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La Matriz Cósmica

Prólogo
El presente escrito es un texto corto muy ilustrativo
acerca del culto a la Madre Divina, sus repercursiones
en la historia y sus prácticas tanto religiosas como
espirituales. Entendiendo religioso a lo ritualistico y a
lo espiritual a lo íntimamente ligado con la práctica de
meditación que conduce a la iniciación interna, a los
rituales del espíritu.

Pero no es por ello que este escrito amerite un prólogo


de parte de nosotros. Es porque el lector encontrará en
las siguientes páginas escritos de los cuales no somos
sus autores. Nuestro trabajo fue unir los distintos
textos en uno solo, puede que el lector ni siquiera lo
note, pero el lector erudito es posible que sospeche.
Entonces es a ese lector quien va dirigido este prólogo:
a ese lector le decimos sí, lo aquí escrito ya lo leyó en
otro lado. Tal vez en un texto de Campbell, o de
Sivananda, o de Jorge Adoum, no lo sabemos con
exactitud, y no es nuestro propósito quererlo saber.

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Esperamos que este prólogo nos salvaguarde y
podamos evitarnos todo rigor en las referencias.
No encontrará el lector en este libro fragmentos
desligados uno de otro, encontrará un solo escrito,
como si hubiese sido una sola mano la que hubiese
hecho. Ese fue nuestro trabajo, pero no para hacer
nuestras estas verdades, si no para hacerlas simples de
leer, al de corazón abierto.
Lo aquí compilado tan particularmente tiene como
ejercicio fundamental difundir de manera abierta y
sencilla lo que es difícil de encontrar, de asimilar y de
entender debido a las formas religiosas e instrucciones
espirituales en que se ha intentado persuadir al mundo
del ideal supremo.
La enseñanza espiritual no está hecha para persuadir a
nadie a recorrer la senda, de eso se encarga el hastío
por la propia locura y por la propia mentira. La
enseñanza espiritual está hecha para orientarnos a
quienes ya practicamos con corazón, cuerpo y mente la
ciencia espiritual, y para que nuestra esperanza se
convierta en una fantasía menos ante la realización de
un trabajo ya hecho.

Introducción
Cuando los humanos dejaron de adorar a la Diosa,
también se perdió la relación con la tierra, se dejó de
respetar el ciclo de las estaciones y de la vida en
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general. Esta pérdida de contacto con el Grial o Matriz
Cósmica causó la depresión y la sensación de carencia
de sentido.
Para que la Tierra baldía y la tierra baldía personal de
cada individuo, que es la mente, recuperen su vitalidad,
debe restablecerse una relación vital con la madre
divina.
“Tal vez debería confiarse a las mujeres la
responsabilidad del mundo, porque ellas están guiadas
por la emoción y no por el intelecto”. ¿De quién son
estas palabras? ¿De algún iniciado nostálgico de la
sociedad matriarcal de la civilización del Indo, antes de
que los arios europeos, bárbaros e incultos, se
arrojaran sobre su territorio, arrasando el país a sangre
y fuego y reduciendo a los supervivientes a la
esclavitud? Pues bien, no. Son de un «ario»,
representante de un régimen patriarcal y totalitario
dedicado al culto de esos dioses de la guerra que exigen
la Danza de la Muerte.
Entonces, ¿cómo evitar la caída total y la
autodestrucción tanto de la civilización como de la
humanidad?
Aunque el culto de la mujer, o mejor dicho de la
feminidad, sea una de las bases de la naturaleza, sería
estúpido querer destituir a todos los jefes de Estado y
a sus ministros y reemplazarlos por mujeres. Nadie lo
piensa, por lo demás; en realidad, se trata más bien de
valores que de personas, y nuestra civilización no se
salvará sino otorgando un lugar eminente a los valores
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de lo femenino.
En el albor de los tiempos, la madre divina reinaba
entre todas las tribus con la ayuda de la magia de la
naturaleza, imponiendo paz a los guerreros,
bendiciendo los frutos de la tierra y propiciando la unión
con el fuego, el agua y el aire, comunión de donde sus
hijos extraían su saber.
Entonces la vida se escribía en femenino. La virgen, la
madre, la amante, la esposa, la mujer en todas sus
facetas, y con toda su espléndida hermosura regía el
mundo. Pero toda Ella ha sido olvidada y sojuzgada, se
han pervertido sus símbolos (el falo y útero en primera
instancia), y se le ha robado el poder mágico.
La espiritualidad femenina reconoce y celebra los
derechos y la dignidad del poder sagrado del sexo, de
las mujeres y de los hombres a través de las tradiciones
sagradas ancestrales y aborígenes de la Diosa, sus
mitos, sus ritos, sus visiones y su sabiduría.
El culto a lo femenino, eje central de este libro, no trata
de convencer de la necesidad de un matriarcado; trata,
en cambio, de regresar al culto de la armonía y la
belleza, al amor, a la naturaleza, al abrazo, al canto y
a la poesía. De esta manera, busca devolverles a las
mujeres y a los hombres el derecho a la libertad
espiritual sin una autoridad religiosa masculina o gurú

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iluminado que defina en qué se debe creer y cómo
hacerlo.
El culto a lo femenino
La Madre crea el universo, es el cuerpo mismo de este
universo. La Madre es el soporte de los tres mundos,
es la esencia de nuestro cuerpo. No existe otra felicidad
que la que procura la Madre. No existe otra vía que la
que la Madre puede abrirnos.
Jamás ha habido ni habrá jamás, ni ayer, ni ahora, ni
mañana, otra fortuna que La Madre. No existe otro
reino, ni peregrinación, ni yoga, ni oración, ni fórmula
mágica, ni ascesis, ni religión, ni otra plenitud mayor
que la mujer.
Toda mujer es la madre divina, Diosa-madre,
iniciadora, origen de toda vida, fuente de gozo, vía
hacia la trascendencia: La Madre y su misterio están en
el corazón de la espiritualidad, son la esencia de su
mensaje milenario. Pero ¿dónde se oculta en la mujer
este misterio?
Todo el culto a lo femenino consiste de hecho en
acceder a los aspectos profundos de la Madre ocultos
en la mujer del común. Para empezar, hay que
prosternarse ante toda mujer, sea joven o vieja, sea
hermosa o fea, buena o mala. Jamás hay que abusar
de ella, ni hacerle daño. Tales actos hacen imposible
toda realización espiritual.
Para el culto a lo femenino, es esencial ante todo que
la madre divina emerja de la mujer, y así, comprenda
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lo que ella es verdaderamente, lo transmita en su visión
de sí misma y del mundo, y lo integre en su vida.
De parte del hombre, el sentir de que toda mujer
encarna a la madre divina le hará tener hacia ella una
actitud muy diferente a la del varón común.

Ahora, la mujer iniciada trata de convertirse en una


verdadera mujer atreviéndose a explorar las
profundidades de su ser para descubrir allí su
fundamento último, su realidad profunda, que Ella es la
diosa, es decir, la encarnación de una energía cósmica
última, viviente y presente, aunque no lo sepa.
«Yo no soy ni misteriosa, ni divina», piensa la mujer
mientras el misterio de la fuerza creadora reside en
ella. El sabio (sea hombre o mujer) percibe que, en el
vientre de la mujer, lo que produce el óvulo es el poder
creador último; capta lo que actúa verdaderamente en
el útero, comprende que, en alguna parte, en ella,
duerme oculta la experiencia adquirida por todas las
generaciones pasadas, a través de la evolución de la
humanidad entera, e incluso de la vida prehumana. Así,
el sabio entiende que bajo la forma de un poder
genésico, la mujer lleva la especie, la naturaleza
creadora. Pero ¿acaso el varón no aporta también la
mitad del capital genético? Sí, pero el plano de base de
toda especie, incluida la humana, es, biológicamente
hablando, femenino.
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La Madre ha sido la primera religión y la primera
divinidad del hombre y lo sigue siendo aún en el
hombre que recién nace. La Diosa-madre también
encarna el principio del amor que es la primera
divinidad y la primera religión.
Ninguna relación humana es más cercana que la de
madre e hijo, que es la que mejor refleja nuestra
relación con Dios. En el mundo moderno, donde hemos
reconocido la igualdad de sexos, no podemos rechazar
por más tiempo el aspecto femenino de la Divinidad. El
rechazo de este aspecto femenino de Dios, el cual
incluye amabilidad, amor y tolerancia, nos ha llevado a
demasiada animosidad religiosa y guerras santas, las
cuales han devastado a la humanidad durante los
últimos dos mil años. ¿Qué religión ha promovido
agresivamente una creencia en la madre divina? ¿Qué
forma de fundamentalismo religioso o exclusivismo ha
sido hecho jamás en nombre de la Diosa? ¿Quién podría
jamás matar a alguien en nombre de un Dios llamado
Madre? ¿Qué Madre podría condenar a sus propios hijos
como pecadores, por mucho que ellos hayan podido
caer? ¿Quién podría decir: cree en la Madre Divina o
irás al infierno?
Las entrañas de la tierra están llenas de bosques
hundidos, de restos de especies de animales
desaparecidas, de cenizas de razas humanas. Nuestra
verdadera hembra también está mezclada en el humus
de los abismos subterráneos. ¿Por qué? Es ella la que
ha pagado los gastos de la inmensa e implacable lucha
contra las religiones primitivas de Occidente.
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Esa lucha es toda la historia del mundo llamado
civilizado. En mil lugares de Europa, subsistía la religión
indígena proveniente de la noche de las edades, la
verdadera religión del hombre occidental.
En Europa vivió durante milenios un elevado
pensamiento místico, consagrado al Dios Pan y a la
exaltación del principio femenino. Esa espiritualidad
original fue barrida con violencia, a sangre y fuego. Los
ídolos inmemorables fueron derribados y con ellos hubo
que destruir también su sostén: la verdadera mujer
iluminada.
Pero veamos ese crimen. Exterminación física en las
hogueras: centenares de miles de verdaderas mujeres,
llamadas hechiceras y quemadas como tales, y los
millones de otras mujeres vencidas y cambiadas por el
temor haciendo que, poco a poco, un ser diferente haya
sustituido al ser femenino auténtico.
La verdadera mujer sabia, la que nos viene del fondo
de los tiempos, la mujer que nos fue dada, pertenece
totalmente a un universo extraño al del hombre. Si ella
se entrega a él, es en un movimiento de pánico
sagrado, abriéndole, en la cálida oscuridad de su
vientre, la puerta de otro mundo. Lo restituye a su
trabajo de hombre, que es subir lo más alto posible en
sí mismo. A ella le basta existir para ser con plenitud.
El hombre debe pasar por ella para pasar al ser interior.
Toda mujer, es la verdadera iniciadora y maestra del
hombre, su vía espiritual hacia el Ser. El sistema
patriarcal ha privado al hombre de las verdaderas
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mujeres, peligrosas para su supremacía. En respuesta
a eso, la mujer debe hacerse consciente de la Mujer, d
de la verdadera mujer que duerme en ella: ¡ya es hora
de que Ella salga del capullo!
El culto femenino puede realizar esta tarea esencial,
que la mayoría de los adeptos de la Madre en Occidente
sean verdaderos aspirantes a la liberación espiritual
demuestra su intuición. Ellos y ellas saben que esta vía
de evolución es fecunda y conduce al Verdadero Ser
que se oculta en cada quien.
En cuanto al hombre, si quiere merecer a la verdadera
Mujer, debe, en primer lugar, aceptar la idea, y luego
reestructurar su vida en torno a los valores de la
feminidad. Nuestra civilización patriarcal ha creado una
civilización tecnocrática, sin alma, sin ideal, sin amor
verdadero. Basada en falsos valores, lleva al cataclismo
y a la guerra. Por lo demás, está en plena crisis en
todos los planos, incluso el social y el económico.
Para poder reestructurar la vida y la sociedad en torno
a valores femeninos, el hombre, el macho, deberá
descubrir o redescubrir las dimensiones femeninas
ocultas de su ser. Ésta es una tarea difícil en nuestra
sociedad, en la que la educación cultiva
sistemáticamente los valores masculinos, no sólo en el
hombre, sino también en la mujer.
Estos valores femeninos son: el amor, el afecto, las
relaciones humanas verdaderas, el contacto con la
naturaleza y la vida, la generatividad y la regeneración.

