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El

Hombre Más Afortunado



Sara Planellas


Mientras sufro en silencio esta tortura impuesta por las circunstancias, no


hago más que elucubrar. En algo tengo que ocuparme para no morirme de

aburrimiento hasta que ese bendito reloj parado frente a mí, marque la ansiada
y prudente hora de irse. Una fiesta es la cosa más idiota que ha podido ser

inventada por el ser humano. Una fiesta es, vestirse con lo más incómodo que

tiene uno y arrastrarse hasta la casa del que ofrece el fastidioso sarao. Es,

enfrentarse al congeladamente gentil saludo del anfitrión que en la mayoría de

los casos, cuando finalmente termina de dar la bienvenida al último

participante de la gala, ya está loco porque todo el mundo se vaya. Es también,

llegar y simular complacencia mientras se lucha con los inmensos deseos de

esconderse debajo de los muebles a dormir la anticipada borrachera que


inevitablemente hay que agarrar para soportar aquello. Es saludar a diestra y

siniestra diciendo las mismas frivolidades que se dijeron en la fiesta anterior.

Y finalmente, es dibujarse en la cara una sonrisa entumecida y afable que se

guarda para esos acontecimientos, a la misma vez que se despliega el


repertorio de preguntas y comentarios que se repiten de fiesta en fiesta. Este
suplicio, en particular, parece que va a ser largo. Será de recepción, cena,

sobremesa y café cantado en la descomunal sala de música del dueño de casa,


donde impera un piano inútil el cual será abusado con el propósito de

acompañar a alguien que amenazó con cantar esta noche para amenizar la
interminable velada.

Me da pánico de sólo pensar que pueda pasar algo como en aquella película
y que no podamos salir de aquí jamás. Desde siempre he pensado de todo
mientras atravieso el escabroso camino de una fiesta. La aversión por estas
reuniones la he sentido toda la vida, no apareció de pronto este año, el día que

cumplí los cincuenta. Tal vez antes era más llevadero el castigo porque aún me
interesaba el coqueteo de las mujeres y me entretenía en enamorarlas,

pensando que alguna sería el gran amor o la agarrada del siglo… ¡Gran amor,

que ridiculez! Esta fobia, la del encierro infinito, es nueva y se apodera de mí

por la longitud que presiento va a tener esta fiesta... Sí, definitivamente los
años marcan una gran diferencia. Creo que antes de los cincuenta, si se me

hubiera ocurrido pensar que me quedaría encerrado aquí de por vida, lo

primero que habría hecho, hubiera sido pasar revista a ver con quién podría

acostarme después que se calmaran el terror y la confusión de las primeras

horas... Creo que ya empieza a hacerme efecto el vodka.

¿Qué estará hablando Rosario? Puedo asegurar que mi mujer es una de las

pocas personas que auténticamente disfruta de estos ágapes sociales. Ella es de

las que realmente escucha y como pone atención, responde con coherencia a
cuanta pregunta le hacen. Además, habla de cualquier asunto que se esté

tratando. Rosario habla, habla siempre y mucho. Habla aquí, en la casa, en el

trabajo, en las tiendas con los tenderos, en el barrio con los vecinos, en los
aviones con los desconocidos, en el cementerio con los muertos. Rosario es lo

que se dice una persona muy sociable y amistosa. Se puso radiantemente


alegre cuando le dije que teníamos que venir. Sí, le gustan las fiestas y ver a
los conocidos y a los desconocidos disfrazados de elegancia, moviendo una

copa en la mano, para hacerse los mundanos habituados a estos menesteres. Es


risible verlos haciendo malabares con el trago mientras entretienen el

aburrimiento con alcohol y gastan palabras ofreciendo opiniones que nadie les
ha pedido o haciendo cuentos insípidos e interminables.
Me prometo cada vez que salgo de una de estos martirios animados con

música de elevador, criolla bailable o americana abominable, que no vuelvo a


caer en la trampa de aceptar otra invitación. Pasa un tiempo, me recupero de la

intoxicación y vuelvo a caer en la red, porque como dice Rosario, uno no

puede vivir aislado del mundo entero. Hay que socializar, conocer gentes,

mantener amistades y hacer relaciones porque es la única manera de ascender


en la vida. La mayoría de las veces la inteligencia, el talento y la capacidad no

cuentan, más bien, sobran, estorban, amenazan. Lo que hace falta en esta

época de mediocridad y mal gusto, es estar, como dicen los americanos, en el

lugar apropiado, a la hora justa y conocer a la gente conveniente. Y por todo

esto, una y otra vez, me sorprendo llegando con mi uniforme de conforme,

saludando aquí y allá, con la sonrisa tonta pegada a mi cara que trata de

esconder el cansancio. También como los demás, balanceo la consabida copa

en la mano y pongo expresión de interés por cuanta bobada se empeña alguien


en contarme. Vuelvo a llegar al final de la noche, borracho como una cuba,

rabioso conmigo mismo por haberme traicionado una vez más y por la

asquerosa resaca que me espera al día siguiente.


¿Por qué no vendrá Rosario a rescatarme? Este cretino que tengo delante

me está haciendo la historia de los diez largos años que lleva en Miami. Me
está contando con lujo de detalles, las terribles vicisitudes que sufrió, por no
haber dominado el inglés cuando llegó y los tremendos obstáculos que ha

tenido que vencer para alcanzar los extraordinarios logros que ha conseguido.
Va por el segundo año de su vía crucis. Si Rosario no me lee el pensamiento y

deja a aquella vieja con la palabra en la boca para venir a salvarme, creo que
voy a agarrar a este tipo por el pescuezo. ¿Qué de tan interesante puede estarle
diciendo esa mujer para que apenas desvíe los ojos de su espantosa cara?

Posiblemente ni la esté escuchando. Debe estar practicando la meditación


trascendental que está tan de moda. Ella me conoce, no sé cómo no ha

adivinado mi callada desesperación cada vez que se ha dignado a mirarme.

Aparentemente, está decidida a abandonarme.

Bueno, tengo que pensar que podría ser peor. Podría estar oyendo la
interminable lista de males, dolencias y síntomas que las personas se creen en

el derecho de enumerar en cuanto se enteran de que uno es médico. Voy a

tener que encontrar algo que hacer para distraerme hasta que el fastidioso

termine el relato de nunca acabar. No creo ni que se dé cuenta de que miro a

todo el mundo menos a él. Habla para oírse a sí mismo y lo único que le hace

falta es algo que no sea una pared delante para que de vez en cuando pueda ver

algún gesto en su interlocutor, como un movimiento de cabeza o un sí mudo.

Me siento como aquellos perros de peluche que a algunas personas de dudoso


gusto, les dio por poner en las ventanas traseras de los carros. Cada vez que el

auto paraba aquellos infelices sacaban la lengua, ponían los ojos en blanco y

movían las cabezas de arriba hacia abajo lenta y resignadamente.


Revisaré el entorno pues calculo que tengo para dos horas con este hombre,

si no viene alguien en mi auxilio... No creo que vaya a encontrar un ser nuevo


en el lugar. Tal vez sí, pero seguramente ha de ser tan poco interesante o tan
agobiante como los hartamente conocidos.... Allá está el rey de los ignorantes,

Pedro Martínez, usurero que se hizo millonario construyendo comunidades,


barrios residenciales. Nadie sabe de dónde salió el dinero para la compra del

primer terreno. Algunos dicen que apareció entre la nieve colombiana, otros lo
defienden y dicen que salió de un golpe de suerte en un negocio de bienes
raíces. Poco importa que el tipo sea un boniato vestido de etiqueta, tiene

mucho dinero y se le abren hasta las puertas de algunos apellidos ilustres y


mentes supuestamente brillantes que jamás se hubieran mezclado con

semejante gentuza si no fuera por este exilio.

