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CONSEJOS PASTORALES DESDE ESMIRNA

La iglesia no es una meritocracia,

(mucho menos una plutocracia)

La iglesia de Éfeso parecía ejemplar (¡todo un éxito!), pero Cristo le encontraba


una falla fatal y la censuró severamente. Lo contrario pasó con Esmirna. Esta
congregación lucía pobre y era fuertemente criticada por la sinagoga
local. Tenía mala fama en la ciudad y andaba mal con las autoridades cívicas;
algunos de sus líderes pronto caerían en la cárcel. No parecía exactamente
una congregación modelo. Pero contrario a las apariencias, Cristo la declaró
espiritualmente rica (2.9) y no encontró nada contra ellos (cf 2.4,14,20). El
renglón de "censura" en la fórmula de las siete cartas, en ésta (y en la de
Filadelfia) se declaró "vacante". Cristo no les encontró ninguna falla que
mereciera mencionarse en la carta.

¿Por qué luce tan paradójicamente favorable esta congregación?


Sorprendentemente, en contraste con Éfeso, no se dice nada aquí del "trabajo
arduo" ni del rigor doctrinal, ni tampoco que tuvieran ellos el "primer amor" que
había perdido Éfeso. Aun cuando los creyentes de Esmirna hubieran tenido
estas y otras virtudes, la aprobación que recibe no descansa en nada de
aquello. La congregación de Esmirna no era "mejor" por tener más miembros,
mayor presupuesto, ni mejores métodos y programas. Era una iglesia pobre en
lo externo pero rica en valores morales y espirituales. Era una iglesia débil,
pero de convicciones fuertes. En su debilidad era poderosa con la fuerza del
Resucitado (2.8; cf Ef 1.19-23).

Por lo que les felicita Cristo a la congregación de Esmirna, sin nada que
censurar, es su inclaudicable fidelidad, aun hasta la cárcel y la muerte. Quizá
hoy en América, una iglesia tan pobre y débil como Esmirna estaría
fuertemente censurada por el "establishment" religioso. Pero también a
nosotros nos dice el Señor: "mis pensamientos no son los pensamientos de
ustedes" (Is 55.9).

Estas siete cartas nos sorprenden a cada paso; las cosas suelen ser lo
contrario de lo que parecen ser y de lo que creemos que son. Podemos
suponer que cuando los cristianos de Éfeso escuchaban el inicio de su carta,
esperaban los más altos elogios del Señor por su mucho trabajo y sus grandes
logros. En contraste, los de Esmirna pensarían: Si a Éfeso Cristo les censura y
amonesta, ¿qué no podemos esperar nosotros, que a la par de Éfeso somos
un fracaso al cuadrado? Pero al escuchar lo que Cristo les dice a ellos... ¡nada
de censura sino el aval pleno del Señor de la iglesia! La misma sorpresa grata
le correspondería a la débil pero también fiel Filadelfia en la penúltima carta
(3.8).

La iglesia de Sardis tenía nombre de que era viva, pero ante los ojos de Cristo
estaba muerta (3.1). La de Laodicea era rica, pero Cristo desenmascara su
pobreza y desnudez (3.17s, lo contrario de Esmirna 2.9). Por los criterios que
prevalecen en el mundo, y lamentablemente en muchos sectores también de la
iglesia hoy, Éfeso, Sardis y Laodicea gozaban de la "bendición" del Señor y
podrían esperar que Cristo estuviera muy impresionado con ellos, como
también estaban otros. Y, sin embargo, a Cristo no le impresionan esos
éxitos. Esmirna y Filadelfia, por otro lado, parecían llevar todas las marcas del
fracaso, pero Cristo estaba contento con ellos.

Es fuerte hoy la tentación de predicar un evangelio fácil, para que los pastores
puedan saborear el éxito de iglesias llenas. ¿Pero llenas de qué? ¿De
individuos que dicen "Señor, Señor", cantan y palmean, pero no hacen la
voluntad del Padre (Mt 7.21-23)? En nuestra época de culto al éxito, nos haría
bien escuchar la voz profética de Sören Kierkegaard.

Ante el luteranismo triunfalista y tranquilamente conformista de la Dinamarca


de su época, Kierkegaard dedicó toda su vida a hacer que fuera difícil ser
cristiano.[1] En su Ataque al Cristianismo afirma una relación inversa entre los
números y la fe:

El Estado existe en relación directa con los números; el


cristianismo existe en proporción inversa con los números, pues
el concepto "cristiano" es un concepto polémico, sólo se puede
ser cristiano en confrontación... El cristiano que ama a Dios en
contraste y oposición a todos los demás tendrá que sufrir el odio y
la persecución de ellos. En cuanto se elimina esa oposición, el
llamarse cristiano se torna pura charlatanería (1944:127)...

