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UN CONSTRUCTOR DE TEMPLOS DE PIEDRAS Y ALMAS

Biografía del V. P. Fr. Miguel E. Zavala, OSA.


FR. NICOLAS P. NAVARRETE, OSA.
Cronista de la Provincia Agustiniana de Michoacán

PROEMIO
Por encargo de mis Superiores, emprendo la redacción de esta semblanza biográfica del gran religioso y sacerdote agustino, hijo predilecto de esta Provincia
Agustiniana de San Nicolás Tolentino de Michoacán, FRAY MIGUEL FRANCISCO ZAVALA LOPEZ.
Para que sea un testimonio colectivo, y no simple fruto de mis informaciones y observaciones personales, he practicado una paciente encuesta, durante los veinticinco
años que han transcurrido desde su fallecimiento, entre diversas personas - religiosos, sacerdotes, seglares - de ambos sexos y de toda edad y condición social y
cultural, que conocieron y trataron de algún modo a nuestro biografiado, sobre tres interrogaciones substanciales.
1)- ¿ Conoció Ud. y trató al P. Fr. Miguel E. Zavala?
2)- ¿Recuerda Ud. algún hecho o anécdota que revelara en su vida alguna o algunas virtudes humanas, cristianas, religiosas o sacerdotales?
3)- ¿ Qué juicio personal le merecen la vida y la obra del P. Zavala, en su conjunto?
Las ciento doce personas consultadas respondieron,
en su totalidad, haber conocido muy bien al «Padre Zavalita " y haberlo tratado con alguna frecuencia; un 58% enriquecieron mis informaciones con anécdotas,
especialmente de tipo milagroso, si bien la mayor parte repetidas o semejantes entre sí, y todas emitieron con sencillez un j uicio favorable a la santidad de su vida y
de su obra.
No cito nombres ni determino los autores de las anécdotas, por no hacer farragosa esta biografía, pero tengo en mi poder las respuestas de cada uno de los
encuestados, para mostrar a quien lo requiera. Las he incorporado a lo largo de estas páginas, fundiéndolas en todo el texto.
En el desarrollo narrativo de su vida, se mezclan también las informaciones obtenidas de labios del propio biografiado, con quien me tocó convivir en distintas etapas
de su existencia. Cuando fui alumno de Latinidad en el Colegio de, San Pablo de Yuririhapúndaro, el P. Zavalita era Rector y Catedrático, al mismo tiempo que
administraba la cura de almas de la parroquia. Esto fue por todo el año de 1921 y los tres primeros meses del 22. Desde entonces aprendí a manejar el Breviario, pues
él me lo enseñó para que le ayudase a rezar el Oficio Divino, casi siempre por la noche. Tanto, que yo lo recitaba dos veces al día, porque mi vicerrector y maestro P.
Fr. Nicolás M. Martínez (q. d. D. g.) me hacía acompañarlo a él en el mismo, por la tarde. En los años posteriores, dejé de tratar al P. Zavalita, con la misma
frecuencia, pues tuve que marcharme al Noviciado en San Luis Potosí y al Profesorio en Guadalajara, Morelia y Roma. Los tres años subsiguientes a mi noviciado
(1923-1926), pasaba las vacaciones a su lado en Yuriria y lo acompañaba en sus correrías apostólicas a los ranchos, encargándome de la catequesis de niños y adultos;
en la cabecera, me hacía dar pláticas a las asociaciones piadosas y a un sindicato de obreros que tenía organizado bajo la dirección del P Fr. Reginaldo Vega. Por las
noches me quedaba en una habitación contigua a la suya. A mi regreso de Europa, ya ordenado yo sacerdote, lo seguí tratando intermitentemente, pues me invitaba a
predicar el Novenario y la fiesta del Gran Padre San Agustín, dos años (1932 y 1933) en la iglesia de Santa Clara de la ciudad de México y otros dos (1934 y 1935) en
la parroquia de San Bartolo Naucalpan. Durante el cuatrienio 1935-1939, nos veíamos más esporádicamente y por breves días. Hasta que volvimos a convivir, en la
comunidad yurirense, por cinco años continuos menos un mes, del 10 de Febrero de 1939 al 10 de Enero de 1944, siendo yo párroco de Yuriria y él capellán de la
Preciosa Sangre de Cristo, pero con residencia en el Convento, desde donde atendía su capellanía. Ocioso me parece decir que, durante esa temporada, acopié
informaciones y observaciones directas de su vida y de su obra y tuve oportunidad de sondear y aquilatar su potente vida interior y la autenticidad de su virtud.
Otras informaciones complementarias, sobre todo las que por obvias modestias él no pudo transmitirme, las he obtenido por el testimonio positivo de sus compañeros
de estudios y ministerio y por los documentos inéditos de los Libros del Archivo de la Provincia y de las Casas que él rigió como Superior. Escritos suyos no poseo
más que una docena de cartas de dirección espiritual, en la que vibra su corazón lleno de Dios, y las Actas capitulares, que dejó escritas de su puño y letra y con
redacción y ortografía
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óptimas, en el Libro VIII de Provincia, como Secretario que fue de cinco provincialatos, en que empuñaron el gobernalle tres Provinciales.- PP Fr. Ubertino Herrera (1904-1908), Fr. Angel Zamudio
(1908-1920) y Fr. Miguel de los Angeles Castro (1920-1924).
Con todos los datos apuntados, puedo garantizar la objetividad de esta Biografía, cuyo autor no ha hecho más que recopilarlos y darles forma articulada.
Quiera el Divino Maestro que, en estos nuestros días de crisis religiosa y sacerdotal, el paradigma del Padre Zavalita nos muestre al hombre de Dios y al sacerdote de Cristo de ayer, de hoy y de mañana.
Yuririhapúndaro, fiesta de la Conversión del Gran Padre San Agustín, 24 de abril de 1972.
Fr. Mcolás P Navarrete, osa.
M.R.P. FR. NICOLAS NA VARRETE O.S.A.
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1.- NATALICIO Y PRIMEROS AÑOS

JOSE ESTANISLAO SERAPION FRANCISCO DE LA TRINIDAD vino a la vida, el 12 de Noviembre de 1867, en


el poblado michoacano RANCHO NUEVO, entonces, y SANTA CLARA, antes y después. Sus cristianos padres Rafael Zavala y, Micaela López hicieron bautizar a su hijo un día después de su natalicio,
en Puruándiro, cabecera parroquial. El vicario cooperador Pbro. Don Lucas Hernández
lo hizo hijo de Dios, apadrinándolo D. Antonio Gaitán y su esposa doña Concepción Méndez. Así el renacimiento fue
PANORÁMICA DE LA CIUDAD DE PURUANDIRO
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casi inmediato al nacimiento.


El terruño de Francisco -nombre adoptado entre los cuatro- se localiza actualmente a seis kilómetros al Poniente de Cerano, Gto. y doce al Norte de Puruándiro, Mich., en la región montañosa de
loslinderos entre Michoacán y Guanajuato. Desde el siglo XVII hasta el XIX fue una estancia de la gran Hacienda de Santa Mónica, perteneciente al Convento de Agustinos de Yuririhapúndaro, como
aparece en las Escrituras, conservadas en el Archivo conventual. Al ser confiscados los Bienes del Clero por las Leyes de Reforma, adquirió la estancia Don Antonio Gaitán, quien hizo mayordomo a su
compadre Don Rafael Zavala, dándole una casa contigua a la de la Hacienda. En élla nació el futuro Fray Miguel. Actualmente es cabecera parroquial Santa Clara y cuenta con una hermosa capilla de
estilo Ojival, edificada recientemente en el campo que ocupó la Casa de la Estancia, ya desaparecida; la rodea en cuadro un espacioso atrio, delimitado con barda de tabique y barandal de hierro, y tiene su
sencilla, pero acogedora casa cural, a un lado. La población de Santa Clara pasa del millar de habitantes, distribuidos en unas doscientas amplias casas de tejado, Son los feligreses muy amables y
hospitalarios, a juzgar por el trato y acogida que nos dispensaron en nuestra reciente visita.
Apenas contaba trece meses de edad el niño primogénito, cuando tuvo que emigrar con sus padres al Ojo de Agua de Enmedio, Municipio de Moroleón, donde quedó huérfano de padre, a los cuatro años
de edad. Allí nació en 1869 su hermanita Pilar. La madre viuda tuvo que radicarse luego en la ciudad de Moroleón, para poder trabajar por el sustento y educación de sus hijos. La pequeña familia Zavala
López se estableció, pues, en la villa industrial, a fines de 1872,
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rentando una humilde casa sureña, de las últimas de la calle de Hidalgo. Pagaba dos pesos mensuales de renta, lo que ganaba en una semana lavando ropa ajena. Así pasó la pequeña familia diez años, en
suma estrechez y pobreza.
A la temprana edad de seis años, entró Francisco en una escuelita particular, regenteada por las señoritas hermanas Rosa y Antonia Paniagua, tías del que más tarde fue el P. Fr. Agustín Paniagua, o.s.a.
Niño moreno pero agraciado, de estatura menudita, alegre y travieso, precoz y preguntón, nada tímido sino abierto, valiente mas no pendenciero, rápido y seguro en sus respuestas, Francisco se reveló
luego como un superdotado, dueño de los cinco talentos y de una rica psicología. Sin esfuerzo aprendió rápidamente a leer, escribir y contar y todo el Catecismo de Ripalda y la Historia Sagrada. Al tercer
año de escuela, sabía tanto como los de sexto grado y fue siempre el primer lugar entre sus condiscípulos. A los siete años de edad, ansiaba él hacer su Primera Comunión y estaba bien preparado, tanto
por sus conocimientos de religión, como por su piedad fervorosa, que se manifestaba en la puntualidad con que asistía a la catequesis parroquial y al diario servicio de monaguillo en las sacras funciones
del Altar. Alguien le vio, más de una vez, postrado ante el Sagrario largos ratos, como abstraído en diálogo con el Niño Jesús. "Vanas veces -nos informa uno que fue su compañero en el ministerio de
ángeles dejaba pensativo al P. Mtro. en Sagrada Teología Fr. Martín Delgado, después de dispararle a quemarropa preguntas como éstas ¿Por qué los ni-nos no son admitidos a comulgar, cuando ya saben
quién está en la hostia consagrada? ¿No dijo Nuestro Señor que dejaran a los niños acercarse a El? ¿No dijo que, para entrar en el Reino de los Cielos, hasta los grandes tienen que hacerse niños? ¿Por qué
no le hacemos
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un templo más grande y mías bonito a Nuestro Señor de Esquipulitas?" Y así, por el estilo otras muchas preguntas substanciosa s que fue ron recibiendo sus respuestas positivas. Desde luego, las tres
primeras, que se referían a su caso particular. le valieron ser admitido al banquete eucarístico, apenas incoados los ocho años de edad, pues un recordatorio que él conservaba tenía la fecha de] 15 de Enero
de 1875, corrió la de su Primera Comunión. A la última pregunta le tocaría a él mismo darle respuesta, 38 años después, con la dedicación de la iglesia monumental que, corno -veremos adelante. se debió
en gran parte a su intensa labor sacerdotal.
Al terminar su educación primaria en 1878, manifestó a su madre y a si¡ confesor el anhelo se seguir estudiando para llegar a ser sacerdote de Cristo. Oía en su alma, con toda claridad, la Voz que lo
llamaba y sentía un impulso vehemente por obedecerla. Esta íntima experiencia vocacional la tenía el registrada en su corazón agradecido coi-no la maravilla que obró en él la Misericordia Divina. Preg-
untaba el asiduamente a que' Colegio podría dirigirse. Pero todos le daban respuestas pesimistas y desalentadoras. Su madre le hacía ver su precaria situación económica. El P. Delgado, paupérrimo
también, no le podía ofrecer más que ayuda moral, y para colmo de males, en ese año lo cambiaron a Salamanca. Nadie sabía en Moroleón que acababa de abrirse, en el obscuro pueblo de Santiago
Maravatío, el Colegio de] Espíritu Santo del P. Fr. Nicolás de Villanueva, enteramente gratuito para niños y jóvenes de toda la comarca. El tricentenario Colegio de San Pablo en Yuririhapúndaro tenía
cerradas sus aulas, desde la exclaustración de sus religiosos, consumada en 1862 por la aplicación de las leyes reformistas. No le quedaba a Francisco otro camino que el del Seminario Concilia¡- de
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Morelia Y allá dirigió sus pasos. espoleado por la fuerza de su vocación


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II.- EL ESTUDIANTE ANDARIEGO

En la mañana invernal de 26 de Diciembre de 1878, el monaguillo doceañero, montado sobre el aparejo de un pollino,
emigraba jubiloso de Moroleón a Morelia, en medio de la manada asnera cargada de rebozos y garrafones de aguardiente. Había conseguido de los arrieros ser admitido gratuitamente en la recua. Su
equipaje era un maletín con doce prendas de ropa
y una tilma con que iba él cobijado para defenderse del aire gélido y cortante. En la bolsa de su pantaloncillo desteñido y remendado, llevaba dentro de un pañuelo, anudado su capital, que eran
cuarentaicinco pesos porfirianos, fruto de una colecta
que hizo entre las personas piadosas, que estaban muy edificadas por su devoto comportamiento en el servicio del Altar y que le auguraban verlo retornar pronto, no para ayudar sino para celebrar la Santa
Misa. El Padre Delgado, le regaló su bendición llena de presagios y veinte tostones de plata. Doña
Micaela, su madre, se quedó llorando, pero con dulces lágrimas de esperanza, y puso en las manos de su pequeño hijo, no sólo
la ropa limpia y almidonada, sino también sus médicos ahorros de cinco pesos y tres reales. La primera jornada de sol a sol lo
encaminó hasta Cuitzeo, donde se dirigió luego a la iglesia parroquial para asistir al rezo del Santo Rosario, que era el cuarto para él, pues en el camino había recitado con los arrieros las tres partes, con
misterios cantados y todos los sobornales. Fue la primera vez que los pacientes pollinos, en largos años de
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maltrato, descansaron del tumbo malidicente en sus orejas y del


latigazo en sus ancas Aquel chiquillo devoto y cantador había
amansado a los arreadores. como platicaba uno de ellos,
muchos años después En Cuitzeo hizo luego amistad con el P.
Mtro. Fr. Hilario García, o.s.a. párroco del lugar, quien le
impartió una opípara cena y hospedaje acogedor Con una
noche que durmió en una de aquellas celdas triseculares,
tuvo un sueño precioso de vida conventual y se levantó
creyéndose fraile agustino. Antes de la última llamada de misa
de seis, estaba va en la iglesia vestido de monaguillo,
sorprendiéndolo el párroco de hinojos y absorto sobre el
Sagrario. Al terminar la Misa. Fray Hilario se quedó viendo, con
ojos escrutadores, al monaguillo y, le dijo con voz profética
- “Ánimo, hijo, que tus deseos se han a cumplir, serás sacerdote agustino!"
Tomado un reconfortante desayuno, aumento su caudal con veinte duros y una efusiva bendición, que le obsequió el fraile bendito. Restregándose los ojos, que se le habían mojado con
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lágrimas de gratitud, Francisco besó la mano de su bienhechor y se lanzó en carrera abierta hacia el mesón, donde le esperaban sus compañeros de viaje, listos ya para proseguir la marcha. La segunda
jornada se consteló también de rezos y cantos. En Mesón Nuevo pernoctaron y, al rayar del alba, el día de los Santos Inocentes, después de recitar con cánticos el Rosario de la Aurora, se ocupó en hacer
"inocentes" a los arrieros,
escondiéndoles algunas prendas de su oficio, inclusive los huaraches de uno de ellos, y hasta que ya los vi o que agotaban la paciencia, les entregó todos los objetos con una etiqueta que decía: "Inocente
palomita, que te dejaste engañar". Claro, que él tuvo que leérselas, por ser todos analfabetas. Celebrando la ocurrencia con grandes risotadas, emprendieron la tercera jornada, y ya llevaban media legua
recorrida, cuando Francisquillo sintió vacía la bolsa del tesoro. Pensó luego que los arrieros lo habían hecho inocente, pero no. Los verdaderos Inocentes le habían jugado la travesura. Se volvió a pie, en
vertiginosa carrera, hasta la posada del poblado, y en el rincón donde había pasado la noche, encontró su valioso envoltorio, sin que le faltase ninguna moneda. "Y vamos a rezar un Rosario de acción de
gracias" -les llegó diciendo a los arrieros, quienes le felicitaron por su feliz hallazgo y le preguntaron con sorna, que si no tenía un papelito pegado...
Hacia las cuatro de la tarde , pudo avizorar Francisco las torres señeras de la Catedral, símbolo de la Iglesia Eterna, a la cual él quería servir con mayor entrega de amor y sacrificio. Le dio un vuelco el
corazón, rebosante de alegría y empezó a sentir impaciencia por arribar cuanto antes ala ciudad conventual. Por fin, una hora más, y ya estaba en las goteras de Morelia. Al pasar junto a la iglesia del
Carmen, se apeó de su mansa cabalgadura, se despidió con profundo agradecimiento de sus compañeros de viaje y, echándose a la espalda su hatillo ropero, entró en el sagrado recinto para hacer la
primera visita de los siete altares,
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que había prometido para impetrar la gracia de ser aceptado en el Seminario. Pero, ¿dónde estaba el Seminario? Recorrió la Catedral, San Agustín, San Francisco, La Cruz, Las Monjas y fue a parar al
Santuario de Guadalupe, sin obtener ninguna indicación segura de lo que él con ansiedad buscaba. Eran ya las ocho de la noche. Sentóse a descansar en una luneta de la calzada, haciendo cálculos de pasar
allí mismo la noche, si era preciso. De pronto, se le acercó un borracho, que empezó a preguntarle mil cosas y, levantándose el niño para escabullirse, el ebrio le quitó su maletín. Francisco rompió en
llanto, y en eso pasaron dos piadosas mujeres, que le ayudaron a recuperar su prenda. Luego invitáronlo a seguirlas, dándole hospedaje en su casa que no estaba lejos de allí. Al día siguiente, como ya les
había contado el fin que lo llevaba a Morelia, una de ellas, de nombre Justa Flores, lo llevó consigo al Convento de las Madres Capuchinas. Estas, después de informarse de su caso, le prometieron
implorar su admisión en el Seminario y recomendarlo con su capellán, P. Félix Martínez, que era vicerrector o prefecto. Como lo hicieron en seguida, con gran éxito. Faltando aún dos o tres meses, para
abrir el Internado de San Ignacio, convinieron en que el niño estaría a las órdenes de las monjitas, desempeñando el oficio de mandadero en las horas diurnas y pernoctaría en casa de la portera. Así la
Divina Providencia, por mediación de su Madrecita de Guadalupe como él la llamó toda la vida-, le había librado de un grave peligro, le había llevado a manos de sus bonísimas protectoras y le había
abierto las puertas de¡ Seminario.
Mucho antes de lo previsto, el 25 de Enero de 1879, Francisco Zavala López entraba con beca en el Colegio de San Ignacio, y emprendía animosísimo sus estudios de Humanidades, distinguiéndose, luego
entre sus numerosos condiscípulos por su feliz memoria, su viveza intelectual, su conducta intachable y su piedad eucarística y mariana. Lo
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primero que hizo fue comunicarle a su madre el gozo inefable de su corazón y doña Micaela fue a visitarlo cuanto antes pudo, llevándole ropa limpia y cubierto de chilacayote de Moroleón. Francisco
puso en manos de su madre su tesoro de setenta pesos y tres reales, diciéndole: -Ese dinero no me ha servido para nada, porque todo lo que necesito lo tengo, bendito sea Dios; a ti te servirá de mucho y
sólo te pido que mandes celebrar dos Misas de acción de gracias, una a la Divina Providencia y otra a mi Madrecita de Guadalupe, y otras dos por mi papá, que en paz descanse-. Le siguió mandando la
ropa limpia, cada dos semanas con los mismos arrieros que viajaban con esa frecuencia de Moroleón a Morelia. Francisco no iba de vacaciones a su hogar, cumpliendo con
un voto que había hecho, para que el Señor le conservara perseverante en su vocación.
Dos años permaneció nuestro estudiante en San Ignacio, que fueron los de 1879 y 1880, dejando una estela luminosa en sus aulas, pues maestros y alumnos constataron en él talentos y carismas nada
comunes para su edad. Durante ese tiempo, conoció y trató, como confesor y director espiritual, a la "Palomita de Dios" P. Fr. Sabás Rodríguez, que era Prior del Convento de San Agustín. Llamábanle
con el mote mencionado el Clero y el Pueblo de Morelia, por su extrema sencillez y bondad, si bien era un varón de amplia cultura, Maestro en Filosofia y Teología. El había estado cultivando la vocación
de su dirigido y éste, con toda espontaneidad, le manifestó varias veces su deseo de abrazar la vida religiosa agustiniana. Cuando ya el Padre se dio cuenta de que era auténtica vocación ese deseo, y
sabiendo que, precisamente ese año de 1880, el Capítulo Provincial reabría el Colegio de San Pablo en Yuririhapúndaro, lo encauzó por ese rumbo, llevándolo él personalmente a sus aulas, el 7 de Enero
de 1881, avisando antes del traslado al Rector del Seminario de Morelia,
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tanto que éste se dolió de perder para el clero diocesano una "óptima vocación", aunque se alegró de que hubiera escogido la senda del Gran Padre San Agustín, de quien el propio Rector, Pbro. D. Agustín
Abarca, era muy devoto, por llevar su nombre y pertenecer a su Orden Tercera.
Ya en Yuriria, bajo la docencia del ilustre latinista P. Fr. Andrés Vega, cursó Francisco el tercer año de Humanidades. En otras materias, como Lengua Castellana y Religión, fueron sus maestros el Rector
del Colegio P. Fr. Rafael Villafuerte y el Prior del Convento P. Fr. Blas Enciso, el egregio. En ese tiempo, en que los exámenes finales revestían cierta solemnidad, solía asistir a ellos el P. Provincia¡ con
su Definitorio. Por su lejana residencia en Guadalajara, y más aún, por su delicada salud, el P. Provincial de ese entonces, Fr. Manuel Rodríguez, había designado por su vicario al P. Fr. Hilarlo García,
quien se sorprendió gratamente y ver entre los examinados a su pequeño amigo Francisco Zavala, y más se congratuló por su brillante actuación en el examen, cuya calificación fue de SOBRESALIENTE.
Su madre se trasladó a Yuriria, para estar en condiciones de ayudar a su hijo, en quien cifraba tantas esperanzas, no económicas sino espirituales. Sabía ella que el sacerdote diocesano vivía al lado de sus
familiares y no así el religioso, que se desprendía del hogar. Y sin embargo, se sentía más feliz de que su hijo hubiese preferido la vida del claustro. Ella lavaba y planchaba ajeno y prestaba otros servicios
en las casas particulares, para proveer de lo necesario a su colegial. Francisco, a su vez, cooperaba con su madre, vendiendo pepitorias, los domingos y días festivos, por las calles de la ciudad. Lo
recordaba él, cuando ya párroco recorría casa por casa implorando limosna para sus obras, y solía decir: -Ayer vendedor ambulante y hoy limosnero andante"
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De gozo se llenó su corazón, cuando le dijeron que debía marcharse al Colegio del Espíritu Santo, fundado tres años antes en Santiago Maravatío por el Insigne pedagogo Fr. Nicolás de Villanueva, o.s.a.,
con miras a restaurarla Provincia Agustiniana de Michoacán que se encontraba en peligro de extinción. Como en e¡ mismo año en que llegó Francisco al Colegio de San Pablo de Yuriria, arribaron
también unos treintaicinco alumnos procedentes del Colegio maravatiense -filósofos veinte y latinos quince-, habían informado a nuestro biografiado de las maravillas de su primer Plantel y de la gran
bondad y sabiduría de su fundador, y Francisco tenía verdadera ilusión de conocerlo, por eso el 7 de Enero de 1882 partía presuroso al nuevo centro escolar, ya cualificado para iniciarse en la Filosofía. Se
encontró con un inundo de condiscípulos, ciento sesenta internos y unos veinte externos. Todos rebosantes de alegría y felicidad, no obstante que sus habitaciones eran de paredes dejaras y techos de
zacate, en agudo contraste con los magníficos claustros del Convento yurirense y los amplios corredores del Colegio moreliano. Allí no era el ambiente material, sino el espiritual, el que los mantenía
eufóricos, ya que estaba embalsamado del "suave olor de Cristo", irradiado por el ínclito Villanueva, Padre y Maestro de una sola pieza. Atendía a la vida espiritual de sus
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educandos, con la palabra unciosa y el ejemplo genuino, proveía al sustento de su numerosa grey con pan abundante y gratuito, en cuya provisión todos se preguntaban si no se repetía incesantemente el
milagro de la multiplicación; enseñaba con método intuitivo, mediante juegos ingeniosos, que hacían amenas las asignaturas más abstrusas. Todo eso lo experimentó jubiloso Francisco Zavala, durante los
seis años, en que fue alumno de aquel Colegio del Espíritu Santo
(1882-1888), tres de latinidad y tres de Filosofia. ¿Por qué se le hizo repetir el estudio de la lengua latina cuando ya Io tenía hecho y aprobado? El mismo me dio la respuesta a la cuestión. Había estudiado
y aprobado ciertamente tres años de Latín pero únicamente había visto la Analogía y le faltaban la Sintaxis, la Prosodia y la Traducción de los Clásicos. Todo esto fue lo que aprendió de su maestro
Villanueva, además del complemento de la Lengua Castellana, de la Aritmética y Geometría, de Historia y Geografía, pues en ese Colegio se llevaban estudios completos, según los adelantos del tiempo,
el P. Villanueva enseñaba las materias
fundamentales y tenía un cuerpo de profesores, integrado por alumnos de cursos superiores, -como los teólogos D. José María Villagómez, D. Manuel María de la Mora, D. Facundo Flores- que atendían
las asignaturas secundarias. En los tres años de Latinidad, Francisco sustentó examen solemne, que se llamaba acto público, uno en el Convento del Carmen de Salvatierra y otros dos en nuestro Colegio
de San Pablo de Yuriria, pues el Varón de Dios solía hacer esta clase de exámenes, en lugares de mayor cultura, para estímulo de sus alumnos, que cosechaban aplausos y felicitaciones, lo mismo que
premios valiosos, de la aristocracia ciudadana. Estas solemnidades cooperaban también al mayor prestigio del humilde plantel. No es extraño que el más tarde Fr. Miguel
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F. Zavala tuviese fama muy merecida de excelente latinista. A mí me obsequió las obras completas de Cicerón, cuyos quince tomos había él leído, pues conservan, aquí y allá, notas marginales de su puño
y letra.
El curso trienial de Filosofía fue también un éxito para su formación cultural. El P. Villanueva era latinista, filósofo y teólogo consumado, al mismo tiempo que apreciable literato y orador. Y, como ya
dijimos, sabía transmitir su ciencia con amenas ejemplificaciones de juegos e imágenes, que hacían comprensibles hasta las cuestiones y tesis de la más profunda Metafísica, como puede constatarse en su
libro inédito SAN AGUSTIN DE LA LUZ, que es un verdadero Tratado Filosófico y Teológico,, a la luz del pensamiento agustiniano, lo que prueba, además que infundía en sus alumnos la doctrina y el
espíritu del Egregio Doctor de los Doctores. De allí, que todos sus discípulos de Filosofía, aún los que nunca abrazaron la vida religiosa y sacerdotal -como Fulgencio Vargas, literario, historiador y
profesor universitario, y Manuel María de la Mora, insigne maestro de escuela-, se distinguieron siempre por un gran amor y conocimiento del Águila de Hipona. Con mayor razón, los religiosos
agustinos, que florecieron bajo su cátedra, entre las cuales descolló siempre Fray Miguel Francisco Zavala. Sus calificaciones en el curso filosófico fueron de sobresaliente y excelente, igual que su
comportamiento moral y espiritual.
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IV, EL NOVICIO MODELO

Ya en la juventud madura mediando los 21 años de edad. el de Junio de 1889. fiesta conmemorativa de la canonización de S. Nicolás de Tolentino, endosaba la estameña agustiniana Francisco Zavala
López, cambiando su nombre de pila por el de Miguel, para compartir con su madre el patrocinio del excelso Arcángel Miguel como una delicada muestra de gratitud a la que tanto se había afanado por su
vocación. Doña Micaela López Vda. de Zavala se había domiciliado en Yuriria, para atender más de cerca a su hijo y desde allí, le hacían visitas trimestrales a Santiago Maravatío y, semanariamente, le
enviaba ropa limpia por conducto de arrieros cacahuateros. Le tocó asistir, conmovida y feliz, a la toma de hábito de su hijo, por haberse realizado la ceremonia en la iglesia monumental de
Yuririhapúndaro. A su, lado exhalaba fragancia de azucena, en la de los diecinueve años, María de! Pilar, única hermana del novicio. Y los padrinos de bautismo de éste, don Antonio y doña Concepción,
acompañaron también al ahijado en aquel venturoso evento, regalándole el hábito y un breviario para el Oficio Divino. Si bien, la presencia de los suyos le era muy grata, el novicio estaba completamente
abstraído en la dicha inmensa de su iniciación religiosa.
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En el Grandioso Convento de Fray Diego de Chávez, readquirido por sus dueños los agustinos, después de haberlo perdido por la exclaustración, pasó Fray Miguel feliz y tranquilo -el año de su tirocinio,
entregado de lleno a su formacíón básica en la espiritualidad agustiniana. Quiso el Señor que le tocara de maestro de noviciado, nada menos que a su santo y sabio educador Fray Nicolás de Villanueva. En
efecto, el Capítulo Provincial de 1884, en que fue electo prelado Fray Blas Enciso, designaron maestro de novicios a dicho P. Villanueva, dándole por socio al P. Fr. José de Jesús Rojas, que debería estar
de continuo al cuidado de los novicios, ya que el maestro, que seguía al frente de su Colegio y de la Vicaría de Santiago Maravatío, solamente podía atenderlos personalmente dos veces por semana. Fray
Miguel, que ya se había propuesto por modelo de su vida a su ínclito maestro, durante su educandato, ahora lo tenía por experto guía en la difícil ascensión de la escala ascética y mística. Y lo siguió con
afán y con denuedo, hasta que logró recibir su espíritu, como Elíseo de Ellas. Veremos, a lo largo de su vida religiosa y sacerdotal, cintilar las radiaciones de Fray Nicolás en Fray Miguel: sencillez
evangélica en la sabiduría; audacia para emprender grandes obras fiado únicamente en la Divina Providencia; ministerio asiduo y generoso en la iglesia de los pobres; caridad de celo ardiente por la
salvación de las almas, pobreza extrema en su persona y en su vida; pureza angelical en sus costumbres, obediencia hasta el sacrificio de sus más caros ideales; alegría auténtica nacida del amor más puro
para servir a la iglesia y a su Provincia venciendo con hechos los prejuicios contra sus obras- magnanimidad, en fin, para la doble construcción de templos de piedras y almas. Hasta en el Resurgimiento de
la Provincia fue Fray Miguel segundo hito de Fray Nicolás,
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pues así como la Provincia renació con los 55 sacerdotes religiosos, engendrados en Cristo por el gran Padre del Colegio del Espiritu Santo, vino a resurgir nuevamente con el impulso de fecundidad que
comunicó Fray Miguel al Colegio de San Pablo. Paralelismo histórico: Renacimiento, en el decenio 1878-1888;. Resurgimiento, en la década 1921-1931. Y si el primero siguió a una agonía mortal de la
Provincia, el segundo vino a revitalizar la obra del primero y a contínuarla en un ritmo ascendente, hasta la actualidad. Fray Nicolás y Fray Miguel forman el binomio más dinámico y fecundo de nuestra
Historia, en la continuidad de una centuria.
Quise adelantar, a grandes rasgos, los hechos históricos, para que se vea cómo el noviciado de Fray Miguel fue una escuela de perfecta caridad, bajo un magisterio profundamente agustiniano en la Luz y
en el Amor. El novicio, con la gracia de Dios, captó y encarnó en su vida el Divino Ideal, resultando un religioso según el espíritu de Agustín y un sacerdote según el corazón de Cristo. Esto es, todo
espíritu evangélico.
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V.- LA CRUCIFIXIÓN CON CRISTO

La mañana gloriosa del día de San Juan de Sahagún, 12 de Junio de 1889, con su cielo de zafir salpicado de blancos celajes, estampó en el recinto de la iglesia parroquial y conventual yurirense, una fecha
inolvidable y una imagen cromática indeleble: el acto ¿e la primera profesión religiosa agustiniana de Fray Miguel Francisco Zavala.
Los novicios, que eran ocho, revestidos con su hábito blanco, llevaban en el brazo derecho la negra estameña que había de significar su tránsito a una nueva vida de amor y sacrificio, en la consagración y
entrega total. Al lado del Evangelio, en la tarima del Altar Mayor, había una mesa redonda con un bello Crucifijo de marfil enmedio y dos cirios encendidos; enfrente, un Misa!, un ejemplar de la Regla y
Constituciones de la Orden y un viejo libro de infolios, que era el de registro de Actas de Profesión. El primero y el más bajo de estatura en la fila de novicios era Fray Miguel.
La inmensa nave de la iglesia, con sus amplios cruceros, veíase pletórica de feligreses. Doña Micaela, con su vestido de percal azul y pringas blancas y cobijada con un rebozo moroleonés del mismo
color, podía distinguirse, como la más pobre, entre otras siete damas con trajes sedeños y encopetadas, que eran las mamás de los otros novicios.
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Empezó la ceremonia con un marcha triunfal. Luego las voces polifónicas del coro entonaron el himno MAGNE PATER AUGUSTINE. En seguida se oyó la voz del Prior, haciendo o la primera
interrogación: "Hijos muy amados, ¿qué pedís?" Pasadas las respuestas en coro de los novicios, el rito de la profesión siguió adelante conforme al ceremonial agustiniano. Cuando Fray Miguel, revestido
ya del hábito negro, pronunció la fórmula de su consagración religiosa, lloraba de emoción. Y aunque expresó correctamente el plazo de los tres años de votos temporales, sin embargo, al hacer la
ceremonia de la postración -símbolo de la muerte mística-, exclamó como arrebatado de inspiración: "...hasta la muerte y muerte de cruz".
Cinco años duró su tiempo de profesorio, porque no le fue posible emprender desde luego los estudios teológicos, tanto porque el curso lectivo de 1889 estaba por terminar, como principalmente, por
haber sido víctimas los religiosos de una segunda exclaustración, más drástica y violenta que la primera. No obstante que a la sazón ya se encontraba establecida la dictadura pacífica de don Porfirio Díaz,
todavía abundaban funcionarios regionales o locales, como algunos jefes políticos o alcaldes, muy celosos de aplicar en rigor las leyes de Reforma, y a Yuriria le tocaron no pocos de esos elementos. Uno
de ellos expulsó, con fuerza brutal, a la Comunidad. Dispersáronse los coristas en distintas direcciones, casi todos a la casa de sus padres. Fray Miguel pasó al convento de Morelia, donde también vivía
dispersa la comunidad, pero a él se le encargó el cuidado de la iglesia como sacristán. Dormía en el salón contiguo a la sacristía grande, que estaba separado del Convento. Medio año de estancia en esa
forma, le sirvió de retiro preparatorio al curso teológico. En aquella soledad de profundo silencio, saboreó
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las delicias de la oración contemplativa en sus íntimos coloquios con Jesús Sacramentado y con la Madre Santísima del Socorro. Es incalculable el adelanto en la vida espiritual que allí alcanzó. No estaba,
sin embargo, en un falso
quietismo de dulce ocio, porque aseaba diariamente la iglesia, conservándola como un relicario; ayudaba las tres Misas que iban a celebrar los Padres, diariamente, pues no había persecución contra las
personas sagradas, sino únicamente contra las comunidades religiosas, en cuanto tales- rezaba el Santo Rosario y otros actos de piedad con los numerosos fieles que acudían, ya que la fe del pueblo jamás
desfalleció; cultivaba un hermoso jardín en el huerto de la Lima del V.P. Moya, y así, otros muchos quehaceres -como también cocinar sus propios alimentos y lavar y planchar su ropa- le hacían combinar
el oficio de Martha con los deliquios de María.
Tuvo que arrostrar también alguno que otro peligro. Contaba que, la noche de Navidad, después de la Misa de "Gallo", al cerrar las puertas del templo, no se percató que se quedaron dentro-dos
ladronzuelos. Ya para acostarse el buen sacristán, oyó ruidos en el sagrado recinto y corrió al momento para cerciorarse de lo que pasaba. Apenas abrió la puerta de la sacristía ala iglesia, se le echaron
encima los dos forajidos, puñal en mano. El se les escabulló en la obscuridad, apagando una vela que llevaba encendida, y a la tenue luz de la lámpara del Sagrario, pudo subir hasta el camarín de la
Virgen del Socorro, llevándose de paso un candelero grande, para que le sirviese de arma defensiva en caso de un segundo ataque. Se colocó debajo del manto de la sagrada imagen y allí esperó la
reacción de los bandidos. Estos empezaron a recorrer todos -los cepos de la iglesia, forzando sus cerraduras, y como nada encontrasen porque la
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tarde anterior les había sacado todo el -dinero nuestro


sacristán, se dirigieron hacia el presbiterio, quizá con el fin
de violar el Sagrario para llevarse los copones, que suponían
valiosos, y así, resarcirse de su fracaso. Cuando estaban en su
sacrílega operación, Fray Miguel les arrojó desde arriba el candelero, que hizo gran estrépito al caer en la tarima de madera, y ellos huyeron despavoridos. La puerta del costado
no tenía llave, sino sólo aldabón, y así lograron abrirla y salirse cuanto antes. Con su mentalidad supersticiosa, tal vez creyeron sobrenatural la defensa del sagrario. Un hecho semejante
le aconteció al P. Fr. Angel Zamudio, muchos años después, pero él sí se enfrentó a los forajidos, que esgrimían sendos puñales, y con candelero en mano se defendió valerosamente de sus agresiones y los
arrojó del templo.
Para Enero de 1890, Fray Miguel fue inscrito en el Seminario Conciliar de Morelia por el P. Provincial Fr. Sabás Rodríguez, para iniciar su curso teológico. No fue internado allí, sino que acudía a las
clases desde el Convento, donde estaba ya nuevamente reunida la comunidad agustiniana. Cursó, pues, los cuatro años de Sagrada Teología en dicho Seminario, distinguiéndose notablemente por su
talento y su virtud. En los exámenes finales obtuvo las mejores calificaciones y, año poi año, presentó acto público de Teología Dogmática y de Sagrada Escritura. Hacia mediados de Noviembre, ya
concluidos los estudios, en 1893, contrajo una larga enfermedad, la fiebre de Malta, de la cual se recuperó hasta Enero de 1894, y así no pudo oportunamente cruzarse Sacerdote de Cristo.
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VI.- UNCION Y ALBORES DE APOSTOLADO

