Sie sind auf Seite 1von 45

EL ANTISEMITISMO ACTUAL

Por Benjamín de Roncesvalles

NOTA OBLIGADA

En este libro, salido de la pluma de un escritor holandés residente en España,


no se hace ninguna acusación contra un pueblo en particular.
Como el lector comprobará, en sus páginas se alaba a los judíos de buena
voluntad Spinoza, rabino Goldstein, etc. a la vez que se denuncia a los
elementos ultrajudíos que, a lo largo de los siglos, llevaron a su propio pueblo
a la catástrofe, o bien al avasallamiento financiero o militar de otras naciones.
La opresión que sufre el pueblo palestino es el mejor ejemplo de esclavitud
bíblica de nuestros días. El sionismo ha sido condenado como movimiento
racista por la Organización de Naciones Unidas. Por eso una significativa
parte del pueblo israelí (la más noble, sin duda), frente a la vesanía de
muchos de sus dirigentes políticos, desea conceder la independencia a los
sufridos palestinos.

Por BENJAMÍN RONCESVALLES

Una vez más otra, el antisemitismo está de moda. Pocos saben, sin embargo,
que tal "antisemitismo" no es más que un arma hábilmente esgrimida por el
judaísmo mundial con el objeto de desinformar y reeducar la opinión pública
mundial.

¿Por qué existe un "antisemitismo" y no existe algo semejante denominado


"antiesquimalismo" o "antiarabismo"? ¿Se fundamenta el antisemitismo en la
maldad y tontería de todos los pueblos que han convivido con los judíos o en
el pueblo "elegido" en sí? El antisemitismo, palabra insulto utilizada por los
profesionales del antirracismo, tiene sin embargo raíces políticas,
económicas, históricas, sociales y religiosas. A nadie puede escapar el
hecho, por lo demás revelador, de que la alta finanza internacional está en
manos de judíos (Rotschilds, Rockefellers, Wartburgs, Schiffs, etc), así como
el marxismo (Marx (Kissel Mordekay), hijo de un banquero judío; Zinoniev

1
(Apfelbaum); Andropov (Lieberman); Kamenev (Rosenfeld); Trotsky
(Bronstein); Kruschev (Pearlmutter), etc), la gran prensa mundial, medios de
comunicación en general y la Meca del cine, Hollywood.
Este pequeño libro ha de servir de iniciación sobre tan importante tema, del
que apenas se encuentra información seria en ningún lugar. Ahora que el
arma propagandística denominada "antisemitismo" vuelve a ser esgrimida a
nivel mundial para justificar leyes antieuropeas en nuestros propios países o
el comportamiento despótico de los judíos en Israel y otros países del mundo
hay que coger al toro por los cuernos y leer de una vez por todas la versión
que sobre el antisemitismo tienen los "antisemitas" (!?), rompiendo de una
vez por todas el monopolio informativo que sobre el "antisemitismo" nos
ofrecen los judíos.

Primera edición: 1967 Segunda edición: Junio 1990


Depósito Legal: M109411967

Se permite la reproducción total o parcial de la obra, siempre que se cite la


procedencia.

EL ANTISEMITISMO ACTUAL

Supuesto previo

TESIS DEL ANTISEMITISMO DE NUESTROS DIAS:

1. El judío vive en conflicto con las demás comunidades y consigo mismo.


2. El judaísmo desarrolla el imperialismo más oneroso, el del dinero.
3. Los judíos, pueblo deicida por haber dado muerte a Cristo, no son
amigos de los cristianos.
4. El judaísmo provocó la segunda guerra mundial y mitificó sus víctimas
para construir Israel.
5. Los judíos difaman a Alemania, pero viven a expensas de ella.

FIN DEL ANTISEMITISMO

No resulta fácil perfilar el «antisemitismo», cuando su propio objeto, el


elemento judío, nunca ha podido ser definido unívocamente. De todos modos
hemos de señalar que antisemitas, en el sentido propio de la palabra, nunca
los ha habido. Dado que en la actualidad los mayores enemigos de Israel son

2
los árabes, si considerásemos acertado el término de «antisemitismo»,
vamos al absurdo de que los antisemitas son semitas. Sería, pues, más
conveniente hablar de «antijudaísmo» o «antisionismo». No obstante,
recogeremos la de «antisemitismo» por el uso generalizado que de ella se
hace.

¿Cómo hemos de considerar el vínculo que, une a los judíos? ¿Es de tipo
racial, o más bien religioso? Los judíos discuten sobre esto, y naturalmente
los antisemitas no podrán decidir por sí mismos la disputa. Parece más
razonable estimar que los judíos, más que confesión religiosa, representan
un pueblo, con unos rasgos físicos y espirituales muy acusados.
Dos Investigadores israelíes, el doctor Leo Sachs, del Instituto Weizmann, y
el doctor M. Bat-Miriam, del Instituto Israelí de Investigaciones Biológicas,
llegaron, hace tres años, a la conclusión de que los judíos del mundo entero
pertenecen a una vieja raza mediterránea con factores genéticos comunes.
Este resultado lo obtuvieron tras estudiar las huellas digitales de 4.000 judíos
procedentes de Irak, Polonia, Alemania, Egipto, Marruecos, Yemen y
Turquía, que viven actualmente en Israel. Con los 40.000 rasgos
característicos, y basándose en las líneas de los nudos, remolinos y curvas,
formaron unas series de valores numéricos. Tras compararlas con huellas de
no judíos llegaron a la conclusión de que los judíos mostraban unos rasgos
inconfundibles. Las huellas dactilares, escogidas por ambos investigadores,
por no estar subordinadas a los llamados factores selectivos, distinguen
perfectamente a los judíos de aquellos que no lo son y con los cuales han
convivido durante siglos.

El doctor Sachs, que actualmente estudia los grupos sanguíneos de los


judíos, distingue en éstos tres grandes grupos migratorios. El primero, que
tuvo lugar durante la cautividad de Babilonia, hacia el año 580 antes de
Jesucristo, ha dejado un pequeño núcleo en el Irak. El segundo, que siguió a
la expansión griega con Alejandro hacia el año 330 a. de J, C., llevó a los
judíos a Egipto, Siria, los Balcanes y Crimea. La tercera oleada, tras la
destrucción del Templo por los romanos el año 70, les llevó a España,
Alemania, Italia y Francia. Los judíos que huyeron a España (sefardíes)y
Alemania (askenazis) emigrarían también posteriormente hacia Polonia,
Inglaterra, Rusia, América, etc.
Sin, adentrarnos en la polémica entre judaístas y sionistas, hemos de
observar, no obstante, que, si bien lo religioso y lo racial está muy
entremezclado en la Comunidad hebrea, parece que predomina el último
aspecto. Por ello, uno de los presidentes de la Orden Bnai B'rith, Leon Stuart
Levi, afirmaba:

3
“¿Quién puede atreverse, pues, a afirmar que los judíos no son una
raza? La sangre es la base y el símbolo de la idea de raza, y ningún
pueblo del mundo puede reclamar con tanto derecho la pureza y
uniformidad de su sangre como el judío”.
Este predominio de lo biológico: explica la creación del Estado dé Israel en
pleno siglo XX. Basándose en los abuelos y bisabuelos vivieron en esas
tierras hace dos mil años, los judíos han logrado reinstalarse en ellas, y no
son pocos los árabes y antisemitas que prevén que tratarán de recuperar toda
la Palestina apoyándose en las mismas razones.

No ha sido fácil para elaborar este trabajo sobre el antisemitismo recoger


material documental. En la actualidad no sólo no hay ningún Gobierno que
fomente tales tendencias, sino que muchos las persiguen. En Alemania, si
bien se permite a los ciudadanos hablar libremente del Gobierno, de la
Bundeswehr, de la Iglesia, etc., unas simples palabras despectivas acerca de
los judíos le pueden costar al autor bastantes meses de cárcel.
Publicaciones periódicas de carácter antisemita no hay aunque traten de este
tema (ciertamente en forma muy elemental) los escritos esporádicos de los
movimientos neonazis de Inglaterra y Estados Unidos. Para combatir estos
focos, en enero del año actual, las organizaciones judías británicas pidieron
al ministro del Interior que acelerara las medidas restrictivas de cualquier
difusión de ideas antisemitas. Nos hemos ceñido, por tanto, al estudio
sintético de algunas obras editadas en Sudamérica, al reflejo de varios libros
de autores hebreos y a la lectura de la prensa diaria.
Ciertamente sólo hemos recogido los aspectos negativos del judío, tal como
los exponen sus detractores, dado que en otra parte de este mismo volumen
se dan a conocer los factores positivos. Si tratásemos de estos últimos, no
quedaría debidamente reflejado el fenómeno antisemita. Por ello, nos
abstenemos de este propósito y nos limitamos a exponer la visión parcial
antisemita.

TESIS DEL ANTISEMITISMO DE NUESTROS DIAS

1. El judío vive en conflicto con las demás comunidades y consigo


mismo.

El antisemitismo es tan viejo como el propio judío. Un destacado escritor


hebreo, Bernard Lazare, ha afirmado que el origen del antisemitismo está en
el mismo judío. En todo caso, surge el gran interrogante, ¿por qué han sido
maltratados los judíos por los egipcios, griegos, romanos, persas, españoles,
árabes, rusos, turcos, alemanes, etc.? Lazare resume sus estudios al

4
respecto en unas pocas palabras: el judío es insociable, y, además, le resulta
simpático todo lo que tiende a disolver las sociedades tradicionales.
Esta puede ser una explicación para el histórico problema. Recordemos que
los antisemitas siempre han afirmado que su actitud no respondía a un afán
de persecución u odio hacia los judíos, sino más bien a un sentimiento de
autodefensa.
A este propósito, ha escrito Rénán:

“La antipatía contra los judíos era, en el mundo antiguo, un sentimiento


tan general, que no había ninguna necesidad de estimularlo. Aquella
antipatía señala uno de los focos de separación que quizá no se rellenen
nunca en la especie humana... Tiene que existir algún motivo para que
ese pobre Israel haya pasado por tan dolorosos trances. Cuando todas
las naciones y todos los siglos os han perseguido, es preciso que
exista, algún motivo para ello.”

En otro pasaje refiere el mismo autor acerca del judío:

«Quería las ventajas de las naciones, sin ser una nación, sin participar
en las obligaciones de las naciones. Ningún pueblo ha podido tolerar
eso..., no es justo reclamar los derechos de miembro de la familia en
una casa que no se ha ayudado a edificar, como hacen esos pájaros que
se instalan en un nido que no es el suyo, o como esos crustáceos que
toman el caparazón de otra especie.»

Sólo así podría explicarse el sentimiento despectivo con el que nos hablan de
los judíos numerosos pensadores (Séneca, Tácito, Lutero, Voltaire, Goethe,
etc.), cuando podrían contarse con los dedos de la mano los testimonios
favorables a la idiosincrasia hebrea.
Durante tres mil años se han hecho infinidad de intentos para resolver el
problema judío: segregación, Conversión, expulsión, asimilación, “progroms”,
etc., y apenas se resolvió nada.
Roudinesco, Lazare, Steed y otros insisten en que el aislamiento del judío ha
sido fomentado además por el triunfo de sus rabinos. Al lograr éstos que sus
fieles se ciñesen al Talmud abandonando en parte la Torah, les encerraron
en estrechas prácticas rituales y en el fariseísmo, anulándoles la fraternidad
con los otros pueblos.

Al exacerbar su exclusivismo religioso, el judío se aísla de los demás y quiere


vivir aparte. De aquí se deriva el que jamás haya tratado de hacer
proselitismo. Indica Fejtö en «Dios y su pueblo» (París, 1960) que al judío le
resulta inadmisible compartir a Dios con otros, y de su fe en la propia

5
predestinación ha derivado el desprecio hacia los demás pueblos, que, a su
vez, y por este motivo, le han despreciado a él.
Resulta, por ello, curioso cómo un autor judío, Leon Uris, en su obra «Exodo»
pone las siguientes palabras en labios del personaje David Ben Ami: «Fíjate
en los descendientes de los judíos españoles, Durante la Inquisición
simulaban convertirse al catolicismo y rezaban las oraciones latinas en voz
alta, pero al final de cada frase susurraban por lo bajo una oración hebrea»
No percibe el novelista que precisamente esa mentalidad aumentó a la
judería sus tribulaciones, ya que para los otros pueblos en general lo noble
ha sido siempre lo contrario, tal como atestiguan los millares de mártires
cristianos que en épocas de persecuciones prefirieron perder la vida a negar
su fe.
Las costumbres judías tampoco han sido muy propicias para fomentar la
comprensión por otros pueblos. Juvenal nos refiere cómo en el sábado el
judío no es capaz de mover un dedo, ni siquiera por humanidad. Durante las
veinticuatro horas del sábado no se podía realizar el menor trabajo, ni siquiera
hacer un nudo, coser dos puntadas, escribir dos letras ó andar más de dos
mil pasos. Los rabinos llegaron incluso a discutir si era lícito comer un huevo
puesto en sábado, pues evidentemente la gallina había trabajado en día
prohibido.
Alberto Vidal en su libro “Tras las huellas de San Pablo”, (Madrid, 1963),
recoge algunas de las prohibiciones del Talmud (Trat. Shabbath):

“¿Qué pesos puede uno transportar el sábado sin violar el reposo


prescrito? Respondían (los rabinos): No es licito transportar ni un higo
seco; la mujer no puede salir de casa llevando cintas, ni collares, ni
pendientes nasales, ni ramos de flores, ni pomos de perfume, ni cajitas
de mirra, ni algodón en el oído o en las sandalias, ni un niño en brazos.
El sastre no puede salir con la aguja ni el escriba con su pluma.
Pero se permitía salir con un diente postizo, y un cojo podía salir con su
pata de palo, aunque algunos, como Rabbi José, lo prohibían”.

Aun hoy en día, el judío no gasta un céntimo en sábado. Los más severos ni
siquiera fuman, pues en la Biblia se dice que no encenderán fuego. El judío
ortodoxo—refería recientemente la conocida revista «Der Spiegel »—se
niega incluso a avisar en sábado a una ambulancia o a los bomberos.
El nuevo Estado de Israel señalan los antisemitas es la mejor prueba del
exclusivismo de sus fundadores. Conocida es la resonancia mundial que
tuvieron las leyes raciales de Nuremberg, durante el III Reich, y con arreglo a
las cuales se prohibía el matrimonio de germanos con judíos. Pues bien, las
víctimas de entonces, siguiendo los preceptos del Talmud, han establecido
en el nuevo Israel una ley que prohibe terminantemente los matrimonios
mixtos, es decir, con no judíos.