La ilusión de una nación cristiana se debe sin duda al poder que


los números ejercen sobre la imaginación... Cuentan una
anécdota absurda de un cantinero que vendía su cerveza por un
centavo menos de lo que le había costado. Cuando alguien le
preguntó cómo podía ganar algo de esa manera, contestó, "Mi
amigo, son los números que lo logran". ¡Números grandes! Eso
es también en nuestro tiempo la fuerza todopoderosa...
Debemos aprender la lección que nos advierte contra el poder
que ejercen los números sobre la imaginación... El número
grande estimula la imaginación, se escapa de la lógica y nos
encandila... Así son los cálculos que llegan a una nación cristiana
por sumar unidades que no son realmente cristianas, confiando
en que el número grande lo puede lograr. Para verdaderos
cristianos esta es la ilusión más peligrosa de todas (1944:30s).[2]

Definitivamente, la numerolatría no cabe en los valores del reino. La iglesia no


es una meritocracia, ¡mucho menos una éxitocracia! Y tampoco una
plutocracia.

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De los pobres es el reino de Dios

Esta carta demuestra, a nivel eclesiológico y congregacional, la verdad


paradójica de la primera bienaventuranza de Jesús: "Bienaventurados vosotros
los pobres, porque vuestro es el reino de Dios" (Lc 6.20). De hecho, el
conjunto de las siete cartas puede considerarse como una versión pastoral de
ese famoso pasaje del sermón del monte. Las bienaventuranzas, igual que
estas cartas, parecen poner todas las cosas al revés, todo a lo contrario del
sentido común. Podríamos llamarlo, con el permiso de Nietzsche, la inversión
evangélica de todos los valores (cf 2 Co 5.16-17).[3]

La pobreza de esta comunidad, en medio del afluente emporio de Esmirna, era


sólo aparente. En los valores que busca el Señor en la iglesia, esta
congregación poseía abundante riqueza. Para esta comunidad "pobre", Cristo
no tiene más que elogios.

En contraste, la congregación de Laodicea daba toda la apariencia de gozar de


gran riqueza. Se sentía rica, auto-suficiente, poderosa, y orgullosa. Es de
suponer que otros también la consideraban una iglesia poderosa e
influyente. Pero Cristo les confronta con la realidad de su condición: "tú dices:
`Yo soy rico, y me he enriquecido y de ninguna cosa tengo necesidad'; y no
sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo"
(3.17). ¿De cuántas congregaciones también hoy tendrá que decir Cristo: "Ay
de vosotras las iglesia ricas"?
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Cuando ser cristiano huele a anti-patriótico

Parece que Esmirna era una ciudad tan identificada con Roma, que ahí ser
anti-Roma -- como era Juan de Patmos y evidentemente muchos cristianos de
Esmirna -- se veía como un grave acto de traición a la patria. Para los
cristianos en esa ciudad ardientemente patriotera, al lado de una sinagoga
entregada también a los intereses imperiales, seguir a Jesús hasta las últimas
consecuencias era fórmula segura para caer en muchos problemas. Les
tendría que llevar a muy serios conflictos no sólo con las autoridades civiles
sino con todo lo que la mayoría consideraba "civilización" (hoy hablaríamos de
"cultura occidental"). Lo más probable era que pastores y líderes más
temprano que tarde terminarían en la cárcel.

En América Latina una multitud de discípulos de Jesús ha llegado hasta la


cárcel y la muerte por sus convicciones cristianas. Sin embargo, muchos han
mirado eso mismo como sospechoso, en contraste frontal con la manera en
que Jesús valorizaba la calumniada y hostigada congregación de Esmirna. A
menudo hoy, cuando creyentes han terminado en las cárceles, se ha
escuchado la expresión: "Si cayeron presos, algo hicieron". Nuestra confianza
ingenua en las autoridades civiles nos sirve de amortiguador contra las
exigencias del discipulado y la vocación profética de la iglesia. Cuando Martin
Luther King estaba preso en Birmingham un amigo le visitó y le preguntó con
asombro, "Reverendo King, ¿qué hace Usted en la cárcel?". King le respondió:
"Y Usted, mi amigo, ¿qué hace fuera de la cárcel?". Hay tiempos cuando estar
tras rejas puede ser un alto honor en el nombre de quién fue arrestado,
torturado y ejecutado por nosotros.