Con su óptima preparación de auténtico religioso agustino, Fray Miguel Francisco Zavala había adquirido la madurez humana y cristiana más que suficiente, para
unimismarse con Cristo Jesús por la unción sacerdotal. La unión de gracia y amor con Dios Uno y Trino estaba en pleno desarrollo, aleteando su alma, más allá de la ascesis, en las alturas místicas de la
"flama de amor viva" y del "cántico espiritual". Caminaba en espiral ascendente por las tres vías. No dejaba de purificarse, en "la noche obscura del alma", con austeras penitencias de ayunos y
abstinencias, de disciplinas y cilicios, de vigilias y de trabajos excepcionales. Vivía de ordinario en la soledad y el silencio, pero sin cerrarse herméticamente en su interioridad, pues gustaba de la
compañía y conversación de los hermanos religiosos y
seglares, donde mostraba siempre la más natural cordialidad, sencillez y jovialidad. Con su suave sonrisa y el chiste ingenioso a flor de labio, se proyectaban la limpieza de su corazón y el gozo del
Espíritu Santo. Nunca murmuraba de nadie y a todos disculpaba con suma delicadeza de caridad. Amaba de verdad, según el
Evangelio, e impartía a todos, con gusto, de lo que tenía, aun privándose de cosas necesarias para hacer el bien. Su vida toda estaba tramada en la urdimbre del amor sincero y
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operante. A Dios nada le negaba, aunque tuviese que arrostrar grandes sacrificios, y siempre estaba a las órdenes del prójimo en el servicio de continuos favores. Así me lo pintaban sus compañeros de
comunidad o estudio. Por lo demás, esa línea siguió siempre en su vida posterior hasta el fin, naturalmente, en dinámica de perfección.
Esa dinámica operaba en su vida, de acuerdo con el evangelio de la caridad y con su formulación agustiniana: "Vuelve sobre ti mismo: en el hombre interior habita la Verdad y trasciéndete a ti mismo”.
Contemplación y acción, perfectamente armonizados o sincronizados en la Caridad de todas las dimensiones. En sus continuas oraciones y meditaciones enriquecía constantemente su interioridad,
conociendo mejor, cada día, a Dios para amarlo sin cesar y se conocía, con claridad a sí mismo, para despreciarse en la humildad. Por eso nunca hubo en Fray Miguel ningún complejo de inferioridad ni
superioridad, nada de timidez ni de temeridad sino abandono filial en la confianza a su Padre Dios, total entrega al hijo Redentor y Salvador y docilidad humilde a las inspiraciones del Espíritu Santo.
Siempre todo con la Virgen Madre, cuya protección y acción maternal sentía constantemente en su vida. Y siempre también bajo el magisterio filosófico y teológico y ascético y místico de su Gran Padre
San Agustín, a quien su educador Villanueva le hizo sentir como un maestro y un guía seguro en su vida evangélica. Tenía otras devociones de Santos y de Santas, entendidas y practicadas en su auténtica
realidad, implorando su intercesión, pero más todavía, siguiéndolos en su camino de santidad. Sintetizando a Fr. Miguel, podríamos decir que fue tina réplica del famoso cuadro, en el que su Gran Padre
Agustín, aparece de hinojos ante un Crucifijo y ante una Imagen de la Virgen Madre. y de ambos
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corazones recibe alimento incesante: del Divino Corazón fluye hacia su boca un hilo de sangre y del Corazón Inmaculado, uno de leche matemal, fundiendo y asimilando en su corazón ambos alimentos
celestiales. Esta comparación no es caprichosa, sino que se funda en su actitud Cristo-mariana de: toda su vida, como lo iremos constatando, al seguirlo en su trayectoria.
Ahora, el momento que estamos historiando era su momento crucial. Pasaría a una vida más alta de santidad y apostolado, pues no iba simplemente a participar, sino a ejerce el Sacerdocio de Cristo, con
sus mismos poderes divinos sobre su Cuerpo Físico y sobre su Cuerpo Místico, por la imposición de las manos, la unción y la misión en el Sacramento del Orden, que imprimiría en su alma, y en su ser
todo, la tercera marca indeleble. Si por el Bautismo, era hijo de Dios y por la Confirmación soldado de Cristo, por el Orden Sacerdotal sería EL MISMO CRISTO. Meditó mucho -me decía él- en estas
ti-es etapas de su vida, examinando su correspondencia a la gracia en las dos primeras y considerando la excelsa dignidad y la tremenda responsabilidad de la tercera que empezaría a vivir. La Iglesia le
pedía una preparación próxima de ocho días íntegros de ejercicios espirituales y él rogó a su Provincia] que le permitiera prolongarlos por un mes entero, como le fue concedido. Al terminarlos, se había
compenetrado tanto de la longitud, anchura, alteza y profundidad de aquella vocación, al mismo tiempo que de su pequeñez, que se presentó humildemente a su Prelado, pidiéndole con sinceridad que lo
dejase como un simple hermano de obediencia, aunque tuviese ya el orden sagrado del diaconado; que así serviría a la Iglesia y a la Provincia con menos indignidad, pues si el santo de su nombre, el
segundo
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Cristo por su santidad, se había declarado indigno de tan alta dignidad, ¿qué sería él? El P. Fr. Sabás le respondió que no quería obligarlo ni menos presionarlo al acto de su ordenación, pero que debía
pensar seriamente en que las acciones excepcionales de los santos no eran regla general de imitación y que él, Fray Miguel Zavala, que no era un San Francisco de Asís, podría equivocarse
lamentablemente rechazando una vocación moralmente cierta, por seguir caminos extraordinarios. La reflexión del Prelado, tan
prudente, le convenció y no volvió a titubear más, sino que tomó la resolución de ordenarse, y una vez sacerdote, "empeñarse -como lo aconseja el Príncipe de los Apóstoles- por hacer cada día más cierta
su vocación y elección, con las buenas obras".
Así, con el corazón limpio y con la conciencia iluminada por una Fe sin sombras, Fray Miguel Zavala subió al Altar de Dios, en la Santa Iglesia Catedral de Morelia, aquella mañana invernal del sábado
17 de Febrero de 1894 para ser ungido sacerdote de Cristo, por el gran arzobispo Don Ignacio de Arciga. Escuchó con tanta atención las palabras y ritos del Pontifical Romano que los grabó en su
memoria para todos los días de su vida. Era ya otro Cristo. ¡Aleluya! Con toda solemnidad celebró su Cantamisa en la iglesia agustiniana de la misma ciudad ante el Altar de Ntra. Madre Sma. del Socorro,
el día de San Matías Apóstol, 24 de Febrero de 1894, sábado aquel año. No pudiendo hacerlo el P. Provincial Fr. Sabás Rodríguez, por encontrarse postrado en el lecho del dolor, proclamó las glorias del
Sacerdocio de Cristo, el joven y ya célebre orador sagrado, P. Fr. Onofre A. Martínez o.s.a., entonces Prior del Convento de Morelia y Secretario de Provincia.
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Estaba ya hecho y derecho, a los veintiséis años y tres meses de su edad, un humilde gran sacerdote, cuya misión específica sería "corroborar EL TEMPLO, con la doble construcción" -material y
espiritual-', en perfecta armonía con el angélico pregón betlemita: "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad". Por estos precisamente dio comienzo su acción
apostólica y arquitectónica.
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VII.- PRIMICIAS DE SU SACERDOCIO

Los fervientes católicos de la Puebla de San Miguel del Sabino, feligreses de la parroquia agustiniana de Yuriria, eran "hombres de buena voluntad", que anhelaban y pedían encarecidamente un sacerdote
"de pie", para saciar su hambre y sed de la Vida ubérrima. Se les atendía ciertamente, desde la Cabecera, yendo un sacerdote, cada ocho días los domingos, a impartir el Pan de la Palabra y de la Eucaristía.
Pero ellos querían la Presencia continua de Jesús Sacramentado y mayor frecuencia de la Misa y de los Sacramentos. Para ello
habían acudido, por un ocurso, al P. Provincial y también al Sr. Arzobispo, no una sino varias veces. Indudablemente, lo habían hecho en plegarlas incesantes cabe las sagradas imágenes de sus Patronos
celestiales: el Divino Salvador, Ntra. Madre Sma. de Guadalupe y San Miguel Arcángel. Y el Señor mostró claramente que atendía a sus ruegos, enviándoles al neosacerdote Fray Miguel F. Zavala,
predestinado a una misión constructora de templos materiales y espirituales. Y así era el que se necesitaba en aquel pueblo anhelante de progreso integral.
Llamamos pueblo al Sabino y no rancho, hacienda o congregación, porque desde sus orígenes recibió esa denominación, que no por en género femenino, deja de
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significar lo mismo. Un pueblo es una reunión de propietarios, libres de servidumbre propiamente dicha. Y así lo constituyó su fundador Fray Diego de Chávez, en 1560, al repartir, entre
su alarife Pedro del Toro y los obreros españoles que colaboraron en la construcción del Convento de Yuririhapúndaro, así como en la formación del lago artificial y en el desmonte y
cultivo de las tierra adyacentes, una porción considerable de terrenos abiertos en la banda derecha del río Lerma, al pie de entonces Cerro Grande y hoy Culiacán. Por eso, los sabinenses
tienen las características de su ascendencia hispánica, altos, blancos, varios rubios, y todos de buena presencia.
Fray Miguel F. Zavala, que era un mestizo con mayor carga de sangre indígena, pudo causarles una impresión menos entusiasta que la que habían experimentado con la presencia entre ellos de aquel varón
alto, robusto, moreno claro, de facciones distinguidas y de voz fuerte y timbrada, que se llamó Fray Vicente Garcidueñas y que escogió al Sabino para vivir el último año de su existencia y para morir en
su seno el 12 de Enero de 1885. Pero el pueblo de Dios posee una intuición certera y un sentido casi instintivo de lo sobrenatural, y pronto se dio cuenta de que en aquel pequeño fraile sin relumbrón había
tesoros incalculables de virtud y de espíritu apostólico. Y lo comprobó plenamente, a medida de su convivencia y actividad.
Los padres, que de Yuriria al Sabino, acudían a las misas dominicales, iniciaron la construcción de su iglesia, con la lentitud impuesta por las circunstancias, de tal modo que, en un lustro - incluido el año
que trabajó allí el P. Garcidueñas-, apenas habían logrado levantar los muros hasta el arranque de las bóvedas. Estas y el resto de la construcción fue obra del Padre Zavalita, inclusive la artística y atrevida
cúpula.
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que en forma de grandioso baldaquino, descansa su mole sobre cuatro columnas cilíndricas de cantería. Todo lo hizo, en el breve lapso de ocho meses (Marzo-Octubre de 1894). Ya los sucesores sólo
tuvieron que edificar la torre, dejando terminada la obra en los primeros meses de 1896 y haciendo la solemne bendición y dedicación, el 5 de mayo de dicho año, al mismo tiempo que la erección
canónica de la Vicaría.
En el orden espiritual fue la actuación apostólica de Fray Miguel una verdadera misión renovadora. Promovió la piedad eucarística y mariana; organizó la Catequesis y algunas Asociaciones Piadosas;
celebraba con esplendor las fiestas litúrgicas que ocurrieron en ese tiempo; predicaba diariamente la homilía en la Santa Misa, e impartió fervorosos Ejercicios. Espirituales, durante la Cuaresma, a todo el
pueblo de la cabecera y de los ranchos circunvecinos, con frutos opimos de vida cristiana. Acabó con los amasiatos en toda la comarca y arregló los matrimonios desavenidos. La frecuencia de
Sacramentos aumentó en un cien por ciento. Logró una notable disminución de la embriaguez y de la violencia. En fin, al lado del templo de piedra, reedificó y hermoseé, los templos de las almas. Y así,
por ese doble camino de construcción, quedaba encauzada su misión apostólica para toda su vida sacerdotal.
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VIII.- EL JOVEN PRIOR DE QUERÉTARO

El 13 de Noviembre de 1894, su vigesimoséptimo cumpleaños, recibió la patente capitular que le designaba Prior del Convento de Querétaro, mandándole que pasara inmediatamente a tomar posesión del
cargo que se encontraba acéfalo, desde el 12 de Junio de ese mismo año, por la muerte prematura del antecesor P. Fr. Enrique Patiño.
Gracias a la fe, al esfuerzo y actividad del agustino queretano Fray Luis Martínez Lucio y Buenrostro (16821733). pudo la provincia Agustiniana de Michoacán engastar en su corona el espléndido joyel
barroco del Convento de Querétaro. La fundación canónica se obtuvo por Rescripto Pontificio y Cédula Real, fechados el mismo día. el lo de Febrero de 1728. y su realización y consolidación se
alcanzaron con el estreno de los dos preciosos edificios- e¡ templo y el monasterio, en 1745. Quedo tan completa y acabada la obra, que durante más de un siglo no necesitó de ninguna restauración o
renovación. Pero, en la década de los sesenta de la centuria décimanona, años críticos de la Reforma en todo México, Querétaro que había sido el proscenio de la lucha ideológica en la Constitución de
1857, fue el escenario del epílogo de la tragedia nacional. Y entonces, a la luz crepuscular de la
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caída de un Imperio, la República triunfante se ensañó más y más contra la Iglesia, expropiándole sus templos y edificios habitacionales, con todos los demás bienes rústicos y urbanos. Pero el golpe más
duro lo lanzó contra los Institutos Religiosos, disolviendo sus comunidades y destinando sus conventos a usos de diversa índole. Por el acuartelamiento de tropas, la iglesia y el monasterio de los
Agustinos sufrieron graves deterioros: la una fue despojada totalmente de su atuendo churrigueresco, que lo eran sus ocho colaterales o retablos; del otro fueron retirados sus cuadros pictóricos más
valiosos y enegrecidos sus muros y su preciosa cantería ornamental con el humo de las fogatas que doquiera hacían inconsideradamente amen te los soldados. Desde la exclaustración definitiva de sus
religiosos en 1868, el monasterio quedó en manos del poder civil hasta la actualidad, y la iglesia estuvo al cuidado de un capellán del clero díocesano hasta 1880, en que fue enviado el P. Fr. Pedro del
Socorro Lagunas, quien estuvo allí doce años, sin haber podido emprender una obra formal de restauración de la iglesia.
Le tocaba a Fray Miguel Zavala esa restauración y una cooperación muy valiosa en el restañamiento de las heridas, que había dejado en las almas de los vencedores y vencidos el trágico partidarismo
político. Los luchadores de ambos bandos eran hijos de la misma Patria Mexicana y de la misma Iglesia Católica. Y sin embargo, se había abierto entre ellos un abismo de odios y discordia. Querétaro,
epílogo de la lucha, era también compendio del desastre espiritual. Por las apariencias, era aquel frailecito una réplica del autorretrato de Juan Diego: "un macehual, una escalerilla". Nada de su físico
invitaba, a primera vista, a la simpatía. Bajo de estatura –“chaparrito"-,
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hombros encogidos, pelo negro e hirsuto, frente despejada, cejas pobladas, tez morena broncinea, ojos café obscuro, nariz ancha, boca grande, mentón acanalado, complexión cuadrada, manos largas y
afiladas, pies anchos, el conjunto no era hermoso. Pero su mirada expresiva y penetrante, su semblante sereno y bondadoso, su continente modesto y distinguido a la vez, su ademán sencillo y abierto, su
palabra fluida y castiza, salpicada, de gracejo y donaire tan naturales y espontáneos, exhalaban de su persona un suave efluvio de simpatía, proclamando un estilo intransferible. Su risa nunca llegó a la
carcajada, sino que desbordó siempre en una sonrisa amplia y cordial. Aquel " no sé que" de profundo, que atisbaban en él algunos espíritus sagaces y observadores, no era otra cosa que su rica vida
interior llena de Dios.
Su talento y su cultura, en letras humanas y divinas, le ganaron un lugar entre los próceres de su tiempo, su honda espiritualidad le hizo confesor de multitudes y director espiritual de religiosas y de las
personas más distinguidas del Clero y del Pueblo de Dios, inclusive hombres públicos y políticos militantes, su corazón generoso y magnánimo se gozaba en obras de caridad y misericordia, como la visita
frecuente a los hospitales y a las cárceles llevando a enfermos y cautivos vida espiritual y obsequios materiales, y cifraba su "dicha, más en dar que en recibir"; su elocuencia y unción en la proclamación
de la Palabra de Dios le borlaron como "doctor del Reino de los cielos que saca de su tesoro cosas nuevas y antiguas". Su apostolado infatigable estaba en relación íntima con su oración incesante porque
supo siempre armonizar la acción con la contemplación. de tal modo, que su observancia regular dentro de su
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comunidad nunca sufrió por las múltiples tareas que emprendía en la obra restauradora. Hasta el punto. que los Provinciales Rodríguez, Villafuerte y Zamudio establecieron el Noviciado de la Provincia
en la Casa de Querétaro, durante el priorato de Fray Miguel, y de allí salieron religiosos muy buenos, como Fr. Agustín Paniagua, Fr. Jesús Lule -muertos ambos en "olor de santidad----, Fr. Alonso
Cantero. Fr. Vicente Gallardo -almas de Dios por su amable sencillez-, Fr. Luis Lira y Fr. Camilo Álvarez - quienes pudieron parecer---ovejas pintadas---. en frase del propio P. Zavalita. pero en el fondo
conservaron buen espíritu religioso. Para más abundar en la gran confianza que los Superiores dispensaban al joven Prior de Querétaro, hicieron de aquel Convento un Reformatorio para los Padres
desviados en su comportamiento. enviando al allí de conventuales a Fr. Alipio López, Fr. Luis Sámano. Fr. Jesús García Navarrete, Fr. Nicolás M. Mota -Prior que había sido de Guadalajara- y Fr. Onofre
Adeodato Martínez- que había desempeñado los delicados oficios (le Prior de Morelia, Predicador de la Catedral, Definidor y Secretario de Provincia y Procurador de la misma Roma-. Todos elogiaban
después la prudencia y caridad con que los trató su reformador y el gran bien espiritual que les hizo. Basta el testimonio del más caracterizado de ellos: ---¡Ya ves a Zavala tan chaparrito!- me decía Fray
Onofre, cierto día de Agosto de 1939-, pues vale por muchos gigantes, no sólo por sus obras materiales, que es lo (le menos, sitio por su genuina virtud que huele a santidad, desde hace ya varios lustros".
Sin descuidar un punto su presencia diaria en los actos de comunidad y su atención asidua al culto divino y ministerio sacramental, hacía personalmente la colecta
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diaria del óbolo de los fieles para restauración del templo, recorriendo a pie casa por casa toda la ciudad, repartiendo los días de la semana en las distintas zonas -el centro y los barrios- de tal modo, que no
dejaba comercio ni domicilio sin su visita hebdomadaria. Ese iba a ser su estilo de operario de la Casa de Dios. durante toda su vida, hasta la muerte. Varias personas le insinuaban otros métodos de
colectar, como la formación de comisiones ad hoc o la celebración de festivales o reuniones sociales. Pero él
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rehusaba todas esas sugerencias, prefiriendo la mendicación domiciliaria, por altos y muy prácticos motivos de santificación personal y apostolado directo. Así, en efecto, tenía constantes oportunidades
para recibir y aceptar desprecios y humillaciones que con frecuencia eran la causa ocasional de verdaderas conversiones. Por ejemplo, un domingo del mes de Enero de 1895, se encuentra Fray Miguel con
un jacobino, a quien le pidió su óbolo tendiéndole la palma de la mano y en lugar de la moneda recibe un repugnante escupitazo. Entonces, el fraile, con toda naturalidad, se lleva a la boca el salivazo y lo
engulle como si fuese una golosina diciendo al mismo tiempo:
-Esto es para mí, falta lo de Dios. Profundamente sorprendido y hasta consternado, por el sublime ejemplo de humildad, el "chinaco" pone en la mano que seguía tendida un peso duro y pide mil perdones
al bendito religioso.
Poco tiempo después, el testigo ocular de esta escena, pudo ver al liberal impío postrado ante el humilde fraile, haciendo su confesión sacramental. Y eso no es más que un botón de muestra.
En cada casa, el incansable mendicante de Dios encontraba problemas, conflictos, necesidades y miserias a montones de orden espiritual o económico. Y a todo daba respuesta cumplida, en tina ti otra
forma. Las familias pobres, que formaban y forman el conglomerado más nurneroso y menesteroso de nuestras urbes, eran el objeto preferido de su insomne celo apostólico, pues siempre tuvo el
convencimiento profundo de que "el Espíritu del Señor lo había ungido y enviado a evangelizar a los pobres y a
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consolarlos corazones oprimidos" (S.Lc. IV, 18). Nunca usurpaba los derechos parroquiales, pues ponía en conexión con su respectivo párroco, cuando se trataba de sacramentar las uniones conyugales
¡legítimas, insistiendo, eso sí, en que no quedasen en simples proyectos, sino que tuvieran pronto y cabal arreglo cristiano. En este renglón como en el de las
obras de misericordia, su apostolado fue muy fecundo. Los sacerdotes que tenían cura de almas encontraron en Fray Miguel un intermediario y auxiliar indispensable, entre el pastor y la grey, hasta el
grado de que el Sr. Obispo le encomendara el Censo para formar el "Libro de Almas" de la ciudad.
Fray Miguel Francisco Zavala seguía cumpliendo en Querétaro su doble misión de restaurador de templos de piedra y de almas.
El decorado y pavimentación de la iglesia agustiniana eran indispensables, pues con el desmantelamiento de los retablos habíase convertido el sagrado recinto en un jacalón de obra negra. Ocho años de
paciente trabajo y, más de cien mil pesos de limosnas, reunidas muy especialmente entre los pobres, devolvieron un poco de su antiguo esplendor al templo barroco. Ciertamente, el altar mayor, los dos
colaterales y los cinco de la nave central, hechos en cantería finamente labrada, no quedaron acordes con el estilo arquitectónico de la iglesia y, por lo mismo, no fueron dignos suplentes de la increíble
jardinería de los desaparecidos churriguerescos, tallados en madera y totalmente revestidos de oro finísimo. Pero, dentro de su estilo neoclásico tresguerreano, resultaron sobrios y suntuosos, a la vez, y
puso en ellos de relieve la belleza
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natural de la cantera, con el fino dorado de sus líneas labradas. Mas el decorado de los espacios vacíos en los muros, de las bóvedas, de las columnas y de la cúpula con sendas estatuas de los doce
Apóstoles, porque los colores, en los que prevalecían el verde obscuro y el morado lila, robaron al sagrado recinto la claridad alegre y vital, hasta exceder la discreta penumbra mística del recogimiento. El
error más lamentable en esta obra, que no pudo imputarse al P. Zavalita ni a los artistas sino al estragado gusto del tiempo, consistió en haber cubierto la preciosa cantera rosa con pinturas de aceite,
inclusive las estatuas de los Apóstoles, atentando así contra la sinceridad de la arquitectura y de la escultura. Además, en los espacios lisos, fingiéronse con yeso dorado marcos barrocos y rosetones
platerescos. Sin embargo, la obra en su con j junto resultó espléndida y, en su tiempo, fue la mejor de sus congénere,, en Querétaro y en la Provincia Agustiniana de M Michoacán. Ganaría mucho en
autenticidad. si se descubriese y puliese la cantería. Apenas habíanse impreso estas últimas palabras en ¡ni libro LOS AGUSTINOS EN QUERETARO (Méx. JUS. 1963), cuando el P. Prior Fr. Efrén
Rosales, o.s.a. inició la radical transformación del decorado, yendo muy lejos en su empresa, como sucede con las reacciones extremistas. Desapareció totalmente la obra del P. Zavalita menos los ocho
altares de piedra, aunque despojados de su fino y sobrio dorado artístico. Las bóvedas y los muros quedaron vestidos de blanco, dando el conjunto la impresión de la frialdad neoclásica de los principios
del siglo XIX y asemejando el templo a una cripta mortuoria. La estática uniforme reemplazó a la dinámica de la policromía. Fue una glorificación plástica
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de la cantera, pues hasta los candeleros y floreros se hicieron de ese material, desterrando completamente el metal y las pinturas al óleo y las preciosas esculturas en
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madera de los altares, sin tener en cuenta que todo ello, bien combinado, integra los motivos ornamentales, que dan agilidad y vida a la arquitectura. En nuestro concepto si la obra actual se hubiese
encauzado a limpiar la cantería del colorido aceitado, pero no del oro, puesto que éste no lo cubría sino que le daba relieve, y a sustituir los colores obscuros del resto del decorado por otros más claros, sí
habría superado indiscutiblemente la obra anterior. En todo caso, la obra del P. Zavalita perduró, casi como nueva, por el espacio de sesenta años, pues fue concluida en 1903, en cuyo 18 de Marzo fue
inaugurada con la solemne consagración litúrgica de la iglesia y seguirá perdurando con la parte esencial de los magníficos altares.
Aún cuando el templo estuvo invadido de andamios y polvo, durante los años de su restauración -cuatro en la construcción de los altares (1896-1900) y tres en el decorado (los primeros del siglo XX)-, sin
embargo, el Culto Divino estuvo celebrándose con toda normalidad y el concurso de fieles aumentaba continuamente, atraídos por el espíritu evangélico y apostólico del humilde agustino. Organizando o
reorganizando algunas Asociaciones Pías -Sagrada Correa de Ntra. Madre Sma. de la Consolación, Vela Perpetua del Santísimo de hombres y mujeres, Apostolado de la Oración del Sagrado Corazón,
Madres Cristianas de Santa Mónica y Catequistas Guadalupanas cooperó muy eficazmente al florecimiento de la piedad y de la vida cristiana en el Querétaro de la posguerra. La erección canónica de la
Tercera Orden Agustiniana, hecha el 27 de Agosto de 1897, fue su obra predilecta, como buen agustino, anhelante de participar a los fieles seglares el espíritu de
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luz y amor del glorioso Padre San Agustín. Al iniciarse la nueva centuria en 1902, contaba con 283 mujeres y 170 varones con el santo compromiso de su profesión. Su apostolado no era más que un
reflejo, o mejor dicho, un fruto opimo de su vida interior, que seguía desarrollándose admirablemente en todas las virtudes humanas, cristianas, religiosas y sacerdotales, en la síntesis de la perfecta
caridad. Por el hecho de su frecuente comunicación con todo el mundo supo llevar a todas partes y a todos los niveles sociales, con la palabra y con el ejemplo, el mensaje y el testimonio de Cristo Jesús,
en una hora crucial de la historia de México, compendiada en Querétaro.
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IX.- REMANSO DE NAZARETH


