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Considerada una persona con coraje y determinación, Ignacio tuvo una vida llena

de experiencias que enriquecieron su ser a través del conocimiento adquirido con


ellas. Pasar la mayoría de sus días viajando por Europa, estar cerca de la muerte y
sobreponerse a las dificultades, aumentaron su deseo por conocer a Jesús. Lo veía
como un personaje importante que movió masas y recorrió Galilea haciendo una
importante labor como la de anunciar el mensaje de Dios. Gracias a todo esto
Ignacio estableció su plan de vida: ser indiferente a todo lo que pueda interferir en
su deseo de servir a Dios y dedicarse a esto. Luego al participar en una amistad
con dos compañeros del colegio Montaigu y unirse a otras 7 compañeros, volvieron
realidad el sueño de ser una hermandad con la misión de servir, predicar el
evangelio y ayudar a los demás espiritual y materialmente. Lo interesante de todo
esto es que Ignacio era una persona que transmitía confianza, poseía gran energía,
tenía motivaciones y capacidad para movilizar a las personas; cualidades que le
pertenecen a lo que definimos líder. A pesar de que cada participante en la
hermandad –próxima compañía de Jesús- tuviera el mismo deseo de predicar y de
amar a Dios, no fue suficiente para completar la lista de cualidades que debe tener
una persona con intenciones de guiar y liderar un grupo. Sin embargo, en los grupos
siempre existe alguien que se destaca y posee las habilidades para encabezar el
proyecto, como es el caso de nuestro protagonista.
Por su puesto, cada líder tiene su método para alcanzar su objetivo aprovechando
al máximo los recursos que posee y a su equipo o grupo. El caso de Ignacio no es
distinto ya que participaba en un liderazgo de perfiles propios. Se basaba en la
alabanza y la confianza, la luz que ilumina la vida, en descubrir y colaborar en manos
del amor. Es aquí cuando nos percatamos de la importancia de: el conocimiento
personal (las fortalezas y debilidades), el desarrollo de la inteligencia emocional, el
saber que el deseo de poder y de dejar huella debe ser controlado. De esta manera
la persona aprende sobre sí mismo, pule sus virtudes y trabaja en sus debilidades,
desarrollando un modelo de liderazgo correcto y sobretodo propio.
Además de trabajar en sí mismo, el líder ignaciano debe trabajar en su equipo ya
que no es un modelo de liderazgo unipersonal. Este se encarga de escoger un grupo
con variedad de potencial, de tomar en cuenta su visión de la lucha y la opinión de
cada uno. Esto es esencial para cualquier proyecto donde se deba trabajar en grupo
ya que cada individuo que lo conforma puede y debe aportar a través de sus virtudes
y así lograr el equilibrio.
Por ultimo no perder el norte, el liderazgo ignaciano habla de misión y pasión. Cada
decisión a tomar debe estar orientado a la meta principal, a la prioridad fijada
previamente. Sin olvidar promover la perseverancia, ser estratégico a la hora de
planificar y ser creativo a la hora de actuar.

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