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INTRODUCCIÓN
Desde el punto de vista del niño o adolescente, puede decirse que es el régimen de
visitas es la forma en que se materializa el derecho que ellos tienen de mantener una
relación directa y regular con su padre y con su madre. Desde el punto de vista del
padre o de la madre, se puede decir que es la forma en que se hace posible el derecho
y deber que ella o él tienen de mantener una relación directa y regular con todos y cada
uno de sus hijos. Salta pues a la vista que, aunque no se viva con los hijos, es
imperativo mantener una relación permanente con ellos, para dar estabilidad al vínculo
afectivo y emocional entre los progenitores y sus hijos, fortaleciendo un conocimiento
personal mutuo. La asignación de la tenencia de los hijos a uno de los progenitores, por
la desintegración del grupo familiar, no supone para el otro una sanción, ni constituye
motivo de pérdida o supresión del derecho de patria potestad, ya que el problema de la
guarda ha debido resolverse a favor de uno de ellos. Por ello, es natural que el
progenitor que no tiene a los hijos en su compañía, tenga derecho a visitarlos.
El derecho a visitas tiene, como no puede ser de otro modo, consagración legislativa en
el Perú y fuera de él. De conformidad con lo dispuesto por el inciso 3 del artículo 9° de
la Convención sobre los Derechos del Niño, suscrita y aprobada por el Perú, los niños
que estén separados de uno o ambos padres tienen derecho a mantener relaciones
personales y contacto directo con sus progenitores de modo regular, salvo que ello sea
contrario a su interés superior. En concordancia con este precepto, el artículo 88° de
nuestro Código de los Niños y Adolescentes establece que los padres que no ejerzan la
patria potestad tienen derecho a visitar a sus hijos y que el Juez, respetando en lo
posible el acuerdo de los padres, dispondrá un régimen de visitas adecuado al principio
del interés superior del niño y el adolescente y podrá variarlo de acuerdo a las
circunstancias, en resguardo de su bienestar.
Conviene recordar brevemente los antecedentes del caso. En diciembre de 1986 nace
C., cuyos padres conviven juntos sin estar casados. En junio de 1988, los progenitores
se separan y la madre se va con su hijo a vivir a otro lugar. A partir de julio de 1991, la
madre impide a Egbert Elsholz ver a su hijo y para el padre empieza un largo calvario
judicial para lograr que se reconozca su derecho de visita, que las sucesivas instancias
de los tribunales alemanes le deniegan. Por último, Elsholz recurre al Tribunal Europeo
de Derechos Humanos, que le da parcialmente la razón e impone al Estado alemán el
pago de una indemnización. Para entonces habían pasado casi diez años desde que
dejó de ver a su hijo.
La posibilidad de que se produzca la interrupción de las relaciones parentales en
perjuicio de los intereses de niños y adolescentes –con consecuencias tan dramáticas
como en el caso Elsholz nos anima a tomar posición a favor de un modelo que supera
el concepto clásico de derecho de visitas, la custodia compartida.
a) Antecedentes
Poco tiempo después, el mismo tribunal rechazó la nueva solicitud del demandante,
invocando su anterior fallo y señalando que no se daban las condiciones previstas en el
artículo 1711 del Código Civil. Asimismo, señaló que la relación del demandante con la
madre del niño era tan tensa que no podía considerarse que la observancia del régimen
de visitas resultase de interés para el bienestar del niño. Éste conocía las objeciones de
su madre respecto del demandante y las había hecho suyas, de manera que si C fuese
visitado por el demandante contra la voluntad de su madre, experimentaría un conflicto
de lealtad al que no podría hacer frente y que afectaría a su bienestar. El tribunal añadió
que carecía de importancia cuál de los padres fuese responsable de las tensiones; y
prestó particular atención al hecho de que existían tensiones importantes y el riesgo de
que cualquier nuevo contacto con el padre afectase al desarrollo armonioso del niño en
la familia del progenitor custodio. Tras dos largas entrevistas con el niño, el tribunal
llegó a la conclusión de que el desarrollo del niño correría peligro si se reanudaba el
contacto con su padre en contra de la voluntad de su madre.
