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Por lo que les felicita Cristo a la congregación de Esmirna, sin nada que
censurar, es su inclaudicable fidelidad, aun hasta la cárcel y la muerte. Quizá
hoy en América, una iglesia tan pobre y débil como Esmirna estaría
fuertemente censurada por el "establishment" religioso. Pero también a
nosotros nos dice el Señor: "mis pensamientos no son los pensamientos de
ustedes" (Is 55.9).
Estas siete cartas nos sorprenden a cada paso; las cosas suelen ser lo
contrario de lo que parecen ser y de lo que creemos que son. Podemos
suponer que cuando los cristianos de Éfeso escuchaban el inicio de su carta,
esperaban los más altos elogios del Señor por su mucho trabajo y sus grandes
logros. En contraste, los de Esmirna pensarían: Si a Éfeso Cristo les censura y
amonesta, ¿qué no podemos esperar nosotros, que a la par de Éfeso somos
un fracaso al cuadrado? Pero al escuchar lo que Cristo les dice a ellos... ¡nada
de censura sino el aval pleno del Señor de la iglesia! La misma sorpresa grata
le correspondería a la débil pero también fiel Filadelfia en la penúltima carta
(3.8).
La iglesia de Sardis tenía nombre de que era viva, pero ante los ojos de Cristo
estaba muerta (3.1). La de Laodicea era rica, pero Cristo desenmascara su
pobreza y desnudez (3.17s, lo contrario de Esmirna 2.9). Por los criterios que
prevalecen en el mundo, y lamentablemente en muchos sectores también de la
iglesia hoy, Éfeso, Sardis y Laodicea gozaban de la "bendición" del Señor y
podrían esperar que Cristo estuviera muy impresionado con ellos, como
también estaban otros. Y, sin embargo, a Cristo no le impresionan esos
éxitos. Esmirna y Filadelfia, por otro lado, parecían llevar todas las marcas del
fracaso, pero Cristo estaba contento con ellos.
Es fuerte hoy la tentación de predicar un evangelio fácil, para que los pastores
puedan saborear el éxito de iglesias llenas. ¿Pero llenas de qué? ¿De
individuos que dicen "Señor, Señor", cantan y palmean, pero no hacen la
voluntad del Padre (Mt 7.21-23)? En nuestra época de culto al éxito, nos haría
bien escuchar la voz profética de Sören Kierkegaard.
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Parece que Esmirna era una ciudad tan identificada con Roma, que ahí ser
anti-Roma -- como era Juan de Patmos y evidentemente muchos cristianos de
Esmirna -- se veía como un grave acto de traición a la patria. Para los
cristianos en esa ciudad ardientemente patriotera, al lado de una sinagoga
entregada también a los intereses imperiales, seguir a Jesús hasta las últimas
consecuencias era fórmula segura para caer en muchos problemas. Les
tendría que llevar a muy serios conflictos no sólo con las autoridades civiles
sino con todo lo que la mayoría consideraba "civilización" (hoy hablaríamos de
"cultura occidental"). Lo más probable era que pastores y líderes más
temprano que tarde terminarían en la cárcel.
Los siete mensajes del Señor, si los tomamos con una seriedad total y radical,
nos llaman a un profundo autoexamen y posiblemente al arrepentimiento.
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Primero y el Ultimo
Bastaron pocos meses para refutar el adefesio de los ideólogos del triunfo
capitalista. El fin de la guerra frío fue el inicio de muchas guerras
"calientes". Los drásticos cambios hacia la economía del mercado,
inaugurados con optimismo mesiánico, pronto se atascaron en un pantano de
problemas económicos y sociales. Queda por verse si los Estados Unidos
realmente ganaron la guerra fría, o si la ganaron Alemania y Japón, o si todos
perdieron. La iglesia o el cristiano que se compromete a-crítica e
incondicionalmente con cualquiera de esos sistemas pasajeros, cae en idolatría
y comete la peor traición de todas: traición a Cristo y a su reino. En cambio, la
iglesia y los cristianos que son fieles al Señor hasta la muerte, como los de
Esmirna, recibirán la corona de la vida.