Creo que ya este hombre terminó con el tercer año, faltan siete. Tengo

tiempo de sobra para seguir peinando la zona... No puedo aguantar los deseos
de bostezar. No me conviene nada seguir tragándome los bostezos cada dos

segundos. Se me llenan los ojos de lágrimas y yo creo que este hombre está de

lo más impresionado por la emoción que piensa él, me está causando con su

conmovedor relato. Se va a sentir tan motivado que tal vez le dé por contarme

la historia de su vida diez años antes de llegar a este país. Yo no seré capaz de

soportarlo. Voy a confiar en la asistencia de la Divina Providencia. Un buen

samaritano vendrá a interrumpir mi agonía y cuando esto suceda, me sentiré,

estoy seguro, como se hubiera sentido Cristo si lo hubieran bajado a tiempo de


la cruz.

¡Qué resistencia la de Rosario! Cambió de fuente de información; ahora es

la mujer de Aurelio, el contador de la clínica, su nuevo entretenimiento. Yo


admiro a Rosario y la quiero. Me parece una mujer bonita, inteligente y

agradable. Pudiera decir que es una mujer encantadora pero ya no la amo.


Creo que estuve muy enamorado de ella. Me tuvo como dice el pueblo,
bailando en la palma de su mano, pero después de ocho años ya no siento más

que un gran cariño por ella. No sé exactamente que pudo haber pasado para
que se acabara el amor. Será que se acaba siempre, será que a mí se me acaba

siempre, será que es normal que la pasión desaparezca y quede esta


camaradería confortable. Debe ser muy común, natural y esperado que uno se
enamore, viva un romance, largo o breve, se envuelva en un arrebato

inexplicable, camine repleto de sueños por un tiempo y después como las


flores, la historia se marchite hasta que se muere. Al final, se entierra el

cadáver del fervor y cuando vuelve a salir otro sol en el horizonte, entonces

un nuevo cuento comienza.

Hace tiempo que yo dejé de creer en soles y en cuentos. Varias tentaciones


han pasado por mi cuerpo pero nunca han alcanzado mi corazón. Ninguna

logró sacarme de mis pies.


Siempre he regresado a lo que fue, lo que dejó de ser y no será más. La
fantasía, el deseo que sale de la pasión y no de la necesidad, y la esperanza de

vivir en amor, se marcharon definitivamente de mí. Llevo una existencia,


exactamente eso, una existencia tranquila, rutinaria y resignada. Es justo que

le dé gracias a quien sea que rija el universo porque me permite tener a mi

lado una mujer buena, instruida y cariñosa que me acompaña y que me debe

de querer de la misma manera que yo la quiero a ella. Existo y como todo el


mundo; espero un día después, casi idéntico al anterior

No solamente los muertos están solos; también los vivos andamos igual.

Me siento solo entre esta cantidad de gente. No puedo negar que muchas veces

me siento solo al lado de Rosario y alguna vez agradablemente acompañado

por nadie. Pero no nos engañemos, el miedo a la oscuridad vacía, al constante

silencio, a la soledad absoluta, es aplastante y uno siempre vuelve al agobio de

los reclamos de la mujer, mientras nos parecen música divina sus regaños, las

quejas y los lamentos cotidianos. Y la verdad es, que nos quedamos más
quietos aún, después que nos enteramos, cuando nos miramos al espejo, de

que nos ha salido un año más y recordamos que ya no nos estremecen ni las

sacudidas de un terremoto... ¿De entre los muertos es una película, no?


¡Rayos! Este hombre creo que me ha exacerbado los instintos suicidas. ¡Qué

deprimente! ¡Al parecer se le olvidó como terminar! ... De entre los muertos...
No, yo creo que esa frase la inventé ahora mismo, no es una película nada…
La hija de Demetrio ha crecido mucho y el muchacho no se queda atrás,

está hecho todo un hombre. Ya los están entrenando para la carrera de ratas. Es
hora de que empiecen a frecuentar estos festejos, de que aprendan el juego, lo

que se debe y lo que no se debe decir, lo que se debe oír y como escucharlo. A
la mujercita hay que mostrarla para cuando se ponga en venta, que será dentro
de poco. Al muchacho hay que enseñarle los trucos de los supuestos hombres

de éxito y como introducirse en el mundo del dinero.


... La madre tiene cara de cotorra y no le cabe una pizca más de

maquillaje...La cotorrona habla con una mujer que no había visto antes en

ninguna de estas sangronas fiestas. Es hermosa… ¿Quién será? La cacatúa

habla, ella al parecer, escucha. Apuesto lo que sea, a que está en la misma
situación que yo. Conozco esa actitud y esos constantes y educados

movimientos de cabeza afirmando cualquier cosa. Es refinada de verdad,

apenas mueve las manos y lo hace de una forma delicada. Tiene una sonrisa

preciosa y el cuello es apetecible. Provoca besarlo, acariciarlo, morderlo

suavemente…

¡¿Qué estoy pensando, por Dios?! Este infeliz que no da pie con bola ni

para hacer un alto en esta insulsa historia me está sacando de quicio. Me

obliga a pensar todo tipo de disparates. ¿Qué me está pasando? Tengo que
encontrar otra estrategia; tengo que pensar que ya debe estar en los finales.

Voy a tratar de oír algo para hacerle una pregunta que venga al caso... Inútil,

no me concentro... ¡Qué piel bonita tiene esa mujer! ¿Con quién habrá venido?
¿Estará sola? ¡Y a mí qué rayos me importa!

Voy a revisar el otro lado del salón. ¿Dónde estará Rosario? Si se le


ocurriera venir hasta aquí con cualquier pretexto y me arrancara de las garras
de este hombre.... Esa mujer está mirando para acá. No hay nadie detrás de mí,

ni al lado mío. ¿Conocerá al mentecato que me acapara?... ¡No! ... Está


mirando en mi dirección… ¡Me está mirando! Y claro, es lo menos que podía

hacer. Yo no he quitado mis ojos de ella. Todo el tiempo que pensaba que
había estado observando los alrededores, no he hecho más que clavar
inconscientemente mi mirada en ella. Todo el mundo reacciona a una

insistencia semejante. Me sigue mirando y yo no sé qué hacer, porque además,


me siento incapaz de escaparme de sus ojos. Me sonríe y me saluda ladeando

levemente su perfecta y rubia cabeza. No puedo menos que sonreírle

también… ¡Qué extraño es todo esto! Siento que sus extraordinarios ojos

claros me llevan hasta ella.


Casi todo tiene una explicación en la vida. Esto que está sucediendo no es

tan infrahumano como para que yo no logre entender lo que quiere decir....

Debe ser la comunicación de dos almas al borde de un colapso nervioso que se

piden auxilio una a la otra. Ella está intentando trasmitir un mensaje de

tolerancia y me consuela asegurándome que ya nos falta menos. Somos dos

oyentes pacientes y sacrificados…Nos seguimos mirando, pero ya me siento

más tranquilo… Increíble, por un momento logró llenarme de desconcierto esa

mujer. Es lógico, una mirada como esa puede provocarle inquietud a


cualquiera. ¡Qué ojos bellos tiene esa mujer! Me imagino que sería muy

ridículo decir que habla con ellos, pero es así. Es como si me estuviera

hablando con sus ojos. Si sigo mirándola temo que me voy a enterar de lo que
no quiero descubrir, de algo que no me puedo dar el lujo de saber... ¡¿Qué

cosas sin sentido estoy diciendo, Santo Cielo?!


<<Alcanzo a comprenderte, Felipe...Yo estoy tan atrapada como tú, en este
lugar lleno de falsedades. Vine porque necesitaba verte. No he dejado de

esperarte desde que te perdí, en alguna parte que no vale la pena recordar
porque no significa nada ya. Lo único que recuerdo de ese día es el dolor>>.

