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0. ÍNDICE
1. Contexto Histórico
2. Contexto Filosófico
3. Vida y Obras
4. La Filosofía de San Agustín
5. El texto: La ciudad de Dios
6. Influencia del pensamiento de Agustín de Hipona en la Historia de la Filosofía
1. Contexto Histórico
El Cristianismo tuvo su origen en Judea (Palestina) que, en aquel momento, era una
provincia romana. Las doctrinas cristianas se extendieron por todo el Imperio Romano
desde el siglo I hasta comienzos del II de nuestra era.
Esta religión defendía la idea de un único Dios verdadero y transcendente, lo cual
provocó entre los romanos reacciones, que acabaron en persecuciones, al considerar a
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los cristianos como impíos, por rechazar los dioses tradicionales y la divinidad del
emperador.
Durante los tres primeros siglos de nuestra era, el Cristianismo adquirió un gran
desarrollo, especialmente en las provincias orientales. En el año 313 el emperador
Constantino promulgó el Edicto de Milán y dotó a la religión cristiana de los mismos
derechos que a todas las demás.
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El Imperio Romano de Oriente sobreviviría mil años más, pero el Imperio Romano de
Occidente sucumbió a causa de las invasiones bárbaras que, partiendo del norte, iban
poco a poco infiltrándose a través de los limes del Imperio.
Siendo emperador Honorio, en el año 410, los visigodos, bajo el mando de Alarico,
asaltaron y saquearon Roma. Los vándalos, que habían llegado a la Galia y a Hispania en
el año 409, y que saqueaban sistemáticamente los territorios a su alcance, cruzaron el
estrecho de Gibraltar y llegaron hasta Numidia y el África Proconsular, provincias
romanas en el Norte de África. San Agustín murió en 430, durante el asedio de la
ciudad de Hipona por los vándalos.
En 476 no había ya, en las antiguas provincias de Occidente, sino reinos bárbaros.
Por esa razón, se considera el año 476 como la fecha que marca la caída del Imperio
Romano de Occidente y que da comienzo a la Edad Media.
2. Contexto Filosófico
En San Agustín se dio ese doble combate propio de los cristianos en esa época: por
un lado, la defensa del cristianismo frente al paganismo; y por otro lado, la
transformación del paganismo al Cristianismo.
La aparición del Cristianismo en el Imperio Romano se realizó en un momento de
profundos cambios culturales que se manifestaron en el auge de las religiones
orientales. En lo que se refiere a la Filosofía, la tradición racionalista griega quedó
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reducida a sistemas éticos. El aumento de la inseguridad, tanto personal como en
relación con el futuro del Imperio, fomentó la sensibilidad religiosa de los individuos.
En esta época las corrientes filosóficas se entrecruzan con los movimientos
religiosos dando lugar a un sincretismo, esto es, a la creación de un pensamiento en el
que se reúnen elementos de diversos orígenes.
Una de las innovaciones más importantes del pensamiento cristiano es el concepto de
creación a partir de la nada. Esta idea de creación es extraña a la filosofía pues para
la razón resulta inconcebible que a partir de la nada aparezca algo. Todo ser surge de
otro, pero no de la nada.
El cristianismo aporta también una nueva visión de la historia. Frente a la visión
cíclica griega, el cristianismo propone una visión lineal de la historia, que culminará al
final de los siglos y en la que Dios va dirigiendo todo el proceso.
La necesidad de transmitir el mensaje de salvación impulsará al cristianismo a
ahondar en la Revelación, buscando el modo en que este mensaje se pueda hacer
comprensible para los demás hombres. Esto llevará a un acercamiento del cristianismo
a la filosofía griega. Teniendo en cuenta que la filosofía se presenta como un discurso
sometido a la razón, mientras que el cristianismo se basa en un mensaje revelado, se
plantea un problema que reaparecerá constantemente a lo largo de la historia de la
filosofía cristiana: las relaciones entre la fe y la razón.
III. El neoplatonismo fundado por Plotino (205-279) cuya obra Enéadas tuvo mucha
importancia en la conversión intelectual de San Agustín, ya que no sólo le permitió
aceptar la idea de una realidad inmaterial, sino que el concepto de Plotino del mal
como privación (ausencia de bien) permitió a San Agustín solucionar el problema del
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mal sin tener que recurrir al dualismo maniqueo. La doctrina central de Plotino es su
teoría de la Trinidad compuesta del Uno, el Nous y el Alma. El Uno es indescriptible,
ya que es la unidad, lo más grande, hasta tal punto que a veces le denomina el propio
autor como Dios. El Uno está más allá del Ser y, por lo tanto, no hay ninguna
definición que describa positivamente al Uno y Plotino opta por la vía negativa: elude
su comprensión. El siguiente elemento es el Nous. El Uno sería el Sol y la Luz el Nous.
La función del Nous como luz es la de que el Uno pueda verse a sí mismo. El último
elemento es el Alma la cual es de naturaleza doble. En un extremo está ligada al Nous.
En el otro extremo se asocia con el mundo de los sentidos, del cual es creadora. Por
tanto Plotino considera a la Naturaleza (mundo físico) como una emanación hacia
abajo del Alma.
