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SACERDOCIO

DicTB

SUMARIO: I. En el AT.. 1. Orígenes: a) Levitas, b)


Sacerdotes, c) Nombre. 2. Funciones sacerdotales:
a) Oráculos, b) Enseñanza, c) Culto sacrificial, d)
Pureza ritual, e) Bendición, f) Custodia del santuario;
3. Estructura del culto sacerdotal: a) Separaciones
rituales, b) Sacrificio ritual, c) Esquema de conjunto,
d) Mediación; 4. Evolución histórica: a) Sentido de la
santidad, b) Sacerdocio y poder, c) Espera
escatológica. II. En el NT. 1. Oposición sacerdotal; 2.
Posición de Jesús; 3. Misterio de Cristo y culto; 4.
Sacerdocio de Cristo: a) Experiencia cristiana, b)
Argumento de la Escritura, c) Sacrificio de Cristo; 5.
Sacerdocio común: a) Culto nuevo, b) Organismo
sacerdotal, c) Reyes y sacerdotes; 6. Sacerdocio
ministerial.

I. EN EL AT. La institución del sacerdocio ocupa un


puesto considerable en los libros del AT. El hecho no
es sorprendente, puesto que el sacerdote es el
encargado de las relaciones con Dios. Siendo Israel
el pueblo de Dios, las relaciones con Dios revisten en
Israel una importancia particular.

1. ORÍGENES. El sacerdocio no aparece enseguida en


la Biblia. Para dar culto a Dios, / Abrahán no se
dirigía a un sacerdote. El mismo ejercía para su
familia las funciones cultuales: construía altares (Gén
12,7s; 13,18; 22,9) y ofrecía sacrificios (22,13); de
manera semejante Isaac (26,25) y Jacob (28,18;
31,54). Los primeros sacerdotes mencionados en la
Biblia son extranjeros: Melquisedec, rey de una
ciudad cananea y sacerdote (14,18); los sacerdotes
egipcios (41,45; 47,22), un sacerdote madianita (Ex
2,16). Para Israel se habla de sacerdotes solamente
cuando se ha convertido en pueblo. Pues el
sacerdocio es un caso de especialización social. Los
sacerdotes ejercen el culto de Dios en nombre del
pueblo.

a) Levitas. En Israel las funciones cultuales fueron


confiadas a los levitas [/ Levítico]. Los textos más
antiguos relativos a Leví no hacen referencia al
sacerdocio (Gén 34,25-31; 49,5ss); pero la
bendición pronunciada por Moisés sobre la tribu de
Leví atribuye a esta tribu las di-versas funciones
sacerdotales (Dt 33,8-11). La tradición referida en
Jue 17 demuestra que se reconocía a los levitas una
competencia especial para el culto (Jue 17,7-13).

Su privilegio recibe en el Pentateuco varias


explicaciones. Una tradición antigua refiere que el
sacerdocio fue conferido a los levitas en recompenca
de su intervención intrépida contra los israelitas
idólatras (Ex 32,25-29). Los levitas habían vengado
con la espada los derechos de Yhwh, lesionados por
el pecado, mereciendo con ello la investidura
sacerdotal. Un episodio análogo se cuenta de Pincas
(Fineés), nieto de Aarón. Su celo contra un israelita
pecador le valió la promesa de un sacerdocio
perenne (Núm 25,6-13). En esta perícopa se sitúa el
sacerdocio en la perspectiva de una adhesión
resuelta a Dios, cuya consecuencia es una lucha
intransigente contra el pecado y los pecadores. La
misma perspectiva se encuentra en tiempos de la
persecución de los seléucidas contra la religión de
Israel (siglo 11 a.C.). Poseído de un celo semejante
al de Pincas, el sacerdote Matatías dio muerte a un
israelita que ofrecía un sacrificio a los ídolos, dando
así comienzo a la insurrección contra la opresión
pagana (lMac 2,15-27).

Otra corriente de tradición explica la posición de los


levitas con una sustitución. Los levitas pasaron a
ocupar el puesto de los primogénitos de Israel.
Normalmente el primogénito de cada familia hubiera
debido consagrarse al culto de Dios. Un levita lo
sustituye. Se trata de una disposición divina: "Ya ves
que he elegido a los levitas de entre todos los
israelitas en sustitución de todos los primogénitos...,
ya que mío es todo primogénito" (Núm 3,12; cf 3,41;
8,16). El derecho de Dios sobre todos los
primogénitos puede estar relacionado con la ofrenda
de las primicias. Pero el Pentateuco lo relaciona con
la última plaga de Egipto: mientras que los
primogénitos egipcios fueron exterminados, los de
Israel fueron preservados (Ex 12); así Dios había
"santificado para sí", o sea se había reservado, a los
primogénitos de Israel (Núm 3,13; 8,17). Luego los
levitas habían sido elegidos para sustituir a los
primogénitos. El aspecto que destaca esta corriente
de tradición es la necesidad de una representación
del pueblo para ejercer las funciones cultuales. No es
posible que todo el pueblo se dedique continuamente
al culto de Dios. Por eso se eligen algunos hombres
según las indicaciones divinas.

b) Sacerdotes. La organización del sacerdocio


israelítico pasó por diversas etapas difíciles de
definir, ya que las informaciones contenidas en la
Biblia ofrecen lagunas. La situación descrita en el
Pentateuco refleja a menudo la de épocas posteriores
al éxodo. La institución del sacerdocio se refiere con
muchos detalles entre las leyes que organizan el
culto divino (Ex 28,1-29,35; Lev 8,1-10,20). Los
textos insisten en la relación privilegiada de los
sacerdotes con Dios. Sin embargo, el contexto deja
ver que el sacerdocio tiene también una función
social (Ex 29,43-45).