6
Los hebreos que huyeron a Palestina de Europa y de las persecuciones del
III Reich, tampoco demostraron tener hacia los árabes la clemencia que para
sí mismos habían reclamado. El acuchillamiento de toda la población árabe
de Deir Yassin en abril de 1948, el asesinato del Conde Bernadotte, las
matanzas de Nasirud-din, Wadi Araba, Qibiah, Deir Ayub, etc., y la expulsión
de casi un millón de árabes de sus tierras, han motivado que un notable
historiador, Arnold Toynbee, tras recordar que «lo más trágico en la vida
humana es el que los hombres que han sufrido hagan sufrir a otros», haya
comentado este hecho del siguiente modo:

«Las iniquidades cometidas por los sionistas judíos contra los árabes
palestinos pueden compararse a los crímenes contra los judíos por los
nazis.»

Corroboran el juicio de Toynbee las palabras que un destacado político


israelí, Menahim Beigim, líder del partido Herut, expresó ante una conferencia
de veteranos de guerra:

«Vosotros los israelitas no debéis ser sensibles matando a vuestros


enemigos ni debéis sentir piedad de ellos. Tenemos que destruir la
llamada civilización árabe para sustituirla por la nuestra encima de sus
escombros.»

Recordemos asimismo que una vez pasado el peligro, los judíos europeos
tampoco demostraron tener agradecimiento hacia los países que les
ayudaron durante la guerra mundial. Tal fue el caso de España. Veamos lo
sucedido En marzo de 1942. Gracias a la intervención de la España en Vichy,
las autoridades alemanas reconocieron la protección española sobre los
3.000 sefardíes residentes en Francia. En 1943, el mariscal Antonescu
accedía igualmente, y con carácter excepcional, a que los sefarditas de
Rumania quedaran bajo la protección del Gobierno español. Medidas
similares fueron adoptadas por España en otros países. Isaac Weisman,
delegado del Congreso Mundial Judío en Lisboa, manifestaría posteriormente
ante una asamblea de esta organización en Atlantic City:

«En el principio de 1944 recibimos un telegrama urgente de nuestros


amigos de la Agencia Judía en Estambul interesándonos para que
Intercediésemos o auxiliásemos a cuatrocientos judíos sefarditas de
origen español que se encontraban en el campo de concentración de
Haldari, en Grecia, y los cuales iban a ser deportados por los alemanes
hacia Polonia. En respuesta a nuestra petición, don Nicolás Franco,
embajador de España en Portugal y hermano del general Franco, se
puso en contacto inmediatamente con su Gobierno. Más tarde, el

7
embajador nos informó que el Gobierno español había determinado
proteger a los judíos en cuestión y había comunicado a los alemanes
este propósito suyo. De esta manera los cuatrocientos judíos sefarditas
del campo de Haidari fueron salvados de la deportación a Polonia. Las
gestiones emprendidas por nuestra parte obtuvieron también del
Gobierno español la decisión de tomar bajo su protección a todos los
judíos sefarditas de origen español de los países ocupados, tanto si
estuviesen en posesión de documentación española como si careciesen
de ella.”

Años después, muchas de las personas salvadas por España olvidarían los
peligros pasados. En mayo de 1949, al discutirse en la Asamblea de la ONU
la propuesta hispanoamericana favorable a España, el delegado de Israel,
Mr. Evan, cuyo voto resultó de excepcional importancia, manifestó en un
discurso:

«Durante la época de terror del nazismo un millón de nuestros niños


fueron lanzados a los hornos y cámaras de gas. No es que afirmemos
en manera alguna que el régimen español tuvo parte directa en esta
política de exterminio, pero sí afirmamos que fue un aliado activo y
simpatizante del régimen responsable de esa política y como tal
contribuyó a la eficacia de la alianza bajo un punto de vista global.»

El Jefe del Estado español, ante el premeditado olvido internacional de la


labor realizada por España en favor de los refugiados, diría posteriormente
en una entrevista concedida para el «Daily Mail» de Londres:

«Cuanto España hizo durante la contienda en el auxilio de los


emigrados, salvamento de aviadores ingleses y de otros países, que con
el auxilio español o por vía española se salvaron y alcanzaron sus
patrias, ha respondido a un sentimiento natural del pueblo español, que
por innato en él no aspira a reconocimiento. Grande fue, sin duda
alguna, la ayuda que muchos judíos perseguidos del centro de Europa
recibieron de nuestros representantes diplomáticos y que nos
acarrearon incomprensiones, sinsabores y dificultades y, sin embargo,
cuando debían acordarse de ello, en las reuniones internacionales, nos
pagaron con ingratitudes».

Dentro de la comunidad judía, y en todas las épocas de la Historia, han


surgido unas individualidades cuyo estudio seria más propio de un tratado de
sicología. Estas figuras, que no se destacaron precisamente por su
solidaridad hacia el resto de la judería, y cuya vida, por tanto, no fue fácil, son
típicas de este pueblo. Sin necesidad de acudir al relato evangélico,

8
podríamos señalar la impresionante vida del filósofo Spinoza. Que los
grandes perseguidores de la judería, de Torquemada a Heydrich, hayan sido
judíos constituye otro insondable misterio de la Historia. Recientemente, el
«gran dragón» del Ku-Klux-Klan de Nueva York, Daniel Burros, se suicidó al
divulgar el “New York Times”, que era judío y había estudiado durante varios
años en la escuela de la sinagoga de Queens, en Nueva York. No menos
curioso es el hecho de que en el pasado mes de octubre, James H. Madole,
jefe de la organización antisemita norteamericana «Renacimiento nacional»
anunciara en Nueva York que varios judíos forman parte de su asociación.

2: El judaísmo desarrolla el imperialismo más oneroso, el del dinero.

Desde tiempo inmemorial se habla en el Deuteronomio de la siguiente norma:


«Prestarás a mucha gente, pero tú de nadie recibirás prestado.» El profeta
Isaías anatematizó duramente la inclinación de sus compatriotas a la avaricia.
Nunca fueron fáciles en la Historia - acusan unánimemente los antisemitas -
las relaciones económicas-sociales de los judíos con los demás pueblos. En
la Edad Media se les prohibía a los judíos tener nodrizas cristianas,
confeccionar la seda, dedicarse al comercio de mercaderías nuevas, ejercer
la medicina entre los cristianos o la carrera de las armas, etc... Se les permitía,
sin embargo, ser banqueros, joyeros, corredores, etc..., profesiones que se
suponía no implicaban un peligro directo para los cristianos, y en las que los
judíos mostraban singulares aptitudes favorecidas por su apátrida.

El año 1338 el emperador Luis de Baviera concedía a los burgueses de


Francfort un privilegio especial para que pudieran obtener de los judíos
empréstitos a sólo el 32,3 por 100 de intereses anuales. En Ratisbona, Viena,
Augsburgo y otras ciudades el interés legal al que prestaban los judíos subía
frecuentemente hasta el 86 por 100. Para conocer las relaciones entre los
judíos y los españoles durante la Edad Media, hay un interesante libro de
Sánchez Albornoz («España, un enigma histórico, en el que se refleja la
realidad de aquella época, en versión muy distinta a la ofrecida por el autor
filosemita Américo Castro.
Cuando Felipe Augusto expulsó a los judíos de Francia, en el siglo XIV recoge
el padre Meinvielle en su libro «El judío» ya eran propietarios de la tercera
parte de las tierras. Habían acaparado de tal modo el numerario del reino que
cuando se fueron apenas se encontró dinero en el país.
Así es como San Pío V, tras recordar «los muchos modos de usura con los
que los judíos arrebatan los recursos de los cristianos pobres», estableció
una serie de medidas a las que acompañó con la siguiente introducción:

9
«... Por fin tenemos perfecto conocimiento de cuán indignamente tolera
esta raza perversa el nombre de Cristo, cuán peligroso sea para todos
los que llevan este nombre, y con qué engaños busca poner asechanzas
contra sus vidas. En vista de éstas y otras gravísimas cosas y movidos
por la gravedad de los crímenes que diariamente aumentan para
malestar de nuestras ciudades, y considerando, además, que la dicha
gente, fuera de algunas provisiones que traen de Oriente, de nada sirven
a nuestra república ... »

Se ha afirmado por algún autor que los judíos únicamente se dedicaron al


prestamismo forzados por el antisemitismo, que no les permitía el acceso a
las Universidades, a la milicia, etc. Sin embargo, no es menos cierto que en
general no se les vedó el trabajo manual y la agricultura, actividades a las
que apenas se dedicaron por el afán de predominar en el comercio y en el
dinero. Por eso cuando abandonaron España, la zona del Levante, en la que
vivían grandes núcleos hebreos, siguió tan próspera como antes.

La cuestión ha adquirido un gran relieve con el desarrollo del mundo


contemporáneo. Dado que a menudo sólo el judío ha dispuesto de grandes
cantidades de dinero en metálico, esto le ha facilitado dicen los antisemitas
la introducción en los Parlamentos y en los Gobiernos. De pequeño cambista,
enemistado siempre con el pueblo, ha pasado progresivamente a banquero.
Donde más nítidamente se percibe la importancia de esa nueva condición es
en la familia Rothschild, acerca de la cual un gran historiador, Mommsen, ha
dicho: «Sería más interesante escribir la historia de la familias Rothschild que
la de muchas dinastías reales.» Sin duda alguna, algo parecido podría decirse
de las grandes familias de los Warburg, Schiff, Morgan, etc.
La dinastía bancaria de los Rothschild en la que una dama ha podido afirmar
con orgullo: «Si mi hijo no quiere, no habrá guerra» fue fundada por Anselmo
Rothschild (1743-1812) que estableció en Francfort un negocio de Banca, y
obtuvo grandes beneficios reclutando soldados alemanes para ejércitos
extranjeros. El negocio pasó luego a su hijo mayor, y posteriormente los otros
cuatro hijos fundaron Bancos autónomos en Londres, París, Viena y Nápoles,
pero manteniendo un estrecho contacto entre sí. El Rothschild de Londres se
haría célebre con el famoso «golpe de Waterloo».

A partir del Congreso de Viena de 1815 creció su influencia en los numerosos


Estados que les eran deudores. Una publicación que no puede ser calificada
de antisemita, «The Jewish Enciclopedia» (vol. X, pág. 495) recoge
detalladamente los préstamos hechos por los Rothschild entre 1817 y 1848.
La cifra total de 654.847 dólares era enorme para aquellos tiempos. Prusia
obtuvo préstamos en 1817, 1818, 1822, 1830, etc.; la Gran Bretaña en 1819
y 1835; Austria en 1820, 1821, 1823, 1834 y 1842. Otros países deudores

10
fueron Nápoles, Rusia, Sicilia, Francia, Brasil, Estados Pontificios, Bélgica,
etc. Recientemente, uno de los hombres de confianza de Rothschild, René
Mayer, fue presidente de la Comunidad Europea del Carbón y del Acero
(CECA) y otro, el señor Pompidou, es jefe del Gobierno francés.
Sería muy prolijo reseñar la intervención de los judíos en la economía
contemporánea, y para ello remitimos al lector a una obra del destacado
catedrático de Economía de la Universidad de Berlín, Werner Sombart,
titulada «Los judíos y la vida económica». En ella se pone de manifiesto la
influencia hebrea en la creación del capitalismo, y cómo sin ella no se podría
explicar este régimen económico.
Otro autor, Henry Ford, ha expuesto en su libro «El judío internacional» las
peculiaridades que según él distinguen a los judíos:

«Es característico de los judíos el que no concurran donde haya tierras


libres, o donde se produzcan materias primas, sino allí siempre donde
más estrechamente convivan las masas populares. Este hecho adquiere
especial importancia ante el constante clamoreo judío, de que de todas
partes sean proscritos. A pesar de ello, se concentran siempre y
especialmente en aquellos puntos donde menos bien recibidos
resultan. La explicación más corriente de ello es que responde a su
carácter el vivir de y sobre otras personas, no de la tierra, no de la
transformación de las materias primas en productos útiles para la vida
humana, sino de su vecindario inmediato ... »

Es digna de mención una carta que un judío, Baruch Levy, dirigió a Carlos
Marx:

«El pueblo judío tomado colectivamente será su propio Mesías. Su reino


sobre el universo se obtendrá por la unificación de las otras razas
humanas, la supresión de las fronteras y de las monarquías, que son la
muralla del particularismo, y el establecimiento de una república
universal, que reconocerá en todas partes los derechos de ciudadanía a
los judíos... De este modo se realizará la promesa del Talmud de que,
cuando hayan llegado los tiempos del Mesías, los judíos tendrán en sus
manos los bienes de todos los pueblos del mundo.»

La opinión de Marx sobre sus compatriotas queda reflejada de otro modo en


lo que escribió en los «Anales germanofranceses» en 1844:

«Cuando el judío quiere ser emancipado del Estado cristiano le exige


que el propio Estado renuncie a su prejuicio religioso. ¿Renuncia el
judío a su prejuicio religioso? ¿Tiene, entonces, el derecho de pedir al
otro que renuncie a su religión? No busquemos el misterio del judío en

11
su religión, sino busquémosle en el judío real. ¿Cuál es el fin real del
judaísmo? La demanda práctica, el egoísmo. ¿Cuál es el culto material
del judío? La usura. ¿Cuál es su dios real? El dinero... El judío se ha
emancipado a la manera judaica, no sólo, apropiándose el poder
financiero, sino porque éste, con el judío y sin él, se ha convertido en
un poder mundial, y el espíritu práctico del judío es el espíritu práctico
de todos los pueblos de la cristiandad. La emancipación de los judíos
es la judaización de los cristianos.»

Chesterton, por su parte, ha observada lo siguiente:


«El capitalismo y el comunismo están basados en la misma idea: la
acumulación de bienes que suprime la propiedad individual. Desde el
punto de vista ético, el capitalismo y el comunismo se hallan tan cerca
el uno del otro que no sería nada de extraño que sus jefes y caudillos
procedan también de los mismos círculos raciales.»

Un eminente pensador español, Ortega y Gasset, ha expresado certeramente


en unas pocas líneas el cauce por el que discurre inconscientemente el
mundo de nuestros días:

«Lo importante es evitar la concepción económica de la Historia, que


hace de la historia entera una monótona consecuencia del dinero.
Porque es demasiado evidente que en muchas épocas humanas el
poder social de éste fue muy reducido y otras energías ajenas a lo
económico informaron la convivencia humana. Si hoy poseen el dinero
los indios y son los amos del mundo, también lo poseían en la Edad
Media y eran la hez de Europa...
Nadie, ni el más idealista puede dudar de la importancia que el dinero
tiene en la Historia, pero tal vez pueda dudarse de que sea un poder
primario y sustantivo... Si ceden los verdaderos y normales poderes
históricos - raza, religión, política, ideas - toda la energía social vacante
es absorbida por él. Diríamos, pues, que cuando se volatilizan los demás
prestigios queda siempre el dinero, que, a fuer de elemento material, no
puede volatilizarse. O de otro modo: el dinero no manda más que
cuando no hay otro principio que mande.»