¡Estoy perdiendo la razón, ando oyendo voces! Si no me alejo de este


mequetrefe, me voy a enfermar. Parece que estoy lívido porque me ha
preguntado si me siento mal. Esta es mi oportunidad para escapar. Me

disculpo, le digo que en efecto, me siento mal y vuelo... ¡Qué alivio, Dios mío!
Este cuarto de baño me parece el paraíso terrenal. ¡Qué silencio maravilloso,

qué paz!....Viéndolo bien. ¡Qué bestialidad de espacio para un baño! Se

podría vivir en él. ¡Si pudiera quedarme aquí hasta que se acabara el circo allá

afuera! Me parece mentira haberme podido librar de aquel cargoso. Y bueno,


las alucinaciones me sirvieron para algo.... ¡Porque fueron alucinaciones

auditivas, definitivamente! Es el estrés lo que me hace alucinar.

Andrea no puede saber mi nombre... ¿Y de dónde diablos saco que se llama

Andrea? ¡Hay que ver las tonterías que se me ocurren! Me voy a echar un

poco de agua fría en la cara y salgo. Rosario debe de estar pensando que me

ahorqué aquí adentro. En realidad no está muy lejos de adivinar mis muy

frecuentes deseos. La verdad es que desde hace un tiempo siento esta

sensación de que salgo sobrando en el mundo, como que ya he vivido lo


suficiente. Cuando ya nada asombra, ni despierta curiosidad, ni siquiera

molesta, cuando se está en perfecto estado de tristeza o absoluta apatía y

desinterés hay que pensar en cambiar radicalmente de esfera.


No siempre fue así. Hubo un tiempo en que mientras casi todas las miradas

se cerraban, yo seguía buscando en las horas insomnes las respuestas a todo el


absurdo que me rodeaba. No encontraba palabras que fueran capaces de
explicar la sinrazón de lo que acontecía, de los hechos malsanos, de las

muertes absurdas, de la maldad de la gente, del sufrimiento sin sentido, del


inevitable miedo a la oscuridad, de alguien amando y yo vacío. Era joven y me

rebelé contra las injusticias, los abusos, las guerras inútiles donde dos grandes
que se odian o quieren vengarse el uno del otro mandan miles de hombres a
matar a quien no conocen ni nada les han hecho y a dejarse matar por otros

miles que están en la misma situación. Al final, los que quedan vivos
terminan locos, ciegos, paralíticos, marcados para toda la vida, arruinados,

humillados, destrozados por dentro y por fuera mientras los dos grandes

firman pactos, intercambian sonrisas, apretones de manos y se reparten el

botín. Me divorcié de los grandes ideales que no son más que alimento para
los dueños del poder y cadenas para los infelices. Dejé de creer en todas las

religiones, desde las de las iglesias, templos y mezquitas hasta las de los

partidos políticos y palacios presidenciales. Los líderes y los caudillos no han

sido más que mamarrachos con poder de seducción que hablan en pueblo o en

necio (que es lo mismo), que despiertan los sentimientos más bajos de los

resentidos y envidiosos o que explotan a los incautos soñadores. Embellecen

las palabras o enardecen los odios, saben prometer para después matar las

promesas y a los que creyeron ciegamente.

Yo fui uno de esos soñadores que creyeron y lucharon pero no pudieron

matarme. Escape pero con los ojos llenos de rencor y odio. Entonces, cuando
me di cuenta de que mi manera de ver sería mi muerte, pensé que para poder

seguir viviendo tendría que encontrar unos ojos muy diferentes a los míos
desde donde mirar la vida. Estaba convencido que desde esos ojos

descubriría, con felicidad, la inquieta curiosidad de la mañana y el silencio


acogedor de la noche. Tendrían que ser unos ojos que me hablasen en un
idioma que solamente yo podría entender - mezcla de lágrima en suspenso y

sonrisa recién nacida- para lograr calmar mi angustia. Alguna vez tuve
esperanza de volcar mi frustración con la vida en el amor que me hiciera
entender el infinito. Buscaba a esa mujer de mirada de vuelo de mariposa que

llegaría para curarme definitivamente la tristeza de la decepción. Nunca llegó

y yo me resigné a existir esperando nada más que el final que nos aguarda a
todos, agradeciendo, como se debe hacer, por todo lo bueno que he tenido,

olvidando que alguna vez soñé vivir algo más que una rutina acomodada y

gris.

Una vez que el cuerpo se pone en función del cerebro todo el tiempo y
jamás en función de los sentimientos, porque estos ya se agotaron, o se

aborrecieron por tanta traición general, es el momento de irse. Es inmoral

ocupar un lugar en el espacio; decididamente hay que marcharse a otra

dimensión o dejarse arrastrar adonde lo que manda o la suerte quiera. Un

psicólogo que ve desórdenes mentales hasta producto del dolor en los juanetes

diría que estoy deprimido. Yo digo que soy un hombre consciente de la

realidad que carga, tiene el valor de reconocer que es una reverenda porquería

y sigue con ella a cuestas porque lo escoge así. Lo único que demuestro es

inteligencia, madurez, pragmatismo y lógica.

¡Qué divina es el agua! Me siento un hombre nuevo aunque no tan nuevo

como para soportar a la plañidera anterior. Hacia mí viene. Yo me haré el


despistadísimo e iré en busca de Rosario, mi refugio. Me voy a esconder
detrás de ella, como cuando era niño y me escondía detrás de mi madre en

cuanto alguna de sus babosas amigas llegaba a la casa. Siempre era lo mismo,
me apretujaban los cachetes, me despeinaban y por supuesto, no podía faltar el

mojado y grasoso beso que me dejaban incrustado en la cara como la marca


roja de una mordida gigante. Yo, en cuanto se distraían, solía salir corriendo

como si me estuviera achicharrando, hasta llegar donde hubiese agua con que
lavarme aquellos labios monstruosos pegados a mi piel. ...Cierto, cierto, los
años marcan una gran diferencia. Ya crecidito, cuando recibía uno de esos

mojados, lo que no quería era bañarme para que se me quedara la sensación


que comenzaba en el lugar atacado y terminaba en el más sensible de los

lugares de mi cuerpo.

Rosario está hablando... ¡Está hablando con Andrea! Por estar enmarañado

con todo este recordatorio de la infancia, me vengo a dar cuenta de esta difícil
situación casi cuando estoy llegando junto a ellas. No hay forma de huir, tengo

que enfrentar los hechos...Cada vez estoy más alienado. ¿De qué diablos

hechos estoy hablando? Será del hecho de que por un enorme misterio, estoy

temblando como un perro empapado en plena noche de invierno. Si no tengo

pleuresía fulminante, esto quiere decir que estoy emocionado... ¡Emocionado

yo, que sandez! …Es como si viéndolas ahí, se me presentase de pronto un

colosal problema, porque mi mujer y mi amante se han encontrado por

primera vez. No puedo dar marcha atrás, sería demasiado evidente mi huida...
¿Huida? Decididamente, no puedo tomar un trago más. No estoy borracho

pero estoy disparatando en seco que es peor.

Puede ser que esté inventando todo esto. Debo confesar que me he pasado
la vida
cometiendo la soberana estupidez de inventar personas, momentos y sucesos.
He soñado constantemente y mis sueños nunca han llegada a parecerse a la

realidad. De ahí, pienso que viene mi limitado entusiasmo por las cosas, las
relaciones, los lugares y los proyectos. Esa es la razón para que sólo alcance a

tener ilusiones a corto plazo y me ataque el súbito y recurrente tedio por lo

que llego a obtener. Siempre he presentido que habría un cercano final, un

certero desinterés, un inevitable olvido para cuanto sentimiento se adueñara


de mí en un momento determinado. Ha sido como una esperada decepción

desesperada.