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Son femeninas la música, la danza, la poesía, la
literatura, el culto fálico, el erotismo. Femenina es
también la dulzura del hogar, embellecido por el arte,
vitalizado por las flores, los animales y los niños.
Sin embargo, los valores femeninos más verdaderos,
los más profundos, son aquellos que trascienden lo
racional y se hunden en lo irracional, palabra que
asusta al cerebral, al científico y al sistema de
religiones patriarcales en general.
Lo irracional son las capas profundas del psiquismo, las
que se denominan habitualmente «inconsciente», el
mundo de los instintos y las pulsiones. Es desde aquí
que se toma la sabiduría que supera el saber
intelectual, es desde aquí que nace la espiritualidad y
todo lo que le está asociado. La experiencia
verdaderamente espiritual le parece muy extraña al
varón y a la hembra comunes, pero forma parte de su
universo más íntimo, y espera ser realizada por ellos.
Esos valores femeninos también existen en el hombre,
pero, como la educación patriarcal y sus religiones los
han reprimido, redescubrirlos es una dura tarea. El
camino inicial comienza por comprender que no hay
que comprender nada; hay que percibirlo, hay que
sentirlo todo.
Por su parte, el sabio, ya inspirado, accede a este
universo femenino penetrando en el mundo secreto de
la mujer concreta, viviente, su compañera en la vida,
siempre que sea capaz de abrirse a ella. La mujer, por
su parte, debe percibir sus propios aspectos femeninos
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profundos y reconectarse; el culto a la Madre es el
camino para ello.

La Diosa-Madre, la Gran Antepasada, fue la primera


religión del hombre y objeto de un culto generalizado.
Dan testimonio de ello las innumerables imágenes de
la mujer paleolítica y neolítica descubiertas por todas
partes. Y es lógico, pues cuando el hombre se pregunta
de dónde viene, la respuesta evidente es «del vientre
de su madre».
Remontando la cadena ininterrumpida de las madres,
se llega a la primera, a la Antepasada común, madre
de todos los humanos. Es normal, entonces, convertirla
en una diosa, pero ¿por qué el escultor prehistórico le
dio un aspecto caricaturesco, casi repugnante?
Una extraña fascinación emana de esas matronas cuya
obesidad raya en lo grotesco. Evidentemente, fue más
el simbolismo que la estética o el realismo lo que guio
la mano curtida del artista anónimo. En efecto, ¿cómo
simbolizar la inagotable fecundidad de la Diosa-Madre,
madre de los hombres, de los animales y de las plantas,
sino con un vientre enorme, capaz de acoger a todos
sus hijos?

Igualmente, ¿cómo expresar que ella alimenta, en


todas partes y siempre, a su innumerable progenie,
sino con senos tan desproporcionados como su vientre?

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La gracia totalmente femenina del resto del cuerpo, que
contrasta con la casi monstruosidad del vientre y de los
senos, es igualmente deliberada: esculpir una simple
obesa no hubiera simbolizado a la Madre Cósmica. Por
el contrario, cuando el artista de la prehistoria ha
querido esculpir a la mujer en cuanto tal, lo ha hecho
con una sorprendente habilidad.

Durante toda la prehistoria, la civilización matrística


reinó en toda la cuenca mediterránea y en la India
dravídica, donde todavía subsiste en algunas regiones,
como Kerala.
El culto femenino luego cobra auge en un medio donde
la religión dominante era la de los brahmanes, los yogis
y los vedas, cuya teología giraba en torno al concepto
del Padre, y por debajo de numerosas divinidades todas
masculinas.
La religión patriarcal reinante, sin embargo, no impidió
que un pequeño grupo, en vez de poner todo el acento
en lo masculino, lo hubiese puesto en la madre divina,
como el aspecto dinámico de lo Divino.

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No es sorprendente que el hinduismo, el yoga y el
brahmanismo hayan promovido la hostilidad religiosa,
detestando a las mujeres. Lo femenino es una forma de
la Divinidad; las mujeres representan la Divinidad
encarnada, son iniciadoras y maestras del amor.
En el principio, dicen las iniciadas, era el útero, el huevo
cósmico de donde surge toda la vida. De las aguas
primordiales emergió la Diosa Origen y parió el cielo y
la tierra, la pareja sagrada, los hermanos gemelos,
hombre y mujer, que también son amantes, consortes,
creadores, como su Madre, de todo lo que cambia y lo
que permanece.
Los antiguos la vieron como pájaro o como serpiente,
con la vulva expuesta y abierta como una puerta al
útero sagrado de donde todo sale, a donde todo vuelve
y en donde todo se regenera. Así la concibieron en
distintos rincones del mundo, fue el centro espiritual y
cultural de los antepasados humanos durante el
Paleolítico Superior y en las culturas agrícolas del
Neolítico, del 20000 al 3000 antes de la era cristiana.
Las cavernas decoradas revelan su existencia en el
paleolítico. Las religiones del mar Egeo, Creta, el oeste
de Asia y el Cercano Oriente y América tuvieron esta
adoración como una característica fundamental.

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Estas comunidades que adoraban a la Diosa
(prehelénicas, precélticas, prehindúes,
mesoamericanas, etc.) no eran matriarcales ni
patriarcales, eran matricias, en donde todos asumían
su origen en una madre, pero ninguno estaba sobre el
otro, no había más fuertes y más débiles porque las
debilidades de uno eran las fortalezas de otros, y
viceversa.
Todo eso fue arrasado, oscurecido, violado como los
hombres violan a las mujeres, como Zeus fuerza a
Hera, la diosa del cielo, y a Europa, Asteria, Leda,
Némesis y a otras mujeres, diosas y ninfas que habitan
el Olimpo bajo las reglas del todopoderoso dios del
Trueno.
El culto a la Diosa no era ni es una religión, porque
religión remite a estructuras verticales y dogmáticas.
La religión judeocristiana y el hinduismo con su yoga
tal como la conocemos, son sólo una manifestación más
del patriarcado, una manifestación poderosísima del
modo en que se ha impregnado en el imaginario
colectivo que la mujer y lo femenino es debilidad.
El mundo se representa como un círculo; el ciclo de la
agricultura es circular, igual que el ciclo de la Luna y el
ciclo menstrual. Los que adoraban a la Diosa también
integraban un círculo. Hay momentos de luz y de
oscuridad, pero no como luz buena y oscuridad mala.
Lo oscuro se integra dentro como la vida y la muerte,
es como la naturaleza; existen el otoño, el invierno, la
primavera y el verano. No hay dicotomía porque están
todos los momentos y las figuras integradas. De este
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modo, existe una composición cíclica como ley que
aplica tanto al hombre como a la mujer, donde ninguno
puede estar sin el otro, donde uno se complementa con
el otro. Ésta es la serpiente que se muerde la cola, que
huye y se persigue formando una sola fuerza de vida,
como la representación del tiempo en un reloj.
En círculo se hablaba cuando se reunían los sabios o
sabias a adorar a la Diosa, en círculo se hacían los
rituales, circulares eran los templos. El círculo borra las
jerarquías y exige lugar para el consenso y para el
disenso; los maestros no son superiores a los
discípulos, son sus hermanos mayores, ninguno es jefe,
ninguno no sabe. Lo que hay y lo que falta es parte del
círculo; se puede aprender tanto de la abundancia
como de la restricción. La única regla que se obedecía
en los círculos de la Diosa era: «haz lo que quieras,
pero no perjudiques a nadie porque la vida es un
círculo, todo lo que una provoca o da, vuelve».
En círculo ancianas, madres y doncellas desde antaño
se reunían para compartir sus vidas, sus aprendizajes,
sus penas y alegrías, formando una contenedora Matriz
de Amor, hermandad, intuición y sanación. Las viejas
compartían su sabiduría y sus secretos; las madres, su
potencial creativo, y las jóvenes, su vitalidad e
inocencia. Así, todas estaban impregnadas de la
misteriosa experiencia de ser mujer, compartiendo sus
riquezas con todas las generaciones.
Las maestras originales de lo que hoy llamamos
alquimia sexual eran mujeres. Ellas eran mujeres
sabias y se les llamaba iniciadas, o «las que sostienen
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el Poder». Estas mujeres pasaban su conocimiento de
una generación a otra, de aprendices e hijas, porque
con las mujeres sabias no había jerarquías, ellas eran
seres pacíficos de la Tierra que poseían el
conocimiento, y no hay que olvidar que el
conocimiento, cuando se lo ejerce, es poder.
Ellas conocían la psique humana, sabían cómo
modificarla, sabían trabajar con la mente, conocían
plantas de poder, estaban unidas a la naturaleza y
conocían sus secretos, sabían escuchar sus corazones
y usar el sexo.
También ejercían de comadronas y se dice que
conocían el secreto de los partos, sabían palpar y
determinar la posición del feto, pero, sobre todo,
conocían la psicología de la mujer, sabían por qué de
repente las contracciones se paraban, por qué un feto
quedaba atascado, cuándo una mujer se bloqueaba y
por qué.