¿Qué es lo que sucede hoy en el mundo occidental? Corroborando la


afirmación de Ortega y Gasset vemos que el hombre actual ya no gravita en
torno a un dogma metafísico o político, sino que lo hace en pos de una nueva
fuerza de gravitación universal, que es el dinero. Para remediar sus desdichas
acude a los Bancos, las nuevas catedrales del siglo XX. El financiero sabe
que es el sacerdote de las multitudes actuales, y de la destilación de su

12
cerebro que ya se atreve a anunciar la muerte de todas las ideologías ha
surgido el subproducto de la idea del bienestar.
Nadie parece darse cuenta de que en la alquimia capitalista el dinero produce
más dinero. El Banco, que se enriquece tanto por el préstamo como por el
interés, con un fondo relativamente pequeño puede realizar operaciones
hasta diez veces superiores. Como el dinero significa hoy poder, es inevitable
que el banquero internacional intervenga activamente en la política mundial.
No se trata, pues, de la acción aislada de algún financiero que en muchos
pueblos puede tener un carácter nacional autóctono, sino de la existencia de
una cadena internacional de carácter uniforme y cuyo poder se incrementa
paulatinamente.
Finalizaremos este capítulo recogiendo unas palabras de Bernard Baruch,
«consejero» de todos los presidentes norteamericanos desde Wilson, y que
aparecen en el llamado «testamento económico» que dio a conocer antes de
su muerte:

“El capitalismo de mañana será distinto. Se levantará sobre la base de


un acuerdo entre las potencias occidentales. Pues también aquellos que
hasta ahora quieren cerrarse al capitalismo las potencias del Este no se
podrán cerrar a las nuevas formas que ellos mismos configuran. Pero
una cosa es importante: la política nunca fue decisiva para los
acontecimientos mundiales. Ella solo fue siempre un factor, resultado
del poderío económico. Esta ley fundamental nos obliga a la alteración
de nuestras reglas de juego político, mientras que el bloque del Este se
verá obligado a superar sus puntos de partida económicos. El capital de
mañana será algún día uno, común. Esto lo pronostico con toda
seguridad.»

Así es como en pleno siglo XX continúa la lucha entre la mentalidad judaica


y el pensamiento clásico grecorromano.

3. Los judíos, pueblo deicida por haber dado muerte a Cristo, no son
amigos de los cristianos.

Las relaciones entre los judíos y los cristianos nunca fueron cordiales. Así
consta por parte cristiana en los duros ataques que infinidad de santos
dirigieron hacia el pueblo que había crucificado a Jesucristo. Citemos, entre
otros, a San Hilario de Poitiers, San Gregorio, San Efraín, San Ambrosio, San
Epifanio judío de nacimiento, San Cirilo, San Juan Crisóstomo, San Agustín
y San Agobardo.
La peligrosidad de los judíos ha sido expuesta por lo menos en quince
documentos pontificios, destacando en especial los promulgados por

13
Inocencio IV, Gregorio X, Juan XXII, Julio III, Paulo IV y Pío IV. Sin embargo,
los Papas siempre defendieron a los judíos cuando eran sometidos a injustas
vejaciones o a derramamientos de sangre, tal como lo reconocieron
públicamente los rabinos reunidos en París en 1807. Un buen ejemplo de ello
es el del gran Pontífice Inocencio III, que prohibió, bajo pena de excomunión,
forzar al bautismo a ningún judío o desenterrar sus cadáveres para quitarles
el dinero.
Ojeando la historia de los comienzos del cristianismo vemos que hay una
durísima lucha entre la nueva religión y la mosaica. San Justino, en su famoso
«Diálogo con el judío Trifón», nos dice que los judíos en cuanto podían
quitaban la vida a los cristianos. Tertuliano escribe: «Las Sinagogas de los
judíos son las fuentes de nuestras persecuciones.» San Basilio, refiriéndose
a lo mismo, dice que los judíos ya no luchan contra los paganos, sino que se
han unido a ellos para combatir el cristianismo. De este modo veremos a los
judíos de Esmirna en el año 155 reclamando torturas para San Policarpo, y
después harán lo mismo durante el martirio de San Poncio de Cimiez, de San
Marciano de Cesárea, etc. Es decir, y en resumen: en los principios del
cristianismo la comunidad hebrea atizó el fuego de las persecuciones contra
los seguidores de Cristo, situación que sólo cesó lógicamente cuando el
cristianismo aumentó su fuerza.

Es muy de lamentar, por tanto, pero no es sorprendente que durante la Edad


Media los judíos se encontraran relegados a una calamitosa situación. A ello
contribuyó, además - indica el padre Maticlair -, el «crimen ritual» judío,
consistente en reproducir en el Viernes Santo la pasión de Jesucristo sobre
algún niño cristiano capturado. Prueba irrefutable de este delito del que hay
más de cien casos perfectamente registrados y cuya última versión conocida
tuvo lugar en Damasco en 1840 es el hecho de que la Iglesia, por tal motivo,
ha canonizado a varias de las víctimas, entre las cuales podemos mencionar
a San Dominguito del Val, en España, a San Simón de Trento, en Italia, y a
San Ricardo, de París.
La conveniencia de que los judíos queden claramente identificados es
subrayada también por Santo Tomás de Aquino. Al preguntarle la duquesa
de Brabante si los judíos debían llevar una señal distintiva para diferenciarse
de los cristianos, le responde el Santo:

«Fácil es a esto la respuesta, y ella de acuerdo con lo establecido en el


Concilio General (IV de Letrán), que los judíos de ambos sexos en todo
territorio de cristianos y en todo tiempo deben distinguirse en su vestido
de los otros pueblos. Esto les es mandado a ellos en su ley, a saber, que
en los cuatro ángulos de sus mantos haya orlas por las que se distingan
de los demás.»

14
En la controversia judeocristiana, los elementos cardinales de fricción han
sido dos: el concepto de culpabilidad colectiva y la muerte de Jesucristo.
La culpabilidad colectiva de los pueblos tiene una raigambre en el relato del
Antiguo Testamento, si bien en el Deuteronomio parece marcarse una
responsabilidad individual. ¿Cabe una culpa colectiva de los judíos en la
muerte de Cristo? En la actualidad, semejante tesis goza de poco crédito. Su
aplicación suele traer además con frecuencia odiosas consecuencias. Lo más
notable, no obstante, es que la teoría de la culpa colectiva fue remozada y
puesta en circulación en 1945 para castigar a los vencidos de la segunda
guerra mundial. Un celoso propagador de ella fue Karl Jaspers, al tratar de la
«culpabilidad colectiva» del pueblo alemán.
En septiembre de 1959, el padre Guillet, profesor de la Universidad Teológica
de Fourviére (Lyon), definía en las Conversaciones Internacionales Católicas
de San Sebastián el origen del pecado colectivo del siguiente modo:

«La actitud de éste (el pecador) consiste en desolizarizarse y en declarar


que él no tiene nada que ver con la falta y afirmar que es el resultado de
una especie de fatalidad, ya que «con este pueblo no hay nada que
hacer». En cambio, el justo, que no participa en el pecado y que lucha
con todos sus medios contra la injusticia, acepta sufrir las
consecuencias del pecado colectivo.
... hay pecado colectivo donde la comunidad, aunque no sea con total
unanimidad, asume una actitud pecaminosa.»

Cuando la teoría fue practicada en 1945 sobre las víctimas de la «rendición


incondicional», nadie protestó. Sólo cuando el arma de doble filo se ha vuelto
contra los que la patrocinaban se pide su supresión. Lo más significativo es
que, haciendo caso omiso de la lógica, muchos de los que tratan de exonerar
al pueblo hebreo de un pecado colectivo, procuran no suprimir éste, sino
lanzarlo sobre toda la humanidad. ¿No habrá mayor relación entre un judío
de hoy y uno de los que condenaron a Cristo que la que pueda haber entre
este último y, pongamos por caso, un canadiense?

Para el cristiano es dogma de fe que el Hijo de Dios se hizo hombre para


redimir a los hombres del pecado, pero esa redención hubiera podido hacerla
sin necesidad de ser crucificado por los judíos. Cierto que Cristo sabía lo que
iba a suceder (Mt. 20, 28; Mc. 10, 45, y Lc. 22, 19), pero que ofreciera su vida
por todos los hombres no significa en modo alguno que todos los hombres
tomaran parte físicamente en aquel crimen. Por tanto, si bien es cierto que no
todos los judíos le condenaron, no lo es menos que todos los que le
condenaron eran judíos.
Al matar a Jesucristo, los judíos fueron, por consiguiente, causa primaria y no
un simple efecto de todas las vejaciones que luego sufrirían bajo el

15
cristianismo. No es un argumento muy concluyente observan los antisemitas
recordar que Cristo fue hebreo, pues también lo fueron Caifás, Judas el
traidor, los que apedrearon a San Esteban, los que mataron al Apóstol
Santiago en Jerusalén, etc.
Respecto al proceso contra Jesús, el padre Marcel Mauclair afirma que tanto
los Santos Evangelios como Hechos de los Apóstoles demuestran:

1. Que Cristo acusó a los judíos y no a los romanos ni a la humanidad de


quererle matar.
2. Que fueron los judíos y no los romanos ni la humanidad en general los
que planearon en varias ocasiones el asesinato del Redentor.
3. Que los Apóstoles culparon a los judíos y no a la humanidad ni a los
romanos de la muerte de Nuestro Señor.

El padre Mauclair recoge abundantes citas de la Sagrada Escritura que


corroboran lo anterior. En el propio pueblo natal de Cristo, por ejemplo, los
habitantes trataron de despeñarle desde lo alto de un monte, tal como nos lo
refiere San Lucas (IV, 28 y 29).
En el Evangelio de San Juan (Cap. VIII), al discutir Cristo con unos judíos les
dice: «Yo sé que sois hijos de Abraham; mas me queréis matar porque mi
palabra
No cabe en vosotros.» San Pablo, refiriéndose a los judíos, les dice a los
tesalonicenses en su primera Epístola: «También mataron a Jesucristo y a
los Profetas y nos han perseguido a nosotros y no son del agrado de Dios y
son enemigos de todos los hombres.»
Afirmar - como hacen algunos filosemitas - que fueron los romanos los que
juzgaron a Jesucristo supone un desconocimiento total de cómo se
administraba la justicia en el Imperio Romano. Aun bajo el gobierno de los
procuradores, los romanos respetaron la organización judicial que los judíos
se habían dado a la vuelta del cautiverio de Babilonia, y que estaba inspirada
en la tradición mosaica.

En tiempos de Cristo, el tribunal supremo era el Sanedrín, compuesto por 70


miembros, presididos por el Sumo Sacerdote, y que representaban al clero,
a los magistrados y al pueblo. El Sanedrín podía apresar, azotar con 40
golpes (aunque para evitar sobrepasarse sólo daban 39) y dar sentencia de
muerte. Sólo la ejecución correspondía a los romanos. (En la Edad Media
tampoco la Inquisición solía ejecutar las sentencias, pues esa función
correspondía al brazo secular.) En San Pablo vemos que el pueblo judío tenía
una gran estima por el Sanedrín y no quería saber nada de la justicia romana.
Desde un punto de vista humano, la actitud de los judíos hacia Cristo es
fácilmente comprensible. San Juan (Cap. V, vers. 18), al sanar Cristo a un
paralítico en sábado, nos relata: «Y por esto los judíos tanto más procuraban

16
matarle: porque no solamente quebrantaba el sábado, sino también porque
decía que era Dios su Padre, haciéndose igual a Dios.» Por ello, y en
consecuencia, los judíos dirían después a Pilatos: «Nosotros tenemos una
Ley, y según esta Ley debe morir» (San Juan, 19, 7). La pugna entre los
judíos ortodoxos y los cristianos era, pues, inevitable. Y aunque no se admita,
la culpabilidad colectiva, el hecho de que cuando Pilatos preguntó qué mal
había hecho Cristo, el grupo más representativo afirmase «sea crucificado...
caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos» prueba plenamente
que ellos deseaban que el hecho tuviera consecuencias colectivas.
Recientemente, en 1962, el judío A. Memmi ha escrito en Francia una obra
sumamente interesante: «Retrato de un judío». En ella expone el punto de
vista tradicional de la comunidad hebrea del siguiente modo:
« ¿Se dan cuenta siempre, los cristianos, de lo que el nombre de Jesús,
su Dios, puede significar para un judío?... Para el judío que no ha dejado
de creer y de practicar su propia religión, el cristianismo es la mayor
usurpación teológica y metafísica de su historia; es una blasfemia, un
escándalo espiritual y una subversión.»

La Iglesia católica ha procurado tender últimamente un puente de amistad


hacia el pueblo judío, mediante un texto pacificador, de carácter conciliar, que
pueda abrir una nueva era en las relaciones entre ambas comunidades.
En junio de 1962, los dignatarios judíos Label A. Katz y Nahum Goldmann se
reunieron con el cardenal Bea. En dicha reunión señala la prestigiosa revista
de los jesuitas «Civilitá Cattolica», en su edición del 18 de julio de 1964 Katz,
jefe del B'nai B'rith, entregó al cardenal Bea un largo memorándum destinado
al Concilio. En él se contenían íntegramente las tesis del llamado «decreto
sobre los judíos» que la Secretaría para la unión de los cristianos presentaría
después a la sesión plenaria del Concilio.
El 19 de noviembre de 1963, cuando el proyecto ya iba adquiriendo forma, el
diario «Le Monde» divulgó lo siguiente:

«La organización judía internacional B'nai B'rith ha expresado su deseo


de establecer, relaciones más estrechas con la Iglesia católica. Dicha
orden acaba de someter al Concilio una declaración en la cual se afirma
la responsabilidad de la humanidad entera en la muerte de Jesucristo.
Si esta declaración es aceptada por el Concilio, ha declarado Mr. Label
Katz, presidente del Consejo internacional de la Bnal B'rith, las
comunidades judías estudiarán los medios de cooperar con las
autoridades de la Iglesia.»