Según el Pentateuco, el sacerdocio propiamente


dicho fue confiado a "Aarón y a sus hijos" (Ex 28,1;
Lev 8,1). Aarón, hermano de Moisés, era de la tribu
de Leví. Los otros levitas fueron dados a Aarón para
ayudarle en las tareas secundarias (Núm 3,5-10).
Las genealogías de los libros de las Crónicas
relacionan con la descendencia de Aarón a los sumos
sacerdotes del templo de Jerusalén (1 Crón 5,27-41;
24,1ss). Así se afirmaba el principio del sacerdocio
hereditario, que aseguraba la continuidad de la
institución. A diferencia de los profetas, cuya
vocación no dependía de su origen familiar, sino de
una iniciativa imprevisible de Dios, los sacerdotes y
los levitas eran tales en virtud de su pertenencia a
una familia sacerdotal o levítica.

c) Nombre. En hebreo, sacerdote se dice kohen. El


sentido primitivo de este nombre no se conoce.
Algunos lo relacionan con el acádico kánu, inclinarse.
El sacerdote sería el hombre que se inclina en
adoración ante la divinidad. Otros, en cambio,
piensan en el hebreo kún, estar derecho, y definen al
sacerdote como un hombre que "está delante de
Dios" (Dt 10,8). Otros todavía relacionan el término
con una raíz atestiguada en siriaco, que expresa el
concepto de prosperidad; el sacerdote es el hombre
que, por medio de la bendición, procura la
prosperidad. En griego, kohen ha sido traducido por
hiereús, término emparentado con hierós, sagrado:
el sacerdote es el hombre de lo sagrado.

2. FUNCIONES SACERDOTALES. Los textos bíblicos


atribuyen a los sacerdotes una gran diversidad de
funciones, sin preocuparse de explicar sus relaciones
con algún concepto central.

a) Oráculos. La primera atribución del sacerdocio en


el antiquísimo texto de la bendición de Leví es la de
hacer oráculos por medio de objetos sagrados
llamados tummim y 'urim. Moisés impetra a Dios:
"Da a Leví tus 'urim y tus tummim al hombre santo"
(Dt 33,8). Con estos objetos el sacerdote procedía a
un sorteo, que definía la respuesta divina a algún
problema de la vida. El texto más claro al respecto
es el de lSam 14,41, en el cual el rey Saúl, deseando
conocer la causa de una dificultad, le dice a Dios: "Si
el pecado está en mí o en mi hijo Jonatán, Señor,
Dios de Israel, salga 'urim; y si este pecado está en
tu pueblo Israel, salga tummim". En la historia de
David se refieren otras consultas semejantes.
Perseguido por Saúl o atacado por los amalecitas,
David recurre al sacerdote Abiatar para consultar a
Yhwh sobre la táctica que ha de adoptar (1Sam
23,9; 30,7). La función oracular del sacerdote no es
un rasgo particular de la religión de Israel; prácticas
por el estilo eran corrientes en el mundo antiguo. En
ellas podemos reconocer un esbozo de actitud
espiritual, a saber: la búsqueda de la voluntad de
Dios, y una convicción religiosa fundamental: sin la
relación con Dios, el hombre no puede encontrar su
camino en la existencia.

b) Enseñanza. La bendición de Leví contiene una


afirmación posterior, en plural en lugar del singular,
que expresa una visión menos primitiva de la función
sacerdotal; no la de sortear, sino la de enseñar:
"Han guardado tu palabra, han observado tu alianza.
Enseñaron tus preceptos a Jacob y tu ley a Israel"
(Dt 33,9-10). Los sacerdotes enseñan los preceptos
de Dios primero ocasionalmente (Ag 2,11s; Zac 7,3),
y luego transmiten el conjunto de las instrucciones
divinas. En Dt 31,9, Moisés confía la ley "a los
sacerdotes, hijos de Leví", con el encargo de leerla
en el año del perdón, delante de todo Israel. El
profeta Malaquías observa que "los labios del
sacerdote deben guardar la ciencia, y de su boca se
viene a buscar la enseñanza" (Mal 2,7). Pero
Malaquías critica en este punto a los sacerdotes de
su tiempo, pues esta función sacerdotal cayó en
desuso. Los sacerdotes fueron progresivamente
sustituidos por los escribas o doctores de la ley.

A la función de la enseñanza va ligada una cierta


competencia jurídica atribuida al sacerdote: "Suya es
también la decisión en caso de litigios y lesiones" (Dt
21,5). Los textos de Qumrán mantienen aún esta
atribución (CD 13,2-7). Los sacerdotes debían
intervenir en caso de delito grave cuando faltaban
indicios para descubrir al autor" (Dt 21,1-9; Núm
5,11-13).

c) Culto sacrificial. Después de la enseñanza, la


bendición de Leví menciona la función de ofrecer los
sacrificios: "Hacen subir el incienso ante tu rostro y
ponen los holocaustos sobre tu altar" (Dt 33,10). El
libro del Levítico da instrucciones detalladas sobre el
modo de ofrecer los diversos sacrificios, atribuyendo
siempre al sacerdote la función principal (Lev 1-7).
Sin embargo, los relatos bíblicos demuestran que en
los primeros tiempos la oferta de los sacrificios no
era tarea reservada sólo a los sacerdotes (Gén
22,13; 31,54); el padre de Sansón ofrece un
holocausto (Jue 13,19); los reyes David y Salomón
ofrecen sacrificios en circunstancias particularmente
solemnes, como el traslado del arca (2Sam 6,17) o
la dedicación del templo (1 Re 8,62ss). Pero
progresivamente la función de ofrecer quedó
reservada a los sacerdotes. Un pasaje de Crónicas
refiere que el rey Ozías fue castigado por Dios por
haber tenido la temeridad de entrar en el santuario
del Señor para quemar incienso en el altar (2Crón
26,16-21). Una profundización del sentido de la
santidad divina había hecho comprender que
solamente una persona especialmente consagrada
podía presentar a Dios una ofrenda de modo grato [/
Levítico II, 1.5].

Una evolución análoga llevó a insistir más en el


aspecto expiatorio del culto sacrificial. Antes del
exilio, los sacrificios principales eran los holocaustos
y los sacrificios de comunión. Mas cuando la gran
catástrofe nacional le dio al pueblo un sentido más
vivo de su culpabilidad delante de Dios, los sacrificios
de expiación adquirieron más importancia.

d) Pureza ritual. La participación en el culto requería


la pureza ritual, definida en la ley. Los sacerdotes
debían evitar todo contacto que les volviese impuros.
Se establecían normas especiales para su
matrimonio. Los defectos físicos y las enfermedades
eran impedimentos para la celebración del culto (Lev
21). Para el sumo sacerdote, las reglas eran aún más
estrictas; no le estaba permitido guardar luto ni
siquiera por su padreo su madre (Lev 21,11). Por
otra parte, los sacerdotes tenían la responsabilidad
de asegurar el perfecto desarrollo del culto, y por
tanto de controlar la pureza ritual de los
participantes. La presencia de una persona impura
en la asamblea litúrgica hubiera comprometido el
buen éxito del culto (Lev 15,13). La impureza más
tremenda era la "lepra". Por eso al sacerdote le
incumbía verificar si una persona estaba afectada por
semejante mal y declararla pura o impura. El Levítico
da instrucciones muy detalladas al respecto (Lev 13-
14). Para otros casos de impureza ritual, el sacerdote
debía preparar el agua lustral según los ritos
previstos en Núm 19 [i Levítico II, 2.3].