¡Estoy asombrado! Rosario, muestra una total expresión de

deslumbramiento por esa mujer. Ni cuenta se da que me estoy aproximando;

es Andrea la que se percata de mí y enseguida dejan de hablar. Entonces, las

dos me miran al mismo tiempo. Rosario gentilmente me presenta a la mujer

que se llama nada más y nada menos que… ¡Andrea!

Creo que de un pusilánime desmayo no me salvo. No quiero verle los ojos.


Sé que serán mi perdición. No sé qué cosa siento que tengo que revelarle a

Rosario, a la hermosa de Andrea, confesarme a mí mismo. Me compongo y la

saludo amablemente. Me concentro en su sonrisa para evitar sus ojos.... Es


deliciosa esa boca que me provoca devorarla.... Tengo la sensación de que

estoy engañando a mi mujer. Lo peor es que siento que la he venido


engañando desde hace tiempo...con Andrea.
Decido convertirme en un testigo mudo y declaro que no quiero

interrumpir. Tengo que descubrir que está ocurriendo en mí y a mi alrededor.


¿Cómo sabía yo que esta mujer se llamaba Andrea? Soñando no estoy, muerto,

creo que tampoco, porque los muertos no sangran. Cuando me escapaba del
incansable orador, tropecé con un gigantesco y espantoso lirio de metal a la
entrada del baño y me rasguñé una mano. Aquí tengo la prueba, en el pañuelo

que tuve que amarrarme para contener la sangre.


<<Me duele que te hayas hecho daño, amor. Adoro tus manos, Felipe.

Sueño con ellas tocando mi cuerpo deseoso de ti. Las siento acariciando

suavemente mis senos para obligarme a que te suplique más>>.

¡Esta mujer está loca! ¡¿Cómo se le ocurre decir estas cosas delante de
Rosario?! ¡Y todavía me sonríe! ¡ ¡¿Cómo es posible que Rosario no haya oído

nada!? Es que Rosario habla, habla tanto, que solamente escucha su

interminable charla. Está como el perico de la historia de los diez años.

Continúa lo que está contando como si nada hubiera pasado. Andrea le

responde y ríen divertidas. Me siento como una aparición, invisible entre estas

dos mujeres que me ignoran. Una aparición debo parecer; tengo que estar

blanco como un papel porque siento la sangre que me baja de la cabeza a los

pies. Trato de buscar una explicación en Andrea a lo que acaba de decir y


encuentro un comentario que apenas entiendo. Rosario lo repite y yo

reacciono.

- Ah, sí, Bermúdez, lo vimos el año pasado en el congreso médico de


Cartagena. …<<Así que es el arrogante y pretencioso de Bermúdez el que se

come este exquisito manjar>>.


<<No, Felipe, tú eres el único que se deleita conmigo, con quien me
complazco hasta la saciedad. Rodolfo es sólo el que paga cuentas y cae como

un fardo, gracias a Dios, al lado mío noche tras noche demasiado cansado
después de haber pasado todo un día luchando para hacer dinero con qué

pagar mi compañía>>.
¡Esto es el colmo! Me disculpo diciendo que veo a alguien a quien tengo
que saludar y casi salgo corriendo del lado de aquellas mujeres. Me estoy

volviendo loco o un hijo de su madre me puso algo en un trago para hacerme


una bromita pesada. No me extraña. En la fiesta de fin de año, al pobre de

Bobadilla le pusieron no sé qué en el vodka y fue apoteósico el escándalo que

dio; hasta en cueros se quedó el hombre antes de tirarse en la piscina. Casi se

ahoga el infeliz.
…No sé ni para dónde agarrar. Voy al bar a pedir cualquier cosa. Pondré

atención cuando estén preparando lo que sea. En este momento, añoro al del

cuento de la buena pipa. Al menos, mientras la víctima de la tempestad

hablaba yo estaba hastiado, pero tranquilo, resignado y por qué no decirlo,

protegido. No había una sola inquietud en mi alma, todas las piezas estaban

ordenadamente en su lugar. No me asaltaban dudas, no me molestaba nada, no

me apremiaban los deseos de algo, ni siquiera tenía necesidad de vivir. Estaba

en ese intervalo entre estar y no estar, haciendo tiempo para dejar de estar.
¿Por qué me habré encontrado con esta mujer? Ahora quiero cosas. Quiero

seguir escuchándola, me siento en absoluto desasosiego y quiero saber más y

llegar a alguna parte; no estoy muy seguro adonde. ...En realidad me engaño,
creo que logro intuir adonde quiero llegar y lo que intuyo me aterra. Ahora

temo, deseo, quiero, me intrigo, sospecho, asumo, me desespero. ¿Qué rayos


estoy pensando? Es como si estuviera enamorado…Indiscutiblemente me está
dando un ataque de senilidad.

Este trago sabe a rayos pero al menos estoy seguro de que no tiene droga
adentro. Supervisé la preparación de “Los Caprichos de Guillermo”,

sugerencia de Guillermo el barman. Tengo que decirle que está bárbaro, el tipo
se esmeró elaborando su invención. Está espantoso pero me ha caído de
maravillas. Me ha relajado y me ha dejado calentito por dentro. …No voy a

poder soportar otra tanda con Andrea y Rosario que vienen a reunirse
conmigo. ¿Dónde me meto? Ahora soy yo el que busco angustiosamente al

sufrido hablador. Él sería mi salvación porque con el dueño de las desgracias

sería con quien único me sentiría cómodo en este momento. Tengo la

impresión de que no podría articular palabra con otra persona. ¿! Qué diablos
tengo en mi cabeza!? Ya están aquí y yo me quiero borrar del mapa. Rosario

habla, como siempre. Lo sé porque la veo mover los labios pero en realidad lo

que oigo es la voz de Andrea que me parece que conozco desde hace tiempo.

<< ¿Por qué te escapas constantemente, amor? No te defiendas más.

Escúchame y habla conmigo; confía en mí. No tengas miedo, podemos

hacerlo, nadie lo nota; nadie oye, excepto tú y yo. Mírame>>.

Debe ser por el “Capricho de Guillermo” pero me invade una inmensa

tranquilidad y quiero mirar a Andrea. Quiero decirle que me atrae. No sé los


años que hacía que no me atraía una mujer, que no sentía nada. No solamente

me atrae, me excita. Su voz me provoca. Es una mujer guapísima y

decididamente tiene que ser inteligente, a pesar de haberse casado con


Bermúdez. Andrea atiende con dedicación a Rosario que sigue hablando con

inusitado fervor. Me mira de reojo y sonríe. Entiendo que sabe lo que pienso
pero eso no me es suficiente. Quisiera que Rosario y toda la gente
desaparecieran. Quisiera estar a solas con Andrea.

Alguien ha hecho un llamado de alerta para pasar al comedor. ¡Qué asco!


¿Quién piensa en comer ahora? Vamos siguiendo a los demás que se deshacen

en comentarios acerca de la decoración de la casa. Me imagino que lo hacen


para disimular el hambre y evitar salir en estampida hacia la mesa.... Tengo
que hacer algo para evadir esta locura; me niego a aceptar que me esté

sucediendo. Yo no conozco a Andrea y por muy extraordinariamente deliciosa


que esté, no quiero conocerla. Me tengo que obligar a pensar en otra cosa.

Usaré mi recurso fantasía, como siempre, para salir de esta insensatez. Voy a

hacer de cuenta que no me han presentado a esta mujer, que ni siquiera está

aquí.
…¿Dónde se habrá metido el calvo de Bermúdez? ¿Cómo es que no está

con su mujer? Rosario me leyó, como siempre, y le pregunta a Andrea. Ella le

dice que el calvo fue llamado de urgencia. Me alegro mucho de que no esté....