Otro defensor de la tesis de que los judíos fueron perseguidos injustamente


por los cristianos durante veinte siglos, y de que sólo estos últimos deben
rectificar su actitud y reparar el mal, es el judío Jules Isaac, promotor de las

17
asociaciones de «Amistad judeocristiana». Monseñor de Provencheres,
obispo de Aix, al inaugurarse en esta ciudad, en enero de 1965, la avenida
Jules Isaac, afirmó que «el origen del esquema (conciliar) se encuentra en
una petición de Jules Isaac al Vaticano, estudiada por más de dos mil
obispos». Al menos, el escritor judío logró ser recibido por el Papa Juan XXIII
en junio de 1960.
Sin embargo, Isaac ha visto con gran perspicacia que el origen religioso del
conflicto secular cristianojudaico está en los cuatro Evangelistas. Esta tesis
la expone a lo largo de las páginas de su «Jesús e Israel» (París, 1959), libro
del que Rabí ha afirmado que «constituye la máquina de combate más
específica contra una enseñanza cristiana particularmente nociva». Resolver
el problema es harto difícil, pues los Evangelios para Isaac, «inicuos»,
«inverosímiles», etc. son para el cristiano Sagrada Escritura.
Isaac, según el cual el antisemitismo más peligroso es el de carácter
teológico, en la página 428 de su libro afirma textualmente lo siguiente:

«El partidismo de los Evangelistas se hace más evidente, más


acentuado con la lamentable ausencia de documentación no cristiana
en la historia de la Pasión... Sin embargo, salta a la vista que los cuatro
tuvieron la misma preocupación: reducir al mínimo las
responsabilidades romanas para agravar tanto más las
responsabilidades judías. Son desiguales, por añadidura, en su
partidismo: a este respecto, Mateo destaca con mucho, no solamente
sobre Marcos y sobre Lucas, sino incluso sobre Juan. El hecho no es
sorprendente. Los enemigos más encarnizados son los de la propia
sangre: y Mateo es judío, sustancialmente judío, el más judío de los
evangelistas... Pero ¿sale bien parada la verdad histórica? Cabe
dudarlo. No tiene nada de sorprendente que, de los tres Sinápticos,
Mateo sea el más parcial, su relato de la Pasión el más tendencioso... »

Los antisemitas según parece desprenderse de algunas de las publicaciones


repartidas a los padres conciliares pensaron en un principio que estos últimos
Iban a hacer más caso a las tesis del trío Isaac Bea Katz que a los mismos
Evangelios. Pero monseñor Carli, obispo de Segni, en su trabajo «La
Questione guidaica davanti al Concilio Vaticano II», expuso las inamovibles
bases teológicas que confirman que la muerte de Cristo fue un deicidio.
La polémica se agrió por la intervención de los musulmanes, que no podían
comprender que los padres conciliares actuaran únicamente por razones
religiosas y no de carácter político. El hecho de que el Secretariado para la
unión de los cristianos no tuviera importantes contactos al menos conocidos
con los grandes rabinos, y sí los mantuviese con organismos políticos como
el B'nai B'rith y el Congreso Mundial Judío les resultaba sumamente
sospechoso. Afirmaban además que los pueblos musulmanes veneran a

18
Jesucristo como a un profeta. Para los judíos, por el contrario, Jesús no es
más que «un artista en parábolas» (Klauzner), o como expone Rabí en un
reciente libro “para nosotros... la conversión al cristianismo es
necesariamente idolatría, porque representa la blasfemia suprema, es decir,
la creencia en la divinidad de un hombre”.

La amorosa disposición de muchos padres conciliares hacia los judíos según


el parecer de los antisemitas, muy superior a la que mostraban hacia otras
religiones que, creen en Cristo, como las protestantes y musulmana parecía
que iba a llevar a la aprobación de la declaración propuesta por el cardenal
Bea. Con arreglo a ella se exoneraba a los judíos del deicidio y se condenaba
el antisemitismo.
Pero el párrafo fundamental del esquema ha quedado aprobado sin duda
alguna tras la intervención del Espíritu Santo del siguiente modo:

«Aun cuando las autoridades judías, con sus partidarios, llevaron a


Cristo a la muerte, lo que aconteció durante su pasión, no puede
imputarse indistintamente a todos los judíos que vivían en aquel tiempo
ni a los judíos de hoy. Si bien es cierto que la Iglesia es el nuevo pueblo
de Dios, los judíos no deben ser, por la misma razón, presentados como
reprobados por Dios, ni como malditos, como si esto se dedujera de la
Sagrada Escritura. Por tanto, todos deben cuidar, en la catequesis y en
la predicación de la palabra de Dios, de no enseñar nada que, no sea
conforme a la verdad del Evangelio y al espíritu de Cristo.
Además, la Iglesia, que reprueba todas las clases de persecuciones
contra cualesquiera de los hombres, teniendo presente el patrimonio
común con los judíos, e impulsada no por razones políticas, sino por la
caridad religiosa del Evangelio, deplora los odios, las persecuciones y
las manifestaciones de antisemitismo, que cualesquiera que sean la
época y sus autores, se han promovido contra los judíos.»

Unas firmes manos, con la debida autoridad, habían suprimido la expresión


«o deicidas» que figuraba tras las palabras «ni como malditos», y el término
«y condena» que al final del mismo párrafo iba a continuación de «deplora».
También es digno de mención que en el esquema aprobado por los padres
conciliares el 20 de noviembre de 1964 se decía: «Que todos procuren, pues,
no enseñar en las catequesis ni en la predicación de la palabra de Dios nada
que pueda hacer nacer en el corazón de los fieles el odio o el desprecio hacia
los judíos.» En la redacción definitiva, las últimas palabras se sustituyen por
«no enseñar nada que no sea conforme a la verdad del Evangelio y al espíritu
de Cristo».

19
Como es de suponer, a los dirigentes del judaísmo político les ha hecho poca
gracia lo sucedido. Oigamos sus quejas a través del editorial publicado en
«La Terre Retrouvée» (15 de octubre de 1965), órgano oficioso del sionismo:

“Después de vivas polémicas, en su última sesión de noviembre de


1964, el Concilio adoptó el esquema sobre «Ia actitud de la Iglesia hacia
las religiones no cristianas», el cual llevaba la explícita mención
«especialmente hacia los judíos».
El texto del esquema resonó en el mundo como un clarinazo. Se decía
en él que el Concilio «deplora y condena el odio y las persecuciones
contra los judíos, perpetrados sea en el pasado, sea en nuestros días».
Se añadía que el pueblo judío «no sea presentado nunca como una raza
réproba o maldita o culpable de deicidio».
Desde entonces ha pasado casi un año, y parece ser que la influencia
de aquellos que, en el seno de la Iglesia, sueñan todavía con un
«glorioso» pasado, y la precisión política de las misiones árabes, han
conseguido dar a aquel primer texto un aspecto caricaturesco.
Véase si no. La mención «especialmente hacia los judíos» ha
desaparecido..., Sí, los judíos y no ya el pueblo judío no son
indistintamente culpables de la crucifixión de Jesús, no se concreta ya
que no sean deicidas. Pero lo más desconcertante es lo siguiente:
según la nueva redacción, la Iglesia no condena ya el odio y las
prosecuciones contra los judíos, se limita a deplorar las persecuciones
y las manifestaciones del antisemitismo.
A menos que ese texto sea rectificado en lo esencial, todos los
esfuerzos del Papa Juan XXIII, de Jules Isaac, del cardenal Bea y de los
cristianos de buena voluntad habrán desembocado en una declaración
platónica, la cual sólo conseguirá volver a abrir la llaga que se había
querido cicatrizar.
Nunca habíamos esperado que la Iglesia fulminara un día con la
excomunión a los asesinos o a sus cómplices, los cuales, cristianos y
en una sociedad cristiana, escarnecieron la doctrina fundamental de la
caridad y de la justicia. Sin embargo, no era descabellado creer que,
habiendo adquirido consciencia, después de dos mil años de enseñanza
del odio y del desprecio, de su verdadera responsabilidad, la Iglesia iba
a condenar sin equívocos aquel crimen contra la civilización humana.
Cuando una autoridad que se llama a sí misma universal y que influye
sobre la existencia de centenares de miles de hombres se limita a
deplorar un crimen, abdica de sus deberes de juez para convertirse en
un simple testigo, por no decir un espectador. Condenar es poner en
acción todos los medios de que se dispone; deplorar es reconocer su
impotencia y dejar que cada cual sea libre de obrar a su antojo.»

20
No lo comentaremos. Simplemente deseamos recordar "que al frente de la
Iglesia católica se encuentra un eminente Pontífice, colaborador íntimo de Pío
XII, y que conoce, por tanto, el verdadero fondo de los acontecimientos que
han sido y son decisivos en la gigantesca lucha subterránea entre las cuatro
o cinco fuerzas importantes que mueven al mundo y a los hombres.

Muchas han sido las acusaciones que los judíos y la extrema izquierda han
lanzado en los últimos años contra la figura de Pío XII. Para comprender la
actitud del Papa Pacelli hemos de verle en primer lugar en su época de
Nuncio, cuando en 1919 vivió en Munich la experiencia de la «república
soviética» local. Al entrar los soldados rojos en la Nunciatura para saquearla,
Pacelli en persona tuvo que hacerles frente. Unos minutos después, el
crucifijo que llevaba sobre el pecho y cuyos restos conserva hoy el cardenal
Spellman saltaba en pedazos al ser golpeado con la culata de la pistola por
el jefe de los asaltantes. Aquellos días, cierto que no debió olvidarlos. Por eso
su deseo fue siempre incluso a pesar del gobierno hitleriano el ver una
Alemania, fuerte como único muro de contención del comunismo en Europa.
Esta es la razón de que hoy se le ataque con saña.
La primera andanada que se ha lanzado contra Pío XII la disparó Rolf
Hochhut con su obra «El Vicario», pieza teatral escasamente probatoria. En
unas declaraciones sobre ella, el padre jesuita Robert Leiber, secretario
particular de Pío XII, ha afirmado:

«La inconditional surrender, la capitulación sin condiciones, que fue


declarada objetivo de guerra en Casablanca en enero de 1943, la
consideró el Papa como una desgracia... De ambos sistemas del
nacionalsocialismo y bolchevismo, lanzando una amplia mirada hacia el
futuro, estimó Pío XII el bolchevismo como el más peligroso. Los
militares, políticos y estadistas de los aliados, que desde junio de 1944
visitaron al Papa en gran número, pueden confirmar esto... En la
segunda guerra mundial, e incluso después, han sido cometidos por
casi todas las partes actos de violencia y crueldades en forma
inimaginable, de modo que el grito de protesta del Papa no hubiese
tenido fin, si no hubiera querido parecer parcial.»

Estas palabras confirman como consta igualmente en los documentos del


Ministerio de Asuntos Exteriores de Von Ribbentrop que a partir de la derrota
de Stalingrado, Pío XII trabajó incansablemente por unir a Alemania y a los
aliados occidentales frente a Rusia, esfuerzos que fracasaron por la actitud
de Roosevelt y Churchill.
Por esta razón, y a pesar de todas las dificultades surgidas entre el III Reich
y la Iglesia, ni un solo obispo católico - ha dicho recientemente Augstein,
director del “Spiegel” – estuvo un solo día en prisión durante el régimen

21
hitleriano. Así lo ha demostrado Gunter Levy con sus investigaciones. Es
más, cuando el padre Franz Reinisch fue detenido por haberse negado a
prestar el juramento de fidelidad al Führer, el capellán católico de la prisión le
negó incluso la Sagrada Comunión.

No ha de extrañar, pues, que el obispo castrense católico Rarkowski, bajo


cuya jurisdicción estaban también los católicos que militaban en las divisiones
de las SS, predicara al ejército en agosto de 1942: «Lo que este tiempo exige
en esfuerzos, sangre y lágrimas, lo que el Führer y jefe supremo os manda y
la Patria
espera de vosotros, soldados: tras todo ello se encuentra Dios con su
voluntad y su mandato.» Un año después de haberse publicado la Encíclica
«Mit brennender
Sorge», una declaración colectiva del Episcopado austríaco en favor del
nacionalsocialismo resultó decisiva para el “Anchluss”. Fue entonces cuando
al llegar Hitler a Viena fue saludado por el cardenal Innitzer brazo en alto y
con un sonoro « iHeil Hitler! », al que el Canciller replicaría con tono amable:
«Cardenal, no es preciso llegar a tanto.»
La campaña iniciada por Hochhut contra Pío XII ha sido proseguida ahora por
el judío Saúl Friedlánder, que durante tres años fue secretario de Nahum
Goldmann, y que es una de las escasas personas que han logrado acceso a
las actas secretas del Ministerio de Asuntos Exteriores del III Reich. La labor
de Friedlánder ha sido la de suministrar base documental a las simples
hipótesis lanzadas por Hochhut.

Esta acción conjunta contra Pío XII ha provocado una fuerte reacción por
parte del actual Pontífice. Frente, a lo que algunos pudieran pensar, parece
que la iglesia está lejos de tener vocación de víctima y de plegarse a las
presiones de fuerzas políticas, por muy poderosas que éstas sean.
Al realizar Pablo VI su viaje a Tierra Santa supo declinar cortésmente el
dudoso honor que se le hacía de encender personalmente la llama del
monumento a los seis millones de judíos muertos en Europa. El hecho no
pasó desapercibido para los enemigos de la Iglesia. La defensa que hizo en
aquellas tierras de Pío XII provocó igualmente un duro ataque de Hochhut
hacia su persona, que fue recogido por, las agencias informativas.
Transcribimos a continuación la noticia, tal como la publicó el 20 de marzo de
1964 el diario «ABC» de Madrid:

“Tel Aviv, 19. El autor de la obra teatral «El Vicario» ha criticado a Pablo
VI por la defensa que hizo durante su peregrinación a Tierra Santa de la
actuación y la figura de Pío XII El escritor judío Rolf Hochhut, atacó al
Papa en el curso de una entrevista difundida por la emisora La Voz de
Israel cuando afirmó que Pablo VI no debía haber asumido la defensa de

22
Pío XII, porque «no puede ser objetivo al enjuiciar la actuación del
fallecido Pontífice», ya que fue su brazo derecho e incluso llegó a
negociar con el secretario de Estado alemán, Weiszacker.- Efe.»

La modificación de dos términos en la declaración final del Concilio sobre las


religiones no cristianas, ya expusimos anteriormente que tampoco ha
agradado a los judíos. Anotemos finalmente que la predicación de Pablo VI,
el 4 de abril del presente año, en una iglesia del barrio romano de Monte
Mario causó «dolorosa extrañeza» entre los judíos, tal como manifestaron en
un telegrama de protesta al cardenal secretario de Estado, Cicognani, el
presidente de la Unión de Comunidades Israelitas de Italia, Sergio Piperno, y
el rabino supremo, Elio Toaff, en nombre del Consejo de Rabinos de Italia.

4. El judaísmo provocó la segunda guerra mundial y mitificó sus


víctimas para construir Israel.

Para conocer el desarrollo de los acontecimientos que llevarían a Europa a la


segunda guerra mundial hemos de prestar una atención previa a los que
determinaron el enfrentamiento entre las comunidades alemana y judía.
La historia milenaria de los hebreos establecidos en suelo alemán se
caracterizó en el transcurrir de los siglos por frecuentes incidentes entre la
mayoría germana y la minoría hebrea. Los primeros edictos de emancipación
de estos últimos son los prusianos del año 1812, y podemos afirmar que
durante el siglo XIX apenas hubo algún otro pueblo que satisficiera en tan alto
grado las reivindicaciones judías.

