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LAS SOCIEDADES DEL MIEDO
K e e s K o o n in g s y D irk K r u ijt ( e d s .)
Traducción de:
Jesús Torres tlel Rey
M a. Rosario Martín Ruano
Jo rg e J . Sánchez Iglesias
E D IC IO N E S U N IV E R S ID A D D E S A I,A M A N C A
ACTA SALMANTICENSE
BIBLIO TECA D E PEN SAM IEN TO Y SOCIEDAD, 84
©
de esta edición:
Ediciones Universidad de Salamanca
y los amores
©
de la traducción:
Jesús Turres del Rey,
Mc Rosario Martin Ruano
y Jorge J. Sánchez Iglesias
P reámbulo i3
A gradecimientos i5
Sobre los autores 17
N ota de los traductores 19
T. IN T R O D U C C IÓ N : L A V IO L E N C IA Y E L M IE D O E N
A M É R IC A L A T IN A
Dirk K ruijt y Kees Koonings 21
P rimera parte :
L A S D IM E N S IO N ES S O C IA L E S , P O L ÍT IC A S
Y É T N IC A S D E L A G U E R R A C IV IL
II. E JE R C IC IO S D E T E R R O R IS M O D E E ST A D O : L A S C A M
P A Ñ A S C O N T R A R R E V O L U C IO N A R IA S E N G U A T E
M A LA Y PERÚ
Dirk K ruijt 53
APHNTF.SFINAI.ES 75
A péndice 1. E jecutivos nacionales en P erú (1930-2001) 78
A péndice ¡ 1. E jecutivos nacionales de G uatemala (1930-2001) 79
til. C O SE C H A N D O T E M P E S T A D E S : L A S R O N D A S C A M P E
S I N A S Y LA D ERRO TA D E S E N D E R O L U M IN O S O EN
A YA CU CH O
Carlos Iván Degregori 81
IV. « B IE N V E N ID O S A L A P E S A D IL L A » ; R E F L E X I O N E S
S O B R E L O S G U E R R E R O S SIN R O ST R O D E L A R E -V U E L -
TA D E L A C A N D O N A (C H IA PA S, M É X IC O , 1994)
Arij Ouwened 10 5
S egunda parte ;
L A S C O N S E C U E N C IA S A L A R G O P L A Z O
D E L A V IO L E N C IA , E L T E R R O R Y E E M IE D O
V. V IO L E N C IA P O L ÍT IC A E N E l. M É X IC O P O S T -R E V O
L U C IO N A R IO
Alan Kníght 21
ÍNDICE 9
V I. E l. M IE D O A L A I N D IF E R E N C IA : LO S T E M O R E S D E
L O S C O M B A T IE N T E S S O B R E L A ID E N T ID A D P O L Í
T IC A D E L O S C IV IL E S D U R A N T E L A G U E R R A SU C IA
A R G E N T IN A
Antonius Robben 141
V IL D E L A B A N A L ID A D D E LA V IO L E N C IA A L T E R R O R
R E A L : E L C A SO D E C O L O M B IA
Daniel Pécaut 15 7
T ercera parte
¿T R A N S IC IO N E S D E M O C R Á T IC A S P A C ÍFIC A S?
P E R S P E C T IV A S Y P R O B L E M A S
V III. M E M O R IA C O L E C T IV A , M IE D O Y C O N S E N S O : P SIC O
L O G ÍA P O L ÍT IC A D E L A T R A N S IC IÓ N D E M O C R Á T IC A
E N C H IL E
Patricio Silva 183
S O M B R A S D E V IO L E N C IA Y T R A N S IC IÓ N P O L ÍT IC A
E N B R A S IL : D E L R É G IM E N M IL IT A R A L G O B IE R N O
D E M O C R Á T IC O
Kees Koonings 211
T R A N S IC IÓ N Y V IO L E N C IA . R E F L E X IO N E S S O B R E E L
C A M B IO P O L ÍT IC O E N M É X IC O
Wil Pansters 247
X I. UN PA IS A L A D E R IV A : C R IS IS Y T R A N S IC IO N E N C U BA
Gert Oostindie 275
X II. E P ÍL O G O : R E F L E X I O N E S S O B R E E L T E R R O R , L A
V IO L E N C IA , E L M IE D O Y L A D E M O C R A C IA
EdeLbcrto Torres-Rivas 297
B ibliografía 313
REALIDADES LATINOAMERICANAS:
¿EN QUÉ MANOS ESTÁ EL PODER?
Ustedes me piden unas garantías específicas para las que yo no puedo darles res
puestas adecuadas. N o está en mi mano prometerles una solución inequívoca
siguiendo sus finos parámetros europeos. He sido un destacado periodista durante
los años de la represión y la dictadura militar. Estuve amenazado y tuve que huir al
extranjero para ponerme a salvo. Ahora soy el vicepresidente, incluso presidente en
funciones de este país. 1 le redactado las partes fundamentales de nuestra Constitu
ción. Aparentemente estoy investido con todo el poder político. Pero, en realidad,
amigos míos, me veo en la necesidad de compartir el poder con otras muchas ins
tancias, alguna de ellas invisible. En este país todavía mandan los militares. Esto es
Guatemala, amigos, y no se puede poner en marcha un proyecto de gobierno sin con
tar con su autorización implícita. Por otra parte están, por supuesto, las fuerzas para-
militares o los escuadrones de la muerte, com o ustedes los llam an. ¿Pueden
sugerirme que se puede hacer con ellos? Están presentes y ausentes al mismo tiempo.
Están por todas partes y en ninguna; y piden lo que les corresponde. También están
los n are otra ficantes con sus mafias. Naturalmente, podría negar su existencia, y lo
mismo podría hacer con los militares, con la policía, con los criminales y con los
capos de la droga, Pero estamos en Guatemala y la presencia de todos ellos es una
cruda realidad. Y a esto se añade el problem a de la C A C 1 F, la Cámara Nacional
de Comercio e Industria, que tilda de comunismo cualquier minimo incremento de
impuestos de un z o un y por ciento, ¡y los militares les creen! La C A C IF controla
toda la economía nacional. Asi pues, reconsiderando estos hechos, ¿qué clase de
garantías piden ustedes?
Este volumen surge como colofón del congreso internacional que organizamos
los editores en colaboración con el profesor de la Universidad de Leiden Raymond
Bu ve y que se celebró en ¡a Universidad de Utrecht en septiembre de 19 9;. El obje
tivo del congreso era analizar el influjo de los distintos tipos de violencia social y
política, especialmente la guerra civil y el terrorismo de Estado, en el desarrollo
social y político de América Latina. El interés, en nuestra opinión, estaba más que
justificado, pues el debate sobre la situación latinoamericana actual por lo general
se ha centrado en las perspectivas que tiene la democracia para afianzarse y en cues
tiones relativas a lo que se ha dado en llamar «ajuste y gobemabilidad».
Una vez caída la mayoría de los regímenes militares de la zona, y prácticamen
te concluida la formalización de los acuerdos de paz en Centroamérica tras la firma
del ambicioso tratado de paz en diciembre de 1996 en Guatemala, uno se siente ten
tado a pensar que la violencia, la represión y la guerra civil forman parte del pasado
latinoamericano. Sin em bargo, no parece que vaya a borrarse de un plumazo la
estela de varias décadas de violencia, terrorismo de Estado y guerra civil. El con
greso de Utrecht, titulado «Las sociedades del miedo», pretendía evaluar hasta qué
punto afectan las diversas formas que ha tomado y toma la violencia en el marco más
amplio de ia dinámica política y social de la zona, especialmente en lo que se refiere a
la cuestión primordial de la gobem abilidad en un contexto democrático. En total,
en el congreso se presentaron veintiocho ponencias, cuyos autores procedían de
paises tan diversos como Alemania, España, los Estados Unidos, Francia, Gran
Bretaña, Guatemala, Holanda, México, Perú o Surinam. Éstas se agruparon en redes
temáticas, por ejemplo, sobre las guerras civiles étnicas, las transiciones políticas, la
violencia y la sociedad civil, y en sesiones centradas en los distintos países o zonas,
como las dedicadas a Argentina, Centroamérica, México y Surinam. En este vo lu
men se ofrece una selección de diez artículos, que en todos los casos se han revisa
do substancialmente o se han reescrito por completo. Tres de ellos tuvieron que
traducirse al inglés para la edición originalmente publicada por Zed Books. El
capítulo que versa sobre Brasil no se presentó como ponencia en el congreso; se
escribió con posterioridad a él específicamente para incluirse en el libro. Finalmen
te, añadimos un primer capítulo que hace las veces de introducción a la obra.
En un proyecto tan amplio como éste, los organizadores del congreso y los edi
tores del volumen contraen deudas de todo tipo, no siempre de carácter académico.
En primer lugar, queremos expresar nuestra gratitud a una serie de instituciones
que hicieron viable el congreso desde un punto de vista económico: la Fundación
Holandesa para el Fom ento de Investigaciones Tropicales (W O T R Ü ), la Real
i6 AGRADECI MI KNTt )S
Desde la aparición del texto original, Societies o f Fear. The I.egacy nf C ivil War,
Vióleme and Terror in ÍMtin America, en 1999, son muchos los cambios que se han pro
ducido en las distintas sociedades latinoamericanas, til tiempo se ha encargado de
hacer realidad las predicciones que apuntaban algunos de los trabajos recogidos
en este volumen. En otros casos se ha considerado la oportunidad de actualizar el
contenido de los artículos gracias a la generosa disposición de los autores, que se han
brindado a añadir observaciones y comentarios adicionales cuando lo han creido
necesario.
D e igual m odo, nos gustaría agradecer la atenta ayuda y amabilidad de los
editores, Kees Koonings y Dirk K ruijt, profesores de la Universidad de Utrecht,
durante la labor de traducción y documentación.
Por último, queremos expresar nuestro reconocimiento a los profesores Román
Alvarez y Africa Vidal, de la Universidad de Salamanca, por su valiosísima colabo
ración y asesoramiento a lo largo de este proyecto; y a Jo sé M. Bustos Gisbert,
Director del Servicio de Publicaciones de la misma Universidad, por depositar su
confianza en este equipo.
U stedes m e piden unas garantías especificas para las que yo no puedo darles respues
tas adecuadas. N o está en mi m ano prom eterles una solución in equívoca siguiendo sus
finos parám etros europeos. H e sido un destacado periodista durante los años de la repre
sión y la d ictad u ra m ilitar. E s tu v e am enazado y tuve que h u ir al extran je ro para
ponerm e a salvo . A h o ra soy el vicepresidente, incluso presidente en funciones de este
país. H e redactado las partes fundam entales ele nuestra C onstitu ción . A paren tem en
te e sto y in vestid o con todo el poder político. P ero, en realidad, am igos m íos, me veo
cu la necesidad de com partir el poder con otras m uchas instancias, algu n a de ellas
22 DIKk KRL'IJT Y KFES KÜONINGS
in visible. E n este país todavía m andan los m ilitares. E s to es G u atem ala, am ig os, y no
se puede poner en m archa un pro yecto de g o b iern o sin contar con su autorización
im plícita. Por otra parte están, p or supuesto, las fuerzas param ilitares o los escu ad ro
nes de la m uerte, com o ustedes los llaman. ¿Pueden sugerirm e qué se puede hacer con
ellos? Están presentes y ausentes al m ism o tiem po. Están p or todas partes y en n in gu
na; y piden lo que les c o rre sp o n d e . T am b ié n están los n arco trafic an te s co n sus
mafias. Naturalm ente, podria negar su existencia, y lo m ism o podría hacer con los m ili
tares, con la policía, con los crim inales y con los capos de la droga. Pero estam os en
G u atem ala y la presencia de todos ellos es una cruda realidad. Y a esto se añade el p ro
blem a de la C A C 1F l a Cám ara N acional de C om ercio e Industria, que tilda de com u
nism o cualquier m ínim o increm ento de im puestos de un 2 o un 5 p o r ciento, ¡y los
m ilitares les creen! La C A C IP controla toda la econom ía nacional. A si pues, reconsi
derando estos hechos, ¿qué clase de garantías piden ustedes?
De este modo, en pocas palabras, dejó claro el problema que constituye el prin
cipal objeto de este estudio. América Latina arrastra un legado de terror, miedo y
violencia. D e todos los países del continente, Guatemala es uno de los ejemplos que
más claramente ilustran la situación de las «sociedades del miedo». La constitución
de este tipo de sociedad y la pervivencia de sus características (en otras palabras, las
consecuencias a largo plazo de la violencia, la represión y la arbitrariedad) son recu
rrentes en el panorama político latinoamericano. Por desgracia, estos problemas no
han desaparecido de la escena social y política del continente a pesar de casi dos déca
das de esfuerzos por erradicar el autoritarismo y las guerras fratricidas, y a pesar de
los intentos por restaurar la democracia y legitimar un gobierno civil.
Desde finales de los años setenta, América Latina ha experimentado profundos,
y con frecuencia dolorosos, procesos de cambio económico, político y social. La
zona tuvo que hacer frente a un doble desafío; combatir la peor crisis económica des
de los años treinta y, al mismo tiempo, caminar por la senda de la transición y con
solidación democráticas. Y estos cambios se vieron complicados por la presencia de
numerosos conflictos y contradicciones internos, tanto sociales como políticos. No
resulta, pues, sorprendente que los avances por esa senda hayan sido en muchos
casos ambiguos, parciales e inestables. En la mayoría de las ocasiones la transición
hacia la «normalidad» ha tenido una trayectoria zigzagueante. La recuperación eco
nómica llegó tarde, resulté; frágil y no produjo e! resultado tan esperado de reducir
con rapidez la pobreza y las desigualdades. En teoría la democratización ha tenido un
desarrollo impresionante en algunos aspectos, pero en la práctica el proceso se ha vis
to continuamente complicado por la confusión institucional, por las turbulencias
políticas, los conflictos y la violencia.
En las postrimerías del siglo XX la región se encuentra en una encrucijada y
marcada por un dilema fundamental. Por un lado, la mayoría de los países se han
esforzado durante los últimos diez o quince años para establecer gobiernos civiles y
democráticos que reemplazaran a los regímenes autoritarios que, en mayor o menor
medida, se habían sustentado en la arbitrariedad y en la violencia institucionalizada.
La que se ha dado en llamar «consolidación democrática» ha estado acompañada, en
algunos países, de una aparente recuperaciém económica que ha puesto fin al ciclo
de estancamiento, deuda y empobrecimiento de los años ochenta. Pero, por otra
2 Véase The Hamomut^jode noviembre de i 996, págs. zyt(y. The FLconomtst aplaude la «la victoria
de las políticas razonables y juiciosas (rente al populismo» {en referencia a las políticas de ajuste estructu
ral promovidas por casi todos los gobiernos de la zona), pero llama la atención acerca de los problemas
endémicos de pobreza, exclusión social y violencia generalizada.
3 Acerca de los complejos problemas a la hora de combinar la democratización y los ajustes eco
nómicos, véanse Stallings y Kaufman, Debí and Democracy\ Haggard y Kaufman, Política! f:cottomy\ y
Smith, Acuña y Gamarra, Tatin American Política! liconomy. Uno de los problemas básicos que surgen es
el de la amenaza que suponen las políticas de ajuste sociatmenre insostenibles para la viabilidad de la
democracia política, teniendo en cuenta los parámetros de pobreza y desigualdad existentes en América
Latina.
HIRk KRUIIT V1KI-I-.S KO I JNINGS
1.A V IO L E N C IA Y E L D E S A R R O L L O D E L A S N A C IO N E S EN A M É R IC A L A T IN A
ciudadanía y hallar una solución pacífica para las diferencias sociales dentro de la
sociedad civil .
Destle esta perspectiva, resulta tentador, aunque erróneo, contem plar las
recientes formas de violencia bien como una «desviación», es decir, como algo depen
diente del subdesarrollo o de una modernidad aún incompleta, bien como algo
transitorio que implicaría el retorno en un futuro próximo al orden civil legitimo y
«normal» una vez reinstauradas las condiciones básicas. En realidad, un buen nume
ro de investigadores ha centrado su atención en el estudio de la violencia especí
fica que lleva aparejada la construcción del mundo moderno. M oore, siguiendo
a los clásicos, ha demostrado que la llamada «modernización», es decir, el paso de las
sociedades agrícolas a los estados-nación urbanizados, por lo general se acompaña
de determinadas formas violentas de eliminación y reajuste de las clases sociales.
Los complejos procesos de formación de los estados modernos se basaron, en bue
na medida, en el despliegue de la violencia militar por parte de los gobiernos, como
ha demostrado Tilly. Sin embargo, para él esto supone una fase previa a la moder
nidad en la que prevalece «una ausencia relativa de violencia en la vida civil». Keane,
por el contrario, nos ofrece una imagen trascendental del delicado equilibrio entre
lo «cívico» v la violencia que subvacc en toda la historia moderna desde la Ilustra
ción hasta después de la guerra fría 6 7. A la luz de estas explicaciones, parece que
la persistencia de la violencia en América Latina noes un fenómeno único, si bien
ha tenida características específicas, como demostraremos más adelante.
La violencia social y la violencia política han sido elementos recurrentes en el
cambio social de America Latina. Esto es particularmente relevante porque el carác
ter con frecuencia violento de la sociedad latinoamericana ha de ser contrastado con
el telón de fondo de las normas «modernas» del consenso civil y la estabilidad insti
tucional, aspectos ambos a los que oficialmente se adscriben las naciones latinoame
ricanas. La violencia ha estado presente en todas partes. Tero durante la primera
mitad del siglo XX en Europa (Occidental), por ejemplo, ha asumido la forma de
conflictos armados entre naciones diferentes. Ultimamente, en algunos lugares
de la F.uropn del Este, en Africa y Asia, la violencia lia surgido ante la ausencia o
el colapso de las instituciones, y de las normas sociales y políticas aceptadas. Por el
contrario, la violencia en América I,atina ha sido algo endémico, a pesar de la esta
bilidad de los sistemas políticos y de la existencia de estructuras institucionales ofi
ciales que, al menos sobre el papel, debieran garantizare! orden, la estabilidad y las
bases del consenso.
En realidad, la violencia ha sido la característica histórica fundamental en el des
arrollo y evolución de las sociedades de América Latina. La conquista de esta zona
por parte de los europeos se basó sobre todo en la destrucción de los esquemas
6 Para una revisión muy atinada de los elementos intrínsecos que condicionan la formación de los
estados modernos, vedase la obra de (iiddens AW.hn-Stak and I ’hknayen la que, entre otras cosas, alude
a la importancia de la organización militar en la gestación de los estados modernos y al papel de las gue
rras modernas en el fortalecimiento interno de las sociedades y ciudadanías nacionales. Fin los estados-
nación consolidados, la ciudadanía es el principal ámbito de oposición donde las clases y los intereses
contrapuestos se negocian por canales legítimos y regulados. Véase Turner, and Capitalismo
como una introducción útil para d debate del concepto de ciudadanía.
7 Véanse Moore, Sociat Origins, Tilly, C verdón (la cita es de la pág. 68); y Keane, R tjk dim s on
Vhkm s.
26 DIR.K K R U IJT Y KItr;S KOOM NGS
L a v io l e n c ia en m . o r d e n t r a d ic ió n a i .
los proyectos nacionales de las dites criollas, éstas no eran capaces de ver en las
expresiones colectivas populares sino un enorme peligro para el estado oligárquico.
Además, a pesar de la hegemonía a veces atribuida al poder de las oligarquías, éstas
no dudaban en pedir ayuda a los militares para reforzar el sistema siempre que
fuera necesario: el Porfiriato mexicano, la República Vieja en Brasil, la Pax Conser
vadora en Colombia, la República aristocrática en Perú v las dictaduras personales en
Venezuela, Nicaragua, Cuba o la República Dominicana se asentaron en estrechas
alianzas entre la oligarquía y el ejército. Como consecuencia, sólo unos pocos goza
ban del privilegio acorazado de una vida cívica, mientras que la violencia contra las
masas desfavorecidas constituía un hecho habitual. El concepto de ciudadanía era
inexistente.
Resulta tentador considerar esta clase de violencia como «tradicional», como
algo propio del siglo XIX y de las primeras décadas del XX. Sin embargo, no es nece
sario asumir en su conjunto el argumento determinista de W ¡arda IJ, entre otros,
para darse cuenta de que persiste en la actualidad bajo diferentes formas. En rea
lidad, al reconocer la trayectoria específica del recorrido de Am érica Latina en
pos de la modernidad, Wiarda considera que esta violencia ya viene culruralmen-
te predeterminada. Sostiene que está arraigada en el legado ibérico, católico y gue
rrero, en el sentido patrim onial y en !a autonom ía corporativa de las Fuerzas
Arm adas, entre otros factores. Sin ánimo de entrar aquí en el debate, nos parece
más relevante considerar este tema como una cuestión de pervivencia de la «apro
piación privada del poder público» y L problemática que ello plantea. Si bien algu
nas de sus raíces quizá se hundan en el patrim onialism o colonial ibérico, se ha
reproducido bajo condiciones cambiantes, echando mano al mismo tiempo de viejos
y nuevos artefactos y justificaciones de carácter tanto social como político. Hagopian
indica que muchas de las prácticas del denom inado «gobierno tradicional» se
han modernizado constantemente para poder adaptarse a las nuevas condiciones
sociales y políticas, inclusive a las recientes oleadas de transiciones democráticas .
P O L ÍT IC A O lí MASAS, V IO L E N C IA POLÍTICA Y « G U E R R A S IN T E R N A S »
independencia del modo en que los regímenes populistas alcanzaran el poder o sus
características consiguientes, siempre se registró algún grado de violencia, bien fue
ra como resultado del derrocamiento del sistema anterior o, como en el caso de
Argentina y Perú en los años treinta, para mantener el populismo reformista aparta
do de la contienda política. Lo importante para nuestro debate, sin embargo, es que
la violencia social se politizó y se tiñó de ideología al tiempo que se producía la aper
tura del ámbito político.
El típico ciclo de violencia entre los anos treinta v setenta, aproximadamente, se
inicia con los que Touraine llama «regímenes nacional-populares» y sus aliados, pasa
por un período de inestabilidad y cambios, y culmina con el surgim iento de los
regímenes autoritarios «contrarrevolucionarios», respaldados por las Fuerzas
Armadas ’ 7. Este ciclo es típico, aunque no característico, de todos y cada uno de
lus países de America Latina. No en vano, Colombia, Costa Rica, México, Perú y
Venezuela se desvian considerablemente en algunos aspectos de esta pauta generali
zada. Por otro lado, esa trayectoria típica se trasluce en las experiencias históricas de
Argentina, Bulivía, Brasil, Chile, Guatemala, 1 Linduras y Uruguay. El populismo
clásico no se manifestó de igual modo en todos los países, pero si se abordaron en
mayor o menor medida los problemas de la participación popular y la reforma poli-
tica, que en un momento dado desencadenaron una reacción en la que la lógica de la
violencia política llegó a sus últimas consecuencias. Analicemos en detalle la violen
cia desatada dentro de ese circulo nefasto de populismo y autoritarismo.
Con la excepción de México, la violencia que se desató en paralelo a la ascensión
de los regímenes populistas fue limitada tanto en extensión como en duración. En paí
ses como Chile, Costa Rica y Uruguay, el proceso fue paulatino c institucional a la
vez. En Argentina, el ascenso de Perón vino acompañado de un cierto número de
altercados urbanos y protestas contra sus oponentes. En Brasil, e! movimiento revo
lucionario liderado por Vargas en 1950 llegó al poder tras una breve campaña
militar. En Colombia el fin de la Pax Conservadora reavivó la violencia social y polí
tica ya existente, ante lo cual algunas facciones del Partido Liberal se adhirieron a la
plataforma populista-reformista. En Costa Rica tuvo lugar en 1948 una breve gue
rra civil que trajo consigo la abolición del ejercito, lo cual tuvo unas implicaciones
políticas que han llegado hasta nuestros dias. En Bolivia y Guatem ala los inten
tos reformistas de los años cincuenta marcaron el inicio de un largo período de vio
lencia y represión de baja intensidad que en el caso de Guatemala explotó en Lis
años setenta, dando lugar a uno de los conflictos civiles más brutales del siglo.
Tal vez la novedad resida en que la finalidad de la violencia consistía en alcan
zar y conservar el poder político. El sustrato ideológico era cada vez más «naciona
lista», pero dentro de este nacionalism o latinoam ericano surgieron distintas
variedades, contrapuestas entre sí. Bajo el populismo, los sentimientos naciona
listas se orientaron hacia la formación de una amplia e inclusiva alianza que trató de
impulsar un cambio en el sentido de la nación y que abrió un espacio político para
nuevos sectores sociales (urbanos sobre rodo), como el industrial, las clases medias
profesionales o la mano de obra organizada. Los militares se incorporaron de forma
activa en el seno de estas alianzas y comenzaron a asumir un papel de árbitros del
orden nacional, de la estabilidad y el progreso. En muchos casos, el proceso político
logró incorporar hasta cierto punto unos mecanismos democráticos. Pero en el fon
do, y por lo que nos atañe en el presente debate, sobrevoló siempre la sombra del
conflicto político y de la violencia. Todo esto tiene que ver con una de las caracte
rísticas más notables de estos modelos políticos inclusivos (generalmente denomi
nados «estados de compromiso»), a saber: la falta de un consenso a largo plazo y la
inestabilidad real y potencial que lleva aparejada inevitablemente esta circunstan
cia. Esta inestable fragilidad se relaciona con la falta de confianza entre los principa
les responsables políticos y sociales que actúan dentro del populismo. Eos intereses
eran a menudo contrapuestos -continuism o frente a reforma, lucha entre los dife
rentes sectores económicos, entre el elitismo y el incremento de la participación
popular, etc.-; de ah i que los principales protagonistas parecieran sumidos en un esta
do de perpetuo anquilosamiento. Todo esto se vio agravado por el papel determi
nante del Estado a la hora de definir y mediar en las relaciones entre los diferentes
grupos sociales. En otras palabras, todos los sectores políticos y sociales implica
dos consideraban fundamental acceder al poder político. De ahi que se tuviera la
impresión generalizada de que todo lo que ganaban unos era a costa de otros, lo que
solia interpretarse en términos absolutos, cuando no con catastrofismo. T.a pérdida
del control político se consideraba como una auténtica amenaza para la situación
ocupada por los grupos o clases en el marco de la nación
Resulta significativo que México, e! país que mejor supo resolver el problema de
la inestabilidad política derivada del populismo, haya sido también el que sufrió la
irrupción más violenta de las masasen la contienda política. La Revolución mexica
na supuso un despliegue masivo y prolongado de violencia social y política, cuyas
com plejidades se han visto a menudo oscurecidas por las implicaciones que ha
tenido a largo plazo '5, De todos modos, lo reseñable es que, com o colofón a dos
décadas de guerra intestina y violencia política generalizada, se hiciera un esfuerzo
prolongado para tratar de dar cauce a la institucionalización política y a las reformas
sociales. Las condiciones del com prom iso mexicano fueron establecidas, tanto en
lo oficial como en lo oficioso, bajo los auspicios del PR I, y constituyen un ejemplo
único; en parte aellas hay que atribuir la relativa ausencia de violencia política en el
ámbito nacional hasta 1994. Como resultado, México ha sido una excepción al para
digma propuesto por O 'D onnell, según el cual los procesos relativamente avan
zados de desarrollo industrial y modernización en América Latina han desembocado
en el establecimiento de regímenes burocrático-autoritarios represivos y, por tan
to, violentosío. N o es necesario repetir aquí los argumentos que refutan la formula
ción inicial de esa tesis 11 para colegir que las tensiones insertas en las alianzas
populistas propiciaron en muchos casos la subida al poder de dictaduras militares y
civiles que recurrieron a la violencia sistemática para mantenerse, para neutralizar a
sus oponentes y para llevar a cabo determinados proyectos de desarrollo económico
y social. D e nuevo afloraba la lógica de la exclusión social, que en este caso reside
en las inclinaciones estructurales de los modelos de desarrollo adoptados por los8 *2
i8 Esrc aspecto lo trata en profundidad Eechner en «Some Peoplc Die oFFear», en especial en las
pá£s. 28-29.
ty Véase Knight, Aícx/can Rcvoiulhn,
10 V ¿as e O'D on nel 1, Moderm^atwn,
2i Véanse los distintos colaboradores en el volumen de Collicr, New Authoritarianism.
•N TKO IV. ( O > V L A VI( H .liN C LA Y Kl. M IE l l O K N A M É R IC A L A T IN A ?I
regímenes autoritarios, es decir, en el cierre del sistema político a todo grupo o inte
rés opuesto al régimen o a los proyectos que éste promueve.
Independientemente de las diferencias entre los distintos «proyectos» burocrá-
tico-autoritarios (como, por ejemplo, las existentes entre Brasil y Chile), todos
ellos tenían en común una cierta noción conservadora de lo que constituía el «inte
rés nacional» o los «objetivos nacionales inmutables», que se percibían bajo la
amenaza de los enemigos internos más radicales, a saber, los comunistas. A estos ene
migos (los populistas de antes y los izquierdistas que posteriormente encontraron su
inspiración en la revolución cubana) se les respondió con la lógica de la guerra inter
na, sin que tuviera demasiado peso la valoración real de las fuerzas enem igas21. Des
de Guatemala hasta Argentina las dictaduras declararon la guerra a sus ciudadanos
en nombre de la libertad y de la necesidad de conservar la cultura cristiana occiden
tal ’ b Hsta violencia se basó en directrices muy claras y en nociones estratégicas, lo
mismo que en una guerra convencional, pero sus efectos perversos tueron inevita
bles en el sentido de que la guerra interna desembocó en el terrorismo de Testado.
Una de sus características fundamentales es la multiplicación de las arbitrarieda
des. Ningún principio de seguridad nacional ni ningún concepto de «democracia
fuerte» serán nunca capaces de conseguir que los ejecutores de la violencia de Usía-
do se limiten a las prácticas habituales de «guerra sucia». El estratega más relevan
te del régimen militar brasileño, el general G olbery do Com o e Silva, aludía a este
problema como «el agujero negro» del sistema de seguridad de Brasil, es decir, algo
fuera de todo control y sin dirección aparente, algo que a la postre podia incluso ame
nazar la estabilidad del propio régimen m ilitar14,
Como veremos más adelante, la continuidad de la lógica de la represión arbitra
ria por parte de las fuerzas de seguridad es uno de los problemas candentes que aún
perviven como legado de los regímenes autoritarios del pasado reciente. Esto no1
1 1 Para un detallado análisis de las revoluciones armadas durante la segunda mitad del siglo x x ,
véase Wickham-Crowley, Guerrillas and Revnlutim. La lucha armada de la izquierda latinoamericana cons
tituyó a la larga un fracaso, pero hizo posible la entrada de la izquierda en las fuerzas pro-democráticas de
muchos países a partir de 1980, Véase también Angelí, «Incorporating the J ,eti».
23 En esta obra ponemos énfasis en Ja dimensión interna de tos regímenes autoritarios y represivos
de los años sesenta» setenta v ochenta. Esto no quiere decir que tas influencias externas no sean relevantes
para el auge y consolidación de estos regímenes, así tumo para la puesta en marcha de sus prácticas repre
sivas. Durante los años sesenta y setenta era habitual referirse a la todopoderosa influencia de los Estados
Unidos como responsables de una larga lista de dictaduras militares, así como de la orquestación de cam
pañas para hacer frente a los insurgentes, Nn hay duda de que los Estados Unidos respaldaron de varias
maneras a los militares por medio de programas de ayuda, de cooperación para el desarrollo, de alianzas
diplomáticas y de complicidades con los servicios de inteligencia. Sin embargo, Rouquié señala que esto
no quiere decir que los regímenes militares latinoamericanos lucran el «sexto lado del Pentágono» (véa
se Rouquié, Aíi litar y). Sobre todo en Brasil y en los países del cono Sur lo que los Estados Unidos ofre
cieron fue el nibil obsta/ a la militarización de una política asentada en un pensamiento geopolítica
desarrollado en el ámbito nacional y en las doctrinas relacionadas con el papel del ejército en la política
(véase Cbild, «Geopotuical Thinking»), Por otro lado, se puede ver claramente la mano norteamericana
en el Caribe y en América Central. Desde las aventuras de VCilliam Walkeren la Nicaragua del siglo XIX
hasta las intervenciones en Panamá y Haití a principios de los noventa, los Estados Unidos han manteni
do una práctica constante y sistemática de interferencias tanto en los aspectos políticos como en las gue
rras civiles. A partir de los años ochenta el Pentágono y la C IA han ido dejando paso a la D E A , cuyas
actividades requieren la colaboración de los ejércitos de varios países (especialmente en la región Andina)
para llevar a cabo su «guerra contra las drogas».
24 Véase A Ivés, listado e apostada.
3* DIRKKRUIJ'I 'i KKLSWHININGS
L a v io l e n c ia e n l a A m é r ic a L a t in a p o s t - a u t o r it a r ia
2 \ Ni is referimos a la cuestión dd buen gobierno no en d sent ido estricto aplicado, entre otros, por
el banco Mundial (la capacidad para llevar a cabo programas de ajuste rnzcinables y crear a largi >plazo las
condiciones necesarias para el desarrollo de los mercados), sino como algo que permite fomentar la par
ticipación democrática, la responsabilidad y la legitimidad.
26 Así lo sostiene Roldan en «Citizenship, Class and Violence».
iNTKOlMTCIÚN: LA VKH.ENOIA V til. MlP.no EN AMÉRICA LA TINA 33
¿R Véase Kuonings, Kruijt V Wils, «Vcry I.,nnp Match»; también kruijt eta!., C'ltürtgirts. Labour
Relatififis.
INTRODUCCIÓN: LA V IOI.KNC1 A V EL MI EDI 1 KN AMÉRICA 1.ATI N A 35
30 Para la situación en Colombia, véase el séptimo capitulo de este libro, escrito por Daniel Pécaut.
Rntre las publicaciones en lengua española más recientes se encuentran también Bétancourt y García, Con-
trabandisias; Guerrero, Arlos de! obtdn\ Cara, Siembra vientos: Palacio, Irrupción; Saladar, A 'o nacimos pd semi
lla ; Sala xa r, Mujeres; Sa laxar y jaramillo, McdeHin; Torres Arias, Mercaderes.
INTRODUCCIÓN: l.A VIC«.ENCIA V ELMIKDO EN AMÉRICA LATINA 57
L a s s o c ie d a d e s d iil m ih d o : c a u s a s y c o n s e c u e n c ia s
excepcional de M éxico*7, son muy estrechos los vínculos éntrela inteligencia civil y
la militar, generalmente* en los casos en los que hay un claro predominio del ejército.
Debido al concepto del «enemigo iiuerno», tanto la inteligencia militar como la civil
orientan sus investigaciones hacia las hipotéticas «fuerzas subversivas» que se hallan
dentro del territorio nacional. F.n paises como Brasil, Chile, Guatemala y Perú (al
menos hasta 19H9), los presidentes electos o designados son rehenes de sus respec
tivos asesores en temas de inteligencia. En Chile el comité de enlace con el jefe
supremo de las Fuerzas Armadas mantiene una relación fluida con el presidente y los
miembros del gabinete. En Brasil los ministros da rasa, entre los que se encuentra el
ministro-ebeje de la inteligencia nacional, ejercieron una influencia decisiva tanto
durante la dictadura militar que se extendió entre los años 19Ú4 y 1985 como duran
te el régimen civil de Sarney (1985 -90). En Guatemala los ministros de defensa tienen
siempre a un general como asesor presidencial y jefe del Estado Mayor. Eos presi
dentes civiles Cereso, Serrano, De León Carpió y Arzú recibieron «informes con
sultivos» de sus obligados asesores de inteligencia acerca del futuro de la nación y de
las prioridades en materia de seguridad, tal y como las entendía el ejército. El pre
sidente peruano Fujimori, que en 1990 resultó elegido sin haber adelantado ni la lis
ta de miembros del gabinete ni las directrices de su plan de gobierno, fue obsequiado
con la cálida hospitalidad del Círculo M ilitar durante el período de transición y
las primeras semanas de su mandato. Allí la inteligencia militar le instruye) en mate
ria de tácticas antiguerrilla, derechos humanos, estrategias de desarrollo y toda una
serie de objetivos políticos y económicos prioritarios a largo plazo. Su mentor Mon
tesinos, presidente del recién creado Consejo Estratégico de Estado, ha venido
actuando como jefe virtual del servicio nacional de inteligencia. 1 -a inteligencia mili
tar proporciona los resultados de las encuestas de opinión que cada dos semanas
pulsan la popularidad presidencial: roxpopuli, rox Dei.
Otro legado de la militarización de la política en la mayor parte de los paises lati
noamericanos, esta vez con la excepción de Chile, es la supeditación de la policía a las
Fuerzas Armadas. Es habitual que los mandos militares ostenten puestos clave en el
organigrama de la policía, así como que la responsabilidad política de la policía
nacional sea objeto de reparto entre el poder civil y el militar. A veces un general
del ejército es nombrado ministro del interior o de la seguridad nacional. En otros
casos el viceministro o el director de la policía sólo es un antiguo militar. 1 In ocasio
nes, como en Guatemala, tanto la policía nacional como la regional o la local están
subordinadas al ejército; asi, la policía local tiene que coordinarse con el comandan
te militar del lugar y depende por completo de los servicios de inteligencia e infor
mación de las Fuerzas Armadas. Resulta evidente que esta situación está en la base de
la inmunidad e impunidad de que gozan las fuerzas de seguridad. En el caso de los
militares existe una base legal. La yuxtaposición oficial de las Fuerzas Armadas y la
ciudadanía, la mera existencia de tribunales militares y la excusa precaria, aunque
siempre válida, de la «situación de emergencia» impiden todo conato de iniciar cual
quier tipo de investigación sobre las violaciones de los derechos humanos perpetra
das en el pasado. La inviolabilidad de los altos cargos durante las campañas contra la
57 Aunque las Fuerzas Armadas están incorporadas oficialmente a una estructura corporativa
supervisada por e! PR1, !a influencia del ejército mexicano ha ido enaumento desde que el monopolio del
PRI se viera erosionad» por la rebelión de Chispas* Véase Piñeyro* «Fuerzas Armadas».
40 DIRK KRUI IT Y KF.F.S KOONINGS
ahora del comandante militar de la zona. El terror se filtra por medio de mensajes
muy sutiles, y mediante el lenguaje y los símbolos se mitiga la todopoderosa presen
cia militar. Ea militarización mental afecta incluso a los niños. E l uso de tejidos con
motivos de camuflaje en la ropa habitual, carteras militares, llaveros, cinturones,
gorras e incluso helicópteros de juguete pone de manifiesto esa mezcolanza de aspec
tos militares y civiles en el día a día. Antiguos soldados de ascendencia maya, reclu
tados a la fuerza, vuelven a la escena en calidad de comisarios militares, informadores
a sueldo o cabecillas de patrullas civiles. Las lealtades familiares se quiebran aunque
en apariencia se mantenga la frágil unidad de los poblados. El silencio y el secretismo
sirven de escudos protectores, y transforman los pueblos en una especie de micro
cosmos del miedo.
N o resulta fácil superare! legado de violencia y miedo en la América Latina post
autoritaria, y no sólo porque la permanente situación de inestabilidad política e
institucional amenace con el resurgir de regímenes arbitrarios en cualquier momen
to. Los gobiernos democráticos y civiles actuales encuentran serias dificultades para
borrar los rastros de esa violencia arbitraria e institucionalizada tan incrustada en
el propio listado. Además, las desigualdades sociales, cada vez más profundas, y
la aparición de vacíos de gobierno a la hora de mantener el orden, la paz social y el
imperio de la ley alimentan el rescoldo de la violencia y del miedo latentes en toda
América Latina.
Los capítulos aquí reunidos abordan distintos aspectos relativos a los d iver
sos problemas hasta ahora mencionados. Como ya hemos dicho, los casos concretos
de violencia y miedo en América Latina no pueden ser resumidos en una tipología de
la violencia com o la que hemos apuntado anteriormente. Aunque existen razones
de peso para establecer ciclos temporales, en la práctica los distintos tipos de vio
lencia, al igual que sus causas y consecuencias, se superponen unos a otros: aparecen
nuevas formas que coexisten con las anterii ires, y las alteran. Esto quiere decir que el
espectro de la violencia en América Latina se ha complicado mucho, sobre todo en
las últimas décadas. Por esta razón, los contenidos de este libro se orientan hacia
una gran variedad de casos y características sobresalientes del problema que consti
tuye nuestro objeto de estudio, adoptándose en la mayoría de las ocasiones una pers
pectiva histórica que permite dilucidar las actuales dimensiones de! miedo y la
violencia.
En vez de utilizar nuestra tipología de la violencia como modo de estructura
ción de los contenidos del libro, hemos optado por un enfoque algo distinto basado
en la distinción empírica entre los diferentes escenarios actuales. En la primera
parte, el libro estudia varios ejemplos extraídos de las guerras civiles. Estas situa
ciones son únicas en cuanto implican el enfrentamiento bélico por e! control del
Estado entre dos partes perfectamente identificadas. La segunda parte analiza casos
en los que la violencia sistemática resulta menos evidente, bien sea porque oficial
mente se la ignora o se niega su existencia, o porque las confrontaciones tienen lugar
entre unas fuerzas estatales contrainsurgentes de carácter más o menos secreto y
un oponente poco definido, a veces elusivo, tal vez incluso imaginario. La tercera
42 D1RKKRL1.IT Y KEESKOONINGS
parte del libro se centra en casos en ios que los regímenes de transición, actuales o
futuros, dan la impresión de encaminarse por la senda institucional. Los colabora
dores indagan en las posibilidades y problemas que supone la eliminación del fan
tasma del miedo y la violencia medíante la instauración de gobiernos democráticos
civiles y el consiguiente imperio de la ley,
A lo largo del libro, los distintos capítulos mostrarán diferentes modos de
enfrentarse a las cuestiones que se abordan. Algunos se basan en investigaciones
de campo o en re interpretaciones minuciosas de las fuentes secundarias. Ln otros capí
tulos se adopta un enfoque más ensayístico, derivado del exhaustivo conocimiento
que de las circunstancias y situaciones tienen sus autores. Ln lo que resta de este
capítulo introductorio trataremos de explicar brevemente el porqué de la selección
a la que nos acabarnos de referir.
La primera parte del libro trata de las múltiples dimensiones que se aprecian en
las recientes guerras civiles de América Latina. Lina de las características más rele
vantes de este tipo de conflictos es que se aprecia un cambio gradual entre los
años setenta y noventa, durante los cuales la clásica confrontación entre los gobier
nos conservadores y autoritarios de derechas, por un lado, y las fuerzas de las gue
rrillas revolucionarias socialistas, por otro, desembocó en un tipo de conflicto mucho
más complejo. Los tres capítulos se centran en las dimensiones cada vez más diver
sificadas del conflicto en el sur de México, en América Central y Perú, tanto desde el
punto de vista social como cultural y político. En lo referente a las fuerzas del Esta
do observamos cómo en las guerras civiles de Centroamérica se ha operado un cam
bio gradual que va desde la intransigencia autoritaria hasta posiciones de mayor
compromiso; tal es el caso de E l Salvador y Guatemala. Esto ha tenido lugar como
resultado del proceso de paz y de democratización que en paralelo se ha ido abrien
do paso poco a poco en la zona. A l mismo tiempo, la oposición armada ha dejado
un poco de lado su orientación revolucionaria para adoptar una nueva platafor
ma basada en conceptos tales como el de democracia civil, derechos humanos, justi
cia social y multiculturalismo. El resultado ha sido una convergencia gradual entre
las partes en litigio y la firma de tratados de paz bajo los auspicios de la comunidad
internacional.
El caso de Perú es muy distinto. Allí surgió una guerrilla muy poderosa en 1980,
precisamente cuando en el país se había instalado un gobierno de civiles; una guerri
lla intransigente que no era partidaria del diálogo con el Estado. Como respuesta, los
gobiernos electos democráticamente de Belaúnde, García y Fujimori recurrieron a
turbias tácticas antiguerrilla, dando rienda suelta a las fuerzas contrainsurgentes. El
segundo capítulo, escrito porD irk Kruijt, establece una comparación entre los ejem
plos peruano y guatemalteco. Eln él se centra especialmente en las estrategias emplea
das por las fuerzas de seguridad para demostrar cómo a pesar de las diferencias
constatadles en la dinámica política de cada una de estas guerras civiles la autonomía
virtual de las fuerzas de seguridad permite establecer sospechosos paralelismos en
ambos casos en lo que a brutalidad y violaciones de los derechos humanos se refiere.
Otra de las similitudes entre lo acontecido en Perú y en Guatemala tiene que
ver con la importancia de! tactor étnico. Ultimamente ha sido habitual destacar el
papel del componente étnico en los conflictos violentos de casi todo el planeta. Por
lo que respecta a América Patina, las desigualdades socioeconómicas han coinci
dido en muchos países con la subordinación de las categorías étnicas, definidas por
INTRODUCCIÓN: 1.A VJOI.ENC[ AY Fií. MI F.0() F,N A MÜRICA 1.ATIN A 43
de los mayas. Ouweneel concluye que esta fusión de doctrinas forma parte del pro
ceso de construcción de una nueva identidad emancipadora para la cultura maya, tan
to en Chiapas como en Guatemala.
La segunda parte del libro consta de tres capítulos que abordan situaciones
de conflictos y violencia muy específicas de cada nación. El denominador común de
estos escenarios es la ausencia de una guerra civil abierta y declarada en la que el
bando armado opositor tenga posibilidades reales de derrocar al régimen en el poder.
Más bien, el uso de la violencia, ya sea para denunciar los conflictos políticos y socia
les existentes ya para mantener el orden establecido, es - o ha sido- mucho menos
evidente y está más disimulado en países como Argentina, Colombia y México, en
los que el poder del régimen nunca se ha visto seriamente amenazado a pesar del con
siderable grado de violencia imperante. Sin embargo, estas tres naciones permiten
postular la existencia de una posible continuidad entre la violencia, el terror y la
presencia de una guerra no declarada. E l impacto de esta violencia se ha infravalo
rado o encubierto sistemáticamente, como en México, cuando no se ha disfrazado de
mero problema coyuntural de «seguridad interna», como en el caso de la guerra
sucia en Argentina. En Colombia, los enfrentamientos entre el Estado y los m ovi
mientos revolucionarios se acercan más a lo que podría calificarse de guerra civil
declarada, aunque el Estado colombiano y sus dirigentes nunca lian retirado su adhe
sión oficial a los fundamentos democráticos ni a la «normalidad» institucionalizada.
Por tanto, los conflictos violentos permanecen de algún modo relegados al lado
oscuro de la vida nacional.
En México el PRI siempre ha alardeado de la naturaleza pacífica, regulada y
civil de un gobierno legitimado por el legado revolucionario y por las estructuras
que han permitido la incorporación popular. N o obstante, como demuestra Alan
K night en el quinto capítulo, este modelo de partido único que ejerce el poder de
un modo corporativista esrá basado en formas de violencia por lo general poco evi
dentes, y manifiestas por el contrario en los estallidos rebeldes, sobre todo después
de la consolidación oficial del movimiento revolucionario bajo el mandato de Calles
y Cárdenas en los años treinta. K n igh t resalta las complejas interrelaciones entre
los diversos tipos de violencia mencionados anteriormente. Los «caciques», deren-
tores del poder local, han seguido recurriendo a la coacción para mantener sus posi
ciones, aun cuando hayan acatado los procesos de pacificación sellados en el nivel
federal. El Estado central, por su parte, consiguió arreglárselas para mantener una
apariencia de pacífica normalidad (al menos hasta los años ochenta), si bien al mismo
tiempo establecía un discreto aparato represivo. A la postre, determinadas instan
cias locales y regionales decidieron recurrir a la acción armada en los intersticios de
la p ax pr lista.
Al contrario que México, Argentina ha experimentado una continua inestabili
dad política desde los años treinta. El origen de esta situación se remonta a la cada vez
más profunda fractura que se dio entre los sectores sociales más comprometidos
políticamente. En realidad, Argentina ofrece un panorama sorprendente, pues en
ella se combinan desde finales del siglo x ix el legado económico, social y cultural de
corte europeo-que incluye, al menos en apariencia, una sociedad civil regulada-con
la herencia de una polarización social y política especialmente agudizada tras la
Segunda Guerra Mundial. Este proceso desembocó en un periodo de represión esta
tal denominado «guerra sucia» (1976-82), cuya brutalidad y número de víctimas
INTRODUCCIÓN: I.A VKII.KNCIA V KI.MIEDIt EN AMÉRICA LATINA 45
probablemente tan sólo han sido superados por la barbarie de las guerras civiles de
El Salvador y Guatemala. En el sexto capitulo, Antonius Robben analiza hasta
qué punto la guerra sucia ha contribuido a la formación de un clima generalizado de
ansiedad y miedo en el país. Su estudio demuestra que los limites aparentes tlel con
flicto se fueron rebasando a medida que la brutalidad y la contumacia de los que se
enfrentaban en el conflicto iban eliminando los espacios de neutralidad en la esfera
social y cultural. La obcecación de los contendientes amenazó con engullir todo ves
tigio de neutralidad ciudadana en medio de un torbellino de temores y espantos,
todo lo cual dificultó sobremanera la restauración de la democracia y del imperio de
la ley en Argentina.
El caso de Colombia nos presenta un ejemplo en el que la violencia continua y
rutinaria ha calado en todos los niveles de la vida política y social. Desde el mismo
momento de su independencia, Colombia ha estado permanentemente sacudida por
periodos recurrentes de desórdenes v violencia. El país ha estado siempre al borde de
la anarquía y la guerra civil, si exceptuamos un interludio de relativa estabilidad pos
terior a ¡a Guerra de los Mil Días (1899-1902), tras el cual la violencia renació con
fuerza com o resultado de las tensiones entre liberales y conservadores durante
los años cuarenta. Eos liberales adoptaron posturas reformistas y populistas, mien
tras que los conservadores defendían los intereses de las elites en el poder. La guerra
civil consiguiente, conocida como La Violencia, enfrentó a los partidarios de una y
otra causa, pero además se caracterizó por el establecimiento de feudos familiares, el
antagonismo entre las distintas comunidades y el bandidaje'1'. Una vez se decretó
el fin de las hostilidades en 1958, el estandarte de la resistencia violenta ante los
gobiernos del Frente Nacional fue enarbolado por diferentes movimientos guerri
lleros de tendencia marxista-castrista-maoísta4 344. Pero a partir de los setenta, y espe
cialmente después de los ochenta, la violencia en Colombia fue adquiriendo una
morfología cada vez más compleja, En el séptimo capitulo, Daniel Pécaut demues
tra con exactitud cómo la violencia se ha generalizado y, al mismo tiempo, se ha
diversificado de tal modo que cada vez resulta más difícil establecer unas pautas que
expliquen el conflicto colombiano. Pécaut llama a este fenómeno «la banalidad de la
violencia», y en él incluye a la guerrilla, a los carteles de la droga, a las bandas urba
nas de delincuentes, a los escuadrones de la muerte, a las fuerzas paramilitares que
defienden a los hacendados y a las fuerzas de seguridad del Estado. La violencia ha
escogido sus víctimas entre opositores políticos, señores de la droga, fiscales y
jueces, líderes sindicales, campesinos e indígenas, periodistas e incluso viandan
tes anónimos que caen victimas de los atentados con coche bomba que preparan los
narcotraflcantes cuando inician sus campañas para disuadir al gobierno de todo pro
pósito de extraditar a los capos de la droga que se encuentran detenidos. E l gobier
no colombiano ha perdido en este proceso una buena parte del control sobre su
propio territorio, así como el monopolio del uso legítimo de la violencia. En conse
cuencia, la nación contempla impotente el desgaste de las instituciones públicas, la
mordaza de la opinión pública y la rutina del terror de cada día.
43 Véase Guzmsin Campos, Fals Borda y Umaña Luna, I 'io/enria en Cohm hia.
44 Los más importantes que aún están operativos son Jas Puercas Armadas Revolucionarias de
Colombia (PARC), el Ejército Revolucionario del Pueblo (LRP) v el Ejército de Liberación Nacional
(F.LN).
46 I.11RK KRUIJT V K t B S KOONINOS
los casos de M éxico y Cuha corno posibles «transiciones futuras». Chile y Brasil han
pasado por un tipo de transición muy nítida que los ha llevado desde la dictadura
militar agobiem os civiles y democráticos. México y Cuba hasta ahora han tenido en
común un ordenamiento político relativamente estable sustentado en un proyecto
de revolución nacional y en su consiguiente discurso, así como el gobierno de un
partido único. Aunque en ambos paises el régimen existente ya estaba marcado por
la represión, la transición que parece avecinarse com o colofón al actual proceso
de erosión política v desintegración del relativo consenso social puede exacerbar,
al mentís a corto y medio plazo, tanto el clima de inestabilidad y violencia como los
miedos y ansiedades que tal situación comporta.
El caso chileno, estudiado por Patricio Silva en el capitulo octavo, indica que el
pais parece haber recobrado aquella estabilidad democrática que había sido ejemplo
y punto de referencia en toda América Latina basta 197 3. 1 .as fuerzas políticas fueron
surgiendo desde la autocracia del régimen militar mantenido por Pinochet entre los
años 1973 y 1990 para reconstruir un consenso civil y democrático aparentemente
ejemplar. Sin embargo, Silva sostiene que el camino hacia ese consenso ha pasado
por momentos de angustia y miedo que han resultado ser muy importantes en el des
enlace final. Pero el ansiado consenso ha tenido que superar el legado de miedo y
de las violaciones de los derechos humanos que había dejado tras de sí el régimen
militar. En Chile (al menos hasta finales de los años noventa) las circunstancias se
habían ido com plicando debido al mantenimiento por parte del general Pinochet
de especiales prerrogativas para tos militares. Los gobiernos democráticos esta
blecidos a partir de 1990 han tenido muy en cuenta este factor, especialmente en
asuntos tan delicados como las conculcaciones de los derechos humanos perpetradas
durante la dictadura.
En Brasil el legado que han dejado la represión y las violaciones de estos dere
chos no ha desempeñado un pape! tan importante en el proceso de consolidación
democrática. Tal y com o demuestra Kees Konnings en el capítulo noveno, los
gobiernos militares brasileños (1964-85) se asentaron básicamente sobre una com
pleja reestructuración de las instituciones políticas sometidas a un férreo control
militar. Si bien esta militarización de la política y el Estado a partir de 1964 se basó,
en buena medida, en la lógica de la guerra interna, la magnitud de los conflictos y el
número de víctimas está muy por debajo de los registrados en Argentina o Chile.
Como resultado, los militares brasileños acometieron una serie de medidas aper-
turistas, controladas y limitadas, en un estadio relativamente temprano; esto trajo
consigo un prolongado período de transición durante el cual destacaron la reconfi
guración de las fuerzas políticas y la introducción del pluralismo político civil como
sustituto de las medidas represivas. Desde 198; hasta ahora los distintos gobiernos
han ido supervisando el imparable proceso de re-democratización de la vida políti
ca, a pesar de las debilidades e incertidumbres que lo han caracterizado. La parado
ja de Brasil reside en el hecho de que, a pesar de haber tenido una transición
democrática relativamente afortunada, no se ha disipado del Lodo el clima de terror
y de violencia. Por el contrario, en opinión de numerosos observadores, el fenóme
no incluso se ha intensificado tras la reinstauración del estado de derecho. A la vio
lencia ya existente, generada por elementos próxim os al E stado que ponen en
entredicho las intenciones del gobierno, se han sumado el crimen organizado, cier
tos enfrentamientos políticos de menor importancia, desórdenes generalizados y la
4k DIRKKRUIJT Y KHES KOONINGS
brutal represión de los movimientos sociales. Brasil parece ser el más claro ejemplo
de que la violencia del tercer tipo, es decir, la violencia post-autoritaria, está en auge.
Los esfuerzos por ampliar el consenso democrático y extender el imperio de la ley, así
como la verdadera participación social y política implícita en el concepto de ciuda
danía, están lastrados por la remora de una violencia y un miedo incontrolados.
México acaba de descubrir el concepto de ciudadanía participativa en medio de
una situación de incertidumbre cara al futuro de un sistema político dominado por el
Partido Revolucionario Institucional (PR 1) 49. Will Pansters argumenta en el décimo
capitulo que México se enfrenta a múltiples y complejos dilemas para poder reformar
sus estructuras políticas civiles (autoritarias a pesar de todo) y así verse libre de unas
pautas muy arraigadas de exclusión social y violencia cotidiana. Tanto los inte
lectuales como los políticos que se oponen al P R 1 se esfuerzan por introducir con
ceptos de nuevo cuño, como el de ciudadanía, que reemplacen las rancias nociones de
patria y revolución, que siguen dominando en la escena política mexicana. Pocos
dudan de la inminencia de una transición política que ya se vislum bra próxima,
pero también son pocos lus que darían por sentado que el cúmulo de intereses que
sustenta al P R 1 dejará el paso libre a un auténtico pluralismo de partidos y permitirá
los cambios electorales necesarios para el control efectivo del gobierno. B1 escenario
mexicano, como señala Pansters, se caracteriza por los avances de la oposición y el
atrincheramiento del PRI. Una de las consecuencias más evidentes es que esa diná
mica puede poner en peligro la paz politica que, al menos en el ámbito federa! e
institucional, viene reinando desde algún tiempo. Panters lleva un paso más adelan
te los argumentos que postula Knight en el quinto capítulo al mostrar que la vio
lencia política se ha generalizado, sobre todo a partir de 19H8. M éxico podría
enfrentarse a un proceso de desestabilización progresiva si la actual situación de
«transición estancada» se prolonga por mucho tiempo.