Ellas ayudaban a conseguir el equilibrio mental,


permanecían a su lado acompañando, acariciando,
susurrando canciones al oído, meciendo, mimando;
todo eso lo hacían gracias a su conocimiento de la
psicología. No hablamos aquí de fenómenos naturales,
sino de algo más profundo y misterioso.
Esta misma esencia es la que deben reivindicar las
mujeres actuales: recuperar la sabiduría ancestral
vinculada con la Matriz Cósmica y con la capacidad de
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observar, de percibir; ver la realidad en lugar de mirar;
saber leer los signos que la naturaleza brinda y
comprender lo que nuestro instinto nos está ofreciendo.
En definitiva, es el retorno de la mujer salvaje, de la
mujer iniciada. En todas las civilizaciones hay un
espacio reservado, oculto, que sólo la mujer llega a
desarrollar con facilidad y es la parte espiritual
relacionada con el entorno familiar: rituales de
protección para que no entrase la enfermedad, para
que no fuesen atacados sus hijos por animales salvajes.
Eran las encargadas de las ofrendas, de los escudos de
protección. En realidad, las antiguas sacerdotisas
fueron mujeres de carne y hueso, a quienes se les
atribuyeron poderes sobrenaturales.
Hay muchas mujeres hoy a quienes no les gusta la idea
de que una mujer tenga poderes tan extraordinarios.
Muchas mujeres incluso desean ignorar sus poderes
especiales, o energía, y muchas permiten que su
energía sea reorientada por los sistemas masculinos
que las rodean. Si la mujer no es libre para ser
realmente una mujer, el hombre nunca será libre para
ser realmente un hombre. El hombre necesita la
liberación tanto como la mujer, ambos necesitan
liberarse y deberían cooperar mutuamente y ayudar a
que el otro se libere.
Dentro de toda mujer, incluso la más reprimida, alienta
una vida secreta, una fuerza poderosa llena de buenos
instintos, creatividad, fuerza sexual y sabiduría eterna.
Una mujer que toma conciencia de su ciclo y de las
energías inherentes a éste también aprende a percibir
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un nivel de vida que va más allá de lo visible; mantiene
un vínculo intuitivo con las energías de la vida, con el
nacimiento y la muerte, y siente la divinidad dentro de
la tierra y dentro de sí misma.
A partir de este reconocimiento la mujer se relaciona
no sólo con lo visible y terrenal, sino también con los
aspectos invisibles y espirituales de su existencia.
Hoy ser espiritual significa ser rebelde, pero no como
las mujeres que se opusieron al sistema desde distintos
lugares y por eso fueron desterradas y asesinadas, no
como un desobediente que se precipita al caos porque
el orden le oprime. Hoy ser espiritual exige ser rebelde
en la medida en que el aspirante se hace cargo de su
propio poder para derrotar la prisión de su propia
ignorancia.
Trabajar con los arquetipos de las Diosas ayuda;
conociendo los mitos sagrados femeninos nos podemos
reconocer y llenarnos de poder. Reconocer significa
descubrir lo sagrado en el propio ser, redescubrir
capacidades innatas y realizarlas para siempre. Esto
contrario a lo que proponen las religiones tradicionales,
que exigen dejar de ser y anhelar o idolatrar otro,
abandonándose y desconociéndose. Encontrarse con la
Diosa es como volver a casa.

Retomemos: la mujer sabia, de grandes pechos y


vientre robusto (señal de continuos embarazos) pasó a

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ser Sacerdotisa y copia de la Gran Madre Tierra, gorda
y suculenta que da alimento sin fin.
Las comunidades primitivas en gran parte del mundo
no tenían líderes, grupos de élite, ni propiedad
privada, sino un tótem, heredado por filiación
matriarcal, que reunía a varios clanes. En ellos todo
se compartía por igual: tierra, mujeres, alimentos,
hombres, hijos.
Esta concepción marcó una gran diferencia en favor
de la mujer y generó una exclusión del hombre del
poder. Es posible que la envidia masculina ante este
poder creador llevara al hombre a apoderarse
posteriormente de la mujer, instalándola como
objeto-parte-posesión de la élite de su poder. El
hombre primitivo que había tardado en saber que era
necesario para gestar vida, al averiguar que el falo era
parte del ciclo de la fertilidad, desplazó el culto del
útero por el del falo y cambió el sistema matrístico por
el patriarcal, del que somos herederos actualmente.
En el principio de los tiempos, la mujer era adorada de
forma muy especial, se le consideraba parte integrante
y descendiente del Eterno Femenino. Es más, existieron
miles de templos destinados a la adoración y estudio
de la mujer como representación objetiva de la
naturaleza.
El incremento del dominio de lo masculino en la
sociedad y la religión hizo declinar la posición de la
mujer sabia. El papel de la sacerdotisa fue tan
fuertemente reprimido que la actividad de la mujer en
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la religión estructurada terminó por desaparecer por
completo. Lo que sí consiguió perdurar de un modo
«clandestino» fue la posición de «bruja», que se
convirtió en el último vínculo con las primitivas
religiones matriarcales.
Originalmente los chamanes eran mujeres. Se vincula
el antiguo chamanismo femenino con la constelación
del Gran Oso y la diosa Artemisa, y cronológicamente
se lo sitúa en el período Paleolítico. Las imágenes
encontradas en las cuevas de mujeres embarazadas
que bailan con animales, algunas descabezadas, otras
con cabezas de pájaro o enmascaradas que portan
fetiches en los que se aprecian las muescas del
calendario menstrual, son la prueba evidente de los
rituales y ceremonias llevados a cabo en las cavernas.
Este chamanismo no fue un fenómeno individual, sino
una práctica que realizaba el grupo femenino. El poder
de cohesión de este grupo estaba vinculado
biológicamente a la menstruación y a los misterios del
útero.

Las chamanas de la aldea eran expertas en la magia de


la naturaleza, la curación y las relaciones entre las
personas, tenían la capacidad de interactuar con las
estaciones, su propio ciclo menstrual y su intuición;
ayudaban y guiaban a sus semejantes en lo
concerniente a la vida y la muerte, actuaban como
iniciadoras y transformadoras valiéndose de rituales de
transición. Eran expertas traductoras de los misterios
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del nacimiento espiritual, del poder del sexo y de la
muerte, y custodias de los fuegos sagrados de los
cultos.
Como centro de la convocatoria sobrenatural, la mujer
chamán no sólo curaba, sino que también acompañaba
a las almas de su pueblo al Plano Astral para servir de
mediadora entre los miembros de la comunidad y sus
dioses celestes o infernales, grandes o pequeños. Por
eso decían que era la gran especialista de almas:
velaba por ellas, encarnada o desencarnada, y las veía,
conocía su forma astral y accedía a la visión de su
destino.

En sus prácticas, la chamana accedía al trance extático


por el uso de plantas de poder que se consideraban
sagradas. Así, por medio del yagé, el peyote o el molle,
entre otras, la chamana concentraba su poder, visitaba
el otro mundo y adquiría un verdadero sentido de lo
real.
Con la chamana sagrada llegaba la esperanza de la
salud y la vida. Las mujeres chamanas simbolizaban el
equilibrio de la conciencia y las energías femeninas
dentro de una sociedad y una religión dominadas por
hombres, pero como desafortunadamente estos
poderes se degeneraron en hechicería, brujería y
mediumnismo, durante la época medieval se les

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persiguió sin tregua hasta virtualmente destruir la
tradición de la bruja o hechicera en la sociedad.
Al atacarles, los perseguidores no hacían otra cosa que
admitir su poder, pero no fueron esas agresiones las
que finalmente destruyeron la brujería: fue el hecho de
que con el paso del tiempo la sociedad terminó por
negar la existencia de estos poderes femeninos.
Lamentablemente, los primeros castigos que se les
impusieron cada vez que eran capturadas, así como el
miedo y la vergüenza que posteriormente provocó su
imagen, hicieron que las mujeres dejasen de expresar
aquellas habilidades y necesidades que habrían
supuesto el resurgimiento de la tradición.
Hoy su ausencia marca un lado desprotegido y mutilado
de la civilización, y por eso es tan urgente que
regresen; no a través de comunidades religiosas ni
instituciones demasiado organizadas, sino a través de
las mujeres u hombres que experimentan éxtasis
cotidianos dados por las enseñanzas espirituales
correctas, el uso de arquetipos por medio de la
meditación y los rituales y ceremonias de tabaco, toma
de yagé u otras plantas de poder que conecten, aunque
sea momentáneamente, con nuestra verdadera
naturaleza.
Desgraciadamente existen muchos equivocados que
pretenden separar de la existencia todo aquello que no
pertenece a la materia sino al alma del ser humano;
pero a fuerza de darnos contra la dura pared,
terriblemente cruda, que es la vida misma, terminamos

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por valorar aquellas cosas que son las menos
valoradas.
Recordemos que chamán, hombre o mujer, es un
verdadero artista del misterio. Pero el código
chamánico o mágico de las cuevas, de su trance
visionario, aún es un secreto que custodian y preservan
celosamente los oficiantes de lo sagrado. No cualquiera
penetra en los misterios de la naturaleza, se requiere
una mente pura, un corazón puro y un sexo puro.
Si odiamos a la Mujer, nos odiamos a nosotros mismos.
La mujer es tan imprescindible como el aire lo es para
respirar; sin mujeres, el mundo sería un cementerio,
estaría muerto, deshabitado y frío. Pero, eso sí, es
necesario que la mujer también se respete a sí misma,
porque si ella, que es el centro del mundo social, no se
respeta a sí misma, el destino que le aguarda es el
menosprecio y el degeneramiento sexual.
La mujer, como madre, levanta a sus hijos; les da el
alimento, los viste, los nutre con sus sabios consejos;
ella, como Principio Maternal, representando al Eterno
Femenino, los conduce hasta la mayoría de edad. Ser
madre, en realidad, es un Sacerdocio de la Naturaleza,
un Sacerdocio Divino, inefable. Una madre merece
entera veneración de todos los seres que pueblan el
Universo.
Existe un templo en cuya entrada el visitante se
encuentra con la sorpresa de ver el acceso peñascoso
a una cueva en forma de vulva, la cual lleva a una
galería de 22 metros de profundidad. Los especialistas
23
consideran que en un principio llegaba a unos 16
metros y que fue moldeada, por obra humana, en
forma de matriz femenina regada por las aguas
subterráneas. En su parte meridional interna está
situado un altar que simboliza al útero. La gran
sorpresa ocurre hacia el mediodía, cuando una ranura
artificial del techo de la galería deja que un rayo de luz
se proyecte en forma fálica luminosa que avanza
paulatinamente hacia el altar-útero. El fenómeno tiene
lugar sólo en determinada época del año (enero-
febrero), cuando la posición septentrional del Sol es lo
suficientemente baja como para permitir al rayo solar
alquimizar simbólicamente el templo.
Empero, la diosa es útero y sepulcro, lo que muestra lo
extendido de la creencia de que el receptáculo funerario
era parte del útero de la Tierra Madre y del Otro Mundo.
Es posible ver en las tumbas mismas una
representación de la matriz y en la posición acurrucada
de muchos de los enterramientos contenidos en ellas la
posición fetal en la que los muertos deben esperar la
resurrección. Sea como fuere, es indudable que las
tumbas, mantenidas siempre a oscuras y cubiertas de
apretada tierra, por grande que sea el trabajo que esto
suponga, representan en cierto sentido las ideas
avernas que hay detrás de la Madre -tierra; también es
muy difícil dudar de que la idea de la resurrección
estuvo relacionada con ellas. En esto hay un contraste
con las ideas de fecundidad de los cazadores. Porque
es manifiesto que la divinidad, tan universalmente
venerada por las primeras comunidades agrícolas