¿Cómo se desarrolló en los años veinte el antisemitismo que durante largos


lustros había permanecido en estado latente? La causa principal podemos
hallarla en la derrota alemana y en sus posteriores consecuencias.
En el aspecto exterior, el Tratado de Versalles imponía al Reich unas
durísimas sanciones; inesperadas por otra parte, ya que el país entró en el
conflicto de 1914 únicamente para ayudar a Austria-Hungría. Aparte de las
grandes modificaciones territoriales, los 56.000 kilómetros de vías férreas que
levantaron e incautaron los aliados, las pérdidas de las colonias, etc., merece
señalarse que el país quedaba forzado a pagar unas enormes
indemnizaciones hasta el año 1988. Fue precisamente un judío francés, el
ministro de Finanzas, Klotz, el que acuñó la fórmula que caracterizaría la
mentalidad de Versalles: «Le Boche payera tout».
En la política interna, poco después de estallar la conflagración europea, ya
hubo asociaciones hebreas que tomaron un carácter antinacional al fomentar
el derrotismo, destacando entre ellas la «Neues Vaterland», que

23
posteriormente se transformaría en la «Liga alemana de los derechos del
hombre». Ciertamente no representaban a todos los judíos, pero al llegar la
derrota en 1918 el número de éstos que militaban en los movimientos
revolucionarios era altamente significativo.

Las principales figuras de la etapa subversiva que produjo y luego siguió al


fin de las hostilidades eran todas judías. Así tenemos a Karl Liebknecht y
Rosa Luxemburg ambos jefes de la Liga Spartakus, que desencadenó la
revolución en Berlín, el diputado Hugo Haase instigador de la sublevación de
los marinos de Kiel y Kurt Eisner - presidente del gobierno revolucionario de
Baviera que vivió el Nuncio Pacelli -. Fracasaron en su intento de establecer
la república soviética alemana, pero la opinión nacional no olvidó lo sucedido.
Por otro lado, la prensa estaba controlada en gran parte por los judíos Ullstein
a los que en 1952 se les ha devuelto sus imprentas, las mayores de Europa.
Otras grandes editoriales, como Fischer, Springer y Flechtheim, estaban
parcialmente en manos judías. Estos medios informativos se pusieron al
servicio de la política de los vencedores, atacando lo que era más apreciado
y querido por los alemanes. Así es como durante la República de Weimar se
iría abriendo un profundo foso entre un pequeño grupo de influyentes
personalidades y políticos judíos (Wassermann, Rathenau, Oscar
Oppenheimer, Warburg, Preuss, Landsberg, Schiffer, Bernstein, Hirsch,
Rosenfeld, Landauer, etc., y el resto del pueblo alemán sumido en la miseria.
De cada ocho horas de trabajo se calculó que el obrero alemán tenía que
dedicar cinco como pago de indemnizaciones a los vencedores, lo cual no
tardaría en dar origen al nacionalsocialismo.
En plena República de Weimar, en 1925, el comercio y el tráfico de Prusia
estaban en un 58 por 100 en manos judías, en Wurttenberg ascendía a un
64,6 y en Hesse llegaba a un 69 por 100. En la industria las cifras eran
respectivamente del 25,8, 24,6 y 22 por 100. En la agricultura sólo suponían
el 1,7, 1,8 y 4 por 100. De los 11.795 abogados que ejercían en Prusia en
1933, eran judíos 3.350. De las 603 empresas que vendian productos
metalúrgicos, 346 eran judías.

La influencia judía se extendió asimismo a toda la economía alemana a través


de los grandes Bancos y los Consejos de Administración. En 1930, el
banquero hebreo Jakob Goldsmidt acaparaba según el Anuario de directores
y miembros de Consejos de Administración 115 cargos en Consejos de
Administración. Era la principal figura. Tras él iba Louis Hagen, también judío,
con 62 cargos. En un tercer puesto figuraba un no judío, al que seguían otros
cuatro banqueros judíos con un total de 166 cargos en Consejos de
Administración. Entre 1925 y 1929, de los seis miembros del Consejo General
del Reichsbank, cuatro eran judíos o semi-judíos. Esta acumulación de

24
cargos en manos de un reducido grupo de traficantes de valores sería un
eficaz fermento para despertar el antisemitismo de las masas alemanas.
La proliferación de judíos entre los mayores poderes económicos del país y
en los grandes focos revolucionarios cuando los judíos apenas sumaban el
uno por ciento de la población total de Alemania permitiría a Hitler concentrar
dialécticamente el marxismo y el capitalismo en un único enemigo, cuya figura
concreta era el elemento tópico del judío. Por eso, al contar la historia de los
hermanos Moisés e Isidoro, en la etapa de lucha de su partido, solía decir:
«Moisés era banquero, Isidoro era comunista...»

Para el pueblo alemán, con el malestar derivado de la derrota, sumergido en


el paro y en la crisis económica el judío llegó a ser de este modo su enemigo,
el «extranjero». Por otra parte, 108.000 de los judíos que vivían en el Reich
en 1925 tenían efectivamente nacionalidad extranjera.
La aversión de los alemanes hacia los judíos, comunidad que vivía al margen
de los sufrimientos del país aunque vivía de él, fue creciendo de tal modo que
ya en 1925 un profesor judío, Richard Willstätter, decidió abandonar su
cátedra en la Universidad de Munich, a causa de la creciente animosidad de
los estudiantes.
La Iglesia luterana, a través de sus más altos dignatarios, Otto Dibelius y
Wilhem Haefmann entre otros, alzó su voz contra la insolidaria actitud de los
judíos. Otro tanto podemos decir de la católica, en la que el cardenal
Faulhaber en 1933 escribió un interesante libro, hoy difícil de adquirir, titulado
«Judentum, Christentum, Germanentum» (Judaísmo, cristianismo,
germanismo). En una obra de la Görresgesellaschaft publicada en 1926, el
«Staatslexikon», que suponía la opinión oficial de la Iglesia católica por las
personalidades que colaboraron en su redacción (obispo Berning, de
Osnabrück; cardenal arzobispo Schulte, de Colonia; arzobispo Gröber, de
Friburgo; canciller Seipel, de Austria, etc.) se afirma lo siguiente:

«En el antisemitismo se mezcla lo justo con lo falso. Es licito combatir


con los medios jurídicos y morales disponibles, tanto por escrito como
de palabra, la influencia de los judíos en el aspecto económico, su
predominio en la literatura, prensa, radio, etc., en tanto que esto
ocasione daños, así como el hacerles retroceder con todos los medios
morales permitidos.»

La situación del país se agravó en 1932. Gracias al Plan Young, la renta


nacional había descendido en dos años de 70.000 a 46.000 millones de
marcos, mientras que el número de parados había aumentado de tres a seis
millones. El número de empresas que quebraron, suicidios, abortos, etc.,
alcanzó una cifra jamás conocida. Mientras los demás partidos políticos
desaparecían de la escena, la lucha se polarizó entre el nacionalsocialista y

25
el comunista, que en 1932 contaban con 230 y 100 diputados,
respectivamente. De la lucha que se entabló entre ambos, y que no terminaría
hasta que los nazis alcanzaron el poder en la siguiente legislatura, da idea el
siguiente cuadro de bajas sufridas por los nacionalsocialistas":

Hasta 1929, 51 muertos y 1.241 heridos.


En 1930, 17 muertos y 2.506 heridos.
En 1931, 42 muertos y 6.307 heridos.
En 1932, 84 muertos y 9.715 heridos.
Enero de 1933, 6 muertos y 550 heridos.

En cuanto Hitler fue nombrado Canciller, la lucha que había sostenido en el


plano nacional se amplió a escala internacional. De este modo, cuando aún
no había comenzado Hitler su lucha indiscriminada y cruenta contra toda la
comunidad hebrea, la judería mundial estableció en 1933 el boicot contra
Alemania. Estas medidas, decretadas contra una nación cuya economía
estaba terriblemente debilitada sólo sirvieron para enconar los ánimos. El 24
de marzo de 1933, el diario londinense «Daily Express» anunciaba:
«El pueblo judío del mundo entero declara la guerra económica y
financiera a Alemania... La adopción de la cruz gamada como símbolo
de la nueva Alemania ha hecho revivir el viejo símbolo de combate de
Judá»

Poco después, el uno de abril de 1933, el Reich adoptaba las primeras


medidas antisemitas de boicot de las tiendas judías. El 10 de diciembre de
1934, un judío sionista, Wladimir Jabotinsky, escribía en la revista judía
rumana «Natcha Retch» lo siguiente:

«La batalla contra Alemania será entablada por todas las comunidades
judías, por todas las asambleas y congresos judíos, por las uniones
comerciales judías y por cada judío individualmente... La lucha contra
Alemania en todo el mundo, será así estimulada ideológicamente y
fomentada. El peligro para nosotros, judíos, está en toda la población
alemana, en Alemania en conjunto.»

El gobierno hitleriano adoptó hasta septiembre de 1935 diversas medidas


restrictivas, mediante las cuales se prohibía ejercer cargos públicos a los
judíos, se les vedaba el servicio militar, el izar la bandera alemana, etcétera.
Poco después saldrían las leyes de Nuremberg, en las que se les prohibía el
matrimonio con alemanes.
Un incidente que tuvo lugar en la noche del siete de noviembre de 1938, la
muerte del secretario de la Embajada alemana en París, Ernst von Rath, que
fue asesinado por el judío polaco Herschel Grünspan, dio lugar dos fechas

26
después al primer progrom sangriento. En la noche «de los cuchillos largos»
del nueve de noviembre fueron incendiadas 815 tiendas y 191 sinagogas.
Perdieron la vida en estos sucesos 36 judíos, lo cual aceleraría la salida de
los restantes del país.

Una publicación editada en Nueva York por el Instituto de Asuntos Judíos,


con el título de «Diez años de guerra hitleriana contra los judíos», señala que
de los 525.000 hebreos que había en Alemania en 1933, al estallar la
segunda guerra mundial sólo quedaban allí 215.000, pues el resto había
emigrado. De los que quedaron añade la misma publicación perecieron
durante el conflicto por penalidades, campos de concentración, muerte
natural etc., de 170.000 a 190.000. La cifra es muy semejante a la calculada
después de 1945 en la Alemania Federal, que es de unos 173.000 judíos
muertos.
Los mandos políticos de la judería mundial tenían su principal sede en los
Estados Unidos. La figura más relevante que al parecer ha sido también jefe
supremo de la masonería universal era Bernard M. Baruch. Con sus
colaboradores Meyer, Rosenwald, Eisenmann, Loeb, etc., trazó todo el plan
económico de los Estados Unidos durante la guerra de 1914. A él estaban
sometidas más de cuatrocientas ramas industriales. Después le tomó
Roosevelt como «consejero», formándose de este modo una importante
camarilla judía cuyas figuras más conocidas por el público como destaca el
profesor Von Leers en su libro «Kräfte hinter Roosevelt»serían Henry
Morgenthau (secretario del Tesoro), Felix Frankfurter (juez del Tribunal
Supremo), William C. Bullitt (embajador en París), Walter Lippman, Nelson
Rockefeller, James Warburg, etc.

Roosevelt, como afirmaría él mismo públicamente en un discurso, era


igualmente judío, y así consta como descendiente del hebreo holandés Claes
Martenszen van Roosevelt en el árbol genealógico que se conserva en el
Carnegie Institut de Washington. En la masonería tenía además un alto
grado, y era miembro de la Logia Holanda núm. 8, miembro de honor de la
Logia de Arquitectos 519 y grado 32 del rito escocés. Aparte del secretario de
Estado Cordell Hull, casado con la judía Witz, contaba este grupo con el
decidido apoyo en Europa de otros judíos, como fueron Leslie Hore Belisha
secretario de Estado para la guerra en Inglaterra, León Blum en Francia y
Litvinof en Rusia.
Una vez consolidadas sus posiciones, decidieron el aniquilamiento de
Alemania. Este país, que insistía una y otra vez en que los aliados aplicaran
en Danzig, Pomerania, Silesia, Posnania, etc., el principio de la
autodeterminación de los pueblos por el que decían haber combatido en
1914, había conseguido recuperar el Sarre, Memel y los Sudetes. Hitler había
prometido renunciar a la Alsacia y la Lorena y a cualquier modificación en las

27
fronteras occidentales, pero había afirmado igualmente que no renunciaría a
que los alemanes del Este volvieran al Reich. Pedía inicialmente un plebiscito
en Danzig. Si se le negaba, lo tomaría por la fuerza.

Un judío eminente, el profesor H. J. Laski, director de la «Fabian Society»


inglesa, observó cinco años antes de estallar el conflicto de 1939: «Si el
experimento del cual es responsable Roosevelt, fracasara seriamente de
algún modo, el primer resultado sería, por la relación con él de un buen
número de dirigentes judíos americanos, el desencadenamiento en los
EE.UU. de una enemistad, hacia los judíos que alcanzaría mucho más
profundamente que nunca el interior de la civilización anglosajona.»
Oswald Pirow, ex ministro de Defensa de Sudáfrica, en una entrevista
publicada por el «News Chronicle» de Londres el 15 de enero de 1952, puso
de manifiesto que cuando habló en 1938 con el primer ministro británico
Chamberlain, éste le dijo que se encontraba bajo una enorme presión de toda
la judería mundial.
También en 1938, un escritor judío, Pierre Creange, afirmaba en su libro
«Epitres aux Juifs»: «Nuestra lucha contra Alemania se llevará hasta donde
sea posible, Israel ha sido atacado. ¡Defendamos, pues, Israel! Frente a una
Alemania despierta, pongamos también un Israel despierto. Y el mundo nos
defenderá”.
Uno de los textos en los que se refleja más fielmente la presión antialemana
de Roosevelt y la judería, es precisamente el «Diario», de Forrestal. Este
último cuya muerte nunca fue aclarada relata con fecha 27 de diciembre de
1945 una conversación que sostuvo con el padre del futuro presidente de los
Estados Unidos. Se expresa así:

«Hoy he jugado al golf con Joe Kennedy. (Joseph P. Kennedy,


embajador de Roosevelt en la Gran Bretaña en los años inmediatos al
estallido de la guerra.) Yo le pregunté sobre la conversación sostenida
con Roosevelt y Neville Chamberlain en 1938. Me dijo que la posición de
Chamberlain en 1938 era la de que Inglaterra no tenía que luchar y que
no debería arriesgarse a entrar en guerra con Hitler. Opinión de
Kennedy: que Hitler habría combatido a Rusia sin ningún conflicto
ulterior con Inglaterra, si no hubiese sido por la instigación de Bullitt
(William C. Bullitt, después embajador en Francia), sobre Roosevelt en
el verano de 1939 para que hiciese frente a los alemanes en Polonia,
pues ni los franceses ni los ingleses hubieran considerado a Polonia
causa de una guerra si no hubiese sido por la constante presión de
Washington. Bullitt dijo que debía informar a Roosevelt de que los
alemanes no lucharían; Kennedy replicó que ellos lo harían y que
invadirían Europa. Chamberlain declaró que América y el mundo judío
habían forzado a Inglaterra a entrar en la guerra.»

28
Llegamos así al año 1939. Tras la entrevista Beck-Hitler del 8 de enero,
parecía que Polonia estaba dispuesta a negociar sobre el pasillo polaco. Por
otra parte, el 12 de enero, el conde Potocki, embajador polaco en
Washington, escribía estas palabras:

«Para esta Internacional judía, que ante todo tiene presentes los
intereses de su raza, el encumbramiento del presidente de los Estados
Unidos a este puesto ideal de defensor de los derechos humanos fue
una jugada genial... A Roosevelt le han sido puestas en la mano las
bases para reanimar la política exterior de Norteamérica y crear
asimismo por este medio los colosales efectivos militares para la guerra
futura que fomentan los judíos con plena conciencia.»