Providencia especial en su vida juzgó siempre el P. Zavalita su traslado de Querétaro a Morelia, dispuesto por el Capítulo Provincial de 1904, quien le eligió Definidor y Secretario de Provincia, bajo el
austero provincialato del salvatierrense P. Fr. Ubertino Herrera(1904-1908), y ecónomo y predicador de la Casa Madre, bajo el priorato del insigne Fr. Ángel Zamudio, que acababa de ser Provincial. Un
año después, en 1905, fue designado Fray Miguel Maestro de Novicios en sustitución del maravatiense P. Fr. Gregorio de Jesús Paredes.
Fue un tránsito hasta cierto punto radical en su vida. Pasó rápidamente de la acción a la contemplación, del oficio de Martha al de María, del mundo al claustro. Sin embargo, para él, que en medio del
apostolado vivió siempre la vida interior en la perfecta armonía del servicio de Dios y del prójimo, por lo "único necesario" que es el Amor, el cambio de vida no significó sino la renuncia a la extraversión
en sus correrías cotidianas por las calles y vericuetos de la urbe colonial. Cosa que era mucho, pero no todo. Por eso, él me decía muchos años más tarde que ese cambio lo consideraba, no simplemente
como "un descanso en Betania sino como un remanso en Nazareth, muy necesario para mí -son palabras
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suyas todas las entrecomilladas-, porque necesitaba ya una vida más estrecha de comunidad, pues no deja de pegarse mucho polvo en el trato continuo con el mundo y la popularidad empezaba a marearme
la cabeza". En todo caso, le sirvió de una segunda preparación al ministerio parroquial que le esperaba y que había de llenar los mejores lustros de su vida (1908-1938).
El nuevo Provincial Fray Ubertino Herrera pertenecía al número de los mejores discípulos del gran Padre Villanueva, a quien le había debido su espíritu de restaurador. Por lo mismo, su programa de
gobierno, expresado en las determinaciones capitulares en su primer mensaje a la Provincia, era todo de renovación profunda y vital, en cuanto a la vida comunitaria y observancia religiosa. Sus óptimos
planes requerían la cooperación de todos los Padres que, en número de sesentaitrés, integraban a la sazón la Provincia, y éstos ya se habían acostumbrado a una vida individualista, impuesto por las
vicisitudes políticas de la Nación, tanto como por las leyes sectarias. Estaban distribuidos en veintiséis Casas, de las cuales ocho eran puramente conventuales, sin cura de almas, y dieciocho parroquiales,
formadas éstas por dos cabeceras y dieciséis vicarías. Estas eran atendidas por un sacerdote en cada una, excepto Moroleón que tenía dos. En Yuriria había cuatro y en Cuitzeo dos Padres y un diácono,
que nunca llegó al presbiterado. Estos siete religiosos no llevaban vida de comunidad, pues moraban en casas particulares y sólo acudían a las iglesias para los servicios parroquiales. De los conventos,
únicamente Morelia y Querétaro eran comunidades en forma, con cinco Padres cada uno. Las otras seis Casas -Guadalajara, Pátzcuaro, Celaya, Salamanca, San Luis Potosí y Durango- quedaron con
pequeñas comunidades de tres Padres cada una. Los
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once religiosos restantes se encontraban imposibilitados para el trabajo y vivían con licencia en la casa de sus familiares. Desde luego se vio que sería una contracaridad obligar a éstos incorporarse a la
Provincia ya que en su mayoría eran verdaderamente inválidos. La distribución de los otros 52 religiosos no podía hacerse mejor de lo que estaba hecha, por la falta de personal y por la incongrua
economía de las vicarías. Entonces, la única reforma posible consistiría en reunir en comunidad a los Padres de las cabeceras parroquiales y en establecer mayor dependencia y comunicación entre los
vicarios fijos y sus respectivos Priores, de tal modo que tornasen conciencia de formar todos una misma comunidad local, a efecto de la observancia religiosa. Y por otra parte, reorganizar bien el Colegio
de San Pablo de Yuririhapúndaro, para la recolección de vocaciones.
El P. Provincial, conocedor de la profunda espiritualidad del P. Zavalita, le confió la realización de su plan renovador, pues para eso lo había llamado a ser Socio de su gobierno. Este trabajó con ahínco en
llevar a la práctica lo acordado por el Capítulo. Para ello entrevistó uno por uno a todos los religiosos, logrando que entrasen luego en vida común perfecta los moradores de los conventos y de las
cabeceras parroquiales, a las cuales quedaron integradas las respectivas vicarías - 13 de Yuriria y 3 de Cuitzeo-, de tal modo, que los vicarios fijos que habitaban solos en ellas formaban con su Prior y
Párroco una sola comunidad religiosa y se reunían en su cabecera dos veces por mes, para la conferencia parroquial y el retiro espiritual, en cuya ocasión presentaban cuentas espirituales y económicas, en
orden a mantener firme la observancia regular. Estas reuniones, que se llevaron a cabo con toda constancia, dieron excelentes resultados, pues se fomentaron el espíritu agustiniano, la fraternidad y el
apego
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a las normas de la vida religiosa. Hubo ciertamente algunas deserciones, inevitable en toda Corporación y más en tiempos críticos y cruciales. Pero fueron contadas, sin pasar de tres. En cuanto al Colegio
de San Pablo, cuya reapertura se había decretado por el Capítulo Intermedio de 1902 y se había intentado en el año subsiguiente, vino a formalizarse en 1904, siendo aún Provincial el insigne P. Fr. Ángel
Zamudio. Queriendo imprimirle mayor dinamismo, el P. Provincial Herrera resolvió enviarle de Rector al P. Zavalita, hacia mediados del año lectivo de 1905. Pero, cuando el designado iba a trasladarse
de Morelia a Yuriria, se presentó la urgente necesidad de llenar la vacante de Maestro de novicios, ocasionada por la renuncia del P. Paredes. Y así Fray Miguel tuvo que permanecer en Morelia, al frente
del Noviciado, quedando sin efecto su nombramiento de Rector. La hora providencial para el Colegio de San Pablo no había sonado aún y debía retardarse tres lustros más.
Integraban el Noviciado, ese año de 1905, únicamente cuatro novicios, de los cuales uno se retornó al mundo y tres llegaron a la profesión en 1906, quienes fueron el P. Fr. Agustín del Socorro Guerra,
presbítero de la arquidiócesis de Guadalajara, y dos coristas, Fr. José Trinidad Adeodato Vegay Fr. Agustín Baltasar Pana, que recibieron la ordenación sacerdotal en Diciembre de 1911. Los tres fueron
excelentes religiosos, de óptimo espíritu agustiniano. Ellos, sin disentimiento alguno, encomiaban la virtud auténtica de su maestro y no vacilaban en proclamarle "verdadero santo". De su florilegio de
anécdotas, narradas al que esto escribe, entresacamos una de cada uno :
-"Aun cuando no habíamos hecho los votos -me decía el
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P. Guerra-, sin embargo, el P. Zavalita nos ejercitaba en ellos, con cierto rigor, y a mí, por ser ya sacerdote acostumbrado en el siglo a no llevar apuntes de mis gastos particulares me tomaba cuenta
semanaria de lo que' recibía y gastaba por cualquier concepto, para enseñarme prácticamente a guardar la pobreza monástica. Uná vez fue a visitarme un amigo tapatío y me permitió el P. Maestro
acompañarlo a la estación del ferrocarril -a mí solo, por ser sacerdote-, y al despedirse mi amigo, puso en mis manos cien pesos de plata: veinte para estipendios de Misas y ochenta como un donativo para
mi uso particular. Volví a la casa y se me ocurrió luego guardar con seguridad los ochenta pesos que yo consideraba míos, con el objeto de irlos gastando en mis pequeñas necesidades y así no verme
obligado a pedir al Maestro las cosas de uso corriente. Enseguida fui a entregar los estipendios de las Misas, cuyas intenciones apuntó religiosamente el P. Zavalita, quien se quedó viéndome por un rato
con mirada escrutadora y, sin más ni más, me empezó a recordar lo sucedido a Ananías y Safira en los Hechos de los Apóstoles, terminando con esta sorprendente interrogación: -¿Dónde están, P. Guerra,
los otros ochenta pesos, que su amigo le dio para su uso particular?- Ni hay para qué decir que, embargado de emoción, caí a sus plantas implorando su perdón por el ocultamiento de las monedas. Desde
luego, me hizo ver que no había violado yo el voto de probreza que no tenía, pero sí la sinceridad en mis prácticas formativas. Nunca llegué a saber cómo pudo conocer la cantidad exacta que yo había
recibido, pero estoy convencido que ese Padre adivina hasta los pensamientos ocultos, por tener el don de penetrar los corazones. Desde entonces, llevo cuenta exacta y nimia de lo recibido y gastado y la
presento semanariamente a mis superiores".
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En otro orden de cosas, el P. Parra guardaba un recuerdo indeleble de cierto día, en que el P. Provincial buscaba urgentemente al P. Zavalita, a eso de las seis de la tarde, comisionando al declarante que lo
llamara; estuvo tocando largamente sin obtener respuesta y, como la puerta estuviese entreabierta, se asomó y vio a su Padre Maestro arrodillado en un rincón, con los brazos en cruz y los ojos levantados
hacia el Crucifijo, en actitud inmóvil, y tan abstraído que ningún ruido le volvía en sí. Avisado el P. Provincial, fue en el acto y le llamó con fuerte voz sin ser escuchado; hasta que se acercó y le tiró tres
veces del hábito. Vuelto en fin a la realidad circundante, el P. Zavalita exclamó: -Padre Nuestro, desde a qué horas estará llamando a este carancho de Miguel que hasta parado se duerme... - Nadie hizo
ningún comentario, pero todos estaban seguros que lo habían sacado de uno de sus frecuentes arrobos místicos.
El P. Vega, por su parte, descubrió las austeras penitencias a que sometía su cuerpo el humilde y jovial religioso. "Era yo el encargado de tender su cama y asear su celda -nos contaba- y, por lo mismo,
entraba allí con toda libertad. Como cierto día me propuse sacudirle su pequeño ropero, me encontré en el fondo de uno de los cajones dos disciplinas con púas de hierro y tres camisas manchadas de
sangre en su parte posterior. Doblé estas con cuidado y dejé todo en su lugar. Al día siguiente, abrí con cierta curiosidad el mismo cajón y ya no encontré otra cosa que un cartón, en que estaba escrito con
letras grandes este aviso- FAVOR DE NO PUBLICARSE ESTE CARANCHO HALLAZGO". Por eso, el declarante me encargó que le diese publicidad hasta después de la muerte de su querido Maestro.
Ambos murieron en el mismo año de 1947.
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Estas declaraciones de sus novicios serán confirmada y aumentados, a lo largo de estas páginas, que siguen la trayectoria de un siervo de Dios, irradiador del "buen olor de Cristo". Sus labores
administrativas de Secretario y Definidor constan, como muy eficientes, en las Actas capitulares escritas de su puño y letra, con perfecta redacción y excelente ortografía. Tomó parte eficaz en la
ventilación de los asuntos de Provincia y en la solución de sus problemas, durante cuatro lustros continuos (1904-1924), pues, como una demostración clarísima de su eficiencia, lo eligieron para los
mismo oficios los Provinciales Fr. Angel Zarnudio,en tres períodos continuos (1908-1920) y Fr. Manuel de los Angeles Castro, durante su primer pro 1 vincialato (1920-24). Si bien, el P. Zamudio
pretendió definir a su colaborador inmediato como "hombre a quien le sobra corazón y le falta cabeza", sin embargo, él mismo, al explicar su definición, manifestó que no se refería al talento, "el cual le
reconozco sobresaliente" sino a su "audacia", que a veces parece temeridad, de emprender grandes obras, sin medir previamente los medios para realizarlas, y también a su excesiva bondad, sin un plan
ordenado". Pero, respetando el juicio autorizado de tan ilustre Prelado, debemos advertir que el desequilibrio en el P. Zavala, entre su corazón y su
cabeza, no era más que aparente y de ninguna manera real, pues su audacia y su bondad excesiva pertenecían al orden sobrenatural: eran frutos del Espíritu Santo en su alma. La
magnanimidad impulsaba su voluntad a grandes. empresas, para gloria de Dios y salvación de las almas, y los medios empleados -el centavito del pobre colectado de casa en casa- fueron realmente
eficaces porque no dejó ninguna obra material o espiritual sin terminar y, además, le ayudaron a
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Con ese mismo espíritu, que se perfeccionaba en el día con día, Fray Miguel cumplió fielmente los otros oficios que le había confiado la obediencia en el Convento de Morelia, durante el cuatrienio de su
remanso de Nazareth. En el casero de ecónomo local, los Libros de Cuentas de ese tiempo nos indican que allegó, con su trabajo e industria, recursos económicos más que suficientes para una pasadía
desahogada de la comunidad. Y hay que tener en cuenta que ya entonces la Casa Madre, como los demás conventos de la Provincia, carecía de fondos, a causa de su total despojo de bienes rústicos y
urbanos. Habituado a dar sin medida, mantuvo siempre abundante la mesa de los hermanos y nunca negó a nadie el vestido conveniente ni los viáticos para el camino. De los enfermos cuidó en todo
momento con exquisita caridad, sin escatimar gastos ni atenciones personales. En fin, atendió el economato, como si fuera su único oficio en el Convento. Y es que el principio vital de Fray Miguel, el
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conocer y tratar las ovejas de la grey confiada, para remediar sus necesidades espirituales y temporales, y así, pastorearlas en particular y en conjunto, como se va viendo en la evocación objetiva de su
vida. La caridad, por otra parte, le urgía constantemente a dar y darse a todos, aun con el dispendio de su tiempo y de sus energías, cosa que le hizo ser siempre en reflejo del Buen Pastor. Y en ese
despliegue incesante, aparentemente desordenado, de la auténtica bondad, encontramos precisamente el sello de la santidad, ya que los santos escapan al esquema de las personalidades formadas de
acuerdo con las disciplinas humanas. Son perfectamente humanos, pero trascienden todo lo humano, sin perderlo, y entran de lleno en los imponderables divinos. Allí, donde los pensamientos de Dios son
muy distintos de los pensamientos de los hombres.
Con ese mismo espíritu, que se perfeccionaba en el día con día, Fray Miguel cumplió fielmente los otro oficios que le había confiado la obediencia en el Convento de Morelia, durante el cuatrienio de su
remanzo de Nazareth. En el casero de ecónomo local, los libros de cuentas de ese tiempo nos indican que allegó, con su trabajo e industria, recursos económicos más que suficientes para una pasadía
desahogada de la comunidad. Y hay que tener en cuenta que ya entonces la casa madre, como los demás conventos de la provincia, carecía de fondos, a causa de su total despojo de bienes rústicos y
urbanos. Habituado a dar sin medida, mantuvo siempre abundante la mesa de los hermanos y nunca negó a nadie el vestido conveniente ni los viáticos para el camino. De los enfermos cuidó en todo
momento con exquisita caridad, sin escatimar gastos ni atenciones personales. En fin, atendió el economato, como si fuera su único oficio en el convento. Y es que el principio vital de Fray Miguel, el
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rector de todos sus actos, fue el de hacer del nombre una realidad. Como no era hombre ni cristiano ni religioso ni sacerdote nomás de nombre, sino que tendía siempre a realizarse en autenticidad de vida,
lo mismo buscaba en el ejercicio de los oficios eventuales que le confiaba la obediencia. Y esto nos muestra la integración maciza de su personalidad, en lo natural y sobrenatural.
En los oficios apostólicos de sacrista y predicador se superaba a sí mismo. Enamorado de Dios como el que más, el' culto divino era su tarea más encantadora. Promovió sobremanera el concurso de fieles
a los actos litúrgicos y piadosos, por medio de la digna celebración del Santo Sacrificio, para lo cual todo el sagrado recinto, especialmente el altar, los ornamentos y vasos sagrados, la mantelería, los
candeleros y adornos florales procuraba que resplandeciesen de continuo por su limpieza y decoro. El personalmente dirigía, y aun ayudaba con sus propias manos, a sacristanes y operarios en el aseo de
pisos y muros, sacudiendo el polvo y resanando y repasando las raspaduras o cualquier deterioro. Las Sagradas Imágenes fueron especial objeto de su cuidado, manteniéndolas siempre como nuevas en
todos sus detalles artísticos. De un modo singular, se afanaba porque la Reina y Madre Santa María del Socorro, pletórica de amor y de historia, luciese con sus mejores atuendos, pues en Ella cifraba toda
su piedad mariana, como signo de sus más íntimas relaciones filiales con la Madre de Dios, sin excluir por eso de su devoción otras advocaciones de la Virgen Santísima, como '.'rm, Morenita del
Tepeyac", según solía llamar familiarmente a Ntra. Madre Sma. de Guadalupe.
Si como simple sacristán así actuaba en el culto divino, ¿,qué podremos añadirle como sacerdote? Aquí precisamente
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aparece corno verdadera "salde la tierra" y fulgente "luz del mundo". Sin duda, "era una antorcha que ardía y resplandecía".. Ardía en el fuego del amor de Dios y de las almas y resplandecía en toda
doctrina saludable y en el ejemplo de su vida acorde con aquel amor y con esta doctrina. Todo ello se manifestaba en el ejercicio personal de los actos litúrgicos y pastorales.
Como ministro de la Eucaristía, Fray Miguel tocó las cumbres místicas del fervor. Su figura párvula, endeble y broncínea parecía transfigurarse en la celebración de la Santa Misa, cobrando un aspecto
majestuoso y resplandeciente, a juicio de varios sacerdotes y de muchos laicos que lo vieron en el tiempo en que lo tenemos ahora encuadrado. Y eso que a él le tocó oficiar todavía en lengua latina y de
espaldas al pueblo. Parece como que irradiaba, en torno suyo, la luz de su fe, el iris de su esperanza, el fuego de su amor, pues todos los fieles que participaban en su celebración se sentían atraídos, por
una fuerza imantada, hacia la Eucaristía. Por eso, él hacía aumentar constantemente el número de los que se acercaban a la Sagrada Comunión, no sólo en días señalados del año sino mensual, semanaria y
aun diariamente.
Como ministro de la confesión sacramental, entonces y después y siempre, se distinguió por su asiduidad en el sagrado tribunal del perdón, de tal manera que, mañanas y tardes, se le veía rodeado de
personas de todas las clases sociales, que buscaban no sólo el perdón de sus pecados sino también la dirección espiritual para su vida cristiana, pues poseía el don de consejo en alto grado. Hombres de
negocios y profesionistas acudían a él y no porque encontraran en el P. Zavala al confesor fácil y desenfadado, cosa que no fue jamás, sino más bien riguroso y rectísimo. Era confesor
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ordinario de las Religiosas Capuchinas y Catarinas, lo mismo que del Seminario Mayor. La mayor parte de los sacerdotes de ambos Cleros acudía también a su confesionario. Y así pudo decir, en privado
y en público, el gran orador sagrado Pbro. D. Atenógenes Zegale: "Si ahora los miembros del Clero de Morelia no nos santificamos, será por desperdicio de gracias, porque el Señor nos ha enviado en Fray
Miguel Zavala un sacerdote según su Corazón".
En este renglón de la oratoria no fue el P. Zavalita un brillante maestro de alto s vuelos, pero sí un. Inimitable predicador evangélico, que empleaba la homilía, el kerigma y la catequesis, con gran
habilidad, en la proclamación de la Palabra de Dios. Su lenguaje era directo y pintoresco y dominaba los auditorios por su sencillez y amenidad, al mismo tiempo que movía los corazones a penitencia y
fervor. Esa flor de la caridad, que llaman unción-, perfumaba su dicción y hasta su mímica. La voz era suave y limpia y modulada, sin estridencia alguna, comunicándole interés ala palabra, que fluía como
miel hiblea sobre los corazones. Muchas veces, oyéndole, pensaba más de alguno si no era una réplica del Gran Agustino, guardadas las debidas proporciones, ya que le había captado el estilo a su Egregio
Padre. Lástima que no hubo amanuenses ni menos grabadoras, que nos habrían heredado algunas muestras de este humilde heraldo del Evangelio. Pero su predicación principal fue siempre la del ejempo,
que irradiaba aun fuera del claustro conventual, pues, si bien no emprendió en Morelia ninguna obra de construcción que le brindara oportunidad de visitar todos los hogares de la ciudad, sin embargo,
solía recorrer los barrios pobres, llevando a enfermos y menesterosos los consuelos espirituales y el socorro económico que conseguía para ellos entre sus
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amigos ricos. Algunos de estos ponían en sus manos limosnas considerables, diciéndole sencillamente: "para sus pobres". Visitaba con frecuencia los presos de la penitenciaría, llevándoles obsequios de
toda clase y, especialmente, la gracia del perdón de sus pecados y el Pan Eucarístico. Se entretenía tanto con ellos, que un día se le hizo de noche y los guardias, sin darse cuenta, lo dejaron encerrado hasta
la mañana siguiente, y él pernoctó feliz entre los cautivos, aunque le costó una buena reprimenda del P. Provincial, "por andar de ocote y distraído". En la vigilia de navidad de 1906, por poco no llega
oportunamente al convento para la celebración de la "Misa de Gallo", pues sucedió que, al atardecer, empezó su correría misericordiosa por las vecindades y tugurios de "sus pobres", repartiéndoles sus
regalos de Navidad de frutas, dulces y confites para sus piñatas. Como a las diez de la noche, terminó su reparto, y ya regresaba presuroso a casa, cuando unos borrachines que estaban a las puertas de una
cantina, lo detuvieron forzándolo a penetrar en el antro de Baco. Se dieron cuenta de que era "padrecito", pero así y todo querían obligarle a que brindara con ellos- él les explicaba que iba a celebrar Misa
de medianoche y debía estar en ayunas, mas ellos no cejaban en su terquedad. Hasta que uno de los mismos, robusto y audaz, reconoció a Fray Miguel como bienhechor que había sido muchas veces de su
familia, y salió a su defensa, quitándole la humana jauría a empellones, y así liberado pudo llegar a la iglesia, cuando repicaban los sonoros esquilones la segunda llamada de misa, la cual celebró con el
júbilo de "la noche más espléndida que todos los días del año". Pasaba las Cuaresmas enteras en parroquias rurales, evangelizando a los pobres, y sus misiones eran cosechas
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ubérrimas para el granero de Dios. Acudían los feligreses en masa, de las cabeceras y rancherías, y miles y miles se acercaban, sedientos y jubilosos, a la comunión pascual. Hasta los políticos y
funcionarios de pueblo, que traían mixtificado su criterio cristiano con adherencias sectarias, se sumaban a la multitud católica y rectificaban sus prejuicios contra su santa madre iglesia, al oír el auténtico
evangelio, predicado, con tanta pureza y lucidez, por el apostólico misionero, terminando por hacer también su confesión y comunión. Por centenares se contaban las amasios y concubinas que
encarrilaban su vida por el sendero luminoso del matrimonio cristiano. Los alcohólicos hacían juramento temporal o perpetuo de liberarse del vicio degenerante. Las entronizaciones del Sagrado Corazón
de Jesús y de Ntra. Madre Sma. de Guadalupe en los hogares multiplicaban el trabajo de Fray Miguel, sin arredrarle, ya que era una de sus prácticas misioneras favoritas, por ser muy eficaz para la
renovación cristiana de la familia. Al final de sus ciclos misionales, hacía el ejercicio de la reconciliación, tan bien preparado y desarrollado, que las gentes rivales entre sí se imploraban espontáneamente
recíproco perdón y se abrazaban emocionadas hasta las lágrimas. Estas se convertían en llanto general, cuando el misionero se despedía para llevar a otra región la Luz y el Amor del Reino de Dios.
Su remanso nazareno en el claustro moreliano, al mismo tiempo que se surtía del Hontanar Cimero, por las intimidades de contemplación se desbordaba en torno suyo por las efusiones del apostolado. Así
es la caridad auténtica de los siervos de Dios.
En Febrero de 1907, acompañó el Secretario a su
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prelado provincial a la ciudad de Aguascalientes, para la erección canónica de una nueva Casa de la provincia, que se habla obtenido del Ilmo. y Rvmo. Sr. obispo de aquella diócesis D. Fr. José de Jesús
María Portugal, o.f.m., por generosa y espontánea donación del artístico templo de San Antonio, cuya estructura arquitectónica estaba ya terminada y solamente faltaban los detalles del acabado -piso y
decoración-. Con las muestras que tenía exhibidas Fray Miguel en el Sabino y Querétaro -estaba garantizada la decisión, que allí tomó el P. Provincial, de confiarle la conclusión de la obra. Y así, quedó el
P. Zavalita al frente de esta empresa, llevándola a feliz terminó en diez meses de dinámica actuación, si bien tardaron otro año los pintores en los frescos murales. Dejando a estos en plena actividad, bajo
la vigilancia del primer vicario prior P. Fr. Jesús Lara, o. s. a., nuestro Secretario regresó a Morelia en Diciembre del mismo año 1907, reanudando luego sus tareas administrativas y apostólicas, con
redoblada eficiencia. Todavía iba a permanecer un año más en su remanso de Nazareth.
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X. EL DECHADO DE PARROCOS
Aparece perfectamente lógica con el evangelio la trayectoria apostólica de Fray Miguel: de la vida oculta a la vida pública. Si bien, la vida conventual de Morelia no ha sido ciento por ciento oculta, como
la del Divino Maestro en Nazareth, sin embargo, su nota predominante fue la contemplación en el silencio y la soledad de los claustros, santificados por centenares de místicos auténticos que, a lo largo de
cuatro centurias, vivieron el trasunto de cielo nazareno. No obstante que nuestro biografiado ejerció el apostolado de la Palabra y de la acción, durante su cuatrienio en la Casa Madre, como ya vimos, su
dedicación específica fue empero el perfeccionamiento de la vida interior, pues principalmente estuvo consagrado al Culto Divino y a la formación monástica de las pocas vocaciones que entonces habla.
Más, de ahora en adelante, por el largo espacio de treinta años (1908-1938), su vida será intensamente apostólica, en el servicio parroquial del Pueblo de Dios. Y aunque tal servicio le absorbía la mayor
parte de su tiempo, vamos a ver cómo supo armonizar perfectamente con su vida interior. Por estar sincronizados en su alma los dos amores en la única virtud de la Caridad, aprendió con todos los santos a
radicarse y fundarse en ella y a recorrer todas sus dimensiones
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- longitud y anchura, alteza y profundidad-, participando ampliamente de la Plenitud de Cristo. Hombre, cristiano, religioso y sacerdote de una pieza, nunca su actividad pastoral se dispersó en activismo ni
su vivencia interior degeneró en quietismo porque el equilibrio de su personalidad hacía que las fuerzas centrífugas y centrípetas de su vida se potenciasen mutuamente, de suerte que, así como las gracias
adquiridas en la oración y en la unión continua con Dios le comunicaban vitalidad a su apostolado, de igual manera éste acrecentaba con sus méritos su perfección espiritual. Por eso, el trato con los
hombre no le apartó de Dios ni el trato con Dios le enajenó de los hombres. Y así, su obra fue siempre santa y santificadora. Por los hechos que en este artículo se irán evocando, podrán comprobarse que
su ministerio parroquial en nada desmerece del título que damos a Fray Miguel Francisco Zavala de UN DECHADO DE PARROCOS.
El 13 de Noviembre de 1908, día de su 41 cumpleaños, cabalgando en un caballo retinto y acompañado de cuatro jinetes con charreteras, salía Fray Miguel de Morelia a Moroleón, villa guanajuatense a
donde lo había destinado, como vicario fijo, el Capítulo Provincial clausurado apenas el día anterior. A mediodía del sábado 7, quedó electo prior provincial Fr. Ángel Zamudio, desde el primer escrutinio,
por ocho votos contra cuatro, que se repartieron, dos en favor de Fr. Manuel de los Angeles Castro y los otros dos entre Fr. José Rojas y Fr. Alfonso María López. Por la tarde del mismo día, fue reelecto
Fray Miguel Definidor y Secretario de Provincia, por sufragio unánime, prueba de lagran estimación de que gozaba en la Provincia, por su espiritualidad y su capacidad intelectual. Parecía lo más
conveniente y práctico que el Secretario y Socio de gobierno permaneciese en la
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Casa Madre, al lado del Prelado Provincial, como lo había estado con el anterior, pero la razón que adujo el Capítulo para destinarlo a Moroleón era muy poderosa, esto es, la necesidad de que un
constructor de templos de piedra y de almas fuese a un pueblo que tenía emprendida una magnífica iglesia, digno santuario para sus Patrones, el SEÑOR DE ESQUIPULAS y el Precusor SAN JUAN
BAUTISTA, y además, la nueva villa, que se había encauzado por las vías del progreso industrial, solicitaba clamorosamente un guía que equilibrase el avance material con el espiritual y dejarlo así correr
por el mismo cauce que le marcara su insigne fundador P. Fr. Francisco de la Quintana, o.s.a.
En una jornada de diez horas con una más de intervalo para comer en Cuitzeo, salvó Fray Miguel las catorce leguas de camino, de suerte que a las seis de la tarde iba entrando en el alero de su infancia.
Ayer, distante seis lustros, había salido niño onceañero siguiendo la Voz de Cristo, por la misma ruta en sentido opuesto, y hoy regresaba varón de Dios, al estilo misionero, sin otro bagaje que su hábito,
su Crucifijo y su Breviario y un maletín con su ropa indispensable. Su pobreza era igual, ayer que hoy y lo será siempre. Muy semejante a la de Jesús de Nazareth, cuando entró Niño a la vida oculta y
salió Varón a la vida pública.
En medio del alborozo popular, acentuado por el repique de las campanas y el estampido de la cohetería, Fray Miguel derramaba lágrimas silenciosas, por el recuerdo de su madre ausente, que había sido
llamada a mejor vida el 25 de Enero de 1901, y por el saludo cariñoso de un viejecito, que era el único sobreviviente de los arrieros que le condujeron por el derrotero de sus esperanzas. Al entrar a la
humilde capilla, que todavía se conservaba como cuando él era monaguillo,
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resonó en su memoria la cuestión que le planteara a Fray Cristóbal Delgado- -¿Porqué no le han hecho al Señor de Esquipulitas un templo más grande y más bonito?- Y ahora él venía a -darse la respuesta
a sí mismo, con un compromiso avalado por la obediencia. Acostumbrado a poner en marcha rápida sus planes, aquella misma noche dirigió un fervorín a la multitud de sus feligreses, invitándolos a su
cooperación con faenas y limosnas, para continuar y dar cima a la obra en un término que no sería mayor de cuatro años La respuesta de actividad y ayuda de los fieles corrió parejas con su entusiasmo, el
cual no desfalleció en todo el tiempo programado Faenas semanarias, para acarrear los materiales de construcción, y limosnas generosas, que Fray Miguel recogía de puerta en puerta, según su método,
formaron una cadena de centenares de anillos de oro, por su intrínseco valor espiritual.
Dos capillas antecedieron al templo monumental. Una la
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construyó hacia 1775, el fundador civil de Moroleón D. José Guzmán López, en el lugar que hoy ocupa la torre, y medía nueve metros de longitud por cuatro de anchura. Allí en el altar mayor, fue
entronizada una preciosa escultura del Precursor San Juan Bautista, a quien los primeros habitantes de la Congregación eligieron por su Patrono Celestial, con aprobación y confirmación de la Iglesia. Esta
capilla desapareció, al ser construida la segunda por el V.P. Fr. Francisco Quintana, en 184 1, destinada al maravilloso Crucifijo del Señor de Esquipulas, que llegó providencialmente, aunque no
milagrosamente, para presidir al pueblo erigido en vicaría parroquia] Desde 1805, un escultor español, llamado Alonso de Velasco, había arribado a la joven Congregación del Moro, procedente de
Guatemala. Lo acompañaba un comerciante moroleonés, D José María Aguilar, conocido por todos sus coterráneos como “el hermano José María". quien cargaba sobre sus hombros una caja de tamaño
mediano, la cual contenía la preciosa escultura. El mencionado escultor la traía destinada a Santa Fe de Guanajuato, pero en. Moroleón lo detuvo una enfermedad que resultó mortal, pues falleció, unas tres
semanas después de su arribo a la Congregación -Mayo de 1805-, legando al pueblo su preciosa obra escultórica, que es una copia perfectísima del Santo Cristo que se venera en Esquipulas de Guatemala.
Quedó- depositada la sagrada imagen en la casa de Don Agustín, Guzmán, primogénito del fundador, hasta 1841, 15 de Enero, en que fue trasladada por el Padre Quintana a la nueva capilla, donde se le
empezó a tributar culto público oficial, juntamente con su Precursor, quedando éste como patrono y Aquel como Soberano Rey de Moroleón La grey moroleonesa. formada por la cabecera y catorce
ranchos, había sido erigida canónicamente, como Vicaría de la Parroquia
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agustiniana de Yuririhapúndaro, el 13 de Mayo de 1839, ejecutando hasta entonces el decreto episcopal, expedido el 25 de Enero de 183 8 como respuesta del Ilmo. Sr. Arzobispo de Michoacán Dr. D.
Juan Cayetano Gómez Portugal (183 1 50) ala petición del M.R.P. Prior Fr. Silverio García Trillo, quien a su vez satisfacía así las reiteradas instancias del vecindario moroleonés, apoyadas eficazmente
por su fundador eclesiástico Padre Quintana. Este insigne agustino, "cura colado" de Yuriria, desde 1802, se había separado de su parroquia en 1826 a causa de una enfermedad hepática que se le hizo
crónica, sin dejar de ser párroco, pues los Superiores respetaban mucho los nombramientos episcopales, que conferían a los religiosos designados cierta categoría de curas propios inamovibles, y por eso se
llamaban "curas colados". Así es que, durante la ausencia del P. Quintana por el largo término de 17 años, lo suplían en su oficio vicarios sustitutos. Al establecerse la Vicaría de Moroleón, viendo la
escasez de sacerdotes en la Provincia Agustiniana, él se ofreció poner su residencia en la nueva vicaría, y así, en cierto modo, fue vicario de sí mismo. Ya desde que era párroco en funciones, tuvo especial
predilección por aquella feligresía del Moro y la visitaba con alguna frecuencia, pues su mirada psicológica había intuido en ella elementos humanos y cristianos aptos para la formación de un gran pueblo,
y su corazón sacerdotal adivinaba cierta predestinación divina o plan providencial sobre esa cristiandad, al enviarle primero al Precursor y luego al Divino Salvador, para presidir y guiar sus destinos. Y
¿quién sabe si en su oración, que alcanzó alturas místicas, obtendría alguna inspiración del Espirítu Santo? De cualquier modo, él abandonó su reposo curativo, y del Convento de Morelia marchó jubiloso
a Moroleón, para consagrarse, con insomne apostólico afán, a una obra tan meritoria, cual era
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forjar un nuevo pueblo para la Iglesia y la Patria. Llevaba ya a cuestas 71 años de vida, de los cuales, 12 continuos le habían tenido crucificado en el lecho del dolor, y ahora apenas empezaba a convalecer.
Pero en él se cumplía el proloquio evangélico de que "la carne es flaca y el espíritu está pronto" Desplegó en efecto el dinamismo de los mejores días de su lejana juventud, con ritmo acelerado, pues el
presentimiento mismo de su próximo deceso potenciaba sus energías. Y, sobre todo, "la caridad de Cristo le apremiaba".
Asombra la rapidez con que organizó al pueblo en todos los órdenes: en el religioso, hizo de él un modelo de comunidad cristiana de fe ilustrada, de esperanza fecunda, de vivencia en la caridad, por la
piedad individual, familiar y asociada y por el amor fraterno y las buenas costumbres, en el cultural, estableció escuelas para la niñez y la juventud; en lo social, impulsó la agricultura y, viendo que esta
era insuficiente, fundó talleres textiles, con la especialidad de rebocería, la que pronto alcanzó un desarrollo admirable; en lo político, tomó la iniciativa para obtener de las autoridades estatales su
elevación a la categoría de municipio, y aunque esto no lo alcanzó a ver realizado, sí tuvo efecto, poco después de su muerte, y por eso se le tiene por su "obra póstuma" El despertó, pues, las energías
humanas del pueblo y las guió decididamente por las vías del progreso, al mismo tiempo que desarrollaba su religiosidad cristiana.
Aun cuando entre Fray Francisco Quintana y Fr. Miguel Francisco Zavala, en su obra apostólica de Moroleón, median sesentaicinco años de distancia y la acción de una docena de pastores de almas,
podemos empero afirmar que el P. Zavala fue, en cierto modo, el continuador inmediato del P. Quintana, pues aquel terminó lo que éste había dejado en proyecto, por ser ambos gemelos en el espíritu
evangélico. Consta que el
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P. Quintana, no satisfecho con la capilla que construyó expresamente para Casa del Señor de Esquipulas, proyectó una iglesia de grandes proporciones, dejando el dibujo esbozado en un croquis, cuyas
líneas fundamentales pasaron del papel al terreno, pues abrió las cepas de los cimientos para los muros de toda la planta. Así quedó iniciada la obra, en 1843, año mismo en que el Señor llamó a su siervo
fiel, por la muerte a la Vida -sábado 14 de Octubre de 1843-. Por un período de nueve lustros, la obra permaneció muerta, y fue hasta 1889, cuando el P. Fr. Fulgencio Villagómez inició la construcción de
la gran iglesia, conforme al plano del P. Quintana, y en un lapso de ocho años (1889-1897), alcanzó a dejar los muros a unos cinco metros de altura. Su inmediato sucesor P. Fr. Leodegario Gallardo
trabajó un sexenio para hacer surgir la torre señera. Y así fue como encontró la obra nuestro biografiado P. Zavalita. A la siguiente semana de su arribo a Moroleón, emprendió viaje a la ciudad de México,
llevando consigo el dibujo del P. Quintana, y allá encargó al arquitecto italiano Gian Pietro Jombini los trazos del proyecto definitivo, el cual quedó elaborado a la vuelta de tres semanas. Durante ese
tiempo, que pasó en Moroleón el arquitecto se hizo devoto ferviente del Señor de Esquipulas y quedó prendado de la virtud del párroco y de la piedad y laboriosidad del pueblo. Por lo mismo, no cobró
más honorarios que los gastos indispensables de los viajes hechos, de vez en cuando, para supervisar la obra. Esta quedó en las expertas manos del alarife D. José Refugio Serrato, que tenía tamaños de
arquitecto, si bien carecía del título. Interpretó y ejecutó a maravilla los planos. En ello le toca parte considerable al asesoramiento del dinámico P. Zavalita, que era también un artista de temperamento y
de cultura. Fuera de los domingos y días festivos, la obra no tuvo interrupciones, durante los
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cuatro años de su elaboración.


Ya apuntamos que siguió en Moroleón su mismo método, practicado en El Sabino y en Querétaro con tanto fruto de doble edificación. Sus colectas diarias, de puerta en puerta, lo mismo que las faenas
semanarias, hacían que ningún feligrés dejase de cooperar con su óbolo, para ofrendar al Divino Patrono un Santuario fincado por las manos de todos, con los sillares del sacrificio y la argamasa del amor.
Y, al mismo tiempo, el pastor de almas conocía y ti-ataba personalmente a sus ovejas, una a una, por su propio nombre, y se enteraba de sus necesidades temporales y espirituales, haciéndose todo para
todas e identificándose con ellas en la caridad de Cristo. Era una misión permanente su actividad apostólica. En una de nuestras frecuentes conversaciones, allá por 1940, me mostró un cuaderno de
apuntes, con una lista de un mil trescientas veintidos personas a quienes logró convertir, de tibios o pecadores, en fervientes cristianos, comprendiendo los que estaban alejados de los Sacramentos. por 1
ignorancia o desidia, y los que vivían en amasiato o estaban dominados por vicios capitales. Naturalmente, se trataba de pecadores públicos o notorios, que ya el tiempo corrido de 1910 a 1940, muchos de
los vivientes eran ya viejos o maduros y perseveraban en la práctica de la vida cristiana, siendo no pocos también los que habían muerto en el Señor. Después de darme esos sucintos informes, su delicada
conciencia se inquietó, porque le parecía que había hecho mal en conservar ese escrito por largos años, con peligro de difamación de los enlistados y para él, personalmente, de vanagloria. Yo le
tranquilicé como pude, y en mi presencia, rompió y quemó el cuaderno. Volviendo al hilo de nuestra historia, no quiero dejar, sin mención honorífica, el fruto espiritual de las faenas. Eran verdaderas
convivencias de
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fraternidad cristiana y contribuyeron eficazmente a perfeccionar -porque estaba ya en marcha desde el P. Quintanaese atributo propio y característico de los moroleoneses, de vivir en una admirable
comunión de ideales y de empresas, como auténtica comunidad cristiana. Por eso también, en el orden religioso, pudo Fray Miguel Zavala organizar tantas asociaciones piadosas y apostólicas, que
llegaron al número de veintinueve y que se han mantenido florecientes hasta la actualidad, desapareciendo unas pocas y siendo sustituidas por otras nuevas, como la Acción Católica, en el curso de los
años. Fue propiamente el fundador de la Tercera Orden Agustiniana de Moroleón, inaugurándola el 28 de Agosto de 1909, con un noviciado numeroso de ambos sexos, y la sostuvo, siempre en floreciente
progreso, todo el tiempo de su pastoreo, imprimiéndole una profunda vitalidad que aún perdura. Fomentó sobremanera la catequesis parroquial de niños y adultos, para lo cual formó sólidamente grupos
de catequistas de ambos sexos, aleccionándolos en los métodos pedagógicos, pues le preocupaba mucho que el aprendizaje de la doctrina cristiana no fuese únicamente memorizado, sino que tuviese
función educativa y vitalizadora, para formar cristianos de verdad. Los sábados y domingos, la capilla era insuficiente para contener los niños y niñas del catecismo y se llenaban los alrededores, ocupando
casi todo el solar. Hay que tener en cuenta que, para esas fechas, el pueblo que contaba con dos mil habitantes, en tiempo del P. Quintana, ahora se había quintuplicado aproximándose a los diez mil. Otras
tres mil almas estaban dispersas por los catorce ranchos de la jurisdicción. Esta diferencia, entre la cabecera y los poblados filiales, se explica si consideramos que el área agrícola era y es en Moroleón
más reducida que en los pueblos limítrofes de Uriangato y Piñícuaro, y sus
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campos no han sido fértiles, por ser en su mayoría cerriles y escasos de agua. De ahí que haya sido un acierto encarrilar aquella feligresía por el trabajo industrial y así, la mayoría de los habitantes del
Municipio se reconcentran en el corazón urbano. Ayudado por los grupos catequísticos, y teniendo que visitar frecuentemente: los ranchos para la colecta, el P. Zavalita atendía también, con celo
apostólico, la evangelización y catequización de los labriegos. Acordábase y lo decía en sus pláticas que él era de la más hurmilde extracción campesina. Pero el motivo más alto de su amor hacia los
labradores radicaba en el ejemplo del Divino Maestro, que enumeró, entre sus obras más portentosas, la evangelización de los pobres. Los más viejos recuerdan aún, con inmenso cariño filial a su Padre
Zavalita y han formado una tradición comunitaria de la palabra y ejemplo, de la caridad y de---los milagros", que les brindó el siervo de Dios, contando entre estos últimos varias curaciones de
enfermedades crónicas, con sola la imposición de sus manos, muchas ocasiones en que les alcanzó del cielo la lluvia bienhechora en años de sequía. el haberles “adivinado" hechos de conciencia
individual, que ellos guardaban celosamente en el secreto, y su bilocación para atenderles rápidamente en emergencias de su vida. "Parece que lo estoy viendo -me narraba un anciano del Ojo de Agua de
Enmedio-, parece que es hoy y no treinta años atrás, cuando unos bandidos me cogieron en el camino y, después de despojarme de unos cuantos centavitos que traía, me iban a matar y ¿cuál no sería ¡ni
sorpresa, y la de los mismos forajidos, que en ese momento apareció, entre mí y ellos, el mismísimo P. Zavalita en persona que les habló tan bonito, que hasta me devolvieron mis centavos y le pidieron a
él la bendición -¡y eran de los chavistas!-. Como desapareció luego el padrecito, seguí mi camino hasta Moroleón,
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Para darle las gracias, y lo encontré rezando el último misterio del santo rosario. Pregunté a unas personas conocidas si nuestro padre había salido, antes de empezar el rezo, y me dijeron que había estado
confesando desde temprano porque era víspera del viernes primero de Junio de 1917. Cuando a mí me defendió, eran pasaditas las cinco de la tarde, y una hora después llegué yo a Moroleón. ¿A qué horas
pudo ir y volver a pie, porque no le vi caballo, y a un poco más de una legua de camino lodoso? Luego que acabó de rezar, entré a la sacristía y le expresé mi agradecimiento por el gran favor que me había
hecho, y él me dijo sencillamente: -Vete a darle gracias al Señor, porque Él es el verdadero milagroso-. Yo tengo para mí que esa es la verdad, pero también que el Señor concede a sus santos la potestad
de hacer milagros, y nadie me puede quitar de la cabeza que nuestro P. Zavalita es un santo. Por eso, juntamente con el Señor y mi Madre Santísima, me encomiendo a él en todos los peligros
principalmente ahora que ya se acaba de ir derechito al Cielo".
Con su Feligresía, bien organizada en diversas asociaciones promovió el buen párroco, en extensión e intensidad, el Culto Divino y la vida sacramental de sus fieles hasta el grado de convertir a Moroleón
en una comunidad cristiana ejemplar, sin duda la mejor de la inmensa parroquia de Yuriria -con su cabecera y otras doce vicarías-, y una de las mejores en todo el arzobispado de Michoacán. Parecerá
exagerada esta afirmación, pero no lo es, ya que las cifras son hechos elocuentes. Durante la década 1910-1920, tiempo del más alto desarrollo espiritual de Moroleón, bajo el cayado pastoral del P.
Zavalita, el Libro de Almas registró la siguiente estadística religiosa, resumida en porcentajes
De los 12,531 habitantes de la cabecera y 4,183 de la
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jurisdicción periférica, el 100% profesaba la Religión Católica Apostólica Romana; de las tres mil doscientas familias que formaban el conglomerado de la población parroquial, el 93% estaban
constituidas por el matrimonio sacramental y solamente el 7% eran uniones ilegítimas; la mayoría de los bautizados, o sea el 95% tenían recibido el Sacramento de la Confirmación, según el censo de
1919. En cuanto a la penitencia y la eucaristía, presentarnos los datos en número redondo, por especificaciones de tiempo y de personas, sin que se incluya una especificación en otra:
-Comunión diaria: 240 mujeres y 90 hombres.
-Comunión semanaria: 180 mujeres y 60 hombres..
-Comunión mensual: 600 mujeres y 250 hombres.
-Comunión anual -dentro del tiempo hábil para el cumplimiento pascual-: seis mil en conjunto.
El 60% de este último número preparaba su Comunión Pascual con los Ejercicios Espirituales Cuaresmales, predicados anualmente por el P. Zavalita y sus dos vicarios auxiliares, fuera de dos tandas
misionales que en 19:13 y 1916 estuvieron a cargo de los PP. Redentoristas.
-Cumplían con el precepto de la misa dominical y festiva un 85% de los feligreses, con toda, constancia, y el resto lo hacía en fechas esporádicas.
Debemos también notar que numerosos comerciantes de rebozos salían, los fines de semana, a diversas poblaciones para expender su mercancía, y la mayoría de ellos avisaban a su párroco: que cumplían,
en esos lugares, con sus deberes de cristianos.
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La solemnidad litúrgica y popular de la Vicaría, el 15 y 16 de Enero de cada año, solía celebrarse con júbilo desbordante, pero sin desórdenes, porque la mayoría de los feligreses honraban al Señor de
Esquipulas dando primacía a los actos religiosos, y así era multitud la que asistía a la misa solemnísima, comulgando en ella, y al rosario vespertino y procesión con la sagrada imagen. Escuchaban, con
suma atención, la palabra de Dios que les predicaba, mañana y tarde. Cada una de las cofradías celebrada también su fiesta patronal participando todos sus respectivos cofrades de la mesa eucarística y
demás actos de piedad, sin que faltasen los festejos populares. Así vivía el pueblo de Moroleón en la oración y el trabajo, unido en la caridad de Cristo y en la dulce alegría de los hijos de Dios. Ese
espíritu cristiano, que le infundió su fundador y que le consolidó su Apóstol, ha perseverado palpitante en esa admirable feligresía.
Como varón justo y prudente, no se limitaba el P. Zavalita a renovar el pasado de su pueblo y actualizar el presente, sino que su mirada y su corazón atisbaban el porvenir. Su constante preocupación por la
educación cristiana de las nuevas generaciones, no sólo era evidente en la suma atención de la catéquesis, sino en el hecho de que estableció. desde 1909. un buen Colegio para la niñez y juventud
femeninas confiado a las religiosas josefinas del P. Villaseca y una escuela parroquial para varones, cuya alta dirección él mismo desempeñaba, aunque tenía profesorado competente. Un grupo de niños y
adolescentes, en quienes veía gérmenes de vocación religiosa y sacerdotal, y que ya habían terminado su instrucción primaria, acudía al curato para recibir lecciones de latinidad y otras materias, que hoy,
corresponden al ciclo secundario. Y en medio de sus múltiples ocupaciones, el pastor de almas encontraba tiempo para dar las clases,
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juntamente con sus vicarios. Además, como las escuelas oficiales de entonces, aunque laicas, no eran todavía sectarias, eran frecuentemente visitadas por él hasta el grado de que ejercía en ellas una
especie de supervisión religiosa.
Todos estos hechos de su obra pastoral moroleonés dibujan, por sí mismos, la rutilante silueta de Fray Miguel Francisco Zavala, como gran sacerdote constructor de templos de piedra y de almas, en
maravillosa armonía estructural. A medida que se configuraba la arquitectura Ojival del templo gótico estilizado, se constataba el avance de la espiritualidad cristiana en el cuerpo místico de la Feligresía,
resultado de la mejor evangelización de cada uno de sus miembros. Y, al terminar en 1913 la grandiosa obra arquitectónica, con todos sus acabados de pintura y pavimentación, el ojo avizor del espíritu
podía comprobar que era más bella la mole imponderable de almas, que se perdía en las inmensidades del Cielo. Si el templo de piedra resultó una digna casa de Dios, dentro de las posibilidades humanas,
el templo de cada alma y de todas las almas en comunión de amor era una efectiva mansión de Dios Uno y Trino. La presencia eucarística, que llenaba los ámbitos del sagrado recinto, como sacrificio y
sacramento del sumo y eterno sacerdote-hostia, operaba maravillosamente en las almas "como misterio de piedad, signo de unidad y vínculo de caridad". La gracia de la Madre de Dios y de la Iglesia,
como su Hijo Crucificado y los ángeles y los santos, irradiaba igualmente en las sagradas imágenes y en los pensamientos, corazones y vidas de aquel redil de Cristo. Sincronización admirable en la doble
edificación, porque eran fruto apostólico de una vida interior, cifrada en el equilibrio de los dos amores -Dios y el hombre- en la perfecta Caridad. Es indudable que Fray Miguel vivía plenamente la
espiritualidad evangélica y agustiniana. Se entregaba todo a
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la comunidad, pero sin olvidar que se debía totalmente a Dios, y viceversa. Convencido de que "sin Mí nada podréis hacer" y de que "todo lo puedo en Aquel que me conforta", llenaba-su vida humana,
cristiana, religiosa y sacerdotal, de la Gracia por medio de la oración, la meditación y vivencia de la palabra de Dios, los Sacramentos y el ejercicio progresivo de todas las virtudes, sintetizadas en la
caridad de Cristo. Eucarístico y mariano, cien por ciento, vivían en íntima unión con Jesús en María, y de allí derivaba su piedad sólida y ferviente. En la oración escaló los peldaños místicos de la
contemplación En la mortificación, estamos seguros de que usó con austeridad el ayuno y la abstinencia, la disciplina y el cilicio. En los sacramentos, nos consta que él hacía humildemente su confesión
semanaria; que celebraba el Santo Sacrificio, con sumo fervor y comulgaba en él, con gran devoción, despertando en los fieles un aprecio singular de la eucaristía, y ¡eso que entonces se decía Misa en
latín y de espaldas al pueblo! Predicaba el mensaje bien preparado y avalado con los esplendores de su consagración y con el testimonio de su vida. Auténtico pobre de Cristo, nunca tuvo apego a los
bienes de este mundo; -jamás aduló a los ricos ni los distinguió con preferencia alguna y, si los exhortaba a contribuir con sus limosnas, era únicamente para el decoro de la Casa de Dios y para hacerlos
compartir sus bienes con los pobres- ninguna preocupación tenía de su propia persona, pues su comida era frugal, su vestido modesto, -un hábito verdoso y remendado, por sus muchos años de uso-, su
habitación era una verdadera celda de monje -catre desvencijado, con almohadas, colchón, sábanas, frazada y colcha sencillos, un escritorio humildísimo (que todavía conserva el P. Fr. Rafael García
Arellano o.s.a., en uso), una silla forrada de cuero y un librero de madera de pino, con
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unos cuantos libros indispensables-; no pasaba por sus manos más dinero que el de las colectas, las que se agotaban continuamente en la compra de materiales y en el salario de
los trabajadores; pero, si de sí mismo era tan descuidado, no lo era con los religiosos que convivían con él, pues siempre los atendió con generosidad, virtud propia de los santos, que
se olvidan de sí mismos y se entregan a los demás, como se entregaba él, con cariño al servicio de los menestorosos, aun en las temporalidades. Su castidad se reflejaba en su semblante,
en su mirada límpida, en todo su continente y por eso jamás nadie empañó su honor con la mínima suspicacia ni con murmuraciones, antes bien, todos estaban convencidos de
que era discípulo amado del Señor por su pureza; siendo como era jovial, ocurrente, oportuno, dueño opulento de chistes y gracejos jamás, nadie le oyó escapársele una
palabra de mal olor ni sabor, aunque sí llamaba a las cosas por su nombre clásico. De su obediencia ni qué decir, pues toda su vida fue de servicio pronto, alegre, perfecto, sin
buscar el "diálogo" con los superiores para eximirse de cualquier oficio, por muy arduo que fuese; una sola vez en su vida presentó renuncia, que no le fue admitida, al priorato
de Querétaro -14 de Abril de 1898-, y durante los diez lustros que todavía vivió en este mundo, se lamentaba de su proceder, que juzgaba cobarde y ligero, como lo dijo varias veces al
que esto escribe-, como superior que lo fue la mayor parte de su vida religiosa nunca abusó de su autoridad, sino que la usó siempre con humildad, caridad y prudencia, en calidad de
servicio y no de mando. Todo bondad y paciencia, su trato fue siempre atento y cortés, con pobres y ricos, con propios y extraños sin alterarse ni decaer su dulce afabilidad, aún en
días de ímprobo trabajo; él no conoció el malhumor ni el enfado ni el cansancio; así estuviese postrado en el lecho del
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dolor o en la plancha de la cirugía, 1e borboteaba por doquiera la jovialidad: en una de tantas operaciones que sufrió Fray Miguel Zavala, en el sanatorio Escandón de Tacubaya, D.F., nada menos que de
peritonitis, como lo hubiesen anestesiado con ráquea se dio cuenta del leve rechinido del bisturí y le dijo al cirujano: "rájale con fuerza, doctor Olmos, al cabo es cuero viejo". En fin, aquel siervo de Dios
se distinguió en todas las virtudes, y bien pudiera aplicársele aquella lapidaria definición que de su precursor hizo el Divino Maestro: "Era una antorcha que ardía y resplandecía".
Nuestro Señor quiso también probar a su siervo "como al oro en el crisol" permitiendo que sufriera enfermedades serlas y dolorosas, una de las cuales se le hizo crónica, la gastritis, contraída desde 1910 y
duradera hasta su muerte. La pulmonía (Febrero de 1914) y el tifo (Julio-Agosto de 1915) ésta que contrajo en el heroico ejercicio del ministerio, durante la epidemia, le pusieron en trance de muerte. De
la vesícula, cargada de cálculos billares lo operaron en 1917. Padeció también alguna infección de los riñones y la vejiga, de la cual sanó milagrosamente con las limas del P. Moya y las rosas de Santa
Rita según decía él. En el orden moral fue marcado también con el signo de la cruz- algunos vecinos de Moroleón y Uriangato le acusaron de fraude, ante el Sr. Arzobispo Ruiz Flores y ante el P.
Provincial Fray Angel Zamudio y, aunque los jueces eclesiásticos lo encontraron y declararon inocente, sus acusadores empero lo llevaron al tribunal civil del Juzgado de Letras de Yuriria, donde
resplandeció una vez más su inocencia y, dando un ejemplo de perdón de las injurias, pidió y obtuvo que no se les siguiera juicio por calumnia a sus detractores; éstos, vencidos por la heroica virtud, se
convirtieron desde entonces ( 1911)
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en sus mejores amigos y bienhechores. Para ayudarse, en los ingentes gastos de la obra, Fray Miguel tomó en renta los tranvías de tracción animal, que hacían el servicio de transporte entre Moroleón y
Uriangato, y no obstante que pagó religiosamente la renta bimensual, los dueños de los vehículos le formaron e argo por una deuda enorme, mayor cantidad de lo que valían los tres o cuatro artefactos;
naturalmente, él les demostró con 1 recibos que no estaban en lo justo, pero ellos le formaron juicio, que no prosperó; fueron, sin embargo, tan tercos en su injusto empeño, que durante cuatro lustros
(1920-1940), estuvieron molestándolo con el cobro de la supuesta deuda, añadidos los intereses vencidos, hasta que trajeron el asunto ante el párroco de Yuriria, que era el que escribe, tratando de
sorprenderme; pero el Señor me ayudó para finiquitar la querella, mediante una perorata que les conmovió hasta las lágrimas y les hizo pedir humildemente el perdón del injuriado. Otras injurias y
oprobios, humillaciones
desprecios, le hicieron saborear el absintio de la ingratitud, (le parte de unos cuantos feligreses inaprensivos y ruines. El guardaba silencio y les seguía tratando con su inagotable bondad. Solía decir que
eran penitencias muy merecidas por sus pecados y avisos de Dios para que no se vanagloriara por el generoso afecto filial de las grandes mayorías.
Como Fray Miguel seguía fungiendo como Secretario y Definidor de la Provincia, el Capítulo de 1912. lo eligió, por voto unánime, Definidor para el Capítulo General, que debía celebrarse en Roma en
Septiembre del siguiente año. Acompañando al P. Provincial Fr. Angel Zamudio, partieron de Veracruz, en trasatlántico español, el 4 de Agosto de 1913 y desembarcaron tres semanas después en el
puerto de Santander, dirigiéndose luego a Madrid, y en El Escorial, les tocó celebrar la gran solemnidad del Egregio Padre San
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Agustín . Allí permanecieron una semana, agasajados diariamente por la hospitalaria Comunidad agustiniana, especialmente por el fraternal P. Serra, quien quince años más tarde, nos decía a los ocho
profesos que llegábamos allí vías de estudio: -Siéntese aquí por turno mis queridos mexicanitos -nos indicaba dos sillones que tenía en su celda-, porque están santificados por dos siervos de Dios, el gran
P. Zamudio y el santo P. Zavalita-. Estos nuestros viajeros prosiguieron su ruta, tocando algunas típicas poblaciones españolas, hasta Barcelona, donde se embarcaron rumbo a Génova y de allí en
ferrocarril a la Ciudad Eterna. Arribaron justamente en la Víspera de San Miguel, cuya festividad marcaba la iniciación del Capítulo General. Las intervenciones del P. Zavalita, en la magna asamblea
internacional, fueron muy elogiadas por el P. Fr. Mariano Rodríguez, asistente de la Curia General, pues "todas fueron muy juiciosas y prácticas y expresadas, con facilidad y elegancia, en lengua latina
dando pruebas de dominarla tanto como la doctrina espiritual de nuestro Padre San Agustín- en verdad, nos dio cátedra"- Terminado el Capítulo, nuestros viajeros permanecieron todavía dos semanas en
Roma, visitando todos sus incomparables monumentos de arte y de fe. Cuatro veces tuvo Fray Miguel "la inefable dicha de ver -son palabras suyas- al Padre Santo, que lo era entonces, no sólo por título
sino en realidad, San Pío X", Cuando lo saludo' más de cerca fue el 12 de Octubre de 1913, fecha en que recibió en audiencia especial a los capitulares en pleno, saludándoles en conjunto y a tino por uno.
Al tocarle el turno a Fray Miguel -me Contó muchos años después, en 1929, el mencionado P. Rodríguez-, el Papa se quedó viendo unos instantes "la pequeña figura bruna" y exclamó: -Dios quiera que
seas el primer santo indígena de México-, pues por su color y fisonomía lo juzgó indio de pura
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cepa. Por su parte, el P. Zavalita afirmaba que Pío X sería canonizado. Y ¿por qué no podremos decir que, en aquel encuentro, hubo una comunicación simpática entre dos santos del siglo XX? Desde
luego, había analogías en la vida y en el carácter de ambos: suma pobreza de origen, grandes trabajos para sus estudios,' pastoral infatigable en todas las dimensiones de la caridad, auténtico celo por la
gloria de Dios y la salvación de las almas y, sobre todo, sus virtudes características: bondad, sencillez, mansedumbre, jovialidad, olvido de si mismo y entrega total a los demás en alegre y generoso
servicio. La diferencia se impone, naturalmente, por las distancias de espacios y jerarquías, pero esto no es substancial a los Ojos de Aquel que daba gracias al Padre por sus revelaciones a los
pequeñuelos...
Peregrinos del ensueño bíblico, el Provincial y el Definidor se embarcaron a Tierra Santa y encontraron allá un diorama del Cielo. ¿Cómo no iba a impresionar profundamente a Fray Miguel aquel
recorrido por los pasos del Divino Salvador? Durante los treintaicuatro años que sobrevivió a su peregrinación palestina, la evocaba con frecuencia y con emoción haciendo siempre coméntanos muy
atinados, que revelaban la profundidad de sus reflexiones a la vista de los sagrados lugares. Entre varias anécdotas de sus visita, recordamos una muy significativa que le aconteció en el Santo Sepulcro.
Para la celebración del sacrificio del altar estaba repartido el tiempo entre sacerdotes católicos y cismáticos. Fray Miguel celebró misa en media hora justa, pero luego se arrodilló cabe el Altar, para dar
gracias y se le pasó el tiempo "sin saber cómo". El sacerdote ortodoxo, a quien le tocaba el turno, esperó largo rato a que le hiciera lugar, por ser muy estrecho; mas viendo que ya se pasaba otra media
hora, se acercó a Fray Miguel, que estaba como roca,
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y le dio fuerte sacudida por los hombros, sin que lograse moverlo. Entonces, arrebatado de impaciencia el hermano cismático le propinó tremenda bofetada que derribó por tierra al buen fraile y le hizo
despertar a la realidad. De momento no sabía dónde estaba y exclamó: -¡Carancho! ¿Qué pasa?- Luego, "volviendo en sí", se dio cuenta de todo, pidió dispensa al "justo agresor" y besó la férrea mano
consagrada. Este hecho nos revela, sin duda, que el siervo de Dios había entrado en rapto místico de contemplación. Y así fue como los quince días de su permanencia en la Tierra Santa se le hicieron
"unas cuantas horas". Su viaje no fue de romero turista, que escucha las triviales narraciones de los “cicerones", sino de peregrino embarcado en el piélago de los Misterios.
Su regreso a Moroleón fue una apoteósis. La feligresía en masa lo recibió. con música, cohetes y aclamaciones, aquella fresca mañana del miércoles 3 de Diciembre de 1913. A las
doce del día, celebró una misa solemne de acción de gracias, predicó breve homilía destacando los puntos más salientes de sus impresiones de peregrino, y al final, entonó con fervor el te deum. En sus
intenciones, asoció con la Santísima Trinidad a María Inmaculada y al patrono San Juan Bautista, “quienes fueron mis guías y protectores
inseparables en Europa y Tierra Santa" -dijo-.
Y ahora, una nueva etapa de su vida parroquial. Ya no tenía la preocupación del trabajo constante en la edificación del templo material, cuya grandiosa mole estaba allí a la vista, bien terminada, en su
conjunto artístico y en sus detalles decorativos, por dentro y por fuera. Era el santuario que él había soñado desde su niñez. Alto y señero gracioso y fuerte. amplio y funcional, con su torre gótica y su
cúpula
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románica, con sus líneas y vitrales ojivales, con sus grandes retablos y altares del mismo estilo, primorosamente labrada su cantería y discretamente dorados sus dibujos, con sus bóvedas semiplanas y sus
esbeltos muros revestidos de sobria ornamentación y de colores claros, con sus bellos cruceros y sus pulquérrimas capillas, situadas entre estos y la gran sacristía que parece otro templo. Por las medidas se
puede formar, quien no haya visto la ingente obra arquitectónica, una idea de su grandeza y de la magnanimidad del que emprendió sus construcción. La nave de la iglesia mide 65 metros de longitud por
15 de anchura y 25 de altitud -del piso a la bóveda-, y cada crucero es de 15xl5 m. La cruz latina abarca, pues, un área de un mil ciento cuarenta metros cuadrados. A estos hay que añadir la superficie de
las dos capillas -15xl5 m. cada una- y de la gran sacristía -45xl0 o sea, la suma de 900m2 más, haciendo un total de 2,040. Con ¡as medidas, sin embargo solamente se aprecia su magnitud y, por ende, es
preciso verlo para estimar su calidad artística, que es auténtica, sin imitaciones ni falsificaciones. Su costo se aproximó al medio millón de pesos de ese tiempo, en que, como es bien sabido, tenía la
moneda más valor adquisitivo que ahora. Para apreciar mejor el esfuerzo del P. Zavalita, de los operarlos y del pueblo de Dios, debemos tener en cuenta que la obra se realizó en cuatro años escasos, pues
se inició formalmente en el mes de Enero de 1909 y se terminó a principios de Diciembre de 1912. El 14 de Enero de 1913, con toda la solemnidad litúrgica, consagró la iglesia el insigne Arzobispo de
Morelia Monseñor Don Leopoldo Ruiz y Flores -de santa memoria-, dedicándola a Jesucristo Crucificado -en su imagen de Esquipulas- y al precursor San Juan Bautista, y celebrando de Pontifical el
siguiente día, fecha en que Moroleón puso su destino en manos de su
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Maestro, su Sacerdote y su Rey, a la sombra de la Santa Cruz, Cátedra, Trono y Altar.