24
neolíticas, estaba identificada con la tierra donde la
semilla muerta es sepultada y renace.
El concepto de la tierra como madre ha sido
extremadamente importante en las mitologías de las
sociedades cazadoras, así como en las de las
plantadoras. Y más importante aún ha sido la idea de
la tierra como madre y del enterramiento como una
reentrada al útero.
En una fecha extremadamente temprana, el objetivo
del constructor de tumbas habría sido hacer la tumba
tan parecida al cuerpo de la madre como fuera posible,
porque para entrar al otro mundo, el espíritu tendría
que renacer, lo que respondería a la creencia y mito
terrestre según el cual la Diosa da la vida y los hijos
están vinculados permanentemente a la Madre Tierra.
Incluso la religión judeo-cristiana hereda esa creencia,
como se puede apreciar en el libro del Génesis, cuando
se le dice al hombre: «Con el sudor de tu frente
comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de
ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo
volverás».
El sarcófago simboliza el principio femenino y a la vez
a la tierra como principio y fin de la vida material.
Coincide en este significado con la vasija, olla de barro,
el ánfora y la barca, símbolos usados funerariamente
en todas las civilizaciones.
Las ofrendas de alimentos y bebidas colocadas en las
entradas de ciertas tumbas indicaban la propiciación de
espíritus o la alimentación de quienes esperaban su
25
renacimiento. Como los muertos son confiados a la
tierra, que es la diosa de la vida, la diosa de la tierra es
también diosa de los muertos.
En Egipto, como en el resto del mundo, se enterraba a
los muertos en tumbas, como vientres de la Madre
Tierra. La pirámide de Gizeh, que corona la tumba de
Cheops, es una evolución del montículo funerario que
representa al útero divino. Se devolvía el cuerpo
humano al Seno / Útero / Matriz Divina, en donde el
faraón esperaría la resurrección, como «semilla de vida
humana» a la que la humedad haría resucitar. Esta
Gran Diosa, desdoblada en dos o tres aspectos,
representaba el poder sustentador de la vida presente
en las fuerzas y energías de la tierra, con sus
florecimientos y repliegues estacionales que influían en
la vida de las personas y en sus formas culturales.
El grano de cereal aventado y almacenado en las
vasijas del templo de la Diosa agrícola también era un
«muerto durmiente» en espera de su futura
resurrección en la nueva planta. Cuando los habitantes
de la cultura agrícola de la Diosa sembraban enterrando
esas diminutas semillas secas e inertes, éstas seguían
la simbología del invierno y de la muerte cíclica. Las
semillas debían ser sepultadas en el útero-tumba a la
espera del milagro que las convertiría en una potente
fuente de alimento y prosperidad.
La siembra y el invierno, a su vez, recordaban la
gestación uterina cuando la sangre menstrual de la
mujer fluía hacia adentro para alimentar el feto que
crecía en las penumbras de su cuerpo. Con el retorno
26
de la primavera, cuando la Hija emerge del Mundo
Subterráneo, la Madre volvía a poblar el mundo y la
vida durmiente nacía sobre la tierra: las hembras
parían, las plantas florecían y los árboles daban sus
frutos.
Los humanos participaban de este retorno primaveral
expresando sentimientos de amor, amistad y
solidaridad. Realizaban alegres danzas; celebraban
ritos de iniciación de las nuevas generaciones de
jóvenes, y tanto la vida de la comunidad como la de la
naturaleza se renovaban. Había festejos y esperanzas
compartidas.
No es difícil imaginar a las jóvenes de las comunidades
agrícolas celebrar la primavera adornadas con coronas
de flores participando de iniciaciones femeninas,
identificándose con la joven Core y la amante
Perséfone. Y a los jóvenes celebrando sus iniciaciones
del Dios Verde de la vegetación: el joven Adonis y el
excitante Dioniso. En este contexto, las jóvenes no
corrían riesgo de ser raptadas, violadas, ni degradadas.
Al encarnar el aspecto de Core eran altamente
respetadas y disponían de su sexualidad celebrando
uniones libres con sus compañeros en los campos y los
bosques. Así, la Diosa Madre agrícola no sólo debió
apreciarse como una productora de alimentos, el
arquetipo expresaba los métodos de subsistencia más
inteligentes y benéficos para las especies y para la
comunidad humana.
En esta concepción ancestral también se tenía en
cuenta la existencia de situaciones injustas que podrían
27
surgir en el seno de la comunidad. En su cualidad de
Madre, la Diosa ejercía como legisladora y patrona de
la justicia, indicándonos que las mujeres y varones
agrícolas poseían normas y procedimientos para juzgar
a los transgresores de la ley. Temis y Atenea, por
ejemplo, tenían a su cargo administrar justicia, ya sea
desde el templo o el tribunal.
De esto, actualmente algunas mujeres y algunos
varones en distintos ámbitos están recuperando algo
de la cualidad de las diosas cuando buscan soluciones
y alternativas al repetido rapto de la vida y la
esterilidad provocada por la mentalidad patriarcal. Con
el desarrollo de la conciencia femenina, algunos pocos
están devolviéndonos los rostros originales de la Diosa
ancestral influyendo en las formas culturales de
vinculación con la naturaleza y entre los humanos.
En este trabajo los mitos son muy persistentes, porque
contienen modos de ser y actuar que son relevantes
para las personas. Al estar encarnados en diosas y
dioses, animales, plantas o lugares sagrados, los mitos
pre-patriarcales y sus símbolos arquetípicos comunican
una historia de los tiempos primordiales que pueden
iluminar las búsquedas del presente. Estos mitos y
arquetipos siguen latentes en el inconsciente colectivo
y a veces saltan a la conciencia de las personas en
momentos de crisis y de cambio. A veces, solo a veces.

La India tiene una larga tradición de discriminación


hacia la mujer sustentada por la religión hindú, el
28
brahamanismo y el yoga. Desde Occidente tenemos
una visión muy romántica de la India y de sus maestros
espirituales, pero en el fondo la religiosidad hindú es
fuertemente pesimista y sexista respecto de la mujer y
la pone como una sirvienta del marido y de la familia.
Basta leer las leyes de Manú al respecto. La
espiritualidad hindú que llega a Occidente es muy
diferente de la que se vive día a día en la India. A eso
se suman las rígidas clases sociales que, a pesar de la
democracia, siguen funcionando en la mayoría de la
población, especialmente entre los más pobres y los
más ricos.
La subordinación de la mujer lleva a que las mujeres
aborten fetos femeninos o abandonen a las bebés
porque tener una hija es una carga y una desgracia,
aun cuando en cualquier hogar la mujer hace todas las
tareas, no sólo para el marido, sino también para sus
suegros o parientes del esposo. Además, la mujer debe
buscar agua, trabajar la tierra, cuidar el ganado y
recolectar el estiércol para prender fuego, caminar
varios pasos detrás de su marido cuando va por la calle
y cargar con todos los bultos cuando se hacen las
compras mientras su marido va con las manos libres y
sin ninguna carga.
En la India hay un desequilibrio entre el número de
varones nacidos y el número de mujeres que está
haciendo aumentar la población masculina; las familias
abandonan a las bebés o niñas por pobreza, y ante el
hijo varón no se duda en rechazar a la hija mujer.

29
También en la India hay un alarmante aumento de
muertes de mujeres jóvenes en el hogar, generalmente
quemadas por el marido o la familia de éste, cuando no
le gusta la mujer con la que se casó.

Recordemos que en la religión hindú ni el marido ni la


mujer se pueden divorciar, y la esposa muchas veces
es elegida por los padres del novio, quienes hacen un
acuerdo de dote con los padres de la novia, sin importar
la opinión de ella o del novio.
Por otra parte, se considera normal que el esposo
golpee a su mujer cuando no le gusta lo que ella hace
o como lo atiende; la religión y la cultura patriarcales
lo justifican.

Como se verá, todos éstos son signos de unas


costumbres patriarcales muy fuertes, sustentadas por
normas y leyes religiosas patriarcales. Y estas
costumbres se niegan a morir, especialmente cuando
las mujeres comienzan a reclamar por sus derechos.
Entonces las pautas patriarcales se refuerzan y se llega
al extremo de intentar «eliminar a las mujeres». Por
eso el abandono de niñas o abortos masivos de fetos
femeninos no es casualidad, es la forma en que
responde el patriarcado, interiorizado por las propias
mujeres y por los varones.

30
Esa evidencia muestra que las mujeres en la India
tienen menos importancia y menos derecho a existir
que los varones. Por otra parte, en la India hay muchos
cultos a las Diosas, pero esos cultos están dominados
por la casta sacerdotal masculina y su yoga, que
siempre enseñan cómo las diosas son muy fieles a sus
esposos divinos.
En la religión hindú las mujeres (al igual que en el
Vaticano) no tienen la menor injerencia en la teología
y la religión; la mujer no puede ser brahamán, no
puede ser sacerdote o sacerdotisa o yoguina. Esto a
pesar de que la India tuvo importantes sacerdocios
femeninos en épocas antiguas y en regiones como el
sur de ese país.
Por otra parte, la India tiene ancestrales evidencias de
culturas matricias prehindúes, pre-brahamánicas y
preyoguis, pero la presencia de los guerreros arios
indoeuropeos, adoradores de dioses padres
dominantes, impusieron esta otra religión jerárquica y
sexista.
La Iglesia de Roma, que sabía que la antigua religión
estaba mucho más arraigada que la nueva doctrina que
se intentaba propagar desde el Vaticano, trató por
todos los medios de minimizar la influencia pagana de
la deidad femenina. Por ello se dedicó a evitar que la
figura de la Virgen María, la Madre, se igualase a la de
Dios. A éste y al Salvador debía dedicarse el culto
principal, relegando las figuras femeninas a un discreto
segundo plano. Sin embargo, se les debe a los
cistercienses de San Bernardo de Claraval, y también a
31
sus allegados los templarios, el resurgimiento de la
antigua tradición.

San Bernardo fue un gran impulsor del culto mariano;


conocida es su gran devoción por la Virgen María. Por
su parte, los iniciados del Temple fueron aún más
audaces, y bajo su influencia eclosionó un encendido
culto a Nuestra Señora, o Notre Dame. Este culto tomó
la imagen de vírgenes negras en muchas de sus
posesiones y en la mayoría de las catedrales góticas
francesas, edificadas precisamente en esos mágicos
enclaves venerados desde la antigüedad. La diferencia
con los cistercienses, y he aquí lo curioso, es que el
culto a la Nuestra Señora no iba dirigido a la Virgen
María, sino a una figura que tenía una importancia
mayor: María Magdalena.
Las vírgenes negras son de color oscuro porque
representan a la Madre Tierra y a la sabiduría ancestral,
que fue pretendida por los templarios. Otras diosas de
las antiguas culturas como Isis, Cibeles, Kali y Deméter
fueron con frecuencia representadas negras, y en Gran
Bretaña se conoció una Black Annis. En Efeso, en el
templo de Diana, una de las siete maravillas del
mundo, se veneraba una estatua negra de la Gran
Diosa.
Supuestamente encontradas en circunstancias
sobrenaturales, las vírgenes negras al ser halladas
solían exigir que se les construyera un templo de culto
en el emplazamiento exacto de su aparición.
32
Casualmente, estos lugares son siempre coincidentes
con los antiguos lugares que las primitivas culturas
dedicaban a sus cultos paganos a la Gran Diosa Madre.
Los templarios trataban siempre de construir sus
santuarios en estos emplazamientos ancestrales, lo
que nos lleva a pensar que tenían un conocimiento de
las virtudes que poseerían estos enclaves.