Finalmente, en abril de 1994, uno de los tres jueces del Tribunal Constitucional Federal
rechazó examinar el nuevo recurso impugnatorio propuesto por el demandante, pues,
en su opinión, no se planteaba ninguna cuestión de carácter general que afectase el
respeto a la Constitución. En concreto, no se planteaba la cuestión de si el artículo 1711
del Código Civil era compatible con el derecho a la vida familiar garantizado por el
artículo 6.2 de la Constitución, ya que los tribunales de derecho común rechazaron
conceder al demandante el derecho de visita que solicitó no sólo debido a que dicho
derecho no sería beneficioso para el niño, sino también por la razón más poderosa de
que la concesión de este derecho habría sido incompatible con su bienestar.
b) El fallo del Tribunal Europeo
Por otra parte, encontró pertinente determinar, en función de las circunstancias del caso
y especialmente de la importancia de las decisiones que hay que tomar, si el
demandante pudo jugar en el proceso de decisión, considerado como un todo, un papel
suficientemente importante que le asegurase la protección requerida de sus intereses.
La conclusión fue que la negativa a ordenar un informe psicológico independiente,
unida a la ausencia de celebración de una vista ante el Tribunal Regional, demuestra
que el demandante no jugó, en el proceso de decisión, un papel suficientemente
importante. Por lo tanto, el Tribunal Europeo concluye que las autoridades alemanas
sobrepasaron su margen de apreciación, y que, por tanto, violaron en el caso de Egbert
Elsholz los derechos garantizados por el artículo 8 del Convenio.
Parece claro que el fallo expedido por la mayoría de los magistrados comunitarios
remedió la injusticia de las sentencias alemanas en el caso del ciudadano Elsholz. No
está muy claro, en cambio, que el daño ocasionado por la interrupción de las relaciones
personales entre el demandante y su hijo durante tanto tiempo (casi 10 años) puede
revertirse de alguna manera. Lo cierto es que la sentencia de marras dejó establecido
que las relaciones entre un padre y su hijo representan un elemento fundamental de la
dinámica familiar y que las medidas internas –sean judiciales o no– que lo impidan
constituyen una injerencia no legítima, que atenta contra el derecho al respeto de la
vida en familia, derecho expresamente previsto y protegido por el artículo 8 del
Convenio Europeo de Protección de los Derechos Humanos y Libertades
Fundamentales.
Estableció también que, dado los intereses en juego, no resultaba razonable que las
cortes alemanas no hayan recabado la opinión de un psicólogo como recomendó la
Oficina de la Juventud de Enkrath, ni celebrado otras vistas para entrevistarse con las
partes, como reclamaba Elsholz. De este modo, no se pudo determinar a ciencia cierta
si, como alegó el demandante, su hijo era víctima del mentado síndrome de alienación
parental, por efecto de la manipulación deliberada a la que lo sometió la madre.
El recuento de hechos realizado por la sentencia del Tribunal Europeo deja ver que es
muy posible que dicho síndrome se haya presentado en el hijo del demandante, debido
a que terminó haciendo suyos los reproches de la madre contra Elsholz y manifestó un
severo rechazo hacia el padre, con quien había convivido los primeros años de su vida.
No obstante estos indicios, los tribunales alemanes rehusaron someter al niño a
pesquisas psicológicas, bajo la premisa de que eran suficientes las declaraciones que
ya había prestado en sede judicial y que no era conveniente someterlo a mayores
tensiones. La decisión adoptada fue, a nuestro entender, errónea, pues terminó
consolidando un statu quo fundado probablemente en el empleo del niño como arma de
agresión de la madre alienadora contra su padre, en medio de los graves conflictos que
enfrentaban los progenitores. Ciertamente la realización de pruebas y exámenes
adicionales en este caso hubiesen significado mayor mortificación para el niño, pero el
fin lo valía con creces, pues se habría podido determinar la presencia del síndrome y,
en última instancia, la conveniencia de mantener al demandante alejado del entorno
próximo de su hijo, considerando sobre todo el interés de éste y su bienestar.
El caso Elsholz pone en evidencia la complejidad que, contra lo que suele pensarse,
pueden revestir los conflictos de familia, debido a la variedad de intereses en juego y a
la dificultad de alcanzar un equilibrio justo, haciendo prevalecer el de los niños y
adolescentes en última instancia. La consideración de dichos intereses preferentes
debe conducirnos al reexamen del propio derecho de visitas, a la luz de posiciones que
hacen ver que tal derecho implica, en realidad, la amputación de las relaciones
familiares en el caso del progenitor visitante. El nuevo enfoque queda muy bien
reflejado en las palabras de la ex Ministra francesa de la Familia Segolène Royal,
pronunciadas en el curso de los debates parlamentarios que antecedieron la Ley sobre
la autoridad parental 2002-305: “una cosa es cierta, la continuidad del vínculo del niño
con el padre es, ante todo, un derecho del niño y, en segundo lugar, un derecho y un
deber del padre.”