Si el templo de piedra tuvo término en su realización, quedando tan sólido y macizo que no ha necesitado ninguna restauración, el templo de las almas proseguiría en perenne edificación y en constante
renovación, sin dar tregua al dinamismo apostólico. La acción pastoral de nuestro párroco trazaba siempre una línea ascendente de generosa entrega, que se reviste de tintes heroicos, en los años siniestros
de la guerra, del hambre y de la peste, plagas apocalípticas que corroían el árbol centenario de la patria mexicana. De uno a otro de sus confines, promovían destrucción y muerte las huestes
revolucionarias, que no respetaban los valores temporales ni espirituales. Bajo el signo de una transformación política y social, asolaban indiscriminadamente los centros urbanos y agropecuarios,
saqueaban los comercios y las industrias y destrozaban los hogares, matando a muchos adultos pacíficos y haciendo daño físico y moral a la juventud de ambos sexos.
Los jefes revolucionarios, en general, estaban contra la iglesia y la denigraban con calumnias jacobinas y no pocos de ellos vejaban de mil modos a los sacerdotes y profanaban las iglesias haciéndolas
cuarteles y quemando las imágenes, los ornamentos y los confesonarios. Durante el cuatrienio más álgido (1914-1918), todo México sufrió los embates de villistas y
carrancistas, zapatistas, divididos entre sí, pero cargando unos y otros sus golpes contra el pueblo, de modo que éste recibía triplicados azotes. A esto se añadía la acción
depredatoria y mortífera de las numerosas gavillas de bandoleros -como los Pantoja e Inés Chávez García- que merodeaban en Michoacán, Guanajuato y Jalisco, atacando
a las poblaciones más indefensas, como pueblos, villas y pequeñas ciudades del Bajío. Contrayéndonos a las parroquias
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agustinianas de Yuriria. y Cuitzeo, podemos asegurar que todos sus poblados fueron víctimas de las hordas chavistas menos Huandacareo, Mich., Uriangato, Gto. y nuestro Moroleón -digo nuestro por ser
el centro de esta biografía- quienes organizaron su defensa con voluntarios e infligieron sonadas derrotas a sus atacantes. La! poblaciones más castigadas por los fascinerosos fueron Santa Ana Maya,
Mich. y Jaral del Progreso, Gto., pues en ambas cometiron depredaciones cuantiosas y los más tétricos asesinatos de ciudadanos caracterizados. De los Pantoja sufrieron menos nuestras feligresías, quizá
por ser esos bandoleros originarios de la vicaría yurirense del Cimental. Uno de ellos, Anastasio, llegó a General de la Revolución y militó en la División del Sur, juntamente con Joaquín Amaro, en cuya
compañía atacó a Yuriria, el 30 de Agosto de 1913, sin poder tomar la plaza que fue defendida heroica y victoriosamente por sus voluntarios, de los cuales sucumbieron algunos, durante el combate de las
doce horas. Acusado calumniosamente de traición por su colega Amaro, Anastasio fue fusilado por Murguía, obedeciendo órdenes de Carranza, el 15 de Mayo de 1915, en Romita, Gto. y entonces los
otros ocho Pantoja ya que militaban en las filas revolucionarias, desertaron de la columna de Amaro y se acogieron a su tierra natal -el Cimental- para organizarse en banda rebelde y "vengar la sangre de
su hermano". Como primer acto de su tragicomedia, la emprendieron contra el sacerdote local -Fr. J. Napoleón Esquivias, o.s.a. y, su templo. A la media noche del 21 de Mayo de ese año 1915, forzaron la
cerradura del sagrado recinto y, ya dentro, se dedicaron a derribar imágenes, pasándose luego al curato en busca del Padre, quien había logrado huir rápidamente. Al día siguiente, muy temprano, se
presentó en Moroleón y narró al P. Zavalita lo sucedido,
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lamentando sobremanera no haber podido retirar el Sagrado Depósito, aunque llevaba consigo la llave del Sagrario. Fray Miguel se la pidió, sin declararle su propósito, y al atardecer de aquel sábado 22 de
Mayo de 1915, montó su caballo retinto y se lanzó al camino, rumbo al Cimental. Se fue solo, por no exponer al peligro a otros. Hacia las ocho de la noche llegaba a su destino, entrando luego en la casa
de una buena familia conocida. Durante la cena, que le sirvieron con cariño filial, le estuvieron narrando, en voz baja, los sacrílegos desmanes de los bandoleros y le informaron que allí estaban
precisamente en el curato que tenían como cuartel. A la media noche, le dieron la noticia de que los forajidos habían salido de parranda al Valle de Santiago; que así lo hacían todos los sábados y solían
regresar hasta la tarde del domingo. Inmediatamente se dirigió el P. Zavalita a la iglesia, con el propósito de llevarse en seguida al Santísimo. Pero suplicaron que se esperara a celebrarles misa de
madrugada, y como además viese el estado lamentable del templo, accedió a quedarse, arreglando mientras tanto en sus altares las sagradas imágenes que yacían por tierra, algunas rotas y todas
maltratadas; luego, ayudado de varias personas que se habían ido juntando, hizo un aseo general y reconcilió la casa de Dios por las profanaciones de que había sido víctima. Y a las cinco de la mañana, ya
estaba celebrado con templo lleno. Cerró con trancas la puerta de la sacristía que comunicaba al curato, sacó luego a "Nuestro Amo" -como él solía llamarle-, y asegurando bien el portón de la iglesia,
colocó sobre la cerradura un aviso en letra grande, que decía: "Nadie se atreva a violar este sello, ni menos profanar la casa del Señor, porque caerá sobre quien lo haga la mano justiciera de Dios, pues El
arrojó del templo a los profanadores, con un látigo, y diciéndoles: -Mi Casa es lugar de oración y vosotros
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la habéis convertido en cueva de ladrones". Y montando su corcel, se lanzó a carrera abierta por el camino de retorno, bordeando la falda del Cerro Prieto. Precisamente allí se encontró con la horda
pantojista, sin disminuir su carrera, pues pensó fundadamente que exponía al Santísimo a la profanación. Veinte jinetes lo siguieron disparándole una lluvia de balas, que le zumbaban por encima de su
cabeza, hasta que el más joven de los Pantoja, J. Guadalupe, mandó cesar el fuego: -Es el Padre Zavalita- gritó y a ese ni las balas le hacen, porque es un santo.
Una semana después, caminaban juntos el cordero y el lobo, de Moroleón a Yuriria, pues J. Guadalupe había ido a pedir que mandara sacerdote al Cimental, y Fray Miguel lo llevaba a la cabecera de la
Parroquia, para presentar su petición al Sr. Cura Fr. Fulgencio Villagómez, quien ya tenía designado el sucesor del P. Esquivas en la persona del P. doctor en cánones Fr. Eduardo Armenta. El jueves de
Hábeas Christi, 3 de Junio, llegó este nuevo vicario fijo al Cimental, y fue muy estimado y respetado por todos los feligreses, inclusive por los bandoleros, a quienes impidió muchos desmanes y crímenes,
dentro y fuera de su jurisdicción.
Es evidente que el feliz arreglo de la difícil situación de esa vicaría se debió principalmente a la influencia moral del P. Zavalita a, quien podríamos aplicarle, en este caso y en otros, el elogio bíblico de
Moisés: "... lo hizo comparable en gloria a los santos, y le dio poder para atemorizar a los enemigos, y por su palabra apaciguó los monstruos..." (Ec. 45.2). Seis semanas antes del episodio que acabamos
de evocar, el humilde Fray Miguel había apaciguado a Joaquín Amaro que , con una respetable columna de mil quinientos carrancistas -de los cuales el 50% eran de su raza-, había llegado de
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Moroleón, procedente de Michoacán y de paso a Celaya, el Viernes de Dolores, 26 de Marzo de 1915, y lo primero que hizo fue detener al P. Zavalita, exigiéndole un préstamo forzoso de cincuenta mil
pesos, Como el pobre religioso le manifestara que no tenía mas que escasos doscientos pesos, el general, arrebatado de cólera, lo abofeteó hasta hacerlo caer por tierra sangrando por la boca. Luego le
conminó a reunírselos entre el vecindario, en el plazo de veinticuatro horas, pues de lo contrario, daría libertad a sus hordas para, saquear el pueblo. Era imposible lo que se le exigía, pues los pocos
industriales y comerciantes acaudalados habían emigrado a la ciudad de México, desde el año anterior. ¿Cómo reunir tan alta cantidad, en término tan precario, y entre el pueblo pobre y clase media
empobrecida? Confiando en la protección de su "Rey" y de su "Reina", y con el fin
de evitar un mal mayor a su pueblo, se echó a la calle, vigilado por una escolta de soldados y tocó todas las puertas, colectando apenas la suma de tres mil pesos. Ni para qué describir la frenética actitud
del mílite ante aquella "irrisoria limosna", como la llamó él mismo. "No habrá más remedio -exclamó enfurecido- que sacarles por la fuerza lo que no quieren soltar a la buena". Y ya dictaba órdenes para
el saqueo, cuando el P. Zavalita cayó de rodillas ante el general, implorando clemencia para su pueblo. Sus lágrimas, que corrían copiosas, parecían mezclarse con la sangre ya reseca que cubría sus
mejillas y labios hinchados. Era un rostro nazareno. ¿Qué le sucedió al general que, en lugar de lanzarse a puntapiés contra el humilde cura, lo levantó delicadamente v se le quedó viendo con fijeza en los
ojos? Luego exclamó: .”Este fraile tiene algo que no tienen los demás”. En esos momentos, llegó un correo con una carta. Era del general en jefe, Álvaro Obregón, que le mandaba
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para proseguir su marcha a paso veloz, pues "el enemigo", Villa se a cercaba a Celaya en movimiento envolvente. Mandó, pues, tocar a marcha y el imponente ejército tardó más de dos horas en evacuar
Moroleón. Al despedirse Amaro de Zavalita, le dijo en tono de sinceridad: -"Aunque no hubiera llegado este despacho, no habría podido castigar al pueblo. Dale gracias a Dios y reza por mí".
necesita comentario.
A pesar de ser Moroleón una ciudad industrial y próspera, sufrió también la escasez y carestía de los alimentos básicos de primera necesidad, como todo el país, a causa de las depredaciones de
revolucionarios y bandoleros. Durante el trienio 1915-1918, el maíz subió a un precio exorbitante, de cuatro centavos el cuarterón hasta cincuenta y, en la misma línea proporcional, el pan, la carne, la
leche y los huevos. El 30 % de la población tenía dinero para adquirir esos artículos pero pronto se agotaban en el mercado. El 70% restante lo integraban los campesinos, que veían con impotente dolor el
destrozo que hacían las caballadas de los soldados en sus sembradíos sin dejarles más que unos cuantos "molonquitos" ni su cosecha, y por otra parte, de su ganado les quedaban si acaso los cueros, pues la
tropa de miles de hombres se avorazaba de la carne. Verdaderamente, aquellos fueron tiempos apocalípticos de hambre, especialmente para las mujeres y los niños. Quien esto escribe era de éstos y lo dice
por experiencia. Nuestro biografiado oraba y lloraba, implorando de la Divina Providencia el sustento para su pueblo. Era lo único que podía hacer y, sin
duda, fue muy eficaz su oración, pues se constató que ninguno de sus feligreses, chico o grande murió de inedia ni en la ciudad ni en los poblados filiales.
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La peste desató sus furias sobre todo México, dos veces en ese período: la de tifo de 1915 y la llamada influencia española en 1918. Durante esos lapsos de tiempo, la muerte cosechaba en racimos y
gavillas las vidas humanas, dejando diezmadas y desoladas la mies de Cristo y la viña de Santa María de Guadalupe. El padre Zavalita y sus dos vicarios auxiliares, PP. Fr. Luis Cisneros y Fr. Alonso
Cantero, fueron preservados providencialmente de todo contagio, no obstante su continuo trato con los enfermos y sus diarias traspasadas y desveladas, pues apenas si tenían tiempo de comer aprisa y de
dormir en ratos intermitentes. El siervo de Dios atendía los enfermos de la cabecera, mientras los otros padres recorrían los ranchos. Pero sucedía muchas veces que él también tuviese que salir a la
periferia en las altas horas de la noche, por encontrarse sus vicarios en otros rumbos. En las jornadas inenarrables, el pastor practicó en grado heroico el celo apostólico, ya que olvidado de sí mismo y
entregado totalmente a sus ovejas, hizo la oblación de su vida por la salvación de la grey. Su oración frecuente era ésta: "Perdona, Señor, perdona a tu pueblo y no entregues tu herencia a la perdición. Mi
vida vale muy poco, pero la uno a la tuya, y te la ofrezco por la salud de los cuerpos y la salvación de las almas de mis hermanos. Acéptala por manos de nuestra Madre Inmaculada, salud de los
enfermos".
Fray Miguel entendía perfectamente la concatenación natural de guerra-hambre-peste, pero como teólogo profundo que era, veía en las tres calamidades una "acción purificadora de Dios sobre el pueblo
mexicano que, como reino de Dios, tenía su origen y su destino en las rosas y espinas del Tepeyac; la inmolación de tantas víctimas inocentes, bajo la espada de las tres calamidades, ¿qué otra cosa es sino
un baño de sangre y un crisol de fuego para nuestra patria, a fin
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de que se cumpla en ella lo que faltó a la pasión de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia? Este no es más que el prólogo de otras pruebas que le esperan a nuestra patria y a nuestra iglesia. Pero de
ellas saldrá rejuvenecida y ataviada como esposa del cordero inmaculado".
Los dos últimos años de su acción pastoral en Moroleón 1919 y 1920), se consagró Fray Miguel a "restaurarlo todo en Cristo". Pasado el huracán devastador de la revolución armada, que trastornó todos
los valores humanos y divinos, el carrancismo triunfador la erigió en ideología permanente y en régimen político, mediante la Constitución, articulada por la Asamblea de Querétaro, en 1917. En su fondo
político y social se impulsó el buen sentido cristiano del pueblo mexicano, pero se le introdujo una carga contradictoria a su esencia democrática, al coartar, con legislación sectaria, los derechos
primordiales de la Iglesia Católica, integrada por la inmensa mayoría de ese mismo pueblo. Así la carta fundamental, que debería haber sido lazo de unión para todos los mexicanos, quedaba cargada,
como una bomba de tiempo para futuras divisiones nacionales. Puesto que no se había hecho una Constitución para un pueblo, considerando en toda su integridad existencial, la aplicación misma de sus
principios políticos y sociales a su vida práctica se llevó a cabo con tendencias facciosas, tratando de descatolizar y aun descristianizar --desfanatizar"- a las masas obreras y campesinas, mediante una
pertinaz campaña denigratoria de su Iglesia, como si fuese la culpable de todos los males que sufrieron en el régimen de la dictadura y bajo las oligarquías burguesas del liberalismo político y económico,
espoliador y perseguidor de la misma iglesia. Esa labor de confusionismo ideológico cogió al pueblo mexicano entre los cuernos de un dilema de conciencia –o iglesia o revolución-, que le orillaba a la
angustia.
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En esa situación caótica posrevolucionária de perplejidad, necesitaba el Pueblo de Dios pastores según el Corazón de Cristo. Y los tuvo, en todo México. Uno de ellos fue el P. Zavalita para Moroleón y
posteriormente para Yuriria. A su apostolado pastoral, siempre constante y abnegado, una acción social más directa adunó, tratando de formar a los adultos y a los jóvenes, por medio de círculos de estudio
de la Doctrina Social Cristiana. Para ello organizó bien los gremios de menestrales, en especial los de reboceros, y para jóvenes la Asociación Católica de la Juventud Mexicana, y a unos y a otros.
alternando los días, les impartía tres conferencias semanarias sobre el tema importantísimo de la acción social. A la luz del evangelio les comentó, punto por punto, la Constitución Política de los Estados
Unidos Mexicanos, cuyo texto le envió como regalo nada menos que el general Joaquín Amaro. Así, la Feligresía de Moroleón fue tal vez la primera, o al menos de las primeras en conocer y saber dicernir
lo bueno y lo malo de dicha Constitución. Creemos por todo esto que Moroleón ha sido uno de los pueblos del Bajío más rectamente politizado y más organizado en la acción social católica. Uno de los
mejores miembros, el Dr. D. Baltasar López, mereció la palma del martirio en la persecución callista. Y otros, que han escalado altos puestos políticos hasta de diputados federales, no se han desviado de
la fe ni de la vida cristiana, fuera de uno que pidió en la Cámara Baja el retiro de la Virgen de Guadalupe de su santuario para exponerla en el Museo Nacional, pero este mismo, al ser herido de muerte -no
por ese motivo sino por rivalidades políticas-, antes que al médico pidió al sacerdote, para morir cristianamente, como se lo concedió la divina misericordia.
Otra de las preocupaciones más constantes del buen
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pastor de Moroleón fue la familia cristiana en todos sus niveles y dimensiones. Promovió en la juventud de ambos sexos -aunque separadamente, pues entonces todavía no se acostumbraban las reuniones
mixtas-, una serie de instrucciones metódicas prematrimoniales, que él personalmente impartía, y ayudado de las religiosas josefinas, que tenían el Colegio de niñas, estableció un centro de formación
familiar y economía doméstica, en el que se capacitaba a las jóvenes para su futura misión de esposas y madres Y a los adultos ya casados, maridos y esposas, también en asambleas separadas, los instruía,
no sólo en sus deberes conyugales, sino hasta en la espiritualidad del matrimonio cristiano. Como sus instrucciones eran todas evangélicas, llenas de sinceridad y de unción, producían frutos óptimos de
auténtica vida cristiana, de tal modo, que en muchas familias llegó a formarse un óptimo ambiente propicio a la floración de vocaciones religiosas y sacerdotales. Desde entonces, el joven pueblo de
Moroleón se convirtió en un semillero levítico. Ya en su tiempo, el P. Zavalita empezó a cosechar los primeros frutos, pues envió al convento una treintena de vocaciones femeninas, la mayor parte a la
vida mixta y una minoría selecta a la contemplativa. En cuanto a varones, fueron un menor número, especialmente de los que perseveraron, pero el huerto ha seguido floreciendo y fructificando hasta la
actualidad y, entre los numerosos sacerdotes de ambos cleros, ya se cuenta el fruto óptimo de un obispo.
Por todos los hechos narrados, que son perfectamente objetivos e históricos, podremos arribar a su hontanar címero: la rica y poliforme vida interior de nuestro biografiado, como religioso, como sacerdote
y como pastor de almas. Durante los doce años de actuación pastoral en Moroleón, realizaba su ascensión en la
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perfecta caridad, al ritmo de la doble edificación del templo de piedra y de los templos de almas. Vivió, en continuo perfeccionamiento, las virtudes propias de los consejos evangélicos, que había
abrazado, con tanta alegría y sinceridad, por la profesión solemne de sus votos religiosos. Pobre, casto, obediente, observaba la vida de comunidad con los hermanos, sus dos colaboradores que eran
también religiosos, teniendo con ellos casa, mesa y oración en común, de tal suerte que fue constante en la fidélima guarda de la Regla Agustiniana, y era una realidad en su pequeña comunidad aquello de
“para esto os habéis s reunido, para habitar unánimes en la casa y tener una sola alma y un solo corazón en Dios, siendo para vosotros todas las cosas comunes, sin llamar nada propio" Por razón del
ministerio pastoral, se untaban en oración dos veces al día por la mañana, de cinco a seis, en que hacían meditación y recitaban las horas canónicas matutinas, y por la noche, de nueve a diez, en que
rezaban vísperas, maitines completas y serótina, para el desayuno les era difícil estar juntos, pero la comida si la tenían en comunidad, lo mismo que la visita eucarística, después de la cual solían recitar la
Coronilla breve de Nuestra Madre Sma. de la Consolación, y los viernes, además, el salmo Ante Oculos tuos del gran padre San Agustín, finalmente, durante la cena tomaban acuerdos para las actividades
del siguiente día “Del resto del día no éramos dueños -decía el informante P. Cisneros-, pero trabajamos todos con el mismo espíritu que irradiaba admirablemente de Nuestro Padre Zavalita" Sus oficios
de Secretario y Definidor de Provincia los cumplió con ejemplar fidelidad, como lo atestiguan las Actas que obran escritas de su puño y letra, en el Archivo Provincial
De sus virtudes sacerdotales y pastorales, practicadas en grado heroico, hablan muy alto sus obras perdurables y la voz del pueblo. que en este caso, si parece ser la voz de Dios
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XI.- EL SEGUNDO FUNDADOR DE YURIRIHAPÚNDARO


Como en Moroleón Fray Miguel Francisco Zavala vino a completarla obra de Fray Francisco de la Quintana, realizándola plenamente en la doble construcción; de semejante modo, en Yuririhapúndaro,
acometió la tarea de conectar su obra de restauración con la primigenia de Fray Diego de Chávez. Respecto de lo primero, no hay hipérbole ninguna, sino una continuidad histórica perfecta. Pero de lo
segundo, se podría objetar que, en el trayecto de cuatro centurias, desfilaron hombres eminentes que completaron la obra material del egregio misionero y sostuvieron enhiesta y floreciente su obra
espiritual. Es verdad, pero también lo es que, al advenimiento de Fray Miguel Zavala, ambas obras se encontraban deterioradas y, en cierto modo, proclives a la decadencia, sin subestimar por esto el
laborío de sus predecesores inmediatos. Podemos constatar esta última verdad histórica, con sólo hacer un raudo recorrido por las etapas de la legendaria y epónima edificación.
Fundada Yuririhapúndaro -Lago de Sangre-, en 1447, por el triunviro tarasco Tangaxoan I, la encontró Fr. Diego de Chávez y Alvarado, en 1549, con una población politribal de nueve mil indígenas, con
mayoría de tarascos, bajo la capitanía
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general del indio cristiano Don Alonso de Sosa. Su fundación obedeció a la necesidad de establecer una fortaleza militar fronteriza del autónomo Reino de Michoacán con el Imperio mexicano, y por eso
los cronistas la llaman "frontera de chichimecas". Ya había llegado allí la Buena Nueva del Reino de Dios, pregonada de paso por el franciscano Fray Juan de San Miguel, veinte años antes. Volvió a
proclamarla, diez años después de éste, el agustino Fray Alonso de Alvarado, medio hermano de Fray Diego, quien se detuvo más tiempo que el franciscano, ya que la permanencia de éste fue de tres
meses y la de aquel de tres años (1540-1543). Su acción misional cosechó muy buenos frutos: la evangelización de todos los indígenas, el bautismo de una tercera parte, la construcción de la primera
capilla, la de Santa María, en las inmediaciones del futuro lago artificial, y el trazo de la nueva Villa, teniendo como base el actual barrio de la Joya, sin duda, el más poblado de entonces. También
expandió su misión hacia el Oriente, fundando el pueblo de Santiago Maravatío, el 25 de Julio de 1540 en colaboración con Don Alonso de Sosa y Don Alonso de Navarrete, a cinco leguas de
Yuririhapúndaro.
Fray Diego de Chávez fue el verdadero fundador cristiano de Yuririhapúndaro y de los numerosos poblados aledaños, comprendidos en un área de más de dos mil kilómetros cuadrados. Así dejó
redondeada una doctrina-parroquia con multitud de visitas -centro filiales-, durante los dieciocho años (1549-1567) de su fecunda acción misional, que fue evangelizadora y civilizadora, y por ende,
profundamente religiosa y avanzadamente social. Sus obras monumentales lo proclaman todavía hoy. La grandiosa iglesia, con su recinto sagrado de una sola nave con cruceros -de bóveda corrida de
cañón aquella y de nervaduras éstos y el presbiterio
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-mide setentaidos metros de longitud por quince de anchor y treintaiuno de altura, y en su exterior, tiene una fachada de cantería plateresca, labrada con el espléndido arte del mestizaje; un imponente
torreón -campanario-, que se levanta diez metros sobre la bóveda; unos muros titánicos por su grosor y su alteza, sostenidos por gigantes contrafuertes y tapizados de. caprichosos dibujos en tezontle y
coronados de almenas enfiladas, dando la impresión en conjunto de una inexpugnable fortaleza medieval. El convento, no menos magnífico, presenta una maravillosa armonía de sobriedad y austeridad
con la gracia y el esmero artístico; las nervaduras góticas en las bóvedas de los cuatro corredores del claustro bajo, convergentes en el rosetón plateresco, parecen iluminar, con su sonrisa de mística
alegría, las serias arcadas de cantera gris; el claustro alto, destinado a la clausura y habitación de los religiosos, resultó menos suntuoso, tanto por la observancia de la pobreza monástica, como por haber
sido construido de prisa, debido a la suspensión de la obra, prescrita por el virrey. El conjunto de iglesia y monasterio está registrado en la primera fila de los monumentos coloniales de México. En el año
anterior - 1549- a la iniciación de estas obras, hizo construir Fray Diego la capilla del Hospital de Indios, con su anexo adecuado a esa obra eminentemente social, lo mismo que los edificios para las
escuelas de letras y de artes y oficios y para un colegio vocacional de humanidades que instituyó bajo el patrocinio de San Pablo Apóstol y que sería el preparatorio del Noviciado y de los Estudios
Mayores, instituciones que fungirían en el gran convento. Este y la iglesia y todas las estructuras mencionadas quedaron terminados, en el lapso de diez años (1549-1559), bajo la dirección inmediata del
alarife don Pedro del Toro y la supervisión del arquitecto Fray Diego, trabajando cientos de indígenas al lado de una
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docena de albañiles españoles. Al mismo tiempo que las grandes construcciones, llevaba acabo el dinámico misionero su ingente obra de ingeniería agraria e hidráulica, emprendida, con otros centenares
de indígenas, en el valle de Huatzindeo, donde fundó la hacienda de San Nicolás para el patrimonio de su provincia y numerosos ejidos para los trabajadores indígenas y españoles, proporcionalmente;
para el regadío de tantas hectáreas, hizo derivar las aguas del río Lerma, mediante un canal muy bien trazado, que después de fertilizar los campos, desembocaría en un lugar bajo y pantanoso de
Yuririhapúndaro, formando así una bella laguna de 19 kilómetros de longitud por 10 de anchura y una profundidad de 20 metros en su parte central, franqueada de cerros por el norte y el sur y, dos leguas
al fondo oriental, la gran montaña de Culiacán; esta laguna ha sido ornato del paisaje del Bajío y fuente de pesca y regadío de Jaral y Valle de Santiago. Así quedó la mole del convento y la población
yurirense entre dos lagos, el natural y el artificial. Al ritmo de la obra material, se desarrollaba la espiritual del reino de Dios, cristianizados totalmente los miles y miles de indígenas de la cabecera y de
toda la región, inclusive la mayor parte de los chichimecas, nómadas bravíos, que hostilizaban la comarca. A toda su cristiandad le infundió su espíritu eucarístico y mariano y el sello de sus obras fue la
magnanimidad. En la fe, en el arte, en la cultura y en la promoción social, fue todo un magnífico operario.
A través de cuatro siglos, los sucesores de Fray Diego mantuvieron floreciente su obra. Y algunos le dieron un toque de perfección. En lo espiritual, Fray Jerónimo de la Magdalena -siglo XVI-, que
dividió en cuatro vicarías regionales la parroquia, para su mejor atención; en lo cultural, Fray Diego de Basalenque y Fr. Juan de Zapata, maestros eminentes,
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-siglo XVII-, que integraron el Colegio de San Pablo en Estudios Menores y Mayores, llevándole a su apogeo; en lo material, artístico, Fray Francisco de Cantillana -siglo XVII, quien techó de bóvedas el
claustro alto, construyó los grandiosos contrafuertes y decoró en oro fino los colaterales barrocos de la iglesia y en pintura de aceite las bóvedas y paredes; en lo social -hospital, escuelas, agricultura-, el
futuro Obispo Fr. Francisco Zamudio Avendaño -siglo XVII- y el Maestro Fray Carlos Buitrón quienes ampliaron y mejoraron el territorio agrícola y dotaron con munificencia el hospital y las escuelas de
la cabecera y de los pueblos filiales. En el siglo XIX, Fray Francisco de la Quintana tuvo que restaurar la iglesia, pues en 1815, los insurgentes la incendiaron, reduciendo a cenizas los ocho preciosos
retablos churriguerescos y derrumbándose el coro; la reparación fue ímproba, pero quedó terminada en 1826, con los altares de cantera, en lugar de los de madera, con el coro nuevo y con una blanqueada
general de los muros. En la segunda mitad de esa centuria, sobrevino el despojo de todos los bienes eclesiásticos y, quedando sin dotación, desaparecieron las instituciones culturales y sociales. Los
párrocos posteriores tuvieron que limitar sus actividades a la obra meramente espiritual que no decayó, gracias a la Madre de Dios que preservó la fe de su pueblo y al apostolado heroico de hombres tan
notables, por su virtud y sus letras, como Fr. Vicente Contreras, Fr. Tomás de Villanueva y su hermano Fray Nicolás -restaurador de la Provincia con su Colegio del Espíritu Santo, en Santiago Maravatío,
dentro de la parroquia yurirense-, Fr. Blas Enciso -obispo electo y confirmado de Linares, a quien la muerte no le permitió que fuera consagrado---, Fr. Sabás Rodríguez, Fr. Vicente Garcidueñas (todos
siglo XIX) y Fr. Fulgencio Villagómez (primero del siglo XX), inmediato antecesor de Fray Miguel Francisco Zavala.
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El 5 de Noviembre de 1920, sábado mariano, fueron celebrados los comicios del capítulo provincial, resultando electo prior provincial el dinámico y fervoroso padre Fray Manuel de los Ángeles Castro,
uriangatense de origen y uno de los mejores alumnos del colegio maravatiense. Nuestro Padre Zavalita fue reelecto, por enésima vez, definidor y secretario de provincia -y nuevamente, por unanimidad de.
votos-. Lo eligieron, además, Prior y Párroco de Yuriria con una buena comunidad integrada por los PP. Fr. Agustín Flores, Fr. Fulgencio Villagómez, Fr. José Napoleón Esquivias, Fr. Nicolás M.
Martínez, Fr. Rafael Díaz y Fr. Elías del Socorro Nieves. A mediados del mismo mes de Noviembre, tomó posesión de sus nuevos cargos, dejando a Moroleón bañado en lágrimas y entrando en Yuriria
entre aclamaciones de regocijo. Lo primero que hizo fue reunir a los religiosos, para hacerles saber su propósito de reanudar la vida de comunidad, suspendida por las vicisitudes revolucionarias, y desde
luego, instaló en la casa conventual a los cuatro últimos nombrados, permitiendo a los dos primeros que habitaran en sus respectivas capellanías: la Purísima y la Preciosa sangre de Cristo, respetando un
acuerdo capitular. En seguida, celebró asamblea general con todas las asociaciones pías, que duró tres días, los primeros de Diciembre, introduciendo en ellas cierta novedad, al asignar a cada una un
programa de apostolado específico, unido a su finalidad piadosa. Porque -les dijo- "en todo cristiano, el Amor de Dios debe estar perfectamente unido al amor del prójimo de tal modo, que el culto divino
ha de tener como fruto el ejercicio de las obras de misericordia, y así se cumple mejor con él nuevo mandamiento que nos dejó el divino maestro de amamos los unos a los otros, como El nos ha amado".
A
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las vv. órdenes terceras agustiniana y franciscana les confió actividades religioso-sociales: los hombres deberían organizar los gremios de trabajadores., promoviendo para ellos conferencias sobre la
doctrina social y cristiana y, entre ellos, la formación de cajas populares de ahorro, en la ciudad, y cooperativas, en el campo; las mujeres se entenderían de todo lo relativo a la formación familiar -moral y
doméstica de la mujer en general. La Archicofradía de Nuestra Señora de la Consolación visitaría a los enfermos especialmente pobres, y les llevaría ayudas de medicina y alimento y consuelos
espirituales. La Vela Perpetua del Santísimo de mujeres se encargaría de preparar niños y niñas de primera comunión y de emprender celebraciones colectivas, en las Fiestas Eucarísticas, dotando a los
pobres de vestidos adecuados para el acto litúrgico; los hombres, a su vez, tendrían a su cargo el censo parroquial y la propaganda y vigilancia del Catecismo de varones adultos. Las Madres Cristianas de
Santa Mónica promoverían cruzadas de oración y penitencia por la niñez y la juventud y establecería una Academia para la formación integral de las señoritas. La Pía Unión de Damas Guadalupanas
tendría a su cargo la Catequesis Parroquial de la niñez en la cabecera, y la Pía Unión de Ntra. Madre Sma. del Buen Consejo quedaba responsable de los centros rurales de Catecismo, ayudada por la
Cofradía Carmelitana. Una asociación muy antigua de Nuestra Señora del Tránsito, que contaba ya con muy pocos socios, la transformó en la Corte de Honor de damas y caballeros de Ntra. Madre Sma.
del Socorro, asignándole, además del culto mariano de tan agustiniana advocación, la obra de las vocaciones religiosas y sacerdotales, y así se adelantó a la Pía Unión que, con las mismas finalidades, fue
erigida canónicamente tres años después, en Morelia. Fue estableciendo posteriormente, a lo
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largo de su acción pastoral, otras asociaciones, hasta completar el número de veinticinco por todas. De dos haremos especial mención por los frutos opimos que produjeron para la juventud; -la Asociación
Católica de la Juventud Mexicana para varones y los Talleres de Caridad de Santa Rita de Casia para señoritas, ambas de formación espiritual y cultural y de apostolado social. Los jóvenes vivieron
jornadas inolvidables de vida cristiana y apostólica y adelantaron tanto, en sus círculos de estudio, que llegaron a formarse buenos oradores y periodistas, llegando a tener su prensa propia con el semanario
"¡ADELANTE", donde también publicaban crónicas de la labor social de la juventud femenina. De todas las asociaciones, Fray Miguel Zavala era el alma y el director nato, pero a varias las puso en
manos de sus colaboradores -como a la A.C.J.M. yla T.C.S.T., que dirigieron sucesivamente los PP. Fr. Nicolás Martínez y Fr. Julián de Urquiola, agustino español del Escorial-; al futuro mártir Fr. Elías
Nieves le confió el Buen Consejo y el Carmelo, con los catecismos rurales. El párroco dirigía personalmente la mayor parte y vigilaba a todas en el efectivo y recto cumplimiento de su labor apostólica.
El viernes 7 de Enero de 1921 sonrió una nueva aurora de esperanza para la Provincia Agustiniana de Michoacán. Abría sus aulas el Colegio de San Pablo, en el convento cuatricentenario, que le había
forjado la mano vigorosa de Fray Diego el Inmortal. Y ahora su centésimo Rector se llamaba Fray Miguel, heredero del espíritu de su ancestro misionero. ¿Cómo había podido convocar, en el lapso
precario de dos meses, a ese centenar y medio de niños y adolescentes, que raudos acudían en alas de un sublime ideal? La mayor parte venían de la comarca parroquial de Yuriria y Cuitzeo y algunos de
otras más le anas. Desde 1904, ya venía fungiendo
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con alguna regularidad el plantel, pero su vitalidad cm relativamente raquítica, tanto por las vicisitudes aciagas de los tiempos, como por falta de personal docente. Durante el cuatrienio 1904-1908, hubo
tres rectores sucesivos -PP. Fr. Agustín Flores, Fr. Enrique Jimenéz y Dr. Fr. Eduardo Armenta-, y por tres períodos (1908-1920), lo regentó, sin colaboradores, el benemérito P. Fr. Gundisalvo Tapia. No
fue estéril su labor, pues realizaron su vocación religiosa y sacerdotal quince agustinos, un franciscano, un salesiano y cuatro clérigos. Sin embargo, a ese ritmo, se hubiese necesitado más de un siglo para
llegar a la cifra de religiosos que ahora posee nuestra provincia. Por eso, el impulso dinámico que imprimió al Colegio nuestro Padre Zavalita fue de un verdadero renacimiento y tan vigoroso, que perdura
hasta la actualidad. Los decenios 1878-1898 -P. Villanueva, Colegio del Espíritu Santo- y 1921-1931 -P. Zavalita, Colegio de San Pablo- se asemejan admirablemente, por su ímpetu restaurador y por su
fructífera eclosión primaveral -más de cincuenta vocaciones realizadas en cada una de esas etapas-. Con la diferencia de que la continuidad de la primera restauración quedó cortada, en cuanto a la
recolección de nuevas vocaciones, por el espacio de 16 años (1878-1904), mientras que la segunda no se cortó sino solamente tuvo tinas pausas depresivas, por la persecución (1927-1929 y 1934-1937), y
luego apretó el paso en dinámica ascendente. Durante los cuatro años de su rectoría, Fray Miguel, no obstante sus múltiples ocupaciones pastorales, empuño el gobernalle de la dirección, sostuvo
económicamente el Internado de más de. cien alumnos y desempeñó la docencia, teniendo por activos colaboradores a los PP. Fr. Nicolás M. Martínez y Fr. Julián de Urquiola vicerrectores,
sucesivamente-, Fr. Alipio D. Rangel -prefecto desde que era diácono-, Fr. José Fulgencio Villagómez, Fr.
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Rafael García Arellano, don Blas Niño, don Tomás Díaz y el Dr. Mota -estos tres últimos seglares y catedráticos todos-. El Colegio estuvo muy bien atendido y disciplinado, alcanzando gran prestigio en
muchas leguas a la redonda. En Noviembre de 1924, hubo Capítulo Provincial que cambió el gobierno de la Provincia, de¡ P. Castro al P. Zamudio, pero el P. Zavalita fue reelecto Definidor y Prior y
Párroco de Yuriria, exonerándole de dos cargos, el de Secretario de provincia y el de Rector del Colegio. Para tal fue designado el P. Fr. Alipio D. Rangel, que siguió con entusiasmo y competencia las
huellas de su antecesor, el cual no se desentendió de proveer la economía del intemado ni de servir alguna cátedra. Sobre todo, su ejemplo de altísima virtud irradiaba sobre maestros y alumnos con
imantado resplendor. En el Capítulo Provincial, recibió Fray Miguel la borla y el diploma de Maestro en Sagrada Teología, que el Rvmo. P. General Fr. Tomás Giancchetti le había concedido, con fecha
de 12 de Enero de 1923, sin que conste en el Libro de Actas de Provincia, porque la modestia le vedó transcribir el documento, pero el cronista lo encontró entre los papeles del P. Zavalita, después de su
muerte. Tan luego como recibió el título académico, empezó a ejércelo, pues le mandaron los profesos teólogos Fr. José H. Morales y Fr. Joaquín Alvarez, a fin de que les impartiera las ciencias sagradas,
como lo hizo ayudado de otros padres en las materias accesorias. Su doctrina era la tomista, pero imbuida de la teología agustiniana, la de la mente y del corazón, para traducirla en vida. Pasada la ola roja
de la persecución callista, durante cuyo trienio estuvo clausurado el Colegio, fue reabierto el 7 de Enero de 1930, bajo la regencia del P. Zavalita, quien lo sostuvo dos años, hasta que la obediencia le
designó en 193 1, para la fundación de una nueva casa en las Lomas de Chapultepec, D.F. Así
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dejó, en plena germinación, el semillero vocacional de la Provincia Agustiniana de Michoacán.