No tiene por qué alegrarme, ni importarme siquiera su ausencia. No voy a

dejar que este absurdo me domine, venga de donde venga, como si viene del

alcohol o del Sagrado Destino.

La sentada está siendo muy organizada. Hay un enjuto mayordomo y otro

gordito, panzón que van llevando a la gente a sus respectivos puestos en la


interminable mesa. Muy rimbombante todo esto en casa del nuevo rico. ¡Qué

bien se ve que no sabe ni dónde tiene la mano derecha! Estoy seguro de que

se entera nada más que cuando tiene que firmar cheques. Ha hecho una mezcla
de estilos en esta comida igual que ha hecho con la desdichada decoración de

la casa. Hay de todo en esta ridícula mansión. ¿Quién habrá sido el marica que
decoró todo esto?
No sé por qué me expresé tan despectivamente de las locas. A mí siempre

me ha importado un soberano bledo lo que las personas hagan con sus vidas o
con sus cuerpos. Yo mismo, tengo algo de mujer, soy buen amante y quiero ser

el último amor; poco me importa ser el primero. Además, el amor o el sexo,


sea como sea, sea con quien sea, que quiera que sea, bendito sea. … Me salió
gracioso eso. Parece el estribillo de una guaracha cubana…

¿Qué me pasará? Debe ser la tensión de toda la semana que me hace


perderme en este constante diálogo conmigo mismo...No me voy a permitir

mirar a Andrea; me refugiaré en mis análisis mentales para entretener mi

imaginación…Es inútil, sigo pendiente de ella. No puedo ignorarla. Se sienta

frente a mí y Rosario a mi lado, como era de esperarse. La silla al lado de


Andrea quedará espléndidamente vacía. El dueño de casa, por supuesto va en

una de las cabeceras y su redonda mujer al lado.

Yo apenas conozco a este hombre. Me lo presentó Sheldon, que además de

amigo, es compañero mío en el hospital. Me chismoseó que el tipo era dueño

de varias clínicas en la ciudad y que a pesar de no ser médico, estaba muy

empapado en el negocio de la medicina. Yo le comenté que sonaba cínico eso,

de negocio de la medicina. Sheldon me respondió que a nosotros poco nos

importaba el cinismo, que lo único que interesaba era que el susodicho estaba
forrado en plata y aparentemente quería seguir invirtiendo. Había que estar

bien con el negociante, a toda costa. Sheldon casi me soborna para que viniera

y el muy traidor ni se apareció.


…Me alegré demasiado rápido, regresó el calvo. Se salvó el moribundo

porque viene con buen color y aparentemente con mejor apetito. Apenas le dio
un beso volado a Andrea y nos saludó con gesto apurado, mientras se tragaba
el primer camarón. Me molesta sobremanera verlo ahí sentado como un buda

disfrazado de funerario, masticando desaforadamente, al lado de mi Andrea.


<<Tuya, por supuesto amor. Felipe, discúlpate y sal de aquí. Espérame en
el segundo piso. Hay una habitación al lado del inmenso cuarto de baño que

conoces. No entrará nadie porque es del hijo mayor de esta gente que está
estudiando en otro estado>>.

Siento que tengo que obedecer como perro a su amo. Le digo a Rosario que

no puedo comer porque por lo dulce del último trago estoy revuelto y puedo

dar un espectáculo si me cae algo en el estómago. La buena de Rosario se


ofrece sinceramente a acompañarme. La convenzo de que no es necesario y de

que no podemos hacer ese desaire de marcharnos ambos. Le digo que saldré

del salón lo más discretamente posible… No sé cómo ha hecho Andrea que ha

puesto al cerdo del calvo a sostener una animadísima conversación con mi

mujer. Salgo y ni cuenta se da que me voy. Creo que nunca he caminado tan

rápidamente en mi vida.

...Tenía razón Andrea, tiene que ser el cuarto del primogénito. Es la típica

habitación de niño de papá, mediocre y consentido. Está atiborrada de féferes


americanizados por todos lados. Hay afiches de cuanto deporte existe, pelotas

firmadas por todos los forzudos que se han hecho millonarios abrazando a la

bolita y fotografías enormes de equipos enteros con nombres completos debajo


de cada uno de los llamados héroes, en este país. Y por supuesto, no podía

faltar, el consabido afiche de alguna actriz medio desnuda, exhibiendo los


adelantos de la cirugía plástica. El hijo debe ser tan ordinario como el padre.
... ¡Hostia! Creo que me quedé dormido. ¡Qué susto darme cuenta de que

no me he movido de aquí! Sin embargo me ha parecido todo tan real. Debe


haber sido un viaje astral, como dice Sheldon, que está metido en esa bobada

del más allá. Miro a mi alrededor y todo está en el mismo lugar. Yo estoy en la
silla, frente a este montón de flores que me asfixia. Rosario a mi lado habla
muy complacida con Bermúdez. Andrea frente a mí, está pacientemente

esperando algo <<¿Andrea, por qué estamos aún aquí? Quiero irme
contigo. Quiero perderme de este lugar>>.

Andrea sonríe como si me hubiera hecho una broma. Yo me siento como si

me hubiera violado la inocencia. Tengo rabia, no sé si por lo que no entiendo o

por seguir precisamente lo que no entiendo. ¿Qué hago yo en este juego


estúpido, haciendo absurdas preguntas al aire?

<<No te enfades, cielo mío. No juego contigo. Solamente te preparo para

que te des cuenta de cuanto podemos comunicarnos sin movernos del lugar

donde estamos; de cómo lo haremos aunque estemos rodeados de decenas de

personas. Mírame y déjame llevarte a mi mundo, al espacio que has ocupado

tú desde hace tanto tiempo. Escúchame y te cuento todo de nosotros. Quiero

que sepas lo que eres para mí>>.

Cada vez estoy más asombrado. Todo está en perfecta armonía. La gente
come, bebe, habla, se ríe, se comporta como es lógico que se comporte en una

fiesta. No hay nada raro. Nadie me mira de forma extraña. A nadie le llama la

atención lo que está pasando entre Andrea y yo, nadie escucha lo que
hablamos. Es más, yo no he abierto mi boca y no he visto que ella lo haya

hecho tampoco. ¿¡Qué diablos va oír toda esta gente?!. Es como si no


existiéramos, como si no fuéramos parte de este grupo de tragones medio
ebrios que disfrutan de tan espléndido agasajo. Rosario está a mi lado y es la

Rosario de siempre, inmersa en una amena conversación con el marido de mi


amante... ¿Mi amante?

…Rosario está escuchando al calvo pero de vez en cuando me da una


palmadita en la mano como para asegurarme que a pesar de estar secuestrada
por la morsa, también está conmigo, apoyándome. Ella sabe el licor amargo

que es una fiesta para mí. Aprovecha un silencio obligado del cargoso
conversador, que alguna vez tiene que tragar lo que se ha metido en esa

bocaza, para secretearme que por favor coma algo porque con todo lo que he

bebido voy a dar un espectáculo si no me cae algo en el estómago. …Esto lo

he oído antes.
Andrea tampoco come. Mira a su alrededor y alguna que otra vez aparenta

atender a su marido. No parece tan desconcertada como yo, a pesar de estar

consciente de que somos los protagonistas de una obra que se desarrolla entre

unos espectadores que no ven ni escuchan. Estoy por convencerme de que si

no me han puesto algo ilícito en la bebida, me estoy volviendo loco.

<<No estás ni drogado, ni loco. Estás en delirio y sí soy tu amante, desde

hace años. No siempre hace falta un contacto físico para hacer el amor. No

luches más contra la verdad. Déjate llevar por mí y descubre lo que sientes, lo
que siento. Mira lo real escondido en nuestra fantasía, lo que me ha

mantenido cerca de ti aunque no me hayas visto. Escúchame>>.

