con cada conferencia, Newman se
acerca cada vez más a la Iglesia de Roma. Así hasta 1838. Newman tiene 37 años. El
final de este año y el comienzo del siguiente marcan el apogeo de la influencia de
Newman, pero a partir de aquí se inicia también un nueva crisis.
Newman comienza a albergar dudas sobre la coherencia de la doctrina anglicana,
que él se había propuesto salvar frente al luteranismo y frente a Roma. En su interior
empieza una etapa de revisión de su pensamiento, de pruebas espirituales y de
desgarro. Todos tiran de él: por un lado los que desde el principio se han opuesto a las
ideas del movimiento quieren verle hundido; por otro muchos de sus amigos
tractarianos, que siguen seguros de la posición de la Iglesia anglicana y esperan que

10


Newman mantenga sus posiciones; por otro, los propios discípulos de Newman, que
parecen forzar ya el camino hacia la Iglesia de Roma. Escribe:
Me encuentro tan hostigado y atacado de todas partes, por amigos y
enemigos, que prefiero no decir nada; si cumpliera mi deseo no diría ni escribiría
ninguna cosa más… Desconfío de mi juicio y tengo miedo a hablar.

IV. LA TERCERA CONVERSIÓN

Llegamos así al tiempo donde se va a producir su tercera conversión. Las dudas


sobre la Iglesia anglicana se hacen más graves en 1840 y Newman toma la decisión de
retirarse a meditar sobre el rumbo que están tomando las cosas. Se retira a Littlemore,
una aldea vinculada a su parroquia de Sta. María. “vive un tiempo de perplejidad
interior y de presiones externas. Observado e inquirido por amigos y enemigos;
incitado a una actuación y definición constante, como líder del grupo”, pero él se
entrega al silencio, la penitencia y las obras de caridad durante cuatro años.
En 1843 escribe en su diario “He renovado mi entrega a Dios en todas las cosas,
para hacer a cualquier precio lo que quiera de mí”.
Al retiro de Littlemore le siguen algunos de sus discípulos y comienzan una vida
prácticamente de monjes. Citaremos algunos de ellos porque serán importantes en la
vida posterior de Newman. El primero en llegar fue Dalgairs, luego Lockhart, después
Frederick Bowles, luego Ambrose St. John, quien fue su inseparable escudero y amigo
hasta que murió. Littlemore parecía un monasterio, una práctica que no existía en la
Iglesia anglicana. Los anglicanos interpretaron esto como un desafío. Mientras tanto
todo tipo de chismes se difundían sobre Newman y su grupo. Todos esperaban de un
momento a otro el anuncio de su conversión.
Este tramo del camino que recorre Newman hasta la Iglesia Católica, desde que en
1840 las dudas sobre la verdad de la Iglesia anglicana se hacen más graves hasta que en
1845, con 44 años, pide el ingreso en la Iglesia Católica, tiene que ver con la
comprensión de la verdad sobre la fe sobre la Iglesia. Es un asunto complejo que no
puedo explicar aquí. Solo quiero hacer notar que para muchos la verdad sobre la
Iglesia es algo casi teórico, que poco afecta a la vida. Pero para Newman no, la vida de
Newman está comprometida por la verdad sobre la fe y sobre la Iglesia, porque de