El caso de Cuba es muy especial, porque el régimen comunista ha resistido todos
los intentos que han tratado de acelerar el cam bio desde principios de los noven
ta. Com o sostiene G ert ü o stin d ie en el undécimo capitulo, el caso cubano com
bina la continuidad del partido único y sus lealtades revolucionarias entre un sector
de la población con la desintegración económica y la insatisfacción cada vez más
acusada, especialmente entre las jóvenes generaciones. El régimen se muestra intran
sigente ante estos avances, a pesar incluso de las crecientes presiones externas.
Oostindie estudia el trasfondo de la caída del modelo revolucionario cubano, es
decir, la desintegración del sistema soviético, por un lado, y la crisis económica
que atenaza a Cuba, por otro. Además del descontento generalizado, el régimen
debe hacer frente a otros complicados dilemas. El aumento de la represión no logrará
contrarrestar la imparable caída del sistema; pero, por otra parte, el desarrollo de vías
de apertura con toda probabilidad precipitaría el desplome del régimen. En este
prolongado limbo político los cubanos tienen que hacer frente a una situación eco
nómica cada vez más dura y, además, al reto de la desintegración social, moral y cul
tural. Por todo ello, lo que parece imponerse en la realidad cubana de cada día es el
miedo a un futuro incierto, pero también el miedo a perder e! legado revolucionario.
49 lista situación de tradicional dominio del PRI ha dado un vuelco tras las últimas elecciones en
las que el partido dominante ha sido desbancado del poder por vez primera, acontecimiento que ha teni
do lugar con posterioridad a la preparación de este volumen (N. de los T,).
INTRODUCCIÓN: I.A VIOLENCIA V F-I. MIFDO LN AMÉRICA LATINA 49
* Desearía expresar mi agradecimientoa Mario pumerton, Ilenri Gooren y Simone Remcynse, que
revisaron los detalles de los escenarios bélicos de Perú y Guatemala.
i Véase Gleijcses, Shattered Hopt, sobre la revolución guatemalteca; y Kruijt, Revotutionby Decree,
sobre la peruana.
14 D I R E KRUIJT
2 Para facilitar nuestro análisis, en este capítulo sólo trataremos el casode Sendero Luminoso, Si
bien es cierto que en 1984 surgió otro movimiento guerrillero, el Movimiento Revolucionario Tupac
Amaru (MRTA), su importancia no es comparable a la de Sendero Luminoso. Si en las guerras de gue
rrillas se pudiera hablar de oficialidad, el MRTA formaría parte del «sector formal», con sus uniformes,
mando de tipo militar y comportamiento «normal» (entre lo que cabría incluirlas apariciones públicas y
la romántica gallardía de sus lideres). Al ser el más pequeño, el menos fuerte, el más predecible y «civi
lizado» de los dos movimientos guerrilleros, Tupac Amaru causaba un impacto menor con sus actua
ciones, según la mayoría de los analistas, en comparación con el enorme misterio que producía Sendero
Luminoso, Véase, para más detalles, Kruijt, «Perú». V entonces, cuando se declaró oficialmente des
aparecido y disuelto, con sus líderes encarcelados, el MRTA resurgió con su espectacular toma de la
Lmbajada japonesa en Lima, donde retuvieron un número importante de rehenes de la primera línea
política, empresarial y diplomática. Después del asalto también espectacular de laembajada por parte de
los cuerpos <leelite peruanos, se volvió adeclarar «prácticamente inexistente». ¿Un fénix que remonta el
vuelo tras renacer?
3 Véase Fisher, L asf Inca Repoít; O’Phelan Godoy, Rebeilhas and Renatos; Golte. Repartos y rebe
liones; Klaiber y Jcffrcy, Religión and Rtvoiution; Lockhart, Spanisb Perú; Martínez Peláez, Patria; y Stern,
Resis lance r
EJERCICIOS DE TURKI IRISMI) DE ESTA De >: ¡.AS CAMPAÑAS 55
7 Según la certera descripción que hizo Stepan del procesoque tuvo lujaren esos años. Véase Ste-
pan, "/'he State and Socic págs. m8, 190.
8 Más información en Kruijt, «Perú». Es interesante comprobarcómo los comandantes dei ejército
entre ty81 y 1990 (con la casi totalidad de los cuales mantuve largas entrevistas) acusan de forma explíci
ta a Belaúnde, y con algo menos de dureza a García, por su despreocupación acerca de las cuestiones de
emancipación étnica e indígena, desarrollo local y regional, las Fuerzas Armadas e incluso los aspectos
políticos de las campañas guerrilleras y la guerra civil.
9 Para un análisis general, véanse Degrcgori, AyacucbOf Goritti, Sendero Herthoghe y
Labrousse, Stntkr Lnmineu\\ Palmer, Sbinitig Path\ Tarazona Sevillano y Ketitcr, Sendero Laminoso,, Telio,
E J E R C I CU )S D h . T K R R t 1R I S M O I)|- F.STAÓt >: I .AS C A M P A Ñ A S 57
Súbrr ti volcán, TeII , !'■ ’ u Don excelentes ensayos sobre Sendero Luminoso son Degre^oó, (¿u? d ifícil ■■
ítr Dior; y Flores Gallado, Buscando un Inca, págs, *87-310. Véase también el capítulo 3de este libro, de
DeHr-)S‘ti
lo Oficialmente denominarlo el «garrido Comunista del Perú, por el Sendero I.uminoso de José
Carlos Mariárejjui», en honor al refirió >marxista más original e influyente ríe Perú. T.etts ha descrito los
procesos deescisión de los grupos izquierdistas del [tais en I 0/00,'.peruana.
11 El altomando militar de Lima, ante laquema de las urnas electorales de Chuschi, procedió acon
sultaral palacio presidencial v obtuvo un «no se preocupe» como respuesta. El comandante, sin embargó,
envió tropas helttransportadas para reinstaurar el orden v permitir que la población volviera a votar
(entrevista con un comandante general, anónimo apetición suya, en Kmiji, «Perú», pág. ios).
5» DIRk KKtIIJT
legado del equipo de gobierno de Velasen. Además, Belaúnde restó importancia a los
ataques armados y la revuelta campesina en los núcleos fuertes indígenas, llegando a
describir el movimiento en las sesiones ministeriales como de «pobres abigeos [cua
treros]». En vez del ejército, se m ovilizó al cuerpo de policía, que carecía de la pre
paración adecuada para la guerra de guerrillas, con lo que el frívolo presidente
transformó a la policía metropolitana, de hecho, en la principal proveedora de armas
de Sendero Luminoso. En segundo lugar, la estrategia de estos movimientos de des
truir ciegamente la infraestructura del sector público, y expulsar, uno tras otro,
magistrados locales, maestros, oficiales de policía rurales y personal médico del cuer
po público les concedió un verdadero monopolio de poder, violencia y legalidad en
la región de Ayacucho y los departamentos circundantes.
Otros dos hechos ayudan a explicar la consolidación de Sendero Luminoso entre
1982 y 1988/9, cuando el movimiento extendió su poder por el resto de departa
mentos del altiplano peruano y sus columnas guerrilleras se hicieron con el control
parcial del Valle del Alto Huallaga, la región que produce el 60% de hoja de coca
del mundo. De entrada, las oportunidades económicas derivadas de la producción de
la coca y del tráfico de la pasta de cocaína procuraron al movimiento unos recursos
financieros calculados entre los treinta y los cien millones de dólares estadouniden
ses al año 11. En segundo término, el gobierno, aún después de 1982, cuando los
m ilitares tom aron la plaza de A yacucho y la m ayor parte de las responsabilida
des político-militares se delegaron en el alto mando del ejército, tardó unos cuantos
años en diseñar un plan de acción coherente. Los presidentes civiles de la década de
los ochenta, Belaúnde y García, y sus consejeros, se negaron a considerar la presen
cia y las actividades de Sendero Lum inoso como una amenaza seria. Cuando el
gobierno precisaba una intervención explícita, ordenaba a las Fuerzas Armadas la
ejecución de operaciones militares indiscriminadas en lugar de combinar un plan
local de desarrollo y fomento de la confianza mutua con las tácticas cont rain surgen-
tes militares. F.l genera! Jaram a, el más joven de los estrategas gcopolíticos de Perú
y director del Centro de Altos Estudios Militares a finales de los años ochenta, expre
só este problema de la siguiente manera:
Estoy seguro de que Guz.mán se ha chupado los dedos, y las manos enteras, por haber
tenido enfrente a lideres políticos como Belaúnde y Garcia, Por tener que luchar con
tra un gobierno que en lugar del ejército envía a la policía. Por eso dije el otro dia que,
mientras que el señor Guzmán juega un partido de ajedrez, nosotros estamos jugando
un partido de tenis, un juego que tiene otras reglas, otros instrumentos, otro estilo de
puntuación, otro público, e incluso otros uniformes
se produjo principalmente entre los jóvenes y los marginados, los indios, campesinos
y pobladores. Entre los componentes de las columnas guerrilleras había muchos de
catorce a dieciocho años y mujeres '4. El mensaje ideológico de Sendero Luminoso
era el crudo y simple «abracadabra» de un movimiento con base en la zona desolada
donde habitaban pobladores y campesinos indígenas en la miseria. La organización
simbolizaba: una justicia directa y violenta, desplegada por medio del asesinato selec
tivo de personas «malas» y una moralidad cruel que proponía, entre otras cosas, el
castigo público de adúlteros y bebedores, una redistribución agraria sin contempla
ciones, despiadada, que hacía hincapié en la necesidad de pequeñas parcelas de terre
no y el mínimo de comida y ganado para la supervivencia; y una pedagogía desnuda
y pantletaria para educar a personas humildes y aquiescentes, con una tradición de
respeto profundo hacia los maestros y apóstoles Sendero Luminoso utilizaba un
vocabulario que variaba de una región a otra, de un segmento de la población al
otro. Atrajo a sus simpatizantes y reclutó nuevos miembros mediante incentivos y
coacción, aplicando un grado cada vez mayor de violencia y terror. Los procedi
mientos empleados por Sendero Luminoso en las provincias eran los siguientes:
Las bases rurales son verdaderas escuelas militares in situ. Sus miembros reciben tam
bién preparación teórico-práctica con base al pensamiento de Guzmán v a las caracte
rísticas de la zona. Se hace una identificación de sus enemigos políticos y militares. Se
les entrena en el uso de armas de corto y mediano alcance, se les capacita en el uso de la
dinamita y bombas caseras. Se les inicia en acciones de espionaje y vigilancia, de pro-
selitismo, y delación y difusión del rumor que sobrevalora su potencia para luego
hacerles participar en operaciones bélicas y de terrorismo urbano. Para las acciones
militares se constituyen grupos de 6-ft personas, donde el contacto es sólo a través de
uno de sus miembros. En el ámbito rural, la desestructuración conflictiva es más pro
funda que en el medio urbano. Las medianas propiedades son abandonadas por sus
propietarios merced a la amenaza de Sendero, las comunidades son presionadas para
cambiar sus directivas con personas obedientes, los pequeños propietarios son indu
cidos a pagar cuotas de apoyo. Los pequeños comerciantes son obligados a acatar las
directivas de Sendero, pues, en caso contrario, corren peligro sus vidas y sus bienes.
Los servicios técnicos de Agricultura u otras entidades públicas son impedidos de
actuar en el medio rural por la amenaza o la acción directa contra personas y bienes.
Los servicios religiosos son controlados y previamente autorizados para atender a su
feligresía. El principio fundamental es establecer áreas de seguridad político-militar
para luego controlar la producción y, con ello, el abastecimiento de los centros urba
nos pequeños y grandes que permitan posteriormente su estrangulación y fácil captu
ra. En este sentido se procede de la manera siguiente:
• detección de ámbitos tic conflictos, sea entre directivos y socios, propietarios y asa
lariados, dueños de parcelas y campesinos sin tierra, o entre comuneros ricos y
pobres;
• presencia militar para inclinar el conflicto favorablemente hacia grupos o personas
que son accesibles o simpatizantes de Sendero;14 5
14 Sobre ta atracción que ejercía Sendero Luminoso en chicas jóvenes, véase Kirk, (¡rabudo en
piedra.
15 Dcgrcgori,.£J»f d ifícil es ser D ios. pág. 19, subraya el hechode que en bis manuscritos hugiográ-
ficosde Sendero Luminoso, Guzmán siempre aparece dibujadocomo unmaestro sin armas.
6o DIRk KRUIjT
Éstos eran los procedimientos empleados en las provincias por Sendero Lum i
noso. A l extender su ámbito de actuación hasta las áreas metropolitanas de Arequi
pa, Trujilloy Lima, también se modificaron los ingredientes del «cóctel de persuasión
y terror». Las primeras zonas de infiltración seleccionadas fueron los poblados cha-
bolistas urbanos y los cinturones industriales. La primera categoría de personas en
ser intimidadas fue la de los lideres de sindicatos de izquierda o independientes, los
cabecillas de los pobladores, alcaldes y consejeros municipales, y la dirección de
las organizaciones de desarrollo local. Unas veces lograban persuadirles deque se reti
raran; y otras, llegaban a organizar un «tribunal popular» para condenar a los repre
sentantes más obstinados y ejecutarlos con dinamita tras el juicio. Una vez
nombradas direcciones más cooperativas, Sendero Luminoso pudo crear centros
de formación y seleccionar a los inspectores. Los altos cargos del sector público,
dirigentes de O N G , abogados, doctores y periodistas recibían visitas de advertencia
en casa o en el trabajo. Los «1.000 ojos y 1.000 orejas» del movimiento eran, según los
rum ores, omniscientes. Y para dem ostrar su potencial para el control público,
Sendero Lum in oso organizaba periódicam ente «paros armados» en las zonas
m etropolitanas, en los que imponía castigos selectivos matando a los taxistas y
comerciantes desobedientes.
Sendero Lum inoso, al menos hasta la detención de Guzmán, estaba dirigido
por un poderoso Comité Central, de carácter político, con un culto personal al líder
sacralizado, y conectado directamente con una red de comités regionales y provin
ciales. En principio, la planificación militar y operativa se realizaba (y aún se realiza)
a escala regional. Aunque la estrategia global era cuestión nacional (es decir, de G u z
mán), la flexibilidad y perseverancia del movimiento se pueden atribuir, en su mayor
parte, a la descentralización local y regional. Sendero Luminoso sigue siendo fuerte
allí donde el gobierno (las fuerzas militares, policiales y el sector público) es débil,
generalm ente en los pueblos pobres del altiplano y los cinturones de pobreza
metropolitanos. Durante los doce años de «guerra del pueblo», Sendero Luminoso
operó, en el sentido estrictamente militar de la palabra, con prudencia. Es decir, de
manera defensiva contra las formaciones militares, evitando el contacto directo y
ió Citado de Sendero Luminoso en si norte de!pdisy un extenso documento inédito escrito por un res
ponsable de las Naciones Unidas, Gerardo Cárdenas, un sociólogo con familia en los departamentos
dominados por Sendero Luminoso,
EJERCICIOS DE T!IRR( 1R1SMO DE ESTAD!): LAS CAMPAÑAS 6
El gobierno había ordenado el toque de queda. Lo que significa que la gente debia
quedarse en casa después de las diez. ¿Por qué razón? me pregunté. Una de las prime
ras cosas que hice fue retomar la normalidad. A la gente le gusta disfrutar de la músi
ca, el baile, las fiestas, y no sentir el control. L o que quieren es recuperar la confianza.
Y bien, si yo les devuelvo la confianza y la seguridad, empiezo a ganar la g u e rra 11.
21 Entrevista del autor con el general Adrián Huamán, el 4 de febrero de 1991. Citado en Kruijt,
«Perú», pág. 109*
zz Más detalles en K ru ijt «lithnic Civil Wíir».
K ] F.RCK;i( )S I1F; T E R R O R IS M O DÍS E S T A D O : l a s c a m p a n a s
una campaña de ejecuciones con el fin de aterrorizar a los campesinos que incum
plían sus ordenanzas, la población local empezó a rebelarse. La respuesta de Sende
ro Luminoso: exterminar comunidades enteras.
Esta estrategia probablemente supusiera, en retrospectiva, el punto de inflexión
de la guerra civil. La animosidad generalizada contra Sendero Luminoso obligó a los
campesinos a unirse en las denominadas «rondas campesinas» i -. Dichas organiza
ciones de campesinos surgieron espontáneamente a mediados de los años setenta
durante la reforma agraria de Velasco, fundamentalmente como agrupaciones de
defensa en las regiones del norte de Perú. Desde los años ochenta, comenzaron a
actuar como organizaciones locales, y después regionales, p arad ejercicio de la auto
ridad y la autoprotección a pequeña escala. Durante las elecciones locales, la
izquierda organizada y el partido de García, A P R A , se disputaron su control políti
co. Cuando empezaron a proliferar las rondas por todas las regiones indígenas, sus
líderes, en ausencia de ninguna otra institución pública, pidieron que se les propor
cionara armamento. El gobierno, creyéndolas unas milicias rurales, distribuyó armas
de fuego viejas por medio de los líderes campesinos.
En 1990, un recién llegado a la política, Alberto Fujimori, ganó la campaña pre
sidencial contra lodo pronóstico. E l presidente electo, sin una lista de personas
para su gabinete ni nn plan de gobierno coherente, se buscó aliados duraderos. El
Círculo Militar no dudó en dispensarle un cálido recibimiento durante el periodo de
transición y la primera semana de su presidencia. Se le facilitó abundante informa
ción sobre tácticas antiguerrilleras y derechos humanos, estrategias de desarrollo y
prioridades políticas y económicas a largo plazo. Su guía político y mentor en cues
tiones de inteligencia, Vladimiro Montesinos, presidente del Consejo Estratégico del
Estado, de nueva creación, actuó desde entonces casi como el jefe del sistema nacio
nal de inteligencia. Una de las primeras iniciativas del nuevo gobierno fue reconocer
a las rondas campesinas como el semi-institucionalizado cuarto brazo de las Fuerzas
Armadas. Grupos de campesinos armados marchaban ahora junto al ejército regular,
la armada y las fuerzas aéreas durante el desfile del Día de la Independencia. Desde
entonces, las rondas han estado subordinadas fundamentalmente a la estructura
de mando militar regional, de la que han recibido su principal influencia.
Desde comienzos de los años noventa, Sendero Luminoso cedió la iniciativa
estratégica en el altiplano indio. Guzmán, según parece comprendiendo que la gue
rra se le estaba escapando en los Andes, decidió concentrar sus esfuerzos en Lima, A
partir de ese momento. Sendero Lum inoso intentó cercar y penetrar la capital,
haciendo visible su presencia en los poblados chabolistas metropolitanos y distri
buyendo tierra y animales en algunos de los valles rurales de la costa de Lima. El
movimiento, sin embargo, no pudo infiltrarse fácilmente en los sindicatos y organi
zaciones corporativas. Con todo, una ola selectiva de terror contra la izquierda lega
lizada y el tejido de organizaciones independientes de pobladores se unió al paro
armado que llevó a Lima a la parálisis total en torno al Di a de la Independencia, en
1992, incrementando la sensación de desmoralización. Entonces de repente, en sep
tiembre de ese año, Guzmán y la mayoría de los miembros del Comité Central fueron
arrestados. Desde la detención del líder guerrillero, el carácter y la intensidad de la
guerra civil han cambiado sustancialmente. Ei 60% del Comité Central de Sendero
Luminoso fue capturado: de los veinticinco miembros, nueve fueron excarcelados 14.
Ln el ámbito regional, la maquinaria de combate de Sendero Luminoso permaneció
en su mayoría intacta: sólo el Comité Norte resultó «neutralizado», mientras que a los
otros cuatro no se les llegó a detectar. 1.0 mismo se puede decir de los comités zona
les y subzonales. Según los cálculos de D IN C O T E en febrero de 1994, el número
de guerrilleros alcanzaba los 3.000, en su mayoría organizados en pequeñas colum
nas y células.
La detención de Guzmán fue resultado de un meticuloso trabajo detectivesco lle
vado a cabo por D 1N CO TH , una división policial antiterrorista creada a comienzos
de los años ochenta. Cuando Fujimori llegó a la presidencia, D IN C O T E decidió
concentrarse exclusivamente en los miembros de mayor rango de Sendero Lum ino
so, lo que formaba parte de un cambio más general dentro de la estrategia antisub
versiva. Además, esta nueva táctica, ideada por las fuerzas conjuntas «estratégicas y
de inteligencia», concedía mucha más importancia a las rondas campesinas. Los
resultados no se hicieron esperar. En primer lugar, se otorgaba una iniciativa mucho
mayor a DI N C O T E y al sistema militar de inteligencia; además, se diferenciaban los
aspectos militares de los políticos (más amplios) de la gu erraA Los principios clave de
la nueva doctrina antisubversiva consistían en ganarse la simpatía y la confianza de la
población, establecer programas locales de desarrollo, asegurar la protección de los
ciudadanos y restaurar el orden público a escala local. Esta nueva estrategia y las insti
tuciones que le sirvieron de base (una estructura de mando antisubversiva y un sistema
de inteligencia unificados, y la creación de un Consejo de Defensa Nacional) resultaron
eficaces sobre todo desde el golpe de estado de Fujimori en 1992- Dentro de las Fuer
zas Armadas, se calculaba que la intervención estrictamente militar seria cuestión
de uno o dos años. Sendero Luminoso, como grupo político clandestino organizado,
se fragmentó en elementos más pequeños. Como organización militar quedó reducida
al ámbito regional, aunque algunas de sus unidades, con un nombre nuevo, siguen
mostrando la misma violencia y utilizando la táctica de la sorpresa de siempre.
24 listos datos provienen de un informe confidencial del general Carlos Domínguez So!ís, direc
tor nacional de DINCOTLi, a representantes del cuerpo diplomaticotel 8de febrero de 1994,
25 Véase Obando Arbulíg «Subversión and Antisubversion», pág. 526.
i- j i; rc: i a <>s i j i ■: t kk k o r ls m o d r íí s t a D u - i .a s c a u iw n a s 6i
Veinte años después, en 1972, la misma empresa vendió todas las posesiones que le
quedaban a la corporación Del Monte durante su no muy rentable fusión con otro
grupo, Unired Brands.
Toridlo, embajador de Guatemala en Estados finidos y, durante los últimos
meses del gobierno de Arbenz, ministro guatemalteco de Asuntos Exteriores, reve
la en sus memorias la inmensa ignorancia de los líderes estadounidenses sobre la
situación de Guatemala 1(l. A la vista de la lamentable serie de dictaduras militares,
fraudes en la elección «constitucional» de presidentes-generales y los amargos epi
sodios guerrilleros que al poco tiempo de la caída de Arbenz llevaron a una guerra
civil a escala nacional, la «Operación Exito» debería haberse denominado más bien
«Operación Desastre», fin gobierno que había dado esperanza a los indígenas, que
había iniciado una reforma agraria muy necesaria y que bahía hecho, tímidamente,
acto de presencia en las zonas rurales, se vio sustituido por un régimen de restaura
ción, llevando el país, com o en el dicho, «de Guatemala a Guatepeor». Incluso el
historiador «oficial» del golpe, Schneider, llegó a ofrecer la siguiente conclusión:
«aunque la intervención de 1954 se vio, a corto plazo, como un éxito de Estados Uni
dos en la Guerra Fría, con mayor perspectiva se hace cada vez más difícil mantener
esa opinión. De hecho, a la vista de los acontecimientos siguientes, sería razonable
considerarlo algo parecido a un desastre» ~7.
De 1964 a 1974, el Departamento de Estado tuvo que contratar veinticinco espe
cialistas en contrainsurgencia surviernamitas para la embajada norteamericana en
GuatemalaiS. La campaña guerrillera se inició durante los últimos años de gobierno
del sucesor de Castillo Armas, Ydigoras, a principios de los años sesenta. Pero los
grupos guerrilleros más importantes de la época eran un reflejo del periodo de la
revolución guatemalteca (1944-^4) íl>. Los tres comandantes guerrilleros, Marco
Aurelio Yon Sosa, Luis Turnios Lim a y Carlos Paz Tejada, eran oficiales del ejér
cito, y el último había sido ministro de Defensa con Arbenz. Com o han señalado
varios autores, la caída de Arbenz no sólo produjo frustración en la izquierda sino en
los sectores progresistas del ejército guatemalteco u . La influencia de Estados Uni
dos, por medio de su embajada y con ayuda militar, pero sobre todo gracias a la CIA
y su uso no muy secreto de las instalaciones guatemaltecas para lo que más tarde se
conocería como la «Invasión de Bahía Cochinos», causó incomodidad entre los jóve
nes graduados en la Escuela Politécnica, la academia militar. El ejército, que se esta
ba profesionalizando lentamente desde los años cincuenta mantuvo una relación 26*31
9
78
26 Toridlo, Batalla. Estas afirmaciones se corroboran con las que hizo Edgar Ponce* en la ¿poca
director académicodel Centro ESTNA, en tina serie de entrevistas conmigo en juliode [994,
27 Schneider* Communism in Guatemala , citado textualmente en Schlesinger y Kinzer, B itter Iru it,
pág, 227^
28 Schlesinger y Kinzer, Bitter Vruit, pág. 228,
29 El «Erente 20de t )ctubre»sedenominó asi para conmemorar la revoluciónde 1944, El nombre
dd otro frente*el «Movimiento Guerrillero Alejandro de León-15 de Noviembre», se inspira en los dias
dd levantamientocontra Ydigoras en 1960.
jo Aguíleraet a l., D ia Intica del terror* págs. 37ss; Mi11ett, «Central AmerícanMi1kanes», págs. 211-
116; Sesereses*«Guatemalan Legacy», págs. 21-22, Scxion, Campesino* págs. 397-428; y Yurrita, «Transi-
tion»*págs. 77 ss.
31 El mejor análisis de esta cuestión lo proporciona Aguilera, l i l fu sil y el nlirn\ Aguilera* Propnes-
tas; y Aguilera et ai.* Reconversión m ilitar en Am erica la tin a . Véase también Kruijt, «Futuro»* que ofrece
detalles adicionales.
66 niR K K R U lJT
resultaba ser una alianza entre los lideres políticos y militares ,4. En palabras de un
gran observador de su tiempo:
Llegó hasta el extremo de que todos los partidos políticos buscaban desesperadamen
te un general que pudiera ser su candidato presidencial. Luego, cuando los altos
mandos del ejército nombraban al sucesor militar del antiguo presidente militar, se iba
conformando un turbio proceso de fraude electoral. Después de todo, el daño direc
to se limitaba a tos miembros de! cuerpo de oficiales: un militar ganaba las elecciones
presidenciales y era sustituido por otro oficial con mejores credenciales para las f uer
zas Arm adas
34 El análisis más detallado de tos pactos políticos lo proporciona Villagrán Kramer* Bibliografía
pQÍifm. Villagrán (un político también* que tuvo la mata fortuna de ser «compañero de candidatura» de
Lucas García convirtiéndose así enel vicepresidente civil del país durante la mayor parte del periodo
degobierno militar más represivodeGuatemala del siglo) fue invitado apresentarse ante un tribunal mili
taren suterceraño de gobierno. Pero se lopensó mejor y decidió quedarse en Estados Unidos* donde esta
baasistiendo a una reunión. Su sucesor como vicepresidente fue un coronel.
35 Entrevista del autor con el general Ricardo Peralta Méndez* el 15 de julio de 1994.
36 Entrevista del autor con Edgar Ponce y el general Ricardo Peralta Méndez (véanse notas ante
riores). Peralta Méndez* sobrino del antiguo jefe de estado* el coronel Peralta Azurdia, y fundador y pri
mer director del Centro de Estudios Militares* llegó a ser más tarde el candidato presidencial de los
dcmocratacristianes en lacampaña electoral quedisputóa laicas Garda. En laactualidad es miembrodel
consejodirectivo del Centro ESTIMA. En los años setenta, estudió en el Centro peruano de Altos Estu
dios Militares (CAEM), donde coincidió con los generales Mercado jarrin, Jorge Fernández Maldonado,
Ramón Miranda y otros velasquistas. En la época, Ponce era el asistente personal de Manuel Colom, d
alcalde socialdemócrata de Ciudad de Guatemala, quien sería asesinado posteriormente.
37 Basado en Barry, Guatemala; Calven, Guatemala', Del1i Same, Nightm are or R ealtiyl; Fauriol y
Loser, Guatemalas Polittea! Gleijeses* «Guatemala»; joñas* B atíUfar Guatemala\ Painter* Guatemala;
Plant* Guatemala; Simón* Guatemala; Torres-Rivas* CentrmmérUa; Torres*Rivas* Reprzssim and Resístame.
38 En total* el número de generales de división es dos (el ministro de Defensa y el jefe del Estado
Mayor)* mientras que los generales de brigada son doce. Las Fuerzas Armadas en la época preveían un
procesogradual de reducción del ejércitoa partirde 1996 (entrevistadei autor con el general Mario Rene
Enriquez Morales* ministro de Defensa* el 1 de septiembre de 1993* y con el general Sergio Camargo,
68 !)ÍRK K R l ' I J T
ampliaron su ámbito de acción a algunas áreas esenciales del sector público El sec
tor de la inteligencia ha mantenido durante mucho tiempo el monopolio indiscutido
de las Fuerzas Armadas. Estados Unidos proporcionaba la mayor parte de la ayuda,
pero, a finales de los setenta, los israelíes comenzaron a asesorar en temas tan sensi
bles como la contrainteligencia y el procesamiento de la información 4°. La policía
también ha estado fuertemente militarizada, subordinándose al poder militar no
sólo a escala nacional sino también regional y local, y actuando en perfecta coordi
nación con el comandante del ejercito de la zona, además de depender por completo
de la inteligencia y la información m ilitar*39 414
0
4 2. También la casa presidencial estaba
militarizada. Desde las últimas décadas del siglo XIX, el ministro de Defensa nom
braba un general del ejército como jefe del Estado Mayor presidencial y jefe del grupo
asesor presidencial. Durante el tiempo en ljuc hubo presidentes militares, esta situa
ción parecía «normal» en el sentido de que se prestaban servicios mutuos dentro de
las mismas Fuerzas Armadas. Sin embargo, a partir de 1986, los presidentes civiles
Cereso, Serrano, De León Carpió y Arzú también recibían de sus obligados conse
jeros en inteligencia «informes consultivos sobre las prioridades de desarrollo y
seguridad nacional a largo plazo» según el criterio de las Fuerzas Armadas.
Al tiempo se establecía (y consolidaba) una misión crucial en los departamen
tos rurales de Guatemala. Con la prolongación del conflicto armado y su extensión a
otros departamentos en la década de los setenta, las Fuerzas Arm adas comenzaron
a comportarse, primero de fado y después de itere, com o los únicos representantes
legítimos del gobierno central. Fuera de los centros urbanos, el ejército y a veces la
armada siguieron actuando como los delegados del sector público, con médicos y
enfermeros, dentistas, veterinarios, ingenieros, abogados y administradores, todos
ellos militares. Los vínculos de unión entre las funciones civiles y militares en las
regiones sub de sarro liad as e indígenas quedaron reforzados gracias a una misión de
desarrollo militar «tradicional», el program a de «acción cívica militar», dispuesto
y Financiado por la asistencia civil y militar estadounidense 41 y los programas de
desarrollo local para la población civil, diseñados y llevados a cabo por las Fuerzas
Armadas.
Pero el cambio institucional más violento y radical tuvo lugar con la creación
(oculta y desvelada sólo en parte) de una maquinaria de control, persecución, opre
sión y asesinato. Este mecanismo, según parece, tenía como objetivo la «amenaza
comándame de la brigada de élite «Mariscal 7.avala», el 11 de julio de 1994). Compárese con los ochenta
y ocho generales de una y tres estrellas del ejército peruano (en 1994).
39 Entrevista de! autor con el capitán Rafael Rottman Chang, entonces asesor de inteligencia del
presidente Cereso y, en el momento de la entrevista (23de marzo de 1994), presidente de la Comisión de
Defensa y la Policía del Congreso de Guatemala.
40 Mossad todavía mantiene una relación especial con la administración guatemalteca. En 1994,
por ejemplo, cuando el genera! Quilo (entonces viceministro de Defensa) preparaba un plan golpista, los
israelíes advirtieron del mismo 2 la presidencia guatemalteca.
41 Durante los primeros años de la década de los ochenta, el ejercito estudió la posible incorpora
ción formal de la Policía Nacional y la Policía de Ilacienda en laestructura del ministeriode Defensa. Ade
más de estas fuerzas del orden de carácter civil, existían en esta época otros cuerpos policiales
semi-militarizados: la Policía Militar Ambulante, los Comisionados Militares, ia Guardia Nacional y el
Batallón de Reacción de (operaciones Especiales. Véase Vargas Foronda. Guatemala, págs. X6-X7.
42 F’.n Barbcr y Ronning, Interna!Seturity, se proporciona una descripción detallada.
kj KRunt >s ni-: thrr<irismo de estadc y las campañas 69
(.*1 gobiernono hizo más que intensificarla. [...J Dos importantes líderes opositores
fueron asesinados: Manuel Colom |... ] y Alberto fuentes [. ..|. Sus muertes eran una
clara señal de que los lideres déla oposición (fueran más o menos responsables, patrio-
tas o pacíficos) eran considerados una amenaza para el «esquema político». También
engrosaban la lista de asesinados los lideres sindicales v campesinos, otros dirigentes
de partidos políticos, activistas estudiantiles, abogados, doctores y maestros. Esta lis
ta aumentaba de una forma alarmante: en 15172, los asesinatos «políticos» llegaban a
una media de entre noy 3o por mes; hacia 1980, ya eran de 80 a 100, y por 19R1, de 250
a 300 cada mes4'.
La fractura social que produjo la «sociedad del miedo» inducida por el gobierno
proporcionó a las guerrillas una nueva hornada de reclutas. Al término del régimen
de Lucas García, a comienzos de 1982, las unidades guerrilleras actuaban en al menos
la mitad de los veintidós departamentos de Guatemala, y controlaban una infraes
tructura fuertemente implantada en un área compuesta de seis departamentos inter
conectados del altiplano indígena45*. Estas unidades operaban en columnas de hasta
200 combatientes, atacando de manera sistemática puestos de policía, militares, e
incluso a veces llegando a ocupar municipios y cabeceras departamentales enteras.
En el ministerio de Defensa, en Ciudad de Guatemala, los oficiales de mando estaban
muy preocupados por la posibilidad de que las zonas urbanas más importantes
quedaran cercadas4S. La O RPA y el EiGP juntos se componían de unos 6.000 efecti
vos, y contaban con el apoyo de unos 250.000 civiles, en su mayoría campesinos
mayas En los círculos militares se tenía la idea de que el apoyo indígena era el
resultado de un plan maestro concebido por la dirección guerrillera para proporcio
nar ayuda logística a sus tropas:
De hecho, tenemos que darles las gracias poc concebir lo que más tarde sería nuestro
sistema de Patrullas de Autodefensa Civil. Las guerrillas organizaron a tos cam pesi
nos en Fuerzas Irregulares 1.ocales, las F IL |...] Pero a largo plazo, se sobreexcedie
ron. Déjem e ponerle un ejemplo: sólo en Chimaltenango, a unos 45 minutos de la
capital, habían organizado a más de 70.000 F IL . El ejército sólo tenia 27.000 soldados
regulares. Lo que pienso es que con tanta gente perdieron la capacidad mínima de
abastecimiento, de mando y de control
al final del gobierno de los Lucas García cuando un grupo de oficiales del ejército,
que se hacia llamar el Movimiento de Jóvenes Oficiales, dio un golpe de estado para
sustitu irá los megalómanos y bélicos hermanos por una dirección militar más
sofisticada. F 1 general Ríos M onrt14 fue nombrado nuevo jefe de estado con el obje
tivo de borrar la corrupción de la cúpula, quitar de la esfera nacional a los líderes
militares y políticos especialmente violentos " y granjearse mayores simpatías entre
las guerrillas v la sociedad civil.
timonees fue cuando por fin se produjeron cambios sustanciales en las tácticas y
la estrategia contrarrevolucionaria. Ríos Montt dio los primeros pasos para alcan
zar un proceso de negociación con las guerrillas íf>. Después ofreció una amnistía a
las guerrillas (según declaraciones oficiales, cientos de guerrilleros entregaron las
armas en puestos militares o de la Cruz Roja). Tras concluir el plazo para la amnistía,
Montt instituyó un estado de sitio, seguido de leyes draconianas que aumentaron los
ya amplios poderes del ejército. A comienzos de 198j, tras seis meses de relativa
tranquilidad, el ejército lanzó una nueva ofensiva contrainsurgente, esta vez basa
da en un concepti 1 distinto de lucha antigucrrillera T.a elite militar más joven, que
se deshizo pronto de Ríos Montt debido a sus ambiciones personales y lo sustituyó
por un general más «decente», fue la que formuló la estrategia, consistente en una
combinación de ideas políticas, militares y desarrollistas. El concepto principal se
basaha en la legitimación de su presencia en las regiones en liza por medio de «accio
nes positivas», proyectos de desarrollo local, protección de los campesinos alia
dos, ere. El fortalecimiento de la posición político-militar hacía necesario un mayor
control de la violencia «extra-gubernamental» y del campesinado en su conjunto,
así como una presencia más amplia a través de otros medios paramilitares. Extanuc-
va estrategia también requería una mayor legitimidad en el contexto nacional e inter
nacional, el entendimiento con Estados Unidos y otros países importantes y, por
último, un gobierno civil que comulgara con la idea global que subyacía en estos
principios. De este modo se puede comprender la lenta transición hacia los gobier
nos de Ce reso (1986-91) v sus sucesores.
En términos más militares, la estrategia de comrainsurgencia se componía de
tres elementos ’ fi. E l primero de ellos fue el incremento del número de personas
14 Tíáis Momt se había presentado ya antes como candidato a [a presidencia por los demócrata-
cristianos* Probablemente hubiera ganado las elecciones, pero el ejército decidió que el vencedor lucra
otro general* Ríos Montl cambió de opción política para participaren otras fórmulas con diversos parti
dos. Después resultó ser un «cristiano renacido». Su biografía política (fzfta/n Ríos M ontt, de Anfuso y
Sczepanski) fue distribuida por su nueva iglesia. Seacual fuere el juicio que merezcansus años de gobier
nos, lo cierto es que Ríos Momt posee cansina. En las elecciones parlamentarias de marzo de 1995 obtu
vo con su partido mis del 50% de los votos,
1 5 A UenedicH1 Lucas García, por ejemplo, se le puso bajo arresto domiciliario, aunque más tar
de fue mimbrado efe de .1- nperaciones contrarrevolucionarias en e! Peten; véase Se\tonrCampesina,
pág-4¡o.
í 6 La oferta inicial para entablar negociaciones secanalizó prudentemente a través de los Colegios
Profesionales tic Abobados, Médicos e 1n^enirros, que estaban representarlos en el nuevo Consejo del
Iistadi ide Rii >sMomt. Con todo, los pi trtavoces guerrilleros en Nueva York declinaron la oferta. (Kmrc-
vista tlel autor con Kd^ar Ponce, el 7 de julio de 1994. Ponce era entonces el vicepresidente del comité polí
tico del Consejo.)
!7 Entrevista del autor con el general Alejandro Grananjo, el ¡ r de julio de 1994.
rS Para una descripción más detallada, véase Sesereses. «Guatemalan l.e^acy». pái^s. 4] ss.
EJERCICIOS l)E TERRORISMO DE ESTADO: LAS CAMPAÑAS 75
De hecho, aplicamos a Mao, pero desde el lado opuesto. Era puro M ao, contrainsur-
gencia y desarrollo. Organizamos fiestas. El sábado noche, Pajachel necesita rock
¿sabe? Pues bien, organizamos la fiesta. La feria de Mazare na ligo es famosa por su
carnaval. Pues bien, organizamos el carnaval. Cuando llegaron los turistas, va había
mos quitado los camiones quemados, las casas destruidas, habíamos vuelto a pintar la
plaza, limpiado las calles, y sólo se veía paz y tranquilidad. Asi se hace, con la C A C IF 59
59 Véase Schirmer, «The Looting», pág. 9. Veáse también Schirmcr, «Guatemalan Milítarv Pro-
ject»; ySchirmer, «Guatemala».
74 DIKK KRL' IJ T
(la Cámara local de Comercio e Industria), el ayuntamiento, las iglesias, con volunta
rios. ¡Acción psicológica! Y nosotros lo financiamos, con comida, con proyectos de
desarrollo. Todo el mundo participó y todo el mundo fue partícipe de la victoria.
Después, por medio de nuestra Inteligencia, conseguimos tener acceso a informes
para M IS E R E O R . Com o sabe, M IS E R E O R es la organización tic ohispos alemanes.
El informe afirmaba: «El ejercito, y no las guerrillas, está venciendo». Y esa era infor
mación obtenida de fuentes independientes. Otro día me encontré por pura casualidad
con un profesor de la Universidad de G corgetow n, un antropólogo. Me dijo que le
pagaba el Departamento de Estado para que diera un análisis de la situación. Y yo
le pregunté: «¿ 1.a población campesina apoya a las guerrillas o al ejército?». Me
dijo con franqueza: «Yo pienso que vosotros estáis ganando la guerra. L o que está fun
cionando es el sistema de los com ités de autodefensa, los proyectos pequeños de
infraestructura local, el programa de alimentos por trabajo» fio.
T.a década de los ochenta y el periodo de las presidencias civiles de Cereso, Serra
no y De León Carpió, fueron los años de un gobierno civil-militar de [acto. Las cam
pañas anti-guerrilleras com enzaron entonces a bajar en intensidad y violencia
descontrolada. Serrano inició una serie de rondas de negociación con las guerrillas;
la mayor parte de sus ministros y viceministros que participaron directamente en
dicho proceso fueron retirados más tarde a petición del mando del ejército51. Recien
temente, durante la presidencia de De León Carpió, ambas partes iniciaron un lento6 12
0
60 Entrevista del autor con el genera! Alejandro Gramajo, el 13de julio de 1994.
61 Idem.
62 Conversación privada durante una serle de entrevistas del autor con Abel Girón, viceministro
de Desarrollo en 1991 y 1992 y, juntocon su ministro, encargadode diseñar la mecánica de los esperados
procesos de rendición de las guerrillas. Las entrevistas se produjeron en marzo y julio de 1994.
LJ ERCICIOS DE TERRORISMO DE ESTADO: LAS CAMPAN AS 75
APUNTES FINALES
63 Entrevista del autor con Héctor Rostula-Granados, negociador del gobierno en representa
cióndel presidente, el 14 de marzo y el Hde juliode 1994- Véase también Aguilera v Policiano, Izlespejo\
yPoitevin, Guatemala.
64 Vargas Llosa, B l pe^en ei agua. Unos años antes, FloresGAlindo, Bastando un Inca, págs, zfttss,
planteaba la misma cuestión.
76 DlRKKRt'IJT
especie cié toro internacional cun la presencia de «países amigos» como México,
Noruega y 17spaña. Com o en el caso del vecino Kl Salvador, la intervención del
sistema de las Naciones Unidas lia sido positiva, y la vigilancia por parte de la ONU
del tratado de paz permitirá asegurar cierta respetabilidad durante el tímido proce
so de reconstrucción nacional y reagrupación de las principales tuerzas sociales.
En este contexto, surgen nuevas oportunidades para una nueva orientación de las
Fuerzas Armadas, la reforma de la policía y la relegitimación del estado de derecho.
Aunque el ejército tiene prevista la mayoría de los posibles escenarios de transición
y paz desde mediados de los anos ochenta, es de esperar que la sociedad civil resurja
de manera gradual. En Perú, en comparación, la paz impuesta fue una P a x Fu jimo
nearía, una fórmula de gobierno civil-militar saigeneris por la que un «iluminado» pre
sidente civil dice «comprender» a las masas urbanas no organizadas y a la población
campesina con el apoyo de ¡os escalafones superiores militares y la Inteligencia del
país. A la hora de plantearse la reconstrucción de la sociedad civil, la disolución efec
tuada por este régimen de todas las instituciones oficiales anteriores a 1990 permite
adivinar que la futura sociedad civil conservará determinadas secuelas.
N o existen respuestas plausibles sobre la cuestión de los movimientos campesi
nos y los ciudadanos de a pie tanto en Guatemala como en Perú. ¿Cuál será el legado
de los ejércitos campesinos en los territorios indígenas mayas y quechuas-1 ¿Qué
efectos a largo plazo tendrá la guerra en la memoria colectiva de las masas urbanas,
los urbanizados pobladores indígenas, microempresarios y los empleados por cuen
ta propia? La nula atención prestada a la dimensión étnica de la guerra y a las deman
das de reconocim iento de la identidad durante las campañas revolucionarias y
contrarrevolucionarias constituye un tema latente que no será fácil olvidar en los
años futuros de paz y reconstrucción.
78 UtRK K R U IJT
A p é n d i c e I. E j e c u t i v o s n a c i o n a l e s e n P e r ú (19 30 -2 0 0 1)
A pén dice II. E jecu tivo s n a cio n a les d e G uatem ala (1930-2001)
C
UANDO S f.NDF.ro L uminoso comenzó su guerra en mayo de 1980 era un par
tido formado mayoritariamente por maestros de escuela, profesores y estu
diantes universitarios. Su presencia entre el campesinado regional era débil.
Sin embargo, cuando las Fuerzas Armadas peruanas asumieron el control político y
militar de Ayacucho tras las navidades de 1982, Sendero Luminoso había logrado
desalojar fácilmente a las fuerzas policiales de amplias zonas rurales de las provincias
norteñas del departamento, y se preparaba para hacerse con el control de la capital del
departamento \
1 Este trabajo tiene unaprimera versión en español, con c! mismotítulo, en Degregori, J m s rondas
campesinasy larderrota de Sendero lam inoso.
Para esta traducción, hemos intentado llegar a un nuevo punto
deconfluencia entre esa primera versión y la segunda (en inglés), incluida en la edición original de este
libro(N. de los T.)<
2 Esa escasa presencia era, en parte, consecuencia de una opción que Sendero Luminoso fue per-
filando alo largo de la década de 1970 y que lo convirtió en un proyecto fundamentalista en lo ideológi
co, un «antimovimiento» social {véase Wieviorka, S ocíete el terrori tase) en el ámbito político y, como
organización, en una «máquina deguerra». El movimiento no dabaprioridadal trabajo político en orga
nizaciones sociales, comunidades o federaciones, sino alo que denominaba «organismos generados» por
el partido, que constituían la «correa de transmisión» entre éste y las «masas». Sobre la composición de
Sendero Luminoso hacia 1980 y la evolución del proyecto senderista, véase Degregori, Ultim a tentación.
6
82 C ARL O S IVÁN D L G R L G O R I
Cuando yo estaba en segundo año de secundaria me invitó uno que era de la Univer
sidad de San Cristóbal. Entonces vo, bueno, fácilmente acepté [...1 porque en ese
tiempo, era el 82, ya tenía bastante acción el Sendero. A la Asamblea fue un mando
militar, que dirigía. Vino con su metralleta, yo con miedo todavía me acerqué. Se pre
sentó v tenía voz gruesa: «si compañero», así, con sus botas, todo, me saludó.
5 Sobre cómo asistir a laescuda y obtener unaeducación (en el sentidosobre tod<>de alfabetización
encastellano) significa para d campesinopasar de laceguera a la visión, o de la noche al día, véanse Mon-
toya, Capitalismo, Degregori, Q ué d ifíc il es ser Dios.
6 Berg ha hecho hincapié encomí >Sendero Luminoso aprovechó las contradicciones entre comu
nidades ycooperativas enalgunas zonas de Andahuaylas, en «Peasant Response»; IsbeElse ha referidoa la
manera en que Sendero colocó en el blanco de sus ataques a algunos abigeos (cuatreros) en Chuschí:
lshcll,«Shining Path»; Manrique también ha mencionadocómo Sendero Luminoso operó a partir de las
contradicciones entre d campesinado y laSAIS (cooperativa rural ampliada) Cahtdde en las zonas aíras de
Junín, en«Década».
84 C A R L t >S I V A N n r , G R E G O H l
7 Degregori,, Ajacm'bo,
H Como ha mostrado Berg en el caso de Andahuaylas, en Berg, «Peasant Response».
9 Gornti. Sendero Luminoso.
to Sucedió todo lo contrario: migración masiva a las ciudades en aquellas zonas donde se desata
ba la violencia y empezaba laguerra sucia.
11 Véase Gorrití, Semkro Luminoso,
COSECHANDO TEMPESTADES: I.AS KOHPASCAAtlW/X. IT 85
las mitas coloniales (trabajos forzados): las siembras en las tierras de! sol, del Inca
o del terrateniente. En las ocho hectáreas de tierra comunal se congregaron 60 yun
tas de Chuschi y de comunidades vecinas. En las cuatro esquinas de la chacra (gran
ja) plantaron una bandera roja: «Al empezar reventó doce dinamitas, a las doce seis
dinamitas, en la tarde doce dinamitas. El trabajo era exitoso, pero no logró cosechar
el partido porque entró el ejército» (Nicario). Pero en otras zonas geográficas el par
tido sí cosechó y hubo casos en los cuales éste fue el momento de la ruptura: cuando
los campesinos se dieron cuenta de que el partido se apropiaba de lo que había
sido producido colectivamente.
En otros lugares, finalmente, los problemas surgieron cuando el partido dio
orden de que la siembra se realizara exclusivamente para el partido y la subsistencia
familiar, y procedió al cierre de las ferias. En este punto, la estrategia de conquistar
territorios y cerrarlos para bloquear el flujo de productos y asfixiar las ciudades
chocó de manera frontal con las estrategias mayoritarias que van más allá de las cues
tiones del pago y de la comunidad v se vehiculan en amplias redes de parentesco y
paisanaje articuladas por una serie de nudos en distintas partes del campo y de la ciu
dad Las ciudades, por otra parte, no se abastecen exclusivamente y a veces ni tan
siquiera mayoritariamente de su propio entorno rural ‘ b En otra parte mencioné
las dificultades que experimentó Sendero Luminoso al cerrar la feria de Lirio en las
alturas de I luanta, donde campesinos iquichanos, supuestamente aislados, se abas
tecían de un surtido de productos manufacturados 'b N o obstante, las fisuras a este
nivel empezaron irremediablemente a hacerse cada vez más profundas hacia finales
de la década.
E l nuevo po der
contra el orden comunal, sino contra toda una cosmovisión. Al partido, sin embar
go, el mundo campesino le parecía plano, bidimensional, carente tanto de densidad
histórica como de complejidad social; dividido simplemente en campesinos ricos,
medios y pobres. Parece justo afirmar que, al adoptar ese modo de proceder, apli
cando sus descaminadas categorías economicistas, el m ovim iento acabó soste
niéndose con frecuencia en los jóvenes de los estratos medios y ricos, seduciendo
o neutralizando algunos sectores de adultos de esas mismas clases, e imponién
dose o reprimiendo, y finalmente masacrando, a los campesinos pobres.
Pue sobre todo desde que Sendero Lu m in oso rechazó a las autoridades
comunales cuando se produjeron las primeras rebeliones abiertas contra la organi
zación. Sin embargo, incluso en las comunidades donde ya no se elegían varajoq y el
gobierno local procedía de acuerdo con la legislación nacional, el ascenso al poder
de las nuevas autoridades solía resultar problemática. 17,n algunas comunidades, los
vínculos familiares entre «el viejo y el nuevo poder» (por usar terminología sende-
rista) neutralizaron en un principio cualquier resistencia, como en Rum ¡, donde
«ya en esos tiempos se llegó a nom brar nuevas autoridades. N osotros convoca
mos fuña asamblea] para nombrar nuestras autoridades verdaderas de la comunidad.
Las antiguas no protestaban porque del presidente su hijo mismo estaba ya en el
partido, decidido. También su hijo lo ha convencido a él», Pero en otras muchas
zonas, la juventud de los mandos senderistas resultó ser un duro golpe. N o sólo
porque estaba en contradicción directa con las jerarquías de edad, sino porque «el pen
samiento de Gonzalo» no bastaba para desmadejar a los jóvenes rurales, que se
hacían cargo de sus pueblos y la tupida red de relaciones de parentesco y paisana
je (con su propia dinámica de reciprocidades, rencillas, odios y preferencias) en laque
se hallaban inmersos. Los representantes del nuevo poder se vieron envueltos con
frecuencia en disputas intracomunales. El relato de una comunidad de Tambo/La
Mar explica una de las formas en la que se desarrollaba esa dinámica;
Lo peor que habría hecho Sendero de repenre es haberse confiado con gente muv
joven de cada localidad, con muy poca experiencia Ellos ya tergiversaron toral -
mente los planes de gobierno que renía Sendero, entonces va optaron por tomar acri
tudes de venganza, de rencilla, de repente un papá con otro papá ha renido algún lio
por cuestión de linderos en sus chacras, de animales, de robo, de perdida, peleas de
marido y mujer; como Sendero les había dado responsabilidades a los de la localidad,
entonces comenzaron a tomar represalias, tomar venganzas, ahí es donde se producen
las matanzas, de ahí viene toda la disconformidad de la gente (José, maestro).
Asi la columna partía sin darse cuenta de que detrás de sí dejaba un avispero de
contradicciones, que luego no seria capaz de resolver.
En otros casos existía un gran descontento con los cuadros foráneos, mientras
que los milicianos locales parecían más comprensivos. Alejandro, un joven univer
sitario de una familia de campesinos, daba su opinión sobre uno de estos casos, en el
que además se advierte la manera irresponsable en la que los cuadros se enfrentaban
a la lucha armada: «Parece que no eran buenos cuadros los que dirigían el gru p o de
Allpachaka; planteaban que vamos a ganar la guerra, que vamos a quitarles sus
helicópteros, que no se preocupen, que armas va a haber para todos [...] Yo creo
que depende de la zona, en (jiras zonas babia buenos elementos». Este comentario es
importante puesto que hace hincapié en la variedad de situaciones concretas que
a)S !;C H A M X )T i;M P (;S T A R E S: LAS HONDAS Ca M/‘ LSIñas 87
se daban. Si bien es cierto que no se registraron rebeliones abiertas en esos casi >s, tras
la imposición de nuevas autoridades aparecieron los primeros resentimientos a la vez
que los primeros aliados campesinos de las Fuerzas Armadas: los soplones, siguiendo
el léxico senderista.
Pintonees a la mujer castigaron con cincuenta latigazos porque había hablado queján
dose de la mala distribución de las cosechas, lira una familia pohre y le echaba tam
bién su traguito. Y le han cortado su pelo todo cachi y al otro también le han tirado
cincuenta latigazos y le han cortado una oreja con i ¡jeras, hasta ahora está ¡¡oro rin ri
(mocho).
Y la gente, ¿qué dijo?
Nada pues: «castiga pero no mates», eso no más han dicho (Ju venal, campesino, adulto).
Ahora la gente está descontenta porque los de Sendero Luminoso han hecho muchas
cojudezas. Han matado a la gente inocente diciendo que son soplones. Yo pienso,
¿no?, que si han cometido error le hubieran castigado no más, le hubieran tirado con
látigo, le hubieran cortado su pelo [..,] pero no como han hecho, como chancho
han matado al alcalde.
Y la gente, ¿qué hizo?
Nada, pues, como estaban armados, qué cosa íbamos a hacer pues, nada. Por eso digo,
han cometido muchas cojudezas (Mariano, pequeño comerciante).
19 LnGnrrití, Sendero Luminoso, pig. 283; el autor cita el documento del PCI1-Sendero Luminoso,
Pensamiento m ilitar de¡partido, de dic ierabre de 198i .
CO.SEQ 1AN I * ) TKMPKSTADES: LAS RO.XOMCAMt’kSt.XAS »9
esto», diciendo, «qué dicen ustedes, ¿vamos a matarlos o vamos a castigarlos?». Recién
la comunidad habló: «Por qué pues van a matarlos, que se somera a castigo», dijo la
comunidad. «Ah, ustedes siempre están con esas ideas arcaicas de defenderse todavía.
De acá en lo posterior ya no vamos a preguntar, va sabíamos que ustedes iban a defen
der, Nosotros tenemos que bajarle la cabeza, porque a la mala yerba hay que exterm i
narla total, porque si nosotros vamos a estar perdonando a la mala verba nunca vam os
a triunfar, nunca vamos a superarnos», asi dijeron (Cesáreo, maestro).
Este testimonio deja entrever uno de los trágicos desencuentros entre el ansia de
«superarnos» de los jóvenes cuadros y lo que ellos consideraban «ideas arcaicas»
de la comunidad, es decir, entre el proyecto senderista y la racionalidad andina. Eos
senderistas, sumidos en su ideología de una manera fundamentalista, dispuestos a
matar y m orir por su proyecto, no conocen ni respetan los códigos campesinos.
