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UNA VISIÓN IMPERIAL DE MÉXICO. TESTIMONIOS AUSTRO‐GERMANOS
DE LA OCUPACIÓN DE PUEBLA DURANTE EL SEGUNDO IMPERIO
RODOLFO RAMÍREZ RODRÍGUEZ 1
RESUMEN
El segundo Imperio representó la apertura de México a un sin fin de europeos de
diversas nacionalidades, de diversas profesiones y oficios, que conocerían y
describirían a nuestro país mediante cartas, diarios, relaciones y obras viajeras que
darían cuenta del estado social del país, consolidando la imagen de una nación única,
exótica, aguerrida e independiente. Una importante temática literaria, que no ha sido
estudiada en conjunto, son los testimonios de los austriacos que acompañaron a
Maximiliano en su proyecto de construir un imperio mexicano sui generis, católico y
liberal, centralizador y heterogéneo.
Para dar una breve síntesis de la ocupación de la ciudad de Puebla, por un grupo
social tan distinto como el germánico, hemos tomado algunas referencias de los escritos de
tres germanos que acompañaron el sueño imperial Habsburgo en México. La condesa
austriaca Paula Kolonitz, dama de compañía de Carlota, quien en sus cartas creó una curiosa
idealización de México; El coronel Carl Khevenhüller, quien formó parte del cuerpo de
voluntarios austriacos que participó en la intervención militar y vivió por completo el
desenlace de la suerte de Maximiliano; y el danés Henrik Eggers, quien con una experiencia
directa, y del contacto cotidiano con el pueblo de México, explicarías las razones del fracaso
de la intervención y de la imposición de un gobierno ajeno e impopular.
Las tres personalidades tuvieron contacto con la ciudad de Puebla, y su gente,
manifestando diversas opiniones y juicios, que pueden explicar el curso de la historia
de la guerra y el éxito final de la causa republicana. Sus descripciones emotivas y
subjetivas, no demerita la información que brindan, ya que su visión romántica de los
sucesos se contrapone con la cruda realidad de una guerra sin cuartel sobre dos ideas
y proyectos de nación, que se enfrentarían y delinearían la historia de nuestro país. La
importancia de los testimonios germanos radica en la gran sensibilidad de los visores
ajenos a las discordias, debilidades, virtudes, y valores intrínsecos de la cultura
mexicana, socialmente vigente hasta nuestros días.
Palabras claves: Segundo imperio, Maximiliano de Habsburgo, austro‐germanos, ocupación.
1
Egresó de la Licenciatura de Historia por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla en el año 2004
con la tesis titulada El Maguey y el Pulque: Memoria y Tradición convertidas en Historia, 1884‐1993. Realizó
sus estudios de Maestría en el Posgrado de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad
Nacional Autónoma de México, graduándose en 2010 con la tesis Una mirada cautivada, la cultura popular
vista por los viajeros extranjeros en México, 1824‐1874. Actualmente cursa el Doctorado en Historia en la
máxima casa de estudios del país con la investigación de tesis titulada: La querella por el pulque. Auge y
ocaso de una industria mexicana, 1896‐1940, cuya finalidad es mostrar la importancia social y económica del
pulque en México, desde fines del Porfiriato hasta los regímenes de la pos‐revolución. Ha sido ponente en
diversos coloquios relacionados con la historia regional y ha escrito artículos sobre temas de la cultura del
pulque, la construcción de la identidad nacional y diversos aspectos de la cultura popular en México.
Algunos de sus artículos son La representación popular del maguey y el pulque en las Artes, en la revista
Cuicuilco, de la ENAH, Vol. 14, no. 39, 2007; Fanny Calderón de la Barca y su visión romántica de México en
el boletín del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, HISTÓRICAS, núm. 88, en 2010.
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Introducción
El segundo Imperio representó la apertura de México a un sin fin de europeos de diversas
nacionalidades, de diversas profesiones y oficios, que conocerían y describirían a nuestro
país mediante cartas, diarios, relaciones y obras viajeras que darían cuenta del estado
social del país, consolidando la imagen de una nación única, exótica, aguerrida e
independiente. Una importante temática literaria, que no ha sido estudiada en conjunto,
son los testimonios de los austriacos que acompañaron a Maximiliano en su proyecto de
construir un imperio mexicano sui generis, católico y liberal, centralizador y heterogéneo.
