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Barthes primero y luego Hadyn White han examinado los múltiples vínculos que relacionan el

discurso literario del realismo con el discurso histórico. Tales vínculos se verifican en la dimensión
material de los enunciados, mediante la coincidencia en el empleo de los elementos lingüísticos que
construyen el relato de los hechos; así como también de los que refuerzan su verosimilitud . Ambos
discursos promueven lo que Barthes denomina “efecto de lo real”. Sin embargo el “efecto de lo
real” no solo se circunscribe a determinadas homologías discursivas entre ambos relatos. En el
contexto de la episteme histórica, dominante en el siglo XIX, se desplegó un afán de una
comprensión histórico-social que se manifestó en un discurso científico mimético y totalizante. Así
para Hadyn White: “Cada una de las ideologías más importantes del siglo XIX -positivismo,
realismo, naturalismo, realismo (literario), simbolismo, vitalismo, anarquismo, liberalismo, etc.-
afirmaba dar una comprensión más “realista” que sus competidores de la realidad social”. (White:
53). De este modo, el realismo no solo constituía uno de los cimientos del cientificismo presente en
las incipientes ciencias sociales sino asimismo sino una condición sine qua non para la referencia
de la diégesis de la ficción literaria. Ser fiel a lo real entonces no constituía una primera
articulación del lenguaje científico sino una de las condiciones que organizaban la expresión más
genuina del campo literario. Puesto que ambas narrativas -la científico-histórica y la literaria-
procuraban una finalidad coincidente en su efecto de lectura: el conocimiento. Si tuviésemos que
glosar dicho fenómeno en términos de elementos preponderantes en la construcción del discurso
literario podemos afirmar que en este período, se supera la prevalencia del yo; sujeto de la
enunciación que articulaba su discurso desde y para su subjetividad de acuerdo con los presupuestos
básicos del romanticismo. En contraposición, el realismo y su producto, la novela realista elaboran
su discurso: eliminando toda manifestación verbal subjetiva. De esta manera, el relato se organiza
mediante el registro mimético de las propiedades del objeto narrado a partir de una estructura
inductiva que persigue extraer conclusiones generales del relato de un episodio cuyas diversas
circunstancias operan como las premisas de la tesis enunciada en el inicio del texto; de este modo,
en la diégesis novelística, la ficción se vuelve una condición secundaria; casi irrelevante. Lo que
cuenta es que la novela se asume como discurso empírico; mimético y por tanto propone una
pedagogía en el despliegue la diégesis para que el lector acceda a la comprensión de un
determinado problema social. Así el discurso literario se aleja de lo lúdico o de la expresión
sentimental que caracterizaba a otros movimientos literarios. Ahora en el apogeo de la novela
realista, la legitimidad del texto radica precisamente en su origen empírico y se afianza la
intervención de un narrador omnisciente cuya equidistancia respecto de la historia y de los
personajes le otorga verosimilitud cognoscitiva al modo como refiere su relato.
Como es conocido, al apogeo del narrador realista sobrevendrá su desaparición ejecutada como
primer punto del programa estético de las literaturas de vanguardia de acuerdo con el clásico
estudio de Guillermo de Torre. La transformación de la función del narrador realista no solo
problematiza los constituyentes clásicos del discurso literario sino que además incide en la
capacidad de producción de significado del lenguaje mismo; profundizando la polisemia, la
ambigüedad y el “non sense”. “Uno de los cambios más perceptibles para el lector en la novela del
siglo XX respecto a la decimonónica es la desaparición del narrador-Dios, del narrador omnisciente.
(…) Pues, entrado el nuevo siglo, se va generalizando el uso de una serie de variantes que van del
objetivismo o visión cenital al uso siempre más versátil de la primera persona.” (Goytisolo: 122).
