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Este doble carril de análisis parte de la idea de que el grueso de la generación que ingresó
a la actividad política en esos años en América Latina estuvo marcado por una visión
heroica de la militancia que integraba, muchas veces de forma problemática y en
combinaciones diversas, las nuevas pautas culturales provenientes de Europa y Estados
Unidos.
En varios aspectos, el ciclo de protestas iniciado en mayo de 1968 por los estudiantes
de secundaria (y rápidamente apoyados por los universitarios) fue similar a los suscitados
en años anteriores. Al menos desde las luchas por el cogobierno de la Universidad de la
República en 1958, las movilizaciones estudiantiles en Uruguay se habían caracterizado por
cierto nivel de enfrentamiento con las fuerzas represivas y por vincularse con los sindicatos
para dar alcance nacional a sus demandas. Pero las de 1968 trajeron también grandes
novedades, fundamentalmente porque la situacion del pais habra cambiado mucho.
En la década pasada, la crisis económica se había vuelto evidente para amplios sectores
sociales con un acentuado descenso del salario real y la instalación de la inflación
estructural.
De acuerdo con este esquema, la inquietud de los estudiantes sólo adquiere sentido al
encuadrarse en organizaciones que "acumularan fuerzas" para integrarse a la lucha
revolucionaria liderada por la clase obrera. Lo expresó con claridad Walter Sanseviero,
secretario general de la UJC desde 1965 y hasta su muerte en 1971: no se podía sustituir
"la necesaria acción de masas por la acción grupuscular" ni abandonar "la preocupación por
el encuadramiento de decenas de miles de estudiantes enfrentando la política
gubernamental por la esperanza puesta en la actividad de un grupo selecto". En otras
palabras, el movimiento estudiantil debe entenderse como "una fuerza social de la
revolución, directamente aliada de la clase obrera'' y no como "un grupo operativo en el
marco del movimiento popular".