e) Bendición. Otra función de los sacerdotes, más


positiva, era la de bendecir en nombre de Yhwh.
Otras personas compartían con el sacerdote el
derecho de transmitir la bendición divina. El padre de
familia podía bendecir a sus hijos (Gén 27,4; 48,15;
49,28) y el rey a su pueblo (2Sam 6,18; l Re 8,14).
La bendición sacerdotal ponía el nombre de Yhwh
sobre los hijos de Israel. El libro de los Números
indicaba la fórmula ritual (Núm 6,22-27). Poner el
nombre quiere decir establecer una relación con la
persona. Los israelitas comprendían que una buena
relación con Dios era condición indispensable para la
buena marcha de la vida individual y comunitaria. La
bendición aseguraba la fecundidad, la felicidad y la
paz.

f) Custodia del santuario. La bendición de Leví no


hace referencia a la relación entre sacerdote y
santuario. Pero otros textos demuestran la
importancia de esta relación. El sacerdote era el
hombre del santuario. Tenía el privilegio de poder
entrar en el lugar santo y debía custodiar con el
mayor cuidado el santuario y todos los objetos
sagrados. "Todo extraño que se acercaba era
castigado con la muerte" (Núm 3,38).

Cuando se fundaba un santuario, enseguida venía un


hombre consagrado a custodiarlo (Jue 17,5-13; lSam
7,1; 1Re 12,31s). En los primeros tiempos eran
numerosos los santuarios. Abrahán construía altares
en diversos lugares: en Siquén (Gén 12,7), en Betel
(12,8), en Hebrón (13,18) y en el territorio de Moria
(22,9). Otras tradiciones hablan del santuario de Silo
(1Sam 1,3) y del de Gabaón (l Re 3,4). Después de
la conquista de Jerusalén, David hizo llevar el arca
de Dios a su nueva capital (2Sam 6) para darle un
prestigio religioso. Más tarde, con ocasión de una
epidemia, adquirió un terreno para construir en él un
nuevo lugar santo, donde Salomón edificó el templo
de t Jerusalén (1 Re 6; 2Crón 3,1). Progresivamente
se manifestó la tendencia a atribuir a este nuevo
santuario no solamente un puesto central en el culto,
sino un puesto exclusivo. Ezequías, y poco después
Josías, reformaron el culto en esta perspectiva (2Re
18,4; 23,4-20). Josías suprimió todos los santuarios
de provincia (2Re 23,8), a fin de que el templo de la
capital fuese el único santuario de Yhwh. Se
reorganizó el sacerdocio de modo correspondiente
(23,9). Después del destierro fue confirmada esta
reforma. Todo el culto sacerdotal se efectuaba en el
templo de Jerusalén, donde las diversas clases de
sacerdotes y levitas se sucedían de acuerdo con
turnos regulares (Lc 1,8; 1Crón 24,7-8; 2Crón 31,2).
En esta evolución progresiva hacia la unicidad del
santuario se puede reconocer el influjo poderoso de
un sentido mayor de la santidad del Dios único.

3. ESTRUCTURA DEL CULTO SACERDOTAL. De


hecho, toda la organización del culto sacerdotal
antiguo se fundaba en el concepto de santidad. El
punto de partida era el reconocimiento de la
tremenda santidad de Dios: "Sed santos, porque yo,
el Señor, vuestro Dios, soy santo" (Lev 19,2). Siendo
Dios santo, para entrar en relación con él hay que
ser santo, es decir, pasar del nivel profano de la
existencia ordinaria al nivel sagrado de la realidad
divina.

a) Separaciones rituales. Para alcanzar este fin, el


culto antiguo proponía un sistema de elevación por
medio de separaciones rituales. Como el pueblo
entero no poseía, a pesar de su elección, la santidad
requerida para acercarse a Dios (Ex 19,12; 33,3),
una tribu, la de Leví, había sido separada de las
demás para el servicio litúrgico; en esta tribu, una
familia, la de Aarón, había sido apartada para ejercer
los ritos sacrificiales; un miembro de esta familia era
elegido para ser el sumo sacerdote, al cual estaba
reservado el acto más solemne del culto, el
encuentro con Dios.

Este encuentro no se podía verificar en un lugar


cualquiera, sino sólo en un lugar sagrado, es decir,
separado del espacio profano en el que se
desarrollaban las actividades ordinarias y prohibido
al público.

b) Sacrificio ritual. Para entrar en el lugar sagrado, el


sacerdote debía realizar los ritos sagrados, acciones
que se distinguen de las actividades profanas y
siguen normas especiales prescritas para el culto.
Entre los ritos, el más significativo era el sacrificio,
que consistía en hacer pasar una víctima del mundo
profano al mundo divino; en efecto, sacrificar
significa hacer sagrado. El sacrificio era necesario,
porque el sacerdote no estaba en condiciones de
pasar él mismo enteramente al mundo divino. A
pesar de todas las ceremonias de su consagración,
seguía siendo un hombre terreno. Por eso el ritual le
prescribía elegir otro ser viviente, un animal, sin
defecto alguno, y por tanto que podía ser grato a
Dios, y ofrecerlo sobre el altar. Inmolada y
consumida por el fuego, esta víctima subía
simbólicamente al cielo, o bien su sangre era
esparcida en dirección al trono de Dios. Este rito
constituía el punto culminante de las separaciones.
La víctima era completamente sustraída a la
existencia terrena para ser devorada por el fuego del
cielo, que la llevaba junto a Dios [/ Levítico II, 1].