Me voy a dejar llevar, como Andrea me pide. Voy a claudicar, más por
cansancio que por convicción. Estoy verdaderamente extrañado de sentir

curiosidad; quiero llegar hasta lo último de esta interrogante. Puede ser que ya
me toque padecer la andropausia y comienzo de esta manera.
<<Te escucho, Andrea y espero que me cuentes de nosotros. ¿Qué quieres

que sepa? ¿Qué voy a descubrir? ¿Qué es lo que está escondido en nuestras
fantasías?>>

<<Quiero que sepas que te amo desde hace años. En nuestras fantasías
está escondido el amor que tú nunca has conocido, pero que sí existe y es
infinito>>.

<< ¿Dónde has estado tú todo este tiempo de mi vida? ¿De dónde has
venido?>>

<<He estado en tus deseos y vengo de tus deseos. Soy la culminación de tu

búsqueda. Hace años que te conocí. Yo me bajaba del ómnibus del colegio y tú

dejabas a tu hija frente al portón de la entrada. Saliste de tu automóvil y la


ayudaste a sacar sus libros, la abrazaste y ella te dio un beso en la mejilla.

Después se separó de ti y salió corriendo porque ya la campana sonaba por

tercera vez. Tú te quedaste parado observándola con gran ternura. Cuando

fue a entrar, se volteó y te sopló un beso. Sonreíste y te quedaste ahí hasta que

la perdiste de vista. Consultaste tu reloj y te fuiste precipitadamente. Me quedé

inmóvil, en el mismo lugar, con la esperanza de que volvieras porque te

hubieras dado cuenta de que no podrías vivir más sin mí. No podía moverme

de la emoción por haber conocido al amor de mi vida>>.


<<No te rías, ya yo me he reído bastante y no por lo que sentí, sino por mi

pretensión. Yo tenía doce años, dos más que tu hija y tuve la petulancia de

pensar que te habías fijado en mí y que yo te había hecho llegar mi desmedido


amor. Sí, me enamoré de ti esa mañana. Tú por supuesto ni siquiera notaste

mi presencia. Sabes, desde ese momento te adueñaste de mis pensamientos.


Me empeñé en saber todo de ti. Me hice amiga de tu hija y ella me contaba
hasta lo más mínimo de lo que pasaba en tu casa>>.

<<Quería crecer pronto, hacerme una mujer interesante, culta y bella para
ti. Fueron muchas las veces que te cruzaste conmigo y jamás me miraste. Tu

indiferencia me hería, pero te justificaba. Sabía que tenías problemas con tu


esposa y que tu matrimonio se deshacía. Maru se desahogaba conmigo, sufría
mucho porque temía que te separaras de su madre. Me convertí en la

confidente de tu hija y yo sé que ella te habló de mí. Así pasaron dos años.
Esperaba a que llegases todas las mañanas y todas las tardes para verte

aunque fuera un momento. Te miraba y te admiraba. Después cuando ya no

podía mirarte más, pensaba en ti. Recordaba tu sonrisa perfecta y tu cuerpo,

espléndido y firme. Siempre tenía tu olor metido en mí, delicioso olor a niño
grande, impecablemente vestido para el paseo del domingo. Recordarte me

hacía soñar con el momento en que excitara a la pasión la unión de mi cuerpo

desnudo al tuyo también libre>>.

No puedo evitar mirar a mi alrededor como si fuera culpable de algo, como

si hubiera encontrado un tesoro y no quisiera que nadie me viera esconderlo. Y

verdaderamente, he encontrado la vida y la escondo para que no me la quiten.

Creo que estoy siendo el escogido de un milagro. Esta mujer frente a mí, me

declara su amor de niña, me confiesa que todavía me ama y me muestra un


escenario que llegué a convencerme de que sólo existía en la fantasía de los

poetas. Tengo la sensación de que ha estado conmigo desde mucho antes de yo

haber desarrollado la capacidad de querer, de desear, de amar. Siento que he


compartido con ella todas mis vivencias. Es como si ella fuera la única

presente en mis recuerdos, inclusive en los de otras mujeres.


Inexplicablemente, todas han dejado de estar en mi memoria como por
encanto después que ella se apoderó de mi conciencia. Me parece que estoy

sacando a Andrea de mis sueños de juventud. La veo crecer ante mis ojos.
Sorprendo a la niña que detrás del seto de magnolias, me mira avergonzada y

nerviosa. Y como entonces, vuelvo a sonreír divertido y halagado. Respiro a


toda capacidad y me siento joven de nuevo.
Trato de recordar aquel pasado y todo parece envuelto en una nube…

Después que me divorcié, mi vida se convirtió en un caos. Estuve solo durante


diez años. Demasiado tiempo en circulación, acostándome con cuanta mujer

que me provocara un cuento me pasaba por delante y fueron muchos los

cuentos. Tiré dinero que dio lástima; tiré mi vida que dio más lástima aún.

Hice de todo lo que puede desgastar espléndidamente a un ser humano y no


me convertí en la copia viviente del pecado porque llegó Rosario a mis

escandalosos cuarenta y dos años. Rosario fue realmente la noble salvadora de

mi alma desordenada y magullada por las decepciones y la promiscua soledad

malsana. Es curioso, apareció Rosario el mismo año en que desapareció

Andrea. Recuerdo que Maru tenía veinte cuatro años cuando me casé con

Rosario. Recuerdo también cuando mi hija comentó que su amiga había

decidido marcharse fuera del país, el mismo día que llegara de una larga

estancia en Europa. Maru lo sintió mucho y no sabía porque desaparecía así


súbitamente...

<<Porque cuando iba a llegar a ti me diste la espalda y te casaste con

ella. Si no me hubiera ido no sé lo que hubiera sido de mí. Cuando supe de tu


separación definitiva de Eugenia, me sentí profundamente feliz y aquel día,

me propuse hacerme para ti. No podía presentarme con catorce años y sin
tener nada que ofrecerte, para decirte que yo era el amor, la mujer que te
amaría y que amarías hasta tu último día en este mundo. Tenía que crecer,

prepararme para enamorarte, y así lo hice. Estaba segura de que me


esperabas. El que te mantuvieras solo, aunque fuera en el desperdicio de vida

que llevabas, reafirmaba mi convicción de que te guardarías para este amor.


Por fin llegó el anhelado día de nuestro encuentro. Un veintitrés de diciembre
a las nueve de la mañana bajé del avión que me traía hasta ti. Llamé a Maru

con el pretexto de sorprenderla pero en realidad quería averiguar dónde


podría encontrarte. La alegría de mi llegada la hizo querer contarme todo en

un momento. Habló y habló sin parar; no tuve ni que preguntarle. Me dijo que

te habías casado el día anterior con esa mujer. No sé cómo pude soportar el

golpe de aquella inesperada y espantosa noticia>>.


<<A la mañana siguiente, sin dudar ni un instante, me fui a una

comunidad espirita cerca de Mamaos, donde mi tía ha vivido desde que tiene

veinte años. Fue la estancia en aquel lugar de silencio y sosiego la que me

devolvió la cordura. Llegué allí loca de amor, de dolor y cuando me fui lo hice

porque había aprendido a amar en paz. Te amaría de lejos, a escondidas,

como siempre pero tenía que sentir que estabas ahí, a mi alcance y que podía

llegar a ti, aunque sólo fuera para mirarte un poco, como lo hacía cuando era

niña. Hoy vine a esta fiesta porque sabía que te encontraría, quería hablarte,
sentí que me necesitabas. Quiero que me ames y quiero que conozcas el amor

con que has soñado. Necesito que sepas que el amor es lo único no

decepcionante de esta vida, el verdadero, el eterno. >>.