La suya era una utopía para cuadros, que no logra ser de las masas; eran sacerdotes de
un dios que hablaba, a veces literalmente, chino,
En este punto es necesaria una explicación. En un contexto donde el gam ona
lismo, aunque en declive, sigue presente (propocionando, en cierta medida los códigos
de dominación y subordinación; en una región con pocas organizaciones campe
sinas nuevas, escaso desarrollo del mercado y carente de oportunidades para explo
rar los espacios democráticos abiertos en otras partes del país a partir de 1980 gracias
a las elecciones municipales), los campesinos parecían dispuestos a aceptar a un nue
vo patrón, e incluso sus castigos. Ni la violencia estructural ni la política bronca les
eran ajenas. Los castigos corporales, los azotes, los cortes de pelo son la continua
ción de la vieja sociedad andina señorial y del viejo poder misti. Los campesinos
estaban acostumbrados a soportarlos y sabían cómo combatirlos. Por e! contrario, la
violencia política hiper i de ológica de Sendero Luminoso, que contradecía los códi
gos tradicionales, sí les era ajena. Ln el testimonio que acabamos de citar, el diálogo
con Cesáreo continúa así: «Pero si eran delincuentes, ¿por qué la gente se negaba a
que los maten? ¿Y sus hijos? ¿Quién se iba a hacer cargo de sus familias?». Ln otras
palabras, la muerte es considerada el límite del castigo, pero no solamente porque
los campesinos tengan una «cultura de vida». Las razones principales son más
bien de índole pragm ática, características de una sociedad cuya hase económ ica
es precaria; que establece int rincadas redes de parentesco y complejas estrategias de
reproducción, una sociedad que tiene que velar apasionadamente por su propia
mano de obra. Matar, eliminar un nudo de esas redes, tiene repercusiones que
van más allá del núcleo familiar del condenado. Como ya hemos mencionado ante
riormente en este capitulo, cuando Sendero Luminoso comenzó su guerra, los terra
tenientes prácticamente ya habían desaparecido de Ayacucho. Por lo tanto, en
muchos casos, los «blancos de la revolución» fueron pequeños explotadores locales,
prepotentes y muchas veces abusivos, pero ligados por vínculos de parentesco, pai
sanaje y cotidianedidad a sus comunidades, o por lo menos a determinados grupos
dentro de la comunidad. Un comentario sobre Allpachaka, recogido después de su
destrucción, lo corrobora: «En Allapcbaka había muchos abigeos y los han matado.
Entonces sus familiares se han vuelto antisenderistas v han comenzado a denun
ciar y a indicar a gente inocente como senderista. Y o creo que no han debido de
matarlos sino castigarlos para que se corrijan» (Alejandro, universitario, hijo de cam
pesinos). «Castigar para corregir» es uno de los poderes fundamentales de la autori
dad legitimada, sea de la comunidad o de los mistis. Al matar, Sendero Luminoso
9o C A R L O S IVÁN D K G R H G O R 1
desgarra un tejido social muy delicado y abre una caja de Pandora que es incapaz de
controlar.
F.mpleando jerga de moda hoy en día, podríamos decir que en lo que se refiere a
la economía de la violencia, los supuestos macroecnnómicos del partido no estaban
en sintonía con la conducta micro económica de los agentes. JAI punto de partida del
análisis macroeconómico de la violencia llevado a cabo por Sendero es que la v io
lencia «estructural» resulta más mortífera. Criticando el discurso de Monseñor Dam-
mert en la inauguración del Consejo por la Paz, Guzmán comenta:
Predica la paz de los muertos por hambre [...] En el Perú, por el inicuo sistema domi
nante mueren anualmente So.ooo niños menores de un año según datos del 90, cifra
que obviamente ha sido mayor por el azote del cólera. Compárese con las cifras de
muertos reconocidos oficialmente; en diez años de guerra popular ha muerto la terce
ra parte del total de niños menores de un año muertos en un solo año. ¿Quién asesina
niños en la cuna? Fujimori y el viejo Estado reaccionarioío.
Sendero Lum inoso afirmaba que su modelo era más eficaz y, a medio plazo,
menos costoso en vidas humanas, hasta el punto de que la revolución eliminaría la
pobreza, el hambre y la violencia «estructural» en general. Desde el punto de vista de
los campesinos, sin embargo, la violencia política se sumaba a la violencia estructu
ral (que ya en si era más que suficiente) haciendo intolerable el corto plazo mientras
que, com o dijo K eynes, en el largo plazo (el de la utopía senderista) todos estare
mos muertos.
Por otra parre, en términos legales, las penas que imponía Sendero Luminoso
eran cada vez más desproporcionadas con respecto a los supuestos delitos. Es más,
dichos crímenes se tipificaban conforme a un código legal creado por el propio
m ovimiento y totalmente ajeno tanto a las normas consuetudinarias como a la legis
lación nacional. Según G á lv e z !I, en lo que él llama {con una finalidad meramente
descriptiva) «derecho campesino», las penas incluyen con frecuencia la coacción
física, pero muy rara vez la muerte. Esta última solamente se tiene en considera
ción cuando se cree que peligra la seguridad de todo el grupo, especialmente en
relación con el abigeato, e, incluso en ese caso, solamente como último recurso. La
base del llamado derecho consuetudinario andino es la persuasión, es decir, con
vencer al culpable para realizar una reparación y restituir la unidad del gru p o22. Por
ral razón, al nombrar a las autoridades comunales y a los jueces de paz (que son pro
puestos por la comunidad y reconocidos por el Estado), la asamblea comunal toma
sobre todo en cuenta a quienes considera «justos», «rectos» y que son reconocidos
com o tales por todo el grupo. Las autoridades son personas que conocen a sus pue
blos y las costumbres de éstos.
Se trata, naturalmente, de una situación algo idealizada que, además, quedó ero
sionada, entre otras cosas, por los conflictos derivados de la expansión del mercado,
las cada vez más numerosas distinciones entre los campesinos, el creciente peso de los20 1*
Del ganado hemos matado lo que hemos podido. Pero cuando estábamos matando, las
campesinas empezaron a Ibirar: «al pobre ganado por qué lo matan asi, qué culpa tie
ne.» Como empezaron a llorar las señoras, pobrecito, que esto que lo otro, lo dejamos
[...] lira nuestra intención matar todos los ganados, pero no hemos podido, porque
empezaron a llorar las campesinas.
25 Escapa también a los límites de este capítulo el análisis de la violencia de las Fuerzas Arma
das, Un testimonio sobre la violencia irracional y de tintes racistas, ejercida por miembros de las Fuer
zas Armadas en ese mismo periodo, se encuentra en un manuscrito no publicado de Degrc^ori y
López Ricci.
92 CARLOS IVAN D EG RIíGO Rl
Claro, los familiares tenían pena, [...] pero no sabían [... | cuándo se hacía esta clase de
ajusticiamientos, era de un momento a otro [,.,J La gente miraba y decía, «si en caso
nos enteramos de algo o si vemos a alguien que está haciendo algo del partido, es
mejor quedarnos callados. Si los policías vienen, nuestra palabra tiene que ser: «no
sabem os, no sabemos». N osotros también teníamos que dar esa recomendación.
A lgunos no estaban de acuerdo, pero se aguantaban, no decían nada, se quedaban
callados y algunos campesinos, algunas campesinas se iban llorando. Siempre daba
miedo y pena cuando se mataba delante de la gente.
Ln los siguientes años, el dolor y la pena fueron dos de los cabos sueltos median
te los que la familia numerosa y posteriormente las rondas empezaron a deshilacliar
el tejido del proyecto senderista hasta m ostrarlo en toda su desnudez. N icario,
por ejemplo, vacilante entre su hermano menor, que lo animaba a integrarse en la
organización, y sus otros hermanos, que lo llamaban desde e¡otro sendera en Lima, se
decidió en 1983 por esta segunda opción y comenzó una carrera como microempre-
sario 14. Durante los siguientes años surgieron casos aislados de arrepentidos, hasta
convertirse en toda una oleada con la masificación de las rondas.
L a s e g u r i d a d d e l a p o b l a c ió n
24 H íotro sendero se rebere al titulo de! libro The Other Pathsde Hernando de Soto, cjue destaca los
méritos dd sector no institucional de Lima (nota de los editores).
COSECHANDO TE.MgHSTADKS: I,AS HONOAS C A M P t - S t X I.V 93
A d a p t a c i ó n -E N -R E S iST E N C iA
El concepto es afín, en cierta medida, a lo que Scott llama «las armas de los débi
les», que, en la situación límite de esos años, eran las únicas de las que disponía el
campesinado2fl. En el siguiente relato de una campesina de 61 años de Acos-Vinchos,
recogido por Celina Salcedo " , la astucia de la adaptación-en-resistencia adquiere ras
gos picarescos:
Cuando han venido los tu la p u ric j nos han dicho: «mañana en la tarde se van a form ar
y allí vam os a saber», nos han dicho y todos estábamos con miedo, pensando, ¿qué
nos harán? Seguram ente nos van a matar. Cuando se fueron nos hemos reunido
todos, hombres y mujeres, grandes y chicos; y hemos dicho: «vamos a formarnos
como nos han dicho y luego diremos que vamos a vigilar, y después, cuando estén
todos, gritarem os: «¡vienen los cabitos!» y así se irán», nos dijeron. A sí, al dia
siguiente, tal como quedamos, los que vigilaban empezaron a gritar: «¡vienen los cabi-
tas\, ¡vienen los cabitos'.». Entonces los tu la pu ra/ empezaron a correr, escapar alocada
mente. Desde entonces ya no vienen.
E x t er io r iza c ió n itJ
Sendero Luminoso decidió competir de igual a igual con las Fuerzas Armadas en
e! ejercicio de la violencia sobre la población rural para derrotarlas también en ese
terreno. Siguiendo esa lógica, el propio Guzmán comenzó a proclamar años después
que «el triunfo de la revolución costará un millón de muertos».
Así, salvo excepciones, de 1983 en adelante, la región fue devastada por dos
ejércitos objetivamente externos. N o obstante, ambos marchaban hacia el campo de
batalla desde extremos opuestos. Uno de los principales eslóganes senderistas decía:
«el partido tiene mil ojos y mil oídos», F.n esos tiempos, para ponerlo en términos
más brutales, Sendero Luminoso sabía generalmente a quién matar, incluso en Luca-
namarca; y si los campesinos se sometían a sus dictados, podrían sobrevivir. Pero
mientras el partido tenia mil ojos y mil oídos, las Fuerzas Arm adas eran ciegas
o, mejor dicho, daitónicas. Al haber llegado hace poco a la región, y tratando de
reproducir en los Andes estrategias que habían resultado eficaces en el Cono Sur, no
tenían medios para distinguir al enemigo de la demás gente de la zona y, donde
veían piel oscura, disparaban.
La trayectoria de los jóvenes rurales en los años posteriores a la intervención
militar puede servir como hilo conductor para comprender el curso seguido por
Sendero Luminoso. Fistos jóvenes, el eslabón clave para la expansión senderista en
el campo, siempre vacilaban entre dos lógicas y entre dos mundos. En Allpachaka se
debatían entre la orden del partido de sacrificar el ganado y el llanto de las pastoras.
En La Mar vacilaban entre la lógica de gobierno del partido, las lealtades locales y las
venganzas familiares. En general, se mostraban indecisos entre el partido y el mer
cado como posibles vías hacia el «progreso» y la movilidad social. La entrada en
escena del ejército aumentó esas tensiones, y cuando el partido decidió responder al
Estado con sus mismas armas en el terreno militar, reproduciendo como en un espe
jo la violencia del ejercito, se consumó el decisivo desencanto de los jóvenes.19
19 En la primera versión he este articulo, el autor utiliza el término «externa!ización» para referir-
se a este fenómeno, en Degre^orj, Las rondas campesinas y ¡a derrota de Sendero Luminoso (N. de los T,).
30 Guzmán> «Presidente Gonzalo».
COSECHANDO TEM PESTADES: LAS HOMO. U 1 \MI’ I : S I \ A S 9Í
Lo que sucedió con los jóvenes de Rumi nos muestra una parte de ese proceso de
desencanto. Nicario dijo «basta», pero otros, incluyendo su hermano menor, opta
ron por formar parte de! partido, convirtiéndose así en la semilla que permitía, entre
otros factores, que Sendero Luminoso se extendiera por diferentes zonas del país.
En este proceso, Sendero Luminoso perdió a sus masas campesinas pero ganó cua
dros integrados por jóvenes. Una vez más convirtió un retroceso social en victoria
p o lít ic a P e r o en ningún otro lugar del Perú se repetiría el escenario ayacuchano de
principios de los años ochenta, que representa la época más «social» y consensual
de Sendero Luminoso. En años posteriores, conforme ¡a organización se extendía a
otras zonas, su inclinación por el empleo del terror y su carácter de «antimovimien
to social» tenderían a potenciarse.
En Ayacucho, Sendero Luminoso permaneció en una especie de limbo, en las
lindes de una sociedad campesina que o se adaptaba al m ovim iento guerrillero o
le oponía resistencia o las dos cosas a la vez. Dadas estas circunstancias, el parti
do se comportó bien como un actor más, armado y, por lo tanto, poderoso, pero
carente de la hegemonía de la primer etapa; bien como facción firmemente implan
tada en algunas comunidades enfrentadas a otras dentro de un área más amplia,
inmerso en contradicciones que a veces se remontaban a la época prehispánica. En
determinados casos, también como facción, capturaba y sometía poblaciones, obli
gándolas a convertirse en «bases de apoyo» que, a medio plazo, pudieron revelar su
carácter artificial y coercitivo.
Asi presenta la situación de esos años el folleto Desarrollar ¡aguerra popular sir
viendo a la revolución mundial, que hace un recuento de seis años de violencia, en los que
desaparecen las contradicciones anteriormente mencionadas. Bien es cierto, sin
embargo, que Sendero Luminoso seguía disputándose partes de la región con las
Fuerzas Armadas, e incluso logró extenderse a otras zonas del país, especialmente al
valle del Huallaga, principal productor de hoja de coca del mundo, y a Lima. En
[988, el partido celebró su l Congreso. Poco tiempo después consideró llegado el
momento de conquistar el «equilibrio estratégico». Según Mao (en interpretación de
53 Escapa a los limites del presente capítulo una discusión sobre el voluntarismo extremo que
llevo a Guarnan a considerar que Sendero Luminoso podía alcanzaren esc momento el equilibrio estra
tégico. Tapia analiza endetalle las diferencias entre el equilibrio de la China de Mao y la situación del Perú
hacia 1990, en Tapia, ¡equilibrio estratégico-, también Manrique, «Caída».
34 En junin y otros departamentos de la sierra central, con un mayor desarrollo mercantil, los
acontecimientos siguieron un ritmo más acelerado, i lacia 1987-1988, el campesinado había observado con
estupor, no exento de simpada, cómo destruía Sendero I.ominoso las graneles SAIS (supercooperativas)
efeesa región. Pero pronto la mayoría de la población se rebeló (especialmente en los valles del Maman1,
Cunas y Tullumayo, graneros de Lima) cuando Sendero Luminoso pretendió restringir su participación
en el mercado de manera directa, o indirectamente a través de la destrucción de puentes y de carreteras;
véase Manrique, «Década»,
COSECHANDO TEMPESTADES: LAS RONi). \SCAMPt-.SlXAS 97
racista, cuyos reclutas eran por lo general blancos o criollos, desempeñó durante esos
años un papel destacado en las provincias de Huanta y La Mar. Desde 19R5, la mari
na fue reemplazada por el ejército, con una composición más serrana. I lacia fina
les de la década, cuando se pasó de la represión indiscrim inada a la selectiva,
podemos decir que las Fuerzas Armadas se instalaron en la frontera de la sociedad
campesina para realizar incursiones en ella. Primero, el ejército utilizó como inter
mediarios a aquellos campesinos que habían pasado algún tiempo en las Fuerzas
Armadas realizando el servicio militar obligatorio. Y, en segundo lugar, en la déca
da de los noventa, hicieron más hincapié en las políticas asistencíales y comunitarias,
llevando a cabo obras de infraestructura en representación de un listado que, a pesar
de sus crisis, tenía a esas alturas más «ases en la manga» que Sendero Luminoso,
que, por su parte, sólo ofrecía la austeridad más radical. Finalmente, el reclutamien
to de jóvenes para que hicieran el servicio militar en sus propios lugares de origen y
el reparto de arm asa las rondas, aun cuando sólo fueran escopetas ” , mostró que las
Fuerzas Armadas, y a través de ellas el Estado, habían conseguido la hegemonía en
la zona.
Cabe mencionar un elemento importante de esta reconquista: las Fuerzas Arm a
das no pretendían controlarlo «todo sin excepción», como Sendero Luminoso. Si
bien las visitas semanales de los «comandos» campesinos a los cuarteles, la partici
pación en los desfiles y la atención a las necesidades de las patrullas en las com u
nidades podían ser una incomodidad, las Fuerzas Armadas no interferían en la vida
cotidiana de la población de la manera opresiva que había caracterizado a Sendero
Luminoso.
Sendero Luminoso, en cambio, se distanciaba cada vez más del campesinado,
cuya actitud fue pasando de la aceptación pragmática a la adaptación-en-resistencia
y, posteriormente, a la abierta rebeldía contra el partido. Sucedió entonces que si en
los primeros años de la guerra se hicieron célebres nombres como Pucayacu, Acco-
marca, Umaru, Bella vista, Ccayara, poblaciones arrasadas por las Fuerzas A rm a
das, a partir de 1988 fueron las masacres perpetradas por Sendero Lum inoso las
que sembraron de muertos la región. En poco más de cuatro años, entre diciembre
de 1987 y febrero de 199a, una revisión nada exhaustiva nos da un total de dieciséis
masacres senderistas en tas que se superaba la docena de victim as ,6. Si intentá
ramos representar con un gráfico dicho horror, la curva ascendente de Sendero
Luminoso y la descendente de las Fuerzas Armadas se cruzarían definitivamente en
Ccayara. El 14 de mayo de 19R8, 28 campesinos murieron en esa comunidad, en la
última matanza en masa perpetrada por las Fuerzas Armadas en la región. Pocos
dias antes, Sendero Lum inoso había asesinado a 18 randeros en Azángaro, Huanta.
Embarcados en este macabro recuento, vale mencionar que mientras la represión por
parte de las Fuerzas Armadas se volvía más selectiva ' 7, Sendero Luminoso pasaba de
los «aniquilamientos selectivos», que los senderistas justificaban por su puesta en
}5 Los repartos de armas comenzaron en íyyo, en la fase úna] del gobierno de Alan García. La
situación se legalizó en 1992 con el Decreto Legislativo 741, que reconocía los Comités de Autodefensa
Civil ypermitía «la tenencia y uso de armas y municiones de usocivil».
56 Véase ídtélt^ 1DL, para más detalles.
$7 La represión seguía cobrándose víctimas. Asi, durante esos mismos cincoaños de masacres sen
deristas, Perú ocupaba el primer lugar en d mundo endetenidos-desapareeidos; véase fd trk , ÍDL,
98 CARLOS IVAN DEGREGO KI
práctica «sin crueldad alguna, como simple y expeditiva justicia» ' H, a las grandes
masacres. En muchas partes, sectores decisivos del campesinado optaron enton
ces por una alianza pragmática con las Fuerzas Armadas.
D os hechos representan de manera gráfica esta evolución. En los primeros
años de la intervención militar se formó toda una mitología alrededor de la marina.
Se decía que contaba con mercenarios extranjeros, argenrinos tal vez, porque ni
siquiera los campesinos peor pensados imaginaban que sus propios compatriotas
pudieran tratarlos de ese modo. En abril de 1954, en una camioneta que se dirigía
a la feria de Chaca, en las alturas de Huanta, conversé con un dirigente de esa comu
nidad, que había estado en el río Apurímac en los peores años de la violencia, y que
recordaba el pánico que despertaban esos supuestos mercenarios:
Bajaban del helicóptero disparando sus ráfagas. Aunque sea una hoja que cae del árbol
y ya estaban ráfagas disparando. N o sabían caminar, no conocían el monte, eran sobra
de la guerra de las M alvinas que habían pedido asesoran-tiento. Paraban tirados
oyendo otra música. También renían a los Matadores, lin una jaula no más paraban,
no salían. Por una ventanita les daban alimento. Eran varones pero hasta acá [señala la
cintura] tenían el pelo. Una vez aun tuco lo metieron a la jaula y le abrieron el corazón
v la sangre que salía chupaban, chupaban, «qué rico» diciendo ' 9,
En Chaca nos topamos con un solitario oficial del ejército paseándose entre cien
tos de feriantes, campesinos y comerciantes «como pez en el agua», con sólo una pis
tola y dos piñitas (granadas) al cinto, «por si acaso». 1 labia llovido mucho ya. En San
Jo sé de Secce, capital de distrito, los reclutas que hacían el servicio militar en el cuar
tel eran campesinos qucchuahablantes del lugar.
Por su parte, Sendero Luminoso terminó por ser identificado en muchos sitios
con el anticristo o con el temible ñakaq o pisbtaco AC. En igual o mayor medida que
las masacres de com uneros, el hecho que m ejor ejem plifica la «exteriorización»
de Sendero Luminoso en la región es el «quinteo» (ruleta rusa) a la que sometieron
hacia 1991 a los camioneros de la ruta Ayacucho-San Francisco. En uno de los fre
cuentes bloqueos que Sendero Luminoso realizaba en dicha carretera para exigir
aranceles y saldar «cuentas de sangre», uno de los chóferes escapó e informó de la
presencia guerrillera a un destacamento militar, que cayó sobre los senderistas
produciéndoles varias bajas. Como represalia, Sendero Luminoso inició en distintas
carreteras una matanza indiscriminada de transportistas a los que escogía práctica
mente al azar41, tiste tipo de acción refleja fue empleada por las Fuerzas Armadas
únicamente en el periodo de 1 y S3 a 1984.3
El problema es que se expresa una inflexión, ese es el problema [...] han ocupado
algunos puntos y nos han desalojado. Entonces han sometido a las masas con
amenazas hasta de muerte v ahora son masas presionadas por el enemigo. Entonces
nuestro problema aquí, ¿cuál es?, que estamos restringidos en nuestro trabajo de infil
tración en las m esnadas** y esto debemos corregirlo para penetrarlas, desenmascararlas,
socavarlas, hasta hacerlas volar41.
E s e n c ia s e n a c c ió n
La c u l t u r a a n d in a
El choque de Sendero Lum inoso con las nociones de! tiempo y el espacio del
campesinado forma parte de un conflicto más amplio con la cultura andina. Me
refiero en este punto a un conjunto de instituciones de gran importancia para el
campesinado quechua ayacuchano, en especial la familia numerosa, la comunidad,
las reglas de reciprocidad, la jerarquización por edad, los rituales, las fiestas y la
dimensión religiosa en general. Los senderistas aborrecían las creencias de la reli
gión andina nativa y del catolicism o popular (que consideraban arcaicas) y los
rituales y las fiestas (que trataron de suprimir). Los cuadros lo justificaban por su
elevado coste.
[02 C A RI.(>S IV AN DtKiREGO RI
Sin embargo, el partido también parecía sentirse incómodo con los aspectos de
la «inversión del mundo» que caracterizaban esas fiestas, El «poder total» no podía
tolerar esas oportunidades potenciales de descontrol. No les faltaba razón. En varios
lugares (Huancasancos, Huaychao) la población aprovechó dichas fiestas para
rebelarse contra Sendero Luminoso. En una comunidad de Vilcashuamán, los sen-
dcristas suprimieron las fiestas «“ porque de repente cuando estamos en la fiesta nos
pueden traicionar, puede pasar problemas” , dicen ellos» (Pedro).
El desprecio senderista por las manifestaciones culturales del campesinado que
chua tiene una base teórica: «el manísmo nos enseña que una cultura dada es el
reflejo, en el plano ideológico, de la política y la economía de una sociedad dada»
decía E l D iario, el 13 de septiembre de 1989. Si esto es así, entonces las manifesta
ciones artísticas y culturales andinas son apenas rezagos del pasado: «[...] reflejo de
la existencia del hombre bajo la opresión terrateniente, que refleja el atraso tecnoló
gico y científico del campo, que refleja las costumbres, creencias, supersticiones,
ideas feudales, anticientíficas del campesinado, producto de siglos de opresión y
explotación que lo han sumido en la ignorancia» 4Í).
Partiendo de esa teoría y esa práctica, sigue pareciendo válido caracterizar a los
senderistas como nuevos mistis, influidos por la escuela y el m arxism o’ 0. Hn un tra
bajo anterior 51 comparé a los senderistas con un tercer hermano de los Aragón de
Peralta, protagonistas de Todas las Sangres. Si tomamos como ejemplo otra novela de
Arguedas, Yawar Fiesta, es fácil identificar a don Bruno con los mistis rradicionaüs-
tas (Julián Arangüena, por ejemplo) que están a favor de la «corrida india»; a don
Per mi n con las autoridades nacionales y con los mistis «progresistas» que se oponen a
la corrida india y tratan de «civilizarla» llevando a Puquio un torero español. Este
grupo incluiría a los estudiantes universitarios cholos que buscan «el progreso del
pueblo» y ayudan a contratar al torero. Pero los indios del ayllu Qayau logran cap
turar al feroz toro Misitu; los universitarios cambian de opinión, cautivados por la
fuerza de los comuneros, y se llenan de alegría y orgullo, olvidando así sus «ansias
de progreso»; el español fracasa en la corrida y son los indios los que se lanzan al
ruedo para alegría de los propios mistis progresistas. En la última línea de la novela,
el alcalde le dice al oído al subprefecto: «aVe Vd., señor Subprefecto? Estas son nues
tras corridas. ¡E l yawarfiesta verdadero!».
De haber estado allí el tercer hermano, a quien sería fácil identificar con deter
minados estudiantes o profesores senderistas, que no hubieran sucumbido ante la
fuerz.a de los runas de Qayau, el final seguramente hubiera sido otro. Si el partido
hubiera estado presente, posiblemente habría matado a Misitu y prohibido la fies
ta. Si la hubiera perm itido, habría sido una decisión estrictamente táctica y el4 50
9
«BIENVENIDOS A LA PESADILLA»:
REFLEXIONES SOBRE LOS GUERREROS SIN
ROSTRO DE LA REVUELTA DE LACANDONA
(CHIAPAS, MÉXICO, 1994)
Arij Ouweneel
* T " X OR QUÉ SE PRODUCE E L A LZA M IEN TO ARMADO D E LOS CAM PESIN O S?, Se
J \ - J preguntan sociólogos e historiadores desde hace décadas. Cuando se invi-
C JL ta a un(a) mexicanista, cualquiera que sea, a dar una charla, no le queda
mas remedio que abordar este problema ya clásico y responder a preguntas sobre
el levantamiento de Chispas de Año N uevo de 1994 Chiapas, que ya ha recibido
a más antropólogos que comunidades tiene, se ha convertido en un objeto de
moda editorial comparable con las revoluciones cubana y nicaragüense, las gue
rrillas centroamericanas o los aniversarios de B olívar y Colón hace unos años C A
simple vista, parece fácil encontrar una explicación a la revuelta y los orígenes de
la misma1*3*5.
P e r s p e c t iv a e n d ó g e n a , p e r s p e c t iv a e x o g e n a
1 Para más información, véanse Ouweneel, A/nvcrette Indiaaen\ y Gosner y Ouweneel, Indigemus
Rm lts,
z Véanse, entre otros, Aubry, «Lenta acumulación»; (Autnnnmedia), ¡Zapútistasl\ Camú, tJrzúa y
TótoroTaulis, H Z i^ N \ Collier, Basta!', Guillermopríeto, «LutterfromMéxico»; Harvey, Rtbel!ion\ Rome
roJacobo, A ítos de Chiapas\ Ross, liebelíion\ Rovira, ¡Z a pata v ire!, Rus, «Local Adaptation».
5 Una de las mejores historiografías recientes, de poderosa brevedad, es la de Alma Guillermo-
prieto; «The Shadow Wa r».
1 otí ARIJ (H'WRNKKI,
tropical en la frontera con Guatemala, y dirige su análisis a los problemas del cam
pesinado en esta zona de frontera real: en el oeste del Lacandón se halla la región de
1 ais Cañadas, uno de los focos principales de este movimiento; y cerca de la ciudad
de Simojovel se encuentra otra de las áreas revolucionarias más importantes, la loca
lizada a! norte de San Cristóbal de Las Casas b Los analistas «endógenos» hacen un
repaso general a los factores de pobreza y superpoblación, y finalizan con una narra
ción detallada de los orígenes del E jército Zapatista de Liberación Nacional
(E Z L N ). Por su parte, tos estudiosos del bloque«exógeno» centran su visión histó
rica en los desastres económicos de las décadas pasadas en el conjunto del estado de
Chiapas y, más en concreto, pintan un cuadro desolador del avance de la pobreza y la
explotación en todos sus municipios rurales, presentando la revuelta zapatista como
una de sus principales consecuencias. Hojeando la literatura sobre el tema, se obser
va que el primer grupo prefiere hablar de «la revuelta de la Selva Lacandona»,
mientras que el segundo tiende a quedarse con la denominación del «levantamiento
de Chiapas».
En este capítulo he adoptado la perspectiva «endógena». Después de todo, los
rebeldes surgieron de la selva tropical nororiental y no de la altiplanicie, o Eos Altos,
como los llaman en Chiapas. Según parece. Los Altos sí fue en cierta época la zona de
origen de los rebeldes: los campesinos de la Selva Lacandona son inmigrantes o
hijos de inmigrantes que dejaron las comunidades superpobladas de los Altos entre
las décadas de los cincuenta a los setenta. Eue una diáspora de tzeltales y tzotziles, que
tuvieron que hacer de la selva su hábitat y acabaron aceptándola como último recur
so. Su tierra prometida. Así y todo, parece poco adecuado titular un libro sobre el
levantamiento Los A ltos de Chiapas, como ha hecho Romero |acollo, porque de esa
manera se ignora el meullo de la cuestión.
La decisión radical de declarar la guerra fue exclusiva del Lacandón, Es cierto que
había empeorado el estado de miseria en todo Chiapas. Las desigualdades y la cruel
dad de las injusticias vividas en esta zona ponen los pelos de punta: Chiapas tiene las
tasas de mortalidad infantil y analfabetismo más altas, y en ningún otro estado son tan
precarias el agua corriente y la electricidad. La pobreza y la represión hacen de la vio
lencia algo cotidiano. Según Guillerm oprieto: «Este estado, de abundantes rios,
proporciona una quinta pane de la electricidad del país y un tercio de la producción
de café, pero ni una gota de esta riqueza revierte a los diferentes pueblos mayas» 4 5. A
pesar de ser «vergonzosamente, los pobres más ignorados de todo México», los habi
tantes de los Altos de Chiapas no tomaron la decisión extrema de entrar en guerra. En
vez de ello, se aferraron a los mecanismos legales para hacer frente a sus problemas:
litigios, elecciones, protestas y marchas políticas. Algunas comunidades disponían de
armas pero no llegaron a utilizarlas. Tuvieron que soportar la ocupación de sus con
sistorios sin disparar una sola bala. D e hecho, durante e! segundo ataque armado
de enero y febrero de 1991, el E Z L N no recibió ayuda militar de las comunidades de
los Altos. Antes bien, en la mayor parte de los pueblos que pudieron visitar los perio
distas, ondeaban banderas blancas en las diminutas chabolas de los campesinos. La
pobreza por sí sola, ya lo sabemos, no ocasiona un levantamiento armado.
6 Por ejemplo, Collier, Bastú!\ I(L, «Back^round»; Rus, «Local Adaptador!»; Harvey, Rehrliioti.
7 Feder, Rape of/he Peasantr% Huizer, «Lmilia.no Zapata». Sobre este tema, véase Ouwcnecl, Ortder-
brokettgroe/ tn Anáhuat.
1 08 ARIJOUWRNl-r.I.
V o C K S Dl i LA SLÍLVA
campesinos IC, porque de otro m odo sólo se tomarían decisiones tras semanas o
meses de debate. En resumidas cuentas, los maoístas habían inculcado una men
talidad política particular a los habitantes de la Selva Lacandona.
Los seglares católicos y los grupos maoístas crearon la Unión de Uniones (UU),
una organización destinada a coordinar su lucha suciopol¡tica. Pero en el transcurso
de los años, la organización se escindió más de una vez. Una facción, dominada por
ios seglares y con el apoyo de la Iglesia, consideraba que su principal demanda debía
ser la tierra. Desconfiaba completamente del gobierno y se manifestó a favor del
camino de «salvación» más radical. 1.a otra facción más importante pensaba que,
dada la tasa de crecimiento de la población, seria imposible solucionar los problemas
únicamente con la tierra, y tendrían que utilizar mecanismos de marketing y crediti
cios a la vez que sus habilidades negociadoras con el gobierno. Los maoístas, que
encabezaban esta escisión, suponían que estas acciones reformistas eran las que lle
varían a la «salvación», y reorganizaron a sus miembros dentro de la Asociación
Rural de Interés Colectivo (A RIC) " . Posteriormente, la UU se dividió de nuevo,
esta vez con respecto a la opción de la resistencia violenta. En opinión de Guiller-
moprieto, el grupo más radical, que optó por la lucha armada en 1989, aglutinaba a
un 60% de la población de esta zona Ji.
Para entonces, un tercer grupo, que llevaba un tiempo instituyendo o intensifi
cando el carácter utópico de las comunidades, ya había hecho su trabajo. Estaba fo r
mado por guerrilleros y, en la actualidad, lideran el F,7 J ,N , Eran y continúan
siendo independientes de la UU y la A R IC y se componen de un pequeño grupo
de doce - o cinco, com o insistió el subcomandante M arcos- activistas políticos
procedentes de la parte central del altiplano mexicano. Desde el año 198 3 en ade
lante, se ofrecieron para entrenar a la población local para la guerra de guerrillas y
proclamaron la necesidad de una nueva revolución armada en México. A guarda
ron en el interior del área muntañosa de la selva tropical basta que los líderes indí
genas se manifestaron dispuestos a entrar en guerra. Tuvieron que esperar casi
una década entera porque durante los años setenta y ochenta los campesinos lucha
ron por un futuro mejor con la ayuda foránea délos maoístas y la Iglesia. Sólo una
vez pasado el año 1992, con el Movim iento 500 Años de Resistencia Indígena, y
tras las conmemoraciones del aniversario del viaje de Colón y las reform as del
gobierno de Salinas - en especial la revisión del articulo 27 de la Constitución lle
vada a cabo a principios de 1992, con la que se pretendía «modernizar» la agricultu
ra mexicana y abolir el sistema de ejidos de agricultura colectiva porque, según los
tecnócratas del gobierno de Salinas, a finales del siglo XX era un anacronismo que
impedía el progreso económico en las zonas rurales '5—se unieron los jóvenes a los
guerrilleros, cuando se hacía difícil el futuro en la selva y la expansión era imposi
ble. Y lo hicieron con la facción más radical de las escindidas de la UU. Sólo un 40 % 10
2
V oces d e la m ontaña
Cuando el 1.7 . 1,N era tan sólo una sombra arrastrándose entre la niebla y la oscuridad
de la montaña, cuando las palabras «justicia», «libertad» y «democracia» eran sólo eso:
en oposición frontal con el lugar común de que las cosas son lo que parecen. T.a
ausencia de rostro y la presencia de las máscaras no sólo sirven de escudo frente al
insulto y el ridiculo, o contra las agresiones; mediante estos artilugios los mayas
también pueden transformarse ritual mente en guerreros-divinizados. Estos guerre
ros son hombres sacrificados ante Dios y los Santos, que son los poderes espiritua
les que gobiernan la vida y la muerte, la existencia misma de las familias humanas y
el renacer de la sociedad. El sacrificio de los guerreros es una parte central de la fe
maya. En el lenguaje ancestral maya, no existe una palabra unitaria para designar
el sacrificio, concluye Edmonson, porque es el lugar de la nada, el punto en el que el
cero de la muerte equivale al uno de la vida.
El hombre, según los mayas, no es capaz de asumir la opacidad que caracteriza
el acceso humano a la realidad ‘E Forma parte de la condición humana que, en la
gran ordenación general, las personas no tengan nunca la entrada franca al «verda
dero orden de las cosas». E l hombre sólo puede responder a una aproximación de
la realidad. Los mayas creen que siempre hay algo más allá y afuera. Por tanto, es
de vital importancia comprender que el concepto de azar o accidente Ies es ajeno. A
pesar de la educación utópica recibida para luchar contra el «pecado social», y a pesar
de la formación maoísta y las tácticas guerrilleras, los inmigrantes del Eacandón
también saben que cualquier suceso se puede interpretar desde una perspectiva espi
ritual. Es como si escrutaran el mundo tras una ventana empañada.
De este modo llego a la conclusión de que puedo estar interpretando incorrec
tamente algunas de las expresiones del E Z E N por mi modo de entendimiento occi
dental. Por ejemplo, el E Z L N no sólo tiene su base en la selva tropical, sino que ante
todo la tiene en una montaña. Sus soldados no cesaron de repetir: «La montaña nos
protege, la montaña ha sido nuestra compañera durante años» :o. Una montaña en
la cosm ovisión indígena no es únicamente un sitio estratégico pata ocultarse de
los helicópteros del ejército federal mexicano. Antes al contrario, muchos soldados
entrevistados por la prensa afirmaban continuamente que en la montaña no podían
ser localizados. Según la información militar del bando opuesto, esto no es verdad:
el ejército mexicano publicó fotografías de sus campamentos de la montaña. Pero
los indios insisten en que la montaña, una criatura femenina, es como su madre en la
infancia. Es la fuente de toda vida, e incluso la puerta del «cielo». De su vientre, nun
ca saldrán derrotados. En la misma montaña, los hombres sobreviven.
A si llegam os a la figura de E m iliano Zapata, introducida por la com andan
cia blanca del E Z L N . ¿Tiene algún poder de invocación para los indígenas del
m ovim iento del Eacandón este símbolo de la revolución mexicana de 1910? El
antropólogo E vo n Z ogt se extrañaba de que aún no se hubiera encontrado ninguna
capilla en la selva que contenga la imagen de un nuevo santo con la forma de Zapa
ta y que se llame San Emiliano *'. Entre mis fuentes sólo di con una referencia per
sonal: el guerrillero A ngel, un maya tzeltal, estaba orgulloso de haber leído la19 20
19 Extraído de Tedlock, Brecitb on iht Atirror; también Gnssen, «Who is the Comandante»; y Gos-
sen, «Maya Zapatistas».
20 Del segundo dosier-comunicadoque dioel EZLN a la prensa. Se trata de undosier que eircu
3a entre un gran número de periodistas e inclusocientíficos. Contiene cartas y documentos techados entre
el 17 v el 26 de enero de 1994,
21 Vogt, «Possible Sacred Aspects», pá^. 54.
RI EN V E N ID O S A LA P E SA D IL L A »; RKKLHX ION ES S( 1 B R K I.O S G I 'E R R KR< )S 113
traducción al español del libro de John Womack sobre Zapata. Le había costado
tres años acabarlo Es posible que, para los comandantes no indígenas, Zapata
fuera una especie de encarnación apoteósica de la ideología revolucionaria del
siglo XX, pero no para los indios. Pudiera ser que el libro de Womack se hubiera
difundido de la mano de la comandancia mestiza del E Z L N , y que ésta hubiera uti
lizado el símbolo de Zapata para desacreditar a la administración presidencial de Ciu
dad de México: cada presidente recién elegido se presentaba como una fase nueva de
la revolución, pero los zapatistas, al apropiarse de los mismos símbolos, invalidaron
dicho ritual. En general, supongo que este símbolo está vacio de significación para
los habitantes de la Selva I.acandona. Al referirse Marcos al patrimonio histórico de
México, apenas me percaté de que se aludiera a Zapata como el héroe revolucionario
de cualquier guerrillero.
Sin embargo, en una declaración colectiva oficial del C CR I-CG del io de abril de
1994, sí surgió Zapata como el principal guerrero-divinizado del E Z L N . De hecho,
se materializa en la misma fuente de la vida:
Votan Zapata, luz que de lejos vino y aqui nació en nuestra tierra. Votan Zapata, nom
brado nombre de nuevo entre nuestras gentes. Votan Zapata, tímido fuego que en
nuestra muerte vivió jo i años. Votán Zapata, nombre que camina, hombre sin rostro,
tierna luz que nos ampara. N om bre sin nombre. Votán Zapata miró con los ojos de
M iguel, anduvo con los pies de Jo sé M aría, fue Vicente, se hizo llamar con el nom
bre de benito, pasó volando com o pájaro, gritó con la voz de Francisco, visitó a
Pedro, lis y no es todo en nosotros. Uno y muchos es. Ninguno y todos. Estando vie
ne. Sin nombre se hace nombrar, cara sin rostro, todo y nadie, uno y muchos, estando
muerto, Tapacamino, siempre frente a nosotros. Votán, guardián y corazón del pue
blo, señor de la montaña
Tam bién descubrim os que este V otán Zapata llegó a «nuestra montaña»
para renacer. Fue Votán Zapata quien adoptó la faz de los sin rostro. Gracias a su
presencia, según el C C R I-C G , una paz injusta se transformó en una guerra justa: la
muerte que nace. Se trata del orden vuelto a nacer del caos, un tema clásico de la cul
tura mesoamericana22324.
de la noche y la tierra deben venir nuestros muertos, los sin rostro, los que son mon
taña, que se vistan de guerra para que su voz se escuche, que calle después su palabra
y vuelvan otra vez a la noche y a la tierra, que hablen a otros hombres y mu¡ercs que
caminan otras tierras, que lleve verdad su palabra, que no se pierda en la mentira.
L a r e s t a u r a c ió n d e i. o r d en
Desde este punto de vista, podríamos afirmar con Gossen que la operación zapa-
tista no es sino uno de los actos dramáticos de un m ovim iento general pan-maya
de afirmación político-cultural que está ya bien avanzado en M éxico y Guatem a
la lS. «Sólo en ocasiones excepcionales», escribe Gossen, «los movimientos políticos
y religiosos indios [..,] han atravesado barreras étnicas y lingüísticas en sus m ovili
zaciones militares y la com posición de sus comunidades» E so es lo que ocurre
en la actualidad en Chiapas y Guatemala. Según Gossen: «los grupos pan-indios van 278 9
50 Ib id.
51 Vngt, «Possihle sacred aspeets»,
32 1.aJornada. 4 de teñrerrt de 1994.
«BIENVENIDOS A LA l'ESADIl.LA»: REFI-EXKINES S<)BRH LOSGUERREROS rí 7
El C C R 1-CG está encargado del establecimiento del orden en las comunidades '
May un profundo eco del tradicional cabildo de nidios del periodo colonial en las
tareas que se ha marcado este comité gobernante. Sus miembros tienen que resolver
los problemas que surjan en sus propias comunidades. Se preocupan de que la gen
te asista a las asambleas de su municipio. Eos comités prohibieron el alcohol en toda
la zona y no permiten a sus compañeros emborracharse. Castigan a los hombres que
maltratan a sus mujeres multándoles u obligándoles a realizar actividades como cor
tar leña. Los actos homosexuales deben seguirse de una autocrítica pública.
En enero de 1994, el E Z L N instituyó una serie de leyes y reglamentos válidos
para «todo el territorio nacional». Estas «leyes» también tienen resonancias de vie
jas regulaciones de los pueblos: la propiedad comunal de toda la tierra y la distribución
de pequeñas parcelas entre todos los miembros de la organización. La Ley de R efor
ma Agraria estableció que todas las propiedades de más de 100 hectáreas en terreno
de mala calidad o de más de 50 de buena calidad entrarían en el proceso de redistri
bución. Los propietarios tuvieron derecho a permanecer como minifundistas y se les
aconsejó que se asociaran a las cooperativas que quería establecer el E Z L N . En
resumen, se trata de la autodeterminación en el ámbito de la gestión y distribución
de la tierra.
Un libro sobre la revuelta del 1.acandón comenzaba con la frase: «el tiempo de la
revolución no ha pasado» M. Por cierto que sea, sin embargo, tengo mis dudas
acerca del caso mexicano. Es verdad que el descontento general con el gobierno
mexicano, la ira por la represión y la desesperación tras muchos años de crisis eco
nómica estuvieron en la raiz de los movimientos rurales, organizados o no, del esta
do de Chiapas. Pero estos factores sólo condujeron a la resistencia armada en la Selva
Lacandona. La situación de aislamiento de esta selva tropical la convirtió en un labo
ratorio para que determinados grupos radicales transformaran la mentalidad de la
gente. La ideología maoísta, la teología de la liberación y la fe tradicional maya en
el tiempo predestinado se conjugaron en una postura única con respecto al miedo al
caos y al fin del mundo. Así salieron a la palestra los guerreros sin rostro del E Z L N .
Jóvenes, hombres y mujeres pobres, estaban dispuestos a «transformarse» (según su
expresión) para derrotar a la noche y fundirse en el «ciclo pasado». Esta combinación
ideológica única no tiene lugar en ninguna otra zona de Chiapas. La decisión de
optar por una solución radical se realizó en el micronivel de la Selva Lacandona.3
H
ISTÓRICAMENTE-;, til. cüiAIX) Di; VIOLENCIA POLÍTICA y su incidencia en los
países latinoamericanos ha sufrido bruscos virajes. E s posible que la vio
lencia en la sociedad haya mostrado una mayor uniformidad. Pero, aunque la
conexión entre violencia política y violencia en la sociedad posee una gran signi
ficación, su relación es muy compleja ‘ .S in embargo, si nos limitamos a la violencia
política (es decir, violencia perpetrada con objetivos políticos) su irregularidad
temporal se antoja sorprendente y, como mínimo, pondría en tela de juicio aque
llas teorías que otorgan una predisposición profunda y determinista a la violencia
(o a su opuesto: el pacifismo político, ¿o civismo?); una violencia sanguínea que rezu
maría, dentro de las arterias del organism o político, un A D N profundamente
determinador de las personalidades.
A lo largo del siglo XIX, México y Venezuela estuvieron marcados por la inesta
bilidad y la violencia, y por ser victimas de constantes guerras civiles e intervencio
nes foráneas. En el siglo x x , se volvieron más estables y menos violentas, lo que
no significa que pudieran presumir de una democracia impecable. En México, el12
proceso comenzó con la institucional ¡zación del gobierno revolucionario a partir del
año 1917, y en Venezuela con el acuerdo nacional de Punto Fijo de 1958. Am bos paí
ses evitaron el gobierno pretoriano y la consiguiente escalada de La violencia «cupu-
lar» (de arriba abajo) oficial que caracterizó a gran parte del continente en las décadas
de los sesenta y setenta. Por el contrario, entre los principales representantes del
modo pretoriano, o «burocrático-autoritano» se encontraban Chile y Uruguay, reco
nocidos desproporcionadamente durante gran parte de su historia como países esta
bles, pacíficos y civiles. Y sin embargo, Uruguay, la antigua «Suiza de Sudamérica»,
tenía a comienzos de los años setenta el mayor número relativo de presos políticos de
todo el mundo *, lin la actualidad, Chile y Uruguay están considerados como las
democracias civiles más estables y consolidadas, mientras que Venezuela ha coque
teado con la insurgencia militar en diversas ocasiones y México ha vivido toda una
serie de magnicidios políticos. ¿Estarán volviéndose las tornas de nuevo?
En el caso mexicano, no podemos negar el descenso de la violencia política des
de 1920, pero si debemos matizar. Es cierto que la última insurrección armada que se
saldó con éxito tuvo lugar en 1920 (la rebelión de Agua Prieta, que instauré) la dinas
tía sonorense); también que pudieron contener la sublevación de De la Huerta en
1923-24, aunque con apuros; que sofocaron el proyecto de levantamiento militar
de 1927 y la revuelta ya montada de 1929; que consiguieron detener a los cristeros,
que se mantuvieron sublevados durante tres años y que, pese a tener fuerza y contar
con numerosos apoyos en sus bastiones del centro-oeste, nunca llegaron a poner en
un aprieto al gobierno nacional. Desde entonces, las amenazas insurgentes al régi
men fueron relativamente pocas y tímidas. Fue fácil deponer a dedillo en 1938 y
eliminar a un puñado de rebeldes almazanistas, espoleados por su jefe desde el exilio,
en 1940. La conspiración quijotesca de Celestino Gasea en 1961 constituyó casi el
último estertor del largo ciclo de pronunciamientos revolucion arios345. Aunque las
sublevaciones populares continuaron después de 1961, sobre todo en el rebelde esta
do de Guerrero, pocas objeciones se le pueden formular a la imagen que se ha pro
yectado de un régimen que, al contrario de sus predecesores, ha logrado alcanzar la
estabilidad y resolver el problema sucesorio.
De hecho, los «defenestnidos» de la elite política se convencieron de que, en
este nuevo régimen de gobierno, el conform ism o era la solución más sabia. Al
contrario de quienes, tras ver frustrada su esperanza presidencial, se rebelaron en
1920, 1923, 1927 y 1929, lo normal después fue que los perdedores aceptaran gene
rosamente su derrota política, asegurando así su supervivencia física y, quizá, posi
bilitando su posterior rehabilitación política. Así, de 1934 a 1952 (una fase clave en la
evolución del sistema político), la amenaza electoral al partido dominante provino de
tránsfugas del P N R /P R M /P R 1 , que habían improvisado partidos electoreros de oposi
ción: Villarreal en 1934, Almazán en 1940, Padilla en 1946 y Henriquez Guzmán en
193 2 U Todos resultaron derrotados, aunque Almazán y Henriquez Guzmán, en lo
que fueron unas elecciones particularmente duras, llegaron a poner nervioso al
partido gobernante, y acabaron sufriendo el acoso oficial junto con todos sus mili
tantes. En contraposición a sus predecesores de la década de 1920 (De la Huerta,
Góm ez, Serrano, Escobar), aquéllos no quisieron constituir una amenaza armada a
un régimen que había conseguido ya establecer, en términos weberianos, un duro
«monopolio de violencia coercitiva», particularmente en el ámbito nacional. El pro
pio régimen reconoció este cambio: la eliminación brutal de los conspiradores de
1927 por parte de Calles (con el fusilamiento de catorce altos mandos en los bosques
cercanos a Huitzilac al atardecer) contrastó con el trato firme pero benévolo por
parte de Cárdenas al propio Calles nueve años después, cuando el antiguo jefe m áxi
mo, en lugar de saludar al alba con los ojos vendados y la espalda contra la pared, fue
expedido en un avión hacia listados Unidos y un agradable exilio. Más tarde volve
ría para posar hombro con hombro junto a Cárdenas y Avila Camacho en el balcón
del Palacio Nacional durante el destile militar de 1943.
Un consecuencia, podemos distinguir Lres etapas en la evolución del partido ofi
cial, que logró su consolidación con el apogeo del P R 1 de los años cincuenta y sesen
ta: en primer lugar, un periodo darwiniano (1917-1929) de conflicto interno, jalonado
de sublevaciones desde las mismas filas del ejército revolucionario; una época en la
que La recurrencia de las victorias de! gobierno central permitió reducir las filas de los
disidentes y disuadir a la insurgencia potencial. Después hubo un largo periodo de
transición (1929-52), en el que las revueltas fueron pocas y tímidas, y los disidentes
del P N R /PR M /P R I constituyeron una impórtame (aunque fallida) amenaza electo
ral para el candidato oficia!. En tercer lugar, el apogeo del P R 1 ( 1952-1987), en el que
la maquinaria del partido, manejada por fuertes grupos de financiación, mantuvo la
cohesión interna, evitó escisiones y derrotó a los verdaderos partidos de oposi
ción con relativa facilidad T.a división del PRT en 19H7, seguida de las muy dispu
tadas elecciones de [9H8, supuso, en algunos aspectos, una vuelta a la segunda
fase, aunque en circunstancias socioeconómicas muy diferentes. Mientras tanto,
dicha evolución se tradujo en cambios estructurales evidentes: se profesionalizó y se
puso bajo control el poder militar, un proceso ya iniciado en los años veinte y con
sumado en los cuarenta; y como contrapunto, surgió una nueva elite política y tec
nomática de carácter civil que suplantó a la antigua generación de altos cargos
militares revolucionarios. Entre aquéllos se encontraban Pañi, Gómez Morin y el
resto de tecnócratas callistas de los años veinte; en los treinta, el «segundo poder» de
los expertos civiles cardenistas (de los que Ramón Beteta es un ejemplo clásico); y, a
finales de los cuarenta, el organigrama de jóvenes y civiles sobradamente preparados
que saltaron al poder con el también «joven civil» Miguel Alemán. Además, se modi
ficaron las facultades requeridas para el gobierno: los militares se vieron sustituidos
por abogados y, posteriormente, economistas. México se convirtió, a escala estatal,
en un lugar más amable y agradable.
Pero éste era un fenómeno nacional o diputar. Como he señalado en otra parte,
esta estabilización y «civilización» progresiva no llegó de forma uniforme al México
t> Al establecer el «apogeo» tic! PR1entre 1712 y tgM7 se alarga dicho periodo de forma muy dis-
entibie. 191 z, con laderrota del henriquismo y el iniciodel desarrollo estabilizador+es unpunto dearranque
apropiado, pero el fin del apogeopriísta presentamás dudas: ¿1968 (Tlatelolco)? ; 1976 (la crisis de «fin de
sexenio»)?¿1982 (lacrisis de «finde sexenio» yeconómica? <11987 (laescisión internadel Pili que llevó a las
elecciones de 1988)? ¿O incluso 1994-1995 (Chiapas, Coinsto, nueva crisis económica)? lista claro que se
traía de una caída política gradual aunque nada homogénea, y que laelección de una fecha de terminación
posiblemente requiera más tiempo, perspectiva c investigación.
124 ALAN KN IGH T
mayoría para cjue se produjeran graves tensiones sociales, tanto dentro de las hacien
das como, lo que es más importante, entre haciendas y comunidades vecinas. De
ahi, según mi análisis, la repentina e inesperada caída del régimen en 19 10-19 11,
que, por entonces, dependía en muchas regiones de dicha estructura de coacción y de
una forma de imposición ya tambaleante-una combinación muy poco legitimadora
y escasamente duradera-.
La revolución -huelga decir- utilizó exhaustivamente el recurso de la violencia,
que acabó propagándose por todo el país en múltiples Formas: guerras de guerrillas
y otras formas bélicas convencionales, bandidismo social y antisocial, tumultos y
acciones delictivas urbanas " . La más que evidente transformación de la Pax Porfi-
riana en un huracán revolucionario se produjo de modo radical: no sólo supuso un
salto cuántico en el grado de violencia, sino también una nueva direccionalidad, ya
que ahora la cúspide social no sólo perpetraba sino que también sufría la violencia; o,
dándole la vuelta a este argumento, durante un tiempo los grupos populares devol
vían todo lo que recibían. En efecto, los campesinos ocupaban terrenos en acciones
«espontáneas» y aisladas li 12*4
; los bandidos se metamorfoseaban en opositores políticos;
los artesanos de las decadentes ciudades del Bajio causaban tumultos, en los que
saqueaban las casas de empeño y atacaban a los mandatarios locales y tenderos gachu
pines. L os terratenientes se dieron cuenta de que les era imposible resistir y, en
muchos casos, emprendieron la huida a las ciudades y Estados Unidos. El ejército
federal, resurgente y reforzado por Huerta, había acabado derrotado y en desban
dada en 1914. En su lugar gobernaba una hueste de caudillos con sus bandas de esbi
rros. N o existía un Estado, ni mucho menos un monopolio estatal de la violencia.
Incluso los líderes liberales de la revolución, comenzando por Madero, se desenten
dieron de las consecuencias de sus acciones; empezaron a recordar a Sarmiento y
sus lamentos sobre el barbarismo que subyacía en el tenue barniz de civilización
mexicana y fueron dando su apoyo a las medidas más duras, que coartaban los
principios liberales para acabar con sus oponentes conservadores y controlar a
sus seguidores (reclutamientos a la fuerza, ejecuciones sumarias, censura de prensa,
amaño de elecciones). E l liberalism o dulce de 19 11-13 dio paso a una amarga rtal-
politik que infectó ia política mexicana de arriba abajo u. Madero se rendía así al
modelo político de M aquiavelo ’ b
Las víctimas del periodo revolucionario fueron, claro está, numerosísimas, aun
que, como en gran parte de las guerras, la mayoría se produjo, más que en el comba
te directo, por la conjunción de las enfermedades y la desnutrición durante la fase
11 K n i g h t , Mexican Rerolntion ( v o l . 1 ) , p á g s . 2 0 X -2 2 7 y 3 5 5 - 5 8 1.
12 E n re a lid a d , e s d ifíc il d e c ir q u e las fo r m a s d e p r o te s ta c a m p e sin a s fu e ra n « e sp o n tá n e a s» en el se n
tid o d e r e p e n tin a s e in e s p e r a d a s . N o r m a lm e n t e , se g e s t a r o n d u r a n te a ñ o s o d é c a d a s , en lo s q u e fu e r o n
a g o tá n d o s e la s m a n ife s ta c io n e s m á s p a c ific a s . P e r o sí fu e r o n « e s p o n tá n e a s » en el s e n tid o d e se r a u t ó n o
m as, b a sa rse en lo s r e c u r s o s e s p e c ífic o s d e c a d a lu g a r y m o m e n t o , y le n e r m u y p o c o q u e v e r c o n « g r u p o s
o r g a n iz a d o s d e v a n g u a r d ia » o « a g ita d o r e s e x te r n o s » — v a r ia b le s e x ó g e n a s q u e ta n t o le s g u s ta n a lo s a n a
listas d e iz q u ie r d a y d e r e c h a , r e s p e c tiv a m e n te - .