Existe una curiosa leyenda que no podemos dejar pasar


por alto. Al sur de Egipto, en las cercanías de Asuán, se
halla una isla situada en el centro del Nilo denominada
Isla de Philae, en la cual se erige un templo dedicado a
la diosa Isis. Esta isla era, en tiempos de las cruzadas,
el único emplazamiento en donde se seguían realizando
los antiguos cultos de los tiempos del Egipto faraónico.
Cuenta la leyenda que caballeros templarios navegaron
el Nilo en una de sus incursiones por el país y
alcanzaron esta isla. Seducidos por la hermosura del
lugar, por la paz y la espiritualidad que emanaba, y por
la belleza del culto a la antigua diosa, se sintieron tan
atraídos que se lo apropiaron y lo adaptaron a sus
propias creencias.
Los caballeros del Temple también entraron en
contacto con sociedades herméticas, hebreas,
gnósticas y sufis, y absorbieron lentamente parte de su
bagaje cultural y místico. También encontramos en el
Temple europeo indicios de que tenían un gran
conocimiento de las mitologías nórdica, celta e
indoeuropea, con lo que cobra fuerza la hipótesis de
que la Orden del Temple pudo haber soñado con
33
retornar a la religión única, armonizando creencias
antiguas, orientales y occidentales, lo que la alejaba del
catolicismo imperante en la Iglesia romana. El
problema que se encontraron los templarios en Europa
era que el retorno al antiguo credo de la tierra, la
adoración de una deidad pagana, podría traerles graves
problemas en el seno de la férrea Iglesia Católica.
Esto obligó a los miembros del Temple a ser muy
ingeniosos, bajo un culto predominantemente
masculino. Sabedores de que el culto a la Diosa Madre
significaría sin duda una herejía, lo lógico hubiese sido
equiparar a esta con la Virgen María, la Reina del Cielo,
como la llamaba San Bernardo y como aparece en el
Antiguo Testamento, pero refiriéndose realmente a
Astarté, la equivalente fenicia de Isis. No obstante, en
vez de eso, los caballeros del Temple decidieron
inventar la figura de «Nuestra Señora» y camuflar a la
Diosa Madre bajo la imagen de una «virgen negra»,
asociando esta imagen a la María Magdalena del
cristianismo, a la que curiosamente los evangelios del
siglo I y los apócrifos reservan un papel mucho más
importante que a la madre de Jesús.
El Temple aspiraba a la abolición total de las guerras y
de las desigualdades y a la extirpación del odio
predicado por las religiones. Sus miembros pretendían
instaurar la sinarquía, el reino de la razón, de la
caridad, del amor; en definitiva, el Reino de Dios de las
profecías bíblicas.
En Egipto, ya para finalizar este capítulo, Isis era la
representación del Eterno Femenino, de Dios Madre
34
como naturaleza, fue venerada por todos aquellos que
se atrevieron a conocer y seguir fielmente sus
misteriosas enseñanzas.
Isis egipcia es el símbolo de la tierra negra y fértil de
las orillas del Nilo, donde tras la bajada de las aguas
los limos fecundos ennegrecen las tierras y las vuelven
aptas para la siembra. Es por tanto la semilla de vida
que, al igual que los egipcios, la antigua humanidad
asociaba a la Gran Diosa.
Isis ha llenado los corazones de quienes le rinden culto
con un temor reverente y con amor a lo largo de miles
y miles de años. Se le percibe como antigua y como
eterna. En el gran pilar de su templo en Philae, un
pasaje de Ptolomeo afirma que Isis, la madre divina,
«es la que estaba en el principio; la que existió primero
sobre la tierra». Allá, en el principio, estaba Isis.
Antigua entre lo antiguo, fue la Diosa de quien surgió
toda la capacidad de llegar a ser. Era la Gran Dama,
Señora de las dos Tierras, Señora del Santuario,
Señora del Cielo, Señora de la Casa de la Vida, Señora
de la Palabra de Dios. Ella era única. En todas las obras
grandes y maravillosas ella fue la más sabia, más
excelente que ningún otro dios.
Es obvio que los iniciados de Isis la experimentaban
como una Diosa esencial y eterna, sin principio, sin fin.
Pero estos epítetos específicos se tomaron de periodos
posteriores de su culto. La religión matristica, sensual
y vitalista, se caracterizaba por la voluptuosidad
femenina. En ella practicaban unos ritos, y con ellos
conminaban a la Diosa para que lloviera, o para que
35
enviara los fenómenos que hacían madurar la cosecha,
o le solicitaban su protección en la sequía y en la
enfermedad, o que les enviara el embarazo.

La madre divina
La Madre Universal es la energía que brota de la
consciencia en todo, es la creadora de la naturaleza y
la naturaleza misma, el pensamiento de Dios, su
energía para crear y recrear los vastos universos.
El padre es uno, pero se duplica como la madre; su
actividad es gracias a ella. Dios es la totalidad y esa
totalidad en movimiento es la naturaleza, que se
convierte así en el poder del padre, el Ser. El Padre es
el observador, la conciencia testigo, y la madre divina
es el complejo mente-materia, el conjunto de todas las
actividades psicofísicas.
La liberación consiste en desidentificarse del complejo
mente-materia, pero para eso hay que atravesar y
sobrepasar ese complejo, y ese complejo es la Madre
en sí. La Madre es la realidad detrás de todo cuanto
hechiza, por ello debe retomarse a La Madre para que
ella nos conduzca a su amado Padre. La Madre Cósmica
puede ser amada con forma o sin forma. Con forma se
manifiesta en cada proceso físico o mental, con los
objetos del exterior y hasta con las aspiraciones más
mundanas; es representada en imágenes de distintas
formas y sentidos. Sin forma es la energía girando y
fluyendo.
36
La Madre Divina es el aspecto femenino del Ser
Supremo, es la espiritualidad y el amor de los amantes.
Es Dios en acción que crea, conserva y destruye el
universo; todo lo que existe es la manifestación de la
Madre, la divina energía femenina primordial.
La Madre (lo relativo manifestado) y Dios (el absoluto
inmanifestado) son una misma cosa, el mismo Ser en
dos aspectos diferentes. La Madre es el poder divino
lleno de amor y compasión por sus criaturas; su amor
infinitamente dulce es único e incomparable.
Impersonalmente, todas las cosas de este mundo, aun
los efectos de la ignorancia, son ella misma en poder
velado y son sus creaciones en substancia disminuida;
son su cuerpo-Naturaleza y fuerza-Naturaleza, y
existen porque, movida la Madre por el misterioso
impulso del Supremo para llevar a cabo algo que se
hallaba allí, en las posibilidades del Infinito, Ella ha
consentido al gran sacrificio y se ha puesto la máscara
que es el alma y las formas de la ignorancia.
Sin embargo, no ha evitado descender Ella misma,
personalmente, a este mundo, a las tinieblas, de modo
que pueda guiar hacia la Luz; tornar en Verdad la
falsedad y el error; hacer vida divina a la muerte; y
convertir en sublime bienaventuranza al dolor de este
mundo.
En su Amor inmenso y profundo por sus criaturas, la
Madre ha consentido en vestir el manto de oscuridad y
la ilusión para llamar a la Luz y a la Verdad; ha
condescendido en sufrir los ataques e influencias
torturadoras de los poderes de la tiniebla y la falsedad,
37
y pasar con nosotros a través de los portales del
nacimiento y la muerte, que cargamos con dolor y
angustia, puesto que parecía que solo así se puede uno
hastiar y buscar intensamente el Gozo y la Verdad.
Éste es el gran sacrificio llamado a veces el sacrificio
del ser, pero llamado más profundamente el holocausto
de la Madre Divina.
En el cuerpo de la Madre Cósmica existen otros
mundos, el Principio Femenino Universal resplandece
en cada piedra, en el lecho cantarín de cada arroyuelo,
en una montaña deliciosa llena de árboles, en toda la
Naturaleza. El Eterno Femenino resplandece no sólo en
eso que no tiene nombre, no sólo en el Espíritu
Universal de la Vida, no sólo en las estrellas que se
atraen y se repelen (de acuerdo con la Ley de las
Polaridades), sino que también resplandece dentro del
átomo: dentro de los iones, dentro de los electrones,
dentro de los protones, en las partículas más
infinitesimales de todo eso que vibra y palpita en la
Creación.
La maternidad, el amor, la mujer: he ahí algo grandioso
que resuena en el coral del espacio, en forma siempre
perenne; la mujer que siempre ha estado al lado de los
grandes hombres, ella los ha animado, ella les ha dado
ideas, ella les ha impulsado a la lucha, ella los ha
levantado sobre el pedestal, ella los ha orientado para
que hagan gigantescas obras.
En China, una de las principales diosas es la de la
naturaleza, Shing-Moo, la Santa Madre, la Madre de la
38
Inteligencia Perfecta. Es homóloga de la Isis egipcia, la
Ganga india y la Deméter griega. Para los primeros
misioneros cristianos fue una sorpresa llegar a China y
descubrir semejanzas increíbles entre esta diosa y la
Virgen María; todavía quedaron más asombrados y
desconcertados al enterarse de que Shing-Moo también
había concebido y dado a luz a un salvador
permaneciendo virgen.
Todas las Diosas son diferentes aspectos de la Madre
Divina. La Madre Universal se manifiesta de diversas
maneras y con diferentes energías, pero siempre
irradiando su Amor incondicional y compasión infinita
hacia toda la creación.
Todas las formas posibles y representaciones de la
Madre pueden sintetizarse en cuatro aspectos
fundamentales.
El primer aspecto es la representación como la diosa de
la fortuna, que es la poseedora de toda riqueza. Ella
bendice con riqueza a aquellos devotos que la adoran
con sinceridad. Riqueza incluye mucho más que
simplemente lo material: abarca valores éticos y
morales; los más nobles aspectos de la vida; poder
mental e intelectual; el milagro de la eterna belleza; un
inabarcable secreto de divinas armonías; la irresistible
magia del encanto universal y atracción que obliga a
las cosas y a las fuerzas a encontrarse y a permanecer
unidas; y un escondido amor que pueda actuar desde
detrás del velo y hacer de éste todo ritmo y figura.