Al mismo tiempo que reanudaba, con nueva vitalidad el Colegio cuatricentenario, establecía dos centros de educación cristiana: el Colegio Josefino, con Primaria y Academia, para la niñez y juventud
femenina, atendido por Religiosas Josefinas, y la Escuela Parroquia] "Fray Diego de Chávez",
de instrucción primaria, paralos niños, confiados a competentes maestros católicos. El celoso párroco hacía frecuentes visitas a uno y otro plantel, cuyo sostenimiento económico y espiritual corría de su
cuenta o de la Divina Providencia, como él solía decir. Solamente con esa especial ayuda, mediante la Madre Santísima del Socorro, se explica el que haya podido sostener, por un decenio, las tres obras a
la vez, ya que las cuotas mensuales aportadas por los padres de familia eran insignificantes. Estos centros educativos procrearon óptimas y opimas vocaciones religiosas, masculinas y femeninas. Y por
ellos también se conectaba Fray Miguel con Fray Diego, puesto que la obra de éste en este renglón había desaparecido en Yuririhapúndaro, desde la segunda década del siglo diecinueve y venía a
reanudarse después de una larga centuria.
Dos obras le faltaron en la restauración dieguina: el hospital y la escuela de artes y oficios. Su caridad le urgía a estas empresas. Su fe y su esperanza le daban la seguridad
del financiamiento y del triunfo sobre los obstáculos. Pero su obediencia le coartó el vuelo de su actividad. En efecto, pensó, planeó y se lanzó a la doble obra. Surgiría ésta a uno
y otro lado del antiguo templo del hospital, lugar preciso en que el fundador de Yuririhapúndaro había realizado las dos instituciones. ¡Con qué entusiasmo me hablé de su proyecto,
cuando ya profeso vine a pasar las vacaciones a su lado! Me
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mostraba los Planos - de las construcciones y me describía éstas, como si ya fuesen reales y estuvieran en funciones. Mas, al presentar los planos ante el P. Provincial y su Definidor, a pesar de ser
miembro de éste, le fue negada rotundamente, no la aprobación del proyecto, pero sí la licencia para realizarlo, fundándose la negativa en la razón realista de que, en la legislación y circunstancias políticas
del País,, tales obras carecían absolutamente de garantías, A su insistencia, proponiendo que se construirían en otro lugar no nacionalizado, le contestó Fray Angel Zamudio: "Bien digo yo, Fray Miguel.,
que tú eres todo corazón y nada cabeza". Con lo cual, según comentario posterior del mismo interpelado, "me retrató, en una pincelada, de pies a cabeza y me cerró la boca". Y luego, elevando los Ojos a
lo sobrenatural, añadía: "Para eso es la autoridad, que viene de Dios, para moderar los impulsos del corazón y someterlos a la razón iluminada por la fe, y por eso, me sometí con todo gusto a la
obediencia".
La obra que sí le permitieron llevar a cabo, tanto la autoridad civil como la eclesiástica, fue la renovación decorativa de la gran iglesia, en su interior. De acuerdo con las instrucciones y bosquejos
enviados por el Departamento de Monumentos de Bienes Nacionales, Fray Miguel puso manos a la obra, el lunes de Pascua, 18 de Abril de 1921, pues en los meses anteriores ya se había levantado el
imponente andamiaje, para la actuación de los pintores. Y empezó la colecta, según su método tan práctico y pastoral. Durante dos años y medio, se veía al humilde e incansable párroco recorrer casa por
casa, implorando el óbolo de pobres y ni ricos para el decoro de la Casa de Dios, constatándose por todos que "el celo por esa casa le devoraba", pues sólo el amor divino podía sostenerlo en ese ímprobo
trabajo. Y también el
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amor a las almas, tanto porque él anhelaba llevarlas al encuentro más ínfimo con su Señor, como porque el contacto del pastor con las ovejas era más directo, "para conocer y ser conocido", en orden a
prestarles un mejor pastoreo. Se estableció así una verdadera comunión de amory de servicio en Cristo entre el párroco y su feligresía, que iba a transmitirse de generación en generación hasta la
actualidad. ¿Quién hay en Yuriria y sus contornos, hoy como ayer, que no hable del P. Zavalita como de un santo, y que no proclame su gratitud hacia él por los beneficios recibidos, temporales y
espirituales, de su mano paternal? quienes lo conocieron y trataron, por experiencia personal, y quienes aún no habían nacido o eran niños, cuando él peregrinaba por estas calles legendarias, todos se
hacen lenguas de su virtud heroica y de su bondad sin límites. Y él amó Yuriria, con amor visceral, lo mismo que a toda la feligresía de sus trece vicarías -a las que visitaba con frecuencia como un buen
pastor-, aun cuando no pue e negarse su predilección por la cabecera y su vicaría de Moroleón, cuyas ovejas conoció una por una, por su propio nombre. Sin faltar a la reverencia, pero fundado en su
auténtica escuela del buen pastor, Fray Miguel podría exclamar: "Yo conozco mis ovejas, y ellas me conocen a mí...y doy mi vida por mis ovejas". La iba dando, gota a gota, en aquel olvido de sí mismo y
entrega a los demás, en aquella insomne abnegación, que mantenía en marcha el ritmo de sus visitas domiciliarias, no obstante su delicada salud y sus traspasadas alimenticias. Todo lo hacía por el amor
de Dios, cuya casa anhelaba digna de su Majestad, y por amor a sus ovejas, cuyas almas y cuerpos intentaba purificar y santificar, como templos vivos del Espíritu Santo. Por eso, todo el ámbito de esta
inmensa parroquia ha conservado de Fray Miguel su buen olor a Cristo, su fragancia de santidad. Y él, desde el cielo,
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sigue derramado, sobre los que tanto amó y le amaron -ama y le aman-, una incesante "lluvia de rosas” pues se cuentan ya por centenares los testimonios -llamados popularmente "retablos"que proclaman
sus favores, algunos de los cuales más notables aparecerán al final de esta biografía.
Como en Moroleón, también aquí en Yuriria, levantó un censo "de almas", en 1923, arrojando un total de 7,833 en la cabecera y 9,521 en los 36 poblados filiales teniendo en cuenta que una cantidad
considerable de familias habían emigrado a distintos lugares, huyendo de los desmanes revolucionarios, y muchas ya no regresaron. Encargó también a los vicarios fijos de la gran parroquia la formación
del libro de almas, para promover una mejor pastoral, y resultó que la Feligresía alcanzaba en número redondo la cifra de 150,000. Respecto de los demás datos estadísticos que atañen ala vida cristiana de
los feligreses, tenemos tan sólo los porcentajes de la cabecera y su jurisdicción, atendidas directamente por nuestro biografiado y sus vicarios cooperadores inmediatos:
A.- En la ciudad de Yuriria:
Bautizados en la fe católica 100%
Unidos por el santo matrimonio 91%
Uniones ilegítimas 9%
Asistencia constante a la misa dominical 83%
Asistencia esporádica 15%
Asistencia nula 3%
Cumplimiento pascual 76%
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Misa diaria 7%
Comunión diaria, semanaria, mensual 28%
Catéquesis de niños y niñas 90%
Catéquesis de adultos 53%
Primeras comuniones en edad normal 85%
Primeras comuniones en edad adolescente 12%
Primeras comuniones en edad juvenil 3%
Hombres, jóvenes y adultos, en AA. pías 11 %
Mujeres, señoras y señoritas, asociadas 35%
Colegio de las madres: niñas 312, señoritas 105
Escuela parroquial primaria de niños 361%
Colegio de S. Pablo: internos 103, externos 54.

No debemos atribuir este florecimiento religioso única y exclusivamente al P. Zavalita, pues su antecesor el Sr. Cura Villagómez había laborado intensamente, de modo particular por su notable apostolado
de los ejercicios espirituales y por la predicación dominical y festiva, muy elocuente, unciosa y práctica, así como por su ejemplo de vida fervorosa, desinteresada, limpia y virtuosa. Pero es indudable que
Fray Miguel llevó a gran perfección la obra hecha y estableció varias superestructuras como los colegios y un buen número de nuevas asociaciones. Entre éstas, la muy importante de la Adoración
Nocturna Mexicana, que acercó a tantos hombres
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de todas las clases sociales a la divina eucaristía, "sacramento de piedad, signo de unidad y vínculo de caridad". Conforme a ese apotegma agustiniano, que es su lema, este sodalicio ha influido
poderosamente en la revitalización sobrenatural de, la familia y del ambiente social de esta parroquia, durante los cincuenta años que va a cumplir el próximo 1973. Por una feliz coincidencia, su erección
fue en el año trisesquicentenario de la preciosa muerte del gran misionero eucarístico Fray Diego De Chávez, y ahora, sus Bodas de Oro serán celebradas al cumplirse la cuarta centuria de ese histórico
acontecimiento. Así el Padre Zavalita se vincula una vez más al egregio Fundador de Yuririhapúndaro.
B. En los poblados filiales:
La estadística religiosa de los pueblos y ranchos, que formaban la jurisdicción rural, no puede uniformarse en un mismo cartabón, puesto que el hecho de pertenecer a la periferia de la parroquia les daba
menor oportunidad de comunicarse frecuentemente con el centro. En el censo, practicado por el P. Zavalita, aparecen pocos datos: que todos los feligreses habían sido bautizados en la iglesia católica y
que no había ningún infiel ni sectario, por más que en los pueblos indígenas de Parangarico y Enguaro no faltaban los supersticiosos y hechiceros; que la mayor parte de los rancheros -un 65%- acudían a
la cabecera, todos los domingos y en los principales fiestas de la iglesia, para participar en la santa misa, y una minoría del 4% confesaban y comulgaban, semanaria o mensualmente; que la mayoría de las
mujeres y los niños y una cantidad considerable de hombres cumplían con el precepto pascual; que los niños, en general, eran acercados a la primera comunión, en edad conveniente, que un 75% de las
familias rurales se encontraban
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constituidas sobre el sacramento del matrimonio, cuyo porcentaje ascendió al 90%, como resultado de una campaña emprendida al respecto en 1924 y 25. Indudablemente, todos los aspectos de la vida
cristiana mejoraron notablemente con la mayor comunicación personal del párroco con sus feligreses, hacia quienes su celo apostólico no se limitaba a lo estrictamente espiritual, sino que rebosaba a las
necesidades temporales, en la medida de sus posibilidades. Cuando éstas eran naturalmente insuficientes, el siervo de Dios alcanzaba remedios sobrenaturales. Por eso, los pobres de la cabecera y de los
poblados filiares son lo que más acopio tienen de hechos extraordinarios, como curaciones rápidas y aun súbitas, atribuidos a la virtud de Fray Miguel. Algunos más notables de tales hechos se concretarán
en el capitulo correspondiente de esta biografia.
Corriendo parejas en su pastoral la restauración de los templos vivos de Dios con su casa de piedra, alcanzaron juntos un maravilloso embellecimiento, ya que a la consagración de la gran iglesia
parroquial precedió una fructífera misión renovadora de las almas. Y así, uno y otros templos fueron reedificados al Señor, mediante su Madre Santísima del Socorro y su Apóstol de apóstoles San Pablo,
el 5 de Noviembre de 1923, de tal modo, que el consagrante Excmo. y Rvmo. Sr. Arzobispo de Morelia Dr. D. Leopoldo Ruiz y Flores quedó sorprendido de los miles y miles de feligreses que
participaron del banquete eucarístico en la Misapontifical. Como dato complementario, debemos recordar que, en el mismo mes y año, fueron consagradas por el mismo Prelado las iglesias vicariales de El
Sabino, primera construcción de Fray Miguel, y de la Cañada de Caracheo 'Joyeles incrustados en la montaña", como las denominó Monseñor Ruiz-. Por ello dijo también, que si hubiera
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conocido antes el cerro del Culiacán, lo habría propuesto al Episcopado para Montaña Nacional de Cristo Rey, en lugar del Cubilete, pero éste ya había sido inaugurado como tal, el 11 de Enero del propio
año 1923. En efecto, la figura cónica perfecta del Cerro, por cualquier lado que se le mire, es ya un pedestal digno de la gloria del Altísimo. Y perdonándome la digresión, debo añadir que, por sugerencia
del P. Zavalita -evocando los deseos de monseñor Ruiz-, se tomó un acuerdo unánime, en 1939 9, entre el párroco y sus 18 vicarios cooperadores, de impetrar la autorización civil y eclesiástica para
consagrar a Culiacán como la Montaña de María Rema,- se obtuvo la eclesiástica, pero no la civil. y por eso no se pudo llevar a realización el proyecto, y solamente fue colocada la primera piedra de la
Basílica anhelada. por el gran alpinista Excmo. y Rvmo. Sr. Dr. D. Guillermo Tritschier y Córdova, entonces ya arzobispo de Monterrey. Tampoco dejaremos en el olvido otro anhelo de monseñor Ruiz y
Flores, expresado en esa ocasión de las consagraciones y reiterado otras veces, de gestionar la erección de un "obispado agustiniano"`. integrándolo con la jurisdicción de las dos parroquias- Yuriria, con
trece vicarías y una capellanía, y Cuitzeo, con tres vicarías, y una feligresía total aproximada de 250 mil almas. Hizo reír a todos, inclusive a Monseñor cuando exclamó el P. Zavalita: ---Carancho! ¡ qué
magnífica idea! por lo menos, ya contarnos con la catedral". " ¡Y hasta tires catedrales!- añadió Monseñor
refiriéndose a los templos monumentales de Yuriria, Cuitzeo y Moroleón. Era vicario fijo del Sabino el P. Fr. Baltasar Sámano, quien había emprendido el decorado y pavimentación de su templo, ese
mismo año, y de la Cañada, el siervo de Dios Fr. Elías del Socorro Nieves, que en dos años terminó su iglesita de tres naves, verdadero joyel de gracia artística. Ambos a dos habían seguido el ejemplo de
su apostólico párroco. Quien lo siguió también, aunque con paso más lento, fue el P. Fr. Alonso Cantero, que construyó
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el templo nuevo de Piñícuaro, y lo bendijo y dedicó, el 10 de Junio de 193 1, nuestro Padre Zavalita, por no haber podido asistir ni el arzobispo ni el provincial, a quien esto escribe le tocó predicar las
misiones preparatorias y el sermón de la solemnidad, asistiendo a ésta 24 sacerdotes agustinos y cinco diocesanos.
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La renovación de la iglesia monumental resultó muy adecuada a su abolengo artístico, por su sobriedad en el dorado de los altares y la suavidad en los matices de los colores decorativos, así como por la
supresión de adherencias dieciochescas y decimonónicas, cual lo eran ciertos falsos cornisamentos, devolviéndole su armonía plateresca y su majestuosa perspectiva original. En lo que hubo desacierto,
aunque involuntario, fue la supresión de los ambones del presbiterio: los consideraron ya obsoletos para ese tiempo, y ahora resulta que son requeridos por las normas litúrgicas posconciliares.
Apenas celebrado el estreno del templo remozado, Fray Miguel intentó emprender la construcción del Santuario de Guadalupe, con el fin de podérselo presentar a la Madre y Reina de México, como
ofrenda jubilar de la Parroquia agustiniana, y aun de la Provincia, en el cuarto centenario de su maravillosa aparición del Tepeyac (1531-193 l). Y hubiera realizado su anhelo, con toda oportunidad, si no
se hubiese interpuesto la tragedia nacional del conflicto religioso, que fue el bautismo de sangre de la iglesia mexicana (1926-1929). En los tres primeros meses de 1924, estuvo celebrando juntas Fray
Miguel con los laicos católicos más activos de la parroquia, no para discutir el proyecto y su financiamiento, que todos aceptaron a ojo cerrado, sino la escogencia del lugar para la obra. A dos cuadras de
la iglesia parroquial, por la avenida Morelos, había iniciado. la construcción su inmediato antecesor Fr. Fulgencio Villagómez, quien tenía ya hecha la cimentación y algunos metros de los muros. Pero a
Fray Miguel no le parecía conveniente aquel lugar, precisamente por su cercanía al templo central y por hallarse en la parte baja de la población; más bien se inclinaba por el sitio donde se encuentra la
capilla del Señor de Esquipulitas, de cuya
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construcción también iniciada, se dejaría el frontispicio hecho de cantería y los muros laterales y del ábside serían derruidos para darle mayor amplitud al futuro sagrado recinto. Proyecto muy bien
pensado, ciertamente, porque el santuario quedaría en mejor consonancia histórica con los deseos de nuestra señora, quien pidió su templo en lo alto de una colina, y luciría más espléndidamente sobre la
loma de la Joya, que es el borde septentrional del lago natural milenario, de donde tomó su denominación Yuririhapúndaro. Por otra parte, Fr. Miguel pensaba hacer una buen réplica arquitectónica de la
basílica del Tepeyac. Su proyecto no prosperó ante la tenaz oposición de algunos feligreses -el más opuesto fue don Antonio Mosqueda, quien, sin embargo, profesó siempre ti tia gran veneración hacia
"Zavalita", como él solía llamarlo, (te tal suerte, que después de la muerte de éste, año por año, organizaba una numerosa peregrinación de Salvatierra "al Sepulcro glorioso", según ponía en sus
invitaciones, hasta que él mismo murió víctima de horrible tragedia-. Quedó, pues, determinado el lugar para el futuro santuario en el de la construcción incoada. El arquitecto Lombini -hijo- se encargó de
los planos y cálculos de la obra y mientras se obtuvo la autorización civil y eclesiástica, se pasó un año, que Fray Miguel aprovechó para reunir el monto de las deudas contraídas por la obra anterior, y
as¡ abrir una nueva contabilidad. Otro año se pasó en allegar materiales y en montar andamios y ya, cuando se formalizaba la tarea, sonó la hora crucial -Julio de 1926-. El 14 de Junio retropróximo había
sido promulgada la tristemente famosa "Ley Calles", que era la más formidable ofensiva lanzada contra la Iglesia Católica, En Yuriria, como en todo México, obedeciendo disposiciones del Episcopado
Nacional, aprobadas por S.S. Pío XI, quedó suspendido el culto litúrgico en todos los
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templos, a la media noche entre el 31 de Julio y lo. de Agosto. Toda la semana anterior, trabajaron el P. Zavalita y sus cooperadores más que en un año, ya que miles de feligreses se apiñaban en los
confesonarios y la distribución de la sagrada comunión tardaba horas en todas las misas de cada día; se contaban por centenares las parejas que contraían matrimonios y faltó poco para medio millar el
número de bautismos que se celebraron. Todo sobrepasó con mucho a la más fructífera misión. Por ser imposible el cumplimiento de una ley, que atentaba de frente contra los derechos irrenunciables y
hasta contra la identidad y la existencia misma de la Iglesia, los sacerdotes tuvieron que retirarse de las iglesias a las casas particulares, llevándose consigo el sagrado depósito de la eucaristía. El divino
prisionero del Amor dejó vacío su Sagrario, para irse a ocultar, con sus ministros, a obscuros rincones hogareños. Los fieles lloraban la divina ausencia, pero llenaban los templos, a horas vespertinas, para
mezclar su llanto con la oración, recitando el santo rosario y practicando otros actos de piedad. Y, al mismo tiempo, luchaban por medios pacíficos y legales para obtener la derogación de la inicua ley, y
cuando estos s
agotaron -especialmente el más poderoso del plebiscito nacional, aquella enérgica y razonada protestada con más de dos millones de firmas, dirigida al congreso de la unión-, decidieron tomar las armas
contra el injusto agresor de su fe. Seis mil firmas yurirenses se sumaron al plebiscito y una docena de la cabecera y unos treinta de las rancherías se alistaron en las filas del ejército libertador.
Fray Miguel reunió a todos sus padres colaboradores y, después de exhortarlos a "resistir firmes en la fe- y en su misión pastoral, les dejó en libertad de buscar su seguridad, sin alejarse mucho de sus
respectivas feligresías, para atenderlas
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en la vida sacramental, según las posibilidades de cada lugar. El, por su parte, resolvió no salir de Yuriria, sino solamente para auxiliar a los enfermos, aprovechando esas oportunidades para celebrar misa,
oír confesiones, impartir el banquete eucarístico y bautizar los niños. Se estableció en un lugar fijo, la casa solariega de los: PP. Vega, y allí pasó los tres años de la persecución. Durante el primero -los
cinco últimos meses de 1926-, se deslizó su vida pastoral en balsa tranquila, pues la marejada aún no llegaba a este piélago de milpas y mieses del bajío. Inclusive, habría podido, sin peligro, celebrar los
actos litúrgicos en el templo y habitar en el curato, pero su obediencia sacerdotal se lo vedaba. Aprovechó esa calma, para visitar los ranchos de su jurisdicción, inyectándoles aliento y fortaleza, a fin de
que perseveraran "fuertes en la fe" y no se dejaran engañar de los falsos pastores, lobos con piel de oveja, que merodearían entre el pueblo humilde, pretendiendo apartarlo de la iglesia, sobre todo con la
demagogia política de la repartición de tierra. "Ustedes,-les, decía- reciban las parcelas que les dé el gobierno, con toda la tranquilidad de conciencia, y solamente hagan intención de hacer lo que la iglesia
más tarde les indique, en cuanto a restituciones, teniendo en cuenta que no se les obligará a devolver las tierras, sino únicamente a un arreglo justo N, moderado con los antiguos dueños, y tengan en cuenta
que su Fe Católica vale más que todos los bienes de este mundo y que la propia vida. No olviden nunca lo que nos dice nuestro Divino Salvador: -No temáis a los que matan el cuerpo y nada pueden contra
el alma; temed, más bien, a quien puede arrojar el cuerpo y el alma al fuego eterno-". La voz del pastor, y sobre todo sus oraciones y penitencias, alcanzaron del Señor la gracia de que los campesinos de
sus feligresía fueran preservados de hechos de sangre, a causa
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del agrarismo, y de toda contaminación sectaria con muy contadas excepciones en el pueblo de San Pablo Casacuarán. En la intimidad de su oración cotidiana, especialmente en el santo sacrificio de la
misa, imploraba con lágrimas para sí mismo la gracia del martirio, "o si yo soy indigno de gracia tan señalada -decía a su Jesús Fray Miguel-, concédela a algún religioso o seglar de esta parroquia, a fin de
que se purifique más y más y te entregue el testimonio de su amor en su sangre". Que esta plegaria -escuchada por mí de sus propios labios, varias veces, cuando de vacaciones pasé con él todo el mes de
noviembre de 1926- haya tenido eficacia, ¿quién puede dudarlo, si constata que hubo dos mártires en su parroquia, uno religioso y otro seglar? En efecto, el miércoles 6 de Mayo de 1927, el gran católico
de Moroleón, Dr. D. Baltasar López, sin más crimen que el de su fe y el de su servicio caritativo a los enfermos, caía en Uriangato, bajo las balas de los sicarios callistas, exclamando: ¡Muero por Cristo
Rey! y el sábado 19 de Marzo de 1928, a las tres de la tarde, en el camino de su vicaría de Cañada de Caracheo a Cortazar, Gto., sucumbía, "como un héroe y como un santo" -según testimonio de su
propio verdugo-, el humilde religioso agustino y sacerdote de Cristo Fray Elías del Socorro Nieves, cuya causa de beatificación está en marcha. En cambio, al P. Zavalita se le negó la gracia del martirio,
porque el Señor todavía lo necesitaba en este mundo -así lo podemos interpretar- y tenía ya asegurado su testimonio por otro sendero de santidad.
En cinco ocasiones, durante 1927 y 1928, estuvo apunto de alcanzar la palma del martirio, pero se le cayó de la mano, a causa de la divina protección y de sus ingeniosos ardides Es claro, que el hecho de
anhelar sinceramente el martirio, no le dispensaba de la obligación moral de tomar precauciones
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prudentes para soslayar la acción hostil de los esbirros, pues nunca se ha de confundir el valiente con el temerario. El mismo día en que fue sacrificado el doctor López, hacia las siete de la noche, irrumpió
el pelotón de soldados de caballería, bajando al trote del rumbo de la Joya por la calle de Salazar y deteniéndose precisamente a la puerta de la casa donde moraba Fray Miguel, a quien buscaban
nominalmente y quien acababa en esos momentos de confesar y dar la sagrada comunión a unos feligreses, Al darse cuenta del peligro, asegure, el) Santísimo en un lugar camuflado. se quitó el hábito y.
contra la opinión de todos los circunstantes, se dirigio a la puerta y la abrió. oyéndose el siguiente diálogo, entre el fraile y el capitán de la tropa,
-,No vive aquí el cura Miguel Zavala?
-Parece que si, pero según eso no asiste, porque yo lo ando buscando y me dicen seguido se va por los ranchos. Si gustan. pueden pasar a buscarlo
Apeáronse cinco soldados y entraron con el jefe, mientras el buen cura tomó las de villadiego, paso a paso, y viendo de reojo a los demás mílitis que no le dijeron nada adentro de la casa, hubo cateo, pero
sin resultado alguno. Sin embargo, lleváronse como cuerpo del delito la túnica verdosa y remendada, que él había dejado hecha bola en una silla del recibidor. Y más tarde lamentábase con cierto gracejo.
-Estos hermanos caranchos se llevaron mi tesoro, el único hábito que tenía de mi profesión religiosa.
Y cuando yo le preguntaba
-¿Todavía anda buscando al cura tal por cual?
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-Ciertamente -me contestaba-, todavía no me encuentro a mí mismo.


Aquella misma noche, tan luego como se escapó de los esbirros, Fray Miguel dio vuelta a la izquierda por la avenida Morelos, en cuyo extremo estaba la casa de los familiares del P. Fr. Bardomiano
Pantoja, quien estaba allí escondido, juntamente con el profesor Fr. Joaquín Álvarez Loé. El Sr. cura iba de prisa, con el fin avisarles la presencia de la tropa en la ciudad, cuando ésta le dio alcance unos
veinte metros antes de llegar. Le intimaron el alto, diciéndole:
-Acompáñenos, a ver si encontramos en una de estas casa al cura Zavala y al fraile Pantoja.
De pronto se sintió angustiado, pensando en que, sí los acompañaba, se convertiría en un entreguista de sus hermanos y, como estaba media obscura la calle, se coló rápidamente por la primera puerta
abierta, sin que los soldados se dieron cuenta de cómo había desaparecido. Brincando bardas por detrás de las, casas, llegó en un santiamén al patio de la casa Pantoja y, encontrando luego al Padre y al
Hermano, les hizo señas de que lo siguieran, yendo a parar en su aventura al camposanto, cuya tapia saltaron, y allí durmieron, como benditos, entre las tumbas, cerca de unas gavetas abiertas, que les
servirían de último refugio, en caso de que penetraran allí los perseguidores. Pero éstos se quedaron confundidos, sin saber qué camino tomar, y al fin, dieron marcha atrás hacia la salida de Salvatierra.
Por el mes de Julio de ese mismo año de 27, llegó a Yuriria otra patrulla de policías militarizados, precedida de unos "sabuesos" de la reservada, fingiendo éstos ser agentes viajeros, que traían una carta
confidencial del señor arzobispo
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para el P. Zavalita. Así les dijeron a unas personas que estaban sentadas en una banquilla del jardín, y estas lo creyeron por haberles mostrado un sobre con membrete del arzobispado de Morelia. No
tuvieron, pues, empacho en proporcionarles la dirección del párroco. Pero otra persona que oyó y acababa de ver al P. Zavalita en la iglesia -donde solía dar vueltas para cuidar de su aseo y decoro-, le
llevó inmediato aviso de que unos desconocidos le buscaban, con el pretexto de entregarle una carta confidencial. Sospechando la trampa, corrió a ocultarse en uno de los sótanos del convento, de donde
salió cuando le avisaron que ya se había marchado la policía, llevándose presos al P. Pantoja y al Hno. Alvarez. Era el día de la Virgen del Carmen, ante cuya imagen se detuvo unos momentos a orar.
Luego llamó a don Conrado, terciario franciscano que estaba a su lado, y salieron ambos tomando el rumbo de Taretan. Se encaminaban a pie hacia Salvatierra, porque se le había venido la inspiración de
hablar con Miguel Chimés, un mercader siriolibanés católico, para que intercediese en favor de los cautivos, ante el Coronel Pineda, jefe de las fuerzas militares en Celaya, pues sabía que el comerciante y
el oficial eran buenos amigos. Por Cupareo alcanzó a nuestros peregrinos una troca de Moroleón, cuyo dueño, al pasar por Yuriria, fue informado de que el P. Zavalita caminaba a pie rumbo a Salvatierra.
Subieron al auto, y ya en las goteras de la ciudad, alcanzaron a la patrulla, con los dos presos, que iban a pie con las manos atadas por detrás. Hicieron alto a la camioneta, pero nada más le dieron un
vistazo y la dejaron seguir adelante. A las doce de la noche estaban tocando nuestros viajeros en la casa de Chimés, quien por fortuna les abrió pronto y en seguida se fue para hacerse el encontradizo de la
caravana militan El sargento que la comandaba resultó ser uno de los mejores
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amigos de Chimés Como aquel a éste le confiara que necesitaba un vehículo para transportar luego los presos a Celaya, resultó el asunto como anillo al dedo. Volvió a su casa y arregló las cosas de modo
que el P. Zavalita se quedó allí a dormir, y Chimés se fue a Celaya, en la camioneta de Moroleón, con la carga de presos y guardias. Todo salió bien, porque, a la vuelta de veinticuatro horas, estaban de
regreso en Salvatierra los cautivos, sanos y salvos. No había sido fácil su rescate, porque Pineda estaba ebrio y marihuano y se negaba rotundamente a ceder a los ruegos de su amigo Delante de Chimés
los sentenció a muerte Y. ya 'los iba a mandar ejecutar. cuando el mercader cogió de] brazo al militar, hablándole consuma melosidad, hasta que lo conmovió y doblegó El P Zavalita recibió a los
hermanos con un fuerte abrazo paternal, y después de expresar su gratitud a nuestro Señor y al buen cristiano Chimés. en la camioneta del generoso moroleonés, regresaron los tres religosos a Yuriria.
Por la noche del día en que fue sacrificado Fray Antonio Elías Nieves, recibió la noticia del trágico suceso, mediante una misiva del P. Fr. Antonio León o.f.m.- que por ser de la familia del rancho de los
Leones, a inmediaciones de La Cañada, pasaba allí a su “huída a Egipto", como dice él
Fray Miguel sintió ansias de encaminarse luego a La Cañada -para besar aquel cuerpo ensangrentado, hostia de Cristo Rey, y celebrarle sus exequias" -según sus propias palabras desistió de su propósito,
en vista de que allá había quien hiciera sus veces y de que el siguiente día domingo necesitaba atender a sus feligreses que acudían a sus misas de catacumba. a confesarse y a matrimonios y bautismos.
Pero el lunes 12, sí fue. y oro y lloró ante la tumba del amadísimo cooperador ---Muchas veces -me decía más tarde-, yo presentía ese martirio, pues había visto en Fray Elías el sello de los
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predestinados para dar testimonio de sangre: el sacrificio de toda su vida; no dejes de escribir esa historia que es muy hermosa". Este su deseo está cumplido, pero no alcanzó a verlo con sus o os ojos
ojos mortales.

Por el tiempo a que vamos refiriéndonos, arreció con furia la persecución callista. El gobierno tiránico se vengaba de sus derrotas infligidas por los heroicos cristeros, con la masacre de pacíficos
sacerdotes y católicos inermes, a todo lo largo y ancho de la república. Era preciso exterminar al ---cleroy los clericales", para intimidar y vencer a los "fanáticos". Pero se encerraba en un círculo vicioso:
cuantos más mártires caían, más macabeos se levantaban, y la lucha se exacerbaba. Pretendiendo Plutarco Elías Calles romper el círculo, decretó la concentración de todos los sacerdotes en la ciudad de
México, para restar fuerza moral a los cristeros provincianos, de quienes el mismo tirano decía que eran - invencibles", porque luchaban por un ideal. No por apoyar moralmente al movimiento libertador,
sino por no abandonar a su grey, la mayor parte de los sacerdotes del centro del país se mantuvieron dentro o en lugares limítrofes de su respectiva demarcación parroquial, aunque muy pocos en la
cabecera pastoral. Entre éstos se cuenta nuestro biografiado, pues no abandonó la ciudad de Yuriria, ni en los días más álgidos de la persecución. Lo que hizo fue cambiar de casa por temporadas, y ya
desde mediados de 1928 hasta el arreglo del conflicto religioso -Junio de 1929-, estableció su morada en los sótanos o covachas del convento: al lado septentrional, tenía dormitorio, refectorio y cocina, y
al oriental, el oratorio, pudiéndose decir entonces, con toda verdad, que vivió en las catacumbas, al estilo de la primitiva Iglesia. En todo ese tiempo solamente salía de noche a visitar a los enfermos, y a
los sanos los atendía en las madrugadas, dentro de su
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catacumba, El resto del tiempo lo pasaba casi todo ante el Sagrario, orando, meditando, recitando el oficio divino y repasando las ciencias sagradas. Fueron aquellos días un oasis idílico de Nazareth,
donde su vida interior experimentó sublimes "ascencíones del corazón". Pasó fuera únicamente el 30 de Noviembre de 1928, celebrando con los indígenas de Enguaro la fiesta patronal de San Andrés.
Llegó muy de madrugada y empezó luego a oír confesiones, hasta las diez de la mañana, hora en que fue la misa de unción; luego les hizo varios bautizos y algunas presentaciones y matrimonios,
sentándose a la mesa hasta las tres de la tarde; después presidió el Santo Rosario, les predicó el segundo sermón, impartió la bendición eucarística y sacó la procesión del Santo Patrono. A las diez de la
noche, tomó el camino de retorno a su catacumba, acompañado de su fiel guardián, don Conrado. Apenas cruzaban frente al rancho de Tierra Blanca cuando una voz estentórea les marcó el alto.
Detuvíéronse, y unos diez soldados los rodearon, quienes procedieron a esculcarlos, por si llevaban armas u objetos comprometedores. Lo único que portaba Fray Miguel era su crucifijo y el relicario en
que traía la hostia consagrada, que le había servido para la bendición eucarística. Al ver estos sagrados objetos el jefe de la tropa, exclamó:
-¿Qué se me hace que tú eres el cura tal por cual que andamos buscando?
-Sí lo soy -respondió resueltamente el párroco-, pero no te atrevas a quitarme este relicario, donde llevo a nuestro amo porque te sobrevendrá un castigo.
-Me río de tus castigos, tal por cual, -repuso el mílite, al mismo tiempo que cogía la sagrada prenda-.
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Entonces, uno de los soldados terció diciendo:


-Por favor, jefe, no se meta con estas cosas; ya ve lo que nos pasó en la cañada con el padrecito que mató el capitán Márquez.
-Eso fue pura figuración -replicó el jefe medio turbado,
-Nada de figuración -contestó el otro-, a poco fue figuración la paliza que nos dio el padrecito, que ya estaba muerto y sepultado, - cuando usté y yo le andábamos quitando eso mesmo al otro padrecito
que se quedó en su lugar .. ¿se acuerda?, yo sí, porque todavía ando cojo.
-Bueno, pues eso te valga -dijo el jefe al párroco-; vamos a que dejes eso en Yuriria, y luego nos acompañas, porque tenemos que reportarte a México, por órdenes del presidente.
Siguieron caminando, en medio de la tropa, todos en silencio, como si fuera una procesión y los soldados fuesen guardias del Santísimo. Mientras tanto, el siervo de Dios dialogaba en pensamiento con su
señor, preguntándole que jugada les haría a sus aprehensores, para escabullírseles, ---porque yo no quiero dejar la grey que me has confiado". Y la ocasión de la jugada se presentó al momento. Los
alcanzó un hombre que venía corriendo en pos de la tropa. Era un correo que entregó al jefe un sobre cerrado. Quiso éste leer la comunicación, a la luz de una batería, pero no pudo y se la pasó a Fray
Miguel, diciéndole:
-Buen cura, a ver si tú puedes leerme eso, porque yo estoy un poco cegatón.
Era una orden militar de un capitán que estaba en Puruándiro y mandaba que aquel pequeño grupo de soldados marchara
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sobre Cerano, procurando llegar a las primeras casas del poblado hacia las cinco de la mañana del primero de diciembre, para atacar combinadamente a "una gavilla de cristeros", que estaban allí
acuartelados, y que abrieran el fuego cuando escucharan los primeros disparos del "destacamento federal" de Puruándiro.
-Bueno, -dijo el jefe- ya oyeron todos y tú, curita, tienes que acompañarnos, a ver si no te toca una bala de los tuyos. Y eso que llevas ahí, a ver donde lo dejas o cómetelo de una vez.
-Mejor lo comulgan ustedes -respondió el párroco-.
-Y .. ¿cómo, si estamos empecatados hasta el copete?
-Pues muy sencillo: los confieso rápidamente a todos y luego les doy la sagrada comunión. Sirve que se preparan a bien morir, por si les toca una bala...
¡Cosa admirable! todos aceptaron la proposición y, después de prepararlos brevemente en común, oyó su confesión individual y les impartió el pan eucarístico. Lo dejaron luego en libertad, para que
prosiguiese su camino a Yuriria, y al despedirse, le pidieron la bendición, le besaron la mano y le rogaron que no los fuera a olvidar delante de Dios.
No podemos decir que este hecho haya sido un milagro, porque nuestro ejército nacional está integrado por gentes del pueblo humilde, especialmente campesinos, y todos proceden de familias cristianas,
que bautizan a sus hijos en la iglesia Católica, les educan en las enseñanzas y prácticas de la fe, según sus capacidades, y les infunden amor a Dios y confianza en su providencia, así como la devoción a la
Virgen Santísima en sus advocaciones de Guadalupe y del
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Carmen. Después, en medio de su agitada vida militar, no pueden cumplir con todas sus prácticas cristianas, pero sí conservan su fe y rezan las oraciones que les enseñó su madre. Así se explica que los
soldados en general se disimularan en aprehender a los sacerdotes y se negaran muchas veces a disparar contra ellos, como en el caso del padrecito Nieves. Quizá estos mismos que confesó el P. Zavalita
-por la alusión que hicieron- hayan sido los que formaron el cuadro de fusilamiento de Fray Elías, que lejos de disparar, se arrodillaron humildes para recibir su bendición. Entonces, ¿por qué hubo más de
trescientas víctimas sacerdotales en la persecución? Sencillamente, porque los altos jefes del ejército y de la política están ya sofisticados e ideologizados en la rojería y, sobre todo, comprometidos con las
sectas tenebrosas...
De todas maneras, el P. Zavalita aparece en este episodio como un hábil domador de lobos, pues su humildad, su sencillez, su afabilidad, su amor por las almas, su penetración de corazones y su intimidad
con el amigo divino, tuvieron que ver mucho en la acción eficaz de la gracia sobre "hombres empecatados hasta el copete", según su autorretrato.
En el resto de su vida oculta, no llegó a turbar su paz de catacumba ningún otro peligro de aprehensión o de muerte, sino solamente las continuas noticias -unas falsas, otras ciertas, pero sin poderlas
entonces discernir- de aprehensiones y martirios e inclusive apostasías. Cuando a fines de 1928, le susurraron al oído la tremenda noticia periodística, de que nada menos que su provincial Fray Angel
Zamudio era el primer apóstata notable, se estremeció de pronto, pero en seguida exclamó:
-Me pueden degollar si sale cierta esa falsedad.
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-Y en efecto, nunca fue -cierta, sino simple suposición de algún reportero, al darse cuenta de que Plutarco Elías Calles, en plena persecución, dictó un laudo presidencia¡ en favor de la propiedad el P.
Zamudio sobre el cuatricentenario edificio conventual de San Agustín en Morelia, zanjando así el pleito judicial del gobierno de Michoacán para adjudicárselo. Hasta Roma llegó la noticia de la supuesta
apostasía y el P. General Fr. Eustasio Esteban estaba muy afligido, hasta que mi pobre persona, estudiante entonces allá, le explicó puntualmente la confusión noticiera, llegando poco después sendas
cartas del acusado, a su Santidad Pío XI y al reverendísimo prelado general. Mientras tanto, acá el P. Zavalita recabó pronto la plena confirmación de la verdad contra la calumnia.
Alboreó el año de 1929 con halagüeños augurios. Al terminar Calles su Cuatrienio presidencial, no tenía sucesor constitucional-, pues el presidente reelecto don Álvaro Obregón había muerto víctima del
magnicidio, el 17 de Julio anterior. Entonces, el 1° de Diciembre de 192-8, el Lic. don Emilio Portes Gil tomó posesión de la Presidencia, mientras había nuevas elecciones. Desde luego., se mostró
dispuesto a un diálogo con la jerarquía de la iglesia, no sabemos si por consigna o por sincero amor a la paz. En todo caso, aunque todos la deseaban, nadie esperaba la verdadera reconciliación del Estado
con la Iglesia, cual convenía aun pueblo hondamente patriótico y fervorosamente católico. La posibilidad, sin embargo, de una honrosa pacificación destellaba en las almas con rosicler de esperanza. El
resultado del diálogo, entre el presidente y los representantes del comité episcopal monseñores Leopoldo Ruiz y Flores y Pascual Díaz Barreto s.j., culminó en sendas declaraciones de los interlocutores,
que se cifraban en un "modus vivendi", no grato al pueblo de Dios ni menos a los católicos militantes, aunque aceptado
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con resignación por todos, la mayoría en silencio y una minoría bajo protesta. A nuestro biografiado no le agradó, porque él estaba convencido de que el ejército libertador triunfaría, en un año más, y de
que el gobierno quebrantaría su promesa de plena amnistía y propiciaría la caza de los cristeros, como desgraciadamente aconteció, no obstante las protestas del episcopado, que reprochó a Portes Gil la
violación de su palabra de honor. Mas por otra parte reflexionaba Fray Miguel-, la prolongada suspensión del Culto Divino en las iglesias estaba produciendo graves deficiencias en la vida cristiana del
pueblo de Dios, ya que solamente una minoría era pastoreada, por la obvia razón de vivir los sacerdotes en el ocultamiento, y entonces, era urgente un "modus vivendi" al menos provisional, y finalmente,
la aprobación del santo padre garantizaban la ortodoxia del arreglo y su feliz mejoramiento en un futuro próximo. En medio de las opiniones encontradas, a veces con agudo antagonismo, y de los hechos
dolorosos de la inmolación física y moral de nuestros heroicos macabeos, el párroco y la grey de Yuriria participaron del alborozo con que el pueblo mexicano saludó y celebró la reapertura de "los
cultos", aquel sábado 29 de Junio de 1929 -por fecha, fiesta de los Stos apóstoles Pedro y Pablo y por día, el consagrado semanalmente a la madre de Dios. "Si la clausura, tres años antes, -hizo notar el P.
Zavalita, en su fervorosa plática de acción de gracias- reinó la tristeza y abundó el llanto, ahora en la reapertura imperó la alegría y estalla el canto, porque en nuestra iglesia se cumple el salmo profético:
-cuando partían, lloraban, affojando la simiente al surco, y al retomar, cantaban, abrazando sus manojos de espigas-. Ha dicho Tertuliano que la sangre de los mártires es semilla de cristianos. Esa sangre,
regada con nuestras lágrimas y
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fecundada por la gracia de Dios y las bendiciones de Santa María de Guadalupe, fructificará en una iglesia renovada, míés de espigas maduras y viña de uvas generosas, hombres y mujeres mejores que
ayer, sacerdotes y religiosas más entregados a, la perfección del Evangelio, y unidos todos en el amor de Jesús y María, cual manojos y racimos para la eucaristía en el tiempo y para el granero del padre
celestial en la eternidad. Que el Espíritu Santo nos inspire y mueva a todos, para renovamos en la fe, la esperanza y la caridad, y para apreciar mejor y aprovechar más y más los tesoros de redención,
santificación y salvación, que nos ofrece la Santa Iglesia Nuestra Madre. En estos momentos, queridos hermanos, nos encontramos, más que nunca, en condiciones de estimar los bienes espirituales, pues
muy cierto es que nadie sabe el bien que tiene hasta que lo ve perdido. Antes de la persecución, habíamos llegado a subestimar esos bienes, porque, como dice el Gran Padre San Agustín, asiduitate
viluerunt, sí, a causa de nuestra rutina, los que son sublimes se nos tomaron vulgares y viles, a tal punto, que usando ellos, no parecía que tuviese eficacia en nuestra vida y por eso éramos tibios y aun
pecadores; fue preciso, para despertarnos de nuestro letargo espiritual, que nos enviase el Señor como castigo medicinal, ese huracán de sangre y de lágrimas, que dejó vacíos nuestros sagrarlos y
desolados nuestros templos, y separados los pastores y las ovejas, por tres largos años apocalípticos. Pero ahora sí sabemos mejor lo que vale el don de Dios, y espero en Ntra. Madre Sma. del Socorro y
en el Apóstol San Pablo, nuestros patronos celestiales, que hoy empiece para todos una vida nueva, para que nuestra iglesia se digna esposa del cordero inmaculado..."
Sin pérdida de tiempo, al siguiente día de la reanudación de cultos, que era domingo, el dinámico párroco anunció a
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sus feligreses la iniciación. de los trabajos, faenas y colecta para la obra del aantuario guadalupano. Con su método y programa consabidos, se echó de nuevo a la calle, casa por casa y rancho por rancho,
pues no contaba con más fondos que el óbolo de los pobres para el financiamiento del proyecto. El contacto personal con cada una de sus ovejas, mucho mejor que en cualquier encuesta sociológica,
proporcionó al pastor el conocimiento de las cuarteaduras, abiertas en los templos de almas por el vendaval persecutorio, para resanarlas,
y además, la reanudación de relaciones con varios feligreses las habían perdido con el párroco, con la iglesia y hasta con Dios. "Me convencí, por experiencia dolorosa, -decíame años después-, de que es
sumamente ruinoso para las almas la suspensión del trato con el sacerdote y de las prácticas religiosas, pues caen fácilmente en la frialdad e indiferencia a religiosa y hasta en cierto ateísmo práctico".
Tuvo, pues, que emprender laboriosas reconstrucciones de templos espirituales, no en la generalidad, pero sí en minorías de cierta calidad humana. Algunos pocos -unas tres docenas cuando más- se
hicieron refractarios al esfuerzo apostólico de su pastor, aunque los que han muerto de entre ellos, recibieron los Sacramentos, excepto uno a quien no le dio tiempo la muerte repentina, la parroquia, en
general, entró en una vida renovada y fervorosa,
El pastor supremo de la cristiandad, Pío XI, que ya había lanzado al orbe católico su gran encíclica denunciando los excesos de la tiranía callista silenciados por la prensa mundial, dirigió al episcopado
mexicano, con toda su grey, una carta apostólica, trazándoles un plan de reconstrucción espiritual, cifrado en el establecimiento de - -la "acción católica o participación de los seglares en el apostolado
jerárquico de la iglesia", para "restaurarlo todo en Cristo". El cuarto
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centenario guadalupano erala ocasión propicia para formalizar los cuatro organismos fundamentales -UCM., UFCM., ACJM., JCFM.- en todas las parroquias del país. El párroco de Yuriria, tan celoso de
la acción apostólica de los seglares y que ya tenía en marcha dentro de las asociaciones pías, saludó con entusiasmo la nueva organización y, en Abril de 193 1, celebró una asamblea de todos los católicos
militantes e instituyó los núcleos apostólicos, según las normas directrices de la jerarquía. La natural resistencia de las asociaciones pías, que veían en la nueva institución una amenaza contra su existencia
misma, la venció el pastor declarando que unas y otras subsistirían con su propia personalidad moral, unidas en una confederación fraternal. Y así continuaron todas florecientes, de tal modo que el
desarrollo pujante de la acción católica, que alcanzó su zenit diez años después, no obstruyó, sino más bien coadyuvó la floración de los otros sodalicios, porque la mejor formación cristiana de los
apóstoles laicos -meta específica de la acción católica - proporciona a los demás organismos -píos o sociales-, autónomos, muy buenos elementos para su desarrollo ulterior, dentro de sus propias
finalidades, ya que todos convergían a un mismo vértice: "la edificación del cuerpo de Cristo, que es la iglesia". Así razonaba Fray Miguel, apóstol y teólogo.
Desde el cese de la suspensión de cultos, el P. Provincia¡ Fr. Ángel Zamudio, considerando que al P. Zavalita no le bastarían los vicarios cooperadores para atender la administración parroquial, presentó
ante el Sr. arzobispo al P. Fr. Facundo de la Asunción Cardoso, a fin de que le fuesen conferidas las facultades de párroco coadjutor de Yuriria. El 22 de Agosto de 1929, tomó éste posesión de su cargo, y
fue recibido por Fray Miguel, con amabilidad y gratitud, puesto que iba a ser su cireneo para aligerarle el peso de la cruz.
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Marcharon ambas cabezas unidas en perfecta fraternidad, más no en concertada armonía, porque el coadjutor era un gran filósofo Y atendía más a la letra que al espíritu de la ley, coartando las actividades
apostólicas del párroco, que le parecían un tanto desordenadas, sin comprender que ir al pueblo era más provechoso que esperarlo en la notaría de la parroquia. Pero la mayor discrepancia se presentó,
cuando Fray Miguel trató de someter a la prudencia los ímpetus oratorios del coadjutor, buen predicador y conferenciante, pero a veces tomaba una actitud mitinesca contra la política y los políticos
cuando entonces lo que se necesitaba era estañar heridas con la unción evangélica. La inmensa caridad de Fray Miguel quería que su pueblo aprendiese y practicase la lección divina del Calvario,
sintetizada en aquella plegaria (le nuestro adorable redentor: ¡Padre mío, perdónales, porque no saben lo que hacen...! Y las requisitorias de airada justicia de Fray Facundo acribillaban a los adversarios,
en vez de moverlos a contrición. Por otra parte, ésta se hallaban fuera (le enfoque, pues en la feligresía yurirense no había enemigos (le la iglesia ni a ninguno le remordía la conciencia de haber sido
cómplice de los perseguidores o denunciante de sus sacerdotes. Todo esto se lo hacía ver el párroco al coadjutor, con caritativas advertencias, pero en vano, porque éste era tenaz en sus opiniones. A la
vuelta de un año y ocho meses, el superior mayor pidió la renuncia al coadjutor, destinándole de vicario fijo en Santa Ana Maya, donde estaba reciente el linchamiento del masón comunista holandés Dr.
León Mustee -jueves de la Ascensión, 14 de mayo de 1931-, por haber atentado sin éxito. contra la vida del vicario anterior P. Fr. Agustín Baltasar Parra.
En este período de restauración espiritual, ocurrieron dos grandes conmemoraciones, que sirvieron eficazmente para
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ese fin: el XV Centenario -milenio y medio- de la preciosa muerte del Egregio Padre San Agustín (430 -Agosto 281930), y la Cuarta Centuria de las maravillosas apariciones de Ntra, Madre Sma. de
Guadalupe en el Tepeyac de Anáhuac (1531 -Dic..42-1931) ambos acontecimientos de hondo regocijo para Fray Miguel, tan agustiniano como guadalupano.
Para la celebración del primero, formuló un amplio programa, que comportaba funciones litúrgicas y festejos populares, y que se llevó a la práctica en todos sus puntos. Primero, durante la segunda
quincena de Julio y primera de Agosto, tandas intensivas de misiones en las trece vicarías de la inmensa parroquia -simultáneas en cada tres de ellas, excepto Moroleón que las adelantó en la primera
decena de Julio, por ser la más poblada-. El P. Zavalita acudía, con dos de sus cooperadores, a prestar ayuda en las confesiones de cada feligresía, desplegando un celo apostólico infatigable. El fruto
misional fue incalculable. Organizó, al mismo tiempo, las peregrinaciones de cada vicaría a la cabecera, durante el novenario, que resultó también una verdadera misión. Se tenían dos actos religiosos cada
día, del 18 al 26: la Santa Misa Solemne, en la que proclamaba la palabra de Dios, con tema agustiniano, el padre teniente de cura de la vicaría a la cual tocaba la peregrinación del día, y el Santo Rosario,
a las seis de la tarde en que desarrollaban tema misional el párroco y su coadjutor, alternados. Fue el novenario una eclosión de fe, de amor y de piedad penitencial y eucarística, pues las confesiones se
sucedían sin cesar y las comuniones pasaban diariamente de dos millares. El grandioso templo parroquial era insuficiente para contener el incontable concurso de los fieles, que rebosaban hasta el atrio. El
personalmente, los religiosos de la comunidad y los miembros de la tercera orden observaron rigurosamente la vigilia y tuvieron unas
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horas de retiros espirituales. Todos los padres de las vicarías asistieron a este retiro, a las vísperas y, el siguiente gran día de la fiesta, a la solemnísima MISA PONTIFICAL, que se dignó celebrar y hacer
el panegírico del doctor de los doctores el fervoroso y elocuente obispo de Tabasco Monseñor Camacho, estando el coro a cargo del Orfeón del Colegio de San Pablo. Por la tarde, predicó un magnífico
sermón, como en sus mejores tiempos, el insigne orador sagrado P. Fr. Onofre Adeodato Martínez, vicario entonces de la Magdalena de Araceo. Todos los actos y su conjunto resultaron un digno
homenaje al Señor tres veces Santo, en su siervo de los cinco talentos, Aurelio Agustín. Desde entonces quedó establecida la fiesta del 28 de Agosto, tal como se celebra hasta la actualidad, con
solemnidad pontifical y con alegres festejos -populares.
Para conmemorar el cuatricentenario idilio del Tepeyac, el anhelo filial de Fray Miguel Francisco Zavala estaba ya resignado a prescindir de la preciosa ofrenda del Santuario Guadalupano Yurirense. En
dos años de trabajo dinámico, se había adelantado mucho la construcción, pues para Agosto de 1931 estaba terminada la obra negra arquitectónica de la
amplia nave central -50x 10 mts.- y de los cruceros, faltando aún la cúpula, los altares y la torre, que era materialmente imposible realizar en cuatro meses, y mucho menos, con
decorado y pavimentación. La Santísima Virgen aceptaba indudablemente el esfuerzo y deseo de su siervo y de sus hijos, pero interpuso su mediación maternal, para evitar la
remoción del pastor d e aquella grey. En efecto, el 31 de Agosto de 1931, el prelado provincial comunicaba al P. Zavalita su designación para una nueva fundación en la
metrópolis mexicana. El insigne arzobispo de Morelia y delegado apostólico en México don Leopoldo Ruiz y Flores,
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protagonista de la paz en el gran drama nacional del conflicto religioso, obedeció el llamado que a sus apóstoles hace el divino maestro: "Venid a un lugar elevado y apartado y descansad un poco".
Escogió a ese fin el convento agustiniano de Morelia, donde se entregó a la vida contemplativa en un retiro espiritual de dos semanas, las últimas del mes de Octubre de 1930. Al terminarlo, la comunidad
agustiniana le sirvió un ágape, en el que participaron de acompañantes el Rvmo. Sr. obispo auxiliar Dr. D. Luis María Martínez y algunos dignatarios del venerable Cabildo metropolitano. Delante de
todos, presente también el cronista que hoy lo evoca, dijo el Sr. arzobispo al P. provincial:
-Fray Ángel, le voy a proponer algo que parece ser voluntad de Dios. El episcopado nacional, en el tiempo más álgido de la persecución, imploró la intercesión de Santa Teresita del Niño Jesús en favor
del arreglo del conflicto religioso, prometiendo el voto de edificar en su honor una iglesia. Queremos cumplir ese voto cuanto antes, y ya tenemos escogido el lugar, que es el nuevo fraccionamiento de las
Lomas de Chapultepec, que todavía está en sus comienzos, pero los entendidos aseguran que tiene porvenir halagüeño. Ofrecimos la obra a los PP. carmelitas, quienes declinaron el compromiso por
carecer de personal suficiente; luego, a los PP. jesuitas que igualmente lo rehusaron. Entonces yo me acordé de mis padres Agustinos de Michoacán, que tienen una tradición tan gloriosa y que
actualmente disponen de un gran constructor, como lo es el P. Zavala. En por tanto, en nombre del episcopado, y con la anuencia del Sr. arzobispo de México, le pido, reverendo padre, que esta provincia a
su cargo acepte este compromiso para gloria de Dios.
El P. provincial manifestó la mejor buena voluntad de
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cooperar con el Episcopado -Nacional, aunque "nos sentimos siervos inútiles". Añadió que trataría el asunto con su definitorio, y si éste daba su consentimiento como lo esperaba, recurriría en seguida al
Rvmo. P. general para obtener su placer, confiando en que no se pasaría ese año - 193 0-, sin dar a su excelencia una resolución favorable.
Sin embargo, no fue tan fácil la tramitación del asunto en Roma, porque al recibir la solicitud de su anuencia, el P. General consultó a la provincia de México, por estar entonces vigente la prohibición de
establecer Casa de una provincia en el territorio de otra. Como había sucedido en el siglo XVIII, cuando se trató de la fundación michoacana en Querétaro, que se opuso terminantemente la Provincia de
México, ahora ¡lizo con mayor razón, pues se trataba de "la invasión" de Michoacán en la propia cabecera de aquella. Viendo el moderador supremo de la orden, Fray Eustasio Esteban, que no había una
razón poderosa para impedir una buena obra, que providencialmente se le presentaba a la provincia de Michoacán, y deseando que nuestra orden colaborara con el episcopado mexicano, expidió con su
curia un permiso provisional, que sería sometido al criterio del capítulo general, cuya celebración ocurriría ese mismo año de 193 1, en el mes de Septiembre. Esta decisión provisional llegó a Morelia, en
los primeros días de Agosto de dicho año, pero con fecha del 26 de Abril retropróximo.
Al darse cuenta de este permiso provisional de la curia agustiniana de Roma, monseñor Díaz Barreto, arzobispo de México, otorgó por escrito su consentimiento para la fundación en Lomas de
Chapultepec, expresando su voluntad de que fuera enviada una comunidad, al menos de tres padres; para lo cual, hacía donación a la provincia de la céntrica iglesia
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de Santa Clara, en la gran avenida de Tacuba. Desde allí, se podría atender la construcción del templo votivo de Santa Teresita, y una vez terminado éste, la provincia tendría opción de seguir con una o
dos casa en la metrópolis. Todavía el 7 de Julio de 1931, el definitorio ignoraba los trámites que se estaban corriendo para la fundación capitalina, pues hacía cerca de un año que no se reunía, ya que su
junta anterior había sido el 22 de Agosto de 1930, antes de la propuesta de monseñor Ruiz y Flores. ¿Por qué el P. Provincial no informó de esta importante oferta al definitorio? Podemos suponer que
previó la oposición de la Provincia de México y, antes de formalizar las cosas, prefirió guardarse in pectore el asunto. Todavía ahora, en esta junta de Julio del 3 1, se limita a dar un apunte de lo que trae
entre manos. En efecto,
proponiendo el P. definidor Fr. Miguel F. Zavala que se buscara el modo de fundar una Casa en Estados Unidos, para trasladar allá el Colegio de Yuriria, "que está en peligro de ser clausurado por el
gobierno civil, y como definidor Fr. Carlos J. Rosales manifestara que el exprovincial Fr. Manuel de los Angeles Castro le había encargado informar a este definitorio que el P. Madueño, franciscano, se
comprometía a conseguimos la fundación "en una población que se llama Corpus Christi, Texas", entonces Fray Angel Zamudio descorrió un poco de velo de su secreto diciendo que "últimamente se ha
puesto en comunicación con el excmo. Sr. Dr. D. Pascual Díaz, arzobispo de México, para que le conceda. fundar una Casa en la capital, donde pudieran educarse nuestros jóvenes, y espera, que al regreso
de dicho prelado, de Roma, pueda hablar con él sobre este asunto; que. eso no obstante,, puede seguir procurándose la fundación en. Norteamérica, y que si algo se consigue a este fin, se envíen los
documentos a Roma, a donde, como todos saben,
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saldrá próximamente para asistir al capítulo general...".


Estando ya para partir a ese viaje, Fray Ángel recibe la patente del P. general, arriba citada, y la envía luego a la Sagrada Mitra de México, dejando instrucciones al vicario provincial Fr. Raimundo Pardo
que, si durante su ausencia llega una comunicación favorable del Sr. Arzobispo de México, inmediatamente expida "el pliego de obediencia" al padre Zavala y presente al P. Fr. Nicolás M. Martínez;
vicario fijo de Jaral del Progreso, para sustituirlo en la parroquia de Yuriria. El P. provincial tenía tanta seguridad de la fundación en México, que a mí, ínfimo conventual de la casa madre, me pidió que le
sugiriese quién podría sustituir al padre Zavalita en Yuriria, y le indiqué sin titubeos que mi antiguo vicerrector y maestro de noviciado P. Martínez, manifestándome que habíamos coincidido en la
elección. Así, pues, el martes lo. de Septiembre de 1931 un día después de recibido su despacho, el P. Zavalita dejaba vestida de luto y anegada en lágrimas la ciudad de Yuririhapúndaro, cuyo segundo
fundador hemos denominado, porque renovó en ella todas las obras del egregio misionero que le dio vida.
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XII.- EL PIONERO DE MICHOACAN EN MÉXICO

Fui testigo presencia¡ de la partida del P. Zavalita hacia la Metrópolis.


Había venido yo a Yuriria para predicar el sermón vespertino en la solemnidad del gran padre San Agustín, ya que el matutino lo había tenido en Morelia. Como también tenía compromiso de cantar las
glorias de Ntra. Madre Sma. de la Consolación, el siguiente domingo 30 de Agosto, y luego, el jueves -3) de Septiembre, las de nuestro misionero y mártir Bto. Bartolomé Gutiérrez, permanecí aquí todos
esos días.
Sabía yo de los cambios que iban a verificarse, por boca de mi provincial y de su vicario, y tampoco los ignoraba mi paternal anfitrión, pero obligados a la discreción uno y otro, no conversamos nada de
ese asunto, hasta que el lunes 3 1 por a 1 tarde, me llamó Fray Miguel a su habitación y me dio a leer el pliego de la obediencia. Por todo comentario, , me dijo con su festiva charla:
-Nomás le faltaba a este chaparro indio tarasco, que lo mandaran a conquistar Tenochtitlan ...
y ciertamente, desde la "frontera de chichimecas", que
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era Yuririhapúndaro, salía un pionero de la provincia agustiniana de Michoacán a la gran Metrópoli, para echar las bases sólidas de una obra apostólica, que a la vuelta de tres décadas, habría de operar en
ocho centro espirituales -ocho iglesias enclavadas en la zona residencial de Lomas de Chapultepec, Polanco y Anzures-. Cuando el pionero llegó, las dos últimos nombradas -hoy renombradas- eran
grandes llanuras polvorientas y la primera, un largo lomerío surcado de barrancas y salpicado de unas cuantas casas en construcción aquí y acullá.
Estábamos hablando del cargo-carga que la obediencia ponía sobre sus espaldas, cuando apareció el rostro moreno y regordete del P. Fr. Nicolás Martínez, que venía a recibir el peso imponderable de
Yuririhapúndaro. Mirada triste y húmeda, saludo amable pero inexpresivo y una tenuísima línea de sonrisa.
-Aquí estoy a sus órdenes, Padrenuestro, -dijo, al entregar el pliego de su obediencia-; le ruego que pida por mí al Señor para poder cumplir con esto que está sobre todas mis fuerzas; no sé cómo se les
ocurre a ciertos hermanos -volviendo la vista hacia mí- recomendar a uno para cargos tan pesados .....
Como era esto último una clara alusión a mi persona, contesté sonriendo:
-El discípulo tiene que recomendar al maestro, cuando le brindan espontáneamente la oportunidad. Y eso fue lo que hice yo, al inquirir mi opinión N.P. provincial acerca del sucesor de N.P. Zavalíta.
-Creo en tus buenas intenciones, pero no supiste medir las consecuencias.
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-Pero ¿qué hay consecuencias trágicas? respondí.


-No tanto -replicó el maestro, enjugándose furtivas lagrimillas-, pero ¿no ves que el corazón humano es una planta que echa raíces en cualquier terreno y luego que la trasladan siente que la arrancan?
-Lo bueno es que lo trajeron a su tierra natal, donde ya tiene raíces desde hace tiempo .....
-Terció luego el P. Zavalita, diciendo:
-Lo bueno es que ni el que planta ni el que riega es algo, sino El que da el fruto, y es el mismo que te mandó a esta tierra tuya y de tus mayores, porque la voluntad razonable de los superiores es la
voluntad de Dios. Vamos ahora a entregarte libros, cuentas e inventarios, porque tu servidor se va mañana temprano. Deo favente atque volente.
Apenas se dio cuenta la gente de los cambios, cuando ya estaba pletórico el atrio, esperando ver al pastor amado para rogarle que no abandonara a sus ovejas. Hombres y mujeres, -jóvenes y viejos, niños y
niñas se apretujaban queriendo entrar en el curato. Viendo tal ansiedad ' - el P. Zavalita les habló desde la ventana de la notaría, invitándolos a pasar
dentro del templo, que en breve quedó completamente henchido de feligreses. Subió al púlpito y se despidió con una sentida alocución, recomendándoles encarecidamente tener hacia su
nuevo párroco el mismo afecto, la misma sumisión y las mismas atenciones que a él le dispensaron por diez largos años. Rezó con todos el Rosario y luego, bajando rápidamente
del púlpito, se abrió paso entre la gente que se apiñaba para besarle la mano, y pudo subir al presbiterio después de una hora, gracias a que varios hombre lograron formarle una
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valla. Expuso el Santísimo e impartió la Bendición Eucarística. Al día siguiente, nadie le vio partir, porque de madrugada celebró la Santa Misa, a puerta cerrada, y montando en su caballo retinto, fuese a
tomar el ferrocarril en Salvatierra. El poeta puedo exclamar:
Yuriria, no llores más
por el vacío de su ausencia,
ya que pletórica estás
del olor de su presencia.
En efecto, Fray Miguel había dejado una estela que olía a santidad.
Su luz no debía quedar escondida debajo del celemín provinciano en el Bajío, sino que era necesario elevarla al candelero capitalino, para que los grandes de México "vieran sus buenas obras y
glorificaran al padre que está en los cielos". Auténtico sacerdote y apóstol de Cristo, con ráfagas de Agustín, llevaría a la Cabeza de la Patria, - que padecía escasez de sacerdotes-, un aporte valioso para el
mensaje de salvación, avalado con el testimonio de su vida, totalmente consagrada a Dios y a la Iglesia. El templo de Santa Clara, que recibió desde luego a su cuidado, carecía de anexo
habitacional, y cerca de un mes, la pasó muy feliz en un pequeño cuarto que servía de bodega, durmiendo sobre una tarima y tomando sus alimentos en una fonda cercana. Así hubiera seguido contento,
pero siendo tan observante religioso, no podía resignarse a vivir sin comunidad. Por lo mismo, buscando afanosamente una casa sin poder encontrarla, se la fue a pedir a su Madre de Guadalupe, el 12 de
Octubre, y ya de regreso en Santa Clara, una dama muy elegante, que dijo llamarse la señora de Ajembak, se le presentó ofreciéndole
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prestada la planta alta de una casa de su propiedad, situada en la acera de enfrente, y le prometió, además, tratar de adquirir una de las casa contiguas a la iglesia para donársela. Fray Miguel se quedó
asombrado " rápida respuesta a su oración y, al día siguiente, volvió al Tepeyac para darle gracias a la madre divina. Por lo pronto, le enviaron un solo conventual, que lo fue el P. Fr. Ignacio Velasco
(p.d.D.G.), recién llegado de España, en cuyo Real Monasterio del Escorial había cursado sus estudios teológicos y se había cruzado sacerdote de Cristo. Por ley que la iglesia toleraba en bien de lapaz,
solamente determinado número de sacerdotes podían ejercer públicamente su ministerio, en el Distrito Federal como en los demás estados de la República. Para no exponerse los dos Padres a las sanciones
de cárcel y multa, sólo el P. Zavalita -que tampoco era del número de "los autorizados"aparecía en el templo, mientras que el P. Velasco celebraba el culto litúrgico en el oratorio particular de la señora de
Ajembak. Esta llegó a estimar tanto a su capellán, que varias veces insistió ante el Superior, pidiendo ingenuamente su autorización para adoptar como hijo a Fray Ignacio, con todos los requisitos legales.
El P. Zavalita le hizo ver que un religioso no era un sujeto capaz de adopción, porque él deja a su propia familia -como lo había hecho el padre con su madre y sus hermanos que aún vivían-, para seguir,
libre de toda traba, al divino maestro.
El culto religioso floreció notablemente en Santa Clara, por la asidua dedicación de Fray Miguel a todos los actos litúrgicos. Celebraba con perfecta puntualidad la misa diaria y las dominicales y festivas y
oía confesiones y distribuía la sagrada comunión, antes y después del Santo Sacrificio. Por las tardes, se levantaba del confesionario nada más para el
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rezo del santo rosario y volvía luego hasta que se agotaban los penitentes. Entre éstos se contaban damas de la mejor sociedad, al lado de las sirvientas; intelectuales y hombres de negocios, junto a
estudiantes y obreros, y todos esperaban con paciencia su turno,. sin que nunca hayan visto que el confesor hiciese distinción de personas. En las dos ocasiones que estuve allí predicando el novenario y la
solemnidad del gran padre San Agustín (Agosto de 1932 y 33) me decían algunos intelectuales famosos, asistentes a mi predicación, que en el P. Zavalita habían encontrado "un santo cura de Ars", por su
"actuación evangélica" en todos sentidos: "humildad, sencillez, pureza, caridad, don de consejo y unción, ya celebrando la santa misa, ora predicando la palabra de Dios, ora absolviendo los pecados del
hombre ........
Respecto de su vida religiosa, llevaba la observancia de la regla y de las constituciones, con todo rigor y puntualidad, sin que se dispensase el mínimo detalle y no obstante el pusillus grex de la comunidad
integrada por él y dos religiosos. Y él personalmente hacía obras constantes de supererogación, como ayunos, abstinencias, cilicios y disciplinas. Pasaba largos ratos ante el sagrario y se abstraía
completamente en su diálogo de amor con el divino prisionero. El jueves 1o. de Diciembre de 193 2, después de confesar mucha gente por ser víspera de viernes primero, se quedó orando frente al Altar,
sin preocuparse de cerrar el templo, porque su propósito era retirarse en breves momentos, pero se le pasó el tiempo sin saber cómo, y hacia la media noche, dos policías de la reservada tuvieron que
sacudirlo fuertemente para que volviese en sí y se diera por preso, diciéndole que tenían órdenes de llevar a la cárcel a todos los sacerdotes que estaban ejerciendo sin autorización y que, precisamente,
Fray Miguel Zavala estaba en la lista negra. Sin resistencia alguna, subió al carro
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de la patrulla y fue a dar con sus huesos en Lecumberri -la cárcel penitenciaria-, sin llevarlo siquiera a la preventiva. Dos noches y dos días estuvo encerrado, aprovechando el tiempo en catequizar a los
presos y confesar a algunos, prometiéndoles que volvería pronto a llevarles la comunión eucarística, como lo cumplió el lunes siguiente, ya que se hizo amigo del alcaide y éste que le había dado la
libertad, le concedió la franquicia de entrar cuantas veces quisiera a cumplir la obra de misericordia. El siguiente año de 1933, martes 20 de Junio, sufrió un nuevo encierro, por la misma causa, y esta vez
no pudo comunicarse con los hermanos cautivos, porque lo hundieron en un calabozo, por espacio de setenta y dos horas, y al darlo libre, lo amonestó severamente el juez, diciéndole que, si recaía por
tercera vez en el mismo -delito", tendría que aplicarle las sanciones marcadas por el Código Penal Reformado. Quiso el Señor que, a pesar de haber seguido ejerciendo el ministerio, no volviese a caer en
manos de los sicarios.
La solemnísima celebración del cuarto centenario guadalupano, en la Basílica Nacional, de cuyas fiestas Fray Miguel gozó "con célica fruición", habían hecho reaccionar a las furias del averno,
proponiéndose las sectas tenebrosas reanudar la persecución contra la iglesia. Los católicos, es decir, todo el pueblo mexicano, abrigaban la esperanza de que Calles, jefe máximo de la revolución, habría
cesado en %ti actitud antirreligiosa, porque dispensó los impuestos aduanales del órgano monumental de la basílica y su esposa doña Leonor había contribuido con cinco mil pesos para las fiestas
guadalupanas, y por eso, el domingo 6 de Diciembre (te 193 1, fue ovacionado en la plaza de toros "El Toreo" y vitoreado por más de medio millón de católicos, el propio día del IV centenario, cuando
recorrían las calles de la metrópoli
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en eufórica manifestación. Pero, en las primeras horas del día 13, "El Nacional", diario de la Revolución, publicaba la noticia de que el general Calles, titular de la Secretaría de Guerra, acababa de cesar "a
toda la banda de música del estado mayor de esa dependencia, porque concurrió a las cinco de la mañana a la basílica a dar audición y, en primera plana también, traía un artículo vitriólico titulado "La
ofensiva Clerical", en que se tildaban las fiestas guadalupanas de "la gran mascarada pagana y mercantilista". Desde ese día, a todo lo largo de nueve meses, irrumpió una tempestad de protestas contra "la
farsa guadalupana", pues en todo ese lapso de tiempo, no hubo sesión en las Cámaras de Senadores y Diputados en que no se condenara con duras frases "la rebelde actitud clerical", y ninguno de los
gobernadores, de los militares, de los intelectuales callistas dejaron de lanzar su protesta airada y amenazadora, pidiendo algunos de los más exaltados la expulsión de todos los obispos y sacerdotes y la
destinación de todos los templos a otros usos, para "desfanatizar" totalmente al pueblo; un diputado de Moroleón Salvador López, propuso el traslado del cuadro de la Virgen de Guadalupe al Museo
Nacional, cosa que despertó la hilaridad de sus mismos camaradas, que lo tildaron de utópico, porque preveían la catástrofe que sobrevendría con la fuerza arrolladora de los indios y de todo el pueblo de
México. Optaron otros medios diabólicos de "desfanatización":
la reducción del número de sacerdotes oficiantes en toda la república, de tal modo, que de los 4,493 que integraban el clero nacional, quedaron en funciones únicamente 322, distribuidos en el Distrito
Federal y en los 28 estados y dos territorios; la supresión total de las escuelas católicas, y así clausuraron más de 300 colegios, confiscándoles sus edificios y mobiliarios -inclusive orfanatorios y hospicios
de niños-,
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y establecer en las escuelas oficiales, no solo el laicismo, sino también, gradualmente, el racionalismo ateo, el socialismo marxista y la educación sexual; y, finalmente, el retiro del culto y destino a usos
profanos de los templos, alcanzando nada menos que a 470 la cifra de los afectados por decreto presidencial, desde el 11 de Noviembre de 1931 hasta el 28 de Abril de l936. Al P. Zavalita le "llegó la
lumbre", como él decía, el 28 de Junio de 1934, fecha en que le quitaron la iglesia de Santa Clara para convertirla en Biblioteca del Congreso de la Unión, como lo es todavía. En el gran despojo le tocó el
número ciento dieciséis.
La permanencia de Fray Miguel en Santa Clara fue de ,apenas tres años escasos y, sin embargo, llegó a conocer por sus nombres y por su estado espiritual a los vecinos de al menos seis manzanas de la
avenida Tacuba, porque emprendió allí algunas colectas, según su método, para hacer mejoras materiales en su iglesia y para ayudarse a la obra que se le
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había encomendado en las Lomas de Chapultepec, dado que en ese nuevo fraccionamiento era todavía muy exiguo el número de habitantes y la mayoría eran políticos revolucionarios. Precisamente, el
general Jacinto Pérez Treviño, presidente entonces del Partido Nacional Revolucionario, no permitió la construcción del templo en el terreno designado con anterioridad, por encontrarse al lado de su casa,
y fue preciso que la compañía fraccionadora señalase otro sitio, el actual de Sierra Nevada. Allí empezó la obra, el 3 de Octubre de 1932, bendiciendo la primera piedra de la cripta el Sr. delegado
apostólico, monseñor Ruiz y Flores, dos días antes de su enésimo destierro. El mismo prelado, según me lo platicaba el P. Zavalita, le llevó cierto día a una audiencia privada con el Sr. presidente de la
república, Ing. Pascual Ortiz Rubio (Feb. 5 1930-1932 Sept. 2), de quien obtuvieron una autorización manuscrita en una pequeña tarjeta, para la construcción del templo, pues era imposible en aquellas
circunstancias impetrarla oficialmente de la Secretaría de Gobernación. Durante la construcción de la cripta, Fray Miguel atendía pastoralmente, por sí mismo o mediante sus padres conventuales -Pantoja,
Velasco y otros. a la pequeña grey de católicos que entonces había en la Colonia, teniendo su centro de operaciones en la casa de las señoritas Beltrán, óptimas cristianas. Allí celebraban diariamente la
santa misa y tenían el sagrado depósito de la eucaristía. Tanto por las dificultades de aquellos días de persecución, como la escasez de fondos, la obra se desarrolló con mucha lentitud, pues la cripta quedó
terminada hasta 1935, ya cuando el P. Zavalita estaba regenteando la parroquia de San Bartolo Naucalpan. Entonces, trató de iniciar la iglesia, pero no pudo ponerse de acuerdo con el arquitecto
Quintanilla, quien había trazado los planos en el llamado
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"estilo californiano", artísticamente falso, porque era, una imitación-ni siquiera estilización- delbarroco o, churrigueresco. Y el P. Zavalita quería un templo espacioso, con sillares de cantería y al estilo
tradicional agustiniano, algo semejante a la actual gran iglesia de San Agustín de Polanco. En tales discusiones del proyecto, se pasé el tiempo y llegó el capítulo Provincial de 1937, el cual designó para la
prosecución de la obra del benemérito P. Fr. Ignacio de Jesús Flores, quien, finalmente, aceptó el proyecto de Quintanilla y comenzó a trabajar la obra en 1939, para terminarla en 1945.
Nos falta registrar algunas observaciones sobre la vida interior del siervo de Dios, durante esta etapa de su apostolado metropolitano, que abarca un septenio (1931-1938). De su limpia trayectoria
apostólica, bosquejada en este capítulo y en el siguiente, ya se puede colegir que su espiritualidad religiosa y sacerdotal había llegado a una opulenta madurez, ya que "de la abundancia del corazón habla
la boca". El obscuro fraile, sin ningún atractivo fisico ni refinamiento de urbanidad ciudadana, sin dotes oratorias ni de elocuencia humana, atraía empero a su púlpito y confesionario gentes de todas las
categorías sociales que, con su predicación, consejo y trato, experimentaba el contacto de lo sobrenatural, el impulso de la gracia de Dios a una continua conversión y renovación de su vida cristiana.
"Todos sentíamos -decía un alto pensador de fama continental, D. José Vasconcelos- una íntima necesidad de ser mejores, oyendo, tratando o simplemente viendo a ese humilde y auténtico religioso, a
quien todos llamábamos con cariño el padre Zavalita". Y no solamente los seglares sentían esa impresión sino también los eclesiásticos de toda jerarquía, pues en semejantes términos se expresaba, tanto el
arzobispo y delegado apostólico Ruiz y Flores, como el canónigo y vicario
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general del arzobispado García Plaza y todos los numerosos sacerdotes de ambos cleros que tuvieron por confesor y director espiritual a Fray Miguel, inclusive el presbítero e historiador don Jesús García
Gutiérrez, crítico acerbo de la credulidad popular, "que suele atribuir olor de santidad y hasta colgar milagros a cualquier padrecito, nomás porque lo ve muy beatito, pero este Zavalita sí tenía algo que no
tenemos los demás, ordinariamente, una riqueza de vida interior, que afloraba en sus labios llenos de unción, en sus ojos penetrantes y casi adivinos, en su continente todo, tan sencillo y tan cordial, que
parece hacer natural lo sobrenatural". Las religiosas, no se diga, quienes, como enjambre de abejitas procedentes de todos los místicos panales, acudían a su confesionario para extraerla miel hiblea de una
auténtica virtud. Y de todas las comunidades metropolitanas le llovían invitaciones para retiros y ejercicios espirituales. Frecuentaba especialmente a las josefinas del siervo de Dios P. Vilaseca, pues fue
su confesor ordinario, tanto en la casa central, como en el sanatorio Escandón de Tacubaya, y hasta por su conducto, la congregación religiosa fue incorporada oficialmente a la orden agustiniana. Y de
éllas, no sólo fue confesor, sino verdadero asistente espiritual, cuyo consejo guiaba y orientaba todos los pasos comunitarios del instituto. La madre general, la secretaria, y todas las consejeras le tenían
plena confianza filial, y su opinión, como la de tantas religiosas de diversos institutos, estaba sintetizada en esta apreciación de la sabia madre Valentina: "Nadie duda de que el padre Zavalita es un santo
de cuerpo entero: por dondequiera que se le vea, aparece la aureola de los siervos de Dios; esperamos que sea canonizado por la iglesia, juntamente con nuestro padre fundador". Los conventuales
agustinos que convivieron a su lado, durante ese lapso de tiempo, constataron siempre
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que su celo por la vida de comunidad y de observancia religiosa no era simple formalidad exterior, sino sed ardiente de intimidad con Dios y profunda convicción de su compromiso con Cristo en Agustín,
así como el deseo de santificarse unido a los hermanos con la caridad, "que es el vínculo de la perfección". Por eso, siempre supo armonizar la vida activa con la contemplativa, en la perfecta caridad.
Y como esta vida de perfección religiosa anhelaba para todos y cada uno de los hijos de su provincia, insistía constantemente, como definidor que era, en rehacer la vida de comunidad en todas las casas,
pues afirmaba que el peligro de persecución directa contra los conventos había amainado y que, siguiendo los religiosos una secuela individualista, pronto se perdería el espíritu religioso. Como N.P.
provincial Fray Angel Zamudio opinaba que aún no había llegado la hora de reunir las comunidades, sin peligro de ser disueltas y hasta con riesgo de encarcelamiento de los religiosos, Fray Miguel se
unió con el exprovincial Fr. Manuel de los Ángeles Castro, para enviar un ocurso a la curia general de Roma, exponiendo el estado real del país, que aunque era de persecución legalista contra la iglesia,
sin embargo, no en todos los lugares era igual, porque las autoridades subalternas solían ser más tolerantes que las supremas, y además, nuestras comunidades eran tan pequeñas en su número de
religiosos, que no se hacían notables en ninguna parte; que inclusive, el capítulo provincial, suspendido ya por tres períodos, podría celebrarse, sin peligro alguno, en San Luis Potosí, donde las
circunstancias políticas eran de mucha tolerancia con la religión. De ninguna manera fue motivado este ocurso por ambición u otras ocasiones indignas de los firmantes, como podría sospecharse y de
hecho se sospechó, sino por la recta intención de evitar a tiempo un
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colapso de la provincia, puesto que en el ocurso de marras no solo no se hablaba nada desprestigiante del P. provincial, sino al contrario se exaltaban sus méritos y su gran virtud de la prudencia. "Bien
consideradas las razones expuestas bene perpensis rationibus expositis, en su ocurso del 13 d Agosto del año en curso, ha acordado esta venerable curia urgir la celebración del capítulo provincial, a más
tardar en Mayo del próximo año de 1934, como lo notificamos ya al
M.R.P. provincial Fr. Angel Zamudio Así contestó a los
concursantes la Suprema Autoridad de la orden, el 7 de Diciembre de 1933, según consta en el pliego auténtico que obra en poder de este cronista. De hecho, el capítulo fue celebrado en San Luis Potosí,
con fecha central del 3 de Mayo -día sábado- de 1934, resultando electo provincial, hasta el cuarto escrutinio, el P. Fr. Manuel de los Ángeles Castro. Fue, por tanto, muy reñida la elección, ya que en -los
tres escrutinios anteriores, sacaba mayoría relativa Fray Ángel Zamudio, y hasta que su nombre fue eliminado en la última votación por mandarlo así nuestras constituciones, cuando se trata de un
reelegible, obtuvo la mayoría absoluta el que era prior de San Luis Potosí, quien por cierto gobernó solamente medio trienio, puesto que el Señor lo llamó a Sí, el 15 de Noviembre de 193 5, y volvió el
timonel a manos del P. Zamudio como rector provincial. En este capítulo N.P. Zavalita dejó de ser definidor y sólo fue confirmado superior de la casa de México, cuya erección canónica se acordó' que
fuese tramitada en Roma.
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XIII.- EL BUEN PASTOR DE UN SUBURBIO