1 j Además d e M a d e r o , ta m b ié n se q u e ja r o n d e lo m is m o J o s é V a s c o n c e lo s y M a r tín L u is G u z m á n .
V é a s e K n ig h t , Mexican Rero/nlion ( v o l . 2 ), p á g s . 2 9 !, 297.
14 K n i g h t , Mexican Revolnlion ( v o l . 2 ), p á g s . 1 3 . 10 2 .
1; D e ah i la p r e s e n c ia d e M a q u ia v e lo a la v e z c o m o u n a re fe r e n c ia é m ic a y u n m o d e lo é t ic o p a r a
P r ied ric h , Primes o/ Naranja , p á g . 19 5 .
I 26 A L A N K N tG H T
que, como los «príncipes de naranja» de Paul Eriedrich, se sumaron a una ética bru
tal de lucha e interés personal1 '. La política revolucionaria más dura podría decirse
que era la del bien limitado, fundada en el concepto de que «la vida es una lucha» ~4.
La nueva elite revolucionaria, formada en la guerra, también se diferenciaba clara
mente de la generación precedente de tcenócratas porfi ríanos y licenciados-. Amaro, un
general surgido por si mismo de la oscuridad provincial que hubo de salir a calmar
los ánimos del ejercito revolucionario en la década de los veinte, no tenía ningún
reparo en castrar a sus rivales de amorios, y arrojarlos por las esquinas de Ciudad de
M éxico1 '. Zuño, el cabecilla revolucionario de jalisco, participó personalmente en
algunos de los interrogatorios policiales más violentos . Los caciques locales (unos
surgidos de la plebe mexicana, otros peces gordos que lograban afectar maneras y
aspecto populares) hacían uso frecuente de la violencia, la intimidación c incluso la
tortura para conseguir sus objetivos i7. Si sus predecesores porfirianos habían hecho
lo mismo, probablemente había sido a menor escala, y habían ocultado mejor sus
propias huellas. De hecho, el recurso porfiriano a la intimidación camuflada fue
menos necesario y más discreto.
N o es que los caciques perfirianos fueran unos santos comparados con sus
sucesores revolucionarios. Más bien, lo cierto es que los tiempos habían cambiado
y la política se había vuelto más violenta, canallesca y camorrista. La intimida
ción, a veces pública y ejemplar, desempeñaba una función importante en estos
nuevos aires políticos. De todos modos, la publicidad quedaba garantizada por el
gran despliegue de la prensa y la rum orología política, que contaban con menos
trabas y estaban más generalizadas que en la época anterior a 1910 lH. Por todo el
país, y de forma local, proliferaron las fuerzas de «seguridad» denominadas defen
sas sociales, Creadas para proteger a las comunidades de los ataques de los «bandi
dos» (algo que sí llegaron a hacer en alguna ocasión), las defensas sociales se
convirtieron en instituciones clave en el proceso de socialización, prom oción y
lucha política. Algunas de las carreras políticas más brillantes (como la de Jesús Anto
nio Almeida, gobernador de Chihuahua de 1924 a 1927) comenzaron en las filas de las
defensas. E l principal rival de Almeida, Ignacio Enríquez, aunque no surgió pre
cisamente de estas instituciones, «basó su fuerza política en el control de las defen
sas sociales [. . .] en las sierras occidentales» l'J . Los cacicazgos más duraderos, como
los de la familia Prado en la región de Chilchota, en Michoacán, también depen
dían del control de la defensa local, cuyos miembros a veces casi no se distinguían de
la población más amplia de pistoleros (esbirros políticos a sueldo) que rodeaban a los256 9
78
25 I-'úcdrich, Prim es e f Naranja-, Roma nuca-Ros 5, Conflie./, págs. 14-20; González y Patino, Mema-
ría campesina, págs. 25, 69 ss.
24 Foster, T^tint^unt^dn, pág, 94.
2 5 De sobra es conocido que el protagonista de Pa sombra del caudillo, de Guzmán, está basado en
lá figura de Amaro,
26 A cta levantada de Genovevo Ala torre, 22 de marzo de 1927, Dirección General de Información
Política y Social (Gobernación), caja 34,095.0 62, Archivo General déla Nación, Ciudad de México,
27 Schrycr, Rancheros, págs, 89-92, 99-too.
28 L a c o b e r t u r a in fo r m a t iv a d e la p r e n s a fu e , s in lu g a r a d u d a s , m á s c o m p le ta d e s p u é s d e 19 1 0 ; la
ru m o r o lo g ía p o lít ic a e s , ló g ic a m e n te , m á s d ifíc il d e m e d ir. P e ro h a y b u e n a s r a z o n e s (a u n q u e a l g o in t u i
tiv as) p a r a c r e e r q u e la t r a n s fo r m a c ió n s o c io p o lit ie a fo r ja d a p o r la r e v o lu c ió n s u p u s o u n a m a y o r a c t i v i
dad y p a r r ic ip a c ió n p o lít ic a s , y (e s d e s u p o n e r ) m á s r u m o r o lo g ía a s o c ia d a .
29 Wasserman, P er sis ten t Oligarchs, págs. 37, 45,96, 127.
128 ALAN KN'IGI IT
jo A c e r c a d e lo s P r a d o , v é a n s e J im é n e z C a s t illo , Huáncito, p á g s . 1 3 7 - 1 6 5 ; y la c o r r e s p o n d e n c ia d e
A G N , P o n d o P r e s id c m e s - L á z a r o C á r d e n a s , 3 4 1 / 1 7 8 3 .
3 \ E l c a c iq u is m o fu e s o b r e t o d o u n a f o r m a d e d o m in a c ió n lo c a l q u e se b a s a b a en la v io le n c ia , el
p e r s o n a lis m o y el c lie n te lis m o : p o d ía d is p o n e r d e lo s m e d io s a su a lc a n c e p a ra fin e s p o lít ic o s m u y d i f e
r e n te s . L o s c a c iq u e s , p o r lo t a n t o , e r a n , d e s d e u n p u n t o d e v is t a p o l í t i c o , d e lo m á s v a r io p i n t o : a l g u
n o s e r a n p o p u la r e s , agraristas y d e iz q u ie r d a s ( c o m o C á r d e n a s ) ; m u c h o s , c o n s e r v a d o r e s y p r ó x im o s a lo s
te r r a te n ie n t e s . L o s c a c iq u e s m á s a v is p a d o s se d e ja b a n lle v a r p o r e l v ie n t o p o lít ic o q u e m á s fu e r t e s o p la
b a . L a c o h e r e n c ia id e o ló g ic a n o e r a u n a v ir t u d c a r a c te r ís t ic a d e esta s p e r s o n a s .
3 1 A G N , F o n d o P r e s id e n t e s - L á z a r o C á r d e n a s , 3 4 1 / 1 7 8 3 ( E r n e s t o P r a d o d e C h ílc h o t a y H e lio d o ~
r o C h a r is d e J u c h itá n ).
3 3 S c h r v e r , Rancheros, p 9 3,
34 K n i g h t , u j ia b it u s a n d H o m ic id e » ; S a n t o s , Memorias.
55 W a s s e r m a n , Ptrsisttnt Oiigarchs. M e n c io n o e s t e c a s o , p o r u n a p a r te , p o r q u e e stá b ie n d o c u
m e n t a d o y , p o r o t r a , p a ra r e fu t a r la id e a d e q u e la v io le n c ia y e l c a o s p o lí t i c o s e r a n c a r a c t e r ís t ic a s f u n
d a m e n t a lm e n t e d e l « v i e jo » M é x ic o , « t r a d ic io n a l» , « a tr a s a d o » e « in d íg e n a » d e l c e n t r o y e l s u r . F.ste
p r e ju ic io se a s ie n ta a v e c e s en lo s d é b ile s c im ie n t o s d e la te o r ía d e la m o d e r n iz a c ió n , y a ú n l o s a c a n a
m e n u d o a c o la c ió n , e n tr e o t r o s , m u c h o s p r iís t a s q u e tra ta n d e ju s t ific a r lo s a p a ñ o s e le c t o r a le s en M ic h o a -
c á n , p o r e je m p lo .
3 6 G r u e n in g , A /exico y p á g s . 3 99 ss.
V IO L E N C IA POLÍTIC A E N E l. M ÉX IC O P O ST -R EV O LU C IO N A R IO I 29
5 7 D u l le s , Yisttrday ¡n México, p á g . 4 8 1.
38 S c h r v e r , Rancheros, p á g . 9 1.
59 E l s u ic id io d e M e ix u e in >fu e u n a f o r m a d e p r o t e s t a r c o n t r a e í a p o y o p r e s t a d o p o r d P R 1 a un
c a n d id a t o r iv a l {in d e p e n d ie n t e ) e n u n a e le c c ió n d e O a x a c a . L a s it u a c ió n m á s r e c ie n t e e s tá r e fle ja d a en
S a n d e r s o n , Agrarian Populism, p á g . 1 7 3 : F e r n a n d o A m ilp a , s e c r e t a r io g e n e r a l d e la C T M , « se d io u n a
m ala im a g e n » d u r a n t e la s e le c c io n e s p r e s id e n c ia le s d e 19 4 6 al « d e ja r in c o n s c ie n t e d e un g o lp e al p re si*
d e n te d e u n c o l e g i o e l e c t o r a l, q u ie n le h a b ía p e d id o q u e d e p u s ie r a su p is t o la a n te s d e e n t r a r » ( D ic k in -
so n , C iu d a d d e M é x ic o , 2<¡ d e m a y o d e 19 4 8 , r e g is t r o d e l D e p a r t a m e n t o d e E s t a d o , A s u n t o s i n t e r n o s
d e M é x ic o , 8 1 2 .3 0 4 3 / 3 - 2 3 4 8 ) , H a c e m u c h o m e n o s t ie m p o , s e c o n o c ió q u e u n p o p u la r p o lít ic o m e x ic a
n o se v i o e n v u e lt o en u n in c id e n t e s im ila r e n e l a p a r c a m ie n t o d e l e d if ic io d e la s N a c io n e s U n id a s en
N u eva Y o rk .
4 0 E n el C o n g r e s o , S a n t o s «se m o v ía c o m o p e z e n el a g u a » , y g o z a b a d e la e s tim a y el r e s p e to d d
p re sid e n te R u iz C o r t in e s , q u e n o e r a n a d a in g e n u o . L o r c t d e M o la , Caciques, p á g s . 4 3 y 3 5*
IJO A L A N K N 1G 1IT
reparto de poder pactado con c! creciente gobierno federal4'. Santos llegó a las mis
mas conclusiones tras la caída de su predecesorpotosino. C edido4 142.
La expansión del poder central, manifiesta en las pacificas sucesiones presiden
ciales y el aumento del número de funcionarios federales, no acabó, por lo tanto, con
los caciques locales, sino que los «modernizó». De este modo, los caciques, y la serie
de intereses y prácticas que representaban, se ajustaron al nuevo orden, lo colonizaron
y canibalizaron. Una característica fundamental de este proceso dialéctico fue la
continuidad de la violencia, sobre todo (aunque no exclusivamente) en las zonas
rurales4’ . Los treinta, en los que el gobierno federal mostró un gran poder de ini
ciativa, también fueron años de violencia endémica que enfrentaron a agranitas con
terratenientes y guardias blancas, a la población rural entre sí, anticlericales con católi
cos, sinarquistas con jacobinos, facciones sindicales y e¡¡dianas con sus rivales locales.
M uy lejos de crear un nuevo Leviatán, como querrían hacernos pensar algunos
analistas, el gobierno central sólo ejerció un control limitado sobre una sociedad civil
desbocada. Sus agentes de vanguardia, tales como los maestros federales, fueron
menos un instrumento de control totalitario que víctimas de una ambición federal
desmesurada, que se topó con una obstinada, y a veces violenta, resistencia local. De
ahí la interminable cantidad de sangre derramada en esta década, en la que ardie
ron escuelas, se asesinó, violó y desorejó a maestros; una época en la que las comuni
dades se enzarzaron en guerras sin cuartel con sus vecinos, y las facciones, en conflictos
intestinos; en la que las guardias blancas hacendistas lanzaron una represión indiscri
minada de retaguardia para frenar al agrarismo-, y en la que se produjeron luchas ínter
e intra sindicales (especialmente en las regiones textiles de Orizaba y A tlixco)44.
El crecimiento del Estado creó, así, nuevas formas y escenarios de conflicto: el
agrarismo cardenista llevó el conflicto a regiones que hasta entonces, al menos direc
tamente, habían sido relativamente tranquilas. Si no introdujo la manzana de la dis
cordia en paraísos rurales pre-existentes (como parecen pensar algunos revisionistas
románticos), al menos generalizó la violencia, quizás en parte «democratizándola» y
poniendo, literalmente, las armas en manos de los pobres que nunca antes las habían
empuñado. Pero el agrarismo también permitió el establecimiento de unos cacicazgos
duraderos -algunos verdaderamente populares, otros completamente amorales,
pero todos dependientes en parte de la continuación de la violencia local-. La esco-
larización federal (un motor a largo plazo de integración nacional) fue muchas
veces, a corto plazo, fuente de conflictos y divisiones. El aumento del poder de
los sindicatos, especialmente de la C T M , también propagó la violencia, como ocu
rrió con el intento de la C T M de eliminar a la competencia (sobre todo la CR Ü M )
41 B r e w s t e r , « C a c iq u is m o » ; Ja c o b s » « R a n c h e r o s » , p á g s , 7 6 -9 1.
4a M á rq u e z » « G o n z a l o ISL S a n t o s » , p á g s . 38 5-39 4 »
43 E l c a c iq u is m o fo r m a p a r t e d e u n a e s t r u c tu r a p o lític a n a c io n a l» ta n to en la s c iu d a d e s ( p o r e je m
p lo , en el g o b ie r n o m u n ic ip a l y lo s s in d ic a to s ) c o n lo e n el cam p o » N o e s, p o r lo ta n t o , u n a r e g r e s ió n a tá
v ic a o lo s v e s t ig io s d e u n a « c u ltu ra » p r im it iv a m o r ib u n d a , c o n d e n a d a a d e s a p a r e c e r p o r la u r b a n iz a c ió n
y la m o d e r n iz a c ió n . S i s u s a s p e c t o s m á s e n d é m ic o s - y v io le n t o s - p a r e c e n h a lla r s e e n el á m b ito r u r a l es
d e b id o al s is te m a d e e q u il ib r io s d e la s fu e r z a s p o lít ic a s r iv a l e s , la a t e n c ió n m e d iá t ic a y, c o m o p r o p o n e -
m o s en e s te c a p ít u lo , la te n d e n c ia d e l g o b ie r n o fe d e r a l a p r e o c u p a r s e m á s p o r su im a g e n u rb a n a y m e t r o
p o lit a n a q u e p o r la ru ra l y p r o v in c ia l.
4 4 Raby, Educación, c a p . 5 ■ B u r t , V e r a c r u z , 3 d e fe b r e r o d e 19 3 8 , S D 8 1 1 . 5 0 4 / 1 7 0 3 o fr e c e u n b u e n
r e tr a to d e u n a fá b r ic a te x t il p a r t ic u la r m e n t e v io le n ta : C o c o la p á n , V e ra c ru z »
V IO L E N C IA P O LÍTIC A EN E l. M K X tC O P O ST R E V O L U C IO N A R IO 1í l
y con la ofensiva de los políticos y grupos de poder locales (el grupo de Monterrey,
gobernadores com o Y ocupicio, de Sonora y A v ila Camacho, de Puebla) para
mantener a raya a Lom bardo y la C T M ; acciones que solían tener bastante éxito 4h
incluso las |untas de Conciliación y Arbitraje, premonitorias de un mayor control
central de los trabajadores, solían fomentar -tanto como inhibir- las tensiones, debi
do a que los grupos locales de influencia (sindicatos, caciques y políticos) luchaban
por imponer su autoridad a estos receptáculos incipientes de poder.
Las manifestaciones de poder federal, aunque consiguieron su objetivo a largo
plazo, se vieron zancadilleadas frecuentemente por la resistencia local o, de forma
más insidiosa, por cooptación. A veces, por lo tanto, no hay que imaginar que el
listado absorba a determinados grupos sociales (la típica fórmula mexicana), sino
más bien que los grupos sociales incorporen al listado para sus propios intereses.
No cabe duda de que deshacerse de un cacique tan importante (y poco sutil) como
Cedillo, que sirvió su propia caída en bandeja de plata, fue todo un éxito. Pero los
caciques más hábiles pervivieron durante décadas, desarrollando el tipo de perso
nalidad política escindida que, como he sugerido, podia disipar la incomodidad de la
presidencia federal46, demostrando de vez en cuando su utilidad ante, el gobierno
central. Cárdenas, por ejemplo, necesitaba el apoyo caciquil incluso de personajes
tan indeseables como Ernesto Prado (al igual que Felipe Carrillo Puerto durante su
breve mandato radical del Yucatán) 47. Durante las décadas de los cuarenta y cin
cuenta, el gobierno federal también toleró a los enrocados caciques locales; de mane
ra positiva, porque eran agentes útiles de control y m ovilización electoral; y
negativamente, porque su eliminación hubiera sido engorrosa y polémica. Los caci
ques, por supuesto, acabaron desapareciendo, pero de una manera cíclica, casi rít
mica y regular: se prolongaron en el tiempo más allá de su utilidad, provocaron la
oposición local (a menudo de las clases medias y los estudiantes) y, al final, acabaron
arrojados a los lobos por un gobierno central que hacía gala de una legendaria y
pragmática realpotitik. Como consecuencia, el periodo histórico de post-guerra de
México está salpicado de episodios, en parte violentos, de derrocamientos de viejos
caciques, til sistema incorpora, de este modo, una cuota necesaria de violencia, el
inevitable producto de un caciquismo que se perpetuó de forma obstinada43.
El caciquismo afianzó así la violencia como un rasgo definitorio de la política
nacional mucho después de que se hubiera acabado con el pretorianismo en el país.
Los caciques la empleaban - era parte tradicional de su arsenal político, con el que
aseguraban el reclutamiento regular de jóvenes p is t o le r o s 4ÍI - y, además, su caída com
portaba un grado de violencia que, aunque no lograra el objetivo inmediato de
derrocar al cacique, al menos atraía hacia sí la atención del gobierno federal. (Esto
se puede aplicar al caciquismo provincial político y, quizá también, sindical: por
50 N o p r e t e n d o s u m e r g ir m e en la s c e n a g o s a s p r o fu n d id a d e s d e l m a c h is m o , ni v a l o r a r su in flu e n
c ia en la v io le n c ia p o lític a per se. V a lg a d e c ir q u e las a c titu d e s « m a c h o -v irile s » - in d e p e n d te rn e m en te d e q u e
p u e d a n s e r c a u s a o e f e c t o d e la s c o n d ic io n e s p rev ias^ * e n c a ja n p e r fe c ta m e n t e c o n la política cothina d e la
q u e h a b lo * S o b r e el m a c h is m o y ia v io le n c ia , v é a n s e R o m a n u c d - R o s s , Conflkt>p ágs* 7Ó -78; F n e d r ic h ,
P rin cesof Naranja +p á g s . t B z - i S 3 ; G r e c n b c r g , Bkmí lie s , p á g . 6 3 -6 4 .
V IO L E N C IA P O LÍTIC A P.N E L M É X IC O POST-R KV( ll.t.T lO N A R IO 133
resultado fue una fase prolongada de «compresión» (por utilizar el término de Tu ti
no) agraria, un encontronazo entre la agricultura capitalista y la campesina, en el
que se repitieron algunas características de la anterior fase porfiriana de «compre
sión» Pero también hubo diferencias. En primer lugar, habían cambiado los cul
tivos y los hábitos locales: el pastoreo había aumentado en importancia, al igual que
el cultivo del café, la fruta, las verduras y, posteriormente, las drogas, mientras
que los cultivos industriales, como la goma y el henequén, eran ya productos del
pasado; y las actividades no agrícolas, com o el turism o, también contaban. En
segundo lugar, se estaban incorporando rápidamente a los mercados capitalistas las
zonas hasta entonces margínales, algunas de las cuales eran «regiones de refugio»
indígenas5*: partes de Oaxaca, Nayarit, la Huasteca y la Selva I .acandona de Chiapas.
Los conflictos resultantes, por tanto, solían adquirir un carácter étnico y racista. En
tercer lugar, y teniendo en cuenta la variación tan acusada en la r¿ftó>«tierra/mano de
obra» producida desde el Porfiriato, a los agricultores capitalistas normalmente
no les faltaban trabajadores, pero codiciaban determinados recursos campesinos
como la tierra y el agua. De ahí el progresivo ataque al ejido (y la comunidad cam
pesina en general) perpetrado en forma de enajenaciones ilegales de terrenos, ventas,
subarriendos y, más directamente, expropiaciones. O , en una estrategia que tuvo
lugar por toda América Latina, los compradores e intermediarios monopsonistas se
aprovechaban del trabajo de los productores campesinos que sobrevivían sólo a
costa de convertirse en cuasiproletarios a destajo'1^. En cuarto lugar, cabe
destacar la diferencia más visible: el sistema político se había transformado, y aun
que el régimen «revolucionario» cada vez parecía menos «revolucionario» e incluso
más «neoporfiriano», hasta finales de los años ochenta no se atrevió a concluir la
reforma agraria y finiquitar el ejido. La reforma, por lo tanto, se mantuvo en pie
como un constante incentivo para los campesinos, una amenaza para los terrate
nientes y una tentación para los políticos. Algunos de estos últimos la secundaron
con un idealismo genuino (aunque confuso); otros se rindieron a la presión popular;
y otros cuantos vieron en ella un instrumento útil para controlar los votos de los
campesinos y, quizá, desgastar a sus oponentes del colectivo de terratenientes,
quienes ya no disfrutaban en el ámbito político del mismo cheque en blanco que
durante el Porfiriato ,4. Ahora tenían que esforzarse para conseguir favores poli-
ticos: competir personalmente por los puestos de mando, prom over a sus am igos,
compadres y clientes, presionar para obtener el apoyo del Estado y los peces go r
dos nacionales, colonizar los organismos federales que proliferaron por todas las
zonas rurales, sobre todo durante los años seten ta". También tuvieron que utilizar5123*
51 Tutino, ¡nsurraetwn.
52 Aguirre Heltrán, Regiones de refugio.
53 Paré, Proletariado,
34 Quizás esté exagerando unpoco, pero nodemasiado. El régimen porimano fue en gran medi
daungobierno de terratenientes, por los terratenientes y para los terratenientes. O, dicho de otro modo,
el Estado porfiriano dispuso de una «autonomía relativa» muy limitada frente a la clase dominante. La
revolución deningún modo instituyó un Estado «proletario-campesino», pero si debilitó fuertemente el
ascendiente políticode ladase terrateniente y, enciertogrado, aumentó laautonomía relativa detodas las
clases sociales dentro del Estado.
53 La relación entre los terratenientes locales y el aparato político merecería un estudio más
detallado: en algunos casos, los terratenientes continuaron disponiendo del control a través de inter
mediarios; en otros, mantenían el poder ellos mismos; en algunas ocasiones, acabaron marginados
13 4 ALAN K N l ü H T
políticamente. Schrver, Rancheros, pág. 158, muestra cómo por los años setenta los adinerados rancheros
de la 11trasteen Hidalguense va no teníanque ensuciarse las manos en la política local porque el sistema res
petabasus intereses de todos modos. Acerca de las reaccit mes Itacates antelas organizaciones y organismos
federales, véase Jiménez Castillo, Haáncito, págs. 267-2811,
56 Sheridan, IFírrr the Dore C alis, págs, 145-145.
57 Schrver, /itbntrity, Greenberg. tiloatt Tirs. La existencia decultivos cafeteros enJ uquila (al igual
que en la I iuasteca Hidalguense de Schrver) planteaalgunos análisis comparativos interesantes si tenemos
en cuenta la correlación entre dicho cultivo y las reglones más afectadas por la violencia colombiana, y la
importancia del cateen el valle de La Convención de Perú. El catees uncultivo apropiado para el trabajo
campesino: crece bien en las latieras tic clima suave y solía ser marginal en la agricultura de labranza. Es,
en cierto modo, uncultivo de frtmieraque disfrutóde labonanza de los mercadosdurante los años cuarenta
y cincuenta. Parece razonable inferir que estos factores podían generar graves tensiones entre campesinos
cultivadores, ricos terratenientes rivales e intermediarios comerciales en el contexto de las (a veces poco
definidas) zonas de asentamiento recientes.
VI< H.ENCI A POLÍTICA EN EL M ÉXICO POST-REVOLL'CIONARIO I}5
nacional que, en consonancia con ias antiguas tradiciones culturales ' 8, justificó la
guerra sucia en Argentina, la ideología oficial mexicana era relativamente progre
sista, iluminada, inclusiva y reformista. F.sta ideología, por supuesto, está contenida
en el «guión público» oficial del país, enunciado hasta la extenuación en discursos,
prensa y medios electrónicos. Su puesta en práctica ya esotro asunto (como comen
taré enseguida). Pero, como la mayoría de los «guiones públicos», no es algo com
pletamente hipócrita: a veces se traduce en actuaciones (por ejemplo, algún impulso
de reforma social) y también puede, hasta cierto punto, disuadir a los agentes polí
ticos de llevar a cabo acciones del tipo de la masacre de Tlatelolco de 1968, que, al
ir contra el guión público, pueden acabar deslegitimándola. (Dicho de otro modo,
la discordancia entre la política y el guión público no puede ser excesivamente
amplia durante demasiado tiempo a riesgo de que la última pierda toda su legiti
midad, como ocurrió, por ejem plo, en Europa del E s te ),5. A sí, durante su apo
geo, aproximadamente entre 1950 y 1970 (un apogeo más corto de lo que suele
parecer), el P R i consiguió hacer valer alguno de los ideales que profesaba; pero a la
vez se desdijo, sin ningún reparo, de otros. Aun con Salinas, el Programa Nacional
de Solidaridad, pese a su retórica fanfarrona, su sesgo político y discrecionalidad,
supuso un intento, no del todo fallido, de reducir el impacto délas políticas macro-
económicas neoliberales y recomponer el maltrecho esqueleto de la autoridad presi
dencial G'J. A si, aunque no concedería una importancia desmesurada a este factor, sí
opino que la ideología de la revolución y su influencia en la acción política contri
buyeron a mantener a México fuera del franco autoritarismo militar de, por ejemplo,
Argentina o Guatemala.
Pero también hay un argum ento negativo, quizá de m ayor fuerza. E n térm i
nos generales, México no experimentó un giro burocrático-autorítario, con su con
siguiente violencia y represión, porque no le hacía falta: ya poseía un sisLema más
discretamente autoritario, «inclusivo», civil e institucional; pero, con todo, autori
tario. Una «dictablanda» a la mexicana era el mejor antidoto contra una «dictadura»
a la argentina (recuérdeseel famoso comentario de Vargas Llosa)” 1. N o quiero entrar
en la espinosa cuestión de los orígenes históricos de los regímenes «burocrático-
autoritarios» del Cono Sur. La tesis de O ’Donnell (de que el autoritarismo buro
crático representa una alternativa al callejón sin salida del capitalism o cuando
llega a su fin la cómoda fase de industrialización basada en el modelo de sustitución
de importaciones) se antoja excesivamente esquemática y funcional, y posiblemente
sea incierta desde un punto de vista em pírico"2. Sin embargo, no parece que sea una
coincidencia que la opción autoritaria se ejerciera en los países del Cono Sur más
«desarrollados», que habían disfrutado de un sistema político electoral competitivo
desde comienzos del siglo XX (algo que no había ocurrido en M éxico). E l proble
ma de incorporar el movimiento sindical al sistema político se hizo urgente ya en
tiempos de la Primera Guerra Mundial. En Argentina el advenimiento posterior
resumidas cuentas, el sistema mexicano ha dado con mecanismos sutiles para intimi
dar a los disidentes sin tener que recurrir a una represión a gran escala que dañaría
profundamente la menguante legitimidad del régimen: Echeverría trató desespera
damente de construir puentes con la oposición a partir de 1969; y después de su inicial
respuesta chapucera a la sublevación zapatista, la administración de Salinas optó por
el diálogo ames que la represión. Pero 1968 y 1994 fueron excepciones a la regla, grie
tas de un sistema - por otra parte sólido - del «palo y la zanahoria». Durante la mayor
parte de su larga vida institucional, el P R 1 , al sancionar la violencia ago/i/as, tapada,
anónima, provincial, ha conseguido disuadir a la oposición, apuntalar su monopolio
político nacional y evitar el uso de una forma de represión brutal y draconiana. La
toma periódica y discreta de una aspirina de violencia al dia ha contribuido a ahuyen
tar el riesgo de parada cardiaca del autoritarismo burocrático.
E s imposible, en conclusión, pasar por alto los recientes episodios de violencia
en M éxico: Chiapas (y otras m anifestaciones m enores en otros lugares com o
Guerrero) y los magnicidios de Colosio y Ruiz Massieu, entre otros. Chiapas y,afor-
liori, Guerrero son casos extremos de un problema recurrente: «compresión» agra
ria, protesta popular y represión. La utilización por parte del subcomandante Marcos
de fax y módem puede amplificar el efecto de la publicidad y seducir a la nueva
izquierda americana, pero las raíces de la revuelta chiapaneca se hunden mucho
tiempo atrás, e incluso la denominación elegida (Ejército Zapatista) apunta a prece
dentes y tradiciones históricas. En cierta medida, por lo tanto, el régimen se encuen
tra con una variable conocida. La novedad de la situación reside, en parte, en la
escala y duración de la revuelta (ninguna fuerza rebelde había conseguido tal éxito
desde la de los cristeros en los años veinte) y, también, en el carácter del régimen que
le hace frente. (Por crear cierta polém ica, se podria decir que los revolucionarios
de los noventa no son los zapatistas, sino los salmistas.) Mientras que los anterio
res gobiernos podían responder a la protesta popular con la combinación tradicional
de represión, cooptación y reforma social (véase cómo finalizó la rebelión de los
cristeros, en 1929: con un nuevo reparto de tierras, una táctica que Echeverría emuló
en Sonora, en 1976), el gobierno actual lo tiene más difícil, y quizá sea incapaz de apli
car dichos métodos. Ha detenido la reforma agraria, ha privatizado el ejido, ha pues
to toda su fe en N A F T A y el neoliberalism o, y ha llevado a cabo una alianza con
la gran empresa y el capital transnacional. La lógica política de la macrocconomía
neoliberal exige sacrificar el tradicional voto campesino (el voto cabresto mexicano)
a fav o r del de las clases medias urbanas, una estrategia que tuvo éxito en agosto
de 1994. Pero al haber abrazado el neoliberalismo y enterrado el «populismo», al
régimen le resultará muy difícil combinar el palo y la zanahoria para manejar el des
contento rural. Com o indican Chiapas, G uerrero, El Barzón y toda la lógica de
N A F T A , la insatisfacción podria aumentar más que remitir. Así, Chiapas sería la
prueba de fuego de la política oficial: ¿resucitará el P R I sus políticas tradicionales
(«populistas»), incluso en un periodo de nueva austeridad, aliviando el descontento
sin recurrir a la represión generalizada? O, com o parece sugerir Riordan Roett,
¿requiere el nuevo modelo económico una respuesta dura, más palo que zanahoria?
La solidaridad demostró, en mi opinión, que las políticas neopopulistas fueron, en
cierta medida y por un tiempo, compatibles con una economía neoliberal 6'. Pero
(15 D resscr. «Bringing th c Prior B.itk ln»; Knight, «Obrigu», p:igs. 69-72-
V IO L E N C IA PO LIT IC A EN E L M EX IC O P O ST -REV O LU C IO N A RIO 59
66 Hubo* por supuesto, algunos accidentes de avión y coche desafortunados. Carlos Madrazo y
Manuel Clouthier fueron algunas de ia victimas más notables. Las pruebas con las que se cuenta no nos
permiten presumir que se tratara de asesinatos políticos, aunque se ha denunciado dicha posibilidad*
67 Friedrich, Princasof N aranja „ pág, u.
VI
EL MIEDO A LA INDIFERENCIA:
LOS TEMORES DE LOS COMBATIENTES SOBRE
LA IDENTIDAD POLÍTICA DE LOS CIVILES
DURANTE LA GUERRA SUCIA ARGENTINA
Antonius Robben
L esperan que los civiles tomen partido por uno de los bandos. Confian en que
la población defina claramente sus simpatías políticas y determine quién está
en posesión de la verdad, la justicia y la moralidad. Como suele ocurrir siempre
que estalla un conflicto de envergadura, también las partes enfrentadas en la A rgen
tina de los años setenta creían que estaba justificado el empleo de la fuerza. Tanto
para los mandos del ejército como para las organizaciones de la guerrilla, lo inmo
ral precisamente era no pronunciarse. A m bos bandos trataron de llevarse a su
terreno a los argentinos y de convencerlos de que el recurso a la violencia era una
necesidad histórica. La fuerza con que se difundió este discurso público consiguió
eclipsar el agudo temor que les inspiraba la indecisión de los civiles a quienes se dis
putaban el poder.
Se ha escrito mucho sobre el terrorismo de Estado y las culturas del miedo de
América Latina, si bien apenas hay nada publicado sobre los miedos y temores que
asaltaron a quienes ejercieron la violencia. Ciertamente, estos miedos y temores
son insignificantes en comparación con el sufrimiento, incalculablemente mayor,
que padecieron los civiles que fueron víctimas del terrorismo de Estado. N o obs
tante, también deben analizarse los sentimientos de los verdugos, pues el estudio de
las complejas y ambiguas relaciones que mantienen las fuerzas contrincantes y la
población civil añade una perspectiva más a nuestra visión de las sociedades del mie
do latinoamericanas.
Durante el enfrentamiento que mantuvieron en la década de los setenta las fuer
zas gubernamentales y la guerilla revolucionaria argentinas, los civiles que parecían
mantenerse indiferentes despertaban en ambos bandos sentimientos de desprecio y
ansiedad, amén de un cierto temor e intranquilidad. El miedo que sentían no era al
4* ANT< IN IL 'SR O B B L N
terror -de! que, en otro orden, eran maestros-; era más bien un miedo a la derrota,
que se acrecentaba por la inseguridad que les causaba el elevado número de civiles no
comprometidos. A los protagonistas de la situación argentina, efectivamente, les
preocupaban quienes se resistían a batallar activamente a favor de uno de los dos ban
dos. N o en vano, los imparciales no encajaban en ninguna de las categorías sociales
que habían quedado establecidas tras tanto derramamiento de sangre. De hecho,
minaban la estructura de rivalidad característica de un conflicto violento que se
había presentado como una necesidad histórica. Según pensaban los combatientes,
el hecho de que se mantuvieran al margen podía determinar, por defecto, su derro
ta. E stos civiles se situaban en el extremo opuesto a los hombres de acción, los
militares y los revolucionarios que habían tomado en las propias manos su destino y
el del resto. El neologismo acuñado por Derrida induidibh describe, en mi opinión,
a estos civiles '. Particularmente, prefiero este término a «indeciso» porque ia
indecibilidad no implica necesariamente la indecisión, la pasividad ni la parálisis.
La indecibilidad también puede nacer de una actitud moral activa contra la violen
cia. La mayoría de los argentinos puede catalogarse de «indecidible no comprome
tida». Por su parte, los activistas argentinos que lucharon en pro de los derechos
humanos y que se opusieron enérgicamente a los medios violentos empleados por
los militares y las fuerzas de la guerrilla representan el sector de los «indecidibles
comprometidos».
Según F.laine Scarry, «La guerra», según Elaine Scarry, «es [...] una estructura
que persigue la desrealización de los constructos culturales y, simultáneamente, su
reconstitución final. Con la guerra se trata de determinar en último extremo cuál de
esos dos constructos culturales enfrentados va a gozar de la autorización de ambas
partes para convertirse en real» 1. I ,a revolución que \a$guerrilleros argentinos tra
taron de culminar en los setenta y las instituciones culturales y políticas que defen
dían los militares eran constructos culturales antagónicos La suya no era una
lucha por el poder, sino por el espacio de la cultura, por determinar los márgenes
y las condiciones culturales en los que iba a desarrollarse la vida de los argenti
nos. Éstos se manifestaban en instituciones sociales, convenciones, costumbres,i
creencias, símbolos y significados. En palabras del general Díaz Bessone: «Yo sos
tengo que cuando los valores son totalmente opuestos sobreviene la guerra. N o
hay más remedio. No se puede convivir. Por eso sobreviene la guerra en el medio,
porque hay valores contrapuestos. |...j La subversión significa el cambio de los
valores, el cambio de la cultura nacional. La cultura no es solamente el arte y la pin
tura. Nt>, no. La cultura es todo» 45. Los mandos militares y los revolucionarios
argentinos arriesgaron sus vidas por imponer un molde cultural determinado en la
sociedad. Sólo con mucho sacrificio podia conseguirse la victoria, porque ambas
partes estaban convencidas de que los males que aquejaban a Argentina estaban
muy arraigados.
Los orígenes de la estructura de rivalidad característica de la oposición polí
tica argentina se remontan a la primera mitad del siglo X I X , cuando las guerras civi
les asolaron un país que, a la vez, se encontraba en plena Guerra de la Independencia
contra España. Los caudillos de las distintas regiones se opusieron a la hegemonía de
que gozaba la el ¡te poscolonial bonaerense; de igual modo, las luchas por las condi
ciones que debían respetar el gobierno y los representantes políticos enfrentaron
durante décadas a federalistas y centralistas. Argentina iba a sufrir varios estallidos de
violencia más durante el siglo x x , ya fuera en virtud de los golpes de Estado o por
causa de la represión con que se sofocaron las huelgas sindicales y las manifestacio
nes estudiantiles. La violencia política alcanzó unos niveles sin precedente durante
los setenta, un periodo que sólo puede compararse al de las guerras civiles del siglo
anterior. La tensión política que había ido en aumento desde el golpe de Estado que
derrocó en 195 5 al presidente populista Juan Dom ingo Perón fue degenerando en
una rivalidad antagónica a lo largo de los sesenta, a medida que los dictadores m ili
tares endurecieron el control sobre la clase obrera y los estudiantes. Este conflicto
político dio paso a la lucha abierta durante los setenta.
Tras la salida del poder de Perón, se generalizó en Argentina un sentimiento de
insatisfacción política La persistencia de la frustración entre la clase obrera por
la proscripción del movimiento peronista y la aparición de una generación más
joven con conciencia de clase que deseaba tomar parte activa en la política se fun
dieron entre 1969 y 1973, engendrando una fuerza de oposición imparable al gobier
no militar que entonces ocupaba el poder. Los sindicatos convocaron huelgas
generales. Las asociaciones de jóvenes peronistas se manifestaron en las calles. A n i
mados por Perón, ciertos grupitos paramilitares bombardearon las sedes de las gran
des compañías extranjeras y se hicieron durante unas horas con el control de
pequeñas ciudades, creando una sensación general de inseguridad en el país. Esta
movilización popular dio sus frutos. A finales de 1972, el gobierno militar negoció
con Perón la cesión del poder mediante la convocatoria de elecciones generales, que
se celebraron en marzo de 1973.
Algunos grupos marxistas sacaron partido de la ola de protesta del movimiento
peronista, logrando atraer a un sector de población pequeño pero muy vigoroso. En
su opinión, ia conciencia revolucionaria de las masas populares había alcanzado
unos niveles decisivos. El Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) -el brazo arma
4 Entrevista del autor con el general Díaz Bessone, iz tic juniode 19H9.
5 Véanse CrasswclJer, Perón and tbe linternas: James, Resistence and Integralion; Munck, Argentina-,
PagL%Perón: A Biograpby.
44 ANTO N U S RO BBliN
Eo que pasa es que adicionalmente a eso [a este escenario], nosotros teníamos una
dialéctica de acumulación de fuerzas. Esta dialéctica de acumulación de fuerzas pasa
ba en parte porque la lucha contra un enemigo tendía a fortalecernos, no a debilitarnos,
porque aunque algún golpe recibiésemos nosotros producíamos un efecto político
dem ostrativo que tendía a polarizar las fuerzas políticas alrededor de nuestra propia
fuerza s.
6 Véanse Mattini, Hombres y M ujeres; Santucho, Los últimosguet aristas; Scoane, Todo o nada.
7 Ia crítica de la idc<»logia que hace l lannah Arcndt (Arcndt, i a s orígenes del totalitarismo. /. Tota
litarism o , pág. 694) se aplica en este caso tanta a los revolucionarios como a los mandos militares que jus
tificaron d golpe de Estado de 1976por entenderlo como unnuevo comienzo: «Las ideologías pretenden
conocer los misterios de todo el proceso histórico-los secretos del pasado, las complejidades del presen
te, las incertidumbres dd futuro- merced a la lógica inherente a sus respectivas ideas. Cas ideologías
nunca se hallan interesadas por d milagro de laexistencia. Son históricas, se preocupan dd devenir y del
perecer, de laelevación y de la caída de las culttiras, incluso si tratan de explicar la Historia por alguna ‘ley
de la Naturaleza'» (Trad.; Guillermo Solana).
8 Entrevista dd autor con d ex-dirigente dd ERP Pedro Cazes Camarero, 29 de mayo de 1991.
9 E l Combatiente 6(65), 1973, pág. 4.
10 Véase Robben, «Deadly Al!¡anee».
K I..\ lll;, n O A I.A INDIFERENCIA: I.O S T E M O R E S D E I.OS C O M B A T IE N T E S >4Í
Lo que ustedes los europeos no van a entender jamás es que nos era tan agobiante la
guerra antisubversiva, nos era tan agobiante. Usted está hablando con un almirante
que es del montón. A mí me trataron de secuestrarme una hija mía, la fueron a buscar
al colegio. En la guardia acá le pegaron un tiro a un custodia mío, y me mandaron a
avisar de Puerto Belgrano que mi mucama en una clase de catequism o en esta igle
sia que está acá al lado se le había levantado un guerrillero del E R P para que pusiera
como a Cardozo una bomba [debajo de la cama]
10
146 A N TO N IO S HORREN
Algunos agentes y analistas políticos han presentado las Fuerzas Armadas argen
tinas y las organizaciones revolucionarias como dos demonios enfrentados en una
dialéctica feroz de destrucción mutua, totalmente aislados del contexto histórico y
político más amplio en el que se hallaban '4. J ,a activista en pro de los derechos huma
nos Graciela Fernández Meijide hace la siguiente puntualización:
En esta sociedad siempre se intenta todo dividido por dos; en dos posiciones. Enton
ces vos tenes la teoría de los dos demonios, las dos veredas, los dos bandos, que para
mí es maniqueísta, absolutamente maniqueista, y no ayuda para nada a un desenvol
vimiento de una posición tercera si se pudiera que seguramente comprende a la m ayo
ría de los argentinos " .
Las organizaciones que luchaban en pro de los derechos humanos suscitaban una
reacción ambigua entre la guerrilla argentina. Por un lado, se les aplaudía por sacar
a la luz pública las conculcaciones de los derechos humanos y civiles en que incu
rrían las fuerzas gubernamentales, pero, por otro, en el fondo se las consideraba ins
tituciones burguesas incapaces de percibir lo justificada que estaba para la revolución
la necesidad de recurrir a la violencia. En esta línea, por ejemplo, increpaba el escri
tor y periodista Osvaldo Bayera sus coetáneos intelectuales. En su opinión, el éxito
de la dura represión acometida por los militares se debía a que la mayoría de los
argentinos los apoyaba fervorosamente, era cómplice con su silencio o ejercía «una
oposición constructiva» al entablar un diálogo con la dictadura. Denunciaba, por el
contrario, «la linca neutralista» de ciertos políticos e intelectuales que se declaraban
«contra la violencia de cualquier signo» y que trataban de demostrar «que tienen el
chaleco libre de manchas con sospechas de ideas subversivas o com unistas»I4. El
ex presidente Raúl Alfonsín y el escritor Ernesto Sábalo se mencionaban como
ejemplos de esta neutralidad reprobable. Se diría, por tanto, que las partes enfrenta
das no podían tolerar las llamadas a la moderación y al diálogo que ansiaban poner
fin a las hostilidades.
2 S La Nación , \ d c a g í >st o d e 19 7 6 .
zó M u s í, « L u c h a c o n tr a la s u b v e r s ió n » , p á g . $8.
27 General Vidda, citado en i ¿a Naciónt 18 de diciembre de 1977.
28 G e n e r a l C h a s s e in g , c it a d o en i m N ación, 19 d e s e p iie m b r e d e 19 76 ,
29 C it a d o en La Nación, 12 d e d ic ie m b r e d e 19 7 6 ,
LL. MI LU Í > A LA IN D II7K R r ,\C tA : LO STH M O RLiS Hti 1 .OS CO M BATI IiN T K S l 5l
Son ese «tercer elemento» que no deberia ser. i.os verdaderos híbridos, los mons
truos; no sólo ¡nclasiíicados, sino inclasificables. No cuestionan, por ranto, esta opo
sición concreta [entre aliado y enemigo); cuestionan las oposiciones como tales, el
propio principio de la oposición, la admisibilidad de la dicotomía que lleva aparejada.
Desenmascaran la frágil artificialidad de la división -destruyen el mundo- ” .
5o A 1n i i r a n te M a sn e ra , c i tac!o en Lm Nación, 4 d e d ic i em b r e d e 19 7 6 .
51 G e n e r a l I b é r ic o S a in t - je a n , c ita d o en S im p s o n y U e n n c tt, Tht Disappeared, p á g . 66.
j1 V é a n s e Dougbs» Purity and Danger; D c r r id a , i m diseminación.
33 B a u m a n , « M o d e r n ir y a n d A m b iv a le n t e » , p á g , 14 8 -9 .
ID A N T O N IU S R< )BBIiN
V iolencia y m o ralidad
Las luchas sociales y el sufrimiento humano son inevitables, pero sigue estando
en manos de ios seres humanos causarlos y solucionarlos. La decisión de permanecer
como indecidible en un conflicto armado no convierte a quienes la toman en meros
espectadores, sino que los implica en la violencia en tanto cuestiona la destrucción
totalizadora en que se engrana la diferencia en una sociedad presa del miedo. Los
militares y los revolucionarios lo sembraron, pero tampoco estaban libres de sentir
lo, No en vano, los indecidibles despertaban en ellos temores y siniestros senti
mientos, que amenazaban con socavar el uso no cuestionado de la violencia en el
seno de la sociedad argentina. La mayoría de la población civil fue criticada por fal
ta de patriotismo, y los activistas que luchaban en pro de los derechos humanos,
por su parte, fueron acusados de sabotear una guerra justa. Estos grupos recordaban
a las partes enfrentadas que toda interacción social, incluida la violencia, siempre tie
ne una dimensión moral, y que incluso el enemigo es una construcción social. Si
estas desmistificaciones suscitaban sentimientos tan pavorosos en los combatien
tes, no era tanto porque corroboraran lo esencial de su diferencia, sino precisa
mente porque revelaban lo que tenían en común.
VII
DE LA BANALIDAD DE LA VIOLENCIA
AL TERROR REAL: EL CASO DE COLOMBIA
Daniel Pécaut
D media nacional de homicidios es una de las más elevadas del mundo, con fre
cuencia por encima de los 70 muertos por cada 100.000 habitantes. En cier
tas localidades y regiones, el índice asciende hasta las 400 bajas por cada 100.000
personas. Entre 1980 y 1995, la cifra total superó las 500.000 muertes '. Son nu
merosas las matanzas que se cobran más de cinco vidas; sólo entre 1988 y 1993, se
registraron casi 900 incidentes de ese tipo, con un total de 5.000 víctimas *. Otros
índices también confirman esta tendencia. M iles de sindicalistas y activistas polí
ticos han muerto asesinados. Un partido político, la Unión Patriótica (UP), se vio
diezmado a causa de los asesinatos, y estuvo a punto de desaparecer del mapa políti
co. El número de secuestros denunciados oficialmente aumentó del millar regis
trado en 1990 a los 1.717 de 1991. En total, más de medio millón de personas se han
visto obligadas a huir de su lugar de residencia. En amplias franjas del pais, las prác
ticas chantajistas y las actividades delictivas se han convertido en moneda corriente.
En muchas áreas urbanas y rurales, este tipo de violencia ha degenerado en una
serie de manifestaciones particulares del terror. Así ocurre especialmente en el valle
medio del río Magdalena o en Urabá, donde varios grupos armados compiten por
el mismo territorio *. En estas zonas, la población civil está sujeta a la ley del silencio,
y las masacres, el éxodo de los civiles, la brutalidad, las atrocidades, el miedo y la sos
pecha siguen siendo la norma. Es más, de 1987 a 1993 se registró una intensificación
de los actos terroristas, bien dirigidos contra personas concretas bien aleatorios, que
llevan a cabo los narcotraficantes y sus truculentos aliados.1*3
4 D e o b l ig a d a r e fe r e n c ia s o n lo s lib r o s d e la C o m is ió n d e E s t u d io s s o b r e la V io le n c ia , in c lu id o el
d e D e a s y G a ít á n D a z a , Colombia, violencia y democracia: dos ensayos especulativos. V é a n s e asi m is m o lo s d o s
v o lú m e n e s d é l a p u b lic a c ió n Controversia, titu la d o s Un país en construcción. V é a s e ta m b ié n P e c a u t, « P r e s e n t,
p a s s é , tu t u r d e la v io ie n c e » .
<¡ S o b r e la n o c ió n d e mise en intrigue, v é a s e R ic o e u r , Temps e l récit.
D E L A B A \ A 1.1H A ID O K I-A V 1 (>1. EN CIA AL. THR K () K R E A L; E L C A SO D E C O LO M BIA 159
ilegal, Del mismo modo, la delincuencia no remite únicamente a una serie de indivi
duos aislados o a bandas dispersas, sino a inmensas organizaciones, con todo lo que
ello acarrea. Por ilustrarlo con un mero ejemplo, durante algún tiempo, la policía,
con gran destreza y pericia, controlaba el mercado de coches robados.
La corrupción afecta a todas las organizaciones y a todos los sectores de la socie
dad, lo que hace imposible establecer distinciones claras entre los diferentes agentes
que ejercen la violencia. A tenor de las estadísticas, parece que puede establecerse un
correlato entre la existencia de grupos violentos «organizados», que incluyen las
guerrillas, y un aumento de la violencia «desorganizada». Una de las razones por
las que cada vez son más permeables las fronteras que separan las formas políticas
y apolíticas de violencia, y el crimen organizado del desorganizado, es que los gru
pos armados se han hecho con el poder suficiente para controlar los principales sec
tores económicos y productivos de la economía nacional.
La expansión de la economía de la droga -la marihuana durante lus setenta, la
cocaína a partir de 1975 y la heroína en la actualidad- ha sido un factor importante en
la transformación de las coordenadas de la violencia. La producción de cocaína y
heroína ha estado particularmente atrincherada en las regiones en las que están esta
blecidas o se han instalado recientemente las PARC. La guerra de guerrillas ha for
mado una especie de escudo protector, tras el cual se ha llevado a cabo el
narcotráfico, el cultivo de productos relacionados con la droga y su posterior pro
cesamiento en los laboratorios sin demasiado riesgo de que pudieran irrumpir las
Fuerzas Armadas. A cambio de esta protección efectiva, las FA R C han disfrutado de
un capital llovido del cielo, obtenido principalmente de los impuestos recaudados a
los agricultores y a los distribuidores de la droga. Sin ir más lejos, así consiguió este
m ovim iento de guerrilla doblar su número de frentes y aumentar su poder a fina
les de los ochenta. Y de esta manera se explica en buena medida el aumento del cul
tivo de la adormidera registrado desde principios de los noventa.
El objetivo del conflicto pronto pasó de ser el de controlar el mercado de la dro
ga a abarcar la mayoria de productos básicos. Otra organización, el Ejército de Libe
ración Nacional (E L N ), casi aniquilado en los setenta, vo lvió a resurgir de sus
cenizas principalmente en virtud del control que ejercía en las principales regio
nes petroleras y del dinero que consiguió recaudar por la fuerza. E l mismo proceso
se produjo también en otras zonas mineras, incluidos los centros de producción de
níquel y carbón, y en áreas dedicadas a las actividades agropecuarias, como el culti
vo del plátano en Urabá, la industria de la palmera africana o la ganadería. El chan
taje y los secuestros pasaron a ser moneda corriente; incluso las zonas dedicadas a la
producción de café, que habían permanecido relativamente al margen de la vio
lencia organizada, se vieron tomadas por los narcotraficantes y las guerrillas, y
comenzaron a registrar niveles elevados de delitos menores, desorganizados. Cier
tamente, la alta concentración de grupos de autodefensa en las zonas productoras de
esmeralda ha conseguido mantener alejadas a las guerrillas, si bien no ha logrado aca
bar con la propia violencia *. En términos generales, las actividades de la guerrilla y8
los delitos perpetrados con violencia en el país, tanto organizados como desorgani
zados, suelen darse en las zonas dedicadas a los productos básicos9.
La estrategia de la guerrilla, que lia convertido en su objetivo prioritario la
extensión de su control a los centros de la actividad económica, ha transformado las
relaciones que anteriormente mantenían los grupos armados. En las zonas de culti
vo y procesamiento de los estupefacientes, resulta esencial que exista una cierta coo
peración entre las guerrillas y los narcotraficantes. Hasta cierto punto, también es
necesaria la complicidad implícita de otras fuerzas locales, incluidos el ejército, la
policía y la clase política. Invidentemente, tampoco las relaciones entre las guerrillas
y los narcotrafícantes están totalmente exentas de conflictos. Asi quedó de manifiesto
cuando se produjo la ruptura del acuerdo tácito que mantenían las P A R C y los
traficantes, que fue el origen de un enfrentamiento despiadado entre las primeras y
los grupos paramilitares establecidos por Gonzalo Rodríguez Gacha lo. Así mismo,
también puede estallar el conflicto entre las guerrillas y las Fuerzas Armadas cuando
el precio del soborno que exigen éstas es excesivo
Excepto en las zonas productoras de cocaína, donde se hace necesaria su coope
ración, los grupos guerrilleros y las bandas relacionadas con la droga general
mente tienen intereses encontrados. Puesto que los narcotrafícantes suelen invertir
en terrenos y en ganadería (se calcula que ya han adquirido más de cinco millones de
hectáreas de las mejores tierras), pasan a convertirse, como el resto de los terrate
nientes, en objetivos de los grupos de la guerrilla, cuya táctica se basa en la recauda
ción de! impuesto revolucionario o en la confiscación de los bienes de los
hacendados. En las zonas en las que se da esta situación, se produce sistemáticamen
te un enfrentamiento entre estos dos grupos. En otras partes de! país, donde hay ade
más otras fuentes de riqueza, las relaciones se caracterizan tanto por la cooperación
como por el conflicto. Las fuerzas de la guerrilla en ningún momento han paraliza
do la producción, lo que parece indicar que tienen interés por seguir conservando
sus fuentes de financiación. Incluso llegan a ofrecer protección a las compañías y a
los terratenientes que no se retrasan en el pago de los «impuestos» que les obligan
a abonarles. Además de estas formas de interacción, también destacan el cohecho
entre la clase política y los na rcot rail cantes o las presiones que ejercen los grupos
guerrilleros sobre el gobierno De esta manera se va redefiniendo el marco en el*10
11
i6z D A N IE L P É C A U T
que tienen lugar estas interacciones estratégicas en función de una serie diversa y
variable de condiciones.
Esta situación genera fundamentalmente una fragmentación del territorio nacio
nal colombiano en ia que se trasluce el poder relativo de los diversos actores impli
cados. La reorganización del territorio nacional, que refleja la interacción entre los
grupos armados, respeta los limites de las fronteras en buena medida invisibles que
separan las zonas controladas por cada uno de esos grupos. Por encontrarse bajo
el control de éstos y por ser el escenario de sus enfrentamientos, una serie de regio
nes como Urabá o el bajo valle del Cauca se ha forjado una identidad particular.