39
Este es el poder de la Madre Fortuna, de la Suprema
Dadora. No hay aspecto de la Divina Madre que resulte
más atractivo al corazón de los seres encarnados,
porque Ella hechiza con la embriagante dulzura del
Divino. Estar cerca de Ella constituye una felicidad
profunda, y sentirla dentro del corazón hace de la
existencia un rapto, un milagro, y entonces se puede
experimentar la gracia, el encanto y la ternura que
fluyen de Ella como la luz del sol. Donde quiera que Ella
fija su mirada milagrosa o deja caer el cariño de su
sonrisa, el alma es ganada y cautivada y sumergida en
las honduras de un gozo insondable. El toque de sus
manos es un imán, y su oculta y delicada influencia
refina mente y vida y cuerpo. Donde Ella posa la planta
de su pie brotan inconcebibles corrientes de un amor
milagroso. La Diosa Lakshmi de la India y la Virgen
María en el cristianismo son las representaciones más
comunes de este aspecto de la Madre Divina.
El segundo aspecto es la representación como Diosa del
conocimiento y la sabiduría, consorte de Dios. Esto
significa que Ella es la que lleva la esencia del Ser y es
una corriente permanente de gracia celestial; también
representa la habilidad del discernimiento espiritual. La
madre como el conocimiento, incluyendo las artes y las
ciencias, como encarnación de la sabiduría perfecta, es
la Madre que concede el más elevado conocimiento a
sus devotos más sinceros. Rige la comunicación, los
estudios, la música, la creatividad. En una de sus
manos sostiene las escrituras sagradas, que indican el
camino del conocimiento para llegar a la realización
divina. Siempre está tocando un instrumento, lo cual
40
representa el camino del amor y la devoción. De todos
los poderes de la Madre, Ella es la más paciente con el
ser humano y sus mil imperfecciones. Es amable,
sonriente, próxima y pronta al socorro, no fácilmente
apartada o desalentada, insistente aún después de
repetidos fracasos. Su mano sostiene cada uno de
nuestros pasos con la condición de que seamos simples
en nuestra voluntad y rectos y sinceros; porque Ella no
tolerará una doble faz, y cuando la falsedad se revela,
Ella no tendrá ninguna piedad con los que se refugian
en el drama, el histrionismo, el autoengaño y el
disimulo, la meditación constante en ella hará la
purificación necesaria de estos defectos.
Ella es una madre en nuestras necesidades, una amiga
en nuestras dificultades, un persistente y tranquilo
consejero y mentor que aparta con su radiante sonrisa
las nubes oscuras del miedo y la depresión, y nos
recuerda el siempre presente auxilio. Ella señala el
eterno brillo del sol, permanece firme, calma y
perseverante en la profunda y continua urgencia que
nos conduce hacia la integridad de la más elevada
naturaleza. Todo el trabajo de los otros poderes se
apoya en Ella para su culminación; la Madre del
conocimiento asegura la base material, elabora el
detalle y erige y traba la estructura de la construcción.
Las formas culturales de la Tara blanca tibetana y
Sarasvati en la India son sus representaciones más
comunes entre los humanos.
El tercer aspecto es la Divina Guerrera que mata a los
demonios. Significa que es invencible, y también
41
inaccesible. Este es el aspecto de la Madre que cuenta
con más culto en la antigüedad. Sostiene diversas
armas divinas. Bondadosa, amorosa, y compasiva con
sus devotos, concede los deseos de aquellos que le
rezan con un corazón sincero, concede riqueza material
y espiritual. A los buscadores espirituales que la
invocan, Ella les ayuda destruyendo las fuerzas
negativas que les impiden alcanzar la realización
espiritual.
Con su espada rompe la muralla del ego de sus devotos
sinceros, con sus armas combate nuestras
imperfecciones, nuestra oscuridad interior. Ella
manifiesta su fuerza destructiva por amor y compasión
hacia sus hijos con la intención de salvarnos de
nuestros demonios internos. Es la Madre guerrera que
acude para salvar a sus hijos de la ignorancia espiritual
y los apegos inferiores.
El aspecto guerrero es uno de los aspectos feroces de
la Madre Divina. Cuando es adorada con amor, su
aspecto terrible deja de causar miedo. Para sus más
sinceros devotos, Ella aparece en una forma amorosa y
protectora. El amor de la madre guerrera es tan grande
como su furia: su amor es ilimitado y eterno.

Para la hipocresía, cobardía, superficialidad y pereza,


Ella es terrorífica y destructora, pero al amante devoto
le trae la libertad y lo ayuda a superar su negatividad.

42
La madre guerrera concede gracia y disuelve el miedo,
destruye aquello que mantiene al ser humano separado
de su divina fuente. Disuelve el miedo a la muerte y
nos recuerda que la liberación no puede ser alcanzada
mientras nos aten las limitaciones humanas. La
guerrera de los mundos destruye estas limitaciones y
trae la libertad. Ella ataca todo obstáculo interno hacia
la iluminación, como la ignorancia y la falsedad,
dirigiendo toda su furia contra la parte más hostil y
negativa de sus devotos.
En la Madre Guerrera hay una intensidad arrasadora,
una poderosa pasión de fuerza para lograr una divina
violencia, precipitándose para quebrar todo límite y
obstáculo. Toda su divinidad se manifiesta en un
esplendor de acción tempestuosa; Ella es la rapidez de
los procesos inmediatamente efectivos, el suyo es el
golpe rápido y directo, el asalto frontal al que nada
puede resistirse. Ella es la guerrera de los mundos, que
nunca evita la batalla. Es intolerante con la
imperfección, trata duramente todo lo que en el ser
humano se resiste y es severa con todo aquello que es
obstinadamente ignorante y oscuro. Nada puede
satisfacerla si no alcanza los supremos éxtasis, las más
elevadas cimas, los más nobles propósitos, los más
amplios horizontes. Por esta razón, con Ella habita la
fuerza misteriosa de lo divino, y es por la gracia de su
fuego y de su pasión e impulso que la gran conquista
puede ser realizada ahora y no más tarde. Las formas
de Kali de la India, la Vajra Yogini del Tibet y todas las
diosas que traigan consigo una espada son formas de
esta manifestación.
43
El cuarto aspecto es la Madre Naturaleza. A Ella
podemos invocarla con pureza de corazón y suplicarle
ponga nuestro cuerpo físico en estado de trance y nos
transporte a la cuarta dimensión, donde se encuentran
los bosques más profundos del Edén y donde los ríos
de agua pura de vida manan leche y miel. Nuestra
Divina Madre Natura particular es la autora de nuestros
días, la verdadera artífice de nuestro cuerpo físico. Fue
ella la que en el laboratorio humano juntó el óvulo con
el zoospermo para que surgiera la vida. Ella es la
creadora de la célula germinal con sus 48 cromosomas.
Sin ella no se hubieran multiplicado las células del
embrión, ni formado los órganos.
La Divina Madre Naturaleza es la que nos da los
impulsos instintivos. Como reina de los elementos,
como maga elemental, es maravillosa para hacer
operaciones mágicas propias del chamanismo. Ella, la
inefable, representando siempre el principio maternal,
ayuda al varón y le conduce sabiamente hasta su propia
autorrealización.
Este aspecto es la Pachamama de los indios, la Sirena
del Paraná, la Diosa Madre de los mapuches, la Vieja
vestida de novia que habita La Pampa, la mujer Jaguar
de los Andes y del Amazonas; es también la selva en sí
y es Ixchel, la diosa Luna de los mayas; es Sheela
Na’gir en Irlanda, es la esfinge de los egipcios y la Diosa
Chía de los muiscas.
La Diosa Madre en las religiones la ubican como la
esposa del Dios Padre o la esposa de su hijo. En
ocasiones se resalta su condición especial de virgen; en
44
otras, de amante. En muchas culturas está presentada
como madre de los dioses.
En antiguas sociedades, la Diosa encarnaba las
potencias primordiales de la vida, la muerte y la
transformación. Con los griegos y sus rigurosas
construcciones filosóficas y religiosas, que significaron
una superación de las civilizaciones precedentes, los
arquetipos femeninos se volvieron más diferenciados,
y si hoy todavía nos resultan familiares es porque no
han perdido su eficacia para hacernos pensar e
interpretar la realidad.
Las Diosas son arquetipos y en ellas encontramos
reflejadas nuestras energías, cualidades y poderes para
ser y actuar en nuestra vida cotidiana, manteniéndonos
centrados en nuestro poder interno y conectándonos al
mundo transpersonal de la divinidad femenina.
Las diosas resultan familiares porque son arquetípicas,
representan modelos de ser y de actuar que
reconocemos: las siete diosas griegas integran el
círculo completo de la personalidad de la mujer, y se
denominan Artemisa, Atenea, Hestia, Deméter, Hera,
Perséfone y Afrodita.
En el culto femenino la diversidad se celebra porque
cada diosa tiene un atributo y hoy se puede ser una,
pero mañana otra, así como se es joven para el gozo
de la vida, pero también se llega a la vejez con
sabiduría.

45
La Diosa Madre en sus múltiples manifestaciones ha
sido siempre el modelo a seguir de todo buscador de la
verdad, de todo practicante y estudioso de la
espiritualidad. Sin embargo, caeríamos en un grave
error si pretendiéramos dar la exclusividad totalitaria
de la creación y el poder de generación al aspecto
femenino.
Todas las diosas tienen su consorte, no como marido
sino como hermano amante, como contraparte
masculina de su manifestación.

El padre universal
La Conciencia es el sustrato del universo, el Sol
Espiritual, la energía estática que fecunda todo
mediante la fecundidad de la Madre. Es aquél que todo
lo contiene, lo abarca, lo emite y lo reabsorbe.
Ilimitado, atemporal, inconmensurable, es el gran
pacificador, siempre imperturbable, impávido en su
penetración ilimitada.
Él es el dador de vida, el señor de la vida y la muerte,
el señor de los chakras (centros de energía), el dueño
del esperma, anciano entre los ancianos, y a la vez
joven y hermoso. Es el que destruye para construir; es
el que se emborracha en la danza cósmica, es el
danzarín divino, su danza es un resumen cautivante de
lo Último.
A lo largo de toda antigüedad, el Padre es adorado en
la piedra fálica que se inserta sobre una vulva también
46
de piedra; ese falo es adorado, acariciado y ofrendado,
bañado con manteca clarificada, perfumes y esencias.
El falo sagrado como veedor estático es masculino y
pasivo; como energía dinámica que se despliega a sí
misma, es activo y femenino. De su autocópula
cosmogónica se despliegan los vastos universos, es
decir, de la cópula del Padre y Madre surgen los infinitos
universos.
El culto al falo se remonta a la prehistoria, a los
antiguos ritos sexuales, al culto a la Gran Diosa. Este
culto antiguo conserva, aún hoy, su fervor original. En
estos ritos sexuales, todo se organiza para despertar el
subconsciente y crear situaciones eróticas de mucha
intensidad para acceder a la felicidad, al éxtasis por
unión concreta ritualizada, sacralizada.
El Universo proviene de la relación de un útero con un
falo; todo lleva su marca. Es la divinidad que, bajo la
forma de falos individuales, penetra en cada matriz y
procrea así a todos los seres. Es de ahí que la potencia
creadora humana reside en el sexo. Adorar al falo trae
placer y liberación.
De este modo el Falo es en sí el Fuego Sexual, es el
Fuego del Alma o Cristo Interno, es el fuego del
conocimiento que consume toda actividad en el plano
de la ilusión, por lo tanto, a quienes lo han adquirido y
se han emancipado, se les puede denominar Uno con
el Fuego.