En el contexto de los derroteros seguidos por la literatura latinoamericana superado el realismo
decimonónico; a partir de mediados del siglo XX, la narrativa ha privilegiado el compromiso
político, al modo sartreano, corregido por Fannon en muchas de sus producciones sin desmedro de
la calidad formal pero con resultados dispares según el caso. Desde el poema antimperialista “A
Roosevelt” de Darío; pasando por el ciclo de novelas del dictador, la trilogía de la tragedia de las
bananeras de Asturias o las obras de “no ficción periodística” de Rodolfo Walsh “Operación
masacre” (1957) y ¿Quién mató a Rosendo? (1969), la historia y la sociedad latinoamericanas
fueron “literaturizadas” en textos que desde la ficción apelan en términos pragmáticos a su valor
testimonial; modificando el pacto de sentido del realismo; de este modo además de la mímesis que
acentuaba la legibilidad de los textos, ciertas novelas agregarán el compromiso político con la
realidad latinoamericana; compromiso que asumirá determinadas modalidades y grados de acuerdo
con el autor y el contexto de producción novelística; en este sentido, desde los parámetros de la
literatura social como punto de partida, la realidad política latinoamericana hubo de ser la materia
prima, el tópico por antonomasia de la narrativa de la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, la
categoría “compromiso político” presenta limitaciones para el análisis dado que se torna difusa
cuando se aplica a un fenómeno de naturaleza proteica. Ya que dicho compromiso presenta
múltiples y a veces contradictorias manifestaciones en el campo literario. Por lo que los propios
textos literarios deben sumInistrar las categorías críticas para su análisis y no al revés. En esta línea,
ya en la novelística del boom y del postboom se había manifestado un discurso crítico respecto de la
historia y la sociedad latinoamericanas; aun cuando no se evidenciaba un determinado partidismo o
elogio de una opción política particular. Pero al historizar el decurso de la literatura
latinoamericana, el investigador no puede dejar de considerar el concepto “revolución” como
epítome por una parte de la conciencia política de los autores y por otra, como categoría generatriz
del discurso novelesco. Sin perder de vista que la revolución asume modulaciones diferentes de
acuerdo con su contexto determinado; sin embargo el investigador no puede soslayar su importancia
en el desarrollo diacrónico de la literatura de América latina. En el que se combinan la visión
absoluta de la justicia con la ambigüedad propia de la visión de la tragedia. Así, por ejemplo; la
revolución se constituye en acicate para la modernización de temas y procedimientos en la literatura
mexicana. “La novela mexicana del siglo XX estuvo dominada por el acontecimiento del siglo XX:
la revolución social, política y cultural de 1910-1920. Los de abajo de Mariano Azuela, Vámonos
con Pancho Villa de Rafael F. Muñoz y La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán, así como
las obras de Francisco L. Urquijo (Tropa vieja) y Nellie Campobello (..).” (Carlos Fuentes: 109). O
presenta una exigua producción en el caso argentino: “La revolución es un sueño eterno” (1987) o
“La revolución en bicicleta” (1980) de Mempo Giardinelli. En tanto que el impacto de la
revolución cubana de 1959 se expresa en las obras de Pablo Armando Fernández, Roberto
Fernández Retamar y Lisandro Otero. Sin olvidar el clásico “El reino de este mundo” (1949); texto
en el que Alejo Carpetier consolida lo “real maravilloso” con el cronotopo de la revolución haitiana
de independencia. Asimismo, la literatura centroamericana no escapa a dicha tendencia a partir de la
revolución sandinista, revolución de contenido antiimperialista, ocurrida en 1979; la historia
política de Nicaragua tendrá su propia estilización literaria en una serie de títulos que la publicitaron
primero en la comunidad de lectores latinoamericanos y españoles y luego a escala mundial.
Anteriormente, la figura libertaria de Sandino adquirió relevancia histórica en las obras del
historiador argentino Gregorio Selser: “Sandino general de hombres libres” (1955), título que
reproduce la denominación de Henri Barbusse y “El pequeño ejército loco: operación México-
Nicaragua” (1958). Sin embargo, más de dos décadas antes, la gesta anticolonial de Sandino había
tenido proyección literaria en las obras de dos escritores nicaragüenses: Hernan Robleto publica
“Sangre en el trópico. La novela de la intervención yanqui en Nicaragua.” (1930) y Salomón de la
Selva, “La guerra de Sandino o pueblo desnudo” (1935). Posteriormente, la revolución sandinista
(1979) se consolidará como el eje central de la literatura del siglo XX en Nicaragua ; estableciendo
la su hechura mediante el discurso testimonial .Títulos como “La montaña es algo más que una
estepa verde (1982) de Omar Cabezas, “Nicaragua tan violentamente dulce” (1984) de Julio
Cortázar, “Adios muchachos Una memoria de la revolución sandinista (1979) de Sergio Ramírez o
“El país bajo mi piel Memorias de amor y de guerra” (2001) de Gioconda Belli son solo algunos
títulos que representan la mixtura de lo testimonial y lo memorialístico como dos elementos
priordiales en la configuración de la literatura nicaraguense. Esta funciona como sinécdoque de lo
que significó la revolución para la literatura latinoamericana en general y centroamericana en
particular. En definitiva, el impacto histórico de la posibilidad del cambio político redefinió
subgéneros literarios así como también procedimientos y particularmente la función que la literatura
debía ocupar en sociedades polarizadas entre el inmovilismo histórico y la lucha por
democratización de sus sociedades. Así como la sociedad debía cambiar, la literatura debió
incorporar la realidad como partida y finalidad de su praxis comprometida.
Bibliografía

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