De esto se deduce que la violencia parece haber adoptado un carácter marcada
mente prosaico. En realidad, en semejante conflicto queda escaso margen para las
ideologías políticas o la disparidad de creencias. Ciertamente, los grupos de la gue
rrilla siguen operando en la esfera política; de hecho, lo garantizan con su presen
cia militar, que a su vez les permite tener una presencia simbólica en la mitad de los
municipios del país, inclusive en las afueras de Bogotá Sin embargo, la credibili
dad política que inspiran estos grupos es mínima. Su prestigio se ha ido desgastando
paulatinamente desde 198 5, y la opinión pública cada vez está más hastiada de su cau
sa, aparentemente limitada a la sucesión de amenazas y sin visos de que, a la larga,
vaya a llegarse a ninguna parte. Incluso mucho antes de que finalizara la Guerra
Fría, ya habían perdido estos grupos de la guerrilla la capacidad de transmitir sus aspi
raciones para mejorar el futuro. Su silencio incita a pensar que creen que sus acciones
bastan para indicar claramente sus pretcnsiones y lo que representan. Ea violencia
organizada, por su parte, nunca ha suscitado demasiada controversia política. Inclu
so en las zonas en que están bien establecidos y gozan de considerable influencia,
estos grupos se han mostrado reticentes a presentarse a las urnas. Sin duda esto se
debe en partea! clima de terror y violencia existente, pero en cierta medida también
refleja el temor que les produce la perspectiva de no conseguir los votos de los que
supuestamente les apoyan '4. Todavía es posible establecer una diferencia entre la
violencia organizada y la esporádica, pero ambas han entrado en una relación recí
proca que ha degenerado en una situación de violencia generalizada. Ésta afecta a
las relaciones sociales e interpersonales desde el momento en que altera el funcio
namiento tanto de las instituciones como de los valores establecidos y cierra la puer
ta a cualquier elemento externo, incluida, por tanto, la intervención de terceros. La
interacción entre los diversos tipos de violencia alimenta su propia lógica, sus
propias modalidades de conflicto y los sistemas que regulan sus relaciones. Esta
violencia no está basada en las divisiones de clase o en otras formas colectivas de
identidad social.
En cualquier caso, en la actualidad persiste una serie de tensiones sociales, que se
da en todas las regiones del país. De hecho, quizá hoy sea más visible que nunca. En
su momento, la economía del café garantizaba en buena medida la estabilidad del
lógicas que las formas de protesta simbólica. Es más, los secuestros son tan nume
rosos que se ven como una rutina, y ya no sorprenden. A pesar de que muchos
secuestros tienen un desenlace trágico, se perciben como una dimensión más de la
violencia. Todo el mundo está obligado a reconocer que nadie está libre de ser vícti
ma. En este sentido es significativo, por ejemplo, que un político que permaneció
secuestrado durante varios meses por las E A R C y que debió pagar un elevado resca
te terminara aliándose con la Unión Patriótica (UP) durante las elecciones, a pesar de
que la UP está financiada por las FARC.
F.s más, el predominio de la ilegalidad y la violencia brindan una serie de nuevas
oportunidades, que resultan evidentes dada la inmensa variedad de actividades eco
nómicas asociadas con la economía de la droga. Se calcula que más de un millón de
personas vive directa o indirectamente de esta industria, y que muchos más están a
favor de la movilidad social que lleva aparejada. Por supuesto, esto no quiere decir
que todo el mundo se beneficíe de la marcha de la economía ilegal y de los meca
nismos de la violencia. Ciertos estudios sugieren que la violencia está unida a la
prosperidad, puesto que su incidencia coincide con las zonas que más riqueza pro
ducen del país. La afirmación no deja de ser simplista, puesto que no tiene en cuen
ta el inmenso sector de población que por su causa se ve desfavorecido y
empobrecido, que vive en un clima de violencia pero que no está invitado a com
partir el botín. Por otra parte, los inmensos recursos financieros que controlan los
grupos de guerrilla dan pie a otros estudiosos a postularque la violencia puede inter
pretarse como una forma injusta de redistribución de la renta. Sin embargo, todos los
indicios parecen señalar que, por el contrario, por causa de la violencia comienza
ahora a incrementarse la desigualdad social, tras haberse reducido en cierto modo
entre 1978 y 1985. La economía de la violencia también genera la margin ación de una
serie de grupos sociales. Con todo, involucrarse en el mundo de la violencia ofrece
una serie de oportunidades particularmente atractivas para los jóvenes.
En muchos aspectos, una trayectoria de este tipo puede parecer simplemente
una de las muchas que pueden elegirse en el sector de la ilegalidad. Los ingresos
medios en este sector, según un economista, habrían subido al ritmo del 10,5%
anual entre 1984 y 1992, en comparación con el mero 3,1 % registrado en el sector
legal. Cada vez son menores las garantías de conseguir un futuro próspero con una
formación académica. Por el contrario, los beneficios obtenidos por los que toman
parteen actividades delictivas se multiplicaron por tres entre 1980 y 1993. Por tan
to, no resulta sorprendente que cada vez más jóvenes abandonen su educación para
embarcarse en actividades ilegales. Es más, dada la ineficacia del sistema jurídico
penal, muchos delitos salen impunes. Por ejemplo, sólo se investiga uno de cada tres
asesinatos de los que se tiene conocimiento oficialmente, y en sólo cuatro de cada
cien se aplica una pena. Los incentivos para probar suerte en el mundo de la ilega
lidad son cada vez mayores, dada la suerte que corren algunos de los empresarios del
crimen más importantes. Fd Código Penal de 1980 redujo la condena que se reco
mendaba aplicar a los culpables de asesinatos políticos, frente a ios homicidios
comunes, entre tres y seis años '9.
Alistarse en las fuerzas de la guerrilla o en los grupos paramilitares es una forma
de vida como cualquier otra. No sólo en ambos sectores se obtiene una serie de19
19 Los datos su han tomado de dos estudios de R ubio, Homicidios y Capital social.
i6 6 DANir.i, PÉCAUT
zi Incluso las I-ARCesiin supeditadas a las leyes de la acumulación de capital. En ciertos departa
mentos, y especialmente en Guaviarc, ha surgido una forma de cultivo de cocaína en amplios territorios,
enlos que actualmente se genera gran parte de la producción total.
168 DAN t Kl. FÉCAUT
están sufriendo las categorías existentes de agencia social, que es visible incluso con
respecto a las formas tradicionales de solidaridad social. Los habitantes de las zonas
de residencia solían cooperaren la ejecución y construcción de las obras públicas ele
mentales. Las juntas de acción comunal eran instituciones que gozaban de un evidente
prestigio. Pero estas formas de acción colectiva tienden a desaparecer, puesto que los
que toman la iniciativa a la hora de organizarías probablemente se han visto obliga
dos a alistarse en las Fuerzas Armadas; de otro modo, se exponen a sufrir represalias.
De ahí que el estado en que se encuentran las obras públicas, incluso en las zonas
donde abundan los recursos, sea chocante. Cada vez es más frecuente que lasjuntas de
acción comunal pasen simplemente a estar bajo el control de los grupos armados. Cier
tamente, en algunos casos en las regiones que han sido ob¡eto de «protección» se
experimenta el auge de formas colectivas de movilización délas masas. Entre 1987 y
1988, por ejemplo, se presenciaron unas marchas de campesinos muy concurridas.
En realidad, eran los grupos de la guerrilla los que las patrocinaban: el E L N en el
primer caso y las PARC en el segundo y m is reciente. La participación en estas mar
chas, sin embargo, ha sido todo menos voluntaria. Los agricultores se suman aellas
espontáneamente, sin lugar a dudas, si sienten que favorecen sus propios intereses.
N o obstante, ven mermar su entusiasmo cuando las marchas se repiten una tras otra,
con todo el sufrimiento y riesgo que implican para sus personas. Puede ser que
tomen parte más por obligación que por convencimiento.
Este sistema de movilización no es del todo nuevo o desconocido. Los partidos
políticos tradicionales se han comportado de un modo similar en muchas locali
dades colombianas. Los clanes y facciones que tenían el poder a menudo coaccio
naban a los habitantes para asegurarse su adhesión. Este era el precio que se les
exigía pagar para acceder a los recursos, o incluso para vivir en paz, sin verse
obligados a huir. Una serie de autores hablan de la existencia de un «clientelismo
armado», para resaltar así la continuidad que tiene con otras formas preexistentes de
clientelismo. Ea diferencia más visible entre estas formas de «movilización por la
fuerza» reside en el grado de integración que logra cada una de ellas con las estruc
turas oficiales de la vida política.
En cierto modo, la división de! país en diversas zonas controladas por los grupos
armados y sus redes de poder puede verse como una situación común, banal. Sin
embargo, resulta imposible entender que la lógica de la protección responde mera y
simplemente a una demanda que se ha traducido en la puesta en marcha de un meca
nismo que garantiza la confianza. Según el análisis de Gambetta, muchos expertos en
el tema de la mafia siciliana señalan que la «oferta» disponible de protección es sin
lugar a dudas mucho mayor que la «demanda» existente. Es más, dicha «oferta» se
manifiesta a través del uso de la violencia, que en lugar de poner fin a una situación
de desconfianza simplemente continúa alimentando el malestar “ . Si cabe, esto se
agrava aún más en Colom bia, donde las redes no se asientan sobre la tradición, y
se encuentran, además, enfrentadas entre ellas.
La lógica de la protección tiene como telón de fondo un clima de violencia gene
ralizada y las relaciones entre los diferentes grupos armados. La noción de la «oferta»
de protección, con toda ia violencia que lleva aparejada, es al menos tan importante
com o i a «demanda». I,a aceptación generalizada del control de la guerrilla en las1
L as form as d e ter r o r
Como en el caso de la propia violencia, es útil distinguir dos tipos ele terror. El
primero carece de base territorial; el segundo está expresamente ligado a una zona
concreta. Pa primera de las formas que puede tomar el conflicto no tiene nada que
ver con la lógica de la protección; la segunda es una manifestación degenerada
de dicha lógica. Me centraré fundamentalmente en ese último tipo de terror, no sin
antes referirme sucintamente al primero.
Los narco trafican tes, apoyándose en la intermediación de los grupos paramili
tares, ponen a menudo en práctica una forma de terror que tiene una base territorial.
Con todo, la campaña de terror a gran escala que se desarrolló de 1987 a 1993 y que
fue la que registró las repercusiones más trágicas no estuvo en absoluto ligada a
una cuestión territorial. Más bien, dicha campaña trataba de desestabilizar el Estado,
y crear asi un malestar en la opinión pública que forzara la abolición de las medidas
de extradición. Este era el propósito principal de los intentos de asesinato que fue
ron dirigidos contra toda una serie de figuras destacadas, dirigentes políticos, jueces,
e incluso de los atentados indiscriminados que em plearon la técnica del coche
bomba entre otras J L Sin lugar a dudas, la creciente canalización de la violencia 13
24 A partir de 1910, asi les ha ocurrido a algunos de los principales dirigentes del partido liberal.
DK LA BANALIDAD Ubi LA VIOLHNÍJIA AI.THRROR RLAl.: HLLASt ) DH LOLOMBIA i71
hacia las peticiones y excesos de otros grupos armados mientras no vayan más allá
de lo que se considera admisible.
Ocupémonos ahora del otro tipo de terror, que está ligado a las relaciones entre
las redes y sus bases de control territorial. Ya nos hemos referido a la relación de com-
plementariedad que se entabla entre la protección y la violencia, Pero incluso cuan
do no se dan enfrentamientos entre los grupos armados es posible que la violencia
cotidiana, banal, se vea transformada en terror.
ha degeneración de los grupos armados puede venir como consecuencia de la
continuación de la violencia, y en muchos casos se manifiesta en algo más que en
mero cohecho y corrupción. Así sucede también en el caso del narcotráfico; por
ejemplo, en su fase final, el cartel de Medellin se vio envuelto con frecuencia en ajus
tes de cuentas internos. Los grupos de la guerrilla y los paramilitares tampoco han
sido capaces de evitar esos arranques justicieros. T odo gu errillero presencia
algún violento episodio de derramamiento de sangre. Desde los setenta, Fahio Vás-
quez Castaño, el líder del E L N , estableció un precedente al matar a la mayoría de los
universitarios que se habían unido a su organización. Las PARC han sido capaces de
salvaguardarse de esas purgas. Sin embargo, los asesinatos de este tipo eran nume
rosos y constantes, y se encargaban de ellos el secretariado central o el bloque local,
los dirigentes de primera línea. Se sabe, por ejemplo, que Braulio Herrera, a quien
se le encomendó recuperar el control del valle medio del Magdalena a finales de los
ochenta, fue responsable de tantas ejecuciones que al final fue expulsado del país.
Más recientemente, durante los enfrentamientos con los paramilitares en Urabá, un
dirigente de las PARC ordenó que se matara a todo el que no mostrara el suficiente
coraje en la lucha. E l caso más intranquilizador y siniestro, sin embargo, se produjo
en 19(17, cuando dos de los dirigentes del frente de Ricardo Franco (un disidente de
las FA R C que durante algún tiempo había tenido relación con el M 19) ejecutaron
personalmente en Tacueyo a casi todos los miembros de sus tropas (cerca de dos
cientos hombres), llevado por la sospecha de que entre ellos podia haber agentes
secretos infiltrados. Esta masacre provocó tal clamor e indignación que influyó en la
decisión del M 19 de entablar negociaciones con el gobierno, y también contribuyó
a que las guerrillas perdieran credibilidad.
Aunque el terror puede restringirse al interior de los propios grupos armados, y
de hecho lo hace, esto afecta aún más a la población civil. Una facción de las FA R C ,
atrincherada en Puerto Boyacá a principios de los ochenta, exigió indiscriminada
mente unos impuestos desorbitados y elevadísimos rescates a los familiares de los
secuestrados, incluso a los más pobres, Ante esto, el pueblo se alió con los paramili
tares y se supeditó a su protección, que de todos modos se basaba en el miedo y en la
práctica de la denuncia. De hecho, la existencia de informantes dispuestos a delatar
a cualquier «sospechoso» está presente en la definición misma de las redes de pro
tección. Una vez se acostumbra a la ley de! silencio, la población termina por apren
der a no fiarse de nadie. Simplemente cruzar las fronteras que separan las redes de
protección de las del rival, incluso en las actividades cotidianas, basta para generar
una acusación de traición.
La inseguridad puede aumentar en una situación de terror. Ya hemos aludido
anteriormente al cambio de lealtades en la zona de Puerto Boyacá. También se
dan casos de desertores que cambian de bando. Esta práctica se ha hecho tan común
que ha llevado a las poblaciones de distintos lugares a desconfiar de rodas las redes,
7* DANIP.l, PÉCAL'T
incluso de las que aparentemente son más sólidas y están mejor establecidas, En esos
casos, ios desertores pueden hacerse con ciertas informaciones que les permitirían
vengarse sin compasión si la zona se viera obligada a cambiar su adhesión. En este
sentido, destaca lo ocurrido en la pequeña localidad de La India en Santander, un
corregimiento de Cim itarra11. I.as PA R C llevaban mucho tiempo en el poder en esta
zona, im poniendo su p rotección , no sin excesos. Cuando ciertos m iem bros
comenzaron a desertar para alistarse después con los paramilitares, el máximo cargo
se vengó intensificando los castigos contra la población civil. Algún tiempo des
pués, sin embargo, también él desertó para unirse a las fuerzas paramilitares. Las
situaciones de este tipo fomentan la desconfianza no sólo hacia la red, sino también
hacia el vecino.
Una situación donde está instaurado el terror se hace más evidente cuando se
produce un conflicto territorial entre varios de los grupos involucrados. La «pro
tección» puede convertirse en un modo de enfrentamiento bélico, y las «fronteras»
pueden convertirse en el lugar donde se producen conflictos y combates indiscrimi
nados. N o es casualidad que donde más ha azotado el terror, llegando a ser casi
crónico, sea la región de Urabá. Todos los grupos armados están presentes en la
región porque, además de ser un centro productor de plátano, también está estraté
gicamente emplazado en la frontera con Panamá. Esto significa que gran parte de la
droga y las armas pasa por el puerto de Turbo y por otras rutas comerciales del lugar.
Durante algún tiempo los grupos armados rivales consiguieron el objetivo prio
ritario de mantener el tráfico. Las P A R C , las milicias, los narcotraficantes, los
paramilitares y su líder Fidel Castaño (un miembro del cartel de Mcdcilín antes de
convertirse en el enem igo número uno de Pablo Escobar) se plegaron a una espe
cie de modas virendien el propio puerto de Turbo. Pero eso no impidió que varios gru
pos lucharan, en paralelo, por el control. E l conflicto se desarrolló en torno a una
serie de ejes que fueron cambiando con el tiempo.
A principios de los ochenta, los propietarios de las plantaciones de plátano
llevaron a cabo una profunda campaña de desgaste contra las organizaciones de
trabajadores. Dos organizaciones de la guerrilla instaladas en Urabá se enzarzaron
en un enfrentamiento entre 1985 y 1987. Eos sindicatos también entraron en el
conflicto, puesto que cada grupo guerrillero pretendía extender su radio de acción.
A partir de 1987, animados por los narcotraficantes y el ejército, los grupos para
militares comenzaron a dar luz verde a la violencia. I.a cantidad de medios que
tenían a su disposición quedó de manifiesto al año siguiente en una serie de masa
cres de las que fueron víctimas sobre todo los miembros del E P L , El E P L final
mente depuso las armas en 1991, momento a partir del cual las F A R C y un brazo
disidente del EPT. han tratado de hacerse con el control del territorio que ante
riormente controlaba el E P L . Las masacres se sucedieron rápidamente, a veces,
como ocurrió en agosto de 1995, produciéndose más de una por semana. Volvieron
a las armas muchos veteranos del E P L , esta vez aliados con el ejército y los para
militares. Desde 1995, una gran ofensiva de los paramilitares, con el nombre de las
Autodefensas Unidas de Córdoba y Urabá, reconquistó toda la región, expulsó a
las F A R C (que se vieron obligadas a refugiarse en las montañas) y provocó el éxo
do de miles de personas de la zona.
Usté tipo de cambios y confluencias en los ejes en torno a los cuales se articu
lan los conflictos y las alianzas se traduce en una serie de atrocidades. Sin lugar a
dudas, los paramilirares son los máximos responsables de ellas. Pero todos los gru
pos armados siembran el terror, y ninguno de ellos monopoliza las frecuentes y
violentas masacres que a menudo se desatan por simple venganza. Todos los gru
pos llegan a requerir los servicios de los sicarios para asesinar sin temor a ser des
cubiertos. Los cam bios en la situación del ejército tienden a fom entar las
deserciones, que a su vez agudizan los sentimientos de inseguridad. Durante la
ofensiva que llevaron a cabo en 1996, los paramilitares eliminaron numerosas de
las fuerzas que estaban aliadas con las guerrillas, mientras que animaron a los
miembros de otras a unirse a sus filas ofreciéndoles más del doble de la cantidad
que les pagaban aquéllas. Docenas de guerrillas abandonaron sus propias organi
zaciones, lo que facilitó atacar con gran precisión. De esta manera, no es inusual
que los asesinos lleguen a una barriada determinada con una lista ya hecha de los indi
viduos «condenados». E sto no es óbice para que también lleven a cabo atentados
aleatorios e indiscriminados. Como se ha adelantado en las páginas anteriores, quie
nes forman parte de las redes están organizados en capas concéntricas. Además, los
asesinos no siempre distinguen entre los que son militantes y los civiles que por
casualidad viven en los lugares próximos. De hecho, el uso del terror trata preci
samente de intimidar al conjunto de la población.
La intensidad que ha alcanzado el terror en l'rabá no se debe únicamente a las
masacres y otros horrores del estilo. También está relacionada con las pautas hete-
róclitas de rivalidad que son consecuencia de la forma en que se intercalan los terri
torios controlados por los diferentes grupos armados. Las fincas vecinas, las
diferentes zonas de un mismo pueblo o incluso los miembros de una sola familia
pueden pertenecer a redes diferentes. Esto crea una situación de desconfianza gene
ralizada, incluso en el interior de las familias. Las redes no precisan imponer la
«ley del silencio»; más bien, son los propios individuos quienes la adoptan como
medida de seguridad en sus relaciones diarias con el prójimo. Poco margen de actua
ción tienen estos individuos que prefieren «no ver ni oír nada malo», El éxodo al
que se han visto obligados los habitantes de pueblos y de barrios enteros demues
tra que el concepto del «enemigo» puede llegar a ser muy amplio. F.n otras zonas,
la población tiene la posibilidad deponerse en las manos de otro «protector». A los
paramilitares no les falta el apoyo del pueblo. Los terratenientes y la pequeña bur
guesía de las ciudades no son los únicos que en el fondo se alegran de la expulsión
de los grupos de la guerrilla y de sus aliados. Buena parte de la población normal
también comparte este sentimiento, hastiada como está de sus exigencias y de su
enfrentamiento sin fin.
La región de L'rabá no es como el resto, en primer lugar por la guerra intestina que
libran los grupos guerrilleros y en .segundo lugar porque ninguno de los sectores
que recurren a la violencia puede permitirse perder el control de esta zona sumamen
te estratégica. Sin embargo, la mezcla de terror y protección que se da en la zona es
más típica: la misma combinación se encuentra en el valle medio de! Magdalena y en
otras del país. En los entornos urbanos, es común que tos grupos de la milicia se trans
formen en bandas y comiencen a practicar el chantaje y la delincuencia. A menudo
dicen estar atacando barriadas próximas, cuando en realidad están protegiendo las
suyas. En cualquier caso, el resultado es el mismo: una situación cotidiana de terror.
174 DANIEL PfiCAUT
énfasis t.*n el papel de los paramilitares que en el del ejército propiamente dicho no es
gratuito. E l ejército ha puesto de manifiesto repetidamente su incompetencia ope
rativa. Si bien el presupuesto que se le destina se ha quintuplicado en los últimos
años, esto no se ha traducido en una mayor eficacia. Aun cuando en algunos casos se
hayan tomado medidas disciplinarias contra los más altos cargos, cuando se ha pro
bado su participación en las atrocidades o su apoyo a los paramilitares, ha surgido un
problema que se ha dado en llamar en las altas esferas «el síndrome del Procurador»,
que a menudo fomenta una actitud «a la espera». E l síndrome no evita, y en algunos
casos incluso fomenta, la continuidad de las actividades clandestinas de las fuer
zas paramilitares más eficaces.
El ejército no es el único que delega en agentes particulares la tarea de combatir
las guerrillas. Desde 199s hay un amplio consenso implícito sobre el tema, parti
cularmente entre las asociaciones relacionadas con el sector ganadero y en el seno de
algunos m ovim ientos políticos. Toda esta situación se ha agravado con la merma
de autoridad que han sufrido las organizaciones gubernamentales y con el consi
guiente descrédito que se han granjeado todas las instituciones públicas.
E l. TTRROÍt S I L L Í N T li
La difusión del terror debería traducirse en el fin del carácter cotidiano y banal
de la violencia. Los afectados por ella viven experiencias intolerables. Los actos de
crueldad y barbarismo extremos son elementos importantes que emplean los dife
rentes grupos en la persecución racional de sus metas estratégicas. Sin embargo,
dichos actos constituyen a su vez una especie de abuso que se hurta a esta raciona
lidad. Y esto es, si cabe, más chocante por cuanto las referencias al antagonismo no
se articulan en ningún momento en tomo a conceptos de «idealismo» (idéalités) L1, que
a su vez están integrados en la naturaleza más común de la violencia y que ponen en
entredicho tanto cualquier forma de relación social como una naturaleza común a los
individuos. Asi, lejos está de ser cierto que la instauración del terror lleva necesaria
mente aparejado el final de la banalidad de la violencia. En esta última sección,
expondré las razones que lo explican.
La primera razón se halla en el contexto institucional más amplio, donde se inte
gran dos aspectos que coadyuvan a lograr la invisibilidad del terror. Por una par
te, las normas institucionales ban sufrido los efectos de la violencia. I,a ineficacia de
la ley y de la justicia penal, a la que ya nos hemos referido, colabora en la banalización
del terror, si bien no es el único factor. Puesto que el sistema judicial penal se ha vis
to supeditado a las reglas de la negociación y el regateo, las normas legales y jurídi
cas han perdido su función reguladora. El sistema de reducción de las penas, que se
implantó en 1991, pasó pronto a encubrir una sutil forma de pactar con los narcotra-
ficantes. Ñ iq u e decir tiene, el hecho de que a éstos se les aplicaran, al menos duran
te un tiempo ia, unas penas irrisorias, alimentó el sentimiento generalizado de278
27 liste tipo de conflicto (en torno a las idéalités) es crucial en la reflexión de Balibar en su trabajo
«Violencia: ideal ¡té et cruauté». Tara este autor, es importante establecer una conexión entre la expresión
de los ideales de la violencia y la propia violencia.
28 A los principales miembros del cartel de Medellin, como los hermanos Ochoa, se les impusieron
penas de sólo dos años. A una figura fundamental del cartel del norte del Valle del Cauca, sospechoso de
17 Ó 11ANIF.I. PÉCAUT
impotencia. En 1995 fue revisado el Código Penal, previo acuerdo con los represen
tantes legales de los narcotrañcantes. De un modo más general, la corrupción de
la clase política incluso en las instancias más altas, da prueba de que la ilegalidad y la
iniquidad son la norma en las instituciones públicas. De rodo ello se deduce que
estas instituciones están implicadas en la violencia.
Por otra parte, Colombia sigue insistiendo en que se le reconozca como un país
donde gobierna el imperio de la ley. La Constitución de 1991 avanzó mucho en lo que
se refiere a la ampliación y consolidación de los mecanismos necesarios para la pro
tección de la cultura democrática. Las organizaciones que luchan en pro de los dere
chos humanos han comenzado a estar presentes en todas las instituciones de las
autoridades públicas, incluido el ejército. Aunque éste tiene un amplio margen de
maniobra a la hora de elegir las tácticas y estrategias que sigue, no puede eludir el
control de esas autoridades Como ya se ha adelantado, se han impuesto medidas
disciplinarias a algunos altos mandos del ejército; también la policía ha sido objeto de
una depuración. Durante los dos últimos años, las actividades de la Fiscalía han ser
vido, cuando menos, para minar el grado de aceptación social de que gozaban los
narcotra ti cantes y para arrojar luz sobre los niveles que alcanza la corrupción políti
ca en el país. El Tribunal Constitucional, amparándose en la ley, ha impugnado la
declaración del estado de emergencia. Podría decirse que este tipo de medida no es
usual en los países latinoamericanos, a pesar de la batalla que se libra contra la «sub
versión». Tanto el gobierno como los medios de comunicación tienen prohibido el
empleo de la palabra «guerra» en sus declaraciones. Desde 1982, el gobierno ha dia
logado con los representantes de la guerrilla en varias ocasiones. Estas charlas, ade
más de conseguir que el M 19, el E L N y el grupo guerrillero Quintín Lame aceptasen
decretar un alto el fuego y deponer las armas, también trajeron como consecuencia,
cuando menos, una pérdida de la credibilidad política de los grupos de la guerrilla
que siguieron utilizándolas. La opinión pública rechaza de plano un enfrentamiento
frontal contra las guerrillas y otros grupos armados. A veces esto deja entrever el
deseo de que se alcance una solución pacifica y negociada, pero en muchas ocasiones
tiene su origen en el miedo que suscita la perspectiva de un enfrentamiento militar
h a b e r lle v a d o a c a b o v a r io s a s e s in a to s m a s iv o s , al p r in c ip io se le im p u s o u n a p e n a d e p r is ió n d e s ó lo tr e s
a ñ o s , q u e m á s ta rd e se a m p lia r o n h a sta se is. A fin a le s d e 19 9 6 , a n te la p e r s p e c t iv a d e la d e s a u t o r iz a c ió n de
lo s E s t a d o s U n id o s , el g o b ie r n o y e l C o n g r e s o c o lo m b ia n o s a u m e n t a r o n estas p e n a s y to m a r o n m e d id a s
p a r a c o n fis c a r lo s b ie n e s a lo s n a r c o t r a ílc a n te s . N o p a r e c e q u e , a c o r t o p la z o , la ú ltim a m e d id a h a y a te n i
d o m u c h o e fe c t o , d a d a la s o fis tic a c ió n d e l sis te m a q u e e m p le a n p a r a p o n e r s u s p r o p ie d a d e s a n o m b r e d e
d iv e r s o s te s ta fe r r o s p a ra o c u lt a r su v e r d a d e r o v a lo r .
29 Algunos autores sugieren que el ejército colombiano es casi «autónomo». Uno de ellos es Leal
liukrago, en B l oficio de la guerra. Aunque el término «autonomía»no es demasiadoclaro, es necesario dis
tinguir entre las fuerzas militares con capacidad para imponer su propio programa social alas autoridades
civiles (como, por ejemplo, el ejército argentino o brasileño), y una autonomía operativa directa. El ejér
cito hasido incapaz de lograr hacerse un puestoen la vida política, al pesar sobre si el despreciode las éli
tes encarceladas durante la tradición civilista. La formación geopolítica del ejército se limita a la que se
proporciona en las academias militares, y su presupuesto, que durante mucho tiempo ha sido muy redu
cido, debe ser aprobado por el Congreso Nacional, Como contrapartida, las elites le concedieron toda la
libertad necesaria para realizar sus operaciones milirares. Esto fue uncáliz envenenado, puestoque, sin un
programa político claro, d ejército actuó desorientado, viéndose obligado a improvisar día a día su res
puesta ante los acontecimientos* La referencia a la «seguridad nacional» es puramente retórica. Ninguno
de los cargos militares parece haber dado tinadefinición clara de lo que significa esta «seguridad».
D K I .A B A N A L I D A D D K LA V IO L E N C IA A L T E R R O R Rt iAL: til., CASO D E COLO M BI A 177
definitivo, con todas las consecuencias que ello podría acarrear en lo relativo a las
libertades civiles. Pero este respeto «teórico» al imperio de la ley no puede acabar
con la violencia. Al contrario, deja la puerta abierta a que se extienda aún más su
lógica, dado que «orden» y «violencia» llegan a verse como si estuvieran inextri
cablemente relacionados ,0. Y , sobre todo, una situación como ¡a actual empaña la
visibilidad tanto de la violencia como de! terror, que terminan por asumirse como los
últimos e inevitables reductos del imperio de la ilegalidad.
La segunda de las razones que explican por qué ei terror no pone fin a la banali
dad o cotidianidad de la violencia radica en el hecho de que el terror no puede
explicarse únicamente a través de relaciones de alianza y hostilidad. Indudablemen
te, en ciertas zonas y momentos puede darse la situación descrita. Los enfrenta
mientos entre las guerrillas y los paramilitarcs se configuran como una guerra trontal
despiadada que interrumpe toda la normalidad de las actividades comerciales. Esos
conflictos reflejan así mismo un problema de polarización social. En otras regiones,
sin embargo, prosiguen las relaciones entre los diversos grupos armados, como de
hecho requiere el funcionamiento ininterrumpido de la economía de la droga. No
obstante, es posible que esté disminuyendo la rentabilidad de este sector económico.
Entre las causas pueden apuntarse la variación que han sufrido los precios internos
como resultado de la desorganización de las redes de la droga a raíz de la detención
de un buen número de jefes de los diferentes carteles, y la di versificación del tráfico
hacia otros países, particularmente hacia México. Sin embargo, los datos no indican
que se haya producido una reducción de la superficie destinada al cultivo de coca, y
sí una ampliación de la dedicada al cultivo de ¡a adormidera. El influjo de las PARC
en estas tendencias es considerable. En realidad, el cultivo de coca está bajo su con
trol, y son los campesinos a pequeña escala, que tradicionalmente se han visto muy
afectados por la influencia de la guerrilla, los que han empezado a producir heroína.
Así continúa, pues, este juego de múltiples vertientes, en el que los traficantes y las
PA R C son socios en ciertos sitios y enemigos en otros. N i siquiera el terror pone en
duda la naturaleza prosaica de la violencia. Hay muchos intereses ocultos tras las
intervenciones de los paramiíitares. Tras la recuperación délos terrenos invadidos,
el terror se rentabiliza, en la medida en que el precio de la tierra y de los negocios en
tales regiones sufre siempre un aumento considerable.
Las relaciones de rivalidad y alianza, aunque se den en ciertos lugares, general
mente no establecen una frontera definida entre los grupos armados y los que los
apoyan. En las zonas azotadas por el terror, la población sin lugar a dudas se encuen
tra atrapada entre dos bandos antagónicos. La mayor parte de las veces, sin embar
go, estos dos bandos no se diferencian claramente en términos políticos. Las
distinciones políticas han perdido casi todo su significado para el pueblo. Las tasas de
abstención en los comicios, que ya han alcanzado el 80% , lo indican claramente. El
escaso valor que se otorga a la vida política lo ponen de manifiesto las guerrillas
cuando tratan de movilizar a la población sin asegurarse todo su apoyo, o cuando
renuncian una y otra vez a proponer a candidatos en su línea y apoyan, en lugar de
eso, a los candidatos de los partidos tradicionales (aunque sólo sea para tenerlos bajo
su control). En muchos sentidos, nos encontramos ante una sociedad en la que se
encuentran en proceso de desaparición muchos de los aspectos institucionales de la30
CONCLUSION
manifiesta una identidad estable es en una concepción de las cosas en la que la pasi
vidad del individuo le lleva de una situación a otra.
La situación en que se encuentra la opinión pública es algo mejor. La población
reacciona ante los acontecimientos cuando éstos tienen una importante dimen
sión simbólica. Pero incluso en estos casos los sucesos pronto caen en el olvido,
pues se suceden entre sí a gran velocidad. F,1 sentimiento colectivo vuelve a su
estado inicial. Excepto en momentos muy trágicos, apenas ha habido signos de
malestar social. La opinión pública sobre una diversidad de temas (incluido el narco
tráfico), y las políticas adoptadas con respecto a las guerrillas, la violencia y la corrup
ción, bien no se manifiestan de ninguna manera especial, bien van cambiando según
las circunstancias (lo que viene a ser lo mismo). También van variando sus exigen
cias, pasándose de la defensa acérrima de las negociaciones a la solicitud de que se
recurra a la fuerza. Ocurre lo mismo, a fortiori, con relación al terror. En este sentido,
los que manejan la opinión pública apenas están expuestos a él. E l recuerdo de los
asesinatos colectivos en serie que ocurren en Lrabá se vuelve muy nebuloso. Si bien
los primeros incidentes impactaron mucho a la gente, según fueron sucediéndose
han ido reduciéndose a articulitos en la sección de «noticias breves» del periódico. La
implantación de la violencia en las ciudades aumenta el desorden y socava todos los
puntos de referencia tradicionales. La nula reacción a los avances de los paramilita
res y a la estela de horrores que van dejando que se percibe en la actualidad demues
tra a qué niveles llegan el desorden y la desorientación.
Según se ha expuesto, la violencia se convierte en un modo de operar que soca
va los cimientos de todas las instituciones sociales establecidas. Aunque legalmen
te el Estado sigue exisuendo, parece que tiene escaso control, o ninguno, sobre el
curso de los acontecimientos. La intervención de los Estados Unidos introdujo a la
fuerza un tercer elemento en los conflictos de la zona, al forjar una imagen en la que
los grupos armados locales se configuraban como una comunidad de delincuentes.
Y el empleo del ultimátum también tiene sus límites: puede alterar la percepción de
la situación, pero a menudo significa introducir un elemento más en el conflicto.
Independientemente del poder militar que pueda demostrar, cabe preguntarse has
ta qué punto los Estados Unidos pueden erigirse en representantes del imperio de
la ley, y menos imponerlo en Colombia, por muchas deficiencias que presente el
orden legal vigente.
T ercera parte
D esde hace varios años, C hile está d ivid id o en dos países claram ente definidos que no
se miran, no se tocan y no se conocen; pero se intuyen y se temen. F.sta situación encie
rra -s in d u d a - un en orm e riesgo, po rqu e pasar del m ied o al o d io y del o d io a la
agresión es una e v o lu c ió n casi natural que nos lleva in evitab le m ente a la ló g ica de
la guerra, com o sucedió en septiem bre de 1973 1.
L
a transición democrática chilena es considerada como una de las más exitosas
de la ola democratizado™ que experimentó América J .atina en la década de los
ochenta. Desde un punto de vista político, el traspaso de poder de un gobier
no militar a otro civil surgido de las urnas se llevó a cabo de forma ordenada y sin
convulsiones políticas o sociales. A esto hay que añadir el alto grado de consenso
alcanzado entre las principales fuerzas políticas del pais tras la restauración demo
crática1 . A su vez, en lo referido al crecimiento y la estabilidad fiscal, la evolución
económica de Chile ha recibido continuas alabanzas por parte de los organismos
financieros internacionales A F.n el ámbito social, los gobiernos democráticos han
desarrollado, con evidente éxito, sendos programas para ampliar el acceso a la salud,
la educación y la vivienda de los sectores sociales de menores recursos. Además, la
eliminación de la extrema pobreza ha sido declarada objetivo prioritario del país, y su
consecución, se ha previsto para el año zoio, cuando se cumpla el bicentenario de
su independencia.
No obstante, bajo la urdimbre de esta prometedora escena política se adivina
un profundo y difícil proceso de aprendizaje que, marcado por una batería de
factores psicológicos y emocionales, ha dado lugar a un comportamiento y una
capítulo, describo el esfuerzo realizado por los gobiernos democráticos para acabar
con las ansiedades y convencer a los grupos financieros, las Fuerzas Armadas y los
parridos políticos de derecha de su capacidad para gobernar el país y déla bondad de
sus objetivos.
C uanto más se siente la am enaza, m ayor es la polarización v la explicitud del con ten i
do decíase de los conflictos anteriores a la im plantación de los regím enes burocrático-
autoritarios. E sto , a su vez, su d e aum entar la cohesión de las clases dom inantes y la
subordinación a ellas de la m ayor parte de las clases m edias, ahondando el sentim ien
to y los efectos de la derrota de la clase popular y sus aliados. I,a explicación es m últi
ple: en prim er lu gar, una percepción m ayor de amenaza o to rga, dentro de las Fuerzas
A rm adas, m ayor peso a los sectores du ros no preocupados |. . .] p or la consecución
inm ediata de la «integración social»; en segundo lu gar, v m uy en relación con lo ante
rior, el aum ento de la sensación de am enaza hace crecer el apoyo al uso sistem ático de
m étodos represivos para lo g rar la desactivación política de las clases populares v la
su b ord in ación de sus organ izacion es de clase, fu ndam entalm ente los s in d ic a to s h.
5 O’Donncl], MoHtrni^alion,
6 O’Donncl], «Reflcctions», pág, 7.
I í¡8 PATRICIO SILVA
Desde una perspectiva sociológica más amplia, la crisis generalizada del país
produjo un clima de inseguridad colectiva en toda la población. Tironi, siguiendo un
enfoque durkheimiano, define el problema de la siguiente manera:
colectivos, sino que asumieron el golpe de Kstado como un fracaso personal. De esta
experiencia traumática había una lección muy importante y dolorosa que aprender: el
día en que llegara el final de la dictadura habría que evitar a toda casta que se repitie
ran los errores que condujeron a esta tragedia colectiva. Las profundas marcas deja
das por esta página de la historia no cesaron de salir a flote en las palabras y los
pensamientos de los lideres de izquierda durante el periodo de transición y tras la
restauración de la democracia en 1990 ‘4.
Como veremos a continuación, el temor al retorno de la crisis política y econó
mica del periodo pre-golpista condicionó el comportamiento político de la mayor
parte de los actores políticos chilenos. También en la actualidad continúa ejerciendo
una fuerte influencia.
Tras el golpe de Estado, el poder militar comenzó una brutal campaña de repre
sión de todos los sectores sociales y políticos que habían apoyado al depuesto gobier
no de Unidad Popular. Nunca antes en América Latina se había producido una ola de
represiones parecida tras la toma del poder por parte de los militares. Miles de chile
nos fueron encarcelados, torturados y asesinados por las fuerzas de seguridad. El
increíble grado de violencia empleado por las Fuerzas Armadas generó un profundo
sentimiento de terror entre quienes anteriormente habian apoyado a! gobierno de
Unidad Popular 'h
Con vistas a otorgar legitimidad al nuevo gobierno militar, las autoridades ini
ciaron una amplia campaña de información mediática contra el anterior régimen, al
que acusaron de la inestabilidad social y política de los años precedentes lf\ Como
recuerdan Constable y Valenzuela:
La propaganda oficial din una relevancia especial a la violencia y el caos de los años de
gobierno de Allende, y presentó el golpe como un acto glorioso de liberación, P.n
cierto folleto se mostraba una fila de personas aguardando al racionamiento de pan14 *6
14 El ministro secretario general del gobierno de Aytwin, Enrique Correa, figura de gran rele
vancia dentro del partido socialista chileno, expresó sin ambigüedades este sentimiento en una entrevis
ta: «I lemos hecho muchas a incesiones, pero por esas concesiones hemos ido construyendo la democracia
que tenemos [ ,,.] Hemos construido un <irden p<ilitico y económico que será muy estable, Y el aporte del
socialismo quedará vinculado a este éxito, así como antes estuvo vinculado al fracaso de la experiencia
del ‘ 70, Los socialistas del futuro serán herederos del éxito de esta coalición, no del fracaso del pasado»,
E l M ercurio, i de febrero de 1992.
t í Potitzer, en Ftar irt C b iít , reproduce las historias y las palabras de algunos ciudadanos chilenos,
délos que se desprende el profundí» miedo creado por la dictadura militar,
16 También para legitimare! golpe de Estado y extender el miedo entre la población, el gobierno mili
tar anunció la existencia del denominado «Plan Z», mediante el cual el gobierno depuesto habría planeado
el asesinato de algunos líderes destacados de la oposición, empresarios y altos mandos militares influyentes,
y sus famil ias, A pesar de que no se aportaron datos convincentes sobre el citado plan, muchos chilenos esta
ban más que dispuestos a creer cualquier tipo de acusación contra el gobierno de Allende.
MEMORIA COLECTIVA. MI EDO V CONSENSO: PSICOLOGÍA POLÍTICA 91
De este modo, el nuevo gobierno militar se presentaba como el único garante del
orden, la seguridad de los ciudadanos y la autoridad. Es lo que Samuel Valcnzuela ha
denominado la «legitimación inversa» del gobierno militar. El propósito era otorgar
validez al nuevo régimen e incluso recabar apoyo para el mismo, señalando los defec
tos reales o exagerados del anterior 17l819
. De hecho, la propuesta de restablecimiento
20
del orden tras un periodo de intensos cambios y movilizaciones sociales fue muy
bien recibida al principio por numerosos chilenos como una alternativa al periodo
anterior de polarización y confrontación social. En este contexto, la dictadura se
veía como un «mal menor» en comparación con las incertidumbres y el miedo pro
ducidos por el gobierno de Unidad Popular 'A
Aunque los militares utilizaron su supuesta capacidad para garantizar la segu
ridad a la ciudadanía como una de sus bases de legitimación, en realidad las nuevas
autoridades generaron de form a consciente el temor y la inseguridad entre la
población a través de diversos mecanismos. E l gobierno trató así de convencer a los
chilenos de que la existencia y la continuidad de un régimen autoritario eran nece
sarias para enfrentarse adecuadamente a las persistentes amenazas del pasado. En
lugar de intentar norm alizar la situación política lo antes posible, las Fuerzas
Armadas trataron de institucionalizar el estado de emergencia inicial otorgando a
la «amenaza comunista» un carácter permanente en la vida nacional. La idea era que
el enemigo había perdido una batalla pero no la guerra, y que estaba aguardando el
momento preciso para volver a atacar a la nación. Com o consecuencia, el país
permaneció en estado de guerra durante un ano, a lo que siguieron dos años más de
estado de sitio. Posteriormente, además, se consolidó esta situación de excepción
institucionalizada en un estado de conmoción nacional. Durante muchos años se aplicó
el toque de queda en las principales ciudades para mantener la sensación de anoma
lía y amenaza entre la población io. Con el objetivo de despertar el patriotismo
chileno y el apoyo al gobierno, se apuntó al «comunismo internacional», personi
ficado por Cuba y la Unión Soviética, como la principal amenaza para el país.
Según el gobierno, estos países nunca perdonarían a Chile que hubiera terminado
con la dominación comunista en el país y, por lo tanto, permanecerían al acecho ante
una nueva oportunidad para atacar.
En junio de 1974, Pinochct creé) la Dirección Nacional de Inteligencia (D IN A ),
para coordinar las actividades represivas de las secciones de seguridad de los diver
sos cuerpos de las Fuerzas Armadas. Las facultades otorgadas a la DI N A eran casi
ilimitadas, al operar sin cortapisas en la represión de los disidentes. Fue la organiza
ción responsable de La mayor parte de los casos de «desaparecidos» durante el perio
do de go b iern o m ilitar. Ea D IN A se co n v irtió rápidam ente en el principal
Sería difícil llegar a exagerar sobre el grado de poder que adquiría el Jefe del Estado
mediante el control de la DINA. Desde mediados de 1974 [. . .] la DIN A se convirtió
en la columna vertebral del régimen. Ningún otro órgano chileno tenia mayor
influencia en la vida nacional. La autoridad absoluta del presidente sobre la DINA
anulaba de forma efectiva cualquier ilusión de paridad entre aquél y quienes en los
meses inmediatamente posteriores al golpe de Estado habían sido sus compañeros de
armas e iguales
I,a persistencia del tem or en la alta b urguesía fue un factor im portante que con tribu
yó a que la b urguesía aceptara las decisiones políticas que iban contra las clases altas
[...[ pero eran, a sus o jo s, el coste necesario para pro teger sus intereses generales. Es
im posible com prender la pasividad del sector industrial de la b urguesía chilena (una
pasividad que, p or supuesto, increm entó la autonom ía política del Estado) si no es
dentro el contexto del te m o riI .
Comunismoy apatía
13
94 PATRICIO SILVA
A finales de la década de los setenta, el gobierno militar tuvo que huscar formas
de legitimación distintas de la «amenaza comunista». Las encontraron en las prome
sas del nuevo modelo neoliberal en una época en la que la economía chilena comenzó
a mostrar claros signos de recuperación tras años de recesión. En 197H, por ejemplo,
la tasa de inflación alcanzó bajos históricos, desapareció el déficit fiscal, el superávit
en la balanza de pagos era cada vez mayor, y la economía en general gozaba de un
robusto dinamismo ,0. El gobierno militar había comprendido claramente la impor
tancia política del consumo. De hecho, el consumismo se convirtió en un elemento
clave para el régimen en su intento por aumentar el grado de legitimación y conso
lidar su gestión autoritaria en el país. Como se ha señalado antes, la propaganda
antiallendista que siguió al golpe de Estado hizo especial hincapié en la cuestión del
desabastecimiento, sin duda uno de los recuerdos más traumáticos y odiosos que per
manecían del periodo de gobierno de Unidad Popular, en particular para las clases
alta y media. Hacia el final de la década, los medios de comunicación tuvieron un
papel estratégico en el fomento de un (todavía) mayor consumo de masa en el país.
En este sentido, entre los años 1978 a 1981, se produjo un «boom consumista» en Chi
le al ponerse al alcance de las clases medias y altas la mayoría de los bienes produ
cidos en los países desarrollados. Como consecuencia del fuerte aumento del crédito
al consumo, ciertos sectores de la clase popular tuvieron también acceso a algunos de
los «placeres» del mundo desarrollado al poder com prar productos extranjeros
que simbolizaban la modernidad. Se podría decir que el gobierno militar pretendía
convertir a los «ciudadanos» en «consumidores». De este modo, el consumismo se
transformó en el sustitutivo déla libertad política y la participación ciudadana Sin29
T r a n s ic ió n a l a in c e r t id u m b r f ,
Renovación ideológica
objetivo de ser la base para un futuro gobierno democrático. Exactamente dos años
más tarde, tras la exitosa mediación de la Iglesia católica, la mayoría de las fuerzas de
oposición, incluidos sectores de la derecha, firmó un «Acuerdo Nacional para la
Transición a la Plena Democracia». Sin embargo, fue la cercanía cada vez mayor del
propio plebiscito (programado para el 5 de octubre de tyXK) lo cjue verdaderamen
te m ovilizó a las fuerzas democráticas con vistas a esta histórica prueba de fuerza
entre el gobierno militar y la oposición. Paradójicamente, el que sólo hubiera un
candidato (Pinochet) y que la gente sólo pudiera decir «sí» o «no» facilitó la unidad
de las fuerzas democráticas de oposición en torno a una única cuestión común: el
«no» a Pinochet. Listo llevó a la formación del «Comando por el No» en febrero de
1 y8H, que aglutinó a la mayoría de los grupos opositores, con la excepción de los
comunistas, que rechazaron la idea de participar en un plebiscito organizado por el
gobierno militar.
En los meses previos al plebiscito de octubre, aumentó el miedo al cambio y la
incertidumbre entre la población en general. Eas fuerzas de oposición del pasado
temían también la reacción de Pinochet en caso de que venciera el «no», Les preocu
paba que pudiera utilizar medios fraudulentos para no aceptar su derrota o, lo que
sería peor, restaurar en toda su intensidad la represión del pasado.
La televisión tuvo un papel fundamental en las campañas tanto del gobierno
como de la oposición. De hecho, esta prueba de fuerza se presentó como un «acon
tecimiento electrónico». Para darle cierta credibilidad a la contienda electoral, el
gobierno militar permitió que, por primera vez en quince años, las fuerzas de la
oposición pudieran comunicarse libremente con el pueblo chileno por medio de un
espacio televisivo diario de quince minutos durante las tres semanas previas al ple
biscito. La mayoría de los analistas convienen en la gran importancia de este hecho
en la victoria de la oposición en el histórico referendo4'.
Com o indica Hirm as, el miedo tuvo un papel muy destacado en la campaña
oficial por televisión a favor del «sí», mientras que la campaña de la oposición tuvo
como objetivo neutralizar el temor del pueblo a las consecuencias que podría tener
la victoria del «no»414 2. Durante años, Pinochet había afirmado una y otra vez que
no había ninguna alternativa viable a su mandato, y lo habia hecho con el eslogan
«Yo o el caos». En tanto que la campaña por el «sí» fue tremendamente negativa y
basada en el pasado, la del «no» se centró en la esperanza, el optimismo y la reconci
liación. Los anuncios del «si» alternaron escenas de un Chile hrillante y próspero con
imágenes de archivo que mostraban colas de racionamiento y escenas ele violen
cia durante el gobierno de Allende. En una desagradable «recreación» aparecían
una madre y su hijo escapando de una turba con palos y banderas rojas: «si regresa
mos al pasado, la primera víctima inocente podría ser de tu familia», advertía la voz
del anuncio a la vez que la cámara congelaba la imagen de rotura de cristales y del gri
to mudo de la m u jer4’ . Este material contrastaba fuertemente con los anuncios
de la oposición, superiores técnicamente y en contenido. I.os fragmentos del «no»,
con su gran fuerza y creatividad, capturaron la imaginación del país. Todas las
41 Véanse ArigeI], «Chile since 19$8», pág. 194; G>nstíible y Valenzue1a, N ailon o f Fimmhs, pág. 307;
Portales y Sunkel, P o llin a tupantülla, pág. 10H.
42 Hirmas, Franja, pág. 110.
43 G mstahíe y Valenzuda„N ailon o f Hnemiesf pág* 303-
200 PATRICIO Sil.V A
M ie d o , c o n f ia n z a y c o n se n so
Después de diecisiete años de dictadura militar, los lideres chilenos de todo el espectro
poli tico empezaron a poner fin a una larga tradición de amarga confrontación, ya valo
rar cada vez más la estabilidad dem ocráticaacosta de sacrificios políticos. Ya durante
el régimen autoritario se había producido cierra modernización con un enfoque políti
co más pragm ático y menos ideológico y con un com prom iso por el mantenimiento
de las reglas democráticas. El trauma del golpe militar y el largo periodo posterior de
violencia fueron poderosamente disuasivos para que ningún sector político recreara las
condiciones que llevaron al fin de la democracia4’ .
Como ya hemos mencionado, uno de los recuerdos más dolorosos del periodo
prc-golpista fueron los efectos de la crisis económica (hiperinflación, desabasteci
miento de alimentos, etc.). Entre las principales preocupaciones de la nueva era
democrática se encontraba la duda de si el gobierno de Aylwin sería capaz de man
tener la estabilidad económica y financiera heredada del gobierno militar. I labia
miedo en particular a la postura que adoptarían los sindicatos frente al gobierno y los
empresarios al tener libertad en el ejercicio de sus derechos (incluido el de huelga)
para reclamar mejoras salariales y laborales. 1 il gobierno, no obstante, tenía la inten
ción declarada de controlar la economía eficazmente. La coalición de Concertación
quería acabar con el mito de que los gobiernos autoritarios tienen m ayor capaci -
dad que los democráticos para prom over el crecimiento económico y el desarro
llo. Si el gobierno de Aylwin podía mostrar su habilidad para llegar a niveles de
desarrollo social y económ ico aún m ayores, no sólo conseguiría legitim ar el
orden democrático sino también despejar el temor que planeaba entre los chilenos
a una posible vuelta al pasado. E l fervor y el trabajo intensivo que pusieron el
ministro de Hacienda, Alejandre) poxley, y su equipo para preservar y aumentar la*4 7
6
impusieron casi por necesidad de supervivencia, luegi >de vivir por un periodo proion gado en una socie
dad profundamente escindida e inestable. El mi intento debe ser aprovechado y proyectarlo hada adelan
te» (f oxlev, Hcfjnomiú política , pág. 4a).
46 Véase ( VDonneil v Schmitter, Transicinaes: conclusiones Untat 'was, pags. 40-4 j.
47 Valenzuela, «Denmeraí te G insólida! ion», pág. 71;.
zoz PATRICIO SILVA
I .os chilenos se acordaban muy bien del caos y la turbulencia que precedieron la caida
de Salvador Allende y la violencia subsiguiente. E l país había sufrido un trauma colec
tivo, lo que hacia que los chilenos fueran extremadamente sensibles a las situacio
nes que parecieran que podían recrear las crisis pasadas. Por ejemplo, muchos chilenos
asociaban la inflación y el caos económico con el gobierno de Allende; como conse
cuencia, el gobierno de Aylwin hizo del monitoreo diario de la estabilidad económica
una prioridad
4R O p p e n h e im , P&liiks in ( h ilt, p á g , zo 7,
49 Foxley, t iconam'a política; Cortázar, Política laboral.
50 P e tr a s y I .e iv a , D tmocracyandPoner ty.
M I-M O RIA a l l . t i C r i V A , M IEO O Y CO N SEN SO : PSICOl.t )G ¡A PO LITIC A 20 3
A pesar de que en los últimos años los chilenos han logrado llegar a un alto gra
do de consenso sobre asuntos fundamentales como la forma de alcanzar el desarro
llo y su compromiso por la democracia, aún existe una profunda división acerca de las
causas y la importancia de la crisis del anterior sistema democrático. Com o señala
Ti ron i, no es sólo cuestión de heridas -porque las heridas acaban cerrándose- sino
también de ia ausencia de una interpretación común de la historia. Tradicional
mente, la evocación de un pasado común alimenta el sentimiento colectivo de
pertenecer a una comunidad nacional. En el caso chileno, sin embargo, el pasado
todavía constituye una causa de conflicto latente para la población s1, De ahí que, tras
la restauración de la democracia, los chilenos evitaran casi de forma instintiva
hacer mención al pasado, dado que así seria más difícil alcanzar el objetivo de
reconciliación nacional.
Al ser el último país del Cono Sur en restablecer la democracia, Chile tuvo la
oportunidad de valorar los pros y los contras de cada una de las formas en que los paí
ses vecinos habían tratado el problema de las violaciones de los derechos humanos
perpetradas durante los regímenes militares. Las opciones de no hacer nada (Brasil)
o llevar el asunto a un refe rendo (Uruguay), o aprobar una «ley de punto fina!»
(Argentina) no eran viables en Chile porque ni los socialistas de la coalición de Con
certado» gobernante ni importantes sectores de la población están dispuestos a dejar
los crímenes impunes. El gobierno de Aylwin tuvo que andar con pies de plomo
debido al carácter específico de la transición chilena. De este modo, resultaba
muy difícil encontrar una solución satisfactoria para el problema de los derechos
humanos sin que tuviera repercusiones negativas en las relaciones entre las fuer
zas militares y las civiles, y, de hecho, en el apoyo que profesaban al gobierno
diversos sectores de la población. Una parte de ella, incluidas las Fuerzas Armadas y
las clases sociales que estuvieron a favor de la dictadura, aún mantenían la tesis de
que, desde el n de septiembre de 1973, Chile se encontraba en «estado de guerra
interna». Asi, todo lo ocurrido durante aquellos años fue la consecuencia inevitable
de la guerra llevada a cabo por las Fuerzas Armadas contra grupos subversivos. La
otra parte de Chile -incluid os los partidos de Concertación, el m ovim iento de
izquierda, las organizaciones de derechos humanos y el resto de la población- con
sideraban a las Fuerzas Armadas responsables de la violación sistemática de los dere
chos humanos más elementales.
Al contrario de otros países de la región, los militares chilenos regresaron a los
cuarteles en un ambiente de total confianza y cierto triunfalismo. Pensaban que
habían demostrado su capacidad y habilidad al haber llevado a cabo un programa
político claro y haber respetado sus consecuencias: la derrota en el referendode 1988
y en las elecciones de 1989. Además, también estaban orgullosos de haber moderni
zado la economía y la sociedad chilenas. Estaban convencidos de que las autoridades
democráticas no les podrían llevar a la justicia, ya que, entre otras cosas, Pinochet
había dictado una ley de amnistía en 1978 para todos los crímenes pasados. La
mayor parte de las violaciones más flagrantes de los derechos humanos perpetradas
durante el régimen de Pinochet (incluidas las tristemente famosas «desapariciones»)
habían ocurrido entre 1973 y 1978, y la Corte Suprema de Chile ya había confirmado
la validez de la ley de amnistía de 1978.
