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Juan Sebastián Ocampo Murillo.

Estudios sociales y culturales I.

“Marxismo y teoría del conocimiento”

Muchas veces se tiende a pensar que el marxismo concibe al ser humano como una marioneta
de la estructura. Se ha concebido la idea de que los estudiosos del materialismo dialéctico
han esgrimido una concepción de la sociedad a través de la historia en donde, a rajatabla, la
infraestructura económica y los modos de producción de la vida material condicionan
mecánicamente a la conciencia del ser humano.

Sin embargo, esto es una interpretación bastante sesgada y anatematizada. El verdadero


materialismo consiste en establecer un análisis histórico de las relaciones prácticas que
competen a toda existencia humana organizada. Evidentemente, el ser humano, en tanto
subjetividad socialmente condicionada, está atravesado por la dimensión cultural que regula
su comportamiento, establece marcos de acción legales y legítimos explícitos e implícitos, y
prefigura juicios valorativos sobre el sistema de creencias y el universo simbólico.

En concordancia con lo anterior, como se puede apreciar, el materialismo dialéctico no es un


mero economicismo, más bien, analiza las relaciones complejas de la sociedad y la cultura y
las integra al movimiento total de la vida del ser humano. Es pues, que el análisis material de
la vida de los hombres es una reflexión compleja sobre lo universal y lo particular, la unidad
de lo múltiple.

Siguiendo esa línea de ideas, es imperativo y necesario para el rigor y la construcción de las
categorías de análisis, despojar a las ciencias sociales la idea de “inmanencia”. No resulta
conveniente para un estudio crítico, seguir considerando aquellos elementos por la fuera de
la mente del hombre como rasgos atemporales y positivos (en el sentido cientificista de la
palabra), que son auto-explicativos y que yacen de manera atemporal ante el devenir de los
procesos técnicos, mentales e ideológicos. Más bien, habría que poner en relieve la manera
en la que aquello que parece tan natural, tan corriente, tan interno, está socialmente
condicionado y responde a las expectativas de grupos y clases sociales determinados. No vale
la pena seguir enfrascando en explicaciones tan anquilosadas muchos de los problemas que
aquejan en la vivencia cotidiana a colectivos humanos. Habría que extirpar del ámbito
académico a quienes han querido reproducir de una forma incesante un discurso de carácter
hegemónico que marginaliza la exposición de una estructura material y simbólica que
configura gran parte de muchos atavismos para la vida justa y digna.

Es muy recurrente escuchar en el amplio campo de las comunicaciones cómo algunos de los
llamados “expertos” lanzan explicaciones que rayan en el providencialismo para elucidar
cómo se han constituido algunos de los fenómenos sociales. Muy campantemente recorren
por su léxico frases como: “es normal que eso pase”, “es que es el curso natural de las cosas”.
Sin embargo. El materialismo dialéctico e histórico pretende minar este tipo de argumentos
que pueden justificar cualquier acto de coerción física y simbólica. La totalidad concreta es
un indicativo claro para el estudio de la vida de los hombres, para entender por qué se
presentan unas dinámicas sociales, pero no debe parar en eso. Es así, como entran en juego
en la amalgama de recursos epistemológicos, muchas de las construcciones conceptuales que
legitiman y le dan cohesión al gran aparato de la vida. El sistema de representaciones, de
símbolos y de significados permite al estudioso observar cómo detrás de ese hombre de carne
y hueso se hilvanan los medios, las esperanzas, los prejuicios, sus ideales y la tradición que
ha recibido mediante la educación. Asimismo, verá como en ese hombre, aparentemente tan
simple, converge un amplio sistema de significados que regula su rol social.

En suma, emplear la metodología propuesta por Marx, no pretende reducir de una manera
simplista y falaz a categorías económicas y políticas. Por el contrario, partiendo de estas
grandes premisas que surgen a raíz del mercado, la legislación, la industria o las instituciones
sociopolíticas, se precisa entrever por la rejilla de donde se escapan eso que la sociedad ha
negado como sublime y no perecedero: los sentimientos, la forma en la que el ser humano se
relaciona consigo mismo, con su entorno y con los demás. La cultura no es una determinación
ni un determinante de la vida económica, por el contrario, es una parte íntegra de la vida
económica por donde se pueden vislumbrar muchos aspectos fundamentales del
desenvolvimiento de la vida social. Asimismo, las representaciones, los símbolos, los
significados, no son un reflejo fidedigno de la vida material ni de la realidad, pero se
constituyen como como una parte íntegra del hombre en donde este se ha constituido como
un ser en el mundo, con sus axiomas y sus circunstancias.
Evidentemente, detrás de todo lo que parece natural, objetivo y universal, existen
pretensiones, necesidades, formas de control y reproducción de la hegemonía, maneras de
regular la vida y la muerte. Cuestiones como el género, la familia, la academia, el
conocimiento, no se escapan a las prerrogativas ideológicas, a los intereses de clase y a la
propensión hacia el manteamiento de una estructura clara. Ahora bien, estas formas ideáticas
de ver la vida, muchas veces chocan con contingencias bastante particulares, con seres
humanos que han sido marginados, excluidos y castigados con el ostracismo, porque el
mismo modo de producción de mercancía y símbolos, ha hecho de la exclusión una
herramienta para el control sin la cual no puede sobrevivir.

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