En la sinagoga de Esmirna la religión establecida se hizo instrumento de la


bestia y aliada de las fuerzas de la muerte, para denunciar como "subversivos"
a los cristianos que servían al Señor de la vida y la libertad. En ciertos casos
contemporáneos, al igual que los "cristianos alemanes" bajo Hitler, algunas
iglesias en América (inclusive la católica en algunos países y más de una
denominación protestante) se han convertido en "sinagoga de Satanás" para
apoyar a regímenes represivos y, con dolorosa frecuencia, delatar a sus
hermanas y hermanos en la fe para someterlos a cárcel, tortura, y muerte.
Unas décadas después del Apocalipsis, según el relato del martirio de
Policarpo, los mismos judíos de Esmirna revelaron, probablemente sin darse
cuenta, el grado de su contubernio con el imperio. Gritaban contra Policarpo,
"Ese es el maestro del Asia, el padre de los cristianos, el destructor de nuestros
dioses, el que ha inducido a muchos a no sacrificarles ni adorarlos" (MartPol
12.2). Hicieron causa común con la cultura imperialista hasta el grado de
hablar de "nuestros dioses" y sentirse amenazados por los seguidores de su
propio Mesías. Como Herodes y Pilato se reconciliaron temporalmente para
crucificar a Jesucristo, en Esmirna la sinagoga y el palacio se pactaron para
perseguir a los cristianos. En el fondo ambos servían al mismo "dios", los
mismos valores y opciones históricas, dentro del sistema que les favorecía.

La carta a la iglesia de Esmirna nos plantea una pregunta bastante incómoda:


¿Podríamos nosotros también estar tan aliados con el sistema que
inconscientemente hemos caído en sus idolatrías? A veces Cristo nos llama a
ser una rebelde y valiente contra-cultura, un aguijón en la carne del
sistema. Debe preocuparnos que en muchos círculos es tan fácil llamarse
"cristiano", sin el menor peligro sino más bien cosechando toda clase de
beneficios y seguridades dentro del sistema. ¿Podría ser que estamos tan
drogados por el opio de la religión establecida, instalada dentro del sistema,
que ni siquiera nos damos cuenta de que hemos caído en ser "sinagoga de
Satanás"?

Los siete mensajes del Señor, si los tomamos con una seriedad total y radical,
nos llaman a un profundo autoexamen y posiblemente al arrepentimiento.

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Jesucristo, y sólo El, es el

Primero y el Ultimo

Quien se casa con cualquier sistema, pronto se quedará viudo. La sinagoga


buscó su seguridad y prosperidad en aliarse con el imperio, buscando
seguridad por apoyarse en el gran imperio. Pero ese imperio era pasajero; no
fue ni el principio ni el fin. Imperios surgen e imperios caen, potencias
económicas toman dominio y después son superadas, pero Jesucristo
permanece, el Señor de la historia. El Hijo del hombre tiene pies de bronce y
su reino no caerá nunca. Él es el primero y el último.
En estas décadas que vivimos, desde finales del siglo veinte y lo que va del
siglo veintiuno, hemos visto cambios muy dramáticos en el escenario
histórico. La que fue una de las dos superpotencias del mundo se redujo en
unos pocos meses a la "ex-Unión Soviética". La guerra fría terminó y algunos
ideólogos del capitalismo anunciaron con rebosante triunfalismo "el final de la
historia". Parecen haberse olvidado que sólo Cristo es el fin, como sólo él es el
principio.

Bastaron pocos meses para refutar el adefesio de los ideólogos del triunfo
capitalista. El fin de la guerra frío fue el inicio de muchas guerras
"calientes". Los drásticos cambios hacia la economía del mercado,
inaugurados con optimismo mesiánico, pronto se atascaron en un pantano de
problemas económicos y sociales. Queda por verse si los Estados Unidos
realmente ganaron la guerra fría, o si la ganaron Alemania y Japón, o si todos
perdieron. La iglesia o el cristiano que se compromete a-crítica e
incondicionalmente con cualquiera de esos sistemas pasajeros, cae en idolatría
y comete la peor traición de todas: traición a Cristo y a su reino. En cambio, la
iglesia y los cristianos que son fieles al Señor hasta la muerte, como los de
Esmirna, recibirán la corona de la vida.

Un himno medieval expresa hermosamente esta gloria incomparable, nunca


compartida con nadie, de Jesucristo como el primero y el último, principio y fin:

Fruto del amor divino,


Génesis de la creación:
Él es Alfa y Omega,
Es principio y conclusión;
De lo que es, de lo que ha sido,
De lo nuevo en formación:
Y por siempre así será.

Es el mismo que el profeta


Vislumbrara en su visión,
Y encendiera en el salmista
La más alta inspiración;
Ahora brilla y es corona
De la antigua expectación:
Y por siempre así será.

Las legiones celestiales


Ahora canten su loor:
Los dominios hoy le adoren
Como Rey y Redentor:
Y los pueblos de la tierra
Le proclamen su Señor.
Por la eternidad.
Amén.

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