Así pues, el culto antiguo presentaba un esquema de


consagración cada vez más completa, por medio de
sucesivas separaciones rituales. Después de este
movimiento ascendente de separaciones, se
esperaba un movimiento descendente de gracias
divinas. Si el sacrificio tenía resultado positivo, la
víctima era aceptada por Dios; el sacerdote que la
había ofrecido era admitido ante Dios y podía
obtener para el pueblo los favores de Dios.
c) Esquema de conjunto. Es posible, pues, establecer
un cierto orden en las diversas funciones
sacerdotales, según un esquema ternario: fase
ascendente, central y descendente. La fase
ascendente comprende todo el sistema de las
separaciones rituales, de las diversas reglas de
pureza (alimentos puros e impuros, lepra, contactos,
etc.) hasta las ofrendas sacrificiales, pasando por los
ritos de purificación y de consagración. La fase
central, elemento decisivo, consiste en el encuentro
del sacerdote con Dios; gracias al sacrificio
agradable, el sacerdote es admitido en la morada de
Dios. La fase descendente se sigue de la buena
relación establecida entre el sacerdote y Dios. El
sacerdote obtiene el perdón divino y el fin de los
castigos provocados por los pecados; puede
comunicar al pueblo las instrucciones divinas, que
manifiestan el camino seguro a seguir para triunfar
en la vida; puede bendecir al pueblo con el nombre
de Dios para procurarle fecundidad, paz y felicidad.

d) Mediación. Con este esquema ternario se


manifiesta bien la función mediadora del sacerdote.
El lleva a Dios las ofrendas y las oraciones del
pueblo, y luego lleva al pueblo las respuestas y las
gracias de Dios, asegurando así las buenas
relaciones entre el pueblo y Dios. Pero el AT no
reflexiona mucho sobre la mediación sacerdotal, sino
que le gusta insistir más bien en la gloria del
sacerdocio. El Sirácida describe con entusiasmo la
gloria de Aarón (Si 45,6-22) y la del sumo sacerdote
de su tiempo, Simón, hijo de Onías, "majestuoso al
salir de entre los velos del santuario" (Si 50,5). En
los sacerdotes se reflejaba la gloria del mismo Dios.

4. EVOLUCIÓN HISTÓRICA. En el curso de los siglos


se observa, respecto al sacerdocio, una doble
evolución, que aumentaba su importancia en la vida
del pueblo de Dios.

a) Sentido de la santidad. Varias experiencias


religiosas, personales y colectivas, aumentaron en
Israel el respeto a la santidad de Dios. La obra de los
profetas fue decisiva al respecto, lo mismo que la de
los reformadores religiosos del templo de Josías. De
ello se siguió una nueva organización del culto y del
sacerdocio, que ponía de relieve un monoteísmo
intransigente. En lugar de la multiplicidad de los
santuarios antiguos, fue considerado legítimo un solo
santuario; todos los demás fueron equiparados a
templos paganos, y por tanto destruidos. Se unificó y
jerarquizó el sacerdocio.

En el culto sacrificial adquirió un puesto más


significativo el aspecto de expiación, que responde
mayormente a la preocupación de santidad. Entre
todos los sacrificios, los más importantes fueron los
del gran "día de la expiación", Yóm Kippur (Lev 16).
Constituían la cima de todo el culto, porque el Yóm
Kippur era la única ocasión anual en la que se podía
penetrar en la parte más santa del templo. Este
ingreso estaba reservado sólo al sumo sacerdote y
condicionado por el sacrificio más solemne, que era
de expiación. Bajo todos los aspectos (lugar sagrado,
tiempo sagrado, persona sagrada, acto sagrado), la
liturgia de Yóm Kippur manifestaba la más grande
exigencia de santidad.

b) Sacerdocio y poder. Paralelamente a esta


evolución hacia un exclusivismo cada vez más
marcado, tuvo lugar un incremento de poder.
Después de la vuelta del destierro, el sumo
sacerdote asumió una posición de autoridad no
solamente religiosa, sino también política. Lo
atestigua el Sirácida cuando alaba al sumo sacerdote
Simón por haber asegurado la defensa de Jerusalén
construyendo "las fortificaciones de la ciudad para
caso de asedio" (Si 50,4). En el siglo u a.C., la
revuelta contra los seléucidas fue dirigida por una
familia sacerdotal, los asmoneos, los cuales, después
de la victoria, conservaron el poder político. El título
griego de archiereús, sumo sacerdote, fue adoptado
entonces, expresando en aquellas circunstancias el
cúmulo de los poderes (1Mac 10,20s; 13,41s).
Enconsecuencia, la dignidad de sumo sacerdote se
convirtió en objeto de ambiciones y de rivalidades
extremas. Ciertos pretendientes echaron mano de
todos los medios, comprendido el homicidio (2Mac
4,32ss), para elevarse a esta posición. También bajo
los procuradores romanos se presentaba el sumo
sacerdote como la autoridad suprema de la nación;
presidía el sanedrín, el cual era reconocido por los
romanos como poder local. Los libros narrativos del
NT atestiguan fielmente esta situación.

c) Espera escatológica. Amargamente decepcionados


por la evolución del sacerdocio, ciertos ambientes del
/ judaísmo ponían sus esperanzas en la espera de un
sacerdocio renovado. El profeta Malaquías, que
vituperaba los defectos de los sacerdotes (Mal 2,1-
9), había también anunciado una purificación de los
hijos de Leví (3,3). Otros textos proféticos podían
alimentar la misma esperanza. Tenemos claro
testimonio de ello en los manuscritos de Qumrán y
en los Testamentos de los doce patriarcas. En
Qumrán la espera escatológica comprendía un
elemento sacerdotal. Los miembros de la secta no
esperaban solamente al mesías davídico, al que
llamaban "mesías de Israel", sino también un mesías
sacerdote, al que denominaban "mesías de Aarón"
(1QS 9,10-11). En la Regla de la Comunidad no se
concede la precedencia al mesías de Israel, sino al
sacerdote (2,18-21). En el documento de Damasco
(12,23s; 19,10s), un único personaje acumula
ambas dignidades. Perspectivas similares se trazan
en los Testamentos de los doce patriarcas; el
Testamento de Rubén (6,7-12), por ejemplo,
prescribe que se obedezca a Leví "hasta la
consumación de los tiempos del mesías sumo
sacerdote, del cual ha hablado el Señor"; el
Testamento de Leví (18,1) anuncia que Dios, en los
últimos tiempos, castigará a los sacerdotes indignos,
y luego "suscitará un nuevo sacerdote, al cual se le
revelarán todas las palabras del Señor". Como el
cumplimiento último debía ser cumplimiento de todos
los aspectos del proyecto de Dios, no podía faltar el
aspecto sacerdotal, pues su importancia era de
primer rango en la Sagrada Escritura y en la vida del
pueblo elegido.