IV. El maniqueísmo sostiene un riguroso dualismo: la luz es la fuerza del bien y toda
materia es mala. Por eso prescribe la absoluta abstinencia de todo lo material (carne,
vino) y condena el matrimonio. Mani, fundador del maniqueísmo, crucificado hacia el
276, creía que se había perdido la verdadera doctrina de Jesús. Se consideraba
enviado de Jesucristo para traernos de nuevo su olvidada doctrina.
3. La Patrística, un tercer tipo de escritos que van apareciendo desde el siglo III
al VIII. Su finalidad es la exponer en ellos la doctrina cristiana. Son, en este
sentido, los iniciadores de la filosofía cristiana. Según sea la lengua utilizada
por los autores para redactar sus obras, se puede hablar de Padres griegos y
latinos:
a) La patrística griega, durante los siglos III y IV, llevó a cabo una labor de
acuñación de los conceptos filosóficos cristianos a partir de los usados
entre los griegos, sobre todo, los relacionados con el platonismo. Son
figuras de este movimiento Basilio El grande y Gregorio Nacianceno, ambos
del siglo IV.
b) La patrística latina cobró importancia a partir de la mitad del siglo III,
cuando el latín reemplazó al griego como lengua litúrgica en Occidente. San
Ambrosio (340-397), que fue arzobispo de Milán, San Jerónimo (347-420),
que hizo una traducción de la Biblia al latín conocida como la Vulgata, San
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Gregorio (540-604), que fue Papa, San Isidoro de Sevilla, en el siglo VII, y
San Agustín son los máximos representantes de esta corriente.
Los griegos demostraron que la filosofía no puede ser otra cosa que investigación y
ésta no puede ser otra cosa más que libertad. La libertad implica que la disciplina, el
punto de partida, el fin y el método de la investigación sean justificados y hallados
por la misma especulación y no aceptados independientemente de ella. La filosofía
requiere un sujeto cognitivo activo, plenamente autónomo y libre.
Toda religión, por el contrario, supone un conjunto de creencias que no son el fruto
de una investigación, pues consisten en la aceptación de una Revelación. La religión es
la adhesión a una verdad que el hombre acepta en virtud de un testimonio superior. La
fe implica un sujeto cognitivo pasivo, heterónomo y voluntarista.
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3. Vida y Obras
Vida
Agustín nace en Tagaste, Numidia, en el 354 d.C., de padre pagano y madre cristiana.
Después de terminar en esta ciudad sus primeros estudios, se traslada a Madaura y,
más tarde, a Cartago para estudiar Letras y Retórica.
En esta etapa de su vida estaba poco interesado por el Cristianismo. A los 19 años
lee el Hortensio de Cicerón, y se despierta en él el interés por la sabiduría. La pasión
por el conocimiento le lleva al Maniqueísmo, una doctrina de moda en su época que
mezclaba religión y razón. Agustín abandona decepcionado esta doctrina porque no
encontraba las verdades prometidas.
Más tarde, en el año 383, obtiene la cátedra de Retórica en Milán. Se mantiene
escéptico ante la imposibilidad de obtener ninguna certeza. De nuevo la lectura de
Cicerón, ya abandonado el maniqueísmo, le acercará al escepticismo de la Academia
nueva, hasta que escucha los sermones del obispo de Milán, Ambrosio, que le
impresionarán hondamente y le acercarán al Cristianismo. En este período descubre
también la filosofía neoplatónica y lee las Enéadas de Plotino. Gracias a esta obra
desea purificar sus costumbres, pero no logra resistirse a sus pasiones y permanece
fiel a la búsqueda del placer. De hecho, se separa de su mujer y se une a otra.
Leerá también a San Pablo, donde descubre que el hombre no puede librarse del
pecado sin la gracia de Jesucristo. Agustín se interesa entonces por el Cristianismo y
se convierte a esta religión a los 32 años. Se bautiza en el 387 d.C. y es ordenado
sacerdote en el año 391.
En el 396 llega a ser obispo de Hipona, donde vive hasta su muerte en el año 430. En
esta última etapa de su vida Agustín profundiza en su fe utilizando la filosofía
neoplatónica. Es una fusión entre religión (cristiana) y filosofía (neoplatónica).
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Obras
De Agustín de Hipona se conocen más de 200 cartas, 500 sermones y 300 tratados.
Aparte, hay obras y textos que se han perdido.
Algunas de sus obras más importantes son:
- Contra Académicos (año 386 d.C.), donde se realiza una crítica del escepticismo.
- Sobre la vida feliz (386 d.C.).
- Soliloquios (387): trata del conocimiento, de la inmortalidad del alma, de la
verdad y de la sabiduría.
- Confesiones (410): relata su vida.
- De la Trinidad (420): trata sobre la Santísima Trinidad, la Creación, el Bien y el
hombre como imagen de Dios, entre otras cosas.
- Ciudad de Dios (426): reflexiona sobre la caída del Imperio Romano y expone su
concepción filosófica de la Historia.
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existencia de Dios para Agustín es aquélla que deriva de las verdades eternas: la
mente humana posee éstas, que son inmutables, y su presencia en la mente remiten a
un ser eterno e inmutable como su origen y fundamento: Dios. Es por ello que San
Agustín entenderá la inmutabilidad como el atributo primero y más característico de
Dios.