Consumada la expropiación de Santa Clara, el último día de Junio de 1934, el P. Zavalita marchóse inmediatamente a San Bartolo Naucalpan, vicaría fija perteneciente ala parroquia de Ntra. Sra. de los
Remedios. La grey, cuyo pastoreo se le encomendaba, tenía 10000 -diez mil- feligreses, distribuidos en 28 -veintiocho- poblados, habitando en la cabecera 1300 -un mil trescientos-. En el orden civil, era
villa y municipio desde 1887 y, por su decreto gubernamental, en 1933, se le había quitado el nombre de su patrono titular llamándole en cambio Naucalpan de Juárez, como hasta hoy se le conoce, si bien
el pueblo no ha olvidado su título primitivo. Enclavada en el extremo oriental del Estado de México, linda por el poniente con la Metrópolis, de la que se encuentra tan aledaña, que viene siendo un
verdadero suburbio capitalino. 1 Hoy dista mucho de ser lo que era hace treintaiocho años, pues se ha convertido en un centro industrial superpoblado y en aquel entonces, no pasaba de poblacho sucio,
polvoriento, abandonado, sin más comercio que unos cuantos tendajones y un poco más de pulquerías, signo inequívoco de su étnica indígena. Desde hacía varios años, por lo menos tres lustros, se
encontraba sin pastor, debido a la grande escasez de sacerdotes que padecía el arzobispado de México, por ser enorme su territorio, de tal suerte, que últimamente se han
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creado tres nuevas diócesis en el Estado de México: Toluca, Tlalnepantla y Texcoco. Al ver nuestro biografiado el lastimoso estado de la casa de Dios y la poquísima gente que acudía a los actos
religiosos,"se le cayeron las alas del corazón" -como decía él-. Pero, comprendiendo en seguida que, una vez más, se le presentaba la oportunidad providencial de cumplir su doble misión de restaurador de
templos de piedra y de almas, no pudo menos que cobrar ánimo y echarse a la calle, casa por casa y poblado por poblado, para ir al encuentro de sus ovejas y darse a conocer y conocer y conocerlas. Al
mismo tiempo que imploraba su urgente cooperación para reparar el único templo que tenía la población, escudriñaba el estado de las almas, de las familias, de toda la comunidad cristiana. Al principio,
tuvo que sufrir desaires, injurias y desprecios mil, pero bastaron tres o cuatro meses, para que la gente fuese entendiendo el mensaje y el testimonio de aquel humilde siervo de Dios y de las almas, que
exhalaba frescura personalmente por su nuevo pastor, los fieles llenaron totalmente el sagrado recinto, el 24 de Agosto de 193 3 4, al celebrar con solemnidad la fiesta de su patrono, el apóstol San
Bartolomé. La devota piedad con que celebró el santo sacrificio y la sencillez y unción de su palabra evangélica tocaron los corazones de todos conmoviéndolos hasta las lágrimas. Desde aquel momento,
se sintieron suavemente atraídos a las cosas de Dios y se estrechó el vínculo filial con el paternal. Precisamente, le empezaron a llamar "nuestro padre Zavalita", y así lo recuerdan todavía hoy los que le
conocieron y también sus hijos, por tradición familiar. Durante los dos años que duró la colecta y, por tanto, el contacto directo del pastor con las ovejas, logró simultáneamente la restauración del templo
material y la de los templos
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espirituales. El 85% de las uniones ilegítimas entre cónyuges fueron convertidas en matrimonios cristianos y a muchos hogares desavenidos por la discordia llevó el inmenso bienestar de la paz. Estableció
firmemente la catequesis parroquial de niños, jóvenes y adultos. Fundó una docena de asociaciones piadosas, con apostolado anexo, y los cuatro organismos fundamentales de la acción católica. Hizo
florecer la vida sacramental de la penitencia y la eucaristía, a tal grado, que las comuniones diarias, semanarias, mensuales y anuales llegaban a varios miles, en conjunto. Promovió ejercicios espirituales y
misiones entre todos sus feligreses, con frutos opimos de vida cristiana. Estableció los talleres de caridad de Santa Rita de Casia, para confeccionar ropa que se repartía a los pobres, dos veces al año, y la
conferencia de San Vicente de Paúl, que diariamente distribuía alimentos a los menesterosos. Para sostener estas obras, recibía ayuda eficaz de los ricos de la capital, a quienes conoció y trató en la iglesia
de Santa Clara, los cuales no lo olvidaban y seguían frecuentándolo como su confesor y director espiritual. En fin, convirtió aquella feligresía de páramo en vergel. Y como el evangelio es cristalizador y
civilizador a la vez, los feligreses empezaron a promover mejoras materiales y sociales de su pueblo y la autoridad civil emulaba sanamente, en su medio, la actividad pastoral del párroco. A pesar de la
actitud hostil del estado contra la iglesia, durante la presidencia provisional del general don Abelardo Rodríguez y la constitucional de don Lázaro Cárdenas, los munícipes de Naucalpan, no sólo no
tomaron medidas drásticas contra el párroco y sus colaboradores, sino que mantuvieron con ellos relaciones muy cordiales, pues admiraban su labor espiritual y constataban sus redundancias temporales,
como la notable disminución de la embriaguez y de la delincuencia y el estímulo para el
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trabajo entre obreros y campesinos. Hablando recientemente con algunos naucalpenses, testigos de aquel renacimiento espiritual de su pueblo, me decían que el progreso actual lo atribuyen, "en última
instancia, como causa eficiente primordial, a ese inolvidable, siervo- de Dios, que en buena hora cruzó estos caminos, pues él nos despertó M letargo y con sus bendiciones desde el cielo ha hecho florecer
nuestra tierra".
Todo mundo puede comprender que esta admirable promoción pastoral en Naucalpan se atribuye al P. Zavalita, no como ejecutor exclusivo ni menos absorbente y centralista, sino como lo fue en realidad
en sus anteriores promociones, el creador de iniciativas, el motor, el guía y el paradigma de apostolado. Con esto queremos decir que compartieron su trabajo todos los cooperadores que le fueron enviados
y a ellos él les compartió su espíritu. Desde el principio de su actuación pastoral, tuvo a su disposición tres padres conventuales y cooperadores, que lo fueron Fr. Bardomiano Pantoja, ya ejercitado en el
ministerio por tres lustros; Fr. José Escutia y Fr. Rafael García Niño, a la sazón, recién ordenados sacerdotes y, por tanto, con agallas juveniles para seguir las huellas de su maestro. En marzo de 1935, San
Bartolo fue temporalmente erigida en casa de formación o profesorio de la provincia, y entonces fue enviado otro padre más, para encargarse de "la educación intelectual y religiosa" de seis hermanos
profesos, cuya profesión había sido el 19 del mencionado mes. Desempeñando este oficio, permaneció allí el P. Fr. José Sánchez Orozco, necesitado a su vez de una fuerte inyección de espiritualidad, que
le aplicó ciertamente el P. Zavalita, aunque la falta de correspondencia frustró su eficacia, y el hombre bueno y talentoso, el amigo entrañable del que esto escribe con lágrimas, volvió al mundo con el
indulto apostólico de reducción al estado laical. Entonces, el
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capítulo intermedio (9-XI-35) tomó la siguiente determinación: - Para remediar los defectos (?) -deficiencia de personal, tal vez quisieron decir- que hay en esa casa de Naucalpan, pase a encargarse de
manera exclusiva de la educación intelectual y religiosa de nuestros jóvenes estudiantes que allí viven el M.R.P. Fr. Nicolás Navarrete, actual vicario fijo del Jaral, sustituyéndole allí el R.P. Fr. Roberto
Martín del Campo y que el P. Fr. Marciano Vázquez pase de México a Yuriria como vicario cooperador ... ; que N.M.R.P. Fr. Miguel F. Zavala siga al frente de la parroquia, teniendo de vicarios a los PP.
Fr. Bardomiano Pantoja y Fr. Rafael García Niño, y que el P. Fr. José Escutia ayude en la enseñanza al P. Navarrete". Nunca he llegado a saber por qué no se me expidió la "obediencia" para trasladarme
al lado de mi carísimo Padre Zavalita-El caso es que el designado para mi ayudante fungió laudablemente el cargo de cuasi maestro de profesos, hasta fines de 1936, en que fueron llevados a San 1 Luis
Potosí, para el restablecimiento del colegio mayor de la provincia, que abrió sus aulas en 1937. Tanto antes como después de tener una comunidad numerosa, Fray Miguel mantuvo constante y ferviente la
observancia religiosa, conjugando armoniosamente, como lo sabía hacer la vida activa con la contemplativa en la perfecta caridad. Solía decir que, siendo buen religioso, el hombre sería un cristiano de
verdad y el sacerdote un santo. Es decir, que la integración en plenitud de la personalidad de un fraile, como hombre, como cristiano y como sacerdote, se realizaba en el hecho de ser buen fraile. De ahí,
su preocupación por vivir auténticamente los consejos evangélicos, en la intimidad de mi consagración y en la irradiación de su testimonio. Desde anos atrás, venía padeciendo una molesta gastritis, de la
que se había tratado con algunos médicos, sin experimentar
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alivio, y el mal se le recrudeció el año de 1935; por lo cual tuvo que ver a un especialista, resultando de los análisis y radiografias que estaba afectado de tres úlceras, siendo la duodenal de mayor
gravedad; fue preciso someterse a una intervención quirúrgica, en Febrero de 1936. En el Sanatorio "Escandón" de T acubaya practicó la operación el Dr. Olmos, llamado el cirujano de la mano de seda,
durando tres horas y media, con resultado exitoso. Pero al siguiente día, el enfermo se puso tan grave, que los médicos temieron seriamente por su vida, y él pidió los últimos auxilios espirituales; a la
medianoche de ese domingo 23 del antedicho Febrero, entró en estado de coma y, en medio de su gravedad, cobró conciencia por un momento, e incorporándose trabajosamente en el lecho del dolor,
exclamó con voz potente: "Conste que quiero morir como religioso". Al fin, empezó la mejoría, hacia las ocho de la mañana del lunes 24, manifestando enseguida un vehemente deseo de levantarse a
celebrar el Santo Sacrificio, por haber recordado que se cumplían cuarentaidos años de su consagración sacerdotal. No hubo razón ni fuerza que se lo pudiera impedir y, levantándose y vistiéndose de
prisa, fue conducido por el P. Fr. José Escutia a la estancia donde murió el siervo de Dios P. Vilaseca, convertida en: pequeño oratorio de la Comunidad Josefina. Al iniciar la santa misa, le sobrevino un
vómito, v entonces su acompañante le suplicaba que no prosiguiese la celebración, pero el P. Zavalita dijo al oído de su cooperado¡-- -Mira, P. José, yo me conozco muy bien y sé perfectamente que, Dios
mediante, resistiré todo el tiempo que dure la misa y ya no vomitaré". .
Y en efecto celebró fervorosamente y en perfectas condiciones. Por ser auténtico religioso, N.P. Zavalita poseía una
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finísima mirada psicológica, que nada más con una simple observación distinguía quién había abrazado la vida religiosa con verdadera vocación y quién no. Era como un sentido carismático, detector de la
autenticidad o sinceridad de los corazones. El mismo día en que llegaron los profesos a Naucalpan, recién salidos del noviciado, -marzo de 1935-, platicando él con los Padres en la sobremesa del
refectorio, preguntando qué le parecía de sus nuevos conventuales, hizo un breve retrato hablado de la fisonomía espiritual de cada uno, favorable para cinco, mas llegando al sexto, se quedó un momento
pensativo, diciendo al fin: -Pues, hermanos, por este hermano hay que pedir mucho, porque no le veo vocación, y (arde o temprano puede colgar los hábitos y secularizarse. Pasaron los años. Aquel
hermano recibió la unción sacerdotal desempeñó el ministerio por más de cinco lustros. Murió el P. Zavalita en 1947 y parecía haber fallado en su predicción, pero a los veinte años de su deceso, el
hermano aquel ha venido a confirmar con sus hechos la advertencia profética; todos sabemos que no sólo está secularizado, sino también ligado con el vínculo matrimonial. Quizá se retardó el
cumplimiento del vaticinio por las oraciones del siervo de Dios. Este caso, bien comprobado por el testimonio de los padres que oyeron la profecía, no es el único, pero sí el más notable, porque Fray
Miguel no había tratado ni experimentado antes al joven profeso y su predicción fue de primera vista.
También tenía especial Intuición para conocer, a golpe de vista, la santidad de las personas, aun sin haberlas conocido ni tratado nunca. Al fundador de los misioneros del espíritu Santo, P. Félix Rougier,
lo conocía de oídas, mas no personalmente, y uno de los días de su convalecencia en el Escandón, se le presentó de improviso en su cuarto clínico,
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con el fin de informarse de su salud.


-Padre Zavalita- le dijo el visitante-, ya nos tenía preocupados por la gravedad de sus males, pero ahora veo con gusto que está mejorando.
-Su reverencia es el padre Rougier -díiole Fray Miguel-. ¿No es verdad? Tenía verdaderos deseos de conocerle, pero no se me había hecho. Ahora celebro la ocasión y agradezco su visita.
-Pero, dígame, ¿cómo me conoció luego por mi nombre, sin haberme visto antes? -preguntó Rougier-.
-Por una señalita que tiene en los ojos...
Al irse el buen visitante, comentó Fray Miguel: -¿Cómo no lo iba a conocer, si se le asoma el alma de santo en las pupilas? Este hombre va volando a la santidad.
En Naucalpan, decía toda la gente que el P. Zavalita "adivinaba" y contaban multitud de casos, en que, dentro de la confesión o en consultas espirituales, se había adelantado a decirles sus pecados y
problemas, con toda exactitud, como si estuviera leyendo el íntimo libro de su conciencia y que algunas veces llegaba a las casas, sin ser llamado, para confesar y ungir y confortar con el sagrado viático a
personas que aparentemente no estaban graves y, sin embargo, morían pocas horas o días después. Como él acudía habitualmente al hospital general de la ciudad de México, a visitar a los muchos
enfermos, ordinariamente pobres, que allí buscaban curación gratuita, se encontraba con grandes pecadores o incrédulos que rehusaban los sacramentos o aplazaban su recepción. Con frecuencia lograba
convencer a los refractarios, pero no pocas veces
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tenía que esperar a que "les naciera del corazón", como le decían ellos. "Pero sí te sé decir -me confiaba él- que, gracias
Dios, ningún carancho se me ido en pelo, porque siento corazonadas, cuando ya están cerca de la pelona, y me voy corriendo y los he alcanzado ya casi en las ancas del caballo del diablo". Así era su
lenguaje de pintoresco. Y luego me contó un caso que el P. José Escutia recuerda también habérselo oído. Se trataba de un pastor protestante que se encontraba encamado en dicho Hospital. Naturalmente,
todas las exhortaciones del confesor se estrellaban contra la roca de su presunción, pues salía siempre a relucir su manido argumento de que la confesión debe hacerse directamente con Dios y no a través
de los hombres más pecadores que él y, por añadidura, hipócritas. Un día, como a las seis de la tarde, sintió Fray Miguel "la corazonada" de que este hermano renuente se encontraba en extrema necesidad
espiritual y, sin esperar más, tomó su ampolleta y el relicario con el Santísimo, dirigiéndose luego al hospital. En efecto, el enfermo estaba muy grave y ya desahuciado de los médicos, pero todavía
consciente. Los primeros impulsos para a convencerlo volvieron a fracasar. Pero luego, el pastor católico le recordó al pastor protestante lo que Martín Lutero
dice que dijo a su madre, cuando ésta le preguntó si ella debería seguir en la Iglesia, católica o afiliarse a la protestante: "Para vivir, la protestante -respondió el hijo-, mas para morir, la católica". Y así,
aquella madre murió auxiliada con los sacramentos de la iglesia de Cristo. Eso bastó para que el renuente se ablandara y accediera a recibir los sacramentos. Con sincero arrepentimiento se retractó de sus
errores doctrinales, hizo humilde confesión de sus pecados y recibió fervorosamente la divina eucaristía, muriendo luego en el seno de la santa madre iglesia católica.
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Es claro que la gracia de Dios actúa directamente en la almas que el Señor quiere salvar, pero también algo tiene que ver el intermediario, sobre todo, cuando es como una réplica viviente del buen pastor.
Dos años después de haber iniciado la restauración de la iglesia vicarial, quedó ésta limpia en su cantería exterior y exquisitamente decorado en su interior, siendo como un espejo donde podía verse la
belleza espiritual del cuerpo místico de Cristo y de los templos vivos del espíritu santo. En San Bartolo Naucalpan todo era nuevo, gracias a su artífice espiritual, movido por la fuerza de Dios. Ahora,
había que grabarle a uno y otro templo el sello de la bendición y de la consagración. Y así, el 23 de Agosto de 1936, domingo XIII después de pentecostés, el pastor diocesano monseñor Pascual Díaz y
Barreto- consagraba solemnemente la iglesia remozada, ungiendo con sagrado crisma las doce cruces simbólicas y la mesa del Altar Mayor, nada común, pues era de obsidiana. Quiso el prelado que Fray
Miguel celebrara la primera misa sobre el nuevo altar, reservándose él la pontifical del siguiente día, fiesta del patrono San Bartolomé Apóstol, en cuyo título, juntamente con el de Santa María de
Guadalupe, quedó la iglesia dedicada. Al terminarla sagrada función, el señor arzobispo hizo que su Secretario diese lectura a un decreto, fechado ese día 24 de Agosto de 1936, por el que erigía
canónicamente en parroquia la antigua vicaría "al muy querido y di o religioso de la orden de San Agustín Fray Miguel F. Zavala, de acuerdo con su prelado provincial, el M.R.P. Fr. Angel Zamudio". Ni
qué decir que prosiguió su obra pastoral, con vigilante celo apostólico, porque solía decir él que los templos materiales, una vez construidos o restaurados, dejan descansar por algún tiempo; no así los
templos espirituales
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que requieren un cuidado constante para que no se arruinen, pues el pecado no es una picota, sino una bomba destructora".
El capítulo provincial de Agosto de 1937 viene a marcar, e ti la Provincia Agustiniana de Michoacán, la línea ascendente (le su renacimiento monástico, gracias al impulso del dinámico R visitador general
Fr. Juan Manuel López Martínez, gallego español de gran espíritu religioso, que lo presidió e hizo incorporar a las determinaciones capitulares todos sus decretos (le visita, resultando del conjunto unos
muy sabios y prácticos Estatutos de la Provincia. Para elaborarlos gastó más de un año de paciente recorrido por cada una de las casas y de diálogo fraternal con cada uno de los religiosos. A quienes más
frecuentó, para informarse concretamente del estado real de la Provincia, dentro del marco de la situación política (le México fueron los PP. Fr. Ignacio Flores y Fray Miguel F. Zavala. Es indudable que
éste le fue de especial utilidad en su búsqueda, tanto por su talento y sus ideales de renovación, como por su íntimo conocimiento de personas y circunstancias, debido a su larga trayectoria de gobierno
provincial, como Secretario y Definidor, y su trato con los más altos intelectuales
católicos del país. El nuevo prelado provincial Fr. Raimundo Pardo, aun teniendo a su lado en Morelia al prudentísimo y experimentado exprovincial Fr. Angel Zamudio, recurría frecuentemente, en
demanda de consejo, a nuestro Padre Zavalita, cuya sinceridad y rectitud le eran plenamente
conocidas. Creemos que, por eso, lo propuso para Prior de Yuririhapúndaro, saliendo electo por unánime sufragio. Para obedecer su nueva designación, presentó su renuncia de la roquia de Naucalpan,
por exigirlo así la legislación de la arquidiócesis de México, ante el Señor Arzobispo Dr. D. 1 111 s M aría Martínez y Rodríguez, sucesor del difunto Monseñor Díaz. Pero la contestación fue una súplica
de que esperara
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hasta fines del año, mientras se arreglaba con la provincia la aceptación perpetua de la parroquia o, al menos, una prórroga de sus servicios. Ya para entonces se había obtenido de la Santa sede la erección
canónica de nuestra casa en las Lomas de Chapultepec, pero el Sr. Arzobispo deseaba que tuviera nuestra provincia también esta otra casa en la arquidiócesis metropolitana. Como después de lamente a la
petición arzobispal, el padre Zavalita tuvo que someterse a otra intervención quirúrgica de emergencia, por problemas de la vesícula billar, tuvo doble impedimento para trasladarse a su nuevo priorato.
Tardándose la plena recuperación de su salud, él juzgó necesario en conciencia presentar su renuncia al definitorio, como lo hizo por mi conducto -pues era yo definidor-, el 24 de Enero de 1938. No fue,
por tanto, que e aferrase a su parroquia de Naucalpan, como más de alguno pudo creer, sino verdadera causal canónica; por lo cual, se le admitió la renuncia y se le asignó por residencia la nueva casa de
las Lomas de Chapultepec, nombrándolo subprior. Además, se tomó el acuerdo definitorial de que "una vez hecha nuestra iglesia de las Lomas de Chapultepec parroquia o vicaría fija, el R.P. Fr. Miguel F.
Zavala, será el encargado de ella''. Como todavía esta designación era condicionada y por otra parte, no había dejado de ser párroco de Naucalpan, al salir del Sanatorio en fines de Febrero de 1938,
regresó a su oficio pastoral, por diez meses más, pues al finalizar el Año Litúrgico fue entregada la parroquia de San Bartolo Naucalpan al Arzobispado, y el Padre Zavalita marchaba a la ciudad de
Salvatierra en el Bajío, el 23 de Noviembre de 1938, para encargarse provisionalmente del templo de Ntra. Sra. del Carmen, que los carmelitas, carentes de personal, habían confiado a nuestra provincia,
por el término de diez años. Allá en Naucalpan había dejado corazones sinceros,
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los de toda la feligresía, que no podían consolarse de su ausencia y, acá encontraba ceños adustos, desprecios y burlas, de parte de la numerosa cofradía carmelitana, inconforme con el retiro de sus
religiosos de hábito café y capa blanca, reemplazados ahora por los de negra estameña. En dos meses y medio que desempeñó aquella capellanía, no era posible que comprendiesen los salvatierrenses el
tesoro espiritual que el Señor les había enviado con "aquel fraile prieto, viejo y chaparro vestido de luto", como le tildaba la beatería carmelitana. A pesar de todo, inclusive- el vacío que le hizo la sección
femenina de la Cofradía, el templo se veía henchido de fieles los domingos y días festivos y aun entre semana eran numerosos los que acudían diariamente a la santa misa y al rosario. Muchas eran las
comuniones que distribuía diaria, semanaria y mensualmente,, y su
confesionario, en que solía sentarse por lo menos tres o cuatro horas al día, estaba siempre lleno de fieles de ambos sexos, (le toda edad y condición social. Prueba ésta de que los disidentes formaban una
insignificante minoría y, en cambio, la mayoría de los salvatierrenses, entre los que se contaban
no pocos yurirenses, establecidos allí desde la revolución, sí llegó a estimar la gran virtud y el espíritu evangélico del
insigne agustino. Tanto, que al separarse de allí por su cambio a Yuriria, lo sintieron-de corazón y le invitaron a
darles vueltas de vez en cuando, para recibir sus consejos ellos y para ayudarle a él con su óbolo, en la obra de su santuario guadalupano. En tan breve tiempo, alcanzó a
conquistar un grupo considerable de almas, para la fundación de la Venerable Orden Tercera en el templo carmelitano, como de hecho se llevó a cabo por su inmediato sucesor. Salvatierra de la Luz quedó
embalsamada de la suave fragancia del vergel agustiniano que llevaba Fray Miguel en su corazón.
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XIV.- RETORNO A SU AMADA YURIRIA

Le llevaba en el centro de su corazón y la recordaba con cariño en sus íntimas confidencias. Pero se había impuesto el sacrificio de no visitarla, durante los ocho años de su ausencia, porque intentaba
practicar hasta la perfección la santa indiferencia aconsejada por el autor de los ejercicios espirituales. Esto nos lo confió algunas veces a quienes nos dispensaba la revelación de su íntimo secreto, de
ninguna manera por jactancia de la cual estaba muylejos su humildad, sino incidentalmente, al peguntarle por que no había hecho ninguna visita a Yuriria, la amada de su alma.
-Precisamente por eso- solía responder-, porque es mi consentida, no sólo la ciudad de Yuriria, sino toda la parroquia con sus vicarías, Moroleón desde luego, no he aceptado varias invitaciones que me
han hecho a sus fiestas, pues ¿,cuándo voy a procurar la santa indiferencia ignaciana si no es ahora que tengo feliz ocasión? Creeme, Nicolás, que he estado a punto de quebrantar mi propósito, pero el
Señor me jala la gamarra.
-Pero ahora te ruego que me dispenses, tata cura, -así me llamaba él- y llévale mi saludo al Señor; no te digo que mi corazón, porque allí lo tengo, a sus plantas, desde hace mucho tiempo.
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-Pues tendrá que ser su capellán -le aseguré con aplomo, sin decirle que tenía yo el propósito de proponerlo para ese cargo al definitorio.
-Cuando la obediencia hable, será otra cosa -replicó sencillamente, dirigiéndome una mirada interrogativa.
Y la obediencia habló seis semanas después, cuando, el 12 de Febrero de 1939, recibía el pliego que le comunicaba haber sido electo vicario prior de Yuriria y capellán de la Preciosa Sangre de Cristo, por
el capítulo intermedio celebrado tres días antes. Nada más esperó al P. Fr. José Fulgencio Villagómez, que le iba a reemplazar en Salvatierra, y tomó el camino de Yuririhapúndaro, en un destartalado
camión de los Transportes del Bajío. A nadie había avisado la fecha de su partida ni de su llegada y por eso cayó de sorpresa en Yuriria, aquel lunes 20 de Febrero de 1939, antevíspera del Miércoles de
Ceniza. Pronto se dio cuenta la población del venturoso arribo de su amado padre y, en una hora, quedó pletórico el espacioso atrio con la gente jubilosa que se reunió a darle la bienvenida.
Ordenadamente, desfilaron ante él todos los feligreses para saludarle de mano y el buen padre con su característica amabilidad, tuvo para cada uno expresiones de afecto y gratitud. Cuando terminó el
besamanos, me dijo por todo comentario, rubricado con dos lagrimones que se deslizaban por sus mejillas:
-¡Qué fe tan grande la de nuestro pueblo! Sólo así se explica que se alegren con la llegada de este pobre viejo carancho que ya para nada sirve.
Pero, en verdad, la fe de los unos y la virtud del otro se correspondían y se abrazaban en el auténtico amor en Cristo.
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Si la modestia de Fray Miguel le hacía considerarse como un viejo inservible, la realidad vino a desmentirla, porque esta su segunda estancia en Yuririhapúndaro fue tan fecunda y moralmente más que la
primera. Si bien, ahora ya no era pastor responsable de aquella grey, la apacentaba, sin embargo, con amor visceral, tratando de reponerla en su esplendorosa floración de ayer.
Durante su ausencia de ocho años, no había sufrido grave deterioro, pues los pastores intermedios la habían cuidado con amor, cada uno según sus fuerzas y su estilo apostólico. El inteligente P. Fr.
Nicolás M. Martínez (1931-1934) la había apacentado principalmente con la palabra de Dios, siendo como era un notable orador sagrado, y con el ejemplo de su paciencia y de su bondad, pero le faltó el
dinamismo para algo tan importante como lo es ir a las ovejas y convivir más familiarmente con ellas. Su inmediato sucesor, talento brillante y bien preparado, fue el P. Fr. Rafael Díaz, que poseía también
un sentido práctico y dinámico y, por tanto volcaba su acción hacia el pueblo para sacudirle la rutina y llevarlo a una vida cristiana más intensa y apostólica; pasó afortunadamente como una estrella fugaz
y como halagüeña promisión, pues su apostolado parroquial duró apenas seis meses (Mayo 31 -1934- Diciembre 15) y, aunque lo fue a continuar en una vicaría de la parroquia, Santa Rosa Parangueo,
también allí fue raudo su paso, pues el 19 de Marzo de 1935, después de una heroica actividad desplegada en una misión intensiva, se desplomó en el púlpito víctima de un ataque de apoplejía, a cuya
consecuencia murió un año más tarde. El tercero, P. Fr. Reginaldo de San José Vega, pastoreó la grey por tres años (1934-1937), supliendo con su genuina virtud y constante actividad su no muy dotada
capacidad intelectual; convivió en medio del redil y ejercitó allí las obras de
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misericordia, especialmente la visita asidua de los enfermos; atendió con celo apostólico las asociaciones pías y de acción católica y promovió la orden tercera agustiniana en la cabecera y en. las vicarías;
llevó a cabo iniciativas de obras sociales, como la organización de los gremios de menestrales y la formación cristiana de sus miembros, cooperando además con la autoridad civil en la primera instalación
del agua potable. El cuarto, P. Fr. Facundo de la Asunción Cardoso, durante el año de su actuación pastoral (1937-38), ejerció con vigor y suficiencia el apostolado de la palabra, pues era auténtico filósofo
y teólogo, aunque sin graduación académica; comentó magistralmente la encíclica de S. S. Pío XI contra el comunismo ateo "intrínsecamente perverso", precisamente cuando en nuestra patria se estaba
intentando la descristianización, mediante la ofensiva comunista en todos los niveles, patrocinada por el mismo presidente de la república con su gabinete; esto mismo le concitó al P. Cardoso la aversión
de algunos cristianos pusilánimes, que juzgaban esa predicación ajena a su ministerio y como un desafió temerario, y por ende imprudente, a la, política gubernamental, pudiendo con ello suscitar una
represalia contra la parroquia; y empezaron a pedir su remoción, alegando como razón fundamental el descuido en que el párroco tenía las asociaciones y la acción católica, según el criterio de los
querellantes, quienes lograron al fin su objetivo. Entonces vino el quinto, Fr. Nicolás P. Navarrete, arribado a la parroquia el 13 de Mayo de 193 8 y entrando en el ejercicio de su cargo, el 2 de Julio
siguiente, fechas ambas de Nuestra Madre Santísima del Socorro, cuyo patrocinio maternal bendijo su apostolado, no sólo encarrilándolo por la línea zavalista, sino principalmente alcanzándole la gracia
de que el padre y pastor viniese en persona para hacerme beneficiario
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de su oración, de su ejemplo y de su acción apostólica.


Ayuntáronse en aquel período venturoso, cual vasos comunicantes, el amor paternal del prior y el amor filial del párroco, siendo desde luego éste el mayor beneficiado. Puse en sus manos la grey aunque
sin desentenderme de mi responsabilidad. Le hice saber, con palabras y con hechos, que tenía libertad ilimitada para sus promociones en toda la Parroquia y se impetró de la sagrada mitra el nombramiento
de vicario cooperador, a fin de poderlo delegar habitualmente para todos los casos de jurisdicción parroquial, pues todas las cortapisas jurídicas deben franqueársele a un apóstol auténtico y más a Fray
Miguel que estaba identificado con el pueblo de Dios en Yuriria.
Como prior del convento, tenía que atender a la comunidad de los religiosos, que éramos seis y a la orden tercera agustiniana y la archicofradía de cinturados de Ntra. Madre Sma. de la Consolación,
cumpliendo fielmente con esta obligación que consideró siempre como primordial. Promovió y sostuvo constante la perfecta vida común en todos los órdenes: observancia religiosa de la regla y
constituciones; oración vocal y mental en coro y en común, por la mañana temprano, a mediodía, por la tarde y por la noche, sin que dispensara a nadie de la asistencia, fuera de los actos más urgentes del
ministerio; para la mesa común, dejaba en libertad la hora del desayuno, por ser distintas las horas en que cada uno tocaba la celebración del santo sacrificio, pero en la comida y cena teníamos que estar
todos reunidos y en todo tiempo se hacia lectura y conversábamos sobre casos prácticos de moral o liturgia; los retiros mensuales se tenían con todos los vicarios fijos de las catorce filiales de la parroquia,
pues todos se consideraban conventuales de
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Yuriria, aunque residiesen en sus respectivas vicarías, e igualmente eran los ejercicios Espirituales cada año; en fin, nuestro padre prior cifraba la esencia de la vida religiosa en la comunidad de los
hermanos, de acuerdo con el áureo principio del gran padre San Agustín: "Para eso os habéis s reunido en el monasterio, para vivir unánimes en la casa, de tal modo, que tengáis una sola alma y un solo
corazón en Dios, sin poseer nada propio sino todo en común". Y esa fue la convicción y la práctica indefectible de Fray Miguel, durante los 58 años de su vida de agustino. Por eso, mereció con creces ser
coronado de siempre vivas y empuñar el báculo simbólico, de acuerdo con la hermosa ceremonia que la orden tiene establecida para la celebración del jubileo de oro de sus hijos. El 12 de Junio de 1939,
cuatro meses después de su regreso a Yuririhapúndaro, N.P. Provincial Fr. Raimundo Pardo impuso la corona y el báculo al padre Zavalita, antes de iniciar éste la santa misa, en el mismo templo y altar,
en que medio siglo antes se había crucificado con Cristo. Quien esto escribe le dirigió el fervorín jubiloso, del jubileo en la velada que el colegio de San Pablo le ofreció por la noche, le recité un poema
jubilar que escribí precisamente para congratularlo en su gran día, y en ambas ocasiones vimos todos brillar las lágrimas en sus ojos. A la ceremonia litúrgica asistimos los religiosos de la provincia, casi
en su totalidad y muchos vimos que la Virgen del Socorro fijaba su mirada en Fray Miguel y sonreía con cariño maternal, como si estuviera viva en la imagen. Tanto en el ágape conventual, como en la
velada, la acción de gracias de Fray Miguel fue sencilla e idéntica: “¿Qué les puede decir este viejo tan carancho y tan pecador, sino que se siente abrumado, no por el peso de la cruz, sino por esta enorme
generosidad de los hermanos? Dios se los pague, y a Ël le
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pido que así vivamos unidos siempre los hijos de esta santa provincia de San Nicolas Tolentino de Michoacán, porque ¡cuán bueno, y grato es que los hermanos vivan formando una sola alma y un solo
corazón en Dios! Que seamos realmente la corona de nuestro Aarón, el gran padre San Agustín, bajo el manto de Ntra. Madre Sma. del Socorro. El báculo que me han dado no es más que el bordón de
este pobre pordiosero que ha implorado siempre una limosna de las almas para Dios y de Dios para las almas y ahora les pide a todos la limosna de sus oraciones". Una estruendosa ovación rubricó sus
palabras y lo vitorearon las porras de la juventud. Muchos regalos le obsequiaron los feligreses, y nosotros los padres que éramos los primeros frutos del Colegio de San Pablo, bajo su rectorada, le
ofrendamos un álbum conmemorativo, con. su retrato y con nuestras fotos y congratulaciones, así como un hábito que ciertamente no usó, sino que lo guardó para sudario en su muerte.
Al mismo tiempo que cumplía fielmente con sus deberes de prior, el padre Zavalita era un vigilante guardián del santuario del Señor de la Preciosa Sangre, donde celebraba diariamente la santa misa, oía
numerosas confesiones y rezaba el rosario vespertino, haciendo a pie dos o tres viajes cotidianos de ida y vuelta, pues no quiso usar del permiso de poner allí su residencia, precisamente por no convertirse
en monje solitario, él que tenía todas sus complacencias en vida conventual. Ni siquiera por enfermedad, con excepción de la última de su vida, se quedaba a pernoctar en el anexo del santuario, sino que
se hacía llevar a la humilde celda de su casa conventual. Allí se sentía feliz en la más grande pobreza voluntaria, pues nunca aceptó que se le cambiara por nuevo su viejo ajuar destartalado: una cama de
tablas, con un colchón lleno de bordos y almohada igual, unas sábanas
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remendadas, una gruesa frazada de burda lana y una colcha amarillenta que fue azul; un ropero desteñido y apolillado, con exiguas prendas de vestir; un escritorio veterano de cinco lustros; un librero de la
misma edad, con cuatro docenas de buenos libros, una silla y una poltrona frailesca con el respaldo y asiento forrados de cuero; un reclinatorio sin cojines y, en la b de su lecho una primorosa escultura de
Cristo Crucificado y un bello cromo de Ntra. Sra. de Guadalupe. Ese era el inventarlo de cosas de su uso, que venía presentando, desde luengos anos atrás, en su desapropio anual.
La pobrísima celda fue, sin embargo, dueña de riquezas espirituales incalculables. Allí
tenía sus intimidades divinas, como ayer, como siempre. Maceraciones acerbas y prolongadas meditaciones de mística celestial. Luchas y victorias contra el demonio que lo acosaban sin cesar, hasta
arrastrarlo y golpearlo materialmente, pues frecuentemente amanecía con moretones y chipotes en cara y cabeza, y él me decía que se había, caído de la cama, sin mentirme, pues no pocas veces una,
fuerza misteriosa lo empujaba hacia el suelo. Pero un día me reveló toda su campaña con el diablo. Lo que constatamos algunos de los que convivíamos a su lado fueron varias trifulcas extrañas que se
oían en las noches dentro de su celda, y él me aclaró que era cuando "el pingo" lo arrastraba. Todo esto, empero, no sucedió sitio en contadas ocasiones. La mayor parte del tiempo, logró gozar de paz y
tranquilidad en su diálogo de amor con Jesús y María, pues eso era su oración que alcanzó la más alta contemplación, hasta el éxtasis. Largas horas y, a veces noches enteras, se pasaba postrado de rodillas
sobre el suelo, tan inmóvil y absorto, que se semejaba una estatua. Así lo sorprendí algunas veces sin
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que se diera cuenta de que abría y cerraba su puerta. Naturalmente, esto lo hice para confirmarme en las sospechas que tenía de su alta contemplación. Nunca se lo dije, por no herir su modestia. Lo más
alto y profundo de su vida mística quedó en el misterio de su unión con Dios. Si de la abundancia del corazón habla la boca, ¿hasta dónde no llegaría esa unión, cuando todas sus conversaciones eran a
cerca de Dios y de personas y cosas santas? Todo, en su lenguaje pintoresco y ameno, lleno de saudades y gracejos, que disimulaban, delante de los demás, sus íntimas experiencias. En concepto de
quienes le conocimos y tratamos, recorrió Fray Miguel las tres vías de la vida espiritual, y por ende, conjugáronse en su personalidad el asceta y el místico, dentro de su cuádruple
existencia de hombre, cristiano, religioso y sacerdote sin desequilibrio alguno, sino en perfecta armonía. Y así, todas sus virtudes se integraron en "en la unidad de la caridad y caridad de la unidad" -que
decía El gran padre San Agustín-, sincronizando en su vida la acción y la contemplación. Y todo esto se manifestaba más claramente en los últimos años de su existencia terrenal, que son los que vamos
ahora reseñando. Precisamente, su acción apostólica fue muy, intensa y extensa en esta su segunda jornada yurirense (1939-1947). Cuando se ausentó en 1931, dejó encargada la continuación de la obra
del santuario guadalupano al P. vicario cooperador Fr. José Fulgencio Villagómez, quien cumplió su encomienda con diligente afán, logrando la construcción de la hermosa y airosa cúpula y dando
principio a la torre señera. Ahora le tocaba a Fray Miguel proseguir ésta y decorar y pavimentar la espaciosa nave y los cruceros, así como la construcción del altar mayor y de los dos colaterales con su
retablo de cantería labrada y dorada. Era, pues, todavía una empresa de gran
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envergadura y se enfrentó a ella sin titubear. Desde la primera semana de su regreso, se lanzó a las calles para hacer su colecta de puerta en puerta, como era su método de doble edificación. Volvió a
reconocer, uno por uno, a los antiguos feligreses y a. conocer los nuevos; a los unos, con viejos y nuevos problemas, y a los otros, con su primerizo bregar en la vida. Curaciones morales y somáticas,
socorros materiales, consejos orientadores, consuelos espirituales, todo a granel, iba repartiendo día a día por toda la población, restaurando y embelleciendo los templos vivos del Espíritu Santo, a cambio
del óbolo que le daban las almas para la terminación del templo de piedra. Y, al fin, el 12 de Mayo de 1945, pudo presentar a Ntra. Madre y Reina Santa María de Guadalupe un joyel más para su diadema,
ya que ese su santuario yurirense es, en realidad, una apreciable obra de arte plateresco, de estilo neoclásico, al modo de tresguerras, pues el proyectista Lombini parece haberse inspirado en la obra del
decimonónico arquitecto celayense. No sin razón, un notable historiador guadalupano, el Lic. Garibi Tortolero, en el número extraordinario de LA VOZ GUADALUPANA - Octubre de 1945-, escribió en
su reseña del cincuentenario de la coronación pontificia de la Virgen de Guadalupe (1895-1945): "Uno de los homenajes más valioso, tributados a Ntra. Madre y Reina, en este su año jubilar, ha sido la
consagración y dedicación de su Santuario en Yuriria, Gto., la ciudad legendaria del Bajío, por su grandioso convento y sus bellos lagos, uno natural y el otro artificial. Gracias a la dedicación
abnegadísima del virtuoso agustino Fr. Miguel F. Zavala, puedo llevarse a cabo esa obra artística muy apreciable por su maciza construcción, su cantería sobriamente labrada, su airosa cúpula, su torre
señera, su altar de cantera rosa bien tallada y discretamente dorada, su,
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decorado con motivos de rosas simbólicas, todo, de limpio estilo neoclásico, el cual no desconocería Tresguerras como emanado de su inspiración. Se emprendió la obra en 1923, con la esperanza de
terminarla en el cuatricentenario guadalupano, pero se atravesó la persecución religiosa y luego la separación del P. Zavala, quien a su regreso en 39 la reanudó, dándole feliz remate en este segundo
jubileo guadalupano, como para engarzar una joya más -por cierto,
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espléndida- en su Corona".
Era el tercer templo nuevo que ofrendaba Fray Miguel a la gloria de Dios y el sexto de los consagrados con la unción del Crisma. Y puesto que todo lo hizo con el óbolo de los fieles y con la cooperación
de otros sacerdotes -en todos los cuales realizó maravillas de restauración espiritual-, quedaron engastadas en las obras arquitectónicas y plásticas millares y millares de preciosas gemas: las almas.
Todavía le quedaba otra ofrenda, que había de ser el coronamiento excelso de su vida y de su obra: el embellecimiento
y consagración del Santuario del Señor de la Preciosa Sangre. Dedicado, con solemne bendición nada más, el lo. de Enero de 1901, necesitaba, a los cuarenta años de su estreno, la renovación del
pavimento y un retocamiento del decorado, cosas que emprendió durante su cargo de capellán (1939-1947). Al mismo tiempo que atendía el acabado del Santuario Guadalupano, estaba empeñado en esta
loable tarea, que culminó casi a la par de su vida, pues un año antes de su muerte, logró que fuese solemnemente consagrado el templo por el Reverendísimo Pastor de
Morelia.
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XV.- MUERTE DE CRUZ