II. EN EL NT. Respecto al sacerdocio, el NT contiene


dos series de textos netamente diversos: por una
parte, textos que hablan de la institución sacerdotal
antigua; por otra parte, textos que afirman el
cumplimiento cristiano del sacerdocio.

1. OPOSICIÓN SACERDOTAL. Los escritos narrativos


del NT (evangelios y Hechos) no dan jamás a Jesús
ningún título sacerdotal. Cuando hablan de
sacerdotes y de sumos sacerdotes, es siempre en
relación al sacerdocio judío (excepto en una
perícopa, donde se trata de un sacerdote pagano: He
14,13). La situación descrita difiere mucho según las
dos categorías sacerdotales: simples sacerdotes o
bien autoridades sacerdotales. En el caso de simples
sacerdotes, no se observa ninguna tensión; los
evangelios reconocen sus atribuciones; Lucas nos
muestra al sacerdote Zacarías en el ejercicio de sus
funciones (Lc 1,8s); los sinópticos refieren que Jesús
mandó a un leproso curado que se presentara al
sacerdote e hiciera la ofrenda prescrita (Mc 1,44). En
los Hechos, Lucas cuenta que "incluso muchos
sacerdotes abrazaban la fe" (He 6,7).

Muy diversa se presenta la situación en el caso de los


principales sacerdotes y del sumo sacerdote. Se los
menciona en la primera predicción de la pasión, en la
cual Jesús declara que debía "padecer mucho por
parte de los ancianos del pueblo, de los sumos
sacerdotes y de los maestros de la ley" (Mt 16,21); y
luego, de nuevo, en la tercera predicción: "El Hijo del
hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a
los maestros de la ley; lo condenarán a muerte" (Mt
20,18). Su nombre vuelve siempre en un contexto
similar, es decir, el de la oposición exasperada a la
persona de Jesús. Para traicionar a Jesús, Judas "fue
a los sumos sacerdotes", los cuales "le ofrecieron
treinta monedas de plata" (Mt 26,15). En el proceso
de Jesús ante el sanedrín, el sumo sacerdote tiene el
papel decisivo (Mt 26,62-66). Tradiciones
semejantes se refieren en el cuarto evangelio (Jn
11,49s; 18,35; 19,6). En los Hechos, la hostilidad de
los supremos sacerdotes recae sobre la comunidad
de los discípulos de Jesús, y especialmente sobre los
apóstoles (He 4,6; 5,17s; 9,1s; etc.).

En todos estos episodios, los sacerdotes supremos y


el sumo sacerdote no son presentados en acto de
culto, sino ejerciendo el poder. Juntamente con los
ancianos y los escribas, forman el sanedrín,
asamblea que constituía la autoridad más alta del
pueblo judío en los tiempos helenísticos y romanos.
Sin embargo, los elementos contenidos en el relato
del proceso de Jesús presentan una situación mixta,
es decir, político-religiosa. Jesús es acusado de
subversión religiosa que afecta al santuario (Mc
14,58), y por tanto amenaza implícitamente al
sacerdocio. Luego, la cuestión central se refiere a la
mesianidad, concepto político-religioso. La acusación
final, de blasfemia, insiste únicamente en el aspecto
religioso (Mc 14,63s).

2. POSICIÓN DE JESÚS. A primera vista, la relación


entre Jesús y el sacerdocio antiguo había sido
negativa a causa de esta oposición de las
autoridades sacerdotales a su persona y a su obra.

No era fácil percibir alguna relación positiva, porque


ni la persona de Jesús, ni su ministerio, ni su muerte
respondían al concepto antiguo de sacerdocio. Como
el sacerdocio estaba reservado a la tribu de Leví y se
transmitía por vía hereditaria, Jesús, que pertenecía
a la tribu de Judá, no era sacerdote según la ley
mosaica. Nunca durante su vida pretendió ser kohen
ni ejercer función sacerdotal alguna.

Su ministerio no fue de índole sacerdotal, sino más


bien profética. Comenzó a predicar como lo habían
hecho los profetas. A veces se expresaba, como
ellos, con acciones simbólicas. También sus milagros
recordaban el tiempo de los profetas Elías y Eliseo
(multiplicación de los panes, Mt 14,13-21,
comparable a 2Re 4,42-44; resurrección del hijo de
una viuda, Lc 7,11-17, como 1Re 17,17-24; 2Re
4,18-37). Jesús fue reconocido como maestro (Mt
22,16; Jn 3,2) y profeta, y hasta "gran profeta" (Lc
7,16.39; Mt 21,11.46; Jn 4,19; 6,14). Después de la
resurrección, Pedro proclamó que Jesús era el
profeta semejante a Moisés, prometido por Dios en
Dt 18,18 (He 3,22).

Jesús continuó la tradición profética de crítica al


formalismo religioso, en la cual quedaban
involucrados los sacerdotes. Hacía poco caso de la
pureza ritual (Mt 9,10-13; 15,1-20), rehusaba dar un
valor absoluto a las prescripciones que se referían al
sábado (Mt 12,1-13; Jn 5,16-18; etc.) y no aceptaba
el concepto antiguo de la santificación por medio de
separaciones rituales. Haciendo suyo el dicho de
Oseas: "Misericordia quiero, que no sacrificios" (Os
6,6; Mt 9,13; 12,7), Jesús observaba, según afirma
Mateo, que entre dos modos de servir a Dios, uno
con ritos y separaciones y el otro con entrega al
prójimo, Dios mismo había expresado su preferencia
por el segundo. A las, inmolaciones rituales, Dios
prefería la misericordia.

Desde el punto de vista de la religión antigua, la


muerte de Jesús aumentó todavía más la distancia
entre él y el sacerdocio, pues esta muerte no tuvo
relación alguna con el culto ritual. Jesús no murió en
un ambiente sagrado, sino fuera de la ciudad santa;
su muerte fue una pena legal, la ejecución de una
condena infamante. No fue un acto de santificación
ritual, sino, al contrario, un acto de execración, que
hacía de él una maldición (Gál 3,13; Dt 21,22s).

No es, pues, de extrañar que la predicación cristiana


primitiva no hablara de sacerdocio a propósito de
Jesús. En su persona, en su ministerio, en su
muerte, los cristianos no encontraban relación
alguna inmediata con la institución sacerdotal
antigua.