La legislación que reconoce a esta institución, por lo general dota a los padres de la
posibilidad de elegir entre la Custodia Exclusiva y la Compartida, aunque establece la
obligación del juez de orientar y recomendar la segunda alternativa . Hoy son
incontables los estudios psicosociológicos que avalan la custodia compartida pese al
escepticismo inicial.
Se ha dicho, por último, que el separar al niño de uno de sus padres implica someterlo
a una semiorfandad artificial que bajo ninguna percepción lógica puede ser favorable a
este. La custodia compartida pretende, por ello, romper el cliché del padre periférico –el
que sólo se ocupa de pensiones y visitas con fechas– y ser el único modo que el niño
perciba que puede contar con ese padre. A su vez los padres pueden auxiliarse en sus
funciones de garantes de la educación e integridad del niño, de modo que este siempre
sienta su presencia. También contribuye a reducir considerablemente otros factores
influyentes en la estabilidad emocional, tales como el maltrato físico, la interferencia del
nuevo cónyuge, la culpabilización del progenitor no custodio y los incumplimientos de
los pagos de pensiones.
Aunque la sola lectura del Artículo 340° de nuestro Código Civil permite concluir que el
legislador nacional adscribe claramente la tesis de la custodia exclusiva, Héctor Cornejo
Chávez ha dicho que, siendo el problema de los efectos del divorcio en cuanto a los
hijos, el problema más grave que origina el decaimiento y la disolución del vínculo
matrimonial, el régimen a aplicarse no puede fundarse sobre bases rígidas, pues su
objeto es asegurar en lo posible el bienestar de la prole, razón por la que el legislador
ha dictado a este propósito normas flexibles, abandonando la decisión del problema al
prudente arbitrio del juez, el cual deberá inspirarse para ello en las legítimas
conveniencias de los hijos y no en las de los padres .
Mucho más flexibles resultan las reglas contenidas en el Código de los Niños y
Adolescentes vigente, pues se privilegia el acuerdo de los padres y sólo se admite la
intervención judicial cuando falta dicho acuerdo o éste es perjudicial para los hijos , si
bien se trata de preceptos que se aplican en principio en las hipótesis de separación de
facto de los progenitores, ya que en los casos de separación de cuerpos o divorcio, los
regímenes de patria potestad deben estar obligatoriamente fijados en la sentencia . No
obstante, los autores del código anotado aún permanecen en al ámbito de la doctrina
de la tenencia exclusiva, al regular, sólo a continuación de las disposiciones sobre
tenencia, la disciplina del régimen de visitas, régimen que, por lo demás, aparece
supeditado al cumplimiento –o a la probanza de la imposibilidad de cumplimiento– de
las obligaciones alimentarias Pese a ello, no se ve impedimento alguno para que, en el
marco del código en comento, se tenga por válido el acuerdo de partes que establezca
una tenencia compartida, bajo que cualquiera de las modalidades que se han descrito
anteriormente, en cuyo caso no habría razón para la ingerencia judicial, que no sea
para convalidar semejante acuerdo en sede de conciliación intraprocesal. Tal convenio
encontraría asidero, si no en la flexibilidad de las normas del Código de los Niños y
Adolescentes, en el inciso 3 del artículo 9° de la Convención sobre los Derechos del
Niño, suscrita y aprobada por el Perú, dispositivo según el cual, como se recordó en un
principio, los niños que estén separados de uno o ambos padres tienen derecho a
mantener relaciones personales y contacto directo con sus progenitores de modo
regular, salvo que ello sea contrario a su interés superior.
Parece claro que, aún si se admite que el Código de los Niños y Adolescentes puede
autorizar un fallo de tenencia compartida, cuando se resuelve tal custodia por la vía
litigiosa el juez se enfrenta, por lo regular, a padres que no poseen una adecuada
comunicación y conoce que su fallo estará en contra de la intención de uno de los
progenitores, de modo que puede que en estos casos la coparentalidad no redunde en
beneficio del niño o el adolescente. Por lo tanto, la vía más adecuada consiste en lograr
que emane del acuerdo de los padres, enfatizando en que múltiples estudios
sociológicos y psicológicos han demostrado que es lo más acertado para la familia y en
especial para los hijos.
BIBLIOGRAFÍA