Los visitantes germanos
La condesa austriaca Paula Kolonitz emprendió el viaje a México a los 34 años de edad,
cuando aceptaron la corona de México el archiduque Maximiliano de Austria y la princesa
Carlota de Bélgica. Kolonitz llegó a México el 28 de mayo de 1864, formando parte del
séquito de Carlota que hizo la travesía de Miramar a Veracruz quien, a pesar de que su
función de compañía terminaba ahí, decidió acompañar a los “emperadores mexicanos”
hasta su residencia en el capital y allí realizar breves excursiones en sus alrededores.
Finalmente se embarcaría para Europa en noviembre de dicho año.2 En el texto de
Kolonitz hay una admiración hacia la naturaleza de los trópicos y a la historia de México,
pudiendo ser considerada como representante del romanticismo en la literatura de viajes.
Pero, a pesar de ciertas narraciones subjetivas, ostenta una objetividad para las
descripciones de las realidades sociales que observaría, principalmente, de los grupos más
desfavorecidos de la época en México; además de presentar varias semblanzas de
Maximiliano y de Carlota.3
Carl Khevenhüller, noble de la aristocracia austriaca, fue un militar que, aunque
falto de mayor instrucción académica, tuvo una personalidad dedicada, inteligente,
sincera, y aun irreverente ante la autoridad. Tenía 24 años cuando se embarcó a México
dentro del cuerpo de voluntarios austriacos que participó en la intervención extranjera y
vivió por completo la aventura del príncipe Maximiliano hasta sus trágicas consecuencias
en 1867. Khevenhüller se arribó a México el 7 de diciembre de 1864. Influían en él los
impulsos de la juventud por descubrir el mundo y el gusto por las aventuras en un lugar
lejano que le proporcionaran retos y glorias. Pero desde un inicio fue partícipe de la
precaria situación del Imperio, de la violenta resistencia militar de la guerrilla mexicana y
de la actitud prepotente del mando francés en las decisiones de gobierno.4
El barón Henrik Franz von Eggers nació en el ducado de Slevig, Dinamarca, en 1844
(que Prusia ganaría después de la guerra germano‐danesa de 1864, en la que Eggers
2
Resultado del viaje es la obra Viaje a México en 1864, publicada primero en alemán en Viena en 1867, que
fue traducida al inglés (Londres, 1868) y al italiano (Florencia, 1868). Las referencias a esta obra son de
Condesa Paula Kolonitz, Un viaje a México en 1864, (1ª. edición en español) Trad. del italiano y pres. por
Neftalí Beltrán, prólogo de Luis G. Zorrilla, México, SEP, 1976, Col. SEP‐Setentas, no. 291.
3
Condesa Paula Kolonitz, Op. cit., pp. 5 y 6.
4
Brigitte Hamman, Con Maximiliano en México. Del diario del príncipe Carl Khevenhüller. 1864‐1867, Trad.
Angélica Scherp, México, FCE, 1992, Cap. IV.
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participó como cadete*). En diciembre de 1864 se alistó al cuerpo de voluntarios
austriacos para sostener al efímero Imperio de Maximiliano. Después de tres años
regresaría a Copenhague y en 1869 publicaría sus experiencias de viaje en la obra titulada
Aerindringer fra Mexico. La decisión para el viaje a México se desprende, como él mismo
lo manifiesta, por “no tener otra cosa mejor que hacer”, así como por buscar la aventura
en el nuevo mundo. Esto permitió a Eggers: “realizar observaciones y evaluaciones más
objetivas sobre las realidades que encontró y confrontó en México, pues no se sintió
constreñido, intelectual o psicológicamente, a tratar de justificar la aventura imperial”,
aunque puede entreverse que sus simpatías estaban del lado del bando liberal. Los juicios
de Eggers parten de su experiencia directa y del contacto cotidiano con México, y no de
ideas prejuiciosas5. En el texto viaje de Eggers encontramos un análisis social minucioso
del México del s. XIX, una radiografía de las clases sociales, que incluso se puede observar
en algunas regiones en el México actual, reconociendo de hecho la soberanía del pueblo.
Tanto el austriaco Khevenhüller como el danés Eggers se enrolaron en el cuerpo de
voluntarios austriacos, que se componía de una heterogénea mezcla de “oficiales
despedidos, comerciantes, artistas, literatos y funcionarios que fueron mezclados con
artesanos, trabajadores, vagabundos, mendigos y vagos”, además este cuerpo fue
compuesto por agregados de diferentes naciones del Imperio Austro‐húngaro, que reunía
desde Venecia hasta los Balcanes, por lo que era un mosaico heterogéneo de
personalidades y metas6.