Rosario me habla y no entiendo lo que dice. Me repite, que ya se acabó la

cena y que vamos a pasar al salón del piano a tomar café y licores finos. ¡Qué
alivio he sentido de pronto! Miro a Andrea y recibo que siente lo mismo.
Ahora tal vez podamos escaparnos de aquí o al menos estar cerca. Tengo la

emoción vibrando en cada célula de mi cuerpo. ¿Por qué no supe de ella


antes? ¿Por qué la he descubierto ahora que estoy tan acabado? Ahora, que

ya no me queda tiempo. …No quiero pensar en nada; solo quiero vivir esto
que no sé qué es, ni me importa saber. … Parece arreglada la distribución de
los asientos en el gran salón. Estoy sentado entre Andrea y Rosario. Bermúdez

quedó del otro lado de mi esposa. Me enloquece el delicioso olor de esta


mujer. .¡Cómo quisiera tocarla!

<<Hazlo Felipe. Estoy esperando tu caricia desde hace mucho tiempo. La

he imaginado delicada o atrevida en mí y ahora que estás tan cerca, me muero

por sentirte>>.
No me decido a mirar a Andrea. Siento que arriesgaría mi buen juicio si lo

hiciese. Me pego a Rosario y quedo tan incrustado en ella que me empuja

delicadamente diciéndome entre dientes que la estoy tirando encima del calvo.

Me separo, deshaciéndome de una gran sensación de culpabilidad. Yo no

quiero despegarme de su lado, pero la suerte o la desgracia son testigos de que

ella me obliga. La gente habla y bebe distraídamente, esperando a la artista de

la noche. Ver a todas estas distinguidas personas envueltas en sus monerías

para salir airosas de esta última prueba me tranquiliza porque me da la


seguridad de que nadie se fija en nosotros.

Ahora estoy muy junto a Andrea y mi mano roza su brazo; puedo sentir su

piel y creo que el corazón se me escapa y renuncia. Es muy placentero su


contacto. Estoy loco por mirarla pero me da pánico hacerlo. Estoy seguro de

que me perderé en mi urgencia por tenerla y no podré disimular. Llegó la


cantante, va a cantar un aria de “La Fuerza del Destino”. ¡Qué ironía! Por lo
menos es linda música, la voz poco me importa. Yo exclusivamente distingo la

voz de mi Andrea.
Quiero mirarla. Voy a hacerlo, lo necesito desesperadamente....Sabía que

me perdería. Es maravillosa la sensación de plenitud por tenerla a mi lado,


verla, poder enfrentar libremente sus ojos, llenarme de ella. Todo ha
desaparecido y no me interesa desaparecer yo también después de vivir

intensamente este momento mágico. La música es bellísima; solo existimos en


esta enorme habitación, mi Andrea, la música y yo.

<<Quiero besarte Andrea. Necesito reconocerte con mi boca. Quisiera

probar el sabor de todo lo que eres, de tu piel repleta de sueños que me

provoca con la pasión que me trasmite. Quiero tener tu cuerpo que despierta
mi deseo. Quiero la emoción que guardas donde yo estoy impaciente por

llegar>>.

<<Sígueme, Felipe. No temas, nadie se va a dar cuenta>>.

Andrea toma mi mano y yo me dejo llevar. No me percato de nada a mi

alrededor, ni siquiera de Rosario. Se me olvida donde estoy; se me olvida

hasta el más mínimo de los recuerdos. Solamente quiero mirar a mi Andrea.

Tener la mano de mi amante entre la mía me saca de mi miedo y su calor me

reconforta. La música se hace nuestra cómplice y para distraer a todo el


mundo de nuestra fuga, inunda cada rincón de la sala. Acapara la atención de

los oyentes y todo, absolutamente todo, deja de ser real. Solamente mi amante

y yo no somos un espejismo. Andrea está frente a mí y me espera, como me


ha esperado tanto, como yo la he soñado tanto. Tal vez sufra más por

convencerme de que Andrea, amor, no es una irrealidad, si voy a perderla,


como presiento que será.... Quizás hubiera sido mejor seguir arrastrando la
eterna tristeza por una promesa traicionada.... Ya es muy tarde, no puedo

volver a la resignación porque dejé de ser ignorante. Voy a agotar mi último


vestigio de valentía y me entregaré a este raro designio de la vida.

<< Acércate Andrea, y deja que despacio te desnude con mi caricia hasta
que llegue a lo más íntimo de ti>>.
Andrea se deja tocar por mis dedos que recorren su frente, su cara, sus

labios suplicantes de placeres, sus hombros que se me ofrecen, sus pechos que
se hacen aliados de mis fantasías. Acaricio su cuello que ya había deseado.

Paso suavemente mis labios por los suyos y la beso por el tiempo de todos

estos años que la busqué en vano. Me voy de su boca y me eternizo en sus

senos donde podría quedarme hasta satisfacer mi emoción. Me doy gusto


recorriendo la exquisita distancia que me separa de su sexo palpitante, como

el mío que se crece orgulloso de tanto quererla. Ruego porque no se acabe

nunca este momento. Invado cada rincón de mi Andrea y en mi frenética

batalla trato de encontrar una tregua en su espalda que cubro de caricias. Me

siento cautivado por su inocente sensualidad y aumenta aún más mi

incontrolable necesidad de amarla. No encuentro alivio en su ternura, me

incita cruelmente. Quiero anticiparle como pretendo adorarla y le confieso en

secreto mis pecaminosas intenciones. Mi Andrea enloquece de placer; se


revela salvaje, decidida a dejarse hacer lo que mis ‘inquietudes y mi

censurable pasión quieran, con el malicioso propósito de convertirme en un

hombre poseído.
Me pierdo en ella buscando el origen de la belleza y me deleito saboreando

esa vida que sale de mi Andrea apasionada Dejo que sus manos jueguen con
mi desenfrenada masculinidad y trato de que la impetuosa caricia de su boca
no me obligue a rendirme porque quiero calmar mi angustia dentro de ella.

Acepto este placer como una divina penitencia y de tanto amar siento que
sufro. No puedo contenerme más y me refugio en lo más escondido de la

mujer que renace solamente para mí. Andrea me recibe ansiosamente


agradecida. Se mueve lentamente para que yo llegue a conocerla toda.
Aprisiona mi cintura con sus piernas y me guía diestramente hasta su punto

más vulnerable. Lo acaricio suavemente con mi virilidad anhelante que clama


justicia y me castigo dentro de ella hasta que presiento que tampoco ya ella es

capaz de soportar tanta locura. Me suplica y comprendo que quiere, como yo,

dejarse ir aferrándose a mi cuerpo felizmente vencido. Se estremece, mi

hermosa, grita de delirio, llora de felicidad, recibe mi amor y yo me lleno del


suyo. Quedamos atrapados en un éxtasis desconocido para ambos. No tengo

fuerzas para salir de su cuerpo, ni quiero hacerlo. Pudiera morir dentro de mi

amante y sería el encuentro con un regalo inmerecido.

Tengo que reconocer que al menos por unas horas, lo vivido reivindicó mis

ilusiones.

Andrea es la realidad que resulta de aquel sueño tejido alguna vez, en el

cual dejamos de creer después de soportar muchos desencantos. Hay quien

tiene que tener solamente un momento de recompensa. Si ese efímero y


alucinante presente cometiera el pecado de hacerse un interminable y

predecible futuro, se convertiría en el verdugo conocido de la pasión, en un

último y aniquilante dolor, en la farsa que todos tememos descubrir que es el


amor. Nuestro abrazo duró la eternidad de una sonrisa, el tiempo que la música

se apoderó de nuestras almas hechizadas.