Una de las primeras decisiones tomadas por el presidente A ylw in fue la de usar
su prerrogativa para poner en libertad a la mayoría de los prestís políticos. Quienes
habían sido condenados en los tribunales militares por delitos graves (asesinato de
militares y civiles) consiguieron la celebración de un nuevo juicio en tribunales
civiles. El siguiente paso sería establecer qué les había pasado de verdad a las vícti
mas del gobierno militar. Con este propósito, el gobierno de Aylwin anunció en
abril de 1990 la formación de la «Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación»
para investigar todos los casos de violaciones de derechos humanos que habían
acabado en muerte. La Comisión, presidida por Raúl Rettig, un respetado jurista, se
componía de abogados e individuos de alto prestigio moral de diversas tendencias
políticas. Las Fuerzas Armadas expresaron su disconformidad con esta investiga
ción a! considerarla una contravención de la ley de amnistía de 1978. E l gobierno
rechazó esta objeción argumentando que la Comisión Rettig no estaba juzgando a
nadie, sino que solamente trataba de esclarecer la verdad. E l 4 de marzo de 1991, el
presidente Aylw in se dirigió a la nación en un discurso televisivo histórico en el que
informó al pueblo chileno acerca de las principales conclusiones de la Comisión
Rettig. La comisión determinó, entre otras cosas, que 2.279 personas habían perdi
do la vida víctimas de violaciones de los derechos humanos. Aylwin finalizó su alo
cución pidiendo a los familiares de las victimas que supieran perdonaren nombre de
toda la nación chilena u .
E l denominado caso betelier supuso una prueba de la vuelta de las Fuerzas
Armadas al estado de derecho. En septiembre de 1976, Orlando Letelier, ex ministro
de Relaciones Exteriores durante el gobierno de Allende y un importante líder de la
oposición chilena en el exilio, fue asesinado con coche bomba en una céntrica calle de5
R e f l e x i o n e s FIN A L E S
PO ST SCRIPTUM
5 5 Para una descripción dd contenido de dichas propuestas, véase Ijttin American W trkíj Repori,
31 de agosto de 199 5, WR -9 5- 3 3, pág. 3ftS,
54 F 1autor residió en Chile en noviembre y diciembre de 1998 y siguió de cerca los acontecimien
tos diarios relacionados con el caso Pinochet*
M H M O R IA C O L E C T IV A . M IED O V CO N SEN SO : PS 1CÍ )U >OÍ A PO LÍTIC A 207
adoptaran una postura más firme con respecto al arresto de Pinochet, mostrando Lan-
to al gobierno chileno como a Europa que los militares todavía tenían la capacidad
de actuar políticamente en respuesta a este tipo de sucesos. De hecho, las Fuerzas
Arm adas han reiterado siempre su total apoyo a su antiguo comandante en jefe. Al
mismo tiempo, sin embargo, las instituciones militares han mantenido una actitud
sosegada y subordinada con respecto al gobierno, dando un espaldarazo público a
los esfuerzos legales y diplomáticos de aquél para devolver a Pinochet a Chile.
Otra consecuencia importante de la detención de Pinochet ha sido la reactiva
ción del debate nacional sobre las violaciones de los derechos humanos durante el
régimen militar. Ea izquierda radical y muchos grupos pro derechos humanos orga
nizaron inmediatamente grandes campañas públicas y solicitaron a través de los
medios de comunicación de masa la reapertura de muchos procesos contra m ili
tares implicados en violaciones flagrantes de los derechos humanos durante la dicta
dura. Mantenían que el objetivo de Concertación de conseguir la reconciliación de la
nación chilena bahía fracasado porque los gobiernos de Aylwin y Freí no habían
abordado satisfactoriamente la cuestión de los derechos humanos. Según ellos,
Chile pagaba ahora el precio de haber querido enterrar para siempre el pasado. Esto
parece indicar que si a Pinochet se le permitiera regresar a Chile, la presión dentro de
Chile para que se les procesara a él y a otros responsables de violaciones de los dere
chos hum anos aum entaría enorm em ente, lo que tendría unas consecuencias
impredecibles en la estabilidad política del país.
E l arresto del general Pinochet también ha provocado tensiones graves dentro
de la misma coalición de Concertación, poniendo un interrogante sobre su futuro.
Desde el principio, el presidente Frei adoptó una posición constitucionalisia, defen
diendo la presunta inmunidad del senador por haber viajado con un pasaporte diplo
mático chileno. Frei interpretó la detención corno una afrenta de Gran Bretaña a la
soberanía nacional chilena. Esta postura oficial causó un gran revuelo en la coalición
de gobierno dado que varios lideres socialistas, incluidos algunos parlamentarios,
saludaron la detención del senador Pinochet y su posible extradición a España. El cli
ma de creciente tensión entre democratacristianos y socialistas se ha intensificado
aún más por la cercanía de las elecciones presidenciales de diciembre de 1999. Ea
Concertación no había decidido aún quién sería su candidato común y tanto el par
tido demócrata cristiano como el socialista pedían que el próximo presidente chile
no saliera de sus propias filas. Los sondeos de opinión mostraban que el candidato
socialista, Ricardo Eagos, era mucho más popular que el democratacristiano, Andrés
Zaldívar. Por ello, los seguidores de Zaldívar intentaron utilizar la supuesta desleal
tad de los socialistas al gobierno de Frei como prueba de que Eagos no era el candi
dato adecuado para dirigir la coalición en las elecciones presidenciales.
Eas tensiones en e! seno de la coalición de gobierno se han agravado como con
secuencia de las maniobras de sectores derechistas para causar una mayor división
entre los socios de coalición. Tenían la esperanza de que la coalición de Concerta
ción acabara desintegrándose antes de las elecciones de 1999, de modo que el cami
no a la presidencia quedara bloqueado para Ricardo Eagos. La derecha, igualmente,
invitó de forma velada al partido democratacristiano a formar una amplia coalición
de centro-derecha. Después de un tiempo, sin embargo, estos intentos por parte de
la derecha de dividir la coalición han resultadt 1 contraproducentes. I licieron ver a los
miembros de la coalición que no podían permitirse tirar por la borda tanto esfuerzo
M KM( )R IA COLHCT1 VA, M N-.IK >V C< ): PSICOU K'.IA POLITICA 209
14
IX
ntre los países de A mérica L atina que han pasad» por una de las deno
L a militarización de ¡a política
Las raíces del régimen militar de 1964-8; y la violencia política que perpetró se
pueden encontrar en el desarrollo gradual de una institución militar intervencionis
ta que comenzó ya en 1889, cuando el ejército derrocó la monarquía y forzó ai empe
rador Pedro 11 al exilio en Portugal. A lo largo del siglo XX, ei ejército brasileño ha
sido un dem ento activo en el escenario político nacional. Las Fuerzas Armadas se
convirtieron en lo que se denominó un «casi-partido», FJ objetivo de este «partido»
militar era iníluir o tomar parte en el gobierno en nombre de un proyecto de des
arrollo y «grandeza» nacional1. Tras la proclamación de la república, el ejercitó asu
mió la tarea de m odernizar la nación, a menudo desafiando a las oligarquías
regionales dominantes 1. Con el derrocamiento militar del emperador Pedro 11 , en
1889, el ejército asumió el papel de poder moderador -a todos los efectos- que hasta
1 Véase Andrade, «Braztl, the Military in Polities»; Rouqué, M ilitary. Para una discusión sobre la
historia de la formación de la doctrina política del ejército, véase Ilayes. A rm adN ation.
1 La República Vieja (1889-1950) estuvo marcada por la supremacía de las elites regionales ligadas
a la posesión de tierra y a las maquinarias políticas de nivel loca! y estatal, b’stas oligarquías tendieron a
desconfiar del ejército federal, dando preferencia a las fuerzas paramilitares regionales que controlaban.
El ejército, por su parre, desarrolló gradualmente una postura ant¡oligárquica, encubierta tanto en el
discurso conservador de modernización o en el reformista-izquierdista. Véase Mayes, Arm ad Natrón;
Quartimde Moraes, Hsqurrda m ilitar.
SOMBRAS n r, VIOLENCIA A' TRANSICIÓN POLÍTICA EN BRASIL. 1 I 3
tiempo, se consideraba que este interés vital estaba amenazado por la creciente radi
ca Ii zac ión de los sectores populista e izquierdista. Es decir, se interpretó el concep
to de «enemigo tnterni i» no sólo para designar a la oposición guerrillera o armada
subversiva (que era virtual mente inexistente antes de 1964), sino para cualquier
oposición a la modernización conservadora-capitalista, a ¡a estabilidad del listado, y
a la integridad de quienes lo encarnaban -las Fuerzas Armadas-, Finalmente, esta
orientación llevó a la intervención militar de marzo de 1964, cuando se estimó que el
gobierno del presidente joño Goulart habia caído definitivamente bajo la influencia
de los radicales, hasta el punto de que el propio gobierno sobrepasaba los límites de
la legalidad establecidos por el ejército. De acuerdo con la constitución de 1946, esto
daba a las Fuerzas Armadas el derecho, e incluso la obligación moral, de intervenir.
Es importante constatar que nueraanticom unism o/w.re loque provocó el gol
pe. Sólo cuando el «radicalismo» pareció invadir los niveles superiores de la jerarquía
gubernamental, durante los meses iniciales de 19Ó4, llegando incluso a las Fuerzas
Armadas, la facción intervencionista del ejército consiguió reunir suficiente apoyo
entre los oficiales de alta graduación para hacer posible el golpe. El general G u s
tavo Moraes Regó Reis, un joven coronel en aquel momento, afirmó en 1992 que
uno de ios momentos decisivos fue la participación del presidente Goulart en la
manifestación a favor de las reformas básicas ante la estación ferroviaria Central do
Brasil, en marzo de 1994, en Río de Janeiro: «Me encontraba a unos cien metros
del estrado donde estaba Jango, enfrente de la estación. Si no hubiera aparecido...
Una declaración anticomunista de Ja n g á , una llamada en favor de la disciplina
contra la subversión y la falta de disciplina que va estaban presentes en las Fuerzas
Armadas le habría mantenido en el cargo más tiem po»78 . El general Ivan de Sonsa
Mendcs, nombrado jefe del servicio de inteligencia nacional durante el gobierno
Sarney en 1985, recordaba: «N o sólo se trataba de las jerarquías nacionales. E ra
la propia jerarquía de la república lo que estaba en juego. El respeto por la legíti
ma autoridad. Todo se habría vuelto del revés» *.
Rara muchos oficiales, el miedo a la amenaza comunista no tenía su inspiración pri
mera en la posición ideológica conservadora predominante en las Fuerzas Armadas,
sino más bien en la idea de que la radicalización comunista pondría en peligro la
integridad de las Fuerzas Armadas y, por tanto, de la nación. El recuerdo de la parti
cipación del ejército en la sublevación de la agrupación comunista Alianza Libertado
ra Nacional (A L N ) de 193 <¡ alimentó aún más estos temores. Por su parte, muchos
civiles, ligados a la antipopulista U DN y al sector empresarial, reclamaban la inter
vención, Su esperanza era que un golpe con el «clásico» estilo de moderador pudiera
dar paso a la instauración de un gobierno civil antipopulista. En cualquier caso, entre
1964 y 1967, la decisión de los generales de intervenir maduró en la instauración de un
régimen militar a largo plazo que se utilizó para reformare! Estado con el objetivo de
conseguir tanto el desarrollo nacional como la eliminación de los enemigos internos9.
7 F.ntrevista recogida ¡-11 D’ Aniujf >el a l., i '¡toes do golpe, pág, ,(tj
8 Ibúl^ pág. 1*13.
9 El primer presidente militar iras el golpe, mariscal HumbertoCastello Brancoterapartidariode vol
ver ala«normalidad»después de haber cubiertoel periodopresidencial original de Jánio Quadros (ocupado
por Goulart tras iadimisiónde Quadros en 1961)* Presionadopor lacrecientetuerza de laoposición política
y social, y por los «duros» del ejército, Castello aceptó la continuación de los generales en la cumbre dd
poder. Véase Velasco e Cruz and Martins, «De Castelloa Figueiredo»; Alves, Estado t oposito, págs. 87-95.
SOMBRAS DK Vl< 1LKNCIA V TRANSICIÓN l»( M ÍTICA HN BRASIL 2I5
Entre 1964 y 1969 el ejército brasileño tomó una serie de medidas para asegurarse
el control político y para preparar la eliminación de sus oponentes. Los rasgos más
destacados de los resultados de estas acciones fueron -para nuestros propósitos- dribles.
En primer lugar, el control militar sobre el gobierno y la administración pública se
consiguió no mediante la abolición de la estructura político-institucional democrá
tica, sino mediante su purga y enmienda, asi com o añadiéndole componentes
militares paralelos. En relación con la transición democrática puesta en marcha a media
dos de los setenta, esto significó que el ejército podía tratar de controlar la transición
utilizando los mecanismos institucionales que estaban bajo su dominio. En segundo
lugar, se estableció un amplio aparato de seguridad y se integró en un Estado total
mente militarizado, al tiempo que se le dotó de un alto grado de autonomía deJacto.
Más aun, com o verem os más adelante, el aparato represivo adquirió enormes
dimensiones, totalmente desproporcionadas en relación con el tamaño real de la
amenaza que suponía la oposición (armada) contra el régimen
Para el ejército que tomó el poder en 1964, la primera preocupación era estable
cer una base legítima para su intervención, no sólo en cuanto a la doctrina política
dominante de las propias Fuerzas Armadas, sino también en lo referente al orden
político e institucional vigente. Se infringía la legalidad con el objetivo de rescatare!
orden legal; se suspendía la democracia para asegurar su supervivencia. (Esta línea de
razonamiento sería recurrente entre las dictaduras militares instituidas en América
Latina tras 1964.) En Brasil, el ejército introdujo el artefacto del ato institucional (acto
institucional), decretos ejecutivos a los que se dio el estatus de enmienda constitu
cional. Estos actos se utilizaron, especialmente entre 1964 y 1970, para situar la esce
na política bajo un firme control militar y para permitir la exclusión de los oponentes
políticos. E l primer acto institucional legitimó el golpe de estado como una «Revo
lución» necesaria que prevenía la amenaza de radicalización comunista, E l segundo
y tercero, promulgados en 196; y 1966, limitaron los poderes del Congreso y modi
ficaron el sistema de partidos y el calendario electoral. Fueron la respuesta directa a
las victorias electorales obtenidas por los oponentes al régimen militar. I.as eleccio
nes directas del presidente y los gobernadores fueron sustituidas por elecciones
en colegios electorales federales y estatales. Los partidos políticos existentes fueron
disueltos y reemplazados por dos nuevos partidos: uno que apoyaba al régimen, lla
mado Alianza Renos■ udora Nació nal (A R E N A ) y un partido moderado de oposición,
el M oví mentó Democrático Brasileiro (M DB). A principios de 1967, el régimen presio
nó al Congreso para que aceptara un conjunto de enmiendas a la constitución de 1946
que ratificaba la mayoría de los decretos promulgados desde 1964. .Significativa
mente, estas modificaciones constitucionales incorporaron los principios de la doc
trina de la seguridad nacional al sistema político y legal de Brasil.
A la intensificación del autoritarismo a finales de los sesenta le siguió un corto
periodo de relativa apertura política favorecida por Castello Branco y su sucesor,
Costa e Silva. En 1968, en cualquier caso, creció la resistencia social y política al10
10 La mejor explicación de la formación del aparato represivo la proporciona Al ves, listado r opo-
sÍ$ao, véase también Stepan, Retbinkmg Aiilitary Poittics, especialmente las págs. 25-29.
z 16 KFF.S KOONINGS
régimen. Use año, los estudiantes y los obreros organizaron huelgas y protestas a lar
ga escala, mientras la oposición legal e ilegal intentaba establecer una amplia coali
ción antiautoritaria denominada Frente Am pia. Hsta coalición unió a políticos de
diferentes tendencias, desde los conservadores Carlos í.acerda y Magalhaes Pinto
hasta los ex presidentes juscelino Kubitschek y Jo áo G oulart, y el populista radi
cal Leonel Brizóla. Frente A m pia inspiró una postura más decidida, adoptada por el
Congreso, contra la arbitrariedad demostrada por los militares. Kl régimen reaccio
ne') persiguiendo a los líderes estudiantiles y sindicales, suspendiendo los derechos de
los políticos de la oposición y prohibiendo las actividades de trente Am pia.
Este cuestionamiento del régimen militar llevó a una nueva etapa de militari
zación de la política. A finales de 1968, la construcción del sistema de tutela culminó
con la promulgación del quinto acto institucional (AI ;). F.steacto dio al ejecutivo,
por tanto al ejército, un poder casi ilimitado para coartar al Congreso, suspender los
derechos políticos, y perseguir a los adversarios políticos sin babeas Corpus y bajo ley
marcial. La última disposición se desarrolló con la Ley Nacional de Seguridad de
1969, que ampliaba considerablemente la definición de las actividades tipificadas
como delitos contra la seguridad nacional Como resultado, se articuló una ela
borada estructura casi legal que permitía al ejército intensificar sus acciones repre
sivas contra los considerados com o «enem igos internos». A partir de 1969, el
régimen militar entró en su fase más violenta, primero bajo la junta interina que bre
vemente sustituyó a Costa e Silva durante su enfermedad, y después bajo la presi
dencia del general Em ilio Médici (1969-74), elegido por los generales para suceder
a Costa e Silva.
En 1969, se creó una estructura legal para formalizar y justificar la represión (o,
desde el punto de vista del ejército, la guerra que se llevaba a cabo contra el enemigo
interno). Para ponerlo en práctica, se estableció un elaborado conjunto de órganos
antisubversivos. En el caso brasileño, el aparato represivo era desproporcionado
para el tamaño real de la oposición armada contra el régimen. N o sólo era grande,
sino burocráticamente complejo y entreverado; ni siquiera era transparente para los
propios gobernantes militares. E l mentor del régimen y fundador del Serrino Nacio
nal de Inform ales(S N 1), el general G olbery do Couto e Silva, solía llamarlo el «mons
truo» o el «agujero negro». Los testimonios militares confirman la falta de claridad,
la confusión jerárquica, y a veces incluso las luchas internas que se generaban en la
estructura del aparato de seguridad lz.
La esencia de este sistema era la combinación de servicios de inteligencia y capa
cidad operativa contrainsurgente. En 1964, se creó el SN I para proporcionar al
ejecutivo toda la inform ación referente a la «seguridad nacional». El SN I depen
día directamente de la presidencia y el Coriselbo Nacional de Seguranza (C SN ), y
supervisaba las unidades de seguridad c inteligencia de diferentes ministerios, agen
cias públicas y compañías estatales. Asim ism o, el SN I contaba con sus propios 1
16 El Purtido Comunista Brasileño (PCB), hasta mediados de los sesenta el partido más im por
tante a la izquierda del fraha/kismo populista, siempre abogó por una transición pacifica al socialismo,
pasando por una tase de «democracia nacional burguesa». Su líder, Luis Carlos Prestes, que con anterio
ridad había sido teniente, después comandante de un grupo de guerrilla conocido como la columna
Prestes activa en los años veinte, y posteriormente uno de los lideres del levantamiento comunista de 1935,
organizado por la A lianza Libertadora Nacional (ALN ), nunca aprobó la posición de los militantes más
jóvenes que apoyaban una revolución violenta inspirada en los regímenes revolucionarios de China,
Cuba y Argelia.
17 Véase A Ives, listada t oposifdo, capítulo G; Mír, Rei'oJufdo impossm 1; Q uanim de M o raes, D kta-
torship and Arm edStruugk\ Archtdiócesis de Sao Paolo, Torture in £ra%i/>capítulos 9-12.
18 Véase M ir, Revolado Im possivd , págs. 165 y ss; Archidiócesis de Sao Paolo, Torture in B ra sil,
págs. 99-100.
SO M BR A S 131- VII IU LN C 1A V T R A N SIC IÓ N P O LÍTIC A LN B R A S IL 2U J
Todos estos diplom áticos fueron posteriorm ente puestos en libertad a cambio
de militantes izquierdistas apresados. Pronto, sin em bargo, las fuerzas de segu
ridad consiguieron desarticular los principales grupos de guerrilla urbana. L í
deres com o M arighella y I,amarca fueron perseguidos, capturados y asesinados.
O tros desaparecieron.
El tercer tipo de resistencia armada contra el régimen militar se inspiró en el
modelo revolucionario chino de la «guerra prolongada del pueblo» mediante el que
la lucha guerrillera rural llevaría finalmente al asedio y conquista de las ciudades.
Esta estrategia fue defendida por el Partido Comunista do Brasil (PCdoB), de orienta
ción maoísta, que se escindió del PCB en 1962. A partir de 1966, el PCdoB organizó
una infraestructura guerrillera en la región del río Araguaia en el estado amazónico
de Para. E l intento fue bastante modesto, sin embargo, y no llegó a implicar a más de
ochenta o noventa guerrilleros. En 1972, las agencias de inteligencia del régimen des
cubrieron al grupo y desataron una campaña masiva, que involucró a toda una divi
sión del ejército. Sin embargo, la lucha duró más de dos años y, en el proceso, se
desató la represión arbitraria contra la población rural de la región.
Los distintos esfuerzos para levantar una lucha armada contra el ejército fueron
una reacción a) aumento de la represión a partir de rcjóS. Por su parte, las acciones
armadas llevaron a una mayor expansión del aparato de seguridad dirigido contra el
«enemigo interno». Operaciones secretas, detenciones y torturas en centros de inte
rrogatorio clandestinos se convirtieron en práctica habitual, especialmente tras la
fundación de las unidades del O B A N y de los D O I. Pese a la relativamente lim i
tada escala de la oposición armada, la violencia contra-insurgen te fue dura y a menu
do brutal. Se difundió el uso de la tortura por parte de las instituciones, aunque al
mismo tiempo ¡os mandos de alto nivel podían alegar su desconocimiento y mani
festar oficialmente, en algunos casos, su oposición a estos métodos “C El ejército
estaba convencido de que se enfrentaba a severas amenazas contra la seguridad
interna planteadas por un enemigo invisible que garantizaba todo tipo de represalias.
Esta noción se mantiene intacta entre los oficiales brasileños hasta hoy. Por ejemplo,
en 1991, el general Leónidas Pires Gon$alvcs, comandante de operaciones durante
los años setenta y posteriormente ministro ciel Ejército en el gobierno civil de Sarney
(1985-90), hizo la siguiente observación: «Creo que las operaciones del D O l-D O C l
fueron muy buenas. Y si son tan duramente criticadas hoy, se lo debemos a los ene
migos que están en los medios, porque el noventa y cinco por ciento de las acciones
del D O l-D O C l fueron para defender a este país [...] Era una lucha. Era L A guerra»21’.
El propio Médici, en una inusual entrevista concedida a la revista Veja en 1984,
dijo que se había visto forzado a emplear al ejército en operaciones contrainsurgen
tes porque la policía no tenía capacidad para ello. Recordaba haberle dicho a su
ministro del Ejército, el general Orlando Geisel (hermano de Ernesto Geisel):
1s) Véase los testimonios de destacados oficiales del ejército en D’ Araujn et at,. Os anos de (humho.
20 Citado de su testimonio en ibid.y pag, 2 14-
220 K E E S K O O N 1N G S
terrorismo a este país. Si no hubiéramos aceptado que era una guerra, si no hubiéra
mos actuado drásticamente, tendríamos terrorismo todavía hoy212*4
.
La noción de guerra no sólo fue empleada por el ejército, sino también por los
miembros de los grupos de la guerrilla, que tampoco dudaron en servirse de la vio
lencia indiscriminada. El único superviviente de los comandantes de la A L N , Carlos
Eugenio Paz, describió en una entrevista de 1996 su participación en asaltos a ban
cos (uno de los métodos utilizados para conseguir la financiación que permitiera
organizar operaciones guerrilleras en el interior):
Normalmente disparabas la pistola para escapar del cerco policial, y no podías saber si
herías a alguien, y mucho menos si lo habías matado. Pero si mataba, era siempre para
sobrevivir [...] La lógica en la que vivíamos en ese momento era la lógica de la violen
cia, de la guerra, y no existe ninguna guerra limpia
Dado qut el militarismo brasileño desde 1964 había conservado, al menos nomi-
nalmeme, algunas de las instituciones de la democracia (a saber, las elecciones, par
tidos y cuerpos legislativos), la transición puesta en marcha de esta manera no sólo
fue controlada por el régimen, sino también, com o señala Lam ounier, dirigida
electoralm ente 11, Una de las primeras consecuencias que se pudieron norar fue
la inesperada victoria del opositor M D B en las elecciones legislativas al Congreso
de 1974. Durante los años siguientes, continuó el avance electoral del M D B (en las
elecciones municipales de 1976 y las legislativas de 1978), al tiempo que las fuer
zas de la oposición ganaban terreno en la sociedad. Los sindicatos, la Iglesia, las
organizaciones legales (como la O A B , Ordem de Avagadas Rrasiledras'), el m ovi
miento estudiantil, las organizaciones agrarias, e incluso los industriales se convir
tieron en activos críticos que no dudaban en denunciar al régimen militar. A finales
de los setenta, el alzamiento de nuevas y masivas formas de milirancia sindical dieron
un mayor ímpetu a la movilización an ti-régimen :í .
Bajo la presidencia de Geisel, el régimen intentó reaccionar contra los avances
de la oposición con iniciativas represoras, como la limitación del espacio político de
la oposición mediante el uso de una legislación excepcional a d h o c Geisel se negó
a abolir los artefactos legales de los años de la represión, como el A l 5, la Ley de
Seguridad Nacional, y las enmiendas constitucionales autoritarias aprobadas por la
junta en 1969, durante la enfermedad de Costa e Silva. Geisel simplemente desactivó
temporalmente estos artefactos, para ser reutilizados en tiempos de «crisis» -con lo
que se refería a los progresos políticos de la oposición y la «irresponsable» agitación
por parte de líderes y organizaciones populares- ,0. Retrospectivamente, Geisel
comentaba sobre su estrategia:
Un realidad, mi idea era evitar el uso del Al 3 lo más posible. Pero entonces apareció la
falta de entendimiento de la oposición. Yo demostré, en discursos y actos públicos
[...J que quería normalizar la situación del país, terminar con la censura de la prensa,
etc. Pillos pensaban que era debilidad y decidieron comenzar un ataque. Asi que me
forzaron a reaccionar. Si no hubiera reaccionado, mi poder se habria debilitado clara
mente y entonces habría sido imposible culminar una serie de proyectos que quería lle
var a la práctica, incluyendo la abertura !1.
a otro candidato (militar) del partido del gobierno (A R E N A , más tarde PD S, véase
iafra). El objetivo implícito era asegurar el control del ejecutivo, al menos hasta
principias de las años noventa. Sin embargo, esta estrategia se vio frustrada a cau
sa de la combinación de distintos factores. El principal fue la tremenda aceleración de
la movilización y activación política de la sociedad civil, proceso que fue alimentado
por un malestar generalizado con la arbitrariedad política y la falta de respeto por los
derechos civiles. Otros factores adicionales que complicaron la posición del régimen
militar se encontraban en las crecientes dificultades económicas y la agudización de
los conflictos en el seno del régimen.
La creciente insatisfacción se hizo manifiesta en el continuo progreso de los par
tidos de la oposición en las elecciones de 1982 Ese año, los partidos políticos a los
que se había garantizado cierta amplitud de libertad organizativa disputaron las pri
meras elecciones abiertas de gobernadores de ios estados desde mediados de los
sesenta, al tiempo que las elecciones legislativas federales y estatales. La oposición,
representada por los recientemente form ados P M D B , PP, P D T y P T casi se
aseguró la m ayoría en el Congreso frente a! P D S (el partido sucesor del A R E N A )
y ganó gobiernos de estados clave, como Sao Paolo, Río de Janeiro, Minas Gerais y
Pernambuco. Este resultado fue crucial para la construcción de una alternativa polí
tica viable al régimen militar. La cuidada negociación de una alianza electoral para la
sucesión presidencial de 198 5 estuvo acompañada de la intensificación de la m ovili
zación social. Esta alcanzó su apogeo en 1984, durante las manifestaciones masivas
en favor de las elecciones presidenciales directas {diretasja). Al aglutinarse distin
tos sectores sociales tras la bandera de la oposición (incluyendo a la clase media urba
na y a las dites empresariales), el resultado político fue que, en la elección de 198 5 del
nuevo presidente por el Colegio Electoral (el Congreso más un número de diputados
de diferentes estados), obtuvo la mayoría el candidato del P M D B , Tancredo Neves.
Durante los meses que llevaron a esta elección indirecta, los partidos de la oposición
PM D B y Partido da /'reate L ib eral(PFL, una escisión del PDS) formaron la Alianza
Democrática (A D ) para dar ímpetu a la candidatura de Tancredo y llegar a un acuer
do con el ejército.
El ejército, es decir, los gobiernos de Geisel y Figueiredo, tuvieron que hacer
equilibrios; las garantías del autoritarismo fueron consideradas necesarias pero, al mis
mo tiempo, sólo podrían utilizarse si, contemporáneamente, se hacían unos mínimos
progresos en el frente de la transición. La política brasileña a partir de 1974 se con
virtió en una larga transición hacia ia democracia que osciló entre estas posiciones
yuxtapuestas. Aunque el proceso fue iniciado y regulado por el ejército, al final la
alianza de la oposición consiguió romper los límites fijados por los militares en el
poder. Durante el curso de la transición, en cualquier caso, los autoritarios del régi
men y el aparato militar intentaron obstaculizar la restauración del gobierno civil
34 Citado de las declaraciones del general Geisel en D’ Araujo y Castro, Urnesto CV/W, pág. 569.
35 Véase Alves, tisiadn e opon^áo, pág. 200.
36 Véase D’Araujo et aL , Vulta aos quarttist pág, 33. Véase también las declaraciones del general
Gustavo Moráis Regó Reís enel mismo volumen, págs, 63-67,
SO M BR A S D E V IO L E N C IA Y T R A N SIC IÓ N P O LÍTIC A EN B R A S IL zzs
seguridad implicado en la represión ' 7. El año antes, en 1978, bajo el gobierno deGei-
se!, se había revocado el infame A l 5.
Aunque oficialmente habia adoptado el objetivo de la total democratización de
la vida política durante su mandato, Figueiredo demostró, al final, ser víctima de!
antagonismo entre las facciones moderada y dura del régimen. El propio Figuei
redo, antiguo cabeza del S N I, incluyó en su gabinete a elementos con fama de
autoritarios, como los generales Walter Pires y Octavio Medeiros. Al mismo tiem
po, el general Golbery do Couto e Silva se mantuvo al frente de la casa civil de su pre
sidencia. Con Medeiros como ministro del SN I, aumentó la influencia del servicio de
inteligencia en los asuntos políticos y en la estrategia política del régimen. De hecho,
se esperaba que el general Medeiros, responsable del SN I, fuera designado sucesor
de Figueiredo ,a.
El escándalo «Riocentro», que estalló de 1981 cuando una bomba mató a un sar
gento e hirió a un capitán enviados para colocar el dispositivo en un festival musical
de Rio de Janeiro, desacreditó totalmenre las aspiraciones políticas del sector de la
inteligencia; pero el asunto también debilitó fuertemente a Figueiredo por su oposi
ción a abrir una investigación rigurosa i9. El intento de atentado con bomba de
Riocentro también marcó el final de la subversión izquierdista contra la abertura. La
iniciativa de la transición pasó a la oposición, que gradualmente incrementó sus
apoyos tanto entre el público como entre los representantes del partido del gobier
n o40. Durante la votación en abril de 1984 de una enmienda constitucional presen
tada por Dante de Oliveira, congresista del P M D B , para reestablecer las elecciones
directas a la presidencia, el ejército sitió la capital federa!, Brasilia. Temían que
las anunciadas manifestaciones pudieran perturbar el clima «apropiado» para la vota
ción; esto es, la posibilidad de presionar a los congresistas del gobernante PD S para
la votación de la enmienda. El general Newton Cruz, de la línea dura y anterior jefe
de la agencia central del SNI en Brasilia, y en ese momento a cargo de la comandan
cia militar de Planalto, sacó los tanques a las calles y fue personalmente por las calles
de Brasilia, destrozando las capotas de los coches que se habían presentado en gran
número en las calles para dar apoyo a la enmienda con sus bocinas, desafiando la
arrogante demostración de fuerza del ejército.
El general G olbery do Couto c Silva asumió una posición claramente más mode
rada cuando le pidieron comentar estas llamadas masivas para restaurar una demo
cracia plena:
is
1 2.6 K I T S K O O N 1N G S
E jé r c it o y po l ít ic a d e s d é 1985
41 Entrevista con Gulbery do Couto e Silva en I-ye / a t ns 819, \(> de mayo de 1984, pág. 9.
42 En cualquier caso, en la historiografía política de Brasil se incluye a Tancredo de Almeida
Neves como uno de los presidentes de la nación, pese at hecho de que no llegó a tomar posesión oficial
mente. Su enfermedad y muerte provocaron una intensa pasión popular, y llevaron a un clima combina
do de expectativas y ansiedades ya enel principio del retorno al gohierno civil.
SO M BR A S D E V IO L E N C IA Y T R A N SIC IÓ N P O LÍTIC A EN B R A S IL 227
seguridad durante los años de la dictadura. Esta cuestión no ha tenido, hasta hoy, casi
repercusión alguna en la consolidación democrática.
LUproblema de la tutela
Pese a la restauración del gobierno civil en 1985,1a influencia política del ejérci
to se mantuvo mediante poderosos mecanismos. Especialmente durante la Repú
blica N ueva, el ejército detentó lo que habitual mente se ha denominado «poder
tutelar»4*. Durante el gobierno de Sarney, las Fuerzas Armadas siguieron presio
nando medíante su presencia y sus decisiones políticas dentro del propio gobierno,
y con declaraciones y amenazas públicas y privadas. El ejército mantuvo al menos
seis oficiales de alto rango como ministros en el gobierno e interfirieron en asun
tos políticos concretos como la reforma de la tierra y cuestiones laborales. Eos
ministros del Ejército y del SN I fueron especialmente influyentes en las decisio
nes gubernamentales y también presionaron activamente al Congreso y la opinión
pública mediante advertencias y declaraciones públicas.
La influencia del ejército no fue cuestionada por Tancredo N'eves, en la víspera
de su elección por el Colegio Electora!, por respeto a la decisión de los generales de
no apoyar el golpe contra su ascenso en 1984 44. La continuidad de la influencia mili
tar también fue consecuencia de la debilidad política del gobierno de Sarney. El pro
pio Sarney disfrutó de escaso apoyo popular por su pasado como dirigente del
A R E N A , por la manera en que obtuvo la presidencia mediante los mecanismos
del régimen militar, por el hecho de que había sido el sustituto del capaz y respetado
Tancredo N eves, y por su falta de éxito al enfrentarse a los problemas económicos y
sociales del país. Sarney tuvo serios problemas para establecer una sólida base en el
Congreso. La mayor parte del tiempo, el principal partido de la coalición guber
namental, el PM D B, actuó como oposición de fado bajo el liderazgo de IJIysscs Gui-
maráes, presidente del Congreso. Para compensar, el gobierno de Sarney gravitó
hacia el ejército en busca de apoyo político. Por su parte, el ejército supuso que
Sarney, que en los inicios de su carrera política había apoyado al gobierno militar,
tendría en cuenta sus puntos de vista.
Además, las estructuras de inteligencia y tráfico de influencias organizadas por
el ejército durante la dictadura (CSN , S N I, C IE , etcétera) se mantuvieron con com
pleto vigor. Se ha sostenido que, como consecuencia de la creciente complejidad de
los problemas económicos, sociales y políticos que tuvo que encarar el gobierno
Sarney, las atribuciones del SN I y del CSN se expandieron para incluir las cuestiones
laborales, el problema de la tierra, la política exterior, la industria armamentística
y la corrupción administrativa4’ . Por ejemplo, el general (van de Souza Mendes, res
ponsable del SN I con estatus de ministro en el gobierno Sarney, observaba en rela
ción con el interés prestado por el servicio a las numerosas huelgas que tuvieron
lugar entre 198 y y 1990:
4} Véase concretamente Rizzo de Olíveirá, «Aparelho militar»; también Góes, «Militares e pnl ¡ti
ca», págs. ss.
44 Rizzo de Ohveira, «Aparelho militar», págs. 75-76.
45 Góes* «Militares e política», pág. 236.
228 K E E S K O O X IX G S
Siem pre recib íam os in form ación , pero el o b je tiv o era seguir las huelgas só lo desde el
pun to de vista de la seguridad del listado, I .as huelgas no debían representar una am e
naza para la estabilidad det gob iern o ni, p or tanto, para la propia seguridad del E sta
d o . E l S N I tenia que ocuparse de esos hechos y segu irlos de c e rca46.
G arantizar los poderes constitucionales, la ley y el orden significa asegurar el total fun
cionam iento de los poderes ejecutivas, legislativo y judicial, para mantener la obediencia
a las disposiciones legales vigentes, y para preservar la arm onía en la nación, f...E sta es]
una m isión que será desem peñada p or las Fuerzas A rm adas en casos de extrem a necesi
dad, y sólo cuando se hayan agotado los restantes instrum entos legales [...]. N o prever
esto podría sign ificar un debilitam iento del gob ierno de la U nión, y la elim inación de su
capacidad para intervenir decisivam ente implicaría convertir las I -uetzas A rm adas [...] en
m eras espectadoras del caos y del desorden, donde quiera que ocurrieran ',s.
$t Este hilarante asunto -que recibió una desdeñosa atención internacional, fundamentalmente
a través de la CNN’ implicó al presidente Itamar Franco (que estaba soltero) cuando invitó a una atrae*
tiva bailarina a su camarote durante el desfile de Carnaval de 1994, Al contrarioque todos los telespecta
dores de Brasil, el presidente no sediocuenta de que la mujer (que según las malas lenguas noera sino una
prostituta) no tenía ropa interior. Véase para la insatisfacción de los militares, que puede incluso haber lle
vado al pumo de considerar una intervención contra el gobierno de f ranco (y rechazarla rápidamente):
Dimenstcin y De Souza, Tiistória rea/, págs* 139-143.
51 Este informe fue publicadocon el nrul<* B rasil: Nunca A iais p<>rlaeditorial Vozes en 1984, Véa
se la traducción inglesa, citada eneste capítulo: Arehidiócesis de Sao Paulo, Torture in Bra^iL
SO M BR A S DI- V IO LE N C IA Y T R A N SIC IO N P( M ITICA E N B R A S IL ZJI
(5 Véase los informes en t rtja, números 1592 (17 de mayo de 1993), 1405 (2 de agosto de 1991),
1406 (13 de agosto de 1995)y 1407(30 de agosto de 1995).
34 Véase V eja , n° 1403, 2 de agosto de 195, pág. 20.
2}2 K E E S K O O N IN G S
El éxito económico sólo llegó al final del mandato de Franco y fue crucial para la
elección como presidente de Fernando 1 Enrique Cardoso en octubre de 1994. Car
dos» había aceptado, a principios de 1993, e! puesto de ministro de Asuntos Exte
riores en el gobierno de Franco, pero pocos meses después le convencieron para
asumir la cartera de Finanzas. Entre finales de 199; y la primera mitad de 1994, Car
doso y su equipo diseñaron cuidadosamente el pian de estabilización que posibilitó
la introducción de una nueva moneda, el real, en julio de 1994 1lJ. El aparente éxi
to, manifestado en el rápido descenso de la inflación, facilitó el camino para la exitosa
candidatura de Cardoso a la presidencia. La adopción del real le dio la confianza popu
lar, y la alianza política establecida con el P F L v con parte de PM D R le procuró el
apoyo necesario en el Congreso para el ambicioso programa de reformas emprendi
do por el gobierno de Cardoso. Las reformas incluían la eliminación de los obstácu
los constitucionales para la liberalización económica y la privatización de las
principales compañías estatales. Más aún, las reformas fiscal y de la seguridad social
solucionarían los enormes problemas financieros del gobierno federal. El final de la
estabilidad laboral en el sector público se tomó como condición para reducirla plan
tilla del aparato estatal.
El plan reformista de Cardoso progresó lenta pero firmemente durante su pri
mer mandato en el cargo. La oposición a las reformas vino principalmente del P T y
de los grupos sociales organizados, como los sindicalistas y el movimiento de los tra
bajadores rurales sin tierra, que se sintieron amenazados por el «ataque del neolibe-
ralismo». Entre los sectores empresariales y las clases medias, el gobierno de Cardoso
disfrutó de un gran apoyo. A principios de 1997, Cardoso consiguió que se aceptara
otra enmienda constitucional, que permitía la inmediata reelección de los jefes del
ejecutivo en los tres niveles de gobierno: presidente, gobernador y alcalde.
Pese al hecho de que la posibilidad de la reelección añadía dificultades al ya pro
blemático juego de alianzas políticas en apoyo de la administración de Cardoso, la
reelección del presidente en las elecciones presidenciales de 1998 fue de una facilidad
sin precedentes. Con una clara mayoría de votos obtenidos ya en la primera vuel ta de
las elecciones, en octubre de 1998, Cardoso dejó al segundo candidato, Lula, clara
mente atrás, FJ tercer candidato más votado fue Ciro Gom es, un antiguo aliado
político de Cardoso (y, de hecho, su sucesor como ministro de Finanzas durante
los últimos meses de la presidencia de Itamar Franco, en 1994). Esto muestra que las
elecciones de 1998 confirmaron la hegemonía política en el nivel federal de la coali
ción social-liberal que había apoyado al gobierno de Cardoso59 60.
Al mismo tiempo las fuerzas de la oposición hicieron algún progreso en el nivel
estatal. E,n el estado de Rio Grande do Sul, de gran importancia desde el punto de
59 Para una exposición de la génesis política del plan sobre el real, véase Dímenstein y De Souza,
Historia real.
60 Cardoso ganó las elecciones presidenciales en la primera vuelta, en octubre de 1998, con el
$3%de los votos válidos. Lula obtuvo cerca del 32%, mientras que Ciro Gomes quedó el tercero con
menos del 1 r%. Los resiantes candidatos obtuvieron pocos votos obtenidos, con loque resultaban irre
levantes para la situación política, Fl cuarto fue el excéntrico médico ypopulista conservador lineas, con
sóloel z% . Todas las figuras políticas destacadas de periodo posteriora 1985 estaban ausentes, por taita
deapoyo o por participar en las elecciones para gobernadores o senadores en vista de la victoria general
menteesperada de Cardoso. Para una revisión de los resultados de las elecciones, véase Tribunal Supre
moEleitoralTen: www.tse.gov.br (abril de 1999),
z $6 KH ESK O O M N G S
En cualquier caso, quedaron sin resolver otros defectos de! sistema político. El
sistema de partidos era considerablemente volátil e inestable; el régimen electoral
favorecía a los pequeños estados del noreste, más atrasados y generalmente conser
vadores, sobre los estados del sudeste y de! sur, más poblados, urbanos c industria
lizados'", En genera!, las instituciones políticas de Brasil no son tan frágiles, pero sí
están sujetas a continuos cambios (al menos hasta 1995)> hasta el punto de que
Lamounier habla de un «síndrome de parálisis hiperactiva» entre políticos y partidos;
una continua búsqueda de reformas institucionales como solución para los dilemas
políticos pese al hecho de que la fragmentación de los partidos las hace inviables*'4.
La enmienda constitucional que permite la reelección presidencial (y de otros altos
cargos) fue el último ejem plo de esa voluntad continua de cambiar las instirucio-
nes políticas. Además, aunque la constitución de 19^8 excluía el instrumento típico
de los gobiernos arbitrarios, el decreto-leí, introducía algo similar: la medida provisoria,
que se ha utilizado para imponer las iniciativas políticas de! ejecutivo sin necesidad
de la aprobación del Congreso.
Por lo que se refiere a la práctica política, han ido apareciendo una serie de ten
dencias contradictorias. Por una parte, se ha consolidado un consenso básico demo
crático entre las agrupaciones políticas m ayores, en el sentido de que se han
establecido las estrategias, alianzas y conflictos políticos dentro de los márgenes de
las reglas institucionales. Las elecciones han sido esencialmente libres, justas y, debi
do a la obligatoriedad del voto, con participación masiva. La extensión del voto a los
analfabetos y a la población entre dieciséis y dieciocho años ha elevado el electorado
brasileño a 78 millones de votantes en las elecciones presidenciales y legislativas de
1994*". Las elecciones en Brasil desde 1985 han sido básicamente competitivas y
justas. Los candidatos y las campañas han respetado razonablemente la legislación
electoral, y nunca se han aproximado al vulgar personalismo que actualmente está
tan de moda en las elecciones de los Estados Unidos. Por ejemplo, durante la cam
paña presidencial de 1989, el Tribunal Electoral excluyó la irregular candidatura de
un popular magnate de los medios y presentador de un taik-show que fue propuesto
por el gobierno Sarney para frenar el ascenso de Fernando Collor en las encuestas de
opinión. Resulta especialmente significativo que las dos mayores crisis institucio
nales del periodo Collor/Franco (1990-94), es decir, el escándalo de corrupción que
afectó al propio Collor y el escándalo de corrupción que en 1993 salpicó a un grupo
de miembros del Congreso, hayan sido tratadas básicamente en términos constitu
cionales, y sin interferencia del ejército.
Por otra parte, el proceso político se ha caracterizado, en todos los niveles, por
el personalismo y el clientelismo, un cierto grado de elitismo, varias formas de
corrupción, y en general débiles lazos entre los partidos y la sociedad en general
(con la posible excepción del PT). El patronazgo estuvo muy extendido durante la
República N ueva y se utilizó para cimentar alianzas congresuales en favor de las
ambiciones particulares del presidente Sarney, fundamentalmente para asegurarse el
cargo durante los cinco años de su mandato. El proceso pulítico (entre partidos)6 *
34
66 Véase Campello tic Souza, «Brazílian “ New Repubtic” », págs. 570 ss,
67 V ca se po r c ¡em p io tas de c Ia rae i11nes d e ti e st aca d as fig u ra s re cogidas c n Da M a ü a e t al ., liras i-
k i r o : C i d d i í a o ? En 199 3, e! í>o% de los brasileños expresaron su preferencia por la democracia como sis
tema de gobierno, pese a los varios retrasos de los años anteriores; véase M oisés, Brasikiros e a
Demotraciá , pág. 264.
68 Véase Campello de Souza, «Contemporary Paces»,
SOMBRAS Dli VIOLENCIA Y TRANSICIÓN POLÍTICA P.N BRASIL *39
Una de las grandes paradojas de la transición brasileña es que el final del régimen
autoritario y la restauración de la democracia hicieron poco para disminuir los pro
blemas de violencia, arbitrariedad e inseguridad dentro de la sociedad. Por el con
trario, aunque es virtualmente imposible de comprobar, puede afirmarse que los
niveles y la extensión de la violencia social se han incrementado con la democracia.
Esto bien puede ser una cuestión de percepción: quienes en Brasil tienden a expresar
su saudade respecto a los años de «ley y orden» bajo el dominio del ejército obvia
mente olvidan que los propios militares estaban entre los principales responsables de
esa violencia arbitraria. Además, el incremento de los delitos comunes comenzó
mucho antes del reciente retorno de la democracia, e incluso pudo haber recibido un
importante empuje bajo la dictadura.
En cualquier caso, lo realmente significativo en relación con este trabajo es que
la percepción de la violencia y la inseguridad se ha intensificado durante los últi
mos diez o quince años. Probablemente, esta situación se puede explicar por el
hecho de que fue exactamente la vuelta a la democracia lo que aumentó las expec
tativas de que mejoraran la seguridad y el imperio de la ley. A esto cabe añadir la
naturaleza aparentemente más «multiforme» de la violencia y de los conflictos
sociales. Brasil, de hecho, presenta el caso más destacado de esa «nueva violencia»
que afecta a las sociedades latinoamericanas en el periodo post-autoritario. Ya no
son los radicales de izquierda, ni los pobres (que siempre han estado sujetos a dis
tintas formas de violencia -d e Estado-) los que están expuestos a la violencia y la
inseguridad. Especialmente desde mediados de los ochenta, la violencia se ha con
vertido en una opción habitual para propietarios de tierras, comerciantes, agentes
del orden, bandas criminales, señores de la droga y, en algunos casos, políticos del
interior.6
9
69 Véase Costa, Tendencias, para una revisión de los últimos desarrollos en los movimientos sindi
calistas brasileños.
24° K F .E S K O O N IN G S
70 Véase DcMatta, Casa e a rúa, págs. 71 ss; también DcMatta, Carnavais, capitulo 4.
71 Véase Lamounier, «Brasil; f netjuality against Democracv».
72 Listín se hace tío loro sámeme real en las vidas de los más pobres* como en el noreste, dramática
mente anal izadejen Schepcr-Hughes* Death mihout Wetpmg.
7 3 Véa se C> 1 i ven * Violencia c cultura, pág. 13.
74 Véase Fowcraker, StruggleJar I juk U para un análisis de la larga historia de violencia en la frontera
agraria brasileña. Véase htníi^n- 123 3, 19 de mayor de 1993, para un informe sobre la «guerra» entre pisto
leros y ocupantes y sus defensores en la región de Ilico do Papagaio, conocida por su violencia en el ámbito
rural desde principios de los años ochenta; aproximadamente mil personas murieron entre >982 y 1992,
Sí JM13RAS DH VIOLENCIA V TRANSICION POLITICA TIN BRASIL 14
16
242 K E E 5 K O O NIN 'G S
A mediados de los noventa, el uso de la fuerza por parte de los miembros del
M ST se hizo más frecuente, pero la reacción de las fuerzas del orden fue casi siempre
desproporcionada. En julio de 1995, la policía militar emprendió el violento desalo
jo de un grupo «aislado» de ser?/-térra (trabajadores rurales sin tierra) que había
ocupado una propiedad cerca de Corumbiara, Rondónia, durante el que murieron
nueve activistas rurales y tres policías. La policía militar fue acusada de haber tor
turado a los detenidos79. Menos de un año después, se desató el escándalo general
por una acción de la policía militar del estado de Para en la que murieron 19 ocupan
tes muertos y otros ; 1 resultaron heridos. Para disolver a 1.500 sem-térra que habían
form ado una barrera cerca del municipio de Eldorado do Carajás en protesta por el
lento avance de la reforma de la tierra, unos 268 policías armados con rifles y ame
tralladoras rodearon a los manifestantes y abrieron fuego deliberadamente sobre la
multitud, en ocasiones a quemarropa. La acción se produjo tras el fracaso de las
negociaciones fallidas y ante la creciente impaciencia de las autoridades8o. En rela
ción con los problemas rurales, el gobierno parece estar atrapado entre la militancia
de los sem-térra y la poderosa facción del Congreso que representa a los terratenientes
77 Véase los reportajes en Veja, ne 1491, 16 de abril de 1997* especial mente «A loriga marcha» (La
larga marcha), págs. 54-5 5; «Condenados a luta» (Condenados a la lucha), págs. 36-41; y «O radical da tra-
digSo» (El radical de tradición), págs. 46-48, en el que se retrata aí líder del M ST, Joao Pedro Stedile,
78 Citado de una entrevista concedida a Veja, ny 15 07, 6 de agosto de 1997, págs. 12-13,
79 Véase Veja, ns 140*, 16 de agosto de 1995, págs. 57-38.
So Véase el detallado reportaje en Veja, nQ144'. 14 de abril de 1996 («Sartgue cm Eldorado»),
págs. 34-39.
■ SOMBRAS D fcV It H.KNCIA Y T R A N SIC IÓ N P O LÍTIC A t',N B R A SIL ¿43
c intenta evitar una modernización más rápida de las relaciones sociales en las
zonas rurales. Al mismo tiempo, los estallidos de violencia contra los manifestantes
y los ocupantes rurales ponen seriamente en duda la efectividad del imperio de la ley
en Brasil.
temor entre la población de la ciudad, sino que también difuminó en buena medida
la distinción entre orden y violencia «oficial» y «criminal».
En primer lugar, el aumento de las actividades criminales relacionadas con la
droga incitó a la policía a incrementar su ya arraigado hábito de utilizar la violen
cia indiscriminada contra los habitantes de las ja vd a sdurante las denominadas ope
raciones relám pago contra las bandas v los señores de la droga. Tales métodos
operativos están, en parte, engranados en las prácticas policiales tradicionales y están
además estimulados por la presión de los políticos y la opinión pública de clase media
para enfrentarse al problema de la delincuencia y la ilegalidad. En segundo lugar,
¡leva a una situación en la que los habitantes pobres de las (¡m ías viven en un cons
tante estado de temor a quedar atrapados en la violencia que surge de los enfrenta
mientos entre bandas rivales, o entre los criminales y los garantes oficiales de la ley
y el orden. Esto, a su vez, dio a las bandas de narcotraficantes organizadas en lasJare
tas la oportunidad de instaurar en ellas estructuras alternativas de ley y orden. Leeds
ha documentado cómo los líderes de las bandas imponen su control mediante el uso
de distintas combinaciones de servicios y amenazas, dando lugar a una estructura de
poder paralela en los vecindarios pobres controlados por los líderes de la delincuen
cia y sus bandas armadas. En algunos casos, como en la conocida favela de Roginha,
estas prácticas se extendieron a los vecindarios próximos de clase media-alta cuando
los habitantes acomodados también se dirigieron a los líderes de las bandas en bus
ca de orden y de un cierto grado de seguridad.
Por último, en Río de Janeiro especialmente, numerosos miembros de las fuer
zas policiales civil y militar han estado implicados en actividades delictivas como ase
sinatos, secuestros y tráfico de drogas. Esto se hizo evidente en los resultados de la
explosión más infame de violencia de los noventa: el asesinato de veintiún habitan
tes de la favela Vicario Geral el 30 de agosto de 199 3. Inmediatamente se sospechó que
el grupo de pistoleros fuertemente armados y enmascarados que había llevado a
cabo los asesinatos estaba formado por miembros de las fuerzas policiales militares
y civiles f En el curso déla investigación, se obtuvo una serie de declaraciones que
im plicaban a oficiales de la policía en asuntos de extorsión y tráfico de cocaína.
Se extendió la sensación de que la policía de Río era incapaz de cumplir con sus fun
ciones. Se dibujaron estampas poco prometedoras (por ejemplo, en la Escola Superior
de Guerra), en las que se veía cóm o, en un futuro próxim o, la ciudad estaría gober
nada por los mañosos y sus ejércitos privados, de manera que «[IJos poderes cons
tituidos [...] tendrán que solicitar la participación de las Fuerzas Arm adas para
emprender la difícil tarea de enfrentarse a esta horda de bandidos, para neutrali
zarlos, e incluso para aniquilarlos, de manera que se puedan mantener la Ley y
el Orden»
E n año después, en noviem bre de 1994, las autoridades estatales y federa
les decidieron lanzar una intervención federal en Río de Janeiro enviando unidades
armadas a las favelas para enfrentarse a las bandas de narcos. T.a intervención, denomi
nada Operando Rio, repetía una breve experiencia anterior en la que se había utilizado 8
8) Véase Istoli, n5 049, especialmente el reportaje «Exterminio ern gotas». Véase también f.eetls,
«Cocaine and Paral leí Política», págs, f>5-6 (i, y Ventura, C.idade partida.
84 Citado de un documento no publicado del ESG en IsioFi, np 1149, 8 de septiembre de 199 5,
Págs-
S( i.WBRAS n i . VIOLENCIA VTRANSICIÓ N P<>U TICA I.N BRASIL 245
C o n c l u s ió n
¿Que han dicho los doctores? Dicen que en lugar de curar ciertas enfermedades, hay
que aprender a vivir con ellas [...] Por lo demás, el organismo del Señor Presidente, a
pesar de su edad, tiene una capacidad asombrosa de recuperación y las crisis hasta te sir
ven de catarsis emocional ’ .
1 La cita proviene de la novela corta de Solis, Hlgran elector (pág. 15), en la que el autor describe las
conversaciones mantenidas entre un presidente que lleva en el poder más de sesenta años y su secretario
personal.
1 Knight, «Mexico's Elite Settlcment», pág. 1 1 1-
24K W ÍI. PANSTF.RS
j En 1991, Fernando Pérez Correo escribió: «En México hay un debate abierto, auspiciado por la
cultura del cambio» (citado en Barros [ [orcasiías rt a l., Transición, pág. 4X4).
9 Monsiváis, «Duración de la eternidad», pág. $9.
5 Camin, «L.a obligación del mundo», pág. 49 (énfasis añadido).
T R A N SIC IO N V IO LE N C IA . RFÍFt.EX IO N ES S O B R E E l. CAM IIIO l’O LIT IC O EN M EX IC O 249
6 César Cansino puhlicó recientemente una lista de variaciones en las definiciones propuesias del
autoritarismo mexicano. Por lo general, México se considera un caso excepcional. Véase Cansino, C)ins
truir la democracia,págs. 171-172,
7 Hay elecciones casi para tocias las posiciones oficiales en México, y también para puestos no
administrativos.
8 Cuantío Salinas de Gortari pareció siquiera coquetear con la idea de la posible reelección» el ex
presidente suscitó inmediatamente el rechazo general.