Al final el peso de los acontecimientos terminó con la disolución del cuerpo de
voluntarios austro‐belga en diciembre de 1866. Pero ésta no fue la decisión de Carl
Khevenhüller ni de Henrik Eggers, quienes prefirieron mantenerse en México ante la
petición del emperador de organizar un ejército imperial en junio de 1866, junto con los
pocos militares extranjeros leales y los mexicanos imperialistas, dejando Maximiliano a
cargo la defensa de la capital al propio Khevenhüller. Por su parte el danés Eggers le tocó
participar en la defensa imperial de la plaza de Oaxaca el 6 octubre de 1866. Sin embargo
la victoria republicana en Oaxaca, precipitó su caída a fin del mes de octubre, cuando
capituló la guarnición austriaca7. Eggers fue hecho prisionero junto a sus compañeros de
armas, viviendo cautivos hasta el 12 de febrero de 1867.
Ante las consabidas consecuencias de junio de 1867, como bien expresa la
historiadora Brigitte Hamman, ya “no se trataba a estas alturas de la existencia y el futuro
*
Después de la guerra entre Dinamarca y Austria‐Prusia en 1864 (en la cual los daneses perdieron los
ducados de Holstein, Lauenborg y Slesvig), Eggers tuvo noticias en Hamburgo del cuerpo de voluntarios de
Austria para México, por lo que decidió “probar su suerte” para trasladarse al nuevo Imperio recién formado
en América.
5
Barón Henrik Eggers, Memorias de México (Ed. Walter Astié Burgos, Trad. Eric Højbergj) México, Miguel
Ángel Porrúa / Cámara de Diputados, LIX Legislatura, 2005 (Serie Conocer para Decidir), Presentación, pp.
11‐12.
6
Eggers afirma que durante su entrenamiento militar a los integrantes del Cuerpo austriaco de voluntarios
se les procuraba instruir sobre el idioma e información útil sobre México, pero como comenta que “de un
grupo de cada 10, no había uno sólo que tan siquiera pudiera decir: ‘Buenos días’”. Ibíd., pp. 25‐26 y 31.
7
Eggers incluso trabaría amistad con Manuel González, compadre de Díaz, Eggers, Op. cit., p. 149.
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del Imperio mexicano, sino sólo del destino personal de las personas relacionadas con el
Imperio en disolución”. Finalmente ante la noticia de la muerte de Maximiliano,
Khevenhüller decidió terminar la defensa de la capital y negociar la salida de las tropas
extranjeras de México, ante el general Porfirio Díaz, quien lo intentó convencer de
quedarse en México y luchar por el futuro de la República. El nexo de amistad que se
originó con Porfirio Díaz8, siendo ya presidente de México, facilitaría el acercamiento para
el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre México y Austria con la
dedicación de una capilla de Maximiliano en el Cerro de las Campanas, el día 10 de abril
de 1901.
La visión de México durante el Imperio
Durante su viaje Kolonitz habla de la situación socio‐política en la que se encontraba
México en la instauración del imperio (que sería la misma aun después de su caída): las
guerras civiles se “habían precipitado en la más profunda corrupción; donde los
habitantes habían perdido no solamente las virtudes morales sino hasta el concepto de las
buenas costumbres y la honestidad”. Sin embargo, como producto de la radicalización de
las posturas políticas en el pueblo mexicano (a razón de las continuas guerras civiles que
culminaron con la intervención francesa), la política obtendría gran importancia en la
conciencia de la gente, ya que “no sólo de los hombres, sino también de las mujeres y de
los niños, pues todos son partidario de uno u otro partido”.9
En este escenario, la admiración causada por México entre los germanos de la
intervención se daba en dos aspectos específicos: la naturaleza y los aspectos de los
grupos populares e indígenas. Así, a los tres viandantes por el territorio, les influiría un
sentimiento de maravilla por este país, por su riqueza natural y por el trato cortés y
amable que daban los mexicanos a los extranjeros, envuelto en un triste estado de guerra
sin cuartel, al que estaban expuestos. De su experiencia de viaje Kolonitz explicaría que es:
“Es múltiple la belleza de este país y cuántas cosas estupendas y admirables hubiéramos
podido gozar si la lluvia, los asesinos y las imposibles comunicaciones no hubieran
despertado en nosotros el ansia del retorno”; y en otro sitio dice que con la larga estadía
en este país encantador, “crecían en nosotros el amor y el interés por México”10,
invadiéndola un sentimiento de melancolía la momento de partir.