47
Este Fuego, cuya expresión es el movimiento cíclico en
espiral y cuyo aspecto es el Amor Inteligente, es fuego
eléctrico consumidor del Universo, capaz de sintetizar
todo nuevamente en un punto.
El fuego o fohat sexual es la esencia de la sexualidad
cósmica, la Luz primordial, y en el universo de
manifestación es la siempre presente energía erótica
que destruye o forma. Es el misterioso lazo que une al
espíritu con la materia, al sujeto con el objeto y al
hombre con la mujer; es el puente por medio del cual
las ideas existentes en el pensamiento divino se
imprimen en la sustancia cósmica como leyes de la
Naturaleza.
Así pues, fohat sexual es la energía dinámica de la
ideación cósmica, el latido universal, el latir del Corazón
Central de la Creación que va dando paso a ráfagas y
ráfagas de energía que, análogas a la circulación de la
sangre a través del cuerpo humano, recorren todo el
espacio sideral y lo vivifican.
El fohat sexual es el sol espiritual, tanto en el basto
universo como en el universo interior del hombre. Es el
impersonal, supremo e incognoscible principio del
universo, de cuya esencia todo emana y a la cual todo
vuelve, y es incorpóreo, inmaterial, innato, eterno, sin
principio ni fin. Es omnipresente, omnipenetrante,
anima desde el dios más encumbrado hasta el más
diminuto átomo mineral. Es lo absoluto, la suprema
divinidad, el espíritu universal y eterno, que llena,
penetra, sostiene y anima a todo el universo; es

48
principio y fin de todos los seres, pues todos emanan
de Él y a Él todos vuelven al terminar la manifestación.
El sol espiritual es triple en naturaleza y de él emana la
Trinidad. El sol es el aspecto creador del universo. Es
Él quien crea los planos de manifestación cósmicos,
desde el divino hasta el físico.

En las antiguas civilizaciones el dios Sol era el dios


visible más importante, guiaba a nuestro pequeño
universo y destruía las tinieblas, era adorado por todos
y a veces, temido. La luz suprema del Sol era la
manifestación primera de la vida, portadora de la vida
y la consciencia humana. Todavía decimos “dar a luz”
cuando el niño surge del vientre oscuro y cálido de su
madre.
Para los antiguos, todas las cosas estaban conectadas
con el Sol, generador y portador de vida. Muchos y
variados eran sus sagrados nombres: Apolo (para los
griegos), Júpiter (para los romanos), la diosa
Amaterasu (en el Japón), Mitra (en el antiguo imperio
iraní), Ahura Mazda (para los persas), Horus (entre los
egipcios), Thor (para los germanos), Sûrya (entre los
hindúes), Shamash (en Mesopotamia), Inti (entre los
incas), Huitzilopochtli (para los aztecas), Kinich Ahau
(entre los mayas).
Las deidades solares eran representadas en oro, el
metal solar. El símbolo de la esfinge con un cuerpo de
león y una cabeza humana es una representación o
49
imagen viva del dios Sol. Para los chinos, el dragón es
el protector del Sol. Muchos rituales solares se celebran
aún con el fuego, entre ellos el más conocido del
solsticio de verano, la fiesta de San Juan.

La Iniciación

La tradición nativa ve la dualidad en todo lo que existe:


tierra y sol, hombre y mujer, están presentes en todo.
Nada es posible sin esta dualidad falo y útero.
Los aborígenes reconocen a la Madre Naturaleza, quien
en realidad es la madre de todos los seres, por eso
todos somos parientes: nuestros hermanos de dos pies,
de cuatro pies, nuestros hermanos que vuelan, los que
nadan, los que se arrastran, nuestros abuelos de
piedra, los seres del pueblo verde, las plantas.
Ahora bien, ellos enseñan esta realidad a través de
ciertos rituales o ceremonias que fueron dados a sus
pueblos. Los rituales dan a los participantes la
posibilidad de atravesar por diferentes niveles de la
conciencia humana, para facilitar y definir nuestras
transformaciones.
Un rito de paso –o de iniciación– es uno de los rituales
culturales más fundamentales, más característicos,
más arcaicos y más olvidados hoy en día.
Tradicionalmente, desde las culturas pre-letradas, las
iniciaciones consisten en una ceremonia durante la cual

50
una o varias personas mueren al pasado, a lo caduco,
a la infancia, a la juventud, a la vida de soltero, a la
vida secular, para adentrarse en un nuevo conjunto de
símbolos, en una renovada concepción de la existencia
y de participación en el mundo.
Es por esto que un rito de iniciación también podría
explicarse como un morir a lo antiguo para nacer a lo
nuevo. En las culturas antiguas estas iniciaciones solían
llevarse a cabo en el momento de la transición de la
infancia a la vida adulta, o también en el momento del
matrimonio, o durante la entrada en la vida religiosa.
Guiada por una figura de autoridad, la persona que se
adentraba en este ritual altamente mágico
experimentaba una muerte del ego y un retorno al
caos, seguidos por un acceso a las fuentes de
significado y símbolos culturales, emergiendo renovada
como persona y conocedora de una nueva mitología,
de contenidos propios de la cultura.
Esto es lo que acontecía, por ejemplo, en los misterios
eleusinos en la Grecia clásica, o en tantas celebraciones
rituales e iniciáticas del Asia menor y de la India y
Mesoamérica. Por lo tanto, puede considerarse que
esta estructura iniciática es un fenómeno cultural casi
ubicuo, tanto si se lleva a cabo mediante el empleo de
plantas psicoactivas, a través del acto sexual o
valiéndose de diversas técnicas o prácticas corporales.
La naturaleza no es meramente natural; es también
supranatural, es decir, manifestación de fuerzas
sagradas y símbolo de realidades trascendentales.
Ahora bien, para acceder a los saberes simbólicos es
51
necesaria la muerte iniciática. Sólo entonces, una vez
introducido a los misterios del mundo y la humanidad,
el novicio puede renacer a una dimensión más elevada
del Ser.
En la antropología oriental se ha demostrado que los
primeros recintos de templos conocidos en la historia
eran cavernas que sugerían los genitales femeninos;
específicamente, la matriz de la diosa cósmica.
En estos templos-úteros divinos se celebraban
ceremonias de iniciación. Con ocasión de las
ceremonias, uno de los ritos practicados consistía en
entrar al santuario.
Estos rituales se basaban en analogías metafóricas y
mágicas en las que se identificaba a los fieles con la
semilla. Al igual que la semilla alojada en el suelo
germina hasta convertirse en fruto, se esperaba que los
fieles sufrieran el mismo proceso de transformación al
entrar en el templo-útero divino: se convertirían
mágicamente en hijos de la Diosa Madre, en “semillas
de vida humana” que podrían germinar hasta dar
frutos.
En aquellas cavernas uterinas, el ser humano
penetraba devotamente en la búsqueda del contacto
con lo más íntimo y recóndito de la gran paridora que
había engendrado todo lo existente. Y en ellas, con toda
la fuerza de su necesidad de integración en lo sagrado,
trataba de encontrar, mediante ritos sexuales
iniciáticos, el secreto fundamental. Esto es comparable
con un nacimiento y se ha representado ritualmente,
52
prácticamente en todas partes, a través de unas
metáforas de reentrada en el útero.
Sin embargo, aquellos rituales externos eran
expresiones físicas simbólicas de la iniciación interna,
que es la verdadera iniciación. Actualmente los rituales
externos tienen el propósito de sintonizar al aspirante
con los procesos internos que llevarán a su corazón a
vivir iniciaciones en el verdadero sentido de la palabra.
Estas iniciaciones son procesos espirituales grandiosos
y misteriosos que traen consigo purificación, visión y
trabajo.
Eso que comenzamos a sentir como el verdadero amor
en nosotros mismos y nos mantiene receptivos ante la
vida; es la manifestación inicial de la Madre Divina, del
profundo misterio que vive en la inmensidad de
nosotros mismos.
Para el sabio, la Madre Divina es real y no una forma
del plano de las ideas. Entonces el sabio se integra en
ella a través de su corazón, en donde está el Íntimo
para percibir su realidad profunda, espiritualizando la
sexualidad, muriendo al ego y sirviéndole a sus
semejantes. De este modo, con y en su
cuerpo-universo el sabio se une concretamente a esos
principios cósmicos para sentir la divinidad de la carne
consciente e inteligente.
El cuerpo es la piedra angular del sabio. El cuerpo real
es un universo de una complejidad extraordinaria. El
cuerpo vívido es una simple imagen, un esqueleto, una
construcción mental, y es el único aspecto que el
53
individuo conoce. El cuerpo es producido y animado por
una inteligencia creadora, la misma que suscita y
preserva al universo, desde la más ínfima partícula
subatómica hasta las galaxias.
La electricidad, el magnetismo universal, la fuerza
cósmica, las leyes de cohesión y gravedad planetaria
fueron creadas por la Madre de toda adoración. Todos
los planetas que brillan, centellean y palpitan en el
inalterable infinito descansan entre el seno delicioso de
la bendita Diosa Madre del mundo. La Señora de la
suprema adoración conduce a sus niños de la mano,
por la senda peligrosa del filo de la navaja que es la
iniciación.
La base de las enseñanzas espirituales es aprender a
aumentar la energía y a sentirla. La ciencia espiritual
tiene tantas técnicas y ejercicios que ofrece a cualquier
persona una solución para sentir paz y armonía.
Debemos buscar a la Divina Madre en el
templo-corazón, que es donde se recibe la cruz de la
iniciación. Sólo la adorable señora del amor tiene el
poder de despertar a sus niños entre el seno profundo
del espíritu universal de vida.
Desde siempre en los templos iniciáticos se le ha
conocido a la Madre Divina como la Gran Madre y
guardiana de los grandes misterios iniciáticos que se
encuentran latentes dentro del hombre mismo aquí y
ahora.
Debemos hacer nuestras prácticas espirituales llenos
de ardiente fe. Aquéllos que tienen fe se convierten en
54
seres inefables. Fe es ver y sentir los planos
espirituales, acontecimiento reservado a pocos, porque
pocos tienen recta aspiración.

La sabiduría y el amor resplandecen en la mente de


aquellos que han alcanzado el éxtasis de la meditación.
Con la recta aspiración y la práctica, la mente se
convierte en un lago sereno y sin tempestades donde
se refleja todo el panorama del cielo estrellado que es
el infinito dentro de sí.
Cuando la mente está quieta y en silencio, la Divina
Madre se goza en nosotros. Esa es la bienaventuranza.
La paz sólo se logra con la disolución de la mente. La
disolución del pensamiento conduce a la perfección del
iniciado.
Solo así el ser humano se convierte en templo, en el
interior de la tierra, en el que en otras eras eran
cavernas, abrigos, grietas, templos y recintos secretos
que fueron considerados como úteros generadores en
los que la Madre Tierra paría hombres verdaderos y
mujeres verdaderas.
El cuerpo es el centro sagrado de todo ritual, de toda
oración, de toda ofrenda, de toda meditación, de toda
liturgia; no existe otro lugar de peregrinaje ni morada
de felicidad semejante al cuerpo. El mejor pantáculo es
el propio cuerpo.
Con la aplicación de esta enseñanza entendemos la
vida, el mundo y a nosotros mismos. El puente personal
55
surge del corazón de cada uno de nosotros, ese centro
tanto divino como humano que el budismo reconoce
como Dios en nosotros. Es desde allí que llama la
vocación iniciática y sacerdotal, para mujeres y
hombres, vocación que hoy implica el anhelo imperioso
de reencontrarse con la Diosa Madre. Desde allí llama,
también, la esencia femenina indestructible que allí
habita, una Madre Instructora de la que brota la
sabiduría esencial, pero que debe llegar a ser
consciente.