Dios, siguiendo el ejemplo de las Ideas, que residen en su mente (Verbo) desde toda
la eternidad, ha creado el mundo de la nada. El cristianismo resalta la creación del
mundo por Dios desde la nada (Creatio dei ex nihilo), estableciendo así una clara
distinción entre Dios y lo creado. Dios habría puesto en la materia desde el principio
los gérmenes de todas las cosas (razones seminales), que irán apareciendo en el
tiempo como cumplimiento del plan divino. Este mundo, como obra de Dios, y dirigido
por Él al cumplimiento de su fin (providencia divina) es el mejor de los posibles
(optimismo cristiano).
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b) Conocimiento racional inferior: parte de los sentidos y consiste en la facultad de
juzgar, la actividad de la razón. La razón, gracias a las Ideas, juzga lo percibido y da
lugar a la ciencia. Esta forma de conocimiento es específicamente humana, y tiene por
función dirigir la acción humana.
Las Ideas de las que se hablan en Agustín son esencias permanentes e inmutables de
las cosas, que existen desde siempre y que se hayan dentro de la inteligencia divina.
No por reminiscencia, como afirmaba Platón, sino gracias a la Iluminación divina: las
verdades eternas e inmutables no pueden derivar de la experiencia sensible que es
cambiante y temporal, tampoco pueden ser producidas por la mente humana que,
igualmente, es cambiante y temporal; sólo la luz divina nos puede procurar ese
conocimiento. El hombre, si quiere encontrar la verdad, debe buscar dentro de sí, y en
esta búsqueda interior, iluminadas por Dios, encontrará las Ideas, que tienen su
origen y su sede en la mente divina.
San Agustín entiende que es Dios el que ilumina las Ideas para que éstas puedan ser
comprendidas por el hombre. Esta iluminación es natural, es decir, Dios la ofrece a
todo hombre que busca sinceramente la verdad, aunque no haya conocido el mensaje
cristiano.
El Dios cristiano está en nuestro interior; la Verdad está dentro. Pero hay luego que
trascender el alma que razona, superar la razón inferior.
Aunque Agustín de Hipona habla del orden del Universo como una prueba de la
existencia de Dios, la verdadera prueba reside en la presencia en el hombre de
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verdades universales, necesarias e inmutables, puesto que éstas exigen de la
existencia de un ser necesario, inmutable y eterno para explicar su origen.
a) Razón Inferior: pone al hombre en relación con el mundo material a través del
cuerpo.
b) Razón Superior: cercana a Dios, gracias a cuya iluminación alcanza el hombre la
sabiduría, posibilitándole elevarse hasta Él.
El alma humana se sitúa así entre Dios y el mundo material. Con la razón superior se
comunica con Dios, mientras que con la razón inferior informa al cuerpo. El alma
manda sobre el cuerpo.
San Agustín rechaza la teoría platónica de la eternidad del alma, sería incompatible
con la doctrina de la creación.
El alma humana, no sólo es cercana a Dios, sino que ha sido creada por Él a imagen y
semejanza suya. Esta cercanía y semejanza a Dios se expresa tanto en su tendencia
natural a buscar la verdad como a buscar la felicidad. Todo hombre busca
espontáneamente una y otra; para encontrar la verdad el hombre ha de ir más allá de
sí mismo hasta encontrarla en Dios, sede de las Ideas; con el amor pasa lo mismo: hay
que ir más allá de uno hasta llegar a Dios. La felicidad consiste, pues, en el amor a
Dios. Y el mal es la carencia de esa voluntad de querer a Dios.
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El fin último de la conducta humana es la consecución de la felicidad, pero ésta sólo
puede lograrse en la posesión y en el amor de Dios, por lo que no puede conseguirse
plenamente sino en la otra vida. El camino para alcanzarla, el camino de salvación, es la
práctica de la virtud. Es más, el hombre debe autotrascenderse a sí mismo también
aquí: el hombre debe amar a Dios sobre todas las cosas hasta el desprecio de sí
mismo (el hombre).
La libertad humana, sin embargo, está ligada a la Providencia divina: Dios sabe cómo
vamos a actuar, aunque actuemos libremente.
Ahora bien, ¿por qué existe el mal en el mundo? Es decir, si Dios es causa última
del mundo y del hombre, ¿es Dios causa del mal?
Agustín responde que no, porque el mal no existe por sí mismo, sino como carencia de
bien: todo lo que es malo es porque carece de algo. Dios es la causa de lo que es, pero
no de lo que le falta, de lo que no es, porque lo que no es no tiene causa. En
consecuencia, todo lo que es, cuya causa es Dios, es bueno.
Por otra parte, todas las cosas carecen de algo necesariamente, porque si no
careciesen de nada serían perfectas, una y se identificarían con Dios.
Esto haría referencia al mal físico.
Del mal moral trataremos al hablar del hombre.
Aunque San Agustín separa fe y razón, consideró que ambas tienen como misión el
esclarecimiento de la verdad, que es una: la verdad cristiana.
En base a este objetivo, fe y razón se articulan de la siguiente manera:
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c) La razón contribuye, mediante la reflexión sobre la verdad revelada, al
esclarecimiento, en la medida en que ello es posible, y a la profundización de la fe.
d) La fe, complementada así por la razón, conduce al hombre al conocimiento de
Dios, va quien adhiere por la voluntad, entregándose por amor y alcanzando la
felicidad en Él, única realidad que puede proporcionársela.