En cuanto al conocimiento de la sociedad, Eggers haría una profunda reflexión
sobre el carácter del habitante mexicano, de sus defectos y virtudes, de su impuntualidad,
informalidad e infidelidad, de la sencillez de su vida cotidiana11, de su alegría de vivir, del
alto valor que concede a la amistad, a la hospitalidad y a la cortesía, explicando el carácter
de nuestro pueblo, así como de la descripción de las ciudades, su arquitectura, comercio,
mercados, prensa, religión, política, económica, bellas artísticas, relaciones sociales y
diversiones.
8
Hamman en Khevenhüller, Op. cit., pp. 80, 90‐96.
9
Kolonitz, Op. cit., pp. 76‐77 / Eggers, Op. cit., p. 183.
10
Kolonitz, Op. cit., pp. 147‐148, 151, 168 y 174.
11
Eggers, Op. cit., p. 16.
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El carácter del mexicano
Un ejemplo de las impresiones que dejaron algunos estratos sociales del estado de Puebla
en los germanos fue su relación que tuvieron los indígenas al ser incluidos en los ejércitos
que peleaban en los bandos contendientes. Para Eggers el indígena era “astuto,
desconfiado y mentiroso”, que se convertiría con el tiempo en arquetipo histórico del
carácter mexicano; sin embargo, su temperamento era mucho más melancólico ante las
situaciones que afrontaba. Comenta además que le tenía un especial terror a los
destacamentos militares, “pues teme ser obligado a convertirse en soldado” por la leva. Al
llegar al pueblo de Molcaxac, Puebla, comenta que había congregada una gran multitud
por el tianguis, pero a la entrada de las fuerzas imperiales expresa que:
“tan pronto como aparecimos la mitad de los concurrentes salió corriendo de la ciudad; unos cuantos
regresaron más tarde cuando no escucharon disparos y vieron que tranquilamente procedíamos a
descansar en el cementerio y a tomar nuestro almuerzo [y al preguntar por el motivo de su pánico se
le respondió que probablemente se debía a que] … nunca antes habían visto austriacos o franceses
vistiendo pantalones rojos y llevando largas barbas. La realidad era que, después de la larga y fatigosa
marcha, nuestros hombres tenían una apariencia agitada y salvaje y ello, sin duda, provocaba miedo
en la gente.”12
Aunque advierte que el indígena podía llegar a ser el servidor “más honrado y
dedicado” que podía haber en México. En eso el indio se distinguía del mestizo.
Khevenhüller diría que los mestizos “heredaron todos los defectos de las dos razas, pero
que a cambio no poseen ni una de sus buenas cualidades”. También el militar austriaco
hace una crítica a la cuestión étnica del país pues dice: “El español desprecia al indio y lo
llama ‘hombre sin razón’, y a sí mismo, ‘hombre con razón’, pero está muy equivocado,
pues el indio vale cien veces más que el mestizo, que se cree blanco y
extraordinariamente superior”13.
En su estancia en Tehuacán (1865) Khevenhüller daría una mala opinión de las
autoridades mestizas, (llamándolas “rateras”): “Son una gentuza miserable y venal, que
según los acontecimientos políticos o militares se comportan rastreramente o con
arrogancia: auténticos mestizos”. Más adelante en su estancia en Puebla comenta sobre
un robo donde exclama: “Las autoridades mexicanas se componen realmente de puros
rateros ¡Cómo es posible que la población tenga confianza en tales personas, que tan mal
la protegen!”14.
El defecto que se había convertido en “una segunda naturaleza del mexicano” de la
época era la deslealtad, que estaba tan difundida “hasta en los más mínimos detalles y en
las cosas más irrelevantes”, Kolonitz explica que en México “cuando se le promete algo a
uno, o se ha llegado a un acuerdo, de antemano se sabe que de inmediato el mexicano ya
está pensando en la mejor forma de no cumplir”, siendo para ello “perfectos
diplomáticos”, y que al no exigirles cuentas por sus faltas, “invariablemente tienen a la
12
Eggers, Op. cit., pp. 201 y 194 y descripción de (Moljacac, sic) Molcaxac, pp. 79‐80.