El 30 de enero, Hitler afirmaba públicamente ante el Reichstag:

«Quiero hoy hacer de nuevo una profecía. En caso de que los


financieros internacionales judíos de dentro y fuera de Europa logren
una vez más enfrentar a los pueblos en una guerra mundial el resultado
será, no la bolchevización de Europa y con ella el triunfo de la judería,
sino el aniquilamiento de la raza judía en Europa.»
El día 18 de febrero, un observador neutral, el rey Alfonso XIII de España,
exponía en Roma al conde Szembek sus ideas sobre el desarrollo de los
acontecimientos. Este último escribía:

«El Rey juzga la situación internacional con pesimismo. Las


Internacionales empujan a la guerra. El judaísmo y la masonería juegan
en estas maquinaciones un gran papel».

El mes de abril, el grupo belicista inglés (Churchill, Duff Cooper, Belisha, Eden
y Vansittard) fue forzando a Chamberlain a que animara a Polonia a no
negociar con Alemania. Un conocido historiador inglés, el general J. P. C.
Fuller, ha escrito recientemente en su libro «Batallas decisivas del mundo
occidental»:

«Que a partir de este momento (abril de 1939) la guerra había sido


decidida también por otros que no eran Hitler, es un hecho claro.
Weigand, el periodista norteamericano en Europa de mayor edad,
cuenta que el 25 de abril de 1939 fue llamado por el embajador
norteamericano en París, Bullitt, el cual le declaró: «La guerra en Europa
es una cuestión decidida... América entrará en la guerra, detrás de
Francia y la Gran Bretaña» Esto será confirmado por los «White House
Papers», de Harry Hopkins, con arreglo a los cuales Winston Churchill

29
hacia el mismo tiempo dijo a Bernard Baruch: «La guerra vendrá muy
pronto. Nosotros entraremos en ella y ellos (los Estados Unidos) lo
harán también. Usted arreglará las cosas al otro lado y yo prestaré
atención aquí.»

El 1 de septiembre los alemanes entraban en Danzig, y dos días después


Inglaterra y Francia declaraban la guerra a Alemania. El 5 de septiembre,
Chaim Weizmann manifestaba por Radio Londres: «Los judíos están por
Inglaterra y lucharán al lado de las democracias.» Con esta declaración de
guerra los judíos se sumaban al conflicto, y 30.000 de ellos afirma Leon Uris
vestirían el uniforme polaco durante la campaña de 1939.

A finales de 1942 el Reich construyó cinco grandes campos de concentración


para judíos. En febrero de 1940 el judío Theodor N. Kaufman ya había editado
en Estados Unidos el libro «Germany Must Perish», en el que explicaba
minuciosamente cómo empleando 20.000 médicos se podría esterilizar en
pocos meses a todos los varones y mujeres de Alemania. En sesenta años
no quedaría un solo alemán en Europa. Las enseñanzas de este «perfecto
manual del genocidio» fueron aplicadas después en Theresienstadt sobre
algunos de los compatriotas de Kaufman.
En el órgano judío de Nueva York «Forwarts», también puede leerse con
fecha de 22 de septiembre de 1943 que «Baruch está convencido de que con
un suficiente número de aviones Alemania y el Japón podrán ser
transformadas en un montón de cenizas». Al final no sólo hubo cenizas
germanas, sino también judías.
En un principio el Reich pensaba en trasladar los judíos a Madagascar. En el
texto; que aún se conserva; se habla de que esa isla podría albergar
finalmente a cuatro millones de hebreos, es decir, a casi todos los que
residían en Europa. El plan fracasó por la negativa francesa. Pero otras
tentativas germanas de solucionar el problema fracasaron precisamente por
el rechazo obstinado de la judería mundial. Veamos las razones.

El judío J. G. Burg, en su excepcional obra «Schuld und Schicksal», cuenta


cómo en 1938 el doctor Hjalmar Schacht sostuvo en Londres una entrevista
con Chaim Weizmann. En ella le presentó una propuesta suya, a la que había
accedido Hitler, para que salieran pacíficamente de Alemania los judíos que
aún quedaban allí, Schacht, que contaba con que su oferta sería recibida con
gran satisfacción, quedó asombradísimo al recibir una rotunda negativa por
parte de Weizmann.
Durante la guerra hubo otras propuestas germanas que tampoco fueron
coronadas por el éxito. La más conocida es la que tuvo por protagonista a
Joel Brand, a quien se le ofrecía concretamente por Eichmann la evacuación

30
de todos los judíos húngaros y que en vez de recibir ayuda fue internado, por
los ingleses en Egipto.
En la primavera de 1944, un notable filósofo judío, Martin Buber, lanzó en
Jerusalén una durísima acción contra los jefes de la judería mundial y del
sionismo, por conocer perfectamente las calamidades de Auschwitz y no decir
una palabra de ello, que hasta hubieran podido evitarlas. Denunciaba cómo
hay elementos en el sionismo que «ven su suerte en la radicalización de la
situación, y que para alcanzar sus fines están dispuestos a sacrificar vidas
humanas.» El filósofo añadía: «Y aquí acontece realmente lo más horrible: la
explotación de nuestra catástrofe. Lo que se determina con esto no es ya la
voluntad de salvación, sino la voluntad de aprovechamiento”.

Una acusación aún más concreta fue lanzada, terminado el conflicto mundial,
por el doctor Kasztner, representante de la judería húngara, que intervino en
1954, en un proceso en Jerusalén. Según él, en 1944 tuvieron lugar en Suiza
conversaciones entre representantes del Gobierno alemán y del «American
Joint Committee», con el propósito de cambiar por divisas a todos los judíos
internados en campos de concentración. Kasztner afirmó que dicho Comité
se había negado a emplear las grandes sumas recibidas de los judíos del
mundo entero para salvar a los recluidos en los campos, y lo que es aún más
grave, que el presidente del A. J.C., Saly Mayer, había intervenido ante las
autoridades suizas para que no abrieran sus fronteras a los judíos fugitivos.
El proceso no pudo terminar, pues como es fácilmente comprensible poco
después Kasztner fue encontrado muerto en la habitación de su hotel.
William S. Schlamn, importante escritor judío, observa en su libro «Wer ist
Jude?» que las calamidades que se abatían sobre los judíos en Auschwitz
eran una gran suerte para los «realpolitiker» sionistas, ya que cuanto peor les
fuera a los judíos europeos tanto más fuertes serían las exigencias sionistas
respecto a Palestina. El historiador judío Bruno Blau abunda en la misma
opinión en su trabajo «Der Staat Israel im Werden» (Frankfurter Hefte, dic.
1951), en el que sostiene:

«El Estado de Israel debe su instauración, por extraño que esto pueda
parecer, a los acontecimientos que tuvieron lugar durante los doce años
del «Reich milenario». Es muy dudoso que las Naciones Unidas
hubieran hecho realidad este Estado judío, ansiado por Theodor Herzl y
sus partidarios, sin aquellos acontecimientos.»

Corroborando todo lo anterior, tenemos las afirmaciones hechas en Montreal,


en 1947, por el presidente del Congreso Mundial Judío, Nahum Goldmann:

«Los judíos podríamos haber obtenido Uganda, Madagascar y otros


lugares para el establecimiento de una patria judía; pero no queríamos

31
absolutamente nada excepto Palestina. No porque el mar Muerto,
evaporado, pueda producir por valor de cinco trillones de dólares en
metales y metaloides; no por el significado bíblico o religioso de
Palestina; no porque el subsuelo de Palestina contenga veinte veces
más petróleo que todas las reservas combinadas de las dos Américas;
sino porque Palestina es el cruce de Europa, Asia y Africa porque
Palestina constituye el verdadero centro, del poder político mundial, el
centro estratégico militar para el control mundial.»

Así resulta más fácil de comprender la leyenda de los seis millones de judíos
gaseados. Por otra parte, minuciosos estudios realizados por varios
historiadores, y en especial por el resistente francés Paul Rassinier en sus
obras «El verdadero proceso Eichmann» y «La mentira de Ulises»,
demuestran que el número de muertos no pudo sobrepasar el millón. La cifra
es elevada, pero en todo caso muy inferior a la de víctimas de la población
civil alemana o polaca.
Podríamos resumir lo sucedido a los judíos en la guerra, en las declaraciones
hechas por el coronel Stepen F. Pinter a la revista norteamericana «Our
Sunday Visitor», de Huntington. Pinter, que a principios de 1946 fue a
Alemania como juez militar, con el rango de coronel, y que en la esfera de
sus funciones fue en Dachau el oficial de mayor categoría, afirma:

«En Dachau no hubo ninguna cámara de gas. Lo que a los visitantes y,


a los curiosos les señalado como «cámara de gas» era una cámara de
incineración. Tampoco hubo cámaras de gas en otros campos de
concentración en Alemania. Se nos dijo que había habido una cámara
de gas en Auschwitz, pero como este lugar se encontraba en la zona de
ocupación rusa no pudimos investigar la cuestión, ya que los rusos no
nos lo permitieron. Se cuenta también siempre el viejo cuento
propagandístico de que «millones de judíos fueron muertos por los
nacionalsocialistas. Según lo que pude descubrir durante seis años de
postguerra en Alemania y Austria, realmente fueron muertos judíos,
pero la cifra de un millón ciertamente que no fue alcanzada.»

5. Los judíos difaman a Alemania, pero viven a expensas de ella.

Poco antes de morir Roosevelt envió a la Alianza Israelita Universal, en 1945,


una expresiva carta en la que subrayaba su gozo por lo Acordado en la.
Conferencia de Yalta, y añadía que de acuerdo con Stalin había decidido
dividir el mundo en dos esferas de influencia. Stalin retendría el Asia
continental y Europa hasta el Elba, mientras que él se quedaba con el resto.

32
Unas semanas después, el plan del judío Morgenthau, firmado por Roosevelt
y Churchill en la Conferencia, de Quebec en 1944, pasaba a su fase de
ejecución. Se trataba de desmembrar Alemania en diversas regiones y de
convertir a éstas en zonas de cultivos agrícolas. Para ello el presidente Harry
Salomón Truman firmó el 14 de mayo de 1945 la disposición JCS/1067/6
dirigida al gobernador militar norteamericano, Lucius D. Clay. Mientras tanto,
el actual general judío Haim Leskow, con los voluntarios de la Brigada judía
de Palestina, unidad del ejército británico estacionada en Alemania, formaba
unas unidades de ejecución. Estas escuadras se dedicaron durante seis
meses largos a visitar los domicilios alemanas por las noches y eliminar a
todas las personas que les desagradaban.

El Plan Morgenthau se llevó inicialmente a efecto en casi su totalidad en lo


referente a las fronteras alemanas. La desindustrialización del país también
fue promovida minuciosamente, de tal modo que las patentes y marcas que
se llevaron sólo los norteamericanos eran superiores a las sumas que
después recibirían los alemanes federales a través del Plan Marshall. En
octubre de 1941 el general Clay anunció que aún quedaban por desmantelar
en las tres zonas occidentales cerca de 900 fábricas. Sólo la creciente
amenaza soviética obligó a los aliados del Oeste a rectificar su actitud.

La creación de la República Federal sirvió para establecer un precedente


único en la Historia. Por vez primera, un Estado vencido en una guerra
pagaba indemnizaciones a otro que durante el conflicto aún no existía.
Cuando el Bundestag creó en 1953 la Ley de Indemnizaciones, los técnicos
del Parlamento calcularon que éstas alcanzarían unos 7.000 millones de
marcos (105.000 millones de pesetas). En años posteriores la cifra se elevó
a los 15.000 millones. En 1958, el ministro federal de Finanzas, Fritz Schäffer,
anunció que ascenderían a los 28.000 millones, y muchos no le creyeron. El
19 de julio de 1963, Schäffer, en una entrevista publicada por el semanario
«Deutsche National. Zeitung», declaró:

«Han pasado dieciocho años desde el final de la segunda guerra


mundial y tras este lapso de tiempo considero como un auténtico
contrasentido nuevas indemnizaciones. Pues, ¿qué debemos
indemnizar ahora? El tiempo ya ha hecho que con nuestra ayuda se
levanten de nuevo las existencias.»

En noviembre de 1963, el nuevo ministro de Finanzas, Dahlgrün, dijo ante el


Bundestag que las indemnizaciones ya pasaban de los 40.000 millones de
marcos. Un año después, al anunciarse que Alemania iba a dar punto final a
tales reparaciones, Nahum Goldmann, presidente del Congreso Mundial
Judío, se presentó en Bonn en el mes de diciembre.

33
Poco después de su llegada convocó una conferencia de Prensa y dio unos
«consejos» a la República Federal para que no se viera en dificultades con la
«opinión pública mundial». Uno de esos consejos fue el de que la Alemania
Federal ayudara a los judíos de los países orientales emigrados a Israel a
partir de 1953. Hasta la fecha sólo recibían indemnizaciones los que las
habían solicitado antes de 1953, por eso Goldmann pedía para los nuevos
180.000 judíos el modesto óbolo de mil millones de marcos (15.000 millones
de pesetas). De lo contrario afirmóse borraría por completo la «buena
impresión» que habían causado entre los judíos las anteriores donaciones.
El Gobierno alemán concedió dicha cantidad y una propina, todo por un total
de 1.200 millones de marcos.
En marzo de 1965, Nahum Goldmann pidió al ministro de Finanzas, Dahlgrün,
otra indemnización suplementaria por 4.500 millones de marcos. Por último,
el 26 de mayo aprobó el Bundestag la cláusula final de la Ley de
Indemnizaciones. Dahlgrün aprovechó la ocasión para dejar bien claro que
hasta ese momento la Alemania Federal había abonado 28.000 millones de
marcos, y que aún le quedaban por entregar otros 17.000 millones. Es decir,
que Alemania está pagando 45.000 millones de marcos (675.000 millones de
pesetas) a cuenta principalmente de la leyenda de los seis millones de
muertos.

Lo más curioso es que en los medios sionistas se habla de que la URSS


posiblemente dejará salir de su territorio a tres millones de judíos muchos de
los cuales, según la propaganda, fueron transformados por los nazis en
pastillas de jabón, con lo cual las indemnizaciones seguirían aumentando «ad
infinitum».
La mayor parte de estas inmensas sumas la reciben los judíos a través de
dos canales. Uno es el acuerdo concertado entre la República Federal e Israel
en 1952, y el otro es el estipulado por Bonn y la «Conference on Jewish
Material Claims against Germany». Teniendo en cuenta que en 1939 la
judería de toda Europa apenas llegaba a los seis millones de seres, es
indudable que si ciertamente hubieran sido exterminados hoy se habría
ahorrado sus pagos la Alemania Federal.
Aunque pudiera admitirse la reparación individual de los judíos perjudicados,
resulta mucho más dudosa la de Israel. Por eso Austria se ha negado a dar
un solo céntimo, ya que, como indicó su ministerio de Finanzas, para
indemnizar a Israel «faltan las bases jurídicas, ya que este Estado no existía
aún durante el dominio del nacionalsocialismo, por lo cual tampoco pudo ser
perjudicado en el territorio de la República de Austria». Por otra parte, de los
dos millones de judíos israelíes más de la mitad no tuvieron nada que ver con
Alemania, ya que proceden del Norte de Africa y de Asia.