2^0 VX'IL PA N ST ER S
medida en que ha movilizado las energías y abierto oportunidades para quienes bus
can acceder a los círculos políticos. Durante las décadas inmediatamente posteriores
a la fase armada de la revolución, este principio se tradujo en que los componentes de
las hasta entonces clases subordinadas tuvieron la posibilidad de escalar a los puestos
más altos del Estado post-rcvolucionario <J. Dicho grado de institucionalización
política y jurídica contrasta claramente con la eliminación de garantías constitucio
nales ejercida frecuentemente por los gobiernos militares autoritarir >s en otras partes
de América Latina. También ha supuesto un dique de contención frente a lo que
Whitehead denomina «manifestaciones de inestabilidad plebiscitaria» en periodos
de transición9 I0.
E l espacio reservado a la soberanía popular se redujo a la mínima expresión desde
el momento mismo de su proclamación debido a la fuerza expansiva del intervencio
nismo estatal, Los artículos constitucionales que permitían la intervención del Estado
surgieron como colofón al proyecto social de la revolución y, desde entonces, han
constituido una poderosa forma de legitimación. Durante décadas, la ideología revo
lucionaria ha marcado de manera efectiva los límites del debate público, conteniendo
así la aparición de discursos políticos alternativos. Dicho ideario actuó como una
fuerza uniñeadora y supuso el fundamento de legitimación exclusiva del poder políti
co, obstaculizando de ese modo el desarrollo del pluralismo ideológico. Para poder
materializar los derechos sociales constitucionales (en especial con respecto a la tierra,
el trabajo y la educación), el Estado se adjudicó una importante prerrogativa sobre los
recursos del país y la autoridad para redistribuirlos. El vastísimo programa de repar
to de tierras, en particular durante la presidencia de Lázaro Cárdenas, en la segunda
mitad de los años treinta, es un claro ejemplo de cómo una burocracia inmensa, con
trolada desde la capital federal, organizó y supervisó la reforma agraria.
Los campesinos que lograron beneficiarse de la reforma agraria se organizaron
en agrupaciones corporativistas vinculadas orgánicamente al partido revoluciona
rio. D e este modo, el fortalecimiento de la posición negociadora del movimiento
sindical se debió también a su conexión con el régimen y el partido revoluciona
rio. Sin embargo, la estructuración del campesinado, los trabajadores y otros grupos
populares en movimientos corporativistas convirtió a estos mismos grupos en recep
tores subordinados de las políticas gubernamentales. En la medida en que estos
mecanismos de incorporación organizativa quedaban ligados a unas políticas de
reforma y distribución que también fomentaban la emancipación política y cultural,
aunque de forma paternalista, el gobierno se aseguraba el apoyo de las bases socia
les. Pero cuando se fueron abandonando estas medidas reformistas, lo que había
comenzado como un proceso de transferencia de poder al pueblo se transformó en
un instrumento de control, con lo que las formas activas de participación ciudadana
se redujeron drásticamente.
El pacto corporati vista surgido en los años veinte y treinta, y consolidado en los
cuarenta, constituye uno de los pilares del régimen autoritario mexicano, además de
ser el responsable de su carácter inclusivo y, en parte, de la longevidad del sistema.
9 Un relato ficticio de este tipo de ascensión política se puede encontraren Camp, Memorias. La
narración encuentra su hase en los amplios estudios de Camp acerca del desarrollo de la élite políti
ca mexicana enel sifjlo XX.
lo Whitehead, «The Peculiarities of Transition a la mexicana», pito 115.
TRANSICIÓN 1' Vl( )IENCIA.RI:,ri,r-:XInNT,S SOBRE EL CAMBIO POLÍTICO EN MLXICO 25 I
o Véase el perspicaz artteulo de Hernández Rodriguez «Difícil transidún», págs. ijü-340. ()ims
autores sostienen que es difícil aceptar que las elecciones de las primeras décadas fueran meros rituales.
Véase Molinar Horcas)tas, Tiempo da U legitimidad. También refrendan este argumento los estudios reali
zados sobre procesos políticos regionales. Véase, por cj,, Rubin, «Popular Mohilization»; Pansters, «Citi-
zens with Dignityv.
12 Como he señaladoenotra parte, no se tratóde unproceso de«borrón y cuenta nueva». Los blo
ques de poder con base icrrittirial han seguidodesempeñando un importante papel en el funcionamiento
del sistema político mexicano, perodesde el final de los años treinta dejaron de ser el único pivote sobre
e) que giraba el poder político. Véase Pansters, P o litics and Power.
13 FJ desarrollo histórico del federalismoestá recogido en tos capítulos de üarmagnani, Federalis
mos latinoamericanos, dedicados a México,
252 W IL P A N ST E R S
lo que se ha insinuado, las recientes medidas descentral izad oras no han modificado
esta situación de manera sustancial '4. El centralismo político y administrativo está
apuntalado por la ideología del nacionalismo revolucionario, fundamental en el
intento por conseguir la unidad y el monopolio del espacio político. La exaltación de
la ra^a cósmica tiene mucho que ver con la unificación de la familia revolucionaria y la
exclusión de proyectos políticos alternativos. 1 ,as ideas tan ensalzadas de la mexica-
nidad y la construcción nacional han tenido su epítome en el partido revolucionario
y, sobre todo, en la fuerza centrípeta de la presidencia. Si el ámbito preeminente de la
expresión ciudadana es el municipio, la organización centralista de fado del poder
político y la posición subordinada de las instituciones en teoria representantes de la
soberanía popular (el parlamento) y garantes de los derechos individuales y colecti
vos (el poder judicial) son serios obstáculos para la realización de los principios libe
rales de la Constitución, En suma, el presidencialismo ubicuo, el corporativismo
estatal, el centralismo rampante, el carácter secundario de las elecciones como forma
de legitimación política y la cerrazón discursiva (todo ello articulado por un pode
roso partido único) han constituido, en términos generales, las piedras angulares del
autoritarismo mexicano.
J unto con el crecimiento económico sostenido, estas instituciones políticas cla
ve han sido las artífices de la estabilidad política en el México de la posguerra. La cara
más fea del autoritarismo, la represión violenta por parte del Estado, permaneció
oculta la mayor parte del tiempo, al menos en el ámbito político nacional (véase
también el capítulo ; de este volumen). No obstante, si la elite gobernante lo consi
deraba necesario, se recurría a la fuerza sin dudarlo. Se reclamaba al ejército y la
policía para disolver huelgas, expulsar a campesinos y reprimir las protestas estu
diantiles y demás formas de manifestación. También se utilizaba la violencia contra
la oposición política, por lo general en el ámbito local, y de manera especial con los
disidentes dentro del mismo PRI.
Según muestra esta panorámica del autoritarismo mexicano, el Estado colonizó
la sociedad civil hasta el punto de obstaculizar la constitución misma de actores
sociales con capacidad de expresión y representación política propias M. Frente al
poderoso Leviatán, la sociedad civil mexicana no parecía sino una frágil criatura.
Según Loacza, la autonomía decisiva del Estado, frente a la posición subordinada y
dependiente de la sociedad civil, forma el núcleo del autoritarismo mexicano .
A u t o r it a r is m o y c a m b io
funcionamiento del sistema entre aproximadamente 1940 y 1970 creara las condi
ciones para una disfunción cada vez mayor del mismo, El éxito del modelo mexica
no de desarrollo basado en la sustitución de importaciones, un sistema fomentado de
manera decisiva por el régimen político, tuvo un profundo impacto en la estructura
social del país. La aparición de una clase media urbana y de una burguesía fuerte
mente protegida alteró el paisaje social en el que se había gestado el sistema político
durante el mandato de Lázaro Cárdenas. Entonces, M éxico era todavía una socie
dad predominantemente rural, con un número significativo de bolsas urbanas
industriales y con una memoria reciente de la confrontación civil que había destro
zado el país.
Las instituciones corporativistas creadas en el periodo cardenista se correspon
dían ¿rorro modo con la estructura social existente; una ordenación que también se
veía reflejada en la consolidación de un sistema presidencial fuerte y centralizado
como respuesta a las amenazas de levantamientos militares y fragmentación política.
Pero los procesos de industrialización y urbanización del país dieron lugar a una
sociedad más diversificada y compleja. Los efectos políticos se pudieron comprobar
enseguida. Ya en 1946, el presidente Avila Camacho incluyó al sector popular en la
organización interna del P R 1, y desde ese momento su participación en el partido no
ha hecho sino crecer. El primero en experimentar los efectos de las cambiantes
relaciones entre las fuerzas sociales y políticas fue el sector del campesinado (la
Confederación Nacional Campesina, CN C). En el momento en que las políticas
desarrollistas empezaron a tener cada vez menos arraigo dentro del sector industrial
y de la agricultura comercial a gran escala, los ejidatarios y pequeños propietarios
perdieron rápidamente una gran parte de su poder de influencia y negociación. No
es de extrañar, por lo tanto, que el sindicalismo organizado se beneficiara del forta
lecimiento del sector urbano e industrial. El cambio socioeconómico también con
tribuyó a aumentar el nivel educativo y de alfabetismo, el acceso a la información y
mayores posibilidades para viajar.
Después de más de tres décadas de desarrollo vigoroso en el plano socioeco
nómico, los pequeños y medianos empresarios, los profesionales, los empleados
«informales» y los desempleados entendieron que no tenían cabida en el sistema
corporativista de mediación de intereses , y que los principales receptores y bene
ficiarios eran las clases medias urbanas. E l movimiento estudiantil de 1968 se consi
dera, por lo general, la primera expresión (violenta) de las tensiones que fueron
acumulándose entre las cada vez más diversificadas fuerzas sociales y las institucio
nes políticas del pais. Dado que en 1968 los estudiantes exigieron el reconocimiento
de sus derechos civiles y atacaron la monopolización del espacio público ordenada
por el Estado, se ha tomado esta fecha com o el primer signo de emancipación de
la sociedad civil. El régimen reaccionó con la reforma política de 1977-78, que preten
día canalizar el descontento hacia el sistema electoral. El entonces presidente Eche
verría apuntó en aquella ocasión que la reforma trataba de «incorporar au n mayor
número de ciudadanos y fuerzas sociales al proceso político institucional» ‘9.
Se esperaba que la reforma política diera fruto de una manera gradual, pero la cri
sis económica de 1982 no sólo abortó esa posibilidad sino que agudizó sensiblemente
el descontento social. Las fuerzas sociales que habían estado fermentando durante las
décadas previas consiguieron articularse politicamente tanto dentro como fuera del
ámbito del partido gubernativo. También se multiplicaron las alternativas electo
rales, aunque en muchos casos fueron volátiles y de carácter contestatario. Uno de
los logros más significativos fue la victoria de! PAN en algunas ciudades importan
tes del estado de Chihuahua en 1983, lo que provocó la aparición, por todo el norte
del país, de un sector panista más agresivo con una gran influencia en el ámbito
nacional. De este modo, las elecciones se estaban empezando a convertir en la única
forma de legitimación y soberanía política para políticos y analistas, un aspecto que
se vio reflejado en las repetidas disputas post-electorales (la aceptación tranquila
de las figuras oficiales parece ser la excepción hoy en día) y en el modo en que se vio
obligado el gobierno de Salinas a negociar con la oposición algunos aspectos tras
cendentales de la reforma electoral. Además, la insistencia de la élite gubernativa por
llevara cabo la reforma del PRI para mejorar sus resultados en las urnas y la presen
cia generalizada de comités ciudadanos como observadores del proceso electoral (a
veces asistidos por delegaciones extranjeras) apuntan a la creciente importancia de las
elecciones. Por otra parte, las múltiples reformas de la legislación electoral en los últi
mos años han reducido el margen de maniobra y la posibilidad de fraude de quienes
están en el poder. 1.as elecciones presidenciales de 1994, y sobre todo las de 1997.cn
las que el P R I perdió el control de la capital del país y su mayoría en la Cámara de los
Diputados, son una prueba fehaciente de ello. Desde este punto de vista, habría que
concluir que la creciente competitividad y la reforma electoral han contribuido a
redefinir la relación de desequilibrio entre el Estado y la sociedad c iv illa.
Si la emancipación de la escena electoral supone una prueba del «despertar» de la
sociedad civil, las reacciones populares ante los terremotos de 1981 han reafirmado
este argumento. La aparición espontánea de numerosas organizaciones de «autoayu-
cla» como respuesta a este desastre transmitió la imagen más negativa de un Estado
mal equipado y escasamente preparado para hacer frente a este tipo de situaciones, y
reforzó la idea de que era posible resolver los problemas más graves sin su media
ción 11. Los movimientos populares surgen de cada rincón de la sociedad, muchos
de ellos con el ob jetivo de reivindicar determ inados derechos y conseguir fo r
mas más efectivas de representación política. Recientemente, Foweraker ha señala
do que estos colectivos han dejado de rechazar el sistema político per se, y, en su
lugar, tratan de asegurarse el reconocimiento institucional. Con ese objetivo, cons
truyen vínculos con los sistemas legal e institucional de gobierno, siempre en con
junción con acciones directas y m ovilizaciones colectivas “ . Según Haber, los
m ovim ientos populares han sido parte integrante del cam biante paisaje p olíti
co m exicano y su función principal ha sido de control del gobierno 1}, Estos y20 13
20 Este artículo fue escrito originalmente en 1998, La pérdida de las elecciones presidenciales en
2000por ci PRI -la primera en más de siete décadas- nohace sino subrayar la anterior argumentación (N.
del Autor para esta traducción).
2 1 Este y otros ejemplos de organización popular hicieron que algunos autores señalaran que la
sociedad civil se estaba organizando en realidad desde ahajo. Este argumento fue refutado más tarde por
Zcrmeño, quien apuntó certeramente que la mayoría de estas organizaciones no fueron muy duraderas.
Véase Zermeño, «Crisis, Neo!ibera]ismand Disorder».
22 Foweraker, Popular Al'owmenis.
23 Haber, «Cárdenas», pág, 14 2 ,
T R A N SIC IÓ N V VIt 11.LINCEA. R K R ..G X IO N E S SO BR E H LLA M I'JK ) PO LÍTICO IÍN MF.XICX) 2-j <¡
24 Cornelius, « O v e r V i e w » , p á g . 2 .
25 Con la importante excepción de la revuelta estudiantil de 196K,
¿6 Miinck, «Attcr the Transition».
ís 6 W II. P A N ST E R S
E leccio n es
política, como prueba la nueva victoria del PAN en la Baja California y su espec
tacular conquista de los importantes estados de [alisen (que cuenta con la segunda
ciudad más grande del pais, Guadalajara), N uevo León (con la próspera Monterrey)
y Querétaro. De esta manera, ha quedado bien de manifiesto que el PAN tiene la
capacidad de penetrar politicamente en el corazón de México.
Pero este avance aparentemente claro en la dirección del pluralismo político
presenta un lado más oscuro que pone en entredicho su verdadero alcance. Las vic
torias electorales dei PAN en las provincias no se pueden disociar de los aconteci
mientos políticos sucedidos en el ámbito nacional. En este caso, el gobierno de
Salinas se vio obligado a negociar con la dirección del PA N (algo, de suyo, salu
dable desde un punto de vista democrático) algunas cuestiones políticas fundamen
tales. Las largas y difíciles discusiones entre el PAN y el PRI acerca de la reforma
electoral sólo llegaron a su fin a comienzos de 1989, cuando se alcanzó un acuerdo entre
la dirección del PAN y el ministerio del Interior (pero no en ei parlamento). Estas
negociaciones condujeron a la creación de la denominada «carta de intención», por
la que el gobierno suscribía las modificaciones de la ley electoral que contemplaba el
PAN . El P R I negó, en primera instancia, la existencia de tal acuerdo, que en las
filas del PAN también dio lugar a conflictos entre facciones Se cree que a camhio
del apovo parlamentario panista a las iniciativas políticas del gobierno (que se
encontraron por lo general con el rechazo de la oposición de centro-izquierda), el
gobierno aceptó las victorias electorales del PAN tras negociar con la dirección de
este partido. Así, lo que parece aperturtsmo democrático es, a la vez, el resultado
de los pactos suscritos entre las élites políticas y entre bloques corporativos. Este
argumento se confirma si nos fijamos en la polvareda que se levantó entre las agru
paciones locales de priistas por lo que éstos interpretaron como actos de traición de
la elite nacional. En 1989, los miembros del PRI de la Baja California consideraron
que el presidente del partido, Luis Donaldo Colosio. había roto las reglas (oficiosas)
del mismo al reconocer la victoria del candidato panista en las elecciones a gober
nador, Ernesto R uffo, cuando ellos ya habian anunciado la victoria del P R I ,2. El
presidente municipal de Mérida (Yucatán) fue depuesto en 1993 quince días
después de hacerse cargo de su puesto. En medio de las protestas de fraude y en un
claro intento por resaltar los esfuerzos democratizadores de México poco antes de la
entrada en vigo r del N A F T A , se decidió en los despachos gubernamentales de
Ciudad de México que el candidato del PA N , Correa Mena, fuera el nuevo alcalde.
Esta decisión enfureció a los priistas locales, que organizaron una serie de concen
traciones de protesta n . La conquista de espacios políticos por parte déla oposición
fue, por lo tanto, una transición «elitista y negociada», dirigida en último término al
mantenimiento de las condiciones y los mecanismos que permitían a la elíte perma
necer en el poder en el ámbito nacional,4.
La política mantenida hacia la oposición no sólo dependía de los pactos entre las
elites sino que también era selectiva ” , Mientras el PAN y Salinas dialogaban, el312*4 5
17
2^8 W IL PAN STF.RS
P R D tenía que hacer frente a las viejas estrategias cid PRI y de los grupos locales y
regionales de poder. Los casos de Michoacán y Guerrero, y más tarde ¡os de Nayarit,
Chiapas y Tabasco, demuestran que el régimen aplica criterios diferentes a cada opo
sitor político. Esta situación de ambivalencia concede veracidad a la hipótesis de
que aunque se está consolidando cierta forma de legitimidad electoral en algunas
regiones mexicanas, en general, el resultado de los com icios sigue dependiendo
de los pactos políticos. Durante la presidencia de Salinas, la lógica democrática de la
legitimidad electoral, que presupone la ocupación de un cargo únicamente en virtud
de los sufragios emitidos por los ciudadanos, seguía subordinada a la lógica de
los pactos entre los diferentes actores políticos. N o es ninguna sorpresa que el
único partido opositor capaz de capitalizar sus resultados electorales haya sido el úni
co dispuesto a alcanzar acuerdos en temas de gran importancia para el régimen. Este
argumento no pretende subestimar los esfuerzos organizativos y electorales del PAN
o el índice de apoyo popular obtenido por este partido, como tampoco sobrevalora
los resultados electorales ni el grado de seguimiento del P R D . Solamente indica que
en la trastienda del acceso de la oposición al poder se están llevando a cabo pactos
silenciosos, unas prácticas políticas que probablemente estén teniendo lugar en
los despachos del ministerio del Interior en la Ciudad de México.
La disputa electoral de San Luis Potosí, en 1991, puede arrojar más luz sobre este
particular. A llí, ni el PAN ni el P R D salieron victoriosos, sino un verdadero m ovi
miento político regional, el Frente Cívico Potosino, liderado por Salvador Nava. Las
elecciones a gobernador de 1991 en San Luis Potosí y el estado vecino de Guanajua-
to coincidieron con las importantes elecciones parlamentarias intermedias (a la mitad
del sexenio presidencial). En San Luis Potosí, los comicios confrontaron al priista
Fausto Zapata con el anciano y prestigioso Nava, que había logrado crear una excep
cional coalición con el PR D , el PAN y el PD M . Las elecciones se vieron salpicadas
por distintas formas de fraude, y la inscripción de votantes estuvo condicionada por
tuertes intereses partidistas. San Luis Potosí es un ejemplo claro de un estado en el
que las principales áreas urbanas están dominadas por la oposición, mientras que las
zonas rurales más atrasadas, sobre todo la Huasteca, votan al PR I. Com o era de
suponer, los bastiones del P R I registraron, con diferencia, el número mayor de ins
cripciones de votantes. Durante la campaña, el P R I utilizó sus conocidas estrategias
para influir en el sentido del voto: control absoluto de los medios de comunicación
locales, fondos desmesurados para propaganda electoral, acusaciones contra la opo
sición por incitar a la violencia, etc. El fraude pre-electoral continuó con un fraude
aún mayor durante las propias elecciones i('. Sin embargo, la prensa local declaró
vencedor a Zapata incluso antes de cerrarse los colegios. Aunque había suficientes
pruebas de fraude, N ava se negó a meterse en el laberinto jurídico-electoral y, en su
lugar, organizó un movimiento de resistencia civil.
La tensa situación de San Luis Potosí cobró un inesperado interés cuando el
candidato a gobernador por el PRI en el estado vecino de Guanajuato presentó su
dimisión tras unas elecciones también fraudulentas y un panista asumió el puesto con
interinidad. Dado que el gobierno federal se mostraba dispuesto o se veía forzado a3
analista, Salinas no hubiera podido llegar a presidente sin ella Tras estas eleccio
nes, com enzaron los preparativos para una nueva reforma, que el parlamento
aprobó en 1990. Pese a que se produjeron algunos avances, como el aumento de la
financiación de los partidos y una mayor regulación del acceso partidista a los medios
de comunicación de masa, el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Elec
torales contenía muchas cláusulas que salvaguardaban el control presidencial y
priista del proceso electoral: la cláusula de gobernabilidad fue modificada pero no
eliminada; los miembros del Tribunal Federal Electoral se elegían a partir de una lis
ta elaborada por el presidente; el Instituto Federal Electoral estaba controlado por
personas nombradas por el presidente y por delegados priistas; y los miembros de las
mesas electorales eran elegidos por los presidentes de distrito, quienes, a su vez,
dependían de un aparato burocrático controlado desde las instancias federales. Como
respuesta al aumento de alternativas políticas, el régimen introdujo una aparente
liheralización de las leyes electorales, que, sin embargo, no consistía sino en una
m ayor sofisticación legislativa con el fin de reforzar «los mecanismos de seguridad
del sistema para mantener controlados los resultados electorales y garantizar al PRI
la presidencia y una mayoría en la Cámara de D iputados»39 40. En 1996, después de
veinte meses de tensas y duras negociaciones, el gobierno de Zedillo y algunas fuer
zas principales de oposición aprobaron otro nuevo conjunto de reformas electorales.
Entre las características más importantes de este bloque de reformas se encuentra la
que establece que las elecciones ya no las organizarían los funcionarios del gobierno
sino los ciudadanos, y que el Instituto Electoral Federal pasaría del ministerio del
Interior al poder judicial. Estas nuevas reglas dieron sus frutos en las elecciones par
lamentarias de 1997. Pero pese a los avances logrados con las reformas electorales,
hay que tener en cuenta la otra cara de la moneda. Cansino ya señaló recientemente
lo paradójico de los efectos y las funciones del reformismo electoral continuado.
Según su acertado análisis, mientras que los sistemas políticos basados en una demo
cracia consolidada pueden adaptar sus instituciones a un medio cambiante para per
feccionar sus funciones (eficiencia y logros del sistema), en aquellas sociedades cuyo
sistema está inundado de prácticas antidemocráticas, como en México, el reformis
mo institucional es, principalmente, un mecanismo de legitimación. Así, en lugar de
considerar las continuas enmiendas a los aspectos legales e institucionales del siste
ma político como un signo de verdadera democratización, también se han de ver
como consecuencia de la necesidad que tienen las reticentes elites de obtener (pro
visionalmente) consenso y legitim idad414 2.
C O R PO R A TIV ISM O
39 Gómez Tagle, «Electoral Rcform», pág. 8o. Otro análisis excelente y detallado de la reforma
electoral de 1986 es el de Emilio Kricgcr, «Derecho electoral»,
40 Gómez Tagle, «Electoral Reform a pág. 86.
41 Cansino, Concfruir la democracia, págs. 191-192.
42 Hurtado, «Características», pág. 135.
T R A N SIC IO N V V IO LEN C I A. R E F L E X IO N E S S O B R E EL CAM BIO PO LÍTIC O UN M ÉX IC O 26 T
E l h o r iz o n t e t e m p o r a l
supuso una ruptura comparable con la retirada de los generales del poder en Sud-
américa, como tampoco se puede comparar con los dramáticos acontecimientos
que pusieron término a la guerra civil en Cent roa mé rica. Un España, el pistoletazo
de salida de la transición fue la muerte del caudillo y en Filipinas, el derrocamiento de
la dictadura. En el caso de México, no hay una opinión unánime sobre la delimita
ción temporal. Según Cisneros, no se trata de un asunto meramente académico por
que afecta directamente a nuestra interpretación del fenómeno de la liberalización
política y la transición Afortunadamente, el reciente proceso político mexicano
dispone de otros hitos para localizar el comienzo liberalizador. En un artículo ante
rior a las espectaculares elecciones de 1988, Kevin Middlebrook situaba el arranque
del proceso de liberalización democrática en la iniciativa de reforma política del
gobierno de López Portillo entre 1977 y 1978. Esta reforma facilitaba la inscripción
de partidos opositores y, en general, ampliaba los cauces de movilización y repre
sentación política. Se trataba también de la respuesta del gobierno y el partido
gubernativo a una serie de elementos que mermaban la capacidad y legitimación
del PR I. Aunque los efectos generales de este proceso de liberalización política fue
ron limitados, según Middlebrook, esto «marcó un importante punto de partida
para la política mexicana»''.
F,n el contexto de lo que en ocasiones parece una búsqueda neurótica del
comienzo de la supuesta transición política mexicana, se ha propuesto repetidamen
te el año 1968 como un importantísimo punto de inflexión. Según estos argumentos,
el movimiento estudiantil (con el apoyo implícito de la clase media) constituyó la pri
mera forma de contestación abierta al sistema de gobierno de partido único. Las
demandas de una m ayor participación ciudadana y de transparencia y responsabi
lidad política por parte del gobierno plantearon un conflicto acerca de la dirección
política de la sociedad mexicana. Se trataba de un movimiento que iba mucho más
allá de las cuestiones de autonomía universitaria y que buscaba potenciar un ejerci
cio de la ciudadanía más efectivo. Aunque el turbulento verano de 1968 acabó con
una brutal represión, sus efectos a largo plazo son tan profundos que existe, «entre
esta experiencia 1 1968] y la eclosión electoralista que desde julio de 1988 preten
de poner fin a la hegemonía del partido oficial, una línea de continuidad» u . Flstas
consecuencias van desde la modificación de determinados valores y actitudes, pasan
do por una reorganización de las alianzas de clase dentro de la elite gobernante (en
favor de las clases medias urbanas yen detrimento de los sectores corporati vistas tra
dicionales), hasta el afianzamiento de la opinión pública como factor político. Para
algunos, fue la violenta represión del movimiento estudiantil de 1968 la que provo
có la aparición de ideologías y líderes de lo más diverso por toda la sociedad. En los
barrios urbanos y las comunidades campesinas, entre los profesores y los trabajado
res, estaba oculta la semilla de una nueva cultura política que abonó el terreno para
lo que seria, en último término, el brote electoral de 1988 Aunque no se debe
infravalorar la importancia política y simbólica de los sucesos de 1968 ni sus conse
cuencias en la evolución posterior, queda sujeta a debate la cuestión de si fue en51*4
El u n iv e r s o d b l e a l t a d e s prim o rd iales
S6 Después de laelección de Cárdenas como alcalde de Ciudad de México, es posible que algunos
autores establezcan 1997 como el «verdadero» punto de partida de la transición,
57 Cisneros*«Modelos», púgs. 75 76.
58 O’Donnell y Schmitter, Transiciones: Conclusiones tentativas, pág. 19. Pérez Correa afirma que en
México no hay, en realidad, necesidad de transición (democrática) ya que si hubiera una definición
amplia de democracia que fuera de aplicación a las esferas social, económica, cultural y política* México
llevaría tiempo atravesando un prolongado proceso de «democratización gradual y sostenida». Véase
Pérez Correa, «Reflexiones». [Áspero poder demostrar más adelantepor qué noestoy de acuerdo con esta
interpretación.
TR ANSICtÓN V VIOLENCIA. REFLEXIO N ES SODRE EL CAMBIO POLÍTICO P.N M f'iXIQ ) zf>í
monopolizó los medios de comunicación de masas, creando de ese modo serios pro
blemas para los directores de campaña de este último. Cuando Colosio murió asesi
nado unos meses más tarde, las tensiones entre Camacho y los líderes del partido
alcanzaron un grado desconocido. Durante el entierro de Colosio, Camacho estu
vo a punto de sufrir el ataque (físico) de una multitud de priístas enfurecidos. En
esos momentos, abundaban los rumores acerca de su posible participación en el ase
sinato e incluso en la revuelta de Chiapas. Al haber roto voluntariamente las reglas
informales del juego de poder, y haber intentado sobrevivir a su derrota en la can
didatura presidencial, Camacho recibió su acta de defunción política con la muerte
de C o lo sio ’ 9.
La articulación de «intermediarios de poder» por medio de sofisticadas redes
personalistas es uno de los factores que mejor pueden explicar la falta de indepen
dencia de los órganos legislativo y judicial, un elemento fundamental del autorita
rismo mexicano. Los puestos clave dentro de estas instituciones (magistrados, lider
de la mayoría parlamentaria, presidentes de comités parlamentarios importantes)
recaen casi siempre en personas nombradas directamente por el presidente o con la
mediación del partido gubernamental. En ambos casos, pertenecen a los círculos de
la «familia revolucionaria». La metáfora familiares importante aquí porque se refie
re a un universo en el que las relaciones políticas están reguladas por el parentesco
(real o no), la amistad y las relaciones personales"0. La lealtad persona! al líder de
la camarilla o al presidente mismo, y no (necesariamente) el impersonal trabajo buro
crático, constituyen la esencia de estas relaciones. Esto no quiere decir que la gestión
administrativa o burocrática sea irrelevante, sino simplemente una función del cum
plimiento de las lealtades personales. Eficiente esquíen lleva a cabo un trabajo que le
ha delegado su superior sin causar ningún problema político para éste, su camarilla
o facción. Si el éxito de dicha misión supone alguna vez tener que hacer algo en el
límite de la ley, o incluso fuera de ella, el funcionario puede estar seguro de que
contará con la protección de su superior. Las relaciones de lealtad personal, por lo
tanto, están basadas en último término en la reciprocidad y la confianza mutua, una
presuposición que permite a las personas mantener operaciones de intercambio en
circunstancias inciertas, cambiantes y extrem as61.
Si las camarillas son un vehículo importante de cohesión para el régimen en el
vértice superior de la pirámide, los mecanismos que las vinculan con los órdenes
inferiores de la jerarquía social, desde la fábrica hasta el ejido y el mercado, son el
clientelismo y la «intermediación». Como mecanismo de intercambio entre personas
de diferente posición social, el clientelismo o patronazgo ha funcionado siempre en
México en circunstancias muy diversas desde un punto de vista histórico y social.
Tanto si el intercambio se producía en los años treinta entre un funcionario del
Departamento Agrario y campesinos pobres, entre pobladores urbanos y un res
ponsable de distrito del partido gobernante en Chalen, como si lo hacía entre un
rector de universidad y sus estudiantes, en todos los casos se trataba de relaciones de5
T r a n s i c i ó n , v io l e n c ia y m ie d o
Ea idea de que la lógica personalista forma parte del engranaje cotidiano del sis
tema político no es algo exclusivo de México. Pero el hecho deque el sistema políti
co autoritario de M éxico esté tan centralizado, el poder tan concentrado en la
presidencia en perjuicio de las otras divisiones del poder, y que los grupos organi
zados dominantes participen en el partido gubernativo, o estén vinculados de algún
modo a él, hace de México un país especialmente susceptible a la dinámica y las
características de la lógica personalista. Esto tiene importantes efectos en los discur
sos de la modernización y la transición democrática. E l sesgo institucionalista de
estos discursos arroja luz sobre la necesidad de que se produzcan determinados cam
bios de carácter legal e institucional para poder construir una sociedad más plural,
abierta y democrática. Pero si así se ignora el fenómeno político de las camarillas, será
difícil lograr el objetivo democrático por com pleto. La efectividad de! cambio y
la reforma institucional dependen tanto de los procesos socioeconóm icos como
de los códigos culturales que regulan el universo de lealtades primordiales. La
pobreza de una gran parte del debate actual sobre la transición reside precisamen
te en limitar la noción de democracia al ámbito de las elecciones y calibrar «la salud
moral de la nación únicamente teniendo en cuenta si las últimas elecciones fueron
justas y “ transparentes1'» <>l>.
A lo largo de la historia post-revolucionaria de México, el funcionamiento del
sistema político, de la economía y del repertorio cultural personntisra ha conseguido
crear cierta forma estable de articulación (autoritaria). La política de camarillas se
infiltró en la burocracia del Estado, pero el ritmo electoral y el principio de «no
reelección» se ocupó de que hubiera una circulación continua de la elite, aunque
siempre dentro de los confines del partido gobernante. Ea latitud ideológica del
PRI permitió que se produjeran cambios pendulares de orientación en la acción polí
tica, lo que hizo posible que los diferentes grupos y sectores adquirieran cierto
í>7 Guillen 1 ene/. «Social ¡te.I- ,: Ol' .' e Véase también su articulo «Poiitícal Culture».
6S Véase Guillen López, «Politicai Culture».
69 C r a s k c , « D is m a n tlin p n r R e tr e n r fim e n t ? » , p i t a 90.
T R A N SIC IO N V V IO L E N C IA . R E F L E X IO N E S SOHRE E l . C AM Bit > Pt (U T IC O E N M É X IC O ¿69
70 En este sentido, sefia interesante comparar los casos de México y Perú. Véase MalIon, Peasant
and N alian,
71 Véase Hernández Rodríguez, «Difícil transición», págs. ¿45-249.
270 W 11, PANSTI7.RS
7i A.mui istia 1ntc rna c io naI, México. Human Rights ¡n Rural A reasypág. 3 5,
73 Gómez Tagle, «Electoral Violence»; también* Hernández Rodríguez, «Difícil transición»*
74 1.a]ornada, 29de agosto de 1996.
75 Corrt>,«Operativos miIitares», V¿ase iambicnCésar López*«EPR reta»,
76 En otra parte heanalizado las consecuencias del asesinatode Colosio en la escena política regio
nal del estado de San Luis Potosí. Véase Pansters* «El hambre».
I R ANSIC.K ) \ Y V IO L E N C IA . R E E I.K X l< JN E S S O B R E EE C AM BIO P O LITIC O P.N M EX IC O 27
presidencia], Manuel Camacho Solís, hasta un golpe militar en el que Salinas decla
rara un estado de emergencia que le permitiera posponer las elecciones. Aunque no
se llegó a producir ninguna de estas situaciones, los sucesos del momento crearon
una sensación generalizada de inseguridad y miedo, En junio de 1994, la direc
ción zapatista declaraba que el E Z L N no estaba dispuesta a firmar los acuerdos pro
visionales con e! gobierno. Estos acontecimientos, y el sentimiento tan extendido de
inseguridad e inestabilidad que generaron, hicieron que se recordaran las elecciones
presidenciales de agosto de 1994 como «las elecciones del miedo».
Un mes después de las elecciones, el secretario general del PRI, José Francisco
Ruiz Massieu, fue asesinado en el centro de Ciudad de México. En este caso quedó
claro desde el principio que el asesinato guardaba relación con las duras disputas
entre facciones y el núcleo duro de la elite en el p o d er7778
. Como tal, la muerte de Ruiz
Massieu pone de manifiesto las fallas del sistema tradicional de regulación de con
flictos. Además, el carácter cada vez más violento e intransigente de la política de
camarillas en el interior de la administración y de! partido gubernativo socavó la cre
dibilidad de las instituciones del pais, lo que se agravó cuando las investigaciones
judiciales sobre los casos de Colosio y Ruiz Massieu derivaron en luchas, imputa
ciones y corrupción política. Los posteriores asesinatos y desapariciones de personas
relacionadas de algún modo con estos casos, la reiterada destitución de los magis
trados encargados de las investigaciones y las sospechosas actuaciones de la familia
de Salinas han intensificado la imagen típica de la política mexicana como un cule
brón de sangre y corrupción, una simpática imagen caricaturesca en la que, sin
embargo, mejor es no confiar.
La desconfianza en las instituciones gubernamentales, y especialmente en cuan
to al mantenimiento de la lev, se generalizó en diciembre de 1994 con la crisis del
peso, que hundió al país en una depresión económica, social y moral. Las conse
cuencias económicas para la mayoría de los mexicanos fueron terribles. La des
orientación y el descrédito de las organizaciones políticas y corporativistas y la
incapacidad de las fuerzas de la ley para hacer frente a los casos más sonados de
corrupción y crimen extendieron entre la d ase media y popular un sentimiento
de frustración y de incertidumbre sobre su futuro económico y su seguridad, lo que
les puso en pie de guerra contra la elite gobernante, y muy en particular contra el clan
de los Salinas. Aunque se suele decir que es difícil establecer una relación causal
entre la crisis económica y la violencia, los acontecimientos de los últimos años en
México han supuesto, sin lugar a dudas, un aumento de las diferentes formas de vio
lencia no organizada, en particular en las grandes ciudades. Los asaltos y robos a
mano armada, secuestros y otros muchos delitos de guante blanco se han converti
do en algo cotidiano para muchos mexicanos. También se ha incrementado el núme
ro de incidentes en los que ciudadanos corrientes deciden tomarse la ley por su
cuenta, lo que parece ser el resultado de una situación generalizada de críspación,
frustración y desconfianza hacia la policía y los jueces. Desde 1993 se han producido
unos z^o casos de linchamientos populares. Recientemente, un miembro de la Cor
te Suprema de Justicia ha subrayado la gravedad de estos hechos, declarando por
sorpresa que «es un claro signo de que no hay estado de derecho»7*. De una manera
más general, parecen confirmar el argumento de Zerm eño de que, como conse
cuencia de diferentes procesos de disfunción, México corre el riesgo de hundirse en
un estado de «anomia aguda, desafección generalizada en el orden social, y debilita
miento o desaparición de determinadas unidades sociales básicas», lo que puede pro
vocar nuevos brotes de violencia espontánea ll>. Los llamamientos del presidente
Zedillo a las televisiones para que limiten el número cada vez mayor de programas
que tratan temas violentos reflejan, quizás, el profundo miedo existente a la vuelta
del México broncos”. Qué duda cabe de que la situación mexicana está alejándose de lo
que Torres-R ivas ha identificado com o un importante factor para la intensifica
ción de todo proceso de transición: «legitimidad sostenida por una fe profunda en un
mandato, un concepto de obediencia que pueda absorber el ciudadano y que lleve al
establecimiento de instituciones públicas estables»Hl.
Por último, México se enfrenta al problema de lo que parece ser la influencia cada
vez mayor de los carteles de narcotráfico en el sistema político y la sociedad en gene
ral, Se rumoreó que, en la mayoría de los incidentes ocurridos durante los últimos
años, estaban involucrados traficantes de droga, o que dichos sucesos estaban rela
cionados con casos de corrupción y violencia por drogas, como, por ejemplo, los ase
sinatos del arzobispo Posada en 1991 y de Colosio, el encarcelamiento de Raúl Salinas
y la detención del general Gutiérrez Rebollo, jefe del cuerpo mexicano anti-drogas.
Pin un ámbito más «mundano», se han producido tiroteos entre distintas mañas del
narcotráfico, entre traficantes y la policía, y entre diferentes fuerzas policiales. Aun
que es difícil evaluar con precisión el impacto de este fenómeno en el sistema políti
co m exicano actual, parece claro que, junto con las causas de violencia antes
mencionadas, las drogas suponen una amenaza fundamental para la estabilidad
institucional y la transición.
A pu n tes p iñ a l e s
10
274 VC'IL PANSTERS
ser indicativo de cómo están contribuyendo hoy en día las cada vez más violentas
fuerzas de la política de camarillas en el desmoronamiento de las estructuras institu
cionales mediante un proceso de asimilación y desestabilización. El uso a discreción
de la ley y de la violencia siempre fue inherente a la lógica personalista, pero en la
actualidad tiende a subvertir el marco institucional. La alteración de importantes sec
ciones del sistema político y socioeconómico fomenta, a la vez, diferentes formas de
violencia y desbarata los mecanismos que podrían contrarrestarla. En un país como
Chile, los debates y las medidas políticas en pro de la transición deben incorporar las
maneras en las que la violencia y el miedo asociado a los regímenes pasados pueden
ser controlados (véase el capítulo 8 de este volumen). En México, los procesos dirigi
dos al reordenamiento de las estructuras políticas e institucionales han generado nue
vas formas de violencia y miedo. En 1994, el antiguo aspirante a presidente, Manuel
Camacho Solís, enumeraba dos opciones de estabilidad para México. La primera
supondría el reconocimiento de los problemas básicos, distintas formas de evalua
ción, la participación de nuevos agentes políticos y la construcción de nuevas alian
zas. La otra opción, que reflejaba más fielmente la situación de M éxico en esc
momento, significaba, entre otras cosas, «mantener temor en la sociedad para
que vea, en cualquier cambio o movimiento, un riesgo de tranquilidad y a su patri
monio. Ese es un camino. Ha funcionado y puede funcionar durante algún tiempo,
¿cuánto?, ¿para qué?, ¿con qué consecuencias para México?» *7.
UN PAÍS A LA DERIVA:
CRISIS Y TRANSICIÓN EN CUBA
Gert Oostindie
El o c a s o d r l a r r v o r u c ió n
1 Para unanálisis más deia11adt>tiel perii>dt>revo1ucionaxit>, véanse Eckstein, Back [rom the Fufa
re; Pérez-Stahle, Cuban Revolut¡on; y Bengdsdorf, Proble ni ofDemocracy. Las obras de Oppenbeimer, Cas-
tro's F in a l Fioar^ y de Fogel y Roscntbal, F in de Stecle, ofrecen una excelente crónica periodística de la
situación aprincipios de los noventa. Entre los estudios académicos mas destacados sobre este periodo se
encuentran et de Baloyra y Morris, C anf/kt andChanga'* el de Domínguez» Cuba; O rderand Rerolafion; el
de Mesa Lago, Cuba affer the Coid lX/a r; y el de Pérez-López, Cuba a ta Crossrriads,
l l \ PAÍS A I.A DERIVA: CRISIS Y TRANSICIÓN EN CUBA *7 7
En cualquier caso, en un momento dado comenzó a ser cada vez menos impor
tante hacer balance de los logros de la Revolución cubana, pues los hechos tomaron
la delantera. 1.a política estatal, basada en buena medida en el modelo soviético, no
había conseguido aún en 1970 diversificar la economía de modo significativo. El
azúcar seguía siendo el producto principal, y la relación de dependencia que se
estableció con respecto al bloque del Este llegaba a los extremos de la que anterior
mente se había mantenido con los Estados Unidos. Las diversas políticas económi
cas instrumentadas a partir de 19^9 se caracterizaron por una reducida producción y
una mala distribución, y por una escasez crónica de bienes de consumo. Ya durante
el periodo de 1986 a 1990, con anterioridad a la desintegración del bloque soviético,
Cuba había comenzado a experimentar un crecimiento económico negativo.
tina vez cesó el apoyo que el Este de Europa había proporcionado a lo que se
había considerado un ejemplo del modelo soviético, no procedía seguir haciendo
balance de los pros y los contras. En pocos meses, excepto para los incondicionales
se hizo evidente que muchos de los logros de la revolución habían sido financia
dos por el bloque socialista. Cuando se retiraron las ayudas recibidas, quedaron al des
cubierto la debilidad c ineficacia palmarias de la economía planificada cuhana. Hacia
1991, el volumen de la economía se había reducido a la mitad del de 1989, y a pesar de
las actuales tasas de crecimiento, aparentemente asombrosas, el ritmo al que está
produciéndose la recuperación es, en realidad, de una lentitud espantosa.
D e c l iv e hconúm 1a >
inversores extranjeros que Cuba está tratando de atraer pot todos los medios, y a su
vez sí éstos lograrán solucionar, o al menos aliviar, la crisis en un plazo relativamen
te breve. De todos m odos, hay signos de que las reformas están teniendo cierto
éxito. En 1995, las tasas de crecimiento económico indicaban una pequeña recupe
ración, y en enero de 1997 el régimen anunció una previsión para la tasa de creci
miento anual de casi un 8% . En cualquier caso, está por ver si las reformas y el
consiguiente crecimiento serán suficientes para calmar el malestar del pueblo.
La introducción de una «economía del dólar» paralela junto con una serie de
medidas que se asemejan a las de una economía de mercado ha conducido inevita
blemente a la creación de una doble economía y a la división de la población entre
ricos y pobres. Quienes consiguen operar en el sector «capitalista» corren mucha
mejor suerte. Pocos siguen poniendo en duda la necesidad de ampliar las actividades
orientadas a una economía de mercado, y poquísim os los que no participan en el
sector semiclandestino extraoficial. En cualquier caso, el desarrollo de esta doble
economía suscita el lógico resentimiento de quienes constituyen todavía una mayo
ría, que han ido acumulando más y más pérdidas desde 1989, sin que por otra parte
haya habido otras mejoras que las contrarresten.
¿Quién se beneficia de la apertura económica? Los que tienen acceso al dólar, ya
por tener tamilíares en el extranjero, ya por participar en esa «economía del dólar» que
se da en Cuba. Quienes conozcan la isla estarán familiarizados con la inmensa gama
de servicios legales, semiclandestinos e ilícitos que ofrecen los cubanos para hacerse
con los dólares del turismo. Menos visible es la actuación de las organizaciones esta
tales, como el ejército cubano, que actualmente operan en estos mercados.
infringiendo la ley puede llevar a muchos cubanos a tornar conciencia de que el con
trol del listado no es en último extremo omnipotente.
Claramente, ésta es una de las conclusiones que puede extraerse de los incidentes
de 1994 y de la crisis de los balseros. La reacción del Estado ante c! mercado negro
ha sido pragmática, y se ha optado por legalizar las actividades de los ciudadanos
(para así controlarlas y gravarlas) en lugar de establecer normas obsoletas desde el
primer momento. Por el contrario, la reacción ante la disidencia política se ha carac
terizado por todo menos por la flexibilidad. A pesar del creciente descontento que
origina la inexistencia de libertad política, es mínima la voluntad del gobierno de libe
ralizar la actividad política, Sigue predominando el estilo totalitario. Puede que la
violencia no llegue a los extremos de otros regímenes autoritarios del mundo, pero
se mantiene una rigurosa vigilancia sobre todo tipo de instituciones que puedan ser
independientes como las iglesias, las universidades y los centros culturales. L o mis
mo ocurre con los individuos que tratan de formar partidos políticos o sindicatos
independientes. L a oposición no encuentra espacio para organizarse, como pudo
comprobar la que iba a ser su plataforma, el Concilio Cubano, cuando se suspendió
en el último momento su asamblea pública en el culmen de la crisis desatada en 1996
por el incidente acontecido a los Hermanos a! Rescate.
K1 régimen está sufriendo los efectos de una dicotomía que el mismo ha impues
to. Por un lado, no hay voluntad de acabar con un sistema que no sólo favorece a las
elites confiriéndoles numerosas prerrogativas y considerable autoridad, sino que
además ha logrado con los años que gran parte de la población se sienta psicoló
gicamente identificada con sus ideas. Por otro, las propias elites temen que, tan
pronto como se vea remitir la represión y se produzca una verdadera apertura polí
tica, inexorablemente sobrevendrá la caída de los lideres actuales y del sistema que
representan. La historia reciente del bloque del Este da pie a pensar que estos miedos
no son infundados.
L A CRISIS I NTKRNA
Dom ingo: carecen de recursos para seguir adelante; en su opinión no tienen otras
salidas; han de socorrer a sus familias, etc. Sin embargo, no es el fenómeno en sí ni sus
causas lo que agrava la presencia de las jineteras en las calles de La Habana, sino la cer
teza de que se ha entrado en un círculo vicioso. Hoy, el lema revolucionario que
acusaba al régimen de Balista de permitir que I -a Habana se hubiera convertido en el
burdel de los Estados Unidos ha quedado reducido a una triste parodia de si mismo.
¿Cuántas veces ha denominado Castro la «antigua» Cuba el prostíbulo de los
Estados Unidos durante los más de treinta y cinco años que lleva al frente de la isla?
I,a revolución no iba a ofrecer al país únicamente un futuro mejor, sino que además
iba a restaurar la dignidad perdida durante la pseudorrepública. I loy en día, Cuba se
encuentra en las mismas. N o hay hotel que no esté inundado de jóvenes prostitutas
y de turistas lascivos. Y si cada vez es más frecuente y menos discreto el regateo en el
vestíbulo de los hoteles de unos precios ineludiblemente elevados, no se hace con
intención de que este sector salga de la esfera de ilegalidad, sino de que otros cuantos
cubanos saquen partido de ello. N o es que el fenómeno sea único, Pero el elevadí-
simo número de jineteras indica con claridad que éste es el final de una era. Se ha des
moronado un sueño, y no hace falta haber creído en él para darse cuenta de lo trágico
del asunto. Efectivamente, se ha desmoronado un sueño, y para hacerse una idea más
clara de lo que esto significa, basta hablar con los mayores, con esos cubanos que han
vivid o bajo el corrupto régimen del predecesor de Castro, de Batista, y que ahora
ven a sus nietas «haciendo la calle».
Esta prostitución semi-profesional quizá sea la manifestación más extrema de la
crisis cubana. Con todo, en un sentido más amplio, la predisposición a ofrecer un ser
vicio siempre que haya dólares por medio no se restringe al caso de las jineteras.
Tampoco se limita la prestación a bienes materiales o servicios tangibles, como los
que ofrecen clandestinamente los taxistas o los vendedores de puros. Otros indivi
duos, como los artistas o incluso los profesionales de la religión afrocubanos, tam
bién buscan el mercado del dólar, poniendo asi de manifiesto una mentalidad que en
ocasiones sólo difiere de la estampa cínica y desesperada que ofrecen las jineteras
en grado, v no en lo sustancial.
El «Che» Guevara solía predicar que el Hombre N uevo nacería, o mejor dicho
se produciría, en Cuba. Se equivocaba. De todos m odos, la sensación de que
muchas cosas se han echado a perder hace pensar que, efectivamente, fueron numero
sos los logros. E l declive es dolorosamente visible, como lo es, por ejemplo, la reti
rada del apoyo institucional hacia los más desfavorecidos desde el punto de vista
económico, especialmente los ancianos. Pero hay muchas más manifestaciones. F.l
m ovimiento de liberación de la mujer es uno de ellos. Las principales conquistas
obtenidas gracias a la línea emprendida por la revolución se produjeron fundamen
talmente en la esfera pública -los cubanos moderaron poco su maehhmo en la vida pri
vada-, pero al menos se consiguió eso. En la actualidad cada vez son más las cubanas
que ven cómo sus parejas se desentienden del cuidado de la casa v de los hijos con toda
tranquilidad, quizá más que en el pasado, cuando justamente ahora resulta tan com
plicado llevar un hogar.
De nuevo, tras todo esto se oculta un problema de fondo, reconocido oficialmen
te incluso ames deque se iniciara la crisis actual. Según la campaña correctora iniciada
en 1986, la familia cubana era precisamente una de las arcas prioritarias cuyas «ten
dencias negativas» debían enmendarse. Para cualquiera que estudie temas relacionados
UN PAÍS A LA D E R IV A : C R ISIS V T R A N SIC IÓ N KN C U BA 285
con América Latina y el Caribe -y con la «crisis en el interior de las ciudades» de los
Estados Unidos, o con las minorías de origen caribeño en E uropa- la lista de pro
blemas le resultará penosamente familiar: embarazos de adolescentes, matrimonios
tempranos, una proporción de divorcios elevada, familias monoparéntales o a cargo
de la mujer, etc. Al parecer, la revolución no ha tenido más éxito c]ue otros sistemas
sociales. V apor 1987, personajes como Vilma Espín, presidenta de la Federación de
Mujeres Cubanas (además de esposa de Raúl Castro), deploraban abiertamente el
hedonismo y la falta de responsabilidad y de espíritu revolucionario de las genera
ciones más jóvenes 5.
Ciertamente, cabe preguntarse si tiene sentido hablar del machismo como un fenó
meno anterior a la revolución, y no como una característica profundamente arraiga
da en la sociedad cubana (y latinoamericana). En cualquier caso, se diria que la
revolución no ha conseguido acabar con este fantasma. Es más, todo parece indicar
que, en la situación actual, los rigores de la crisis están afectando más a las mujeres que
a los varones. A sí lo manifiestan muchas cubanas, y a juzgar por ciertos detalles
se diría que no les falta razón. Por ejemplo, en relación con la situación que actual
mente atraviesan las cubanas, no parece ser del todo anecdótico el hecho de que
entre los balseros de 1994 el grupo más numeroso estuviera compuesto por varones
jóvenes que viajaban solos, en muchos casos dejando mujer o novia e hijos en la
isla. Igualmente, es significativo que muchas délas jóvenes que trabajan como jine-
teras en las playas de La Habana o de Varadero tengan que sacar adelante a sus hijos
solas porque ya no cuentan con la ayuda del padre, si es que alguna vez la tuvieron.
E l . R H SL'R G IR D R L A « R A Z A »
} C f . Stnith y Padula, «Cuban Family», pág. tía. Sobre la cultura de los jóvenes cuhanos, véase
también el artículo de Fernández titulado «Yourli».
4 Para más información, véase Moorc, Castro, the Rlacks and A frica, pág. a8.
284 G F.R T O O ST IN D III
1 Vea se especialmente la obra (Sastra, íht lilacks and A frica . escrita por d exiliado a trocaban o Car
los Moore. Como no era de extrañar, sus polémicos trabajos v opiniones lian provocado un acalorado
debate tanto entre los detensores del régimen como entre los antirastrisras, l n una breve introducción
al libro, Domínguez recalca algunos de los argum entos de Moore, pero sus propias opiniones son
más comedidas (C f. Domínguez, Cuba: O raer and Reruhatan. págs. 7-8, 224-115,483-485}. Ln Brock y
Cunningham, «Race», pueden encontrarse severas criticas. Alejandro de la Fuente evalúa con deteni
miento y con mucha prudencia los avances materiales conseguidos por los cubanos negros durante la
revolución. Véase Fuente, «Race and Ineejuality»; C f. Knight, «F.thnicity».
(i C f. la referencia retórica a un pasado «compartido» de esclavitud en el discurso c|ue Castro diri
gió a Nelsoti Mándela en Matanzas (Mandola y Castro, H uir Car Wt Stares H a n Com e!). Sóbrela trascen
dencia política del reconocimiento oficial de las religiones afrocubanas, véanse Moore, Castra, tbe íilatks
and A frica , págs. 34 3-341; (Ippenheimer, Castre!s fin a ¡ Hour. págs. 337-355.
UN HAIS A 1 A U K R IV A : C R ISIS V TK ANSIO t()N KN CUBA í8 5
santeros despliegan toda su parafernalia en las talles y logran congregara grupos bas
tante numerosos, en los que cada vez son más los blancos. Del mismo modo, de La
I labana a Santiago de Cuba, las instituciones académicas han terminado por aceptar
las religiones afrocuhanas como legítimos objetos de estudio.
Hasta cierto punto, este cambio espectacular en la política seguida trasluce la cre
ciente necesidad que siente la elite dirigente de encontrar el apoyo espiritual que
precisa para hacer trente a la crisis actual. De hecho, se rumorea que entre los
creyentes se encuentran figuras tan sobresalientes como Raúl Castro. En cual
quier caso, también pueden buscarse motivos menos altruistas para justificar esta
liberalización repentina de las religiones afrocuhanas. Aunque pueda parecer tri
vial, estos cultos pronto se convirtieron en una fuente de ingresos adicional, muy
lucrativa para la incipiente industria del turismo. Y, fundamentalmente, puesto que
se hacia imposible erradicar estas religiones, no sólo era práctico sino también muy
eficaz dar la vuelta a la situación para garantizar el apoyo afrocubano hacia el régi
men, que de este modo dejaba entrever, a la vez, que estaba buscando fórmulas para
suavizar el control. En realidad, si se considera desde la perspectiva de la raison détat,
resultaba más conveniente permitir la expansión de unas religiones quizá más esca-
pistas y preocupadas por lo sobrenatural como la santería o el palo monte, apenas
organizadas y jerarquizadas en el nivel nacional y con muy pocos contactos en la
estera internacional, que tolerar el crecimiento de la Iglesia Católica y su capacidad
de influir subversivam ente en el terreno político. N o en vano, la Iglesia Católica
ha desempeñado un papel crucial en la transición de diversos países latinoamericanos
y del Este de Europa.
Entretanto, a pesar de la aceptación real o fingida de la cultura afrocubana y del
relativo avance que ha experimentado la comunidad negra cubana en el aspecto
socio-económico, ésta aún coincide mayoritariamentc con los estratos inferiores de
la población. Esto podría achacarse a la falta de voluntad del régimen, por no decir
su incapacidad, para poner fin a una situación de parálisis que se remonta décadas,
incluso siglos antes de 1959. Por ahora, no obstante, basta apostillar que es amarga
mente irónico que, si bien la comunidad negra ha sido el grupo de población que ha
experimentado, en proporción, el mayor progreso desde 1959, la crisis actual esté
neutralizando los efectos de este avance. Una de las grandes desventajas para la
población afrocubana reside en el hecho de que, comparativamente, las remesas
de dólares que les llegan son muy limitadas, pues éstas provienen fundamentalmen
te de la comunidad cubanoamericana blanca. Las consecuencias son evidentes. Son
muy numerosos los jóvenes negros entre los que operan en las ramas ilegales de la
economía, incluida la de las jineteras. La raza y el racismo, tradicionalmente temas
tabú, se debaten ahora abiertamente en toda Cuba. Por otra parte, y para desconsue
lo del régimen, los afrocubanos destacan en número en los círculos disidentes, como
puede ser el Concilio Cubano.