El ruido de la gente nos obliga a separarnos y volver a nuestros asignados
lugares en la sala y en la vida. Bermúdez aplaude frenéticamente haciendo

alarde de su ignorancia. Rosario lo hace discretamente haciendo despliegue de


educación. El resto de aquella ridícula humanidad lanza alaridos de

aprobación o quién sabe si de burla. Andrea está a mi lado serenamente


ausente, con una bellísima expresión de paz en su rostro. Es como si estuviera
bendiciendo el recibimiento de la respuesta anhelada a una pregunta miles de

veces repetida. Yo me siento ese señor todopoderoso que ha sido seducido por
la fuerza sobrehumana de la soñada pasión infinita. He vencido a mi historia

que hasta hace unas horas me estaba jugando su habitual y conocida mala

pasada. De pronto me asalta una duda. Quizás por un minuto temo ganar la

amarga apuesta que siempre he hecho conmigo mismo y me dé cuenta de que


Andrea es una falacia más. Necesito saber.

<< ¿Y ahora, Andrea, qué quieres de mí? ¿Qué puedo tener de ti?>>

<<Quiero todo, Felipe. Te quiero para siempre enamorado. Quiero tu

pasión, esa que yo adivinaba, con la que a solas, me di tantas veces a ti.

Quiero que vivas porque yo existo y porque te amo. Quiero que no dejes de

amarme jamás. Y quiero que no me olvides y que no te cures nunca del dolor

de no estar conmigo y que seas feliz porque eres de los muy pocos que

conocen el amor que no envejece, que no se marchita, que no se muere. Eres


el dueño del amor que se lleva en la nostalgia, en la tristeza, en los momentos

de plácida satisfacción, en la alegría y en el recuerdo del único encuentro.

Quiero que vivas añorándome y que te vayas de esta dimensión en absoluta


felicidad por haberte entregado al mortal pecado de amarme en el más

ingrato de los silencios>>.


<<De mí puedes tener mi razón de vivir, todos mis pensamientos, mi placer
libre que sólo te ha pertenecido a ti. Me iré, para que me ames siempre. He

estado desde siempre en tu anhelo y para que no me abandones, jamás me


marcharé de tus sueños. Cada vez que me quieras, piénsame y me sentirás y te

sentirás preso en tu necesidad de tenerme; me buscarás y encontrarás el


placer total usándote o usando cualquier cuerpo que te sirva para disfrazarlo
de mí. Y sentirás la realización máxima, la calma de la renunciación perfecta,

pero nunca será suficiente. Por eso, sólo vivirás para buscarme, para
echarme de menos, para ser feliz con mi recuerdo. Así es como único podrá

existir para siempre, como único puede ser un gran amor. El amor es como un

acto de magia. Si lo vemos muchas veces corremos el riesgo de descubrir el

secreto. Entonces la fascinación se acaba. Te amo, Felipe. Tú has sido y serás


el único. Ahora me voy. Y tú harás lo mismo. Entiéndeme, porque me voy con

él, es que estarás y estaré en el amor para siempre>>.

En este momento me interesa bien poco entender. Sin embargo, tengo una

certeza inexplicable de que a pesar de que no la veré más, no me ha

defraudado. Me ha dado lo que yo esperaba de ella. Siento que ciertamente se

quedará aunque no esté. Andrea evita mirarme y se deja abrazar por aquel

hombre que llega a su lado. La gente se va dispersando. Ya se han hecho los

comentarios requeridos y se han agotado las exclamaciones y los cumplidos.


Ha llegado la aceptada hora de irse. Disciplinadamente los invitados van

repartiendo adioses. También Andrea y Bermúdez lo hacen. Ese infeliz hoy

dejó de ser su marido. Cada vez que se le ocurra tratar de tener a mi Andrea,
estará tocando un cuerpo sin vida, porque el placer, el deseo, la pasión, los

orgasmos y el amor de esa, mi mujer, me pertenecen solamente a mí. Andrea


y yo nos miramos por última vez. Sin tocarnos aún, nos abrazamos por toda la
eternidad y nos besamos con la emoción de una primera y última vez.

Entonces, después que ellos logran hacerle llegar el saludo definitivo al astuto
comerciante, que no es médico pero que sabe tanto del negocio, se van.

Rosario viene hasta mí. Ya se ha despedido de la dueña de casa, para


ahorrarme esa pesadez. Se agarra a mi brazo y salimos. El portero nos pide la
llave y mientras esperamos el auto, repaso en silencio los sucesos de la noche.

Sigo sin saber si entiendo del todo. Estoy muy confundido pero en medio de
mi confusión, una sensación preciosa me llena el cuerpo entero. No creo que

pueda explicarlo. Es algo así como si hubiera vuelto de la muerte y a pesar de

querer llorar a todo pulmón por el miedo a lo desconocido que me espera,

también quiero vivir intensamente los pocos o los muchos retos que me
quedan.

Dentro de mí hay calma y aunque estoy triste, siento como si mi espacio

estuviera repleto de todos los colores del universo, de aire azul, de cielos

amigos, de luz y de promesas. Parado allí en medio de aquel lugar tan ajeno a

lo que ha sucedido y a mis sentimientos, comprendo por primera vez en la

vida, la profunda belleza del mar, de la naturaleza, de la gratitud de la gente,

de la compasión, de un día claro con brisa amable, de un día fresco de

primavera emancipada, de un día más de vida, de la libertad de poder respirar


a todo pulmón por el maravilloso descubrimiento de uno mismo, de un

momento sin miedo, del encuentro con el amor.

La madrugada esta fría y Rosario se pega a mí. Trato de cobijarla y


protegerla. La miro y sé que toda la ternura que he reprimido desde que nací

se concentra en esa mirada. Quiero mucho a Rosario y amo a Andrea. De


repente entiendo, y le ofrezco a quien se lo merezca mi agradecimiento por
todo lo que me dio, por lo que me hizo conocer y vivir en esta extraordinaria y

única noche. Le agradeceré hasta el día en que me incineren el haberme


demostrado a los cincuenta años que mi juventud no estaba tan equivocada y

que el amor infinito está, vive en ese país extraño que se llama Ilusión. A
veces sale de alli y anda por ahí, como la pena, como la presencia de Dios, que
aunque no lo veamos, existe. Puede aparecer por un segundo y permanecer

toda una vida. Puede ser bondadoso o cruel, loco o cuerdo, enfermizo o sano;
puede esconderse en lo absurdo de una mentira o en la pureza de la mayor de

las verdades. Lo que no puede es quedarse, marchitarse y morir. Va más allá

de la muerte y renace en nosotros cuando regresamos. Ese amor está por

encima de la razón y lo comprensible. No se ve, no se oye, solamente se siente


y como el destino, hace con uno lo que quiere sin que nadie pueda rebelarse.

Llega de aquel lugar extraño y sin abandonarnos, se vuelve por donde vino. El

gran amor espera en el lugar más insospechado y lo alcanza a uno aquí o allá,

sin que podamos predecir donde será aquí ni donde estará allá.

Soy el hombre más afortunado, el más rico; soy un hombre descubierto,

conquistado y marcado por una pasión eterna. Rosario me pregunta que pienso

y yo le digo una vez más que pensaba en no volver nunca más a una fiesta.

Ella se ríe de buena gana y hace burla de mi afirmación hartamente conocida.


Prefiero no responder, la dejo que se divierta y que no me crea, como de

costumbre. Pero yo sé, estoy seguro de que esta vez lo digo desde la felicidad

escondida en el fondo de mi corazón que entregué por primera vez al amor,


desde la emoción que se fue con Andrea, desde el dolor que se ha de quedar

conmigo, desde la armonía y el sosiego que recién he descubierto en mi


bendito presente, desde todos esos sentimientos que son uno mismo y que
estarán en mi cariño por Rosario y en mi nostalgia por Andrea, para siempre.

…No, decididamente y aunque no me crean, no volveré a ir a una fiesta


nunca más.



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