Los académicos, que pertenecen a la Academia nueva, recogieron las tesis de Pirrón,
fundador de la primera escuela filosófica escéptica.
El escepticismo es una corriente de pensamiento que afirma que es imposible el
conocimiento con certeza. Lo único cierto es la duda. El escepticismo tiene dos
partes: una teórica según la cual no hay ninguna verdad segura; y otra práctica, como
consecuencia desaparece toda inquietud, alcanzamos la serenidad de ánimo, que nos
permite alcanzar la felicidad.
Los escépticos absolutos son tajantes en esta afirmación, por ejemplo los sofistas.
El escepticismo relativo afirma que algo se puede conocer y algo no.
Los idealistas como Platón creen que sólo podemos conocer las matemáticas,
hipotéticas, y la filosofía apodíctica, es decir, lo inteligible, las ideas. En cuanto a la
naturaleza, insiste en su incognoscibilidad.
Aristóteles hace posible el conocimiento de la physis, naturaleza, gracias a la teoría
hilemórfica que explica el movimiento, definiendo la Physica como el conocimiento
cualitativo de la physis, primer grado de abstracción. Podemos considerar a
Aristóteles como el padre del empirismo ya que niega el innatismo y la prioridad
ontológica de las ideas. Ontológicamente creen en un monismo físico. Las ideas son el
producto de la abstracción (3 grados), no están sujetas a los limites materiales
(espacio/tiempo). “La abstracción es el proceso por el que se pasa del conocimiento
sensible al inteligible. Cuando se conoce intelectivamente, lo que se separa es la forma
de la materia individual” El escepticismo de Aristóteles es justo el contrario que
Platón pues da prioridad ontológica a la physis, naturaleza.
El helenismo y la Escuela de Alejandría continúan esta herencia. El logos discurre
durante siglos buscando el conocimiento, las posturas filosóficas no combaten,
dialogan, no se quieren imponer si no comprender.
La fe no deja puerta al dialogo. El dogma es indiscutible, absolutamente cierto. La fe
representa un sujeto cognitivo pasivo que cede su voluntad de pensar a una instancia
que cree superior: su fe, voluntarismo. La pasividad del creyente es la sumisión sin
resquicios a su creencia. La aceptación de su inferioridad cognitiva ante Dios “Los
caminos del Señor son inescrutables”. El querer conocer, es el pecado original, comer
del árbol de la ciencia. “No hay más verdad que la verdad de Dios”. El escepticismo
religioso va desde la más violenta oposición a cualquier idea contraria al Credo, hasta
el intento notable de algunos pensadores de hacer filosofía cristiana. Siempre, por
supuesto, en la más estricta observancia del dogma.
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San Agustín se ve en la necesidad de refutar el escepticismo en dos aspectos:
1) Contra la filosofía clásica que ve en el cristianismo más propio del mito que del
logos. Son escépticos con respecto al Cristianismo.
2) Contra los cristianos intolerantes que encuentran en la cultura clásica y en la
filosofía un territorio pagano e idolatra. Escépticos con respecto al conocimiento
lógico.
San Agustín piensa que la verdad no hay que buscarla en el exterior por medio de los
sentidos, sino reflexionando y buscando la verdad en nuestro interior. Así se superan
los argumentos escépticos. La búsqueda de la verdad debe comenzar por la evidencia
de sí mismo, todas las mente se conocen a sí mismas con total certeza.
“Somos, conocemos que somos y amamos este ser y este conocer”. Quien duda de la
verdad sabe que duda, por tanto que vive y piensa. Por tanto partiendo de la duda
llegamos a una verdad. La búsqueda de la verdad no puede detenerse ahí, debemos
encontrar verdades necesarias y eternas. El alma es imperfecta sólo Dios es la
verdad. El alma debe elevarse sobre sí misma, puede encontrar la verdad gracias a la
iluminación divina, aunque no es fácil comprender en qué consiste. Gracias a ella
nuestra razón alcanza las verdades eternas, que están en la mente de Dios.
Si fuésemos animales sólo podríamos amar las cosas sensibles. Nosotros hemos sido
creados a imagen de Dios, que es la eternidad, la verdad y el amor. Si nos volvemos
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hacia El no moriremos y no nos equivocaremos. Los seres humanos buscamos la
felicidad de diferentes modos, esto lleva al relativismo moral, si nuestro amor a dios
es bastante intenso encontraremos el camino a la verdadera felicidad.
El mal físico, las enfermedades y la muerte, son la consecuencia del pecado original.
Adán y Eva en el paraíso estaban en perfecta armonía con la naturaleza, eran
inmortales, no sentían dolor ni pena, sus pasiones estaban sujetas a la razón y su
conocimiento no tenía error. No fue el cuerpo el que hizo pecadora al alma, sino que el
alma pecadora hizo corruptible al cuerpo.
San Agustín se esfuerza en hacer tan inteligible como pueda a Dios, que aunque se
ha revelado, permanece al mismo tiempo incomprensible. Este conocimiento debe
ayudarle a alcanzar un más profundo amor a Dios.
Resulta imposible definir a Dios, es más fácil saber lo que no es, que saber lo que es,
si las criaturas son mudables, Dios debe ser inmutable. San Agustín insiste en
contraponer la inmutabilidad, necesidad, de Dios y la contingencia del hombre.
Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, para que fuera feliz en la Tierra,
alabando a Dios y dominando la naturaleza, según nos dice la Biblia. Tomó un poco de
barro e hizo una hermosa estatua. Pero era algo muerto, por eso sopló el espíritu de
vida en el rostro de esa estatua y le dio alma. El hombre es el único ser que tiene
cuerpo y espíritu. El hombre ocupa un lugar intermedio en el cosmos entre los
animales y los ángeles, entre el mundo material y el mundo espiritual. La razón nos
hace superiores a todos los animales.
El ser humano es una unidad. El cuerpo no es la prisión del alma, pues todo lo que ha
creado Dios es bueno. El ser humano no es una sustancia resultado de la fusión de
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otras dos diferentes, como más tarde se dirá en la Escolástica. La unidad consiste en
que el alma posee al cuerpo, lo usa y lo dirige. El ser humano propiamente es el alma.
El alma es inmortal pero no es eterna, como pensaba Platón. San Agustín no da una
respuesta clara al origen del alma: Según el traducianismo de Tertuliano el alma es
engendrada por los padres igual que el cuerpo. Según el creacionismo de san Jerónimo
Dios crea el alma en cada nuevo nacimiento. Sin duda el alma de Adán y de Cristo
fueron creadas por Dios, pero lo rechaza para las demás almas por la existencia del
pecado original, pues Dios crearía almas imperfectas.
El hombre es imagen de Dios en su interior. El alma es imagen de la Trinidad. No es
de la misma sustancia pero es la más semejante a Dios de todas las criaturas. El alma
también es una y tres, pues es una mente que se conoce y que se ama. La mente, su
conocimiento y su amor son tres cosas, pero están íntimamente unidas. En el alma se
distinguen tres facultades autónomas, pero cada una comprende a las otras. Las tres
facultades son la memoria, la inteligencia y la voluntad. Recuerdo que tengo memoria,
inteligencia y voluntad, sé que entiendo, quiero y recuerdo, y quiero querer, recordar
y entender.
Así el alma nos permite concebir aproximadamente la Trinidad divina. El Padre se
conoce a sí mismo y genera al Hijo, la relación entre ambos es el amor del padre y el
Hijo, el Espíritu Santo. Por la memoria imita el alma la unidad y eternidad que es la
característica del Padre, por el conocimiento imita el alma la sabiduría que es la
característica del Hijo, por el amor imita el alma la felicidad, que es la característica
del Espíritu Santo.
Agustín da tanta importancia al amor como al conocimiento. El amor culmina el
movimiento del alma iniciado con el conocimiento. El amor es una fuerza ascendente
que lleva al alma hasta Dios, donde encuentra la felicidad. Conocer es amar y amar es
conocer. El error no es sólo un fallo de la mente, el error es también amor a lo
inferior y olvido de lo espiritual. El engaño más difícil de vencer no es el de los
sentidos, sino el del intelecto, el orgullo filosófico hace que la razón se crea
autosuficiente. Las causas principales de error son el orgullo intelectual, la búsqueda
del placer y el egoísmo. Lo único que puede salvar a la razón es que reconozca sus
limitaciones, la gracia de Dios puede liberarnos del error.
En la Trinidad hay absoluta igualdad, no existe jerarquía ni funciones diferentes. No
se puede considerar al padre como más importante. Las tres personas divinas actúan
inseparablemente. La Trinidad es el único Dios verdadero. Una sola cosa es tan grande
como tres, son infinitas, cada una de ellas está en cada una de las otras, todas están
en todas y todas son una sola cosa.
Entre Dios que conoce todo a la vez desde la eternidad, y lo material que pasa sin
cesar, está el alma humana que retiene el pasado, de este modo surge el tiempo. La
identidad del alma se basa en la memoria. La memoria posibilita la vida interior,
aunque el espíritu humano es demasiado profundo para llegar a comprenderlo
totalmente. “Soy un enigma para mí mismo”.
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El conocimiento del hombre y el conocimiento de Dios se iluminan recíprocamente, el
objetivo de la filosofía de san Agustín es conocer el alma a través de Dios y a Dios a
través del alma.
El cristianismo traía una nueva forma de entender el mundo que resultaba extraña a
la cultura grecorromana. Desde el principio, se planteó el problema de la relación de la
nueva religión con la tradición filosófica. Algunos cristianos consideraban que la
sabiduría cristiana era totalmente incompatible con la sabiduría pagana. San Agustín
pensaba que el Cristianismo podía aprovechar los elementos positivos que se
encontraban en los filósofos para elaborar una nueva sabiduría, centrada en la fe en
Cristo.
La filosofía de San Agustín es una búsqueda hacia el interior y hacia arriba. “Quiero
conocer a Dios y al alma”. La búsqueda de la verdad debe comenzar por la evidencia de
uno mismo. Así se puede superar la duda escéptica de la Academia nueva. “Somos,
conocemos que somos y amamos este ser y este conocer...pues si me engaño
existo...como conozco que existo, así conozco que conozco. Y cuando amo estas dos
cosas, les añado el amor mismo, algo que no es de menor valía”.
Pero la búsqueda de la verdad no se detiene en esta certeza, Agustín busca una
verdad necesaria, inmutable, eterna. No la podemos encontrar en las cosas sensibles,
que están siempre cambiando. También el alma es imperfecta, sólo Dios es la verdad.