Al mismo tiempo, los cubanos negros son lógicamente a quienes más intranqui
liza la posible vuelta de la comunidad cubana predominantemente blanca que actual
mente reside en Miami y en la costa de Florida. Por otro lado, se diría que se está
generando una reacción de animadversión por parte de los blancos. N o falta quien
identifica el fracaso de la revolución con los negros cubanos, y en este sentido pue
den oírse comentarios manifiestamente racistas. «Con todo lo que se les ha ayudado
no han avanzado nada; simplemente no están a la altura». Otros los acusan de estar
ZH6 CiF.RT O O ST IN D IE
L A C R IS IS IN T F .R N A : S U F R IM IE N T O , IR A Y M IED O
N o es de extrañar, pues, que los sentimientos estén a flor de piel en la Cuba con
temporánea, ni tampoco que, a pesar de que a menudo se apele indirectamente a ese
calor human» de los cubanos para ayudarles a superar, como en otras crisis, este perio
do, el clima emocional esté caracterizado por el rencor. Pero ese rencor no tiene un
solo destinatario. Ciertamente, numerosos cubanos, llenos de dolor y en ocasiones de
rabia, convienen en lamentar el fracaso del experimento. Aun así, las causas apun
tadas son muy diversas. Si bien muchos, quizá la mayoría, culpan de ello a los fraca
sos del régimen de Fidel, no son pocos los que acusan a sus opositores, ya sean los
F.stados Unidos, los exiliados cubanos o la generación de jóvenes «echada a per
der». En el discurso actual de los cubanos, por tanto, se mezclan el sufrimiento y la
ira formando un cóctel explosivo. Es más, aunque ciertamente ha ido remitiendo con
el tiempo, aún persiste el temor que inspira la omnipotencia del Estado para reprimir
cualquier comportamiento «antisocial». Quizás algunas de mis experiencias per
sonales ayuden a comprender los sentimientos que flotan hoy en dia en el ambien
te en Cuba, así como la perplejidad en que se ve sumido todo extranjero al tratar de
analizarlos.
En una ocasión, me disponía a hacer una fotografía de un edificio del centro
de La Habana que, a pesar de haberse considerado antiguamente un monumento, se
encuentra en un estado absolutamente ruinoso. Una mujer de mediana edad se ríe al
pasar y comenta: «chico, estás fotografiando las ruinas del socialismo». Se suceden
los comentarios como éste cuando uno trata de retratar los lugares derruidos: «Así
está toda Cuba, arruinada». En los últimos años, los periodistas han descrito el pro
gresivo declive de Cuba de formas muy diversas. Cualquiera que haya conocido La
Habana antes de los noventa se queda impresionado por el estado de ruina de la ciu
dad, por la falta de género en las tiendas, por la carencia de alimentos. Aun así, es difí
cil decidir cuál es el signo que mejor describe la nueva condición cubana: las ruinas
y la pobreza o la franqueza con la que los cubanos manifiestan su desesperación. A
principios de los ochenta, también era palpable la decadencia y la modestia del
nivel de vida, y abundaban las quejas sobre la falta de «lujos» y la omnipresencia
del Estado, que para muchos no resultaba tan hostil com o pesado, irritante y fas
tidioso. Pero casi nadie se atrevía a expresar sus críticas abiertamente.
Sin duda esto ha cambiado, al menos en la mentalidad popular. La crisis de los
balseros de 1994 fue un episodio dramático en el que afloraron abiertamente la ironía,
el sarcasmo y la desesperación contenida en forma de indignación e ira. En esas
semanas se presenciaron escenas dramáticas en La Habana y alrededores, así como en
otras ciudades costeras y en mar abierto, donde fallecieron numerosas personas
ahogadas y otras sufrieron una auténtica agonía. Brotaron la rabia y la desolación, se
suscitaron violentas discusiones y se dio un fenómeno parecido a una psicosis colec
tiva: no sólo se marchaba la gente; «algo» iba a pasar. L o que no quedaba claro
exactamente era lo que se avecinaba. ¿Otra rebelión, altercados, las represalias del
UN PAÍS A LA l) liR l VA: C R ISIS Y T R A N SIC IÓ N E N C U B A 287
poder? ¿Cómo puede saberse en un régimen en et c|ue las noticias son, casi por defi
nición, anecdóticas, y en una atmósfera que tanto se acercaba a la histeria colectiva?
En plena crisis de los balseros, en agosto de 1994, nos encontrábamos filmando
en las playas de Cojímar, al lado de La Habana. Sobre las rocas de la plava se amon
tonaban las improvisadas lanchas, diferentes cada día. Los que se marchaban, ner
viosos, muy «machos» ellos, explicaban ante las cámaras de los periodistas llegados
de todo el mundo los motivos que les impulsaban a abandonar el país: «¡Aquí es peor
que en Haití!»7. Se trataba fundamentalmente de varones jóvenes que dejaban a sus
parejas y a sus hijos, «para venir a buscarlos después». La mayoría de los presen
tes, no obstante, estaba formada por los que decidían quedarse y por los curiosos:
podía notarse la amargura tanto de los balseros como de los que los contemplaban,
ya aprobaran su marcha o no; los enfrentamientos, incluidos los que se producían
entre estos dos grupos; las ganas de expresar públicamente sus opiniones.
Cojímar, junio de 199s: ya no quedan vestigios de lo sucedido el año anterior;
parece como si nunca hubiera pasado nada. Para saber lo que piensa la gente, es
mejor ir a sus casas, donde todavía se explaya sobre lo sucedido. Los familiares y
los vecinos de los tres protagonistas de nuestro documental sobre los balseros del 94
nos cuentan otra vez el fina! de la historia. Los guardacostas estadounidenses los sor
prendieron y los llevaron aGuantánamo, donde permanecieron muchos meses. Des
esperado, uno de ellos escapó de la base y tuvo que ser rescatado de un campo de
minas por la marina cubana, para regresar finalmente en autobús a La Habana.
Amarga ironía. Todo para nada. No quiere hablar. A los otros dos acaban de notifi
carles que están incluidos en el último grupo al que se le autoriza salir desde Guan-
tánamo con destino a los F.stados Unidos. A los que se quedan les em bargan
sentimientos contradictorios. Estos hombres no huyeron en vano, pero ya ha pasa
do casi un año desde que se fueron, dejando a sus mujeres y familiares en una situación
ya de por sí difícil y agravada por su ausencia. Y la posibilidad de que los «acepten»
es incierta. Cada vez es mayor la cantidad que Cuba les reclama a los que se van.
Además, ya han tocado a su fin los tiempos en que los Estados Unidos recibían a los
inmigrantes cubanos con los brazos abiertos, y ya ha pasado el momento en el que
los recién llegados de la isla encontraban con facilidad un trabajo relativamente bien
remunerado. También son inciertas las esperanzas que albergan los que se quedan de
volver a ver a sus balseros. En nuestra opinión las posibilidades son aún más escasas,
aunque mejor es no decírselo.
L a H aban a V il ja
Así las cosas, Cuba se encuentra aún en la víspera de un futuro desconocido que,
aplazado una y otra vez, no acaba de materializarse. La Habana: una ciudad plagada de
escaseces, que quizá a ojos del visitante puedan resultar curiosas o suscitar la melan
colía, pero que han pasado a ser, para los cubanos, deprimentes e incluso ofensivas.
Una estampa más. Un limpiabotas está sentado en el descansillo de unas oscuras
escaleras en el centro histórico de la ciudad. Este no es un fenómeno inusual en los paí
ses vecinos, pero es bastante sorprendente en Cuba. Hasta hace poco no estaba
7 L o que, en mi opinión, no era cierto, Pero ¿qué sentido tenia decirlo en ese momento?
2SK Ü E U T O O S T 1N D IE
perm itido este tipo de actividades: incluso a esa escala, «negocio» significaba en
último extremo «capitalismo». Ahora que se han autorizado en el marco de la libe-
ralización económica, muchos de los que podrían beneficiarse de esta situación no
tienen ni la experiencia ni el espíritu empresarial necesarios-por no mencionar, por
supuesto, el detalle trivial de los materiales adecuados-. Trate, si no, de conseguir
betún en un país asolado por todo tipo de carencias. Por supuesto, se vende en dóla
res, como todo, pero ¿cómo hacerse con esos dólares?
Al final le pido al señor que me limpie los zapatos, tratando, por otra parte, de
deshacerme del hombre que ha venido siguiéndome varias emitirás con la esperan
za de que le dé algo de dinero; algo que le sonará familiar a cualquiera que haya
paseado por las calles de ciudades en las que abundan los mendigos -un fenómeno
que, por supuesto, sólo ha conocido La 1 labana en los últimos años-. Uno se siente
culpable si no da nada, y no mucho mejor si da algo; y muchas veces termina por sen
tirse molesto, especialmente si el mendigo en cuestión es agresivo y pesado. Preci
samente así es el que me sigue. Ronda los treinta y cinco años, v parece gozar de
buena salud: un «elemento antisocial», que se diría con la jerga de la revolución, no
en virtud de sus convicciones políticas sino porque no parece tener un empleo y, ai
ser mendigo, es por definición una vergüenza para el país.
Trato de entablar conversación con el limpiabotas mientras hace el trabajo, pero
me cuesta mucho, porque no es muy hablador. Está desnutrido, es negro y, apa
rentemente, ronda los ochenta años. N o parece muy afable. A todo esto, el men
digo, que no se ha dado por vencido, no se deja en el tintero ni un solo juramento o
imprecación. Cada vez está más caldeado el ambiente, yo va he aguantado bastante y
exploto: «¿Por qué no le doy nada? ¿Qué ha hecho usted por mí? ¿Y qué ha hecho en
todt) el día? ¿Por qué tenemos que daros nada los extranjeros a los que no hacéis sino
incordiar? Mire, este hombre se está molestando por mí, y por eso le pago. Usted es
más joven, pero lo único que sabe hacer es quejarse». Y añado más comentarlos de
ese estilo, de los que no me enorgullezco precisamente, pero que ciertamente le per
miten a uno calm ar los ánimos. Para mi sorpresa, el limpiabotas deja de repente
de sacarme brillo a los zapatos, me estrecha firmemente la mano, sin mediar palabra,
le hace al mendigo un gesto para que se vaya -efectivamente, termina yéndose- y
prosigue su labor.
A partir de ahí comienza a contarme episodios de su vida. Empezó a trabajar de
niño (en realidad, como un esclavo) y desde entonces no ha parado. Tiene ahora
ochenta y tres años. Con la revolución la vida le iba considerablemente mejor, pero
tras el bloqueo estadounidense las cosas fueron poniéndose cada vez más difíciles.
Antes de 1959, el racismo era espantoso; luego desapareció. Pero la revolución come
tió un error mayúsculo: malcriar a los jóvenes de esa generación con una educación
gratuita, entre otras cosas. «Ahora no saben que hay que trabajar para comer, y eli
gen el camino más fácil: la mendicidad, la prostitución».
Según 1c escucho, experimento sentimientos contradictorios. Cierto es que hace
tiempo que ya no tiene sentido, si es que alguna vez lo tuvo, el embargo norteame
ricano, pero es absurdo creer que dicho embargo explica el prolongado estanca
miento de la economía cubana. Por otra parte, es una opinión generalizada, tanto
entre los cubanos como entre los observadores extranjeros, que el racismo era
mucho más agudo antes de la revolución que actualmente. Con rodo, ¿significa eso
que ya no exista? Por supuesto que no. Y personalmente comprendo mejor a esa
UN PAÍS A I.A D E R IV A : C R ISIS Y T R A N SIC IÓ N EN CUBA 289
L a r e s i s t e n c i a d e l r Eg i m e n
8 Para un análisis exhaustivo de la trascendencia de los casos del Este de Europa, véase la compi
lación editada por Mesa-Lago, C u b a t ifia r th a C o ld Uyar, especialmente los artículos de Linden, « Analogies»
y de Mesa-Lago y Fabian, «Analógica», Véase también Radu, «Cuba s transición».
19
290 G K R T O O S T tN D IE
aún la clave de una transición más apacible, pero ¿tiene posibilidades, e incluso la
voluntad de propiciarla? í,legados a este punto, parece que sobre el régimen cubano
se ciernen más oscuridad y enigmas que en el caso de Europa del liste.
Quizás en el pasado resultara eficaz la fórmula compuesta por el carisma de Cas
tro, el comunismo y la cubanidad. Pero actualmente es difici I no atribuir a la represión
lo infrecuente que resulta oír o leer el lema «¡abajo Fidel!». En este sentido, por tan
to, Cuba es una sociedad del miedo como lo pueden ser las que sufren el azote del
sabotaje y la ilegalidad. En cualquier caso, por supuesto, sigue siendo cierto que
el futuro inmediato depende en gran medida de la voluntad de Fidel Castro.
E s c e n a r io s p a r a l a t r a n s ic ió n
9 C f O'Donnell y Schmitter, Transiciones: Perspectivas comparadas. Sobre el caso cuban* u véanse Lis
obras citadas en la nota n°, i ; Schulz, Cuba and tht Futiere, y Smirh, «Cuba s Lung Iluto rm».
¡o Véase Oppenheimer, Castras Tina! Hour, y Foge! y Rosen tba!, Fin de Siéclt.
Z9 2 GRRT OOSTINDIK
las únicas alternativas para que Castro cese en sus funciones sean que se encuentre
físicamente incapaz de hacerlo o que se vea obligado a marcharse. Ninguna de las dos
parece previsible a corto plazo.
Junto a la posibilidad de que la transición se desarrolle progresivamente, surge
la de un desenlace forzado. Se producirían otra vez graves disturbios que degenera
rían en una sublevación popular, que en último extremo obligaría al ejército y a la
policía a definir su posición. Com o consecuencia, nos encontraríamos bien ante
una dura represión destinada a recuperar el control, bien con la caida del régimen. En
el primer caso, cobraría fuerza de nuevo la hipótesis de una intervención externa, que
previsiblemente se saldaría con un importante derramamiento de sangre. En el
segundo, el de la caída del régimen, se daría paso al caos y la anarquía, al menos
durante un tiempo -d e nuevo, un planteamiento poco seductor-. Esperemos que
los Estados Unidos sepan mantener las distancias, y que otras zonas como América
Latina o Europa actúen como mediadores " . En cualquier caso, parece que lo más
probable es que la transición se resuelva fundamentalmente como un asunto interno.
Para terminar, falta un apunte en relación con los países de la zona. A medida que
se vaya desarrollando la transición, Cuba volverá a integrarse cada vez más en su
ambiente natural; el Caribe, América Latina, Florida. Ahora que la Guerra Fría ya ha
tocado a su fin, Cuba se antoja como una amenaza completamente nueva y bastante
más peligrosa para los paises vecinos. En términos económicos, la isla se reinsertará
fundamentalmente en el ámbito de influencia estadounidense, aunque sin cortar los
lazos que ha estrechado en los últimos tiempos con América Latina y la Unión E u ro
pea. Con respecto a la situación geopolítica, por tanto, podría conseguirse un equi
librio mayor al existente antes de 1959. Dados su potencial y su importancia, Cuba
podría eclipsar totalmente al resto de las islas caribeñas en el sector económico del
turismo. Además, los efectos de la intensa emigración (¿temporal?') y del problema de
la economía ilegal se dejarán notar m is que en el pasado en otros países -especial
mente sí se produce un desenlace forzoso y se instaura el descontrol-. Por otra par
te, un gobierno débil de transición sería un caldo de cultivo ideal para que Cuba se
convirtiera en otro centro caribeño del narcotráfico, el blanqueo de capitales y otras
prácticas mañosas. En ese caso, tanto los Estados Unidos como las potencias meno
res de la zona se acordarán con nostalgia de los tiempos en los que Cuba era aún la
Cuba de Castro, esa Cuba comunista perfectamente aislada.
Fin on si ña.n
Durante muchos años Cuba ha sido un caso singular en América Latina. I.a
situación se mantiene aún hoy, ya que sus dirigentes se obstinan en seguir negán
dose a unirse a la ola de democratización que viene sacudiendo el continente desde
ios ochenta. Tanto por las conquistas que ha logrado en materia de política interior
como por la actitud solitaria y en cierto modo heroica con la que se ha enfrentado a
los Estados Unidos, Cuba ha inspirado tradicionalmente el entusiasmo y la admira
ción de los países americanos situados al Sur del Río Grande. La red de alianzas1
internacionales de Cuba, por otra parte, si bien ha sido motivo de preocupación para
los políticos de muy distinto signo, también ha elevado la isla a la categoría de poten
cia, aunque con un programa politice} diferente. Va antes del derrumbamiento del
bloque soviético, esta reputación se vio empañada, incluso ante la izquierda cari
beña y latinoamericana Acabada ya la época de la Guerra F'ria, queda poco del
modelo cubano. Las narrativas de la catástrofe económica, de la persistencia del tota
litarismo o del malestar generalizado predominan hoy en la imaginería de la revolu
ción cubana. Com o punto de referencia y modelo que imitar, Cuba ha perdido
definitivamente toda la importancia que tuvo en su día.
Puesto que Cuba se encuentra cada vez más aislada en el plano ideológico y se ha
agravado la situación financiera, la población cubana sigue sufriendo los rigores de
la escasez económica y de la represión política. Aun así, ¿hay razones para denominar
a Cuba una «sociedad del miedo», como sugiere el título de este libro? Se puede poner
en duda. No hay campos de exterminio en Cuba, y tiene poco sentido comparar la situa
ción del país con las matanzas que han sembrado la desgracia en América Latina tras la
guerra. Ciertamente, Cuba también ha sufrido el azote de la violencia, con ejecuciones
y desapariciones, pero las cifras no son tan espeluznantes como en otros lugares.
Por otro lado, los niveles que ha alcanzado el totalitarismo que ha caracterizado
al régimen comunista probablemente no tienen rival en la historia moderna de Amé
rica Latina. Dentro de las fronteras cubanas, la revolución ha originado un clima
intelectual estéril, en el que sólo unos cuantos se atreven a desarrollar ideas innova
doras y en el que no se libra casi nadie que tenga una filosofía disidente
N o existen sindicatos independientes; el margen de actuación con el que cuen
tan las iglesias es muy restringido; las instituciones académicas están sometidas a un
absoluto control; las O N G s son inexistentes; la mayoría de los disidentes ha sufrido
la deportación o el acoso. En definitiva, el régimen autoritario que pronto celebrará
su cuadragésimo aniversario no ha preparado el terreno para un desenlace apacible,
Al optar por la represión y la expatriación de las organizaciones y los individuos
disidentes, la revolución ha dificultado una reconciliación nacional rápida, por no decir
que ha cerrado totalmente la puerta a esta posibilidad. L n el extranjero abundan
las comunidades de exiliados, que, a juzgar por las que más se hacen oír, en algunos
casos no se caracterizan precisamente por un talante tolerante y democrático. La ani
madversión que muestran ante la perspectiva de la reconciliación no sólo causa nume
rosos problemas sino que recuerda en gran manera la terquedad del propio Castro.
No es fácil encontrar mediadores fiables, y Castro, que debería ser quien les permitiera
iniciar esta labor, no ha mostrado ningún signo de interés hasta ahora. Por el momen
to, en el estado actual de estancamiento y sin indicios aparentes de que se avecine una
Cuba «post-castrista», lo único que se puede esperares que Fidel, guiado por su obse
sión de figurar en la Historia como un Personaje con mayúsculas, arbitre una apertu
ra negociada y gradual, pero a la vez significativa, del régimen.
Mientras tanto, Cuba sufre los efectos de un fin de siecle claramente pospuesto. El
periodo especial decretado con posterioridad a 19K9 ha habituado a Cuba a una situación
P O S T SCRIPTUM, 19 9 8
Los acontecimientos sucedidos en 1997 y 1998 no han hecho sino ratificar las opi
niones expresadas en este capitulo. La visita realizada por el Papa a Cuba en enero de
1998 tue un encuentro entre dos hombres ya mayores que trataban de demostrar
ante el mundo su resistencia y la fe inquebrantable que profesan a sus respectivas cau
sas. Es difícil determinar quién de los dos desempeñó mejor su papel. Para Castro, la
visita del Papa ya constituía en sí misma un modo de realzar su imagen en el mundo.
Al mismo tiempo, puso de manifiesto hasta qué punto necesitaba desesperadamen
te mejorarla, tanto en Cuba como en el extranjero, así como con qué entusiasmo
aprovecharon la oportunidad numerosos cubanos para expresar pacificamente
quizá no tanto su adhesión al catolicismo, como su deseo de que se produzcan cam
bios fundamentales en la sociedad.
D urarte el invierno de 1998, el antiguo dictador chileno Pinochet fue arrestado
en Gran Rreraña. En el momento en el que se redacta este artículo, aún no se ha
decidido si se le juzgará por las atrocidades cometidas bajo su régimen. Las reaccio
nes suscitadas por la detención de Pinochet en Chile han sido variadas. Por su parte,
las organizaciones internacionales que luchan en pro de los derechos humanos han
acogido con satisfacción ia posibilidad de que se celebre el juicio, al considerar que
éste es un modo de avisar a los dictadores de todo el mundo de que sus delitos no
quedarán impunes. Si bien es loable el intento, también tiene una parte negativa. Si
los dictadores ya no pueden contar con las garantías que se les proporcionaría en una
transición negociada, ¿por qué molestarse en ceder el poder? En las circunstancias
actuales, a Castro cada vez le resulta menos atractiva la idea de apearse del mando. De
ahí que, con independencia de la simpatía que les suscite la idea de un juicio contra
Pinochet, esta posibilidad despierte a la fuerza en los cubanos una mezcla de senti
mientos contradictorios, en previsión de las consecuencias que puedan derivarse
para su propio país. Cuba sigue estancada en un punto muerto, y la velocidad de los
cambios es exasperantemente lenta.
XII
EPÍLOGO:
REFLEXIONES SOBRE EL TERROR,
LA VIOLENCIA, EL MIEDO Y LA DEMOCRACIA
Edelberto Torres-Rivas
I . A D E M O C R A C I A NO ES I R R E V E R S I B L E
D
urante la década de los setenta y de los ochenta del siglo X X , la vida política
latinoamericana pasó por uno de los períodos de autoritarismo a los que
parece abocada en esc vaivén ciclico entre la democracia y la dictadura. Ésta
era la tercera fase de una serie de momentos recurrentes históricamente desde el final
de la Segunda Guerra Mundial. Si tenemos en cuenta el modo en que han hecho
uso de la violencia y del miedo las dictaduras militares de Argentina, Bolivia, Brasil,
Chile, El Salvador, Guatemala, Haití, Nicaragua, Perú y Uruguay, podríamos decir
que más de la mitad de las sociedades latinoamericanas (el 75 % de la población total)
ha experimentado diversas formas y grados de terror político.
Ni que decir tiene que el tipo de violencia desatada durante esos años de dictadu
ra militar no tuvo parangón con ningún otro momento de la historia latinoameri
cana. Las dictaduras se han sucedido una tras otra, y hasta ahora, dada la situación
reinante, no cabe descartar que no las volvam os a experimentar en el futuro si se
cumple la hipótesis de la recurrencia de los ciclos caracterizados por el autoritarismo.
Son los hechos históricos, más que la teoría, los que nos recuerdan que una
democracia estable no es irreversible, ni siquiera en el caso de los gobiernos electos
que actualmente se encuentran firmemente asentados en el continente, y en los que
el prestigio de los valores democráticos goza de una universalidad hasta ahora
desconocida.
En las páginas siguientes planteamos diversas reflexiones sobre la violencia polí
tica que ha vivido América 1 .atina en los últimos tiempos. Este capitulo no es un aná
lisis de la represión por parte del Elstado sino de las consecuencias de los métodos
terroristas por él adoptados. La violencia reinante durante las décadas de los setenta
y ochenta debe entenderse como una política consciente aplicada por el Estado, que
como justificación esgrimía la defensa del sistema democrático tal y como se definía
298 RDELBERTO T U R R HS- RI VA S
L a v io l e n c ia n o t ie n e p u n t o d e p a r t id a k n l a h is t o r ia
N o basta con recordar que las sociedades latinoamericanas han pasado por diver
sos momentos históricos en los que el modo de gobernar ha sido la violencia. Tam
bién debe tenerse muy presente que el recurso a la fuerza no es solamente
consustancial al orden político sino que a veces es la manera más inmediata de pre
servar el orden. En el contexto de crisis de la década de los años setenta, ciertos
fenómenos estimularon la desobediencia y el descontento, se manifestaron a gran esca
la y trataban de ocasionar la ruptura con el status quo\ por diferentes m otivos y en el
marco de distintas naciones, dichos fenómenos resultan ser la explicación del terror
desatado justificada o injustificadamente.
Los gobiernos militares autoritarios fueron dictaduras en tiempos de crisis, que
se pusieron en marcha cuando comenzaron a dejarse sentir las deficiencias del
EP ÍLO G O : R E F L E X IO N E S SO B R E E L T E R R O R , LA V IO L E N C IA , E L M IED O 29 y
La ubicuidad de la violencia
Tal vez sea necesario recordar que las experiencias de miedo y violencia han
estado siempre presentes, generalizadas y arraigadas entre los más desfavorecidos
de América Latina. Dichas experiencias se asientan, aun implícitamente, en la incer
tidumbre de la vida cotidiana: en la ausencia o escasez de ios ingresos, en las defi
ciencias crónicas de la dieta y el vestido, en la precariedad de la vivienda y de la
sanidad, todo lo cual lleva a la desesperanza y al dilema de elegir entre el hambre y
la delincuencia.
Se trata de una forma de represión estructural que se origina en un mundo de
extrema pobreza física y moral. Es lo que muchos especialistas llaman violencia estruc
tural, porque se re-crea y se reproduce en las relaciones laborales (y sobre todo cuan
do los empleos son escasos) a través de muchas formas de desempleo disfrazado, en
la segmentación educativa y en ia inevitable influencia de los bajos ingresos en estas
sociedades. Es una forma de violencia que se manifiesta especialmente en la pérdida1
de un sentimiento que se adquiere con la cultura, como es el respeto por uno mismo
y por los demás, y que por tanto degenera en un sentimiento de falta de dignidad, de
impotencia y de infravaloración personal.
Todo esto es terreno abonado para la aparición de actitudes tremendamente vio
lentas. Es la subcultura de la pobreza, donde la frustración y el miedo dan lugar a formas
de comportamiento caracterizadas permanentemente por la agresividad. Y la bruta
lidad de los desposeídos se vuelve continua y fatalmente contra ellos mismos, contra los
del propio grupo. Pero no es este tipo de violencia el que queremos analizar aqui.
Lo que nos interesa es la violencia política y su consecuencia más duradera, el
miedo. Este miedo se apodera de los colectivos sociales, aunque por lo general se
expresa de muy diversas formas en cada individuo y sufre procesos de adaptación
diferentes, contra los que casi siempre se desata la violencia de los más fuertes. En cuan
to a las relaciones sociales, resulta tópico recordar que en su definición se encuentra
implícita la fuerza, sobre todo cuando analizamos las relaciones políticas que son,
casi siempre e incluso en mayor grado, formas de coacción asimétrica en el universo
de las relaciones de poder entre desiguales.
Com o esto siempre ha sido así, cabe reconocer que la sociedad moderna no ha
hecho más que disfrazar la transferencia de poder, en su forma más brutal, a las auto
ridades legítimas, que son quienes tienen en última instancia la posibilidad de hacer
uso de la fuerza. Por definición, las autoridades se reservan el derecho de emplear la
coacción para asegurar que el otro se comporte de un modo quizá contra su verda
dera intención. La existencia de «otra voluntad» siempre implica la presencia de
fuerzas contradictorias, de enfrentamientos (que no siempre están definidos con cla
ridad), cuyo espectro se amplia cuando nos movemos en espacios públicos de poder
en los que tienen cabida tanto el comportamiento predecible del ciudadano obe
diente como la conducta del rebelde que desafía a la muerte.
La obediencia de quienes, aunque con miedo, acatan la ley es cualitativamente
diferente de la del ciudadano que, sin miedo a las represalias, participa en reuniones
políticas contra el gobierno, se adscribe a un sindicato muy activo politicamente o
interpone una reclamación contra el comportamiento inadecuado de un funciona
rio de la administración. No hace falta hacer referencia aquí a las costumbres de
quienes pagan religiosamente sus impuestos, votan con más o menos entusiasmo y
depositan la basura en los contenedores correspondientes, separando el vidrio del
papel. Son ejemplos de comportamientos típicos de una sociedad moderna e inte
grada, en la que existe un sentir común en relación con las conductas que se esperan
del ciudadano. Son ejemplos de una situación en la que no cabe hablar de miedo.
E sto es, en definitiva, lo normal en la vida cotidiana dentro de un orden polí
tico en el que no hay miedo. E n ese caso el comportamiento de los ciudadanos
-activ o o no, racional y más o menos consciente y explícito- es siempre expresión de
un procedimiento legitimador. En los casos de las dictaduras, el orden no goza nece
sariamente de esta libre adhesión del ciudadano obediente. En esas situaciones la
violencia de las autoridades constituye la primera opción para imponer el com por
tamiento activo o pasivo necesario para mantener la gobernabilidad 3
3 Es discutible hablar de «gobernabilidad» enel contexto de los regímenes autoritarios* dada su fal
ta de legitimidad. ¿Cómo denominar, por tanto, el orden conseguido mediante las dictaduras militares?
Véase Linz, Quiebra-, págs. 43 ss, y Alcántara* Gobernabilidad, págs. 136 ss.
E P ÍI.O G í ): R K K 1.E X IO N ES SO B R E E L T E R R O R , I.A V K >1.EN C IA , E L M IED O 301
4 Híi habido muchos intentos de definir el conceptode tuerza aplicado en un entorno humano de
un modo voluntario y consciente por parte de los agentes de! listado o sus representantes* Giddens
comenta con detalle el uso de diferentes formas de fuerza en el sirte de gobernar: véase Giddens, Nation-
State and Vioknce,
302 E D E L B E R T O T O R R B S -R 1V A S
tipificación muy clara de los delitos, con instrumentos para llegar a juzgarlos v con
autoridad para castigarlos, La impunidad generalizada es el síntoma más visible de
esta ilegalidad, aunque no es el único. En América Latina se está llegando a definir el
régimen dem ocrático como aquél que respeta su propia legalidad. El terrorism o
de Estado representa el fracaso de esa legalidad y la expresión directa de una pro
funda crisis en el sistema judicial y sus instituciones.
Hemos utilizado anteriormente la palabra «ideología» porque la violencia se
emplea para destruir o neutralizar un enemigo político. Como ocurrió en muchos
casos, desde Argentina hasta Guatemala, los abusos del terrorismo de Estado empe
zaron castigando a objetivos marcados por razones estratégicas que venían deter
minadas por la «teoría» de la seguridad interna. Sin embargo, el desarrollo de la
violencia enseguida adoptó un ritmo propio, fluyendo de una manera casi natural
por unos derroteros definidos por motivos estrictamente ideológicos y emocionales.
Esto es lo que ocurre cuando el Estado justifica ciertos actos delictivos califi
cándolos de acciones contra el «comunismo» o la «subversión», de castigo de los
«traidores» o de destrucción de! «enemigo». De esta manera, y en una espiral ascen
dente, el Estado autoritario desata la guerra contra objetivos cada vez más vagos, v
ataca a grupos sociales anodinos, como cuando entre las victimas de sus excesos van
incluyéndose el ciudadano «neutral» o la familia y los amigos del «enemigo», hasta
que al final la figura del «sospechoso» acaba estando por todas partes.
Los prejuicios políticos, la falta de tolerancia para con la oposición y, en muchos
casos, el anticomunismo como prejuicio reaccionario desencadenaron en el pasado
actuaciones violentas esporádicas pero brutales; sin embargo, la ideología y las estra
tegias de la contrainsurgencia y de la seguridad nacional introdujeron un cambio de
registro y convirtieron la justificación del terror en un sistema ideológico explícito
(las dictaduras civiles-militares las utilizaron así). Además, hay que reconocer que la
violencia, que es por definición sangrienta, dejó de ser irracional. La racionalización
del daño causado, la amenaza permanente, creó las condiciones sociales óptimas
para que se instauraran el miedo y el terror.
La estructura de los regímenes autoritarios y la vida en las dictaduras militares,
como los existentes en América Latina en los últimos tiempos, se basan en la milita
rización de lo social. La mera existencia del «sospechoso» presupone la vigencia de
una estructura de permanente vigilancia. Los individuos terminan espiándose,
denunciando y acusándose unos a otros, para propiciare! castigo del contrario. No
puede haber castigo sin previa acusación, y puesto que el objetivo final es el castigo,
el prim er paso es la vigilancia. Se construye asi un círculo vicioso (e infernal)
que, empero, no siempre empieza con esa implacable lógica de observar-acusar-cas-
tigar. A veces se castiga a alguien sin que antes haya mediado una acusación, y se
acusa sin que haya habido vigilancia alguna. Y todavía peor: se observa sin aparen
te fundamento, y todo el mundo observa al prójimo.
En el ámbito de la arbitrariedad autoritaria que padecen muchas sociedades lati
noamericanas, encontramos la «teoría de los tres círculos» formulada por el general
Ibérico Saint Jean en Argentina en 197Ú. Saint Jean explicaba que la lucha contra la
subversión no se podía restringir al primer círculo -el de los subversivos- sino que
tenía que avanzar hasta el segundo -form ado por sus simpatizantes-. ¿Cómo defi
nirlos? ¿Partiendo de qué criterios? Finalmente, estaban los sospechosos, situados,
sin darse cuenta, en el tercer circulo, form ado por quienes no apoyan directa o
•:p í u >g o : r f .f l r x i o n f ,s s o b r e e l t e r r o r , l a v io l e n c ia , e l m ie d o 3°3
Durante la década de los setenta y de los ochenta del siglo XX muchas sociedades
latinoamericanas han sido sociedades de! miedo. En ellas, el uso repetido y genera
lizado de la fuerza por parte de los agentes del Estado hizo que los ciudadanos se
acostumbraran a vivir bajo la amenaza de la muerte, a vivir con la propia muerte y
con los peores métodos para sembrarla. Una existencia insegura desde el punto de
vista político-una situación en laque la duración del estatus de ciudadano es impre
decible, unida a una cierta sensación de peligro derivado de posibles am enazas-aca
ba creando un síndrome socio-político generalizado que no queda bien descrito
simplemente con el termino «inseguridad». A esta situación de inseguridad que
resulta de la amenaza directa hay que añadir las reacciones individuales que suscitan
las noticias que circulan reiteradamente en nuestro entorno anunciando las sucesivas
matanzas. A esto nos referimos al hablar de trivialización del horror.
Durante los años de las dictaduras militares en Argentina, Colombia c\ Guate
mala, Haití, Perú, LIruguay, en algunas partes de Brasil, Honduras y México, y en cier
tos momentos en Bolivia, Nicaragua y Paraguay, grandes sectores de la población
civil experimentaron en la vida cotidiana el terrorismo de Estado, cuya esencia la
encontramos en un fenómeno que produce inseguridad y dolor en su grado máxi
mo: el de la persona desaparecida por cuestiones políticas. El miedo y la inseguridad
que produce este fenómeno ocasionan reacciones de efectos duraderos, que aca
so pueden parecer adaptaciones pasivas o neuróticas, como respuesta a la pre
sencia permanente de la muerte. Son adaptaciones colectivas a situaciones en las
que, durante muchos años y en zonas muy extensas, ha sido recurrente la expe
riencia de un terrorismo de Estado que ha tenido como consecuencia el incremen
to de las muertes violentas o la desaparición de seres queridos y conocidos. La
desaparición puede sobrevenir bien porque se lleven a la persona detenida para
siempre, bien porque se haga necesario el exilio o la clandestinidad. En estas cir
cunstancias, la víctima es siempre alguien conocido: un pariente, un amigo, un veci
no, el amigo de un amigo o simplemente una cara conocida cuya ausencia en el
vecindario o en el lugar de trabajo llama de repente la atención. En nuestra cultura
judeo-cristiana, la muerte es siempre un hecho doloroso que rechazamos y que nos
conmueve. Hasta la muerte natural es una experiencia traumática, dado que no la
aceptamos como un hecho predecible de la vida. El fallecimiento de los nuestros nos
llega siempre por sorpresa, produce rabia, miedo y/o dolor, mayor o menor según lo
cercano que nos sintamos del desaparecido. Estos sentimientos adoptan manifesta
ciones muy diversas en el terreno de las relaciones intcrpersonales1.
Para quienes están alejados de la política - y no sólo para aquéllos que se atre
ven a tomar parte del juego de la desobediencia activa - resulta traumático tener que
acostumbrarse a vivir en condiciones extraordinariamente anormales de dolor y
miedo, inseguridad y falta de confianza. Es lo que O'Donnell ha llamado la «norma
lización de lo anormal», que seda cuando prevalece una atmósfera de incertidumbre
generalizada: es decir, un clima que afecta a todos los niveles de la sociedads. Es una
situación ilegal, en el sentido de que no se conocen las reglas del juego, o, si se cono
cen, son ignoradas por los garantes del orden público.
Cuando se intensifica la represión política, el miedo y la ansiedad se generalizan,
y la situación se percibe cada vez más como una «situación límite», que es la que se
define por el peligro real que personifican los desaparecidos. La modalidad de los
«desaparecidos» es aún más cruel que el asesinato público, porque aumenta la sensa
ción de peligro al situarlo en un mundo imaginario, inseguro pero probable, creado
por la posibilidad de que la persona desaparecida esté viva. Se sospecha que puede
estar muerta, pero nadie lo sabe a ciencia cierra, y la duda prolongada es una manera
muy productiva de crear miedo -un miedo que no se disipa-.
Son muchas las estrategias de represión y de terror a las que se ha acostumbra
do la población^. Proliferan los cuerpos de policía con nombres diferentes; cuerpos
legales que exceden los límites legítimos del Estado y actúan ilegalmente, que se
permiten incurrir en la brutalidad en el ejercicio de sus funciones cotidianas. Están
autorizados a llevar a cabo iniciativas fuera de lo normal. También existen grupos ile
gales conocidos con el nombre genérico de «grupos paramilitares»; un nombre que
7 Ni>s referimos a los ritos, actos y promesas de venganza, vendettas imaginarias y ese tipo de
cosas, que pueden darse en el seno de las culturas de la violencia, y que no es posible analizar aqui.
8 O'Donnell, «El dilema».
y Los mecanismos que desatan el miedo son muchos y muy variados: amenazas explícitas, vigi
lancia, registros sistemáticos en las casas, inspecciones de coches y tic personas en lugares públicos y
siempre acompañados del uso de la fuerza, destrucción (ultrajes que al parecer son. deliberadamente,
parte de la operación), detenciones sin orden de arresto (que inmediatamente incorporan la tortura), ase
sinatos en plena calle v a la luz. del día, y finalmente secuestros que acaban en «desapariciones».
IiP ÍL<)G (): R E F L E X I O N E S S O B R E H L T E R R O R , L A VIC « .U N C IA , E L M I E D O 30 s
refleja la función que cumplen más que su estructura. Así, los grupos paramilitares
son cuerpos militares que actúan desde la inmunidad que les proporciona la ilegali
dad generalizada y que están protegidos por el sccretismo que existe en torno a sus
secuestros y asesinatos.
Las acciones de los grupos represivos se intensifican impunemente: las fuerzas
policiales, los escuadrones de la muerte o los grupos de matones que operan como si
fueran organizaciones privadas y otras variantes del mismo tipo practican asesinatos,
secuestros, desapariciones y obligan a otros a actuar de formas que afectan a gran
des sectores de la sociedad. Nada de esto podría suceder sin la abierta complicidad de
una parte de la sociedad civil: los poderes judiciales, la prensa afín al poder, las
patronales. Hoy en día los generales no actúan sin abogados u otro tipo de profe
sionales. Todo esLo confirma la existencia de un frente represivo común, a veces
muy amplio, y en todo caso, actualmente, nunca un grupo aislado.
La banalización del miedo, que es una consecuencia de esa permanente cohabi
tación con la muerte, no era un fin en sí mismo, sino un medio. Este desprecio por
la ley implícito en unas prácticas en las que las reglas se fijahan (y por tanto se racio
nalizaban) desde ios propios centros de poder forma parte de los mecanismos del
propio poder, como por otra parte así lo exige su ejercicio en nuestros tiempos. El
orden político, en esta cultura atrozmente autoritaria, sólo se puede garantizar
mediante la violencia. Por eso el miedo es una manera de instaurar el orden, un
elemento necesario para el poder político o necesario, al menos, para el orden tal y
como lo define ese poder. Los mecanismos psico-sociales que se ponen en marcha
en las sociedades en las que reina el terror no han sido bien estudiados en nuestro
ámbito. ¿Hasta qué punto somos conscientes de los efectos negativos y castrantes
de dichos mecanismos en un periodo en el que la ciudadanía atraviesa por un pro
ceso de transición hacia la democracia?
Por otra parte, la política del terror siempre se acompaña de un secretismo que
en última instancia se halla tras la aparición del sospechoso, de la denuncia, del espio
naje, la vigilancia, la traición y el castigo del prójimo. En la reproducción del terror,
quienes traicionan también mueren. De esta manera, todo el mundo termina siendo
cómplice. Al final, se impone el silencio total. Actualmente existe un doble meca
nismo en el fenómeno de la violencia política: por un lado, la intensificación de su
eficacia; y, por otro, la disolución de la responsabilidad de quienes la administran.
La ritualización de la violencia progresa en varias direcciones hasta que se acepta
como un hecho de la vida pública y privada de la gente común: el ciudadano ate
rrorizado que lo único que sabe es que todavía está vivo, pero no el porqué de la
muerte del otro. Investigar sobre un asesinato político significa pasar a denunciar el
poder y a convertirse en cómplice de sus enemigos. E l «miedo» intenta a toda cos
ta ser apolítico.
El uso del terror sólo resulta rentable desde el punto de vista político si los resul
tados de esas actuaciones se hacen públicos. Esto explica la trivialización del horror.
El miedo tiene al menos dos funciones: castigar a la víctima y servir de ejemplo para
quienes le rodean. De ahí se derivan los efectos necesarios para el establecimiento del
«sentido del orden» que necesita una dictadura. Un efecto deseado es paralizar la pro
testa: el terror fomenta la inactividad, y la consecuencia es el retraimiento y la soledad
de los individuos como forma de respuesta. Otro modo de adaptarse a las circuns
tancias es la evasión personal, la retirada a la improductividad, el «exilio interior» del
jo 6 E D E L B E R T O T O R R E S - R IV A S
sociales evitan definir el autoritarismo, asi que es difícil llegar a esa definición. Un
gobierno autoritario es aquél al que no pueden exigírsele explicaciones. Según la
definición genérica propuesta, un régimen político es autoritario cuando no admite
la oposición y no prevé un proceso de alternancia con otras fuerzas políticas. El
régimen autoritario se arroga una naturaleza eterna, una posición de poder sitie die y
a cualquier precio l2.
La impunidad es el factor que inmediatamente se asocia con la violencia política,
porque es lo que más claramente niega la legalidad y la autoridad del sistema jurídi
co a la hora de determinar responsabilidades, juzgar y castigar. Las transiciones a
la democracia obligan a idear maneras de que el poder político controle la violen
cia. Por otra parre, cuando el poder y la violencia se confunden, esta última se suele
tornar caótica e incontrolada, de suerte que su dinámica va no se basa en el poder en
el sentido de autoridad, sino en la fuerza como fin en sí misma.
M uchos países están experimentando una transición real, pero con miedo; y
éste es un aspecto que sin embargo no se ha tratado lo suficiente en el gran número
de publicaciones relacionadas con el tema. Cuando el miedo ya no es personal y sub
jetivo, sino que por el contrario abarca grandes sectores de la sociedad, genera unas
consecuencias sociales y políticas impredecibles en lo relativo al comportamiento del
grupo. Lil miedo se pierde mediante un proceso de identificación paulatino, una
recuperación gradual de la confianza en la vida pública. Cada día que pasa se com
prueba que, durante el proceso de construcción de la democracia, la herencia del
autoritarismo en el sistema político es algo difícil de superar.
En resumen, el pasado de América Latina confirma que es posible convivir con
el horror y la desesperación. La trivialización de todo esto no ayuda a la democracia,
aunque, como ha demostrado la experiencia, si bien es posible votar con miedo en los
ojos yen la mente, no lo es elegir democráticamente ni participaren la vida política.
Una sociedad democrática sólo se puede construir partiendo del respeto a los dere
chos humanos, la tolerancia, el respeto a la ley y la restauración de la credibilidad de
las instituciones. Pero el miedo instalado en las mentes y en los corazones de los
pueblos permanece abi durante mucho tiempo.
La construcción de la democracia participativa se enfrenta al importante dilema
de las transiciones desde las sociedades autoritarias, en las cuales no se han resuelto
todavía las relaciones que mantienen el poder y la violencia, aún vinculados. Es
necesario, pues, hacer una distinción analítica. En la tradición teórica clásica que
aún sigue siendo dominante se tiende a identificar poder y violencia como las dos
caras de una misma moneda. Sin embargo, hav que tener en cuenta que, a pesar de
estar íntimamente relacionados, no son idénticos. El poder es racional y la violencia
legítima. Weber habla de !a violencia legítima como un monopolio del Estado y,
por lo tanto, como un atributo que lo define. Pero en la vida real hay dudas sobre qué
tipo de violencia es el que aplica un Estado legítimo y cuál es ilegítimo. Quizá sea
más fácil identificar la naturaleza del tipo de violencia ejercida por un Estado auto
ritario, por una dictadura militar.
D e m o c r a c ia y p o d e r s in v io l e n c ia
Según algunos aurores, la democracia empieza cuando las reglas del juego de la
participación y la competencia en las urnas son aceptadas por cuantos toman parte
en el. Deja de ser una transición, deja de tener carácter híbrido, cuando la participa
ción política la ejercen ciudadanos que tienen las mismas posibilidades ante las ins
tituciones o las mismas opciones colectivas. En consecuencia, la eficacia de la
democracia reside en limitare! uso de la fuerza a situaciones excepcionales. En vis
ta de experiencias pasadas, la democracia implica la reducción de las diferentes for
mas de violencia política.
El problema en nuestros días es la inercia que obstaculizad abandono total del
uso de la coacción y de la fuerza en regímenes que tratan de conseguir la legitimidad
por medio de procesos electorales. Es en este estadio cuando se hace patente la debi
lidad de las normas sociales y su papel en la tendencia a recurrir a la fuerza como fuen
te normal de poder. Tin la mayoría de los países latinoamericanos no hay un sistema
político asentado, no hay comunidades de ciudadanos, y los partidos políticos sólo
ahora comienzan a organizarse. Es en este momento cuando se intensifican las apues
tas por consolidar la sociedad civil. Y la referencia a la sociedad civil sólo significa
algo si se considera que las organizaciones sociales son la expresión de los intereses
privados que vuelven al espacio público, a la participación orgánica en referencia con
el Estado, a la formación de una opinión pública que pueda convertirse en política
para influir así en el Estado.
La violación de los derechos humanos sigue existiendo en América Latina, ya de
forma endémica ya como una remora de la dictadura. Es el problema de las demo
cracias en las que perviven la violencia y el miedo. Actualmente suele hacerse una dis
tinción estrictamente formal entre lo que es legal y lo que es legítimo, algo difícil
de establecer en la historia contemporánea. N o está clara la frontera que los separa,
que es igualmente la que marca los límites del poder del Estado, en el que la violen
cia parece desempeñar un papel en relación con el funcionamiento de la sociedad.
Estas situaciones desde luego se dan en la zona y se dejan sentir en los procesos
de transición. De hecho, determinan un nuevo tipo -h íbrido - de democracia, que se
sitúa en un estadio intermedio del proceso de consolidación democrática y que no
descarta por completo la violencia de Estado. La violencia ejercida en América Lati
na por los regímenes autoritarios, en su lucha contra la subversión, era permanente
y total. Por tanto, se trataba sobre rodo de una agresión contra los derechos huma
nos y no sólo contra los políticos. En algunos momentos, esta violencia fue absolu
ta. Por eso se entiende que en algunas de las sociedades que conocieron esos
extremos el requisito fundamental de la democracia sea el respeto incondicional de
los derechos humanos.
El ejercicio del poder en un régimen democrático exige establecer una distin
ción entre un Estado democrático consolidado y otro que está en construcción,
pues la adherencia a la legislación vigente, la tendencia a recurrir a la violencia y la
confianza generada en la sociedad son valores variables. La sociedad moderna está
organizada para lim itar el uso de la fuerza y conseguir el orden y la integración
por medio del consenso, con la fuerza de una cultura política que descansa sobre
un modo de racionalidad legitimador. Una cultura política democrática alimenta
npli.QGO; Rr:r[.nxioNRssoF¡iir. i-i.' it .rro r , i.a vioU'NCiA.iíi.MirDo í°9
15 Véase Z.agnrski, Dtmotracy vs. N a tiona! Seairity, pág. 59, para el número de víctimas ai riba¡bles
a la represión estaral y también para la magnitud de las fuerzas de seguridad involucradas en Argénriña,
Brasil, Chile, Perú y Uruguay. El número de asesinatos o «desapariciones»varia de 240en Uruguay y 250
en Brasil, de entre 2,000 y 8,000 en Chile, de entre j.000 y 8.000 en Perú, y de 9.000 a 30.000 en Argenti
na. Sin embargo, es preciso tener en cuenta que estas cantidades ofrecidas por Zagorski no reflejan ni el
tipo de violencia ni su alcance, pues los responsables de las fuentes (Amnistía Internacional y laComisión
para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas) sólo han registrado los casos donde puede probar
se que existe una violación de los derechos humanos.
3 IO K D K I. H E R T O T i> R R E S - R IV A S
ciudadanos en forma de contradicción obsesiva, porque aún son perceptibles las con
secuencias de los numerosos y patológicos crímenes perpetrados por quienes están en
el poder. E stos actos sobrepasaron con creces lo que podría denominarse «excesos
represivos». Ninguna ley de amnistía o ley de punto fina/, que fija un limite de tiempo
para los procesos legales, ha sido capaz de solucionar el problema, dado que sigue
habiendo, más que odio, miedo. Se trata sin duda de una consecuencia a largo plazo.
Sin embargo, al mismo tiempo existe una urgente necesidad de empezar una nueva
era, de dejar a un lado todo aquello que sea caldo de cultivo de vendettas o rencores.
De nuevo, el miedo se alimenta de odio y, juntos, estos sentimientos son los que difi
cultan la pacificación de la sociedad.
En la violencia ejercida (en algunos casos todavía hoy) por el Estado han media
do las Fuerzas Armadas, ejecutoras de políticas en las que la fuerza (legítima o no) es
el instrumento utilizado para instaurar el ordenen la sociedad. Poreso una de las cua
tro áreas que para muchos autores son puntos de conflicto entre el gobierno militar
y el civil (o los deseos de una parte importante de la sociedad) es la protección de
los derechos humanos y e! castigo con que tarde o temprano se condenarán los abu
sos del pasado ‘4. Son aspectos decisivos para la consolidación de la democracia. Por
tanto ¿es necesario llegar a un «ajuste de cuentas» con quienes en el pasado asesina
ron, torturaron o hicieron «desaparecer» a miembros de la población civil? Para
muchos expertos se percibe una clara contradicción en los parámetros colectivos y
culturales del perdón y del olvido, porque significa bien aceptar que se cometieron
unos crímenes, si bien nadie será juzgado por ellos, bien entender que una vez come
tido un crimen no hay posibilidad de juicio posterior. En cualquiera de los dos casos,
se apela a un importante objetivo político, la consolidación de la democracia. Se
renuncia al juicio con el fin de evitar ahondar en las heridas y crear nuevas tensiones
que pudieran poner en peligro las frágiles instituciones democráticas.
Por otro lado, la democracia necesita lo que en la cultura anglosajona se llama el
im perio de la ley, y las garantías necesarias para que la ley siga su curso. A segurar
el imperio de la ley y después no aplicarla debilita considerablemente el orden y la
seguridad de la sociedad. Las autoridades civiles, en éste y otros casos, deben estar
lo suficientemente capacitadas para juzgar a quienes han cometido esos crímenes. Al
decir «capacitadas» no nos referimos a la capacidad legal sino a la capacidad polí
tica de aplicar la ley en cualquier situación, con independencia de quién sea la perso
na a la que se va a juzgar.
Finalmente, no ha sido posible enumerar con detalle las diversas experiencias de
diferentes países en sus intentos de castigar a los culpables. La experiencia más dra
mática es la de Argentina, donde el gobierno democrático del presidente Alfonsín
trató de hacerlo entre 1984 y 1989, dando lugar al menos a tres rebeliones militares.
Es verdad que no había una clara intención de dar un golpe de Estado, pero fueron
expresiones claras de insubordinación militar al gobierno c iv ilM. Todo ello volvía a
poner de relieve la dificultad de determinar dónde se encuentra la responsabilidad
última de los actos criminales cometidos dentro de una estructura de obediencia
jerárquica. La Ley de Obediencia Debida permitió poner en marcha en diciembre de
1986 los procesos legales contra una veintena de cargos públicos, entre ellos nueve
generales de las tres juntas militares; la misma lev impuso una fecha límite de sesen
ta dias para la presentación de acusaciones, la conocida Ley de Punto Final. Se pre
sentaron 170 cargos. Sin embargo, en abril de 1987 la resistencia militar al poder
civil «enseñó los dientes», y obligó al gobierno a hacer cambios sustanciales en la
política del presidente Alfonsin en materia de derechos humanos. En octubre de
1989 e! presidente Menern concedió la amnistía a casi todos los implicados, entre ellos
varios líderes de la guerrilla. En esa ocasión, como en la de las revueltas militares de
1987-88, se generalizaron las protestas contra la impunidad de la c]ue gozaban los
militares, lo que demostró una vez más que era la sociedad misma la que debía resol
ver este problema si se quería llegar a una nueva dimensión democrática. La incapa
cidad política para castigar a los culpables supone una importante limitación del
poder civil, del poder democrático constitucional. Hubo, no obstante, una Comisión
de la Verdad, encabezada por el escritor Ernesto Sábato, que publicó un m aravi
lloso documento, Nunca más, que sin duda representa en sí mismo una victoria moral
y política.
Muchos países envueltos en procesos de democratización libran una lucha por
el respeto de los derechos humanos. Otro ejemplo es Uruguay, donde también se
planteó la cuestión de perseguir a quienes conculcaban los derechos humanos. En
Montevideo se hizo una encuesta {el 8; % de los consultados estaba a favor de juzgar
a los criminales) que convenció a los partidos y al ejército de la necesidad de apro
bar inmediatamente una ley general de amnistía para superar y evitar la crisis. F,1
Congreso se encontró intentando elaborar una ley que permitiría tipificar como deli
to algunas actuaciones y exoneraría otras, algo que no dejó satisfecho a nadie. El pro
yecto de ley fue sometido a referéndum en abril de 1989, y quienes estaban a favor de
una amnistía ganaron por un 57% frente al 43% en el conjunto del país (si bien un
í 1 % de tos votantes de Montevideo se mostraron favorables al enjuiciamiento de los
militares). Durante este proceso pudieron verse claramente signos de rebelión por
parte de los militares, así como un rechazo de las bases políticas y sociales en las que
se asentaba la amnistía, es decir, del reconocimiento previo de la culpa.
En 1991, en Chile, el gobierno democrático de Patricio Aylw in nom bró una
comisión llamada la Comisión de la Verdad y Reconciliación, también conocida como
la Comisión Rettig en alusión al nombre del abogado que la presidía, que estaba
formada por ocho prestigiosas figuras públicas de diferentes opiniones políticas.
Esta Comisión elaboró un informe que denunciaba una serie de flagrantes viola
ciones de los derechos humanos, pero sin dar nombres. En el informe se incluyeron
fechas, pruehas y otros detalles, de forma que cada cual podía actuar según consi
derase conveniente. El ejército siempre se ha opuesto. Pero con la posterior deten
ción del general Menéndez, en septiembre de 1995, se acabó consiguiendo un castigo
más que simbólico. Los incidentes que se registraron durante el juicio y la senten
cia son otro ejemplo de la inmunidad legal de que gozan los militares en América
Latina.
Finalmente, en El Salvador, tras firmar los acuerdos de paz en el Palacio mexi
cano de Chapultepec en enero de 1991, se formó una Comisión de la Verdad, de la que
ya se hablaba en los acuerdos, formada tanto por salvadoreños como por extranjeros.
El informe que publicó la Comisión se redactó una vez investigadas las 18.000 denun
cias recibidas, de las que se pudo probar el 20% . E l documento es una acusación que
}I2 KDF.I.BI-RTO TORRES-¡UVAS
da detalles, fechas y nombres de miembros las Fuerzas Armadas del país. Así mismo,
el informe también atribuía a la guerrilla la responsabilidad del 10% de esas viola
ciones de los derechos humanos.
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