3. MISTERIO DE CRISTO Y CULTO. Jesús fue


reconocido como el mesías davídico (He 2,36), lo
cual era más fácil, porque Jesús pertenecía a la tribu
de Judá y a la descendencia de / David. Mas el
mesianismo davídico no carecía de conexiones con la
institución cultual. El oráculo de Natán, base de este
mesianismo, anunciaba en efecto que el hijo de
David construiría la casa de Dios (2Sam 7,13). Los
cuatro evangelios reproducen esta predicción de una
forma nueva. El tema de la destrucción y de la
reconstrucción del santuario ocupa un puesto
significativo en los relatos sinópticos de la pasión.
Con ello una misión que se refiere al culto quedó
propuesta como parte integrante del misterio de
Cristo (Jn 2,13-22; Mc 14,58; 15,29.38).

Por otra parte, los relatos de la última cena


contienen un episodio de inmenso alcance para la
relación con Dios. Tomando el cáliz, Jesús dijo: "Esta
es mi sangre de la alianza" (Mt 26,28). Tal gesto con
tales palabras no estaba ciertamente previsto en el
ritual antiguo; constituía una innovación
sorprendente. Pero la unión de "sangre" y de
"alianza" recordaba el sacrificio de t alianza referido
en Éx 24,6-8, y en consecuencia, daba una
determinación sacrificial al acto de Jesús, y por tanto
a su muerte, que este gesto anticipaba. La reflexión
cristiana descubrió estos aspectos. Pablo da
testimonio de ello al expresar la incompatibilidad
entre los cultos sacrificiales, el de la / eucaristía y el
de los ídolos (1Cor 10,14-22). Una renovación radical
del culto hay que reconocerla en los acontecimientos
de la institución eucarística, de la pasión y de la /
resurrección de Cristo.

También la fecha de la muerte de Cristo sugería su


carácter sacrificial, pues la ponía en relación con la
inmolación del cordero pascual (Mt 28,2; Jn 18,28;
19,4). En 1Cor 5,7 Pablo proclama: "Cristo, nuestro
cordero pascual, ya ha sido inmolado". En Rom 3,25
emplea otras palabras tomadas del culto sacrificial:
"A Jesucristo, Dios lo expuso públicamente como
propiciatorio, por medio de la fe, en su sangre".
Finalmente, en Ef 5,2, tenemos una fórmula paulina
existencial: "Cristo nos amó y se entregó por
nosotros" (ver Gál 2,20), es completada con
términos del vocabulario sacrificial: "como ofrenda y
sacrificio de olor agradable a Dios". Por su parte,
Pedro aplica a Cristo una expresión corriente del
ritual antiguo: "cordero sin mancha" (1Pe 1,19; Lev
14,10; 23,18; etc.). Todos estos textos demuestran
una comprensión sacrificial de la pasión y
resurrección de Cristo.

4. SACERDOCIO DE CRISTO. Decir que Cristo ha sido


víctima inmolada por nuestros pecados no resuelve
aún la cuestión de su relación con el sacerdocio. Pues
en el sacerdocio antiguo, víctima y sacerdote eran
necesariamente distintos. El autor de la carta a los /
Hebreos afronta el problema en toda su amplitud,
demostrando que Cristo no fue solamente víctima
sacrificial, sino también sacerdote, e incluso sumo
sacerdote, y que él conserva esta posición para
siempre. Para llegar a esta conclusión, el autor, por
una parte, tuvo que superar el concepto entonces
tradicional del sacerdocio, no cerrándose en las
formas rituales externas, sino percibiendo su
intención profunda; y tuvo además, por otra parte,
que reexaminar los datos fundamentales de la
cristología hasta descubrir su relación con la
intención profunda de la institución sacerdotal.

Sabedor de las dificultades del problema, observa el


autor: "Es sabido que nuestro Señor nació de la tribu
de Judá, la cual no es mencionada por Moisés al
tratar de los sacerdotes" (Heb 7,14); "por tanto, si
estuviese sobre la tierra no sería sacerdote en modo
alguno, porque ya hay encargados de ofrecer los
dones según la ley" (8,4). No es posible atribuir a
Cristo el sacerdocio ritual antiguo. No obstante, es
preciso reconocer que Cristo es sacerdote, porque ha
llevado a cabo una obra de mediación entre los
hombres y Dios y ocupa ahora una posición de
mediador. En el misterio de la pasión y de la
glorificación de Cristo es fácil discernir las tres fases
de la mediación sacerdotal: ascendente, central y
descendente.

a) Experiencia cristiana. En las diversas etapas de su


demostración, el autor comienza regularmente por la
fase central, la que se refiere a la admisión del
sacerdote en la morada de Dios. Es decir, los fieles
son invitados a contemplar a Cristo sentado a la
diestra de Dios (1,4-14), glorificado y proclamado
"digno de fe" (3,1-6), "siempre vivo para interceder
en su favor" (7,25). El punto de partida de la
exposición es, pues, la experiencia actual de la
comunidad cristiana, la cual sabe que debe su
existencia a Cristo glorificado, el cual la pone en
relación íntima con Dios. Pues Cristo es al mismo
tiempo Hijo de Dios entronizado junto al Padre (1,5-
14) y hermano de los hombres, de los cuales se ha
mostrado plenamente solidario hasta la muerte (2,5-
16). Unido íntimamente a Dios, unido íntimamente a
nosotros, es el mediador perfecto, por lo que hay
que reconocerlo como "sumo sacerdote
misericordioso y fiel ante Dios" (2,17). Los cristianos
no se encuentran en una situación inferior a la de los
judíos; tienen un sumo sacerdote (3,Is; 4,14).

b) Argumento de la Escritura. A este primer.


argumento, sacado de la experiencia religiosa de los
cristianos, añade el autor una prueba escriturística,
sacada de un salmo mesiánico (Sal 110). El primer
versículo de este salmo contiene el oráculo que
expresa la glorificación de Cristo a la derecha de
Dios. La aplicación de este oráculo a Jesús está
garantizada por los evangelios (Mt 22,41-46; 26,63-
66) y es corriente en el NT (Mc 16,9; He 2,34; Ef
1,20; etc.). El autor se ha referido a él desde la
primera frase de su discurso (Heb 1,3), y vuelve
sobre ello reiteradas veces (1,13; 8,1; 10,12; 12,2).
Pues bien, el cuarto versículo del mismo salmo
contiene un segundo oráculo dirigido al mismo
personaje, y que por tanto hay que aplicar a Cristo
como el primero. Este oráculo lo proclama
solemnemente "sacerdote para siempre" (Sal 110,4).
Se sigue de ahí que el sacerdocio de Cristo es un
dato explícito de la revelación bíblica. Dios mismo no
sólo ha afirmado, sino "jurado" que Cristo glorificado
es sacerdote. El autor introduce esta .prueba
escriturística en 5,6; luego la recoge en 5,10 y 6,20,
y la explica detalladamente en 7,1-28.