34
Sabido es que Israel fue creado en 1948 mediante un acto de violencia, y el
millón de árabes expulsados no recibieron un solo céntimo por ello. Raro es
el día en que no habla la Prensa de las maravillas del «vergel israelí», que
antes sólo era un erial habitado por árabes piojosos. Unicamente se silencia
que los capitales invertidos proceden de los Estados Unidos y de Alemania.
Si han podido crear o reformar 30 ciudades y 450 colonias aldeanas se debe,
por tanto, a los 7.000 millones de dólares recibidos del extranjero. Cincuenta
buques mercantes, por un total de 450.000 toneladas, y entre ellos esa
maravilla que es el «Theodor Herzl», han sido dados gratuitamente a Israel
por los alemanes. Otro tanto ha sucedido con los equipos para 500 empresas
industriales.
Como a pesar de todos los israelís viven por encima de sus posibilidades y
su balanza comercial arroja un déficit anual de 23.000 millones de pesetas,
Nahum Goldman confesó en 1964 (diario «Le Mondé» del 40 de febrero) que
«es principalmente gracias a las divisas alemanas cómo Jerusalén ha podido
eliminar los déficits crónicos en su balanza de pagos». Sólo olvidó decir que,
los israelíes mantienen un ejército de 250.000 hombres frente a los 240.000
de todos los países árabes.

Así es como se ha renovado aquella simbiosis observada por Pío Baroja entre
el mono germánico y la pulga judía. Y de ella se han derivado infinidad de
casos lamentables.
En la Ley de Indemnizaciones de 1956 se especificaban los requisitos
necesarios para solicitar una pensión como «víctima» de los nazis. Pero
varias disposiciones posteriores fueron reduciendo las pruebas
correspondientes, bastando a menudo con una simple declaración jurada.
Estas facilidades excitaron de tal modo la codicia de algunos de los hijos de
Israel, que muchos de ellos enviaron peticiones a nombre de difuntos para
vivir de éstos. El Gobierno alemán apenas prestó atención al principio. Pero
si el apetito es desmesurado, 675.000 millones de pesetas tampoco dan
mucho de sí. Por eso, en los últimos tiempos, las autoridades federales
examinaron más detenidamente las solicitudes. Se descubrieron numerosos
casos de estafa y como recogió en marzo de 1965 el semanario «Deutsche
National Zeitung»unas 20.000 peticiones de indemnización de ciudadanos
israelíes quedaron bloqueadas.
Hoy resultaría imposible averiguar las cantidades que se han sacado
fraudulentamente al contribuyente alemán. Pero en 1964 la Policía descubrió
un caso sumamente curioso. Hace unos diez años regresó a Viena de la que
había emigrado en 1938 el judío Hans Deutsch. Su maleta, como abogado
especialista en indemnizaciones, estaba llena de formularios de este tipo. A
sus clientes, por la tramitación de las instancias, les solía cobrar unos
honorarios que a veces llegaban al 50 por 100. Sólo de los Rotschild recibió
cerca de un millón de francos suizos, y en total de unos 40 casos obtuvo los

35
cien millones de marcos. El antiguo abogado de Tel Aviv se hizo de este modo
multimillonario.

Deutsch planeó su mejor jugada. Entró en contacto con los herederos del
barón húngaro Ferenc Hatvany, más concretamente con la viuda y la hija. De
común acuerdo y comprando dos falsos testigos reclamaron al Gobierno
alemán 400 millones de marcos en compensación por la colección de cuadros
del barón que habían incautado las S.S. en Budapest en 1944. En ella
figuraban 255 cuadros de Manet, el Greco, Renoir, etc., y 625. dibujos.
Después de arduas negociaciones, Bonn accedió a abonar por dichos
cuadros desaparecidos 35 millones de marcos. Deutsch, tras muchas
lamentaciones, aceptó la oferta. Así recibió 17 millones y medio de marcos,
es decir, 262 millones de pesetas. No pasó nada. Creó la «Fundación
Europea», con sede en Berna, y el gran filántropo estableció una serie de
premios para personas amantes de la paz y del progreso. El primero, dotado
con 50.000 francos suizos, le correspondió al español Salvador de
Madariaga.

Cuando a finales del pasado año Deutsch apareció por el ministerio alemán
de Finanzas para cobrar los 17 millones restantes, la Policía federal le recluyó
entre rejas. ¿Qué había sucedido? Sonja, la hija del difunto barón, había
recurrido a las autoridades alemanas para que no dieran un pfennig más a
Deutsch. Habían surgido disputas entre ella y el astuto hebreo al repartirse el
botín.
De este modo intervino la Policía y descubrió que la colección de cuadros del
barón había sido incautada por los rusos en 1945. Las unidades de la S.S.
mencionadas por Deutsch tampoco estuvieron en Budapest en julio de 1944.
Los falsos testigos confesaron. Como es de suponer, ni un solo diputado se
ha atrevido a mover el caso en el Bundestag. Incluso cuando la Prensa se ha
referido a él, le ha nombrado como «abogado suizo» o «austríaco». Austria
ha anulado en los últimos días su pasaporte, al comprobar que desde hace
muchos años ya posee otro israelí.
Un judío sincero, Hedzi Zoltan, cuenta en el capítulo 14 de su libro «Izrael,
Azigeretek Földje» (Israel, país de las promesas) lo sucedido a otro hebreo
húngaro con las autoridades judías. Al presentarle éstas un formulario de
indemnizaciones, el húngaro puso de relieve que él nunca había estado en
ningún campo de concentración. Ellos le replicaron que firmase, pues ya se
arreglaría lo de los testigos y todo lo demás. Para tranquilizarle le aseguraron
que gran parte de los documentos de los campos de concentración habían
sido destruidos, y que «de ello viven muchos de nuestros hermanos».
Otros casos recientes han sido dados a conocer en las últimas semanas por
el diario «Jedieth Chadashoth», de Tel Aviv. He aquí dos de las noticias al
respecto:

36
«El abogado israelí Jakow Gregore, que vive actualmente en Brasil, y
sus cómplices, el trabajador de la construcción Abraham Goldberg y el
comerciante Arnold Sukar, han sido acusados ante el Tribunal de
Distrito de Tel Aviv de intentar obtener de las autoridades alemanas,
mediante la presentación de hechos falsos, 250 millones de marcos
(3.750 millones de pesetas) ... »
«La policía israelí ha iniciado una investigación contra diez abogados,
sospechosos de la falsificación de documentos y la emisión de falsas
certificaciones para las autoridades alemanas de indemnización... »

Otro caso digno de comentarse es el del reciente crédito especial de 40


millones de marcos otorgado por Bonn para los italianos «perseguidos por el
nacionalsocialismo». A comienzos de 1965 el presidente de la Comisión
especial de víctimas de los nazis, Felici, declaró en Roma que él había
calculado que habría unos 20.000 peticionarios para gozar de esos 40
millones; sin embargo, las solicitudes recibidas superaban las 320.000.

Uno de los pocos diputados del Bundestag que han lanzado una leve protesta
por lo que sucede con las indemnizaciones es el socialista Martin Hirsch. En
una entrevista concedida al periódico «Frankenpost», el 11 de marzo de 1965
afirmó:

«El consulado general alemán en Nueva York da mensualmente unos


200.000 dólares para gastos de dictámenes médicos. Esta es una
cantidad absurda. Hoy, veinte años después del final del dominio nazi,
aún tienen que aclarar los médicos si un enfermó también lo hubiera
estado si no hubiera sido perseguido, o si está enfermo porque fue
perseguido.»

No puede afirmarse en modo alguno que las indemnizaciones hayan


originado una corriente de simpatía, o al menos de neutralidad, entre los
judíos con respecto a Alemania. Si el Gobierno de Bonn ha tratado de
comprar amistades con sólidos marcos, sus esfuerzos han sido inútiles.
Cuando Israel precisaba armamentos, supo organizar el proceso Eichmann
para presionar sobre Bonn. Sabido es que desde muchos años antes todos
los Gobiernos interesados conocían el paradero de Eichmann. Sólo fue
secuestrado en 1960 con un propósito meramente político. Unos meses antes
habían surgido también casualmente en varios puntos del globo una serie de
cruces gamadas, tras las cuales apareció en Bonn el director político del
Congreso Mundial Judío, Easterman, para hacer entrega al Gobierno de un
memorándum con diez peticiones.

37
Inmediatamente después de ser raptado Eichmann en la Argentina, Adenauer
se entrevistó secretamente con Ben Gurión, el 14 de marzo de 1960, en el
hotel Astoria, de Nueva York. Todo cuanto ha salido a la luz en 1965 confirma
que la reunión fue un perfecto chantaje diplomático. A cambio de no
transformar el proceso que iba a tener lugar en Jerusalén en una acusación
contra todo el pueblo alemán, el Gobierno federal se comprometía a
suministrar armas - sobra decir que nadie las abonaría - por un valor de 320
millones de marcos.
Hasta finales de 1964 fueron desembarcados en el puerto de Haifa armas y
equipos de la Bundeswehr por unos 200 millones de marcos. Dicho material
estaba integrado por piezas antitanques, proyectiles dirigidos tipo «Mace»,
equipos de transmisiones, 200 baterías antiaéreas, 15 cañones, 15
helicópteros «Sikorsky CH 34», 50 aviones de caza «Fiat G91», cinco lanchas
rápidas y 200 carros de combate. De estos últimos, 150 eran
norteamericanos, del tipo M48. No menos significativo es que el Almirantazgo
inglés entregó a Israel dos submarinos «a cuenta alemana». Es decir, los
israelíes recibieron de los ingleses sus sumergibles «Turpin» y «Totem», los
rebautizaron y finalmente Alemania pagó a los ingleses el importe de ambos
submarinos.

El 12 de enero de 1965, el periódico «Ha' Aretz», de Tel Aviv anunció que la


comisión militar israelí, que se encontraba en Münster estaba muy interesada
por el «Leopardo», nuevo tanque alemán de 40 toneladas. El 21 de enero, el
«New York Times» dio a conocer la ayuda militar. Los árabes se indignaron
y Nasser invitó a Ulbricht a visitar la RAU.
Dejando al margen lo relativo a la violación por Adenauer de los artículos 26
y 59 de la Constitución alemana, se ha visto que la Alemania Federal ha
quedado también en una posición airada al reconocer a Israel y romper sus
relaciones diplomáticas con numerosos países árabes. Los únicos que han
hecho un excelente negocio han sido los israelíes. Por un lado, han sembrado
la discordia entre Alemania y los pueblos árabes. Por otro, resulta que Erhard,
al decidir no enviarles la última remesa de armas, les ha ofrecido una doble
compensación: una fuerte suma de dinero, con la cual adquirirán en otros
lugares mucho más armamento del previsto, y una generosa ayuda financiera
para el desarrollo, al parecer en créditos a largo plazo, por 3.000 millones de
marcos.
Aun con estas cuantiosas ayudas, en los debates que se celebraron en el
Parlamento israelí en 1965 a propósito de las entregas de armas y del
establecimiento de relaciones diplomáticas germanoisraelíes, se oyó de todo
menos palabras favorables a los alemanes. Algunos políticos aludieron a los
técnicos germanos que trabajaban en la industria de la RAU, olvidando que
con dinero alemán se ha construido el reactor atómico israelí del Negev, y
que dos importantes sabios atómicos alemanes, Hans Jensen y Wolfgang

38
Gentner, catedráticos de Heidelberg, trabajan en el Instituto Weizmann de
Israel.

El fiscal general judío, Gedeón Hausner, en un durísimo ataque al pueblo


alemán y a la Iglesia católica, decía en junio de 1964 en Jerusalén: «Quien
afirma que hoy existe otra Alemania, se engaña o engaña, a los demás.»
Poco después, el presidente Eshkol afirmaba en unas declaraciones que
Israel reconoce la línea Oder-Neisse, como definitiva.
Una prueba elocuente de la intervención judía en los asuntos internos de la
política alemana se ha dado en 1965 con motivo de la prolongación de la
persecución de los «criminales de guerra».

El 5 de noviembre de 1964, el Gobierno alemán decidió, por una gran


mayoría, el conceder, con arreglo a la ley, la prescripción de los llamados
«crímenes de guerra» para el 8 de mayo de 1965. El día 11 de noviembre,
Erhard pidió a todos los países que enviaran el material que tuvieran con el
fin de iniciar los últimos procesos. Unos sondeos en la opinión pública
alemana demostraron asimismo que más del 70 por 100 de la población
deseaba que esos procesos terminaran de una vez para siempre.
Como es sabido, los Estados de derecho suelen aplicar la prescripción de los
delitos no para una satisfacción del delincuente, sino sencillamente porque
transcurrido un gran lapso de tiempo, veinte años o más, resulta sumamente
difícil enjuiciar o comprobar los hechos.
Pues bien, apenas se anunciaron estas medidas, comenzó una gran
campaña de la judería mundial para anularlas. Hasta principios de diciembre,
el ministro de Asuntos Exteriores, Schoeder, recibió 18 protestas formales de
otras tantas organizaciones judías de los Estados Unidos.

El 8 de enero de 1965, el Gobierno norteamericano informó al de Bonn de


que muchos ciudadanos de los Estados Unidos estaban «intranquilos»
porque pudiera aplicarse la prescripción. Al mismo tiempo, los veteranos
judíos de la guerra amenazaron con que si sucedía esto ellos movilizarían
toda su influencia para que Alemania no se reunifique nunca. El periódico
«The Jewish Veteran» recordó «el eficaz boicot contra las mercancías
alemanas» en 1933, y anunció que podrían repetirse análogas medidas.
Mientras tanto, 60 profesores de la Universidad hebrea de Jerusalén enviaron
a Bonn sus airadas protestas. Otro tanto hicieron los judíos de Inglaterra y
Bélgica. El director del Centro de Documentación de Israel, Toviah
Friedmann, se trasladó a Bonn para entrevistarse con el ministro de Justicia.
Ante el Consejo de Europa, el observador israelí, Zadok, dijo que la
perspectiva de que los «criminales de guerra» pudieran cometer más
crímenes en el futuro resultaba alarmante. No dijo, como es natural, que la
mayoría de ellos pasan hoy de los sesenta años. Por 68 votos contra 15, el

39
Consejo decidió recomendar a sus 17 Gobiernos que tomasen las medidas
necesarias para impedir la prescripción de los «delitos» alemanes.
Dentro de Alemania, cuatro judíos con altos cargos hicieron eco a la campaña
exterior. Se trataba de Ludwig Rosemberg, presidente de los Sindicatos
(DGB), al que Hitler permitió abandonar el país en 1933; Fritz Bauer, fiscal
general de Hesse y organizador del proceso Auschwitz; el diputado socialista
Arndt, que movió la campaña en el Bundestag, y Max Robert M. Kempner,
hoy abogado en Francfort y en 1946 acusador norteamericano en
Nuremberg.
Toda la agitación promovida parecía responder a las palabras pronunciadas
en Nueva York, en 1950, por el juez judío Meier Steinbrink, en una sesión del
B'nai B´rith:

«Con arreglo a la ley americana, un crimen se ha expiado cuando el


culpable ha recibido su castigo. Pero nosotros pensamos de otro modo.
Quien haya causado daños a la judería, nunca deberá encontrar perdón.
Nosotros haremos todo para imposibilitar la vida al enemigo, de los
judíos, en tanto, que le quitaremos su puesto y le "haremos imposible
la vida socialmente.»