Debemos buscarlo en el interior, allí de donde proviene la luz de la razón, que nos
permite hacer juicios usando las verdades eternas. Las ideas eternas provienen de
Dios y llegan al alma por iluminación. No es fácil comprender esta iluminación divina.
El cristianismo rechaza la reminiscencia y la reencarnación de la filosofía platónica.
Mucho más tarde Descartes hablará de las ideas innatas que pone Dios en nuestra
alma.
El pensamiento es la parte superior del alma y se compone de razón e intelecto:
El saqueo de Roma en el año 410 d.C. por los pueblos germánicos, que es el episodio
más relevante de la caída del Imperio Romano, fue interpretada por los romanos que
adoraban a los antiguos dioses como un castigo divino por causa de los cristianos,
responsables según estos romanos del fin del Imperio. Agustín de Hipona escribirá su
obra La ciudad de Dios para combatir esta creencia y para analizar el sentido de la
Historia.
Agustín hace una interpretación moral de la Historia: hay gente que se ama a sí
misma hasta el desprecio de Dios; y personas que aman a Dios hasta el desprecio de sí
mismos. Los primeros constituyen la ciudad terrenal, y los segundos la ciudad
celestial.
En la ciudad celestial (la ciudad de Dios) reinará la caridad, la justicia y la piedad.
En la ciudad terrenal reinará el egoísmo, la ambición, la ley del más fuerte…
Dado que Dios hizo al hombre bueno, es posible que la Humanidad tienda hacia la
ciudad de Dios, es decir, que el Bien venza al Mal.
Estas dos ciudades se hallan mezcladas en todas las sociedades y no se pueden
identificar con el Estado y con la Iglesia, respectivamente. Un emperador cristiano,
por el mero hecho de ser cristiano, no hace que su territorio sea una “ciudad
celestial”.
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5. El texto: La ciudad de Dios
5.1. La obra
La ciudad de Dios es una obra en 22 libros de Agustín de Hipona que fue escrita
durante su vejez y a lo largo de quince años, entre el 412 y el 426. Es una apología del
cristianismo, en la que se enfrenta la Ciudad Celestial a la Ciudad Pagana. El santo
estaba conmocionado por la caída de Roma a manos de Alarico I. Lo que le lleva a
afirmar “El pilar al que conviene aliarse y con el que conviene trabajar es la Ciudad de
Dios”. El objetivo de esta obra es, por tanto, justificarla supremacía (grado más alto
en una jerarquía de poder) absoluta de la Iglesia con respecto al Estado, esta idea
marcara la mayoría de los conflictos de la Edad Media y culminará con la fundación de
Estados soberanos en el Renacimiento y la Modernidad.
Los romanos interpretaron el saqueo de Roma como un castigo divino, y lo
atribuyeron a la religión cristiana y, en particular, a la prohibición del culto a los
dioses paganos. Agustín se alza contra esta opinión y escribe la Ciudad de Dios. Desde
el primer momento (libros 1 al 10), Agustín trata la religión de la Antigüedad como
supersticiosa (libros 1 a 5), contradice a los que buscan por esa vía la felicidad eterna
(libros 6 a 10). Los libros 11 a 22 se consagran al origen y la oposición entre ambas
ciudades.
- "Dos amores fundaron, pues, dos ciudades, a saber: el amor propio hasta el
desprecio de Dios, la terrena, y el amor de Dios hasta el desprecio del sí propio,
la celestial".
- "La primera se gloría en sí misma, y la segunda, en Dios, porque aquélla busca la
gloria de los hombres, y ésta tiene por máxima gloria a Dios, testigo de su
conciencia".
- El Estado debe rendir pleitesía a la Iglesia: SUPREMACÍA de la IGLESIA con
respecto al ESTADO.
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historia. De ahí que se diga que este libro es el primer tratado de teología de la
historia.
Se divide en dos partes:
1) Una polémica sobre las acusaciones religiosas de los paganos, donde se refuta
todo el sistema de religión antigua.
2) Una parte positiva y expositiva de la verdadera religión, el Cristianismo.
1) Un comienzo, la Creación;
2) Un momento culminante, la Redención de Jesucristo;
3) Y un final, la Resurrección del último día y el Juicio Final.
Representa, pues, una concepción lineal del tiempo. Tres principios mueven la
Historia:
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5.2. El texto
También nosotros reconocemos una imagen de Dios en nosotros. No es igual, más aún, muy
distante; tampoco es coeterna, y, en resumen, no de la misma sustancia de Dios. A pesar de todo, es
tan alta, que nada hay más cercano por naturaleza entre las cosas creadas por Dios; imagen de Dios,
esto es, de aquella suprema Trinidad, pero que debe ser aún perfeccionada por la reforma para
acercársele en lo posible por la semejanza. Porque en realidad existimos, y conocemos que
existimos, y amamos el ser así y conocerlo. En estas tres cosas no nos perturba ninguna falsedad
disfrazada de verdad.
Cierto que no percibimos con ningún sentido del cuerpo estas cosas como las que están fuera: los
colores con la vista, los sonidos con el oído, los olores con el olfato, los sabores con el gusto, las
cosas duras y blandas con el tacto. De estas cosas sensibles tenemos también imágenes muy
semejantes a ellas, aunque no corpóreas, considerándolas con el pensamiento, reteniéndolas en la
memoria, y siendo excitados por su medio a la apetencia de las mismas; pero sin la engañosa
imaginación de representaciones imaginarias, estamos completamente ciertos de que existimos, de
que conocemos nuestra existencia y la amamos.