El oráculo precisa que el sacerdocio del mesías es


"según el orden de Melquisedec". En la manera de
presentar la Biblia al personaje de Melquisedec, sin
mencionar su origen familiar y sin aludir a su
nacimiento ni a su muerte, el autor descubre una
prefiguración implícita del sacerdocio de Cristo
glorioso, el cual no depende de una genealogía
sacerdotal humana ni tiene límites temporales,
puesto que es el sacerdocio del Hijo de Dios, que ha
vencido la muerte y vive para siempre (7,3.16s.24s).

c) Sacrificio de Cristo. Para completar la


argumentación, el autor considera la fase ascendente
del sacerdocio de Cristo, o sea el acontecimiento que
llevó a Cristo a su actual posición sacerdotal.

El hecho de haber sido Cristo desde siempre el Hijo


de Dios no bastaba para asegurarle el sacerdocio;
era necesaria una estrecha unión con los hombres
para hacer de él el mediador perfecto. Por eso Cristo
"debió hacerse en todo semejante a sus hermanos",
tomando sobre él sus pruebas, sus sufrimientos y su
muerte, "para convertirse en sumo sacerdote" (2,
17). La pasión gloriosa de Cristo constituye para él
un sacrificio de consagración sacerdotal. No se trata,
evidentemente, de un rito externo, como era la
consagración del sumo sacerdote antiguo (Lev 8),
sino de una transformación radical de la naturaleza
humana de Cristo. Esta transformación real se llevó
a cabo por medio de sufrimientos aceptados
generosamente en una actitud de docilidad a Dios y
de solidaridad con los hombres. Dios hizo perfecto al
hombre en Cristo por medio de la pasión (2,10).
Jesús "en el sufrimiento aprendió a obedecer" y "así
alcanzó la perfección", siendo por el hecho mismo
"consagrado" sacerdote (5,8s). El autor profundiza de
esta manera la doctrina cristológica, que presentaba
la pasión de Cristo como un sacrificio. Cristo se ha
convertido al mismo tiempo en víctima inmolada (cf
1Cor 5,7; Ef 5,2; lPe 1,19) y en sacerdote
consagrado. En este acontecimiento no permaneció
él pasivo, sino que cooperó activamente a la obra
divina bajo el impulso del Espíritu Santo: "Por virtud
del Espíritu eterno se ofreció a sí mismo a Dios como
víctima inmaculada" (Heb 9,14). Su ofrenda no tiene
solamente valor de sacrificio de consagración
sacerdotal, sino también de sacrificio de expiación
(9,26ss) y de alianza (9,15-22). Sustituye a todos
los sacrificios antiguos (10,5-10) y hace pasar de un
culto ritual, externo e ineficaz, a un culto existencial,
que toma a todo el hombre para unirlo con Dios y
con los hermanos. En conclusión, es evidente que la
pasión de Cristo no solamente es un verdadero
sacrificio, sino el único verdadero sacrificio
plenamente logrado; los demás eran intentos
ineficaces. De manera semejante, no sólo se ha de
reconocer a Cristo como sacerdote, sino que es el
único sacerdote auténtico, el único mediador de Dios
y de los hombres (ITim 2,5); los sacerdotes antiguos
no hacían más que prefigurarlo de modo muy
imperfecto.

5. SACERDOCIO COMÚN. La fase descendente del


sacerdocio de Cristo consiste en procurar a los
creyentes la purificación de la conciencia (9,14), la
santificación (10,10), la perfección (10,14),
introduciéndolos en la "nueva alianza" (9,15), que
los pone en relación íntima con Dios (8, l Os).

a) Culto nuevo. Gracias al sacrificio de Cristo, la


situación religiosa de los hombres se ha
transformado completamente. Todas las
separaciones rituales antiguas han quedado abolidas,
porque Cristo ha inaugurado un "camino nuevo y
viviente" (10,20), que permite el acceso a Dios. Lo
que en los tiempos antiguos era privilegio exclusivo
del sumo sacerdote una vez al año, se ha convertido
en una posibilidad abierta a todos en todo tiempo.
Ahora todos los creyentes son invitados a acercarse
a Dios "con confianza" (4,16; 10,19-22) y a
presentarle sus "sacrificios" (13,15s). Estos
sacrificios no serán ya ritos separados de la vida,
sino, a ejemplo del sacrificio de Cristo, ofrendas
existenciales. Es decir, los cristianos están llamados
a vivir como Cristo en la obediencia filial,
"cumpliendo la voluntad de Dios"(10,36; 13,21; cf
5,8; 10,7-9), y a progresar en el amor fraterno
gracias a una solidaridad efectiva (10,24; 13,16). El
culto nuevo es transformación cristiana de la
existencia por medio de la caridad divina. Y como
ese culto no es posible sin la unión con el sacrificio
de Cristo, hay que reconocer un puesto esencial en la
vida cristiana a la celebración eucarística,
instrumento de esta unión (cf 10,19-25; 13,15).
Unidos a Cristo, los cristianos participan del
sacerdocio de Cristo. Sin embargo, el título de
sacerdotes no les es atribuido en la carta a los
Hebreos, que lo reserva para Cristo.