Si la mujer o el hombre logran ser devotos de la Diosa


en el sentido completo de la palabra, o sea, iniciados,
han de considerar los compromisos consigo mismos,
pero también con el prójimo. Si afortunadamente se ha
logrado vincular de algún modo con los niveles del
espíritu, la responsabilidad indeclinable es ayudar
todos a hacer lo mismo; la tarea es manifestar sobre la
Tierra lo que se ha vivido en los mundos interiores, e
idear los propios medios para hacerlo.
Autoproclamarse espiritual o iluminado no nos hace
personas despiertas, tampoco lo hace la herencia, ni
coleccionar títulos, ni pertenecer a un culto o grupo. Un
aspirante a la ciencia espiritual busca comprender las
fuerzas de la vida dentro de ella misma, para vivir
sabiamente y hacer su voluntad sirviendo a otros en
armonía con la naturaleza.

56
La alquimia sexual
Las aguas son los cimientos del mundo entero; son la esencia de la vegetación,
el elíxir de la inmortalidad, semejantes al soma; aseguran larga vida creadora
y son el principio de toda curación, etc. ¡Que las aguas nos traigan el
bienestar! ruega el mago

¡Las aguas, en verdad, son curadoras; las aguas expulsan y curan todas las
enfermedades!

Los vedas

Es necesario practicar ritos para armonizarnos con el


ritmo natural de las fuerzas de vida; es fundamental
rendir culto al útero, al falo y al sol espiritual. Es básico
comprender que el Poder Creador en el universo se
manifiesta a través de la polaridad masculina y
femenina falo y útero, y que este poder creador está en
toda la gente y funciona a través de la interacción de lo
masculino con lo femenino.
Sexo, útero y falo, e iluminación espiritual son
inseparables, hunden sus raíces uno en el otro y de
ello surgieron los primeros rituales mágicos. Resulta
interesante saber que una de las alegorías de la gran
Madre Cósmica viene a ser aquella que actúa en el
fondo de nuestra naturaleza como impulso sexual y es
por ello llamada bajo el nombre de Madre. La fuerza
erótica es en última instancia la que nos acerca o nos
aleja de nuestra iluminación.
Los chamanes que en la antigüedad vivieron en
América hablaban de “la liberación de la matriz”. A los
chamanes les interesaba “el despertar” de la matriz
porque, además de conocer su función primaria

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reproductora, sabían de una función secundaria: la
alquimia sexual, que los llevaba al nacimiento segundo.
En el nivel supremo, conciencia y energía, Padre y
Madre existen en conjunción inseparable. La meta del
sabio es trasladar esa fusión trascendente de los dos
principios al individuo. Una de las técnicas para hacerlo
es la del encuentro sexual.
Como energía dinámica, la Madre es en el ser humano
la energía, la fuerza vital que regula su cuerpo físico y
su cuerpo energético. Como energía estática, de
naturaleza puramente espiritual, es Kundalini, la
semilla del padre en el ser humano.
Cuando kundalini va penetrando en los centros de
energía-conciencia del practicante, éste alcanza nuevos
planos de entendimiento. Cuando kundalini llega al
centro más elevado, sobreviene la liberación definitiva.
Allí, en el centro más alto, el loto de mil pétalos, Padre
y Madre se desposan y de esa unión surge toda la
energía y toda la conciencia imperturbable.
La clave para ello es la unión hombre y mujer, falo y
útero haciendo del acto sexual un acto de meditación y
retirarse sin derramar el semen. Conforme el acto
sexual se prolonga, a medida que aumentan las caricias
deliciosas del éxtasis adorable, se siente una
voluptuosidad espiritual encantadora.
Entonces nos estamos cargando de electricidad y
magnetismo universal, terribles fuerzas cósmicas se
acumulan en el fondo del alma, centellean los chacras
58
del cuerpo astral, las fuerzas misteriosas de la gran
Madre Cósmica circulan por todos los canales de
nuestro organismo.
El beso ardiente, las caricias íntimas, se transforman
en notas milagrosas que resuenan conmovedoras entre
el aura del Universo.
No tenemos como explicar aquellos momentos de gozo
supremo. Se agita la serpiente de fuego, se avivan los
fuegos del corazón y centellean llenos de majestad en
la frente de los seres unidos sexualmente, los rayos
terribles del Padre.
Si el hombre y la mujer saben retirarse antes del
espasmo, si tuvieran en esos momentos de gozo
delicioso fuerza de voluntad para dominar al ego
animal, y si luego se retirasen del acto sin derramar el
semen, ni dentro de la matriz, ni fuera de ella, ni por
los lados, ni en ninguna parte, habrían cometido un
acto de magia sexual; eso es lo que se llama en
ocultismo el Arcano A. Z. F. No existe otra unión como
esa.
El acto sexual alquímico se vive de manera muy
diferente que el ordinario. En la alquimia, no es el
hombre el que hace el amor con la mujer, sino que dos
universos se unen. El hombre y la mujer están
conectados entre sí, los intercambios se hacen en todos
los planos. En lugar de estar centrado en su placer
egoísta, cada uno se abre al universo corporal del otro
como al suyo propio. El adepto medita acerca de la
naturaleza y sobre sí mismo identificándose con Dios.
59
El universo nace de la unión cósmica de los principios
masculino y femenino. El amor sería entonces la
expresión de esta unión en el plano humano, revelando
de este modo la dimensión oculta y sagrada de la unión
entre los sexos, que recupera su sentido al convertirse
en una meditación compartida, desapareciendo así la
oposición ficticia entre lo sexual y lo espiritual.
En esta ceremonia-trabajo las mujeres son feligresas
de la Diosa, por eso los hombres sabios y grandes
iniciados consideran a las mujeres como a la Diosa en
sí y a través de la alquimia sexual y la meditación
descubren en su vientre la fuente del conocimiento.
El vientre es el santo grial, el útero femenino es el
recipiente sagrado donde se recogen y conjugan las
energías capaces de producir las transmutaciones
alquímicas más elevadas y poderosas, irreconocibles
para la mente humana, pero accesibles a su corazón.
La energía femenina que proviene del vientre es una
cualidad innata en las mujeres. Sin embargo, ésta se
ve dañada con los años debido a la ausencia de
espiritualidad, de prácticas eróticas erróneas, al
carácter no creativo, a los problemas con los hijos y la
pareja, y a la falta de contacto con la madre naturaleza.
Cuando el hombre ama a la mujer y la respeta, ella
oficia como piedra de sostenimiento para levantar a los
humanos en su desarrollo hasta alcanzar su madurez
social, espiritual, y material. La mujer es en sí un
templo, un templo matriz de la Madre Cósmica, que

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siempre ha sido una fuente de poder y de renovación
cíclica.
El poder alquímico que poseemos para transmutar la
fealdad y suciedad de nuestra mente en belleza y
pulcritud es la habilidad para convertir hombres
ignorantes en dioses, es el magnetismo que irradiamos
desde lo profundo de nuestro ser. Representa nuestro
poder interno, la conexión con la verdad. La alquimia
sexual es el contacto con la Diosa Madre desde el
templo de nuestros cuerpos, la expresión de todo lo
bello que habita en nosotros, de nuestra naturalidad y
poder interno que se manifiestan en los momentos de
gran gozo a cambio de jamás derramar el semen.
En la antigüedad los cultos de alquimia y las
ceremonias de iniciación sexual se llevaban a cabo en
sitios especiales, en lugares agrestes en los que
hombres y mujeres realizaban cada primavera los ritos
de renovación de la vida, protegidos y auspiciados por
la gran Diosa Madre. También en la isla de Samotracia,
en la costa tracia, en el Egeo, en un templo órfico,
según los autores antiguos, jóvenes solteros eran
iniciados en cultos sexuales con jóvenes mujeres
tracias.
En la tradición indoeuropea, se decía que el rey debía
morir y renacer de acuerdo con un ciclo cósmico anual,
y para esta renovación debía subir la montaña y llevar
a cabo una unión sexual con la Diosa Madre. Este es el
antiguo mito del hijo amante, nacido de la Diosa Madre,
que retorna a su útero en el momento de la cópula.

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Por su parte, dentro de los misterios de Eleusis estaba
el culto de Dioniso, dios solar, dios de los nuevos brotes
y arquetipo masculino, y el de Adonis como amante de
Perséfone-Afrodita para celebrar la unión sexual
sagrada de la pareja divina. Estos ritos eran destinados
a personas adultas, maduras, debidamente preparadas
que proporcionaron un espacio sagrado para vivenciar
nuevos estados de conciencia.
En la América prehispánica también hay rastros de ritos
sexuales en la cerámica moche creada y producida por
mujeres aborígenes. Las vasijas con sus picos “de
estribo” reproducen en relieve escenas de la vida
cotidiana de los moches y diversas figuras de animales,
plantas, espíritus y deidades.
Las ceramistas mochicas también representaron en las
vasijas una gran variedad de posturas y escenas del
acto sexual alquimista en las que las mujeres suelen
aparecer a horcajadas sobre el varón.
Tampoco faltan escenas sorprendentes como la de una
mujer que amamanta a un bebé mientras hace el amor
con su compañero, o la de una mujer chamán
uniéndose sexualmente al falo de dios.
Los arqueólogos suelen llamar Kama Sutra Moche a
esta cerámica erótica diseñada por mujeres
preincaicas. Todo ello no es más que Tantra, alquimia
sexual plasmada en vasijas de uso cotidiano y ritual;
despojada de morbosidad, plena de comunión y goce.

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Si hacemos un estudio comparativo de religiones,
descubriremos que en el fondo de todas las escuelas,
religiones y sectas esotéricas existe el sexo. La gente
se llena de horror cuando conoce la alquimia sexual,
pero no se llena de horror cuando se entregan todas las
pasiones carnales.
En la noche profunda de los siglos existieron poderosas
civilizaciones y grandiosos misterios. Jamás faltaron
sacerdotisas del amor en los templos. Con ellas
practicaron magia sexual aquellos que se volvieron
maestros. El maestro debe nacer dentro de nosotros
con la magia sexual.
Todos los sistemas de autorrealización espiritual tienen
como última síntesis práctica a la magia sexual. Toda
religión, todo culto esotérico tiene por síntesis la magia
sexual (el Arcano A.Z.F.) Cualquier forma religiosa o
sistema esotérico se enriquece con la alquimia sexual.
La alquimia sexual no perjudica a nadie.

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