Y en estas verdades no hay temor alguno a los argumentos de los académicos, que preguntan: ¿Y
si te engañas? Si me engaño, existo; pues quien no existe no puede tampoco engañarse; y por esto,
si me engaño, existo. Entonces, puesto que si me engaño existo, ¿cómo me puedo engañar sobre la
existencia, siendo tan cierto que existo si me engaño? Por consiguiente, como sería yo quien se
engañase, aunque se engañase, sin duda en el conocer que me conozco, no me engañaré. Pues
conozco que existo, conozco también esto mismo, que me conozco. Y al amar estas dos cosas,
añado a las cosas que conozco como tercer elemento, el mismo amor, que no es de menor
importancia.
Pues no me engaño de que me amo, ya que no me engaño en las cosas que amo; aunque ellas
fueran falsas, sería verdad que amo las cosas falsas. ¿Por qué iba a ser justamente reprendido e
impedido de amar las cosas falsas, si fuera falso que las amaba? Ahora bien, siendo ellas
verdaderas y ciertas, ¿quién puede dudar que el amor de las mismas, al ser amadas, es verdadero y
cierto? Tan verdad es que no hay nadie que no quiera existir, como no existe nadie que no quiera
ser feliz. ¿Y cómo puede querer ser feliz si no fuera nada?
1. Tan agradable es por inclinación natural la existencia, que sólo por esto ni aun los desgraciados
quieren morir, y aun viéndose miserables, no anhelan desaparecer del mundo, sino que desaparezca
su miseria. Supongamos que aquellos que se tienen a sí mismos por los más miserables, lo son
claramente, y son juzgados también como miserables, no sólo por los sabios, que los tienen por
necios, sino también por los que se juzgan a sí mismos felices, quienes los tienen por pobres e
indigentes; pues bien, si a éstos se les ofrece la inmortalidad, en que viviera también la misma
miseria, proponiéndoles o permanecer siempre en ella, o dejar de vivir, saltarían ciertamente de
gozo y preferirían vivir siempre así a dejar definitivamente la existencia. Testimonio de esto es su
sentimiento bien conocido.
¿Por qué temen morir y prefieren vivir en ese infortunio antes que terminarlo con la muerte, sino
porque tan claro aparece que la naturaleza rehúye la no existencia? Por eso, cuando saben que están
próximos a la muerte, ansían como un gran beneficio que se les conceda la gracia de prolongar un
poco más esa miseria y se les retrase la muerte. Bien claramente, pues, dan a indicar con qué
gratitud aceptarían incluso esa inmortalidad en que no tuviera fin su indigencia.
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¿Pues qué? Todos los animales, aun los irracionales, que no tienen la facultad de pensar, desde los
monstruosos dragones hasta los diminutos gusanillos, ¿no manifiestan que quieren vivir y por esto
huyen de la muerte con todos los esfuerzos que pueden? ¿Y qué decir también de los árboles y de
los arbustos? No teniendo sentido para evitar con movimientos exteriores su ruina, ¿no vemos
cómo para lanzar al aire los extremos de sus renuevos, hunden profundamente sus raíces en la tierra
para extraer el alimento y conservar así en cierto modo su existencia? Finalmente, los mismos
cuerpos que no sólo carecen de sentido, sino hasta de toda vida vegetal, se lanzan a la altura o
descienden al profundo o se quedan como en medio, para conservar su existencia en el modo que
pueden según su naturaleza.
2. Ahora bien, cuánto se ama el conocer y cómo le repugna a la naturaleza humana el ser
engañada, puede colegirse de que cualquiera prefiere estar sufriendo con la mente sana a estar
alegre en la locura. Esta fuerte y admirable tendencia no se encuentra, fuera del hombre, en ningún
animal, aunque algunos de ellos tengan un sentido de la vista mucho más agudo que nosotros para
contemplar esta luz; pero no pueden llegar a aquella luz incorpórea, que esclarece en cierto modo
nuestra mente para poder juzgar rectamente de todo esto. No obstante, aunque no tengan una
ciencia propiamente, tienen los sentidos de los irracionales cierta semejanza de ciencia.
Las demás cosas corporales se han llamado sensibles, no precisamente porque sienten, sino
porque son sentidas. Así, en los arbustos existe algo semejante a los sentidos en cuanto se
alimentan y se reproducen. Sin embargo, éstos y otros seres corporales tienen sus causas latentes en
la naturaleza. En cuanto a sus formas, con las que por su estructura contribuyen al embellecimiento
de este mundo, las presentan a nuestros sentidos para ser percibidas de suerte que parece como si
quisieran hacerse conocer para compensar el conocimiento que ellos no tienen.
Nosotros llegamos a conocer esto por el sentido del cuerpo, pero no podemos juzgar de ello con
este sentido. Tenemos otro sentido del hombre interior mucho más excelente que ése, por el que
percibimos lo justo y lo injusto: lo justo, por su hermosura inteligible; lo injusto, por la privación
de esa hermosura. Para poner en práctica este sentido, no presta ayuda alguna ni la agudeza de la
pupila, ni los orificios de las orejas, ni las fosas nasales, ni la bóveda del paladar, ni tacto alguno
corpóreo.