No fue Fray Miguel un estigmatizado, en el sentido físico material; pero yo tengo para mí que lo fue en forma espiritual. Esta su mística estigmatización pienso que fue gradual, durante los cinco postreros
años de su vida (1943-44-45-46-47), correspondiendo a cada año una llaga del Señor impresa en su vida, pues los sufrimientos físicos y morales se fueron recrudeciendo en él, dentro de etapas casi
regulares.
En Diciembre de 1943, el viernes día 3, a consecuencia de una caída en la calle, se fracturó la muñeca de la mano izquierda y tuvo que ser enyesado y permanecer por cuarenta días "con el sostén de la
charola inutilizado" -como decía e'¡-. Por el mismo tiempo se suscitaron graves disturbios en Yuriria y en la Provincia, a causa de que el pueblo yurirense. en una mayoría considerable, trataba de evitar el
cambio del párroco, Fr. Nicolás P. Navarrete, dispuesto por el capítulo provincial, celebrado el 13 de Noviembre de ese mismo ano, y de que un grupo de religiosos objetaba la legítima validez de las
elecciones hechas en dicho capítulo. Afectado profundamente por ambos disturbios, el Padre Zavalita estuvo de acuerdo conmigo en que debía obedecer y marcharme al priorato de Querétaro, para el que
se me había designado,
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como lo hice el 10 de Enero de 1944, quedándose él "triste y como desamparado" -según lo manifestaba-, porque me estimaba con caridad paternal.
El 24 de Febrero de 1944, celebró con gran solemnidad y regocijo sus bodas oro sacerdotales, rodeado de la mayor parte de los padres de la provincia, inclusive del prelado provincial Fr. Carlos de Jesús
Rosales y el P. Secretario Fr. Rafael Almanza, a quien le tocó la predicación. Al día siguiente de esta celebración, viernes 25 de Febrero, se me presentó en Querétaro mi buen padre, diciéndome que
deseaba celebrar una misa de acción de gracias en aquella iglesia que le tocó servir recién ordenado. Naturalmente, con todo el júbilo de mi alma, le organicé la celebración litúrgica para el domingo
inmediato, que era el primero de Cuaresma y resultó muy concurrida la solemnidad, asistiendo de medio pontifical el excmo. Sr. obispo diocesano D. Marciano Tinajero y su venerable Cabildo en pleno.
En mi sermón hice recuerdos muy gratos para el jubilado, de aquel lejano año de 1894 en que fue ungido sacerdote de Cristo y en que llegó a esta ciudad colonial para verter aquí el apostolado de sus
primicias sacerdotales, que habían de ser la pauta de su doble edificación, a través de los cincuenta años transcurridos. Al día siguiente, lunes, me pidió que lo llevara con el Dr. Paulín, porque el día jubilar
en Yuriria había sufrido un repentino dolor en el brazo derecho, que aún no disminuía. El médico diagnosticó un amago de embolia y lo sujetó a un tratamiento para un mes, al cabo del cual regresó el
enfermo ya muy mejorado, pero con la mano trémula, de lo que no llegó a recuperarse.
Tanto el P. prior rector del colegio de San Pablo, Fr. Alipio Rangel, como el nuevo párroco, Fr. Felipe Chávez y
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demás padres de la comunidad yurirense, trataron a Fray Miguel con gran respeto, solicitud y caridad, corno él lo merecía y lo necesitaba. Pero no pudieron ni creyeron conveniente vedarle sus actividades
apostólicas que llevaba adelante, sin tener en cuenta él mismo su precaria salud y su senil agotamiento. Ni siquiera dejó de recorrer las calles de la población, cuando en Mayo de 1945 sufrió la 111
infección de un cayo de la planta del pie derecho, hichándosele notablemente éste y no permitiéndole andar sino con grandes trabajos. Así estuvo presente en la prolongada ceremonia de la consagración
del santuario guadalupano, y así continuaba sus colectas a pie, de puerta en puerta. Fue en ese tiempo cuando tuvieron que levantarlo varias veces de las banquetas, ardiendo en fiebre. Con la cura y
descanso nocturno se recuperaba un poco y al día siguiente, era lo mismo. Pero no quería abandonar la tarea de la renovación
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del templo de la Preciosa Sangre. Fue precisa la intervención del P. provincial para obligar a guardar reposo por un tiempo razonable, hasta que obtuvo el alivio. Durante el resto de aquel año, pareció
recuperarse de sus achaques y prosiguió su trabajo con mayor expedición.
En el curso de 1946, los trabajos y enfermedades se le acrecentaron, porque, presintiendo el final de su vida, le urgía más la conclusión de su obra, a la cual se dedicaba con mayor intensidad, no obstante
que ya empezaba a desfallecer su corazón. En él se cumplía realmente la sentencia evangélica: "la carne es flaca, pero el espíritu está pronto". Como su actividad, su jovialidad se mantenía aún inexhausta.
Sonriente y afable siempre, para todos tenía un chiste, un gracejo o una palabra honda de consuelo. El optimismo era la atmósfera de su vida y todas las cosas y acontecimientos, aun los más graves, los
veía y estimaba con ojos de esperanza cristiana. Este "ánimo jocundo en una carne triste" comunicaba a esta misma una fortaleza invencible y una alegría inmarcecible. Hasta en sus mejillas demacradas y
brunas había untado su alma un tinte de rosicler. Verdaderamente, en ese vaso que estaba ya por romperse había esencias de paraíso. Apenas unas cinco o seis veces lo vi en ese tiempo, pues yo me
encontraba en Aguascalientes y, desde Noviembre en adelante, en Celaya. Y pude constatar, en cada ocasión, ese mismo semblante saludable, iluminado por el brillo de sus ojos, que era el reflejo de su luz
interior. A través de su conversación, pude captar también la riqueza de su vida interior, que se había aumentado y aquilatado. Sin sentimentalismo ni mojigaterías pseudomísticas, sino en un lenguaje
natural y llano, me descubrió sus experiencias de la más alta contemplación. Recuerdo su revelación de que aquella profecía bíblica: "abrevaréis con gozo el agua viva de las
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fuentes del Salvador", le. había dado materia para prolongadas meditaciones, en todo el mes de Enero, al pie del Altar de la Preciosa Sangre de Cristo, y que en varios momentos había experimentado
sensiblemente el contacto de sus labios con las Cinco Llagas y una dulzura suavísima que le duraba todo el día. Lo mismo le acontecía al tomar el Pan y el Vino de la Eucaristía. También la Madre de Dios
le comunicaba consuelos inefables, sobre todo en las largas temporadas en que llegó a padecer las arideces y desolaciones interiores. Por lo mismo, tengo yo la convicción de que Fray Miguel alcanzó a
subir todos los peldaños de la escala espiritual, ascética y mística. A lo largo de esta biografía, podemos ir constatando que el Señor le confió los cinco talentos y, con su gracia, puedo él duplicarlos en sus
ganancias, simplemente, con su maravillosa doble edificación.
El 3 de Mayo de 1946, pasaba yo a Morelia, donde iba a predicar el panegírico de Ntra. Madre Santa Mónica y en seguida el Novenario de la Virgen Santísima del Socorro; me detuve a pernoctar en
Yuriria, precisamente en el anexo de la Preciosa Sangre, donde ya residía Fr. Miguel. Lo encontró sordo y cojo, y me platicó que, si bien ya venía padeciendo la sordera desde años atrás, ahora se le había
recrudecido a causa de que un haz de cohetones estalló muy cerca de él, en el atrio del templo, el lo. de Enero por la tarde, al terminar el ejercicio vespertino de la fiesta del Señor. Que, en cuanto a su
cojera, se la habían ocasionado "los caranchos toros", pues había ido a confesar un enfermo por la calle del Obispo, en los momentos en que los traían a la Plaza de Toros para la corrida de la fiesta, y uno
de los brutos se le arrancó, echando él a correr, con tan mala suerte, que se le dobló el pie luxándose el tobillo; lo hubieran alcanzado los cuernos, si no hubiese intervenido oportunamente uno de los
charros.
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-Pues ahora sí -le dije-, ya tenemos la otra llaga.


-Todavía falta la del costado -me respondió-.
Y, después de una pausa, añadió:
-No creas, ya siento próxima la muerte. Este año, quizá no. Pero al entrante, si es que el Señor me concede mi gusto de morir en Viernes Santo...
Ni él ni yo consideramos proféticas esas palabras, sino como fueron, la expresión de un simple deseo, que él imploraba como una gracia de Dios. Y resultaron un exacto vaticinio.
No fue sino hasta la cuaresma del siguiente año, 1947, cuando apuntó el cumplimiento de su anhelo. Aunque desde principios de año, venía cayendo y levantando, por el agotamiento natural de un
organismo tan zarandeado, sin embargo, su postración definitiva en el lecho del dolor, que era tanto como su enclavamiento en la cruz, vino a efectuarse el viernes de la samaritana, tercero cuaresmal, en
dicho año, 7 de Marzo. No tenía afectado ningún órgano en particular, sitio que su dolencia era general, pues se trataba de una lenta y dolorosa consunción de su vida, según la diagnosis de los médicos.
Los PP. Prior Fr. Alipio D. Rangel y párroco Fr. Felipe Chávez lo atendieron con la solicitud exquisita que inspira el amor filial y fraternal. Ya por sí mismos o mediante los padres conventuales y
cooperadores, le confortaban diariamente con la Sagrada Eucaristía
estaban al pendiente de que recibiera a sus horas las medicinas y los alimentos. Dos Religiosas josefinas, especialmente la madre Pachita, pasaban días y noches junto a su cabecera. Ya para la quinta
semana de cuaresma
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-entonces la de pasión-, que fue cuando yo lo visité, se encontraba su cuerpo notablemente hinchado de piernas y abdomen, y era tenue su voz y fatigosa su respiración. Pero no había perdido el buen
humor, ni dejaba de rezar su rosario y varios salmos que se sabía de memoria, seleccionando aquellos que expresan la entrega completa a Dios e imploran su Infinita Misericordia. Se hacía leer algunos
capítulos de la sagrada biblia, sobre todo, del evangelio según San Juan. frecuentemente pedía que lo levantaran para celebrar el santo sacrificio y en la primera etapa de su postración sí lo hizo algunas
veces, pero en la última semana, que fue la mayor, con muchos trabajos celebró en el templo el domingo de ramos, cosa que ya no le permitieron el jueves santo, cuya Cena del Señor era su más grande
anhelo celebrar. Nada extraordinario ni menos prodigiosos pudieron admirar en él quienes lo atendieron durante su larga enfermedad, pero es que el milagro de su vida lo llevaba recóndito en su alma.
En la noche del viernes santo, 4 de Abril el P. prior le administró los últimos sacramentos, estando el enfermo en perfecto conocimiento, y poco antes de las doce de la noche, entró en agonía
extinguiéndose suavemente su vida, como lo que había sido, una lámpara del sagrario. Había hecho a tiempo su sesapropio, porque fue su voluntad continua morir como buen religioso, y así su muerte fue
como su vida. Expiró en el filo de la medianoche, junto a Cristo Crucificado en su devota Imagen de la Preciosa Sangre y teniendo en su cabecera la Mater Dolorosa. Su corazón fue lo último que falló y
por eso podemos decir que se abrió en flor como la quinta Llaga. No traspasado por una lanza, pero sí -transverberado -como el de nuestro padre San Agustín por el dardo de la ardentísima Caridad de
Cristo".
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La noticia de la gravedad de nuestro padre Zavalita me llegó a Celaya, por la vía telegráfica, hacia las siete de la noche, precisamente cuando subía al púlpito para predicar el sermón del pésame a la Mater
Desolata. -Terminado el cual, tomé un coche de sitio y me dirigía a Yuriria, por Valle de Santiago. Allí nos impidieron el paso los militares, por la cuarentena que había entonces a causa de la campaña
contra la fiebre aftosa del ganado. Fue inútil hablar personalmente con el general en jefe, D. Elugio Ortiz, pues me manifestó que la veda en esa zona era de emergencia. Tuve que regresarme a Celaya y al
día siguiente, sábado santo alcancé a celebrar la vigilia pascual -que entonces era por la rnañana y tomé el tren vespertino rumbo a Salvatierra, donde impetré del presidente municipal, buen amigo mío, un
pase por escrito. Por cierto, que al presentarlo al guardia que estaba apostado en la boca del puente, lo tomó entre sus manos en sentido inverso y, después de un rato, me dijo con candorosa sencillez:
-No sé lo que dice ese papel, porque está muy enrevesado, pero de todos modos, pase.
Y luego se despidió besándome la mano y añadiendo:
-La mera verdad es que no sé leer, pero basta y sobra que usted sea padrecito.
Incorporo este detalle a esta historia, para que se vez una vez más la confianza ciega que nuestro pueblo humilde tiene hacia los ministros de la Iglesia, fruto de su fe cristiana.
Llegando al templo de la Preciosa Sangre, me encontré con un cuadro desolador y consolador ala vez. Unaimponente multitud de miles de almas desfilaba frente al féretro, colocado
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abajo del presbiterio. Abierto el cristal que dejaba ver el rostro de nuestro difunto, uno por uno de los fieles besaban allí, tocando al mismo tiempo rosarios, medallas, escapularios y otros objetos,
convencidos de que se les adhería un efluvio de santidad, pues todos lo tenían y lo tienen aún por verdadero santo. En medio del silencio del sagrado recinto, solamente se escuchaban el rumor incesante
de los pasos y los llantos y sollozos, así como las jaculatorias que imploraban gracias y favores por intercesión del pastor inolvidable... Y así había sido las veinte horas que llevaba de expuesto el féretro y
prosiguió el escenario hasta que se cerró el telón del sepulcro. Y desde entonces, a lo largo de los cinco lustros que han sobrepasado la fecha del tránsito, aquella tumba -primero en el cementerio civil y
luego en el templo parroquial- no ha dejado de ser visitada, día con día, por grupos de fieles, que se hacen multitudinarios en su anual rememoración. Por ahora le ofrenda culto privado, invocando su
intercesión y testificando en "retablos" su gratitud por favores recibidos.
Todos los fieles están perfectamente. conscientes de que el culto público y la aureola de santidad solamente puede autorizarlos el vicario de Cristo. No pudo celebrársele misa de réquiem exequias, por el
tiempo litúrgico que lo impedía, pero al más insignificante de sus hijos espirituales, el que ahora evoca su bendito recuerdo, le fue dado celebrar la misa de pascua de resurrección, frente al féretro, y
aplicar el maravilloso Evangelio al hecho cierto de que Fray Miguel Francisco Zavala -como cristiano, como religioso, corno sacerdote y como pastor de almas- vivió auténticamente, hasta donde nos es
posible juzgar a nosotros, la muerte y resurrección de Cristo, y por eso, "vive él, pero ya no él, sino Cristo en él". Ahora sobre su cadáver lloramos, pero por su futura resurrección y - la actual inmortalidad
de su
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alma, también cantamos el aleluya triunfal. Las lágrimas corrían por nuestras mejillas, pero ya no eran de pesar humano, sino de alegría sobrenatural.
Por la tarde del día de pascua, 6 de Abril de 1947, una densa valla de feligreses, formada desde la Preciosa Sangre hasta el cementerio -mas de un kilómetro- vio pasar en silencio la caja mortuoria llevada
en hombros de seglares y religiosos y resguardada por varios padres agustinos, en pos del párroco revestido de pluvial dorada; todos cantábamos las preces exequiales. El recinto fúnebre fue incapaz de
contener la muchedumbre que se apiñó para presenciar el sepelio. Todo había concluido hacia las seis de la tarde, pero todavía a medianoche estaban desfilando los feligreses ante la gaveta que guardaba
las exuvias, y sellaban la lápida sepulcral con el ósculo del amor filial.
No parecía sino que los fieles rehusaran separarse de la nueva morada de su Padre, Pastor y Maestro. ¿Cómo podrían dejarlo solo, cuando él siempre los acompaño con su cariño y sus bendiciones?
En la breve oración fúnebre que pronuncié a la hora del sepelio, decía yo: ¿Por qué, al velar su cadáver ayer Sábado Santo y en estos momentos en que colocarnos sus restos mortales en la tumba, lo
mismo que al celebrarle el santo sacrificio esta mañana pascual, han sentido nuestros corazones UN DOLOR COLMADO DE GOZO? Yo pienso, hermanos, que es muy sencilla la respuesta: quien
durante su vida pudo exclamar sin engaño con San Pablo: "Vivo yo pero ya no yo, Cristo es que el vive en mí", tuvo que parecerse a Él hasta en el final de su existencia terrena; viernes de parasceve y
domingo de pascua son un solo día de gloria inmortal.
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XVI.- SU PRESENCIA POST MORTEM

En concepto de muchos que le tratamos, de cerca y por largos años, el clima sobrenatural de la FE envolvió toda su vida; la ESPERANZA guió todos sus pasos, como luz en su sendero, y le atrajo como
un imán hacia la intimidad con Dios Uno y Trino, formando en su alma el espíritu de oración; la CARIDAD en cruz le hizo darse todo a Dios, en incendio vertical, y todo a los hombres, en llama
horizontal de abnegación y sacrificio; vivió crucificado con Cristo, por- la CONSAGRACION DE LA CASTIDAD, el TESTIMONIO DE LA POBREZA, el SERVICIO DE LA OBEDIENCIA y su
OBLACION DE SACERDOTE Y HOSTIA con El; sirvió o a la iglesia y al mundo, por el advenimiento del REINO DE DIOS, proclamando, con la palabra y el ejemplo, EL MENSAJE DE
SALVACION; anduvo siempre en verdad y por eso, los cuatro elementos de su personalidad -lo humano, lo cristiano, lo religioso y lo sacerdotal- se elevaron a la meta de la perfección sobre los cimientos
profundos de la HUMILDAD; en su vida y en sus obras actuaron los siete dones del espíritu santo y el árbol de su espiritualidad se cuajó de los frutos del mismo Paráclito Divino; pastoreó las almas con
la homilía, el kerigma, la catequesis, ungidas de espiritualidad evangélica y al través del cristal luminoso de mi sencillez, al mismo tiempo que con la pródiga donación de
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la gracia sacramental; su PIEDAD personal "era una antorcha que ardía y resplandecía" por los tres amores de su vida, que eran solo Amor: EUCARISTIA, MARIA Y AURELlO AGUSTIN.
Fue un hombre cabal, un auténtico cristiano, un religioso hondamente agustiniano y un sacerdote según el Corazón de Cristo.
El pueblo cristiano, en Yuriria, donde reposan sus restos mortales en la iglesia parroquial, y en muchos lugares cercanos y lejanos, le atribuye muchos favores alcanzados de Dios por su intercesión, como
puede verse en los exvotos, llamados popularmente "milagros" y "retablos" que
colocan en su sepulcro. Si se hubiesen levantado informaciones testimoniales oportunas, ya más de alguno de los hechos que narran esos retablos podrían haber sido declarados extraordinarios y
milagrosos: que si detuvo un tren para evitar su descarrilamiento, apareciéndose al maquinista para indicarle el peligro, sin saber éste que se trataba de un sacerdote ya difunto y al que reconoció en el
retrato cuando fue a darle las gracias a Yuriria; que si curó instantáneamente a una pobre tullida con solo darle la mano y levantarla; que si libró del fusilamiento a un inocente; que si a un bracero que
regresaba de Norteamérica, a quien los ladrones lo despojaron de todo llevándole a un bosque intrincado, se le apareció el bendito padre sacándolo del peligro y restituyéndole su cartera con una buena
cantidad de dinero; que si una madre de la aristocracia metropolitana, en trance de parto, sufrió una trombosis de tal gravedad que fue desahuciada por los mejores ginecólogos y, poniéndole junto a su
cabeza uno de los audífonos que usó el padre Zavalita en vida por su sordera, quedó en breve
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tiempo perfectamente curada, con admiración de los mismo médicos y de sus familiares. Y así, multitud de casos que corren de boca en boca, proclaman el poder de intercesión del siervo de Dios FRAY
MIGUEL F. ZAVALA.
Conforme al encargo expreso del Rvmo. Padre General de la Orden Fr. Agustín Trapé, conviene instruir su Causa de Beatificación y pedir al Señor que, si es de su agrado y gloria, la iglesia algún día lo
eleve a los altares.
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Se ha respetado la redacción y ortografía de los originales que se conservan en los archivos del convento de Yuriria.
María Amparo Calderón de Orozco Guerrero No. 23 Yuriria, Gto. 121 N. Western D6 Santa María Ca.
Ilustrísimo Papa:
Quiero hacer público un milagro que se realizó en el Hospital Militar de Irapuato, Gto.
Gracias al todo poderoso y al Padre Zavalita a quien le debo tantos milagros me favoreció nuevamente cuando los médicos no daban esperanzas de vida de mi hijo JUAN CARLOS OROZCO.
Firmas: Dr. Jesús Michel S. Médico de Guardia Manca Estela Quijas 22 de Septiembre de 1990.
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Nuestro hijo se llama PABLO CESAR LOPEZ CUSTODIO. A los pocos días de nacido nos dimos cuenta de una enfermedad en sus ojos. Lo atendieron distintos médicos generales; se le dieron diversos
tratamientos sin obtener con ello resultado positivo alguno. Posteriormente recurrimos a un especialista quien le realizó un cultivo ocular y le diagnosticó DACRIOESTENOSIS. Le dieron los
medicamentos que a juicio del oftalmólogo eran los indicados. Al término del tratamiento fue muy leve su mejoría, por tal motivo fue que decidimos ir con otro especialista quien nos informó que el niño
tenía CONJUNTIVITIS, OBSTRUCCION INTERMITENTE DE VIAS LAGRIMALES y que se deberían de sondear sus vías lagrimales y por la edad del niño, que para entonces ya tenía 11 (once)
meses y por la edad no era conveniente anestesiarlo, esto nos atemorizaba porque el niño podía moverse al introducir las agujas en sus vías lagrimales y podría traer consecuencias aún más graves. Fue
entonces cuando unidas nuestras esperanza y nuestra fe le
pedimos al Padre ZAVALITA que intercediera ante Dios nuestro Señor para que guiara las manos del Dr. Leopoldo Garduño E., de la ciudad de Irapuato, Gto. Durante la intervención tuvimos siempre
presente la imagen del Padre Zavalita y gracias a Dios todo salió bien y el niño sanó de sus ojos.
Por ello hacemos patente nuestro agradecimiento a nuestro Padre Zavalita a quien Dios escuchó por nosotros y por nuestra fe.
Fam. López Custodio Yuriria, Gto., Septiembre de 1990.
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Deseo que se haga público el agradecimiento por haberme concedido dos casos que yo catalogo de milagrosos al P. Zavalita. Encontrándose la menor de mis hijas muy grave a pesar de las medicinas
dadas por un especialista, invoqué al P. Zavalita, va que yo soy originaria de Yuriria y sería con el fervor que lo luce, porque los resultados no se hicieron esperar al grado que mi hija sanó totalmente,
empezándose a, notar su mejoría aún antes de haberse iniciado el tratamiento médico.
Aclaro que anteriormente a que esto sucediera (la invocación) ya había ido varías veces al médico y mi hija seguía igual y posteriormente desesperada al regreso de la última consulta, ya que el médico
que la atendió se encuentra a cincuenta kilómetros de donde vivo, recordé al P. Zavalita y la encomendé y en el transcurso que hice del consultorio médico a mi casa, mi hija empezó a mejorar como decía
antes, sin haber, ingerido todavía la medicina.
En otra ocasión, yendo en carretera mi esposo, la misma hija y yo nos encontramos dentro de una horrible tormenta y completamente a oscuras es entonces cuando los frenos del coche no respondían a
causa de que se había roto la manguera de ellos; en tales circunstancias nos encontrábamos que nadie en la carretera se detenía a ver que nos había sucedido, minutos eternos estuvimos ahí desesperados
por traer consigo a nuestra hijita, imploro nuevamente al P. Zavalita y Al poco rato a pesar de la tormenta y obscuridad se detuvo una camioneta con unos niños casi adolescentes que iban en ella, entonces
yo fui al pueblo y con ellos exponiéndome a lo peor para pedir auxilio y mi esposo se quedó en la carretera con mi hija, también exponiéndose a cosas terribles debido a la hora, (fue de noche) durante el
trayecto oré y pedí al P.
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Zavalita su amparo para nosotros y nos ayudó, ya que pudimos llegar a nuestra casa sanos y salvos.
M. Yolanda de A.

En la ciudad de Yuriria, del estado de Guanajuato, a los siete días del mes de enero del año. 1991 mil novecientos
noventa y uno:
Yo, Roberto Santoyo Santoyo originario de esta ciudad, mayor de edad y siendo ahijado de bautismo del Reverendo Fray Miguel F. Zavala, sacerdote agustino, hago presente el testimonio, mismo que
entrego al reverendo Señor Cura de la Parroquia de esta Ciudad, Jorge Lara Orozco, para los fines y efectos que haya lugar.
HECHOS:
En un día cuya fecha no recuerdo pero del mes de mayo del año de 1989 (mil novecientos ochenta y nueve) viniendo de viaje de la ciudad de Fresno, Cal. E.U.A. con destino a esta ciudad y encontrando
sobre la carretera que conduce a la ciudad de Guamúchil a la de Culiacán, Sinaloa, México, y siendo aproximadamente las 11 de la noche, fui asaltado por tres individuos que portaban armas de grueso
calibre, uno de ellos me golpeó la cabeza con su pistola quitándome del volante de mi carro, mientras que otro tomó mi lugar y manejando mi carro salió fuera del camino de cuota, llevándome por un
camino de tierra, donde detuvieron el carro. Me sacaron de él sin permitir que yo pudiera verles la cara. Me
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acostaron en el suelo bocabajo me despojaron del dinero que traía, me quitaron mis anillos, medallas y el reloj. Del carro se llevaron todo lo de valor que ellos creyeron conveniente, mientras que otro dio
la orden de que me envolvieran en una cobija, me ataran de pies y manos y me arrojaran al río.
Cuando estuve envuelto en la cobija y atado de pies y manos, a mi mente solo llegó la idea de que el fin había llegado y sin más me encomendé al Padre Zavalita, pidiéndole que me ayudara a salir con
vida.
A pocos momentos de lo anterior escuché el ruido de un carro que llegaba y algo decían, entonces uno de ellos me dijo: nos vamos por unos momentos pero regresamos si tratas de irte. El que te va a
cuidar te va rafaguear. Fue todo. Oí cuando se fueron y después de que ya no escuche el ruido del motor traté de soltarme. Lo logré y arriesgando todo huí del lugar y gracias a Dios y al Padre Zavalita aún
estoy vivo dando este testimonio.
Hago la aclaración que en mi carro yo viajaba solo. Roberto Santoyo Santoyo Domicilio: 5 de Mayo No. 2 Yuriria. Gto.

Le doy gracias al Padre Zavalita porque Dios me dio la salud de una enfermedad muy mala y yo le pedí a Dios y a la Santísima Virgen María que por medio del Padre Zavalita se me quitara y he venido a
darle las gracias y a pedirle de otras necesidades que nos afligen y yo confío en él porque estuve
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un tiempo con él en la Preciosa Sangre y vi cuando él murió que fue viernes Santo.
El seguido me hablaba en el día por mi nombre. El tenía mucho amor a Dios y a la Santísima Virgen María y por él me hizo Dios nuestro Señor el milagro.
Elvira Calderón El Timbinal Junio de 1990. Yuriria, Gto. 3 de mayo de 1991 En la ciudad de Irapuato, Gto.

En el mes de marzo de 1989, estuve internado en el Sanatorio Santa Teresa, atendiéndome el doctor Jesús Solorio de una enfermedad grave. Yo le pedí al Padre Zavalita de todo corazón que me devolviera
la salud y me concedió el milagro, por eso lo publico.
Carlos Orozco Gómez Guerrero No. 10 Yuriria, Gto.
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Monterrey, N.L.
30 de Junio de 1990
La familia González Santos: Humildemente agradece al P. Zavalita, por sus consejos y ayuda que nos brindó en un caso muy difícil y salimos adelante.
Damos fe:
Familia González Santos.

Mi papá se llama Alfonso Martínez Juárez, de 62 años de edad. El 13 de abril de este año lo atacó una enfermedad gravísima que lo dejó fuera de la realidad, lo llevamos rápidamente al doctor aquí mismo
en Yuriria, pero al estarlo revisando nos dijo que la salud de mi papá era delicada, que era cosa de minutos o de horas y se debía internar de urgencia en el Hospital Civil de Morelia o de Irapuato. Estando
esperando el autobús, el primero que llegó se dirigía a Morelia y nos encaminamos hacia aquella ciudad, encomendándolo al P. Zavalita. A la altura de Cuitzeo mi papá se agravó aún más, y yo, con gran
angustia no dejaba de convocar con gran fe al P. Zavalita, y llegando a Morelia ¡a mi papá empezó a reaccionar solito; eran como las cuatro de la mañana El chofer del taxi que nos lleva al hospital nos
empezó a preguntar qué era lo que le pasaba a mi papá, y como veía que ya no era necesario que mi hermano lo llevara en brazos nos recomendó que mejor nos regresáramos.
Yo consulté a mi hermano y le pregunte: ¿cómo ves? porque el taxista nos había advertido que en ese hospital nos
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iba a resultar muy costoso. Entonces se me ocurrió hacer una pequeña pruebay, le dije a mi hermano: "Como parece que ya mí papá puede caminar por su propio pie, vete caminando con él, como si ya
nos fuéramos a regresar y si pregunta por mí entonces nos regresamos", así lo hicimos y apenas había caminado unos cuantos pasos (yo no dejaba de invocar al P. Zavalita), cuando mi papá le preguntó a
mi hermano: "Y mi Lupita se va a quedar aquí?". Al ver esta reacción mi hermano decidió que nos regresáramos a consultar a un doctor de Moroleón, conocido de nosotros, del hospital San José -eran
como las cuatro de la mañana- y cuando le explicamos lo sucedido se quedó sorprendido y nos dijo "Esto es un verdadero milagro, porque tu papá sufrió una trombosis cerebral y no me explico cómo se
compuso totalmento solo---. Mi papá ya había vuelto totalmente a la normalidad. Yo no me canso de darle gracias al P. Zavalita por haberle dado otra oportunidad a mi papá.
Hago patente mi agradecimiento a Dios. Su hija Ma. Guadalupe Martínez García Yuriria, Gto., Abril de 1991. - -45h -Affib -16;Ik -
Ma. Moreno Alba de Ramos, de Morelia, Mich.

Yo tenía 5 años de casada sin poder tener familia. Yo viajaba a veces a Querétaro a visitar a una hermana, por lo que pasaba por Yuriria supe del padre Zavalita por que mi mamá me platicó de él y de los
milagros que hacía. Mi mamá me decía que le pidiera a él el milagro de poder tener familia.
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En una ocasión que pasé por Yuriria entré a ver al P. Zavalita y le pedí me concediera al menos un hijo, y si era niño, le pondría su nombre. Al mes y medio comencé a tener un fuerte dolor de estómago,
fui con el médico y me dijo que estaba embarazada.
Tuve una hija que actualmente tiene 15 años de edad. Como no fue niño no sabíamos si ponerle Micaela para cumplir con la promesa hecha al P. Zavalita. Mi esposo no quería, y me dijo que haría un trato
con el P. Zavalita para cambiarle el nombre: me quitó a la niña y me dijo si ella lloraba es que el P. Z avalita aceptaba que se llamara Milagros y no Micaela, pero si no lloraba entonces quería que se
llamara Micaela. La niña de inmediato comenzó a llorar, por lo que le pusimos el nombre de Milagros. Ella fue la única hija que tuvimos, gracias a Dios y al P. Zavalita. Esto sucedió en el año de 1976.
Doy Testimonio Ma. Moreno Alba de Ramos Yuriria, Gto., 19 de Mayo de 1991.

Padrecito Zavalita te doy gracias por haber curado a mi hijo de la enfermedad que le dio y por haberme sacado con bien de la operación en recuerdo de Luis Alberto Robles, Janeth Robles, Silvia Patricia
Hernández Zavala y Austreberto Robles Delgado.
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Fam. Robles Hernández Metepec, México-Toluca 27 de enero de 1990.

Agosto 28 de 1989.
Doy infinitas gracias al Santísimo Sacramento.
Que por intercesión del Padre Zavalita salieron bien de la operación mis hijos Vicente Roberto y Florentina.
Gracias Padre Zavalita. Victoria Ferreira Capacho, Mich.

Damos gracias a DIOS que por obra del Padre Zavalita salió con bien nuestro hijo Diego Salomón de la operación a la que fue sometido el día 6 de septiembre a la 1:00 P.M. y salió a las 7-00 P.M.
Su operación fue del intestino, por lo tanto muy peligrosa, ya que no contábamos con que él saliera con vida. Pero, gracias a Usted Padre Zavalita, nuestro hijo se salvó. Una vez más las rendidas gracias.
Los padres del niño Diego Salomón: Salomón Juárez Lemus y Ma. Elena Cerrato Pérez.
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Moroleón, Gto. Septiembre de 1990.

Doy a conocer con la presente un milagro de una enfermedad incurable, que después de casi quince años de tenerla y desahuciado por los doctores, me estoy curando, porque con fervor de los ruegos de
mi mamá el Padre Zavalita me libró y estoy aliviándome.
Mi nombre es Miguel Castro T. 9-12-90

Recuerdo de la Familia Villagómez de San Miguelito, Yuriria, Gto.


Hoy a 13 de octubre de 1990.
Gracias Padre Zavalita por haberme aliviado de mi enfermedad.
Aquí te traigo tu imagen pintada y Ojalá y me sigas haciendo más milagros.
Gloria Villagómez Alcántar
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Publico esta carta para que todo mundo se dé cuenta de lo muy milagroso que es el Padre Zavalita, porque casi no había esperanzas de un problema muy grande que tenía a mi hijo y el Padre Zavalita me
hizo el milagro. Gracias mil te doy Padre mío, Padre Zavalita, el REINO de los cielos te lo premiará. Gracias una vez más Padre.
Esto te lo dice quien tanta fe te tiene y que es un padre de familia que te estará eternamente agradecido.
F.C.M.V

Gracias te doy Padre Zavalita por haber ayudado a mis hermanos Miguel angel y Leobardo Hemández Miranda en un problema muy serio, cuando los tenían incomunicados y no sabíamos nada de ellos.

Elvira Ramírez de Zavala.


Doy gracias al P. Zavalita por el gran milagro que me hizo.
Lo que a continuación relato ocurrió hace 15 años, más o menos.
Yo vivía en la calle Juárez, aquí en Yuriria. Mi suegro
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vendía puercos. Un día un muchacho llegó a ver si compraba ahí algún puerco, llegó en una camioneta. Mi hijo, Héctor Villagómez, que entonces tenía 4 años, estaba ahí viendo.
Como el muchacho no encontró algún puerco que comprar, salió y se fue en su camioneta. Mi niño se salió atrás de él y se colgó de su camioneta, gritando que no se fuera a soltar, pidiéndole al P. Zavalita
que le ayudara para que no fuera a caer. Como la camioneta iba muy rápido no la pude alcanzar, así que mandé a mi hija a que se fuera por una calle y yo me fui por otra tratando de alcanzarla. Yo me fui
por la calle Guerrero y por allí seguí corriendo, y al llegar a la esquina de la calle Cruz Colorada me encontré al muchacho de la
camioneta, que ya traía a mi hijo, y que me dijo: mujer, a que Santo te enconmendaste, porque me fui hasta el embarcadero y en la callecita de la magueyera, me salió un señor, con una gorrita negra y un
bordoncito, que estoy seguro que era el P. Zavalita, porque yo lo conocí, y que me dijo: "No seas ingrato, sube al niño que llevas colgando". Me bajé subí al niño a la camioneta y ya no volví a ver al
Padre.
Por este milagro tan grande, doy gracias a Dios, que por medio del P. Zavalita, me lo concedió. Por eso le tengo una gran fe al Padre Zavalita.
Elvira Ramírez de Zavala.
Yuriria, Gto. 24 de julio de 1991.
Gracias te doy de corazón Padre Zavalita.
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