13
Khevenhüller, Op. cit., pp. 113‐114 y 132, critica a los criollos por “orgullosos e hinchados por nada”.
14
Ibíd., pp. 147 y 162.
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mano miles de pretextos para cortésmente justificarse”. Este incumplimiento se
ejemplifica con las frase “espéreme un momento, no me tardo, ahorita regreso de hacer
un encargo”, comenta Eggers que “se puede estar seguro que nunca regresará, ni siquiera
para saber si de le estuvo esperando”. Kolonitz también reconoce el incumplimiento, pues
el mexicano promete mucho, pero no le parece necesario conservar íntegra la palabra,
olvidándose de la honorabilidad y lealtad.15
Sin embargo, una de sus mayores virtudes del mexicano era la sobriedad en todas
las áreas de su vida, además de la costumbre trato familiar y cordial entre los potentados
y su servidumbre, expresado un lenguaje afectivo. Kolonitz, en Puebla, constató la
hospitalidad y la obsequiosidad mexicanas en la frase cortés “a la disposición de usted”,
que la considera como verídica, pues según su experiencia: “el mexicano considera al
huésped que alberga bajo su techo como si fuera su propio patrón”, lo que experimentó
personalmente.16 Otra virtud era el buen comportamiento del mexicano (incluso de la
clase baja), pues desde muy pequeños eran educados en “el arte de la cortesía”, pues no
sólo se les enseñaba en las escuelas mexicanas la disciplina, llamada urbanidad, sino que,
según Eggers, había una intuición innata entre los más pobres y desfavorecidos para
relacionarse con los demás, en los saludos17, en la amabilidad con los extranjeros y en la
grata impresión que causaba entre ellos la personalidad mexicana, por su inteligencia,
sinceridad y fiel amistad.
Impresiones de Puebla durante el Imperio
A Eggers le sorprende la animación de las calles de Puebla por la variedad de tipos sociales
como los vendedores callejeros, los evangelistas (escribanos públicos) y las gritonas
vendedoras de lotería. Pero el “ciudadano” que se distinguía entre todos era el mendigo,
que era sumamente hábil “para invocar a todos los santos posibles para conmover el
corazón de los más afortunados. Su conocimiento eclesiástico y la elocuencia con la que se
dirige […] es admirable”. Dice que en una ocasión “un viejo rufián que fumaba un fino
cigarrillo, me tomó de la mano e intentó conmoverme a caridad elevándome al nivel de
compatriota; me llamó ‘austriaco‐mexicano’ creyendo que ello sería una manera infalible
de conseguir una limosna”.18
Comentaría que el poblano es religioso pero “es probablemente el católico más
fanático de México, razón por la que el clero desempeña un papel de mucha importancia
en esta ciudad” y agrega que “cuando ya hayan perdido influencia en otras partes del país,
en Puebla seguirán siendo bien recibidos”. De esta población opina que “es una de las más
emprendedoras y capaces de México siendo mucho más trabajadora que las de otras
partes”. Expresa la diferencia de carácter entre las poblaciones de Oaxaca y Puebla: la
primera más liberal, alegre, hospitalaria e inteligente, y la segunda más seria, reservada y
santurrona, en síntesis mocha o conservadora. Sobre el carácter de los oaxaqueños y de
15
Eggers, Op. cit., p. 175. Kolonitz, Op. cit., p. 112.
16
Kolonitz, Op. cit., pp. 113 y 74.
17
Eggers, Op. cit., pp. 174‐176.
18
Eggers, Op. cit., p. 86.