En ese sentido estoy cierto de que existo y de que conozco, y en ese sentido amo esto, y estoy
cierto de que lo amo.
A) Capítulo XXVI:
Éste es el título del capítulo XXVI. Significa que el hombre posee una imagen o
copia de Dios (la Santísima Trinidad) en él, pero sólo mientras que no es feliz, es
decir, mientras que en su alma se da la lucha entre el bien y el mal, entre las dos
ciudades (celestial y terrenal).
Recordemos, además, que “el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios”,
como suele decirse en el Cristianismo, por lo que estas palabras de San Agustín han
sido una de las ideas que ha perdurado hasta nuestros días.
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El tema central de los capítulos XXVI y XVII se reconoce al principio del capítulo
XXVI: “También nosotros reconocemos una imagen de Dios en nosotros”; es decir,
tenemos una imagen de Dios, de la Trinidad, en nosotros, aunque no de la misma
forma. Esa imagen no es igual, es distante, no es coeterna, ni de la misma sustancia,
aunque sí es la más cercana a Dios (recordemos que “el hombre es la criatura más
perfecta creada por Dios”). Con todo, dicha imagen es perfeccionable.
Dios, en cuanto Trinidad, es uno y tres personas al mismo tiempo:
Al final del primer párrafo San Agustín enuncia sus tres verdades (a partir de ahora
las llamaremos “las tres verdades agustinianas”):
1) Existimos (somos)
2) Conocemos que existimos (conocemos)
3) Amamos el ser así y conocerlo (amamos)
Estas tres verdades (ser, conocer y amar) se dan en el hombre porque tiene una
imagen de la Santísima Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo) en él:
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no puede conocer la verdad, por lo que cuando afirmamos que conocemos algo, en
realidad nos estamos engañando.
Justamente será el engaño el punto de partida de San Agustín para demostrar las
tres verdades. Recordemos que hasta ahora sólo las había enunciado.
“¿Y si te engañas? Si me engaño, existo”. Con este sencillo razonamiento demuestra
San Agustín la primera verdad. Por si no ha quedado claro, podemos explicarlo con
otras palabras: si me engaño (es decir, si me equivoco), por lo menos es cierto que soy
(o sea, que existo), porque uno no puede equivocarse si no existe; en definitiva, sólo si
el hombre existe puede decirse que el hombre no equivoca cada ver que afirma que
conoce algo.
Por tanto, es cierto que existo. Ahora bien, a partir de esta primera verdad San
Agustín demuestra la segunda verdad: si digo “existo” (primera verdad), también es
cierto que sé que existo, lo cual es lo mismo que decir “conozco que existo” (segunda
verdad). En otras palabras, sólo si conozco que existo puedo decir que conozco algo
(mi existencia).
Llegados a este punto San Agustín ha demostrado que existe (primera verdad) y que
es consciente de ello (segunda verdad). Y respecto a la tercera verdad, el filósofo se
limita a nombrarla: amo estas dos cosas (mi existencia y el conocimiento de mi
existencia).
En el cuarto párrafo da San Agustín una demostración breve de la tercera verdad:
“no me engaño de que me amo, ya que no me engaño en las cosas que amo“. Con esto
quiere decir que es cierto que amo (tercera verdad) porque lo que amo no es engañoso
(no es falso); pero es que aunque fuera falso aquello que amo (por ejemplo, un
unicornio, que es un objeto falso porque no existe), no dejaría de ser cierto que amo.
Pero lo que amo es cierto (mi existencia y mi conocimiento), ese amor también es
verdadero.
Para acabar el capítulo, San Agustín insiste en dar otra demostración breve de la
tercera verdad:
“Tan verdad es que no hay nadie que no quiera existir, como no existe nadie que no
quiera ser feliz”.
B) Capítulo XXVII:
B.1.) Apartado 1
B.2.) Apartado 2
San Agustín es el principal Padre de la Iglesia latina, cuya influencia fue decisiva
durante la Edad Media, y que se mantiene hasta el presente en el seno de las iglesias
cristianas.
En cuanto a la influencia de San Agustín en la historia, podemos decir que la síntesis
cristiano-platónica que elaboró fue la base de la reflexión filosófica y teológica de la
Edad Media hasta el siglo XII. Los representantes del agustinismo medieval fueron
Alejandro de Sales, San Buenaventura y Duns Scoto. Entre las doctrinas agustinianas
que pervivieron encontramos: el voluntarismo, la primacía de la voluntad sobre el
entendimiento; la preeminencia de la fe respecto de la razón; el iluminismo, o doctrina
de la iluminación interior del alma al conocer, que se opuso a la teoría aristotélica de
la abstracción defendida por Santo Tomás; la doctrina política de las dos ciudades, la
supremacía de la Iglesia sobre el Estado; y la linealidad del tiempo histórico.
En el siglo XII irrumpe con fuerza Santo Tomás de Aquino, cuya síntesis cristiano-
aristotélica compartirá protagonismo con el agustinismo hasta el final de la Edad
Media. El Renacimiento significará ya el comienzo de la secularización de la filosofía,
que culminará en la Ilustración. Sin embargo, el pensamiento de San Agustín
permanecerá como un elemento irrenunciable y perdurable de la concepción cristiana
y la cultura occidental.
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