El mismo espíritu debió animar al individuo que en mayo de 1960 pedía por
las calles de Tel Aviv en una pancarta: «Os pedimos que reservéis una
muerte lenta para Eichmann. Torturadle ... » O más recientemente a la
organización terrorista «Los que nunca olvidan», que dio muerte en el
Uruguay al refugiado lituano Herbert Gukurs.
Esta presión extranjera dio origen en el Bundestag a unos animados debates.
Su vicepresidente, Thomas Dehler, manifestó claramente que si la
prescripción era anulada se atentaría contra la Constitución y contra las
normas usuales en un Estado de derecho. En efecto, hay normas
constitucionales, y entre ellas se encontraba la prohibición de establecer
medidas penales con efectos retroactivos, que ni siquiera pueden ser
modificadas por una mayoría parlamentaria.

Los liberales afirmaron igualmente que se debía terminar con la doble moral
de vencedores y vencidos. Es absurdo que un Estado se pretenda de derecho
cuando renuncia a perseguir todos los delitos. Sabido es que en la República
Federal nadie puede ser llevado ante, los tribunales por haber cometido
acciones criminales que hubieran podido servir de ayuda a los aliados.
En marzo, el ministro de Justicia, Bucher, decidido partidario de terminar con
las persecuciones de los nazis, afirmó ante la televisión que hasta ese
momento habían sido condenados en el país por «crímenes de guerra»
80.000 alemanes, y que entre ellos e incluso entre los ahorcados hubo una
gran cantidad de inocentes.

40
El Bundestag, por puro oportunismo, decidió dar preferencia a las presiones
del exterior y en el mismo mes de marzo se prolongaron los plazos de
prescripción que expiraban el 8 de mayo. Asimismo, el Gobierno modificó por
completo su postura del mes de noviembre, si bien el ministro de Justicia
dimitió en señal de protesta.
Así es cómo en el año 2000 aún podrá haber nazis encarcelados. Y hasta
1970 los tribunales estarán tratando asuntos que se remontan de veinticinco
a treinta y siete años atrás. Actualmente se instruyen sumarios para cerca de
800 procesos contra otras 14.000 personas.

Este precedente político, único en el mundo, ha originado vergonzosos


desafueros, cuya recopilación daría por fruto numerosos volúmenes. Sólo
indicaremos que, por lo general, los tribunales carecen de datos sobre hechos
ocurridos hace veinticinco años. Por tanto, se limitan a oír a testigos, gran
parte de los cuales han podido ser desenmascarados como falsos por, los
abogados defensores. Numerosos inocentes que no pueden demostrar la
verdad, han preferido quitarse la vida a ser víctimas de una venganza bíblica.
Recordemos, además, que todos los acusados ya fueron juzgados por los
aliados al acabar la guerra y salieron absueltos o purgaron las
correspondientes penas.

Un caso típico de persecución política es el del general Simon. Estuvo en las


prisiones aliadas de 1945 a 1954. Al ser liberado, los tribunales federales
abrieron un proceso contra él en 1955. Cuando fue absuelto, iniciaron otro en
1958. Volvió a salir absuelto y le instruyeron uno más. De él quedó libre y le
abrieron un cuarto proceso para 1961. Tuvo la suerte de fallecer en febrero
de aquel mismo año.
Cuando al aplicarse esta «justicia política» no se puede condenar por nada
concreto también suelen sentenciar los tribunales «por complicidad», tal
como le ha sucedido al general Wolff, condenado en 1964 a quince años de
presidio.

Podríamos citar infinidad de casos de testigos falsos. Durante el proceso


Auschwitz, el periodista ruso Lebedjev empezó contando cómo había visto
matar a niños «partiéndolos contra las rodillas». Acorralado por el abogado
defensor terminó confesando que no había visto nada, sino que lo había leído.
En el proceso Treblinka, celebrado también este año en Düsseldorf, el
ingeniero Georg Samuel Rajgrodzki, de Kaiserslautern, hizo una descripción
muy detallada de diez de los vigilantes del campo y les acusó de numerosas
crueldades que él había presenciado. En el treinta y siete día de sesión, el
juez, ante el asombro general, dio lectura a una carta que la esposa del
testigo había enviado al tribunal y en la que declaraba que su marido jamás
estuvo en Treblinka y todo lo había inventado.

41
Otro caso notable es el del ayudante de las S.S., Otto Hope, condenado en
1950 a perpetuidad por «crímenes de guerra». Un falso testigo le había
acusado del asesinato de Heinrich Seiler en un campo de concentración. Este
último, que vive en Giessen, sólo se ha enterado de lo sucedido quince años
después. El falso testigo, que vive de presentar denuncias de este tipo en los
procesos políticos, conocía perfectamente que Seiler estaba vivo.
Si todo cuanto hemos señalado tuviera la debida publicidad, posiblemente se
reduciría la influencia de Tel Aviv en la política alemana. Por eso, y siguiendo
las teorías de Paulov, las organizaciones políticas judías reavivan
gradualmente un doble reflejo condicionado: el de la «barbarie nazi» para los
alemanes y el de la «barbarie alemana» para el resto de los países. Su
principal preocupación es impedir que los alemanes de hoy lleguen a
olvidarse de ese complejo, por eso ha dicho Nahum Goldmann: «El pueblo
alemán no debiera olvidar con demasiada rapidez. Ciertos grupos lo hacen
muy fácilmente.»

Para evitar esta eventualidad, cuentan con los medios informativos y en


especial con el cine. No en vano, y sólo en Hollywood les pertenecen las
Compañías productoras Loews Inc, Paramount Pictures, Inc, Warner
Brothers Pictures Inc, Universal Pictures Inc y la Columbia Pictures Inc.
También son judíos numerosos directores y artistas. Ellos se encargan de
mostrar hoy al mundo, en perenne actualidad, la bota nazi que les dio en sus
partes posteriores hasta hace veinte años.

FIN DEL ANTISEMITISMO

Una publicación suiza señalaba hace algunos meses que «contra el


antisemitismo, el viejo Dios de Israel, con su Biblia, sus usureros y sus
banqueros, su magia y sus sortilegios, combate en vano desde hace más de
dos milenios». Otro tanto podríamos decir a la inversa, pues los hebreos, con
su innato instinto racial, se han ido superponiendo a los restantes pueblos
históricos. Algunos antropólogos han lamentado que haya sido precisamente
este pueblo el que ha hecho uso de la clave racial, y no, por ejemplo, el griego,
que por la misma vía hubiera podido legarnos aquella estirpe nunca superada
que modeló el siglo de Pericles.

La realidad es que en el mundo hay actualmente trece millones de judíos con


una personalidad extraordinariamente acusada. ¿Es posible que esta
comunidad pueda vivir en concordia con las demás? Cierto que en otras
épocas no se logró, incluso entre sociedades de gran tolerancia como fueron
las paganas. Pero hoy los judíos ortodoxos van perdiendo su predominio,

42
aunque el Estado de Israel - al que muchos de ellos no reconocen porque no
ha ido acompañado por la llegada del Mesías - trate de conservarlo.
Si los rabinos, por otro lado, desearan sinceramente una reconciliación, no
les resultaría difícil en una época en la que las religiones tratan de aunar sus
esfuerzos frente a la marea ascendente del ateísmo. Pero pretender que las
concesiones las hagan sólo los demás, constituye una quimera. ¿De qué
sirve que otras religiones supriman términos ofensivos hacia los judíos, si los
rabinos no expurgan en un gesto similar de buena voluntad sus propios
textos?
En los dos Talmuds, suma de la tradición oral hebrea, y cuyo volumen es
veinte veces el de la Biblia, se contienen bastantes pasajes ofensivos contra
los cristianos y otros pueblos. En «Eben Haezar», por ejemplo, se dice:
«¿Qué es una prostituta? Todas las hijas no judías, o la hija de un judío que
ha tenido ayuntamiento con alguien con el que no se puede casar.»
En el aspecto humano, la tendencia judía al retraimiento ha estado
íntimamente asociada con la tendencia a la oposición. Esto se percibe incluso
en la formación espontánea de «ghettos» judíos en los Estados Unidos. Ese
retraimiento produce angustia en los individuos, y ésta se transforma en
agresión. De todo ello se derivó la tendencia del judío a culpar al mundo
exterior en vez de culparse á sí mismo. Veía a los demás como diferentes a
él, pero como semejantes entre sí.
Nietzsche advirtió agudamente las peculiaridades anímicas de los hebreos,
al definirlas del siguiente modo:

«Desde el punto de vista psicológico, el pueblo judío es un pueblo que


manifiesta una fuerza vital tenacisima, y que, colocado en una situación
imposible toma, voluntariamente, por la más profunda habilidad del
instinto de conservación, el partido de todos los instintos de la
decadencia, no ya dejándose dominar por ellos, sino habiendo
adivinado en ellos un poder con el cual se puede «desarrollar» contra el
mundo. Los hebreos son lo contrario de todos los decadentes ... »

Para evitar esa predisposición, que tantos rencores ha suscitado en la


Historia, podrían fomentarse los contactos entre judíos y gentiles. Sin
embargo, no debemos imaginar que la solución sería completa, pues como
subrayan los judíos Nathan Ackerman y Marie Jahoda en «Psicoanálisis del
antisemitismo», hay muchos antisemitas que tienen grandes amigos judíos,
y otras personas que se hacen antisemitas precisamente al tratar con judíos.
Nadie puede negar que a lo largo de los siglos se han hecho esfuerzos bien
intencionados para resolver el problema, aunque apenas se lograra nada.
Cuando Napoleón propuso al Sanedrín que en el futuro al menos un tercio de
los judíos concertaran matrimonios mixtos con franceses para fomentar una
asimilación, los rabinos pusieron el grito en el cielo. El Emperador, que hasta

43
entonces había sido benevolente, dictó el «Decreto imperial relativo a los
judíos» de 1808. Muchos años después, en 1958, el Congreso Mundial de
Estudiantes Judíos proclamaba que un estudiante es primero judío y sólo
después francés.
Que la actitud señalada subsiste hoy en núcleos influyentes, nos lo confirma
la siguiente noticia facilitada por la agencia Efe, el 30 de diciembre de 1964:

«El presidente del movimiento sionista mundial, Dr. Nahum Goldmann,


en la sesión inaugural del XXVI Congreso Sionista encareció a los
congresistas que luchen contra la tendencia a la asimilación de los
judíos, que calificó como la mayor amenaza presentada para la
supervivencia de los judíos como pueblo.»
Otro aspecto que debemos destacar es la pugna existente en la actualidad
entre los sionistas y los hebraístas. Israel sostiene que todo judío debe
trasladarse allí, o al menos enviara sus hijos, pero muchos se niegan.
Señalan, con razón, los israelitas que si en el futuro surgieran olas de
antisemitismo sólo allí gozarían de plenos derechos. La creación de Israel
podría suponer el fin del antisemitismo si los judíos, al contar con un territorio
como cualquier otro país, se esforzaran por vivir en armonía con los demás.
Ciertamente que habrían de solucionar, en primer término el problema de la
convivencia con los árabes y la situación del millón de éstos que fueron
expulsados de Palestina. No hay que olvidar tampoco que para ello todos los
judíos del mundo deberían adquirir la nacionalidad israelí, pues hoy sólo
Nueva York cuenta con tantos como el propio Estado de Israel.

La inserción de los judíos en Israel tendría que llevar, de un modo u otro, a la


desaparición de sus influyentes internacionales. Son éstas aparte de otras no
exclusivamente judías, como la masonería, las siguientes: la orden de B'nai
B´ rith, con sus 400.000 miembros repartidos en 426 logias; el Congreso
Mundial Judío, con secciones en todo el mundo, incluido el comunista.
Israel debe ser un excelente catalizador para el alma judía. Así parecen
confirmarlo unas declaraciones de Ben Gurión a la revista israelita «L'Arche»,
de París, que las publicó en su número de agosto-septiembre de 1963. Su
franqueza, que no pareció existir hace treinta años, provocó bastante revuelo
en los medios judíos de la capital francesa. Entre otras cosas, afirmó:

«Recuerdo un artículo de Werner Sombart en los años veinte. Sombart


no era antisemita. Decía, sin embargo: ¿Por qué los mayores diarios de
Alemania deben estar controlados por los judíos? Era un hecho.
Después llegó Hitler... Todos los «goim (despectivamente “no judío. N.
del e.» que se inquietan de ver tomar demasiada influencia a los judíos
en su país no son forzosamente antisemitas. Yo trato de ponerme en su
lugar. Como jefe de este pequeño país, pensad que yo pudiera aceptar

44
que el pueblo de Israel acepte que una minoría, digamos del 5 o del 10
por 100 de la población, rechace ciertas tareas o ciertas servidumbres
del Estado, que estas gentes no sean de los que plantan árboles,
construyen carreteras, etc ... »

Existen entre los judíos numerosas personas que pueden competir en


honradez con los miembros de cualquier otra comunidad. Pero hay, además,
algunas que han demostrado una honestidad y una valentía excepcional al
oponerse a la corriente de influencia de sus organizaciones políticas de
carácter internacional. Miles de hebreos ya han expresado públicamente que
se niegan a que estas últimas hablen en nombre de ellos.
Entre estas personas dignas, cuya conducta puede servir de base a cualquier
reconciliación posible, podemos citar las siguientes: el escritor Victor Gollanz;
el filósofo Martin Buber; J. G. Burg; los rabinos norteamericanos Víctor
Reichert y Cronbach; el gran rabino de Copenhague Marcus Melchior y el
gran rabino rumano Goldstein. Cuando durante la campaña de cruces
gamadas de 1960 este último afirmó que los nazis no tenían nada que ver
con ellas y que éstas habían sido pintadas para difamar al pueblo alemán,
recibió miles de cartas de agradecimiento, que confirmaron una vez más que
la sinceridad y la nobleza por parte de los judíos es el mejor camino a seguir.
Cierto que ello le costó después un atentado, pero podemos afirmar
finalmente que unos millares de judíos como él bastarían para poner un punto
final al espectro del antisemitismo.

45

Das könnte Ihnen auch gefallen