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los poblanos el danés la aduce a la diferencia socio‐demográfica de las capitales, debido a
la ascendencia indígena en Oaxaca y a la hispánica en Puebla, ésta siendo bastión religioso
y político regional.19
Los viajeros nórdicos darían una mejor descripción del clero mexicano al entrever
la influencia de la Iglesia católica en el desarrollo e historia del país. La autoridad del
poderoso clero no sólo se dejó ver en las magníficas iglesias de las ciudades, en los
conventos de monjas y frailes y en la multitud de sus propiedades, sino sobre todo en la
mentalidad de la población que, “al encadenar su espíritu por medio de la religión,
hicieron que desapareciera de él cualquier idea de libertad”, a pesar de reconocer su
participación histórica.20
En un pueblo indígena cercano a Tehuacán, Eggers critica el afán por la censura
eclesiástica de ciertas obras consideradas “inmorales”, por ser liberales, y expresaba con
mucha ironía: “Era obvio que los buenos indígenas de Chazumba, que no podían hablar un
español inteligible y mucho menos leerlo, no iban a violar la prohibición de su excelencia
[el arzobispo de Puebla] leyendo el Emile de Rousseau. Pobre Jean Jacques… ni siquiera en
el lejano México dejan de perseguirte”. Otra obra “excomulgada” por la diócesis era La
cabaña del Tío Tom, escrita en 1852, debido a las altas ideas igualitarias.21
Eggers fue capaz de captar muy bien el pensamiento mexicano decimonónico al
explicar que: “Por más republicano y liberal que un mexicano sea, siempre será un
ferviente católico, apostólico y romano; antes que cualquier otra cosa, es cristiano”, por lo
que muchas veces se prefería cerrar lo ojos ante la mala conducta de los sacerdotes y sus
errores morales.22
El principal conflicto que existía en la época fue la lucha entre el Estado y la Iglesia,
pues dividió a la gente en dos bandos rivales que “se enfrentaron en las sangrientas
guerras civiles que han destruido a este hermoso y rico país”, al que se le mezcló la
contienda por la forma de gobierno entre los proyectos liberal y los conservador,
republicano y pro‐monárquico. Sin embargo, al final de 1867, el poder clerical era “ya
meramente espiritual [y] su posición como Estado dentro del Estado ha sido abolida”,
depuesto su poder, al grado de que “no le ha quedado más que admitir que ‘que su reino
no es de este mundo’, algo que le ha costado mucho trabajo reconocer en México y en
otros países”.23
De manera que un móvil de la guerra de Intervención, como extensión de la guerra
de Reforma, fue la lucha por la disminución en los grupos de poder de las añejas
instituciones que dominaban a la sociedad mexicana decimonónica. Así, las actividades
que efectuaban los miembros del alto clero, más allá del dogma, como propietarios,
19
Ibíd., pp. 66, 69 y 85.
20
Ibíd., p. 203.
21
Ibíd., pp. 54‐55.
22
Expresa enfático que el celibato era el “lado más flaco del clero mexicano”. Ibíd., p. 208.
23
Ibíd, pp. 204‐207 y 210. Como una curiosidad Eggers da el origen del término “mocho” aplicado a los
conservadores”, como producto de una burla a un militar conservador de la década 1850, Manuel Osollo.
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prestamistas, educadores, comerciantes o empresarios, a partir de esta década, fueron
consideradas como incompatibles con la dignidad y responsabilidad de un eclesiástico.
Por último, en cuanto a la actividad militar, Eggers describió también el aspecto del
ejército imperial, al encontrarse con un destacamento que custodiaba a Maximiliano, cuyo
aspecto bastante haraposo no se podía comparar con la enorme presunción de los
indígenas en llamar a los austriacos “camaradas” pero que, a pesar de todo, compartían
obligaciones para con el emperador24. Comenta también que Puebla sería el “cuartel
general de los austriacos”* y que, debido a las circunstancias del país, se sentían obligados
a “aprovechar cualquier oportunidad para disfrutar la vida” pues, “después de haber
deambulado largo tiempo por parajes inhóspitos, el haber llegado de nuevo a una gran
ciudad cuya civilización estaba completamente a la altura del nivel europeo nos
proporcionaba un inmenso placer”, que se sentían como en casa.25 Allí se sentían lejos de
las guerrillas, de las marchas nocturnas, del calor tropical y del paisaje salvaje pues, a
pesar de su “romántica belleza”, añoraban la cultura y las artes de raíz europea.
Pero en Puebla asimismo expresaría sobre la etapa sangrienta de la guerra que se
estaba por venir, al conocer el decreto del 3 de octubre de 1865, donde se expresaba un
estado de guerra, donde habría un juicio militar al momento, sin posibilidad de haber
prisioneros, dejándole claro que se trataba de una “verdadera guerra de aniquilación”,
con un cruel cariz, de cariz indígena (como sinónimo de salvajismo) que espantaría “al
europeo no acostumbrado a ello”.26
Al finalizar la guerra, y en retrospectiva, Eggers analiza la causa de la negativa
visión del Imperio en el pueblo mexicano, que promovía una causa muy distinta a la
promovida por el liberalismo, pues considera que: “Maximiliano no podía ser otra cosa
más que un extranjero que, con el apoyo de ejércitos, también extranjeros, impuso un
régimen de violencia en el país, trató de exterminar al partido que no lo aceptaba y luchó
contra un gobierno constituido” legalmente27
Ideas finales
Al caer el imperio se reemplazaron a los funcionarios civiles imperiales, efectuándose la
restauración del orden republicano, además de anular todas las disposiciones y leyes del
Imperio para volver a establecer el orden que imperaba en el país antes de la intervención
francesa”28. Pero lo que más impresionó fue la crueldad de los bandos, no por el hurto,
24
Eggers, Ibíd., p. 51.