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ellas depende su camino real hacia Dios. Y la comprensión de la verdad le obligan al
cambio.
Para hacernos una idea de cómo vivía él la búsqueda de la verdad, contaré que ya
en Littlemore empezó a escribir Ensayo sobre el Desarrollo de la doctrina cristiana. En el
transcurso de su escritura, Newman fue madurando su convicción de que la verdadera
Iglesia de Cristo era la Iglesia católica romana. Pues bien, cuando el desarrollo de las
ideas del libro le ponían ya en la conclusión de que la Iglesia católica romana era la
verdadera Iglesia de Cristo, dejó la frase que estaba escribiendo a medias, se levantó y
pidió a uno de los suyos que buscase a un sacerdote católico para que lo admitiese en
la Iglesia romana. Más aún, el pupitre donde escribió la obra citada, una vez que ya
había sido admitido a la Iglesia católica sirvió de altar donde celebraron la misa.
Newman en su conversión al catolicismo no renuncia solo a su exitosa carrera en
la iglesia anglicana y en la Universidad de Oxford, renuncia también a lo que le era
más querido: muchos vínculos familiares y muchos amigos. Debe abandonar lo que él
consideraba su hogar, la Iglesia anglicana, para adentrarse en una casa extraña para él,
extraña para su sensibilidad y para sus costumbres y sus gustos. Olvidado de sí, se
dispuso a obedecer a la verdad. Dejar atrás a la Iglesia anglicana fue un verdadero
sacrificio, pero él estaba dispuesto al sacrificio. Escribe en noviembre de 1844:
Todos mis sentimientos y deseos están en contra de efectuar cambios. Nada
accidental me atrae hacia fuera de donde me hallo. Apenas he asistido a cultos
romanos; no conozco a católicos en el extranjero. No me atraen como grupo. Me
dispongo, sin embargo, a dejarlo todo.

Parte importante del sacrificio fue dejar atrás a muchos amigos a los que quería
profundamente, dejarles confundidos y llenos de tristeza y de pena. Así tuvo que dejar
a Keble a Pusey y a muchos más. Muchas de esas personas quedaban con el
sentimiento de haber sido abandonadas por su líder. Así escribe: “La única pena que
tengo es este trastorno que estoy causando en los espíritus”. Su hermana Jemima,
previendo su conversión le escribe: “¿Qué nos puede suceder peor que esto? Es como
enterarse de que algún amigo querido está para morir”. Y John Henry le responde: “Y
¿qué puede causar todo esto sino una obligación muy seria? Compadéceme, querida
Jemima”.
El 3 de octubre de 1845, Newman está escribiendo el libro antes mencionado, deja
la frase sin terminar, se levanta y pide a Dalgairns que vaya en busca de Domenico
Barberi, un sacerdote pasionista ahora beato. “¿Tendrás la bondad de decirle que

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quiero que me reciba en la Iglesia de Cristo?”. Esas fueron las palabras de Newman. El
8 de octubre llega el p. Domenico, empapado de agua tras horas de viaje bajo la lluvia:
Me coloqué junto al fuego para secarme —escribió después el padre
Domenico—. Se abrió la puerta y ¡qué espectáculo para mí ver a mis pies a John
Henry Newman rogándome que le oyera en confesión y que le admitiera en el seno
de la Iglesia católica! Allí junto al fuego comenzó su confesión general con gran
humildad y devoción.

Interrumpieron la confesión de Newman para descansar durante la noche. A la


mañana siguiente el padre Domingo fue andando a una iglesia católica cercana para
celebrar misa. Volvió y siguió escuchado la confesión de Newman. Y después de
Newman hicieron lo mismo otros del grupo. Luego a las 6 de la tarde, sigue
escribiendo el padre Domingo: “pronunciaron su profesión de fe, tal como se
acostumbra, uno después de otro, en su oratorio privado, con tan gran fervor y piedad
que casi no cabía en mí de alegría”. A la mañana siguiente el padre Domingo celebró
misa en el pequeño oratorio. Utilizaron como altar el escritorio donde Newman había
escrito el libro ya citado. Todos recibieron la comunión.18
Ni la conversión de Newman ni la de sus jóvenes discípulos sorprendió a nadie.
Algunos ya habían sido recibidos con anterioridad en la Iglesia católica. Pero una ola
de gente adulta, hombres casados y con reputación, pidieron también a la acogida en la
Iglesia de Roma. Fue un golpe enorme en Inglaterra y los periódicos arremetieron
contra Newman.
Sin embargo las dificultades del camino hacia Dios no habían terminado. Los
católicos ingleses sintieron que habían conquistado una gran pieza y lo trataron sin
ninguna consideración. Hombres que comparados con él no sabían nada de la fe le
daban catecismo como a un muchacho o le obligaban a guardar la fila para confesarse
junto con los niños. Así hasta que lo enviaron a Roma para preparase allí al sacerdocio
católico.