Pablo expresa una doctrina semejante en un pasaje


importante de su carta a los Romanos, donde emplea
un vocabulario sacrificial para expresar su ideal de
vida cristiana: "Hermanos, os ruego... que ofrezcáis
vuestros cuerpos como sacrificio vivo, consagrado,
agradable a Dios... No os acomodéis a este mundo;
al contrario, transformaos y renovad vuestro interior"
(Rom 12,1s). Tampoco Pablo usa aquí la palabra
"sacerdocio"; pero la realidad descrita constituye una
forma nueva de sacerdocio.

b) Organismo sacerdotal. En cambio, Pedro aplica a


la comunidad de los creyentes un título sacerdotal
que encuentra en la traducción griega de Ex 19,6. El
texto hebreo de esta promesa de Dios dice: "Seréis
para mí un reino de sacerdotes". En lugar del plural
"sacerdotes", los Setenta han puesto un nombre
colectivo, hieráteuma, que significa "organismo
sacerdotal". Este término se emplea en 1Pe 2,5.9
para calificar a la Iglesia. Gracias a su adhesión a
Cristo en su misterio de muerte y resurrección, los
creyentes son "edificados como piedras vivientes en
casa espiritual y organismo sacerdotal santo, para
ofrecer víctimas espirituales agradables a Dios por
mediación de Jesucristo" (1Pe 2,5). Con estas
palabras proclama Pedro el cumplimiento en la
Iglesia de la espléndida promesa hecha a Israel. No
se trata, como se pretende a veces, de un sacerdocio
de cada uno de los creyentes, de modo individual,
sino de un sacerdocio poseído por todos juntos de un
modo orgánico. Lejos de ser excluida, la presencia de
una estructura en este "organismo sacerdotal" es
más bien sugerida por el contexto. Pues la
construcción de un edificio no es posible sin una
estructura (cf Ef 2,19-21; 4,11-16). Cuáles son los
"sacrificios espirituales", no se precisa. La doctrina
general de la carta permite comprender que
consisten en una "conducta buena" (2,12) y santa
(1,15), conforme a la obediencia de Cristo y a la
inspiración del Espíritu (1,2).

c) Reyes y sacerdotes. Como la IPe, el Apocalipsis se


inspira en la promesa divina de Ex 19,6; pero no
reproduce la expresión de los Setenta, sino una
traducción literal del hebreo. Los cristianos
reconocen que Cristo los "ha hecho un reino de
sacerdotes para su Dios y Padre" (Ap 1,6). La corte
celestial dirige al Cordero un canto nuevo que lo
alaba por esta obra (5,9-10). Finalmente, una
bienaventuranza que se refiere a los mártires
proclama que "serán sacerdotes de Dios y de Cristo,
con el que reinarán mil años" (20,6).

La contribución específica del Apocalipsis consiste en


la insistencia en la unión de la dignidad real con la
sacerdotal. En circunstancias difíciles que ponían a
los cristianos en una situación de víctimas y de
condenados, Juan les invita a reconocer osadamente
que, gracias a la sangre de Cristo, son en realidad
sacerdotes y reyes, es decir, que gozan de una
relación privilegiada con Dios y que esta relación
ejerce una acción determinante en la historia del
mundo. La dignidad real y sacerdotal de los
cristianos es presentada como la cima de la obra
redentora de Cristo (1,6; 5,10). Por otra parte, la
plena realización de esta doble dignidad aparece
como el colmo de la felicidad y de la santidad (20,6).
Esta perspectiva debe animar a los creyentes en sus
pruebas. Su esperanza es magnífica. En la nueva
Jerusalén estará "el trono de Dios y del cordero" y
"los servidores de Dios lo adorarán" (22,3) "y
reinarán por los siglos de los siglos" (22,5). De esta
manera la vocación del hombre quedará
perfectamente cumplida.

6. SACERDOCIO MINISTERIAL. El sacerdocio común


de los creyentes no existe sin la mediación
sacerdotal de Cristo; todos los textos del NT lo
atestiguan claramente (1Pe 2,5; Ap 1,6; 5,10; Heb
7,25; Rom 5,1; Ef 2,18; etcétera). Atestiguan
igualmente que la mediación de Cristo se hace
presente en la diversidad de los lugares y de los
tiempos por medio de los ministros de Cristo. La
facultad de éstos no es de origen humano, sino
divino (2Cor 3,5s). Dios mismo los hace "ministros
idóneos de la nueva alianza" (3,6). Ejercen "el
ministerio de la reconciliación" (2Cor 5,19), no con
autoridad propia, sino como "embajadores de Cristo"
(5,20). Se los ha de considerar "ministros de Cristo y
administradores de los misterios de Dios" (l Cor 4,1).
En nombre de Cristo "sumo sacerdote digno de fe"
(Heb 3,1-6), transmiten con autoridad "la palabra de
Dios" (13,7). En nombre de Cristo "sumo sacerdote
misericordioso" (2,17; 4,14), "velan por las almas" y
deben "dar cuenta" de ellas (13,17). Están, pues,
estrechamente asociados al sacerdocio de Cristo. Sin
embargo, no reciben en el NT el título de sacerdotes.
Se comprende sin dificultad: los títulos de los
dirigentes de la Iglesia primitiva se escogieron en un
tiempo en el que la doctrina del sacerdocio de Cristo
no se había elaborado aún; como sus funciones eran
muy diversas de las de los sacerdotes del tiempo,
judíos y gentiles, no podía ocurrírseles la idea de
llamarlos sacerdotes. Sin embargo, después de la
elaboración de una cristología sacerdotal resultaba
posible, e incluso necesaria, un comprensión
sacerdotal del misterio cristiano; ésta se abrió
camino de modo enteramente natural en los tiempos
posteriores al NT. En el mismo NT solamente está
sugerida. Los textos más explícitos al respecto son
los de 1 Cor 9,13-14 y Rom 15,16; en el primero
expresa Pablo una relación de semejanza entre los
sacerdotes antiguos y los ministros del evangelio; en
el segundo, el apóstol define en términos cultuales y
sacrificiales su propia vocación; no emplea para sí
mismo el título de hiereús, "sacerdote", que corría el
riesgo de provocar un equívoco, sino que se sirve de
una larga perífrasis, que describe el ministerio como
una función sacerdotal de género completamente
nuevo: "ser ministro cultual de Jesucristo" y realizar
la "tarea sagrada de anunciar el evangelio de Dios,
para que la ofrenda sacrificial de los paganos sea
agradable a Dios, consagrada por el Espíritu Santo"
(Rom 15,16). Así pues, el ministerio apostólico es un
ministerio sacerdotal al servicio del sacerdocio de
Cristo y al servicio del sacerdocio común.

Así la relación íntima con Dios, que el sacerdocio


antiguo intentaba fatigosamente establecer por
medio de animales inmolados, se obtiene
plenamente en la Iglesia en virtud de la ofrenda
personal de Cristo, la cual comunica a todos los
creyentes un poderoso dinamismo de docilidad filial
para con Dios y de solidaridad fraterna con los
hombres.
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