*
El general Khevenhüller comenta que el cuerpo austriaco debía mantener el control durante la
intervención de la región oriental del centro de México: de Oaxaca hasta México y de allí a Jalapa (cuyo
centro era Puebla): “Es una extensión equivalente a tres cuartos de Hungría y una tarea casi imposible para
unas fuerzas tan reducidas”, dentro de tiempos de feroz guerra, Khevenhüller, Op. cit., p. 134.
25
Eggers, Op. cit., p. 88.
26
Ibíd., pp. 80‐81.
27
Ibíd., p. 234. Admite Eggers que si bien era cierto que por sus principales relaciones militares lo asociaban
con miembros del partido Conservador, durante la guerra de intervención “sus simpatías estaban del lado
de los triunfantes liberales”, Ibíd., p. 240.
28
Ibíd., p. 236. Las últimas plazas en rendirse fueron México, 21 de junio, y Veracruz, 29 de junio.
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sino por el rencor y la venganza, con “una enorme sed de sangre que los impulsaba a la
barbarie”. A pesar de lo anterior Eggers ofrece una favorable perspectiva de futuro en
cuanto educación, pues pocas naciones podían considerarse “tan bien dotadas como la
mexicana”, de manera que si pudiera haber un cambio “México podría colocarse en pie de
igualdad con los mejores estados de Europa”.29 Por ejemplo, en cuanto al desarrollo de las
instituciones de instrucción en ciencias y artes, resalta el valor de la perseverancia pues:
“No deja de ser sorprendente que bajo las condiciones que han imperado en México
durante los últimos 40 años, se haya podido mantener el interés por la ciencia y el
estudio” pues, considerando las circunstancias, “se ha hecho un gran esfuerzo para educar
al pueblo, existiendo para ello numerosas escuelas populares y de primeras letras que
proporcionan a las clases bajas un nivel de conocimientos”. Ante estos casos enuncia que
el talento natural se encuentra tanto en los mexicanos de las clases altas como en las
bajas, a pesar de sus limitaciones, por lo que resalta el papel que jugaría la educación para
el pueblo como medio de progreso nacional. Lo que sería una realidad al finalizar el siglo.
Las tres personalidades tuvieron contacto con la ciudad de Puebla, y su gente,
manifestando diversas opiniones y juicios, que pueden explicar el curso de la historia de la
guerra y el éxito final de la causa republicana. Sus descripciones emotivas y subjetivas no
demeritan la información que brindan, ya que su visión de los sucesos se contrapone con
la cruda realidad de una guerra sin cuartel sobre dos ideas y proyectos de nación, que se
enfrentarían y delinearían la historia de nuestro país. La importancia de estos testimonios
radica en la gran sensibilidad de los viandantes ante las discordias, debilidades, virtudes y
valores de la cultura mexicana, socialmente vigente hasta nuestros días.
Bibliografía
Barón Henrik Eggers, Memorias de México (Ed. Walter Astié Burgos, Trad. Eric Højbergj)
México, Miguel Ángel Porrúa / Cámara de Diputados, LIX Legislatura, 2005 (Serie Conocer
para Decidir), Presentación.
Brigitte Hamman, Con Maximiliano en México. Del diario del príncipe Carl Khevenhüller.
1864‐1867, Trad. Angélica Scherp, México, FCE, 1992, Cap. IV.
Condesa Paula Kolonitz, Un viaje a México en 1864, (1ª. edición en español) Trad. del
italiano y pres. por Neftalí Beltrán, prólogo de Luis G. Zorrilla, México, SEP, 1976, Col. SEP‐
Setentas, no. 291.
29
Ibíd., pp. 184, 62‐63.
CONGRESO CONMEMORACIÓN SESQUICENTENARIO DE LA BATALLA DEL ÁREA 2. INTERVENCIÓN FRANCESA
5 DE MAYO DE 1862