18 Esta noticia la tomé de MERIOL TREVOR, J. H. Newman. Crónica de un amor a la verdad (Salamanca, 22010) 134, pero en el

libro de la misma autora: Newman. The Pillar of the Cloud (Macmillan, London 1962) 359, se lee: “The next morning Father
Dominic said mass in the tiny chapel, using a writing desk of Henry Wilberforce’s as an altar, and he gave them all
communion”. Hay que seguir investigando sobre este detalle, pero siempre será más fácil que una corrupción o un equívoco
de la memoria privilegie al protagonista. Es decir: que no usaron el escritorio sobre el que Newman había escrito el
Desarrollo…. Pero, otro detalle a la contra: H. Wilberforce, no vivió en Littlemore, se había casado bastante antes y ya tenía
descendencia, por tanto, si en allí había un ecritorio de H. W. no era usado por él, sino por otro, posiblemente por Newman.
Dada la amistad que les unía es muy fácil que ese escritorio lo usase Newman y que, por lo tanto, las dos noticias sean
conciliables. Efectivamente, si uno lee Crónica de un amor a la verdad, 134, dice que H. W. había regalado ese escritorio a
Newman. Parece así deshecho el lío.
13


Llega a Roma, acompañado de Ambrose St. John en octubre de 1846, tiene 45 años.
Tampoco la estancia en Roma fue fácil. Llegó al colegio de Progaganda Fidei, regido por
los jesuitas, y cada minuto estaba controlado, demasiado para nuestro protagonista.
Pero su humildad le hizo adaptarse y encajar aquella disciplina como un tiempo de
mortificación que le ayudaría a conocer qué quería Dios de él ahora que había entrado
en la Iglesia católica y se preparaba para el sacerdocio. A pesar de otros asuntos graves
a propósito de sus libros, si tenía que corregir o no posiciones teológicas mantenidas en
ellos antes de su conversión, y asuntos de esta índole, lo que de veras ocupaba su
pensamiento era conocer la voluntad de Dios sobre él y sobre los amigos y discípulos
que le habían seguido a Littlemore y a la Iglesia romana. Estaba claro que debía ser
ordenado sacerdote de la Iglesia Católica, pero no sabía bien cómo debía vivir su vida
sacerdotal a la vuelta a Inglaterra. Quería, sobre todo, mantener aquella vida común
con los suyos. Una de las posibilidades que se abrió ante él fue la del Oratorio de san
Felipe Neri. Aún en 1846 visita las habitaciones donde vivió y murió san Felipe Neri,
conoce el Oratorio y le convence el estilo de vida, la clase de labor de los oratorianos, el
principio del amor que regula su vida y su ascetismo vivido con normalidad, lejos de
toda afectación o exageración. La figura de san Felipe le recuerda a su amigo Keble:
Este gran santo me recuerda en tantos aspectos a Keble que puedo
imaginarme lo que Keble habría sido si Dios hubiera dispuesto que naciera en otro
lugar y en otra época. Neri tenía la misma aversión extrema a aparentar virtudes, el
carácter juguetón, el tierno amor a los demás y la amable severidad que son típicos
de Keble.

En enero de 1847 se determina por la Congregación del Oratorio de san Felipe Neri.
En mayo, él y Ambrose St. John son ordenados sacerdotes católicos, meses después el
Papa nombra a Newman primer superior del Oratorio en Inglaterra y en Diciembre ya
están de vuelta en su país.

V. EL ORATORIO DE BIRMINGHAM

El oratorio se establece en Birmingham. Daré cuenta ahora de un periodo que va de


1848 hasta 1860, de los 47 a los 59 años de Newman. Son más de 10 años en los que el
deseo de Newman de ayudar al restablecimiento y desarrollo del catolicismo en
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Inglaterra, se topará una y otra vez con una serie interminable de malentendidos,
abandonos, maledicencias, envidias y traiciones en todos los frentes de su actividad.
Haremos alusión muy breve de algunos de estos asuntos.
Nada más establecerse, otro hombre que junto a un grupo de discípulos se había
convertido del anglicanismo al catolicismo, pide su ingreso en el Oratorio. Se trata de
William Faber, que a partir de ahora se convertirá para Newman en el origen de un
gran número de sufrimientos. Son admitidos al oratorio, pero pronto provocará
dificultades.
En mayo de 1849 Faber es puesto al frente de un grupo de oratorianos para abrir
otra casa en Londres. A finales de ese año, contra la voluntad de Newman, la casa de
Londres será independiente y Faber su superior. Los conflictos originados por la
relación con la casa de Londres se prolongarán y se agravarán durante más de 10 años
y mermarán en gran medida el prestigio de Newman entre los católicos, en Inglaterra y
también en Roma.
Con 48 años la vida de Newman es muy intensa: predica, confiesa, da catequesis,
estudia, responde a una gran correspondencia, vive pobremente, hace frente
heroicamente a un brote de peste cercano a Birmingham.
A los 49 años le proponen levantar una universidad católica en Irlanda. Así lo hace,
pero será otra fuente de conflictos, disgustos y traiciones sin fin para Newman, hasta
que cansado de falta de apoyo de los mismos obispos que le pedían que dirigiese la
universidad, dimite en 1858.
Con 50 años es denunciado y tiene que ir a los tribunales. Se había iniciado un una
campaña anticatólica en Inglaterra. Newman sale al paso para desentrañar los
prejuicios anticatólicos de sus compatriotas con una serie de conferencias. En una de
ellas hace alusión al caso de un monje corrupto que había apostatado del catolicismo.
Por esta alusión recibe una denuncia. El caso concluirá al año siguiente con sentencia
condenatoria, que obliga a Newman a pagar una fuerte suma de dinero. Algunos
amigos hacen una colecta y pagan la elevada suma. Sin embargo, aunque el veredicto
ha sido contrario, él vence moralmente ante los ojos de la opinión pública. El mismo
Times no vacila en denunciar el veredicto como “indecoroso en su naturaleza,
insatisfactorio en sus resultados…”. Pero lo cierto es que el asunto del juicio, sumado a
los problemas de la universidad de Irlanda, a las dificultades con el oratorio de
Londres y a los propios trabajos del oratorio de Birmingham, harán que Newman
termine el año totalmente agotado.

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Newman llegará arrastrando este estado de agotamiento y el sentimiento de ser
traicionado por los mismos que piden su colaboración hasta 1859. En este mismo año le
van a hacer dos nuevos encargos y, de nuevo, lo van a abandonar. El primero fue una
nueva traducción de la Biblia. La que usaban los católicos ingleses se había quedado
obsoleta y era necesario emprender una nueva traducción. Wiseman, el obispo
británico más influyente, decide encargar a Newman que reúna a los expertos y
organice el trabajo de la nueva traducción. Newman se pone manos a la obra, pero
cuando todo está en marcha, Wiseman se echa para atrás.
El segundo encargo es a propósito de una revista de gran arraigo entre los católicos
ingleses, The Rambler, que estaba tomando una dirección que no gustaba nada a los
obispos. Piden a Newman que intervenga, que se ponga al frente de su edición y le de
un nuevo impulso. Newman empieza el trabajo, pero el asunto acabará tan mal que
acusarán a Newman de herejía ante Roma. A través de uno de los obispos que viajaba a
Roma, Wiseman, Newman pide que se le indique lo que se pone en duda en sus
escritos. La congregación romana pertinente (Propaganda Fidei) da a Wiseman un elenco
de pasajes que quieren aclarar, pero el obispo nunca entregó este elenco a Newman,
por lo que éste nunca pudo responder. El silencio se interpreta como un acto de
desobediencia. Newman tuvo que dejar la revista y su nombre era de nuevo puesto en
cuestión dentro y fuera de Inglaterra. El episodio dejó en Newman un sabor profundo
de frustración y solo años después se aclaró el malentendido.
Como conclusión de estos primeros años de su vida como católico podríamos decir
que Newman había pasado “de una fama y un patente triunfo personal alcanzado en
Oxford a los 37 años en su condición de anglicano, a ser prácticamente olvidado por
todos y la ortodoxia de su doctrina puesta bajo sospecha en el ámbito católico”.
Éste último golpe terminó por minar el ánimo de Newman. No es de extrañar que
poco tiempo después, en 1863, anote en su diario: «Como protestante, mi religión me
parecía mísera, pero no mi vida. Y ahora, de católico, mi vida es mísera, pero no mi
religión».

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VI. LA GRAN OSCURIDAD Y LA LUZ

Para dar cuenta de esta etapa tomo la biografía de Rafael Pardo, que precisamente
hace hincapié en el valor de estos años.
“Newman contaba con 60 años, estaba agotado psíquicamente, pensaba con
frecuencia en la muerte y estimaba su vida como un fracaso. Tanto el oratorio de
Londres como el cardenal Wiseman parecían multiplicar los éxitos espirituales
arrastrando conversiones sonadas al catolicismo. Las conversiones en torno a su
persona o en torno al Oratorio de Birmingham fueron casi nulas. Empezaba a dudar de
sí mismo, del valor de su vida.
Durante los años 1859-1864 sufrió una severa depresión. No fue un episodio
aislado, duró años y él mismo confiesa: «desgraciadamente, éste es un pensamiento
habitual en mí desde hace años: mi momento ha pasado, estoy en decadencia, soy raro,
extraño, tengo mis ideas propias y no me llevo bien con los demás».
En diciembre de 1859 anota en su diario:
Con el pasar de los años voy teniendo cada vez menos devoción y vida
interior […]. Los ancianos tienen el alma tan poco flexible, tan seca y tan anémica
como el cuerpo, a no ser que penetre en ella la gracia y la suavice. Y se requiere un
torrente de gracia para esto. Cada vez admiro más a las santos viejos. San Luis
Gonzaga, san Francisco Javier o san Carlos, no son nada si los comparamos con
Felipe. ¡Oh Felipe! Consígueme un poco de tu piedad […]. Oh, Dios mío, no
escribo esto por sentimentalismo ni por deseo de exhibición literaria. Libérame de
mi terrible cobardía, que es lo que hay en el fondo de todos mis males. Cuando era
joven, era valiente porque era ignorante, ahora he perdido el valor porque he
ganado en experiencia. Me doy cuenta del precio de la valentía en tu servicio mejor
que antes, y por eso retrocedo ante los sacrificios […]. Es el estado de muerte en
que se encuentra mi alma, que explica que haya en mí tan poca fe y tan poco
amor»19

“Llevaba años siendo objeto de crítica de anglicanos y católicos. Cuando miraba su


vida desde que se había hecho católico no encontraba ninguna luz”:
La tristeza de mi vida católica radica en que, al mirar hacia atrás me doy
cuenta de que toda ella ha sido un fracaso. Primero, en 1583, cometí el error de
hacer venir a Dalgairns de la casa de Londres, después mi ida a Irlanda para


19 J. H. NEWMAN, Escritos autobiográficos, en: PARDO, Newman, 116.

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tropezar con el Dr. Cullen. Después la gran intriga de acuerdo con Faber, etc., y mi
marcha a Roma y el trato que me dieron en Propaganda. Luego las miles de
murmuraciones contra mí en el oratorio de Londres, que han tenido como
resultado que casi todos los católicos me miren con recelo. Después la forma en
que me trató el cardenal en aquella ocasión y en la cuestión de las Escrituras. Más
tarde empecé a ocuparme del Rambler…, pero también me volví a equivocar con
eso y como consecuencia tuve dificultades en Roma.

En Junio de 1862 se sintió mal y acudió a un médico de Londres; éste le tranquilizó


explicándole que eran sus nervios, así que tomó vacaciones para acudir a la playa
durante cinco semanas. Salió más calmado de este reposo, pero el sufrimiento
soterrado permanecía igual.
El 21 de enero de 1863, Newman estuvo tan deprimido que no pudo levantarse de
la cama: «Esta mañana, al despertarme, se apoderó de mí con tal intensidad el
pensamiento de que soy una persona molesta, que no acababa de decidirme a ir a la
ducha. Me decía: ¿de qué sirve tratar de preservar o aumentar las fuerzas, si no se hace
nada útil con eso? ¿De qué sirve vivir para nada?»
El único hogar que tenía era el Oratorio, pero a comienzos de 1864 solo
permanecían seis sacerdotes en la comunidad. Estaba deprimido y solo.
Las anotaciones en un diario dejan al descubierto el abatimiento y la oscuridad de
su alma, su estado de postración, de humillación.
En 1860 le pedía a Dios que protegiese el Oratorio no a él. “Muéstrame lo que tengo
que hacer para ser más útil, para tu entera gloria, en los años que me quedan, porque
mi aparente fracaso me desanima mucho. Oh señor, me parece que he desperdiciado
los años que llevo siendo católico”. Este era otro de los pensamientos que le
atormentaban: la idea de que tenía una misión dada por Dios que no había acertado a
realizar, a juzgar por los fracasos que había cosechado.
Pero aún en medio de la oscuridad mantenía la fe. Así se expresa en una carta:
«Ciertamente ha sido muy triste enterarme de tu grave enfermedad. … En fin, parece
ser una muestra de cariño de la Voluntad de Dios hacia ti. ¡Qué pruebas has tenido!
Sinceramente espero que te recuperes… ¡Qué vida ésta! ¡Cuán sin sentido para la
mayoría de nosotros, si no fuera porque hay un futuro. Parece que vivimos y morimos
como hojas. Sin embargo, hay Uno que anota la fragancia de cada una de ellas y,
cuando llega su hora, las coloca entre las páginas de Su gran libro».

18


Newman se creía cerca de la muerte. En Marzo de 1864, a las 7 de la mañana del
Domingo de Ramos escribe: “Escribo esto ante la perspectiva directa de la muerte…
Muero en la fe de la Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica… Encomiendo mi alma a
la Santísima Trinidad, a los méritos y la gracia de nuestro Señor Jesucristo, Dios
encarnado, a la intercesión y compasión de María, nuestra Madre, a san José, a san
Felipe Neri…, a san Atanasio…”
Estos momentos de 1864 fueron los peores de la depresión que arrastraba de cinco
años atrás. En este periodo no había escrito ni publicado nada. Fueron años de silencio.
Newman conocía el sufrimiento interior. Lo había conocido profundamente a los 15
años. Se había familiarizado con él en otros momentos de su existencia. Experimentó el
sufrimiento del desgarro cuando se vio forzado, por su compromiso con la verdad, a
abandonar la Iglesia anglicana, que consideraba su hogar, para entrar en la Iglesia
católica romana, un lugar extraño para él. Pero al menos, este sacrificio lo había hecho
con luz, con la certeza de que obedecía a Dios. Sin embargo ahora, el sufrimiento era el
más terrible: no tenía ninguna seguridad sobre su propia vida, no sabía para qué vivía.
Creía que su vida como católico había sido un rotundo fracaso. ¿Dónde estaba Dios, el
Dios al que había escuchado cuando tenía 15 años y al que había obedecido hasta
entrar en la Iglesia romana? Podía hacer suyas las palabras del salmo: “Todo el día me
repiten, ¿dónde está tu Dios?”
Esta es la prueba más terrible por la que ha de pasar el hombre de fe, la prueba de
la oscuridad y del silencio de Dios. Y he aquí también el mérito de mantenerse firme y
aguardar la salvación que solo puede venir de lo Alto: «aguardar en silencio la
salvación de Dios». El mérito de permanecer en la Iglesia que tanto le había humillado,
soportando la tentación de volver atrás, a la cálida compañía de sus amigos anglicanos.
El mérito de mantener la súplica a Dios cuando no le quedaban fuerzas ni para
levantarse de la cama. Es la prueba que le unió más a Cristo, que le hizo compartir sus
sufrimientos y también la gloria de su victoria.
***
En 1864, en medio de este estado de postración, recibió un nuevo ataque, que
curiosamente se va a convertir en la ocasión de que Newman, que ha permanecido fiel
a Dios en medio de la oscuridad del alma durante 4 o 5 años, se vea fortalecido por
Dios y resurja de sus cenizas.
En Enero de 1864 el tutor del príncipe de Gales, Charles Kingsley tomó a Newman
como ejemplo del hombre mendaz, intrigante y falso, lo típico, a su juicio, de un
sacerdote católico. La acusación concreta era que en realidad muchos años antes de
19


convertirse oficialmente al catolicismo, ya era católico de corazón —papista, era la
expresión—, y que se mantuvo muchos años aparentando ser anglicano para arrastrar
a más hombres anglicanos hacia Roma.
Newman decidió contestar esta acusación haciendo una historia de la evolución de
sus ideas religiosas. Hacer memoria de sus ideas religiosas, era hacer memoria del
camino por donde Dios le había llevado. “Produjo en él un terremoto en su ya
maltrecho espíritu. Escribió las páginas de la Apologia entre lágrimas, dedicándose por
entero al trabajo”.
Pero a pesar de las lágrimas, retomar la historia de su conversión significó caer en
la cuenta de que su camino no era un camino errado, sino que sencillamente había
obedecido a la verdad que se imponía en su conciencia. No se había equivocado, no se
había alejado de Dios, no había perdido el rumbo, no se había perdido, como muchos
signos externos parecían decirle. Darse cuenta de esto arrojó una gran luz sobre su
situación: todos sus sufrimientos y todas las humillaciones sufridas y todos los
desprecios no tenían como causa qué él hubiese hecho mal las cosas, sino su búsqueda
sincera de la verdad, que la mayoría no comprendió. El estaba donde estaba, había
sufrido lo que había sufrido por mantener la búsqueda de la verdad, la búsqueda de
Dios. La claridad mental sobre esto le dio una gran paz interior y una gran libertad
frente a todos los que desde uno u otro lado le criticaban, le despreciaban o le hacían
oposición.
Así se forja uno de los libros más famosos de Newman, Apologia pro vita sua. En él
Newman muestra que su venida hasta la Iglesia de Roma es el resultado de su
obediencia a la verdad. El libro fue un éxito editorial, pero no solo. Newman mostró en
el libro la sinceridad de su conversión y, en el fondo, el mérito de una vida cuyo único
objeto fue perseguir la verdad a costa de la fama, del propio sentimiento y de cualquier
otra motivación. De pronto, se ganó el favor de muchos anglicanos y la aprobación de
buena parte del clero católico inglés. Pero sobre todo el libro fue una bendición para
Newman, que alcanzó la certeza de que no había desobedecido a Dios, de que no había
“pecado contra la luz”. Alcanzar esta certeza le levantó de la postración.

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VII. EL ÚLTIMO TRAMO DEL CAMINO (1865-1890)

Las dificultades no habían terminado, volvió a ser requerido para algunas tareas y
volvió a encontrar que los mismos que le hacían los encargos, le abandonaban y le
impedían llevar a cabo sus propósitos. Pero ahora Newman las vivió con más libertad
de espíritu.
Tuvo la tranquilidad de ánimo suficiente para retomar su actividad teológica, para
su inmensa correspondencia, que consideraba como una de sus principales tareas
pastorales; tuvo tiempo para publicar libros decisivos en la historia del pensamiento
cristiano y para dedicarse al oratorio.
“Durante la década de 1870, Newman vivió años felices. El Oratorio se había
consolidado, la escuela crecía, sus libros tenían continuas reediciones, había
recuperado la estima de los anglicanos”. Preparaba obras de teatro en latín para los
chicos; los domingos les predicaba y tocaba para ellos el violín.
“La edad y la salud no le permitían ya grandes trabajos fuera del confesionario.
Ponía en orden sus papeles y trabajaba en sus libros. En esta época lo describen como
un hombre extremadamente amable, sencillo, grave y dulce, con un aire melancólico y
como alguien que ha atravesado un gran sufrimiento pero ha encontrado paz y
serenidad. Este brillo interior es el que más destacó en sus últimos años”.
Su mayor dolor en este periodo fue la muerte de Ambrose St. John, 1875, el único
miembro del oratorio que quedaba de los tiempos de Littlemore. La pena de Newman
fue muy intensa. La famosa Apologia aparece dedicada a él y por sus palabas nos
hacemos una idea del afecto que le tenía: “Dios te puso a mi lado cuando me quitó a
todos los demás; tú eres el nexo entre mi antigua y mi nueva vida, tú llevas veintiún
años dedicado completamente a mí, con tanta paciencia, tanta dedicación, tanto cariño;
tú has permitido que me apoyara en ti con fuerza, cuando algo me afectaba; tú no
tenías ojos más que para mí y nunca pensaste en ti mismo”.
En marzo de 1879, llegó el reconocimiento del papa León XIII, que le nombró
cardenal de la Iglesia. Newman lo vivió como la confirmación de su camino. Escribe a
un sobrino haciendo referencia al encuentro con el Papa: “Al presentarme a él, se
mostró conmigo tan extraordinariamente atento que todos se quedaron pasmados. Ha
sido esta actitud del papa lo que me ha hecho poner a un lado mis propios
sentimientos. Durante 20 o 30 años, católicos ignorantes o fanáticos han dicho que yo
era prácticamente un hereje”.

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A la vuelta de Roma se sucedieron los homenajes tanto en el mundo católico como
en el anglicano.
Vivió tranquilamente la década de los 80. Muchos acudían al Oratorio buscando el
consejo de Newman, como San Felipe había pasado sus últimos años recibiendo
visitantes que pedían consejo. Y su alma corre ya hacia Dios sin obstáculos. En una
carta de 1880 escribe: “Mirando más allá de esta vida, mi oración primera, mi anhelo,
mi esperanza ardiente es ver a Dios… Para la gente que quiero mi única oración es que
ellos vean también a Dios. El pensamiento de Dios, su Presencia, su Fuerza, eso es lo
que compensa todos los sinsabores y aflicciones.”
En los últimos años no podía prácticamente andar, y solo podía tomar alimentos
líquidos. Se quedó prácticamente sordo y tuvo que dejar el confesionario y celebrar
misa en su capilla privada. Y como gesto que denota el afecto que siempre profesó por
sus amigos, allí, junto al altar, tenía las fotografías y esquelas de los amigos que iban
muriendo.
Aquel hombre “de mirada dulce y amable que había soportado heroicamente el
aislamiento moral” y la desolación espiritual, murió el 10 de Agosto de 1890. Y como
sabéis, en Septiempre de 2010 fue beatificado por Bendicto XVI en Inglaterra. Allí
estábamos algunos de nosotros.
***

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Quiero terminar con un himno que Newman compuso en 1833 y que se convirtió
en todo un símbolo para los tractarianos. Pero, sobre todo lo traigo, porque expresa
muy bien varias de las notas características constantes en el camino espiritual de
Newman. Aunque ahora me abstendré de hacer comentarios:

Guíame, Luz Amable, entre tanta tiniebla espesa,


¡llévame Tú!
Estoy lejos de casa, es noche prieta y densa,
¡llévame Tú!
Guarda mis pasos; no pido ver
confines ni horizontes, solo un paso más me basta.

Yo antes no era así, jamás pensé en que


Tú me llevaras.
Decidía, escogía, agitado; pero ahora,
¡llévame Tú!
Yo amaba el lustre fascinante de la vida, y aun temiendo,
sedujo mi alma el amor propio: no guardes cuentas del pasado.

Si me has librado ahora con tu amor, es que tu Luz


me seguirá guiando
entre páramos barrizos, cárcavas y breñales, hasta que
la noche huya
y con el alba, estalle la sonrisa de los ángeles,
la que perdí, la que anhelo desde siempre.

En el mar
16 de junio de 1833.20

P. ENRIQUE SANTAYANA LOZANO C.O.

CONGREGACIÓN DEL ORATORIO DE ALCALÁ DE HENARES


20 The Pillar of the Cloud, (La columna de nube). La traducción es de Víctor García Ruíz, en J. H. NEWMAN, Perder y Ganar

(Encuentro